Saludo
Policarpo
y los presbíteros que están con él, a la Iglesia de Dios que habita como
extranjera en Filipos: que la misericordia y la paz les sean dadas en plenitud
por Dios todopoderoso y Jesucristo nuestro Salvador.1
La
fe en Jesucristo
Me
alegré mucho con ustedes, en nuestro Señor Jesucristo, cuando recibieron a las
imágenes de la verdadera caridad, y acompañaron, como debían hacerlo, a
aquellos que estaban encadenados por ataduras dignas de los santos, que son las
diademas de quienes han sido verdaderamente elegidos por Dios nuestro Señor.2
Y
me alegré de que la raíz vigorosa de su fe, de la que se habla desde tiempos
antiguos, permanece hasta ahora y da frutos en nuestro Señor Jesucristo, que
aceptó por nuestros pecados llegar hasta la muerte; y Dios lo resucitó
librándolo de los sufrimientos del infierno.3
Sin
verlo, ustedes creen en él, con un gozo inefable y glorioso (1 P 1,8) al cual
muchos desean llegar, y ustedes saben que han sido salvados por gracia, no por
sus obras, sino por la voluntad de Dios por Jesucristo (Ef 2,5.8-9).
Por
tanto, cíñanse sus cinturas y sirvan a Dios en el temor y la verdad (1 P 1,13;
ver Sal 2,11) dejando a un lado las palabras falsas y el error de la multitud,
creyendo en Aquel que ha resucitado a nuestro Señor Jesucristo de entre los
muertos, y le ha dado la gloria (1 P 1,21), y un trono a su derecha.4
A
él le está todo sometido, en el cielo y sobre la tierra (ver Flp 2,10; 3,21);
a él le obedece todo lo que respira, él vendrá a juzgar a vivos y muertos
(Hch 10,42), y Dios pedirá cuenta de su sangre a quienes no aceptan creer en
él. Aquel que lo ha resucitado de entre los muertos, también nos resucitará a
nosotros (2 Co 4,14), si hacemos su voluntad y caminamos en sus mandamientos, y
si amamos lo que él amó, absteniéndonos de toda injusticia, arrogancia, amor
al dinero, murmuración, falso testimonio, no devolviendo mal por mal, injuria
por injuria (1 P 3,9), golpe por golpe, maldición por maldición, acordándonos
de lo que nos ha enseñado el Señor, que dice: "No juzguen, para no ser
juzgados; perdonen y se les perdonará; hagan misericordia para recibir
misericordia; la medida con que midan se usará también con ustedes, y
bienaventurados los pobres y los que son perseguidos por la justicia, porque de
ellos es el reino de Dios.5
Fe,
esperanza y caridad
No
es por mí mismo, hermanos, que les escribo esto sobre la justicia, sino porque
ustedes primero me invitaron. Porque ni yo, ni otro como yo, podemos acercarnos
a la sabiduría del bienaventurado y glorioso Pablo, que estando entre ustedes,
hablándoles cara a cara a los hombres de entonces (sobre el asunto de la
predicación de Pablo en Filipos, ver Hch 16,12-40), enseñó con exactitud y
con fuerza la palabra de verdad, y luego de su partida les escribió una carta;
si la estudian atentamente podrán crecer en la fe que les ha sido dada; ella es
la madre de todos nosotros, seguida de la esperanza y precedida del amor por
Dios, por Cristo y por el prójimo. El que permanece en estas virtudes ha
cumplido los mandamientos de la justicia; pues el que tiene la caridad está
lejos de todo pecado.6
Que
todos lleven una vida digna de la fe que profesan
El
principio de todos los males es el amor al dinero.7 Sabiendo, por tanto, que
nada hemos traído al mundo y que no nos podremos llevar nada (1 Tm 6,7),
revistámonos con las armas de la justicia (ver 2 Co 6,7), y aprendamos primero
nosotros mismos a caminar en los mandamientos del Señor.
Después,
enseñen a sus mujeres a caminar en la fe que les ha sido dada, en la caridad,
en la pureza, a amar a sus maridos con toda fidelidad, a amar a todos los otros
igualmente con toda castidad y a educar a sus hijos en el conocimiento del temor
de Dios.8
Que
las viudas sean sabias en la fe del Señor, que intercedan sin cesar por todos,
que estén lejos de toda calumnia, murmuración, falso testimonio, amor al
dinero y de todo mal; sabiendo que son el altar de Dios, que Él examinará todo
y que nada se le oculta de nuestros pensamientos, de nuestros sentimientos, de
los secretos de nuestro corazón (ver 1 Co 14,25).9
Sabiendo
que de Dios nadie se burla (Ga 6,7), debemos caminar de una forma digna de sus
mandamientos y de su gloria.
Igualmente
que los diáconos sean irreprochables delante de su justicia, como servidores de
Dios y de Cristo, y no de los hombres: ni calumnia, ni doblez, ni amor al
dinero; sino castos en todas las cosas, misericordiosos, solícitos, caminando
según la verdad del Señor que se ha hecho el servidor de todos.10 Si le somos
agradables en el tiempo presente, Él nos dará a cambio el tiempo venidero,
puesto que nos ha prometido resucitarnos de entre los muertos y que, si nuestra
conducta es digna de Él, también reinaremos con Él (2 Tm 2,12), si al menos
tenemos fe.
Del
mismo modo, que los jóvenes sean irreprochables en todo, velando ante todo por
la pureza, refrenando todo mal que esté en ellos. Porque es bueno cortar los
deseos de este mundo, pues todos los deseos combaten contra el espíritu (ver 1
P 2,11), y ni los fornicadores, ni los afeminados, ni los sodomitas tendrán
parte en el reino de Dios (ver 1 Co 6,9-10), ni aquellos que hacen el mal. Por
eso deben abstenerse de todo esto y estar sometidos a los presbíteros y a los
diáconos como a Dios y a Cristo.11
Las
vírgenes deben caminar con una conciencia irreprensible y pura.
Los
presbíteros
También
los presbíteros deben ser misericordiosos, compasivos con todos; que devuelvan
al recto camino a los descarriados, que visiten a todos los enfermos, sin
olvidar a la viuda, al huérfano, al pobre, sino pensando siempre en hacer el
bien delante de Dios y de los hombres.12 Que se abstengan de toda cólera,
acepción de personas, juicio injusto; que estén alejados del amor al dinero,
que no piensen mal rápidamente de alguien, que no sean duros en sus juicios,
sabiendo que todos somos deudores del pecado.
Si
pedimos al Señor que nos perdone, también nosotros debemos perdonar, pues
estamos ante los ojos de nuestro Señor y Dios, y todos deberemos comparecer
ante el tribunal de Cristo, y cada uno deberá dar cuenta de sí mismo (ver Rm
14,10-12).
Por
tanto, sirvámosle con temor y mucha circunspección, conforme él nos lo ha
mandado, al igual que los apóstoles que nos han predicado el Evangelio y los
profetas que nos anunciaron la venida de nuestro Señor. Seamos celosos para lo
bueno, evitemos los escándalos, los falsos hermanos y los que llevan con
hipocresía el nombre del Señor, haciendo errar a los cabezas huecas [kenoys
anthrópoys, literalmente: hombres vacíos].
Advertencia
contra el docetismo
Todo,
en efecto, el que no confiesa que Jesucristo vino en la carne es un anticristo,
y el que no acepta el testimonio de la cruz es del diablo, y el que tergiversa
las palabras del Señor según sus propios deseos y niega la resurrección y el
juicio, ése es el primogénito de Satanás.13
Por
eso, abandonemos los vanos discursos de las multitudes y las falsas doctrinas, y
volvamos a la enseñanza que nos ha sido transmitida desde el principio.
Permaneciendo sobrios para la oración (ver 1 P 4,7), constantes en los ayunos,
suplicando en nuestras oraciones a Dios, que lo ve todo, que no nos introduzca
en la tentación (Mt 6,13), pues el Señor ha dicho: El espíritu está
dispuesto, pero la carne es débil (Mt 26,41).
Esperanza
y paciencia
Perseveremos
constantemente en nuestra esperanza14 y en las primicias de nuestra justicia,
que es Jesucristo, que llevó al madero nuestros pecados en su propio cuerpo
(ver 1 P 2,24), él, que no había cometido pecado, en quien no se había
encontrado falsedad en su boca (1 P 2,22). Pero por nosotros, para que nosotros
viviéramos en él, lo soportó todo.
Seamos,
pues, los imitadores de su paciencia, y si sufrimos por su nombre,
glorifiquémoslo. Porque éste es el ejemplo que él nos ha dado en sí mismo, y
esto es lo que nosotros hemos creído (ver 1 P 4,16; 2,21).
Los
exhorto a todos a obedecer a la palabra de justicia, y a perseverar con toda
paciencia, la que han visto con sus ojos no sólo en los bienaventurados
Ignacio, Zósimo y Rufo, sino también en otros de entre ustedes, en Pablo mismo
y en los demás apóstoles. Convencidos de que todos éstos no han corrido en
vano (Ga 2,2; Flp 2,16), sino en la fe y la justicia, y que están en el lugar
que les corresponde junto al Señor con los que han sufrido. Ellos no amaron
este siglo presente (ver 2 Tm 4,10), sino a aquel que murió por nosotros y que
Dios resucitó por nosotros.
Caridad
fraterna (A partir de este capítulo no tenemos el texto griego de la carta,
sino una antigua versión latina)
Permanezcan,
por tanto, en estos (sentimientos) e imiten el ejemplo del Señor, firmes e
inconmovibles en la fe, amando a los hermanos, amándose unos a otros, unidos en
la verdad, teniéndose paciencia unos a otros con la mansedumbre del Señor, no
despreciando a nadie.15
Cuando
puedan hacer el bien, no lo posterguen, pues la limosna libera de la muerte (Tb.
12,9). Todos ustedes estén sometidos los unos a los otros, teniendo una
conducta irreprensible entre los paganos, para que por sus buenas obras
(también) reciban la alabanza y el Señor no sea blasfemado por causa de
ustedes (ver 1 P 2,12). Pero pobre de aquel por quien sea blasfemado el nombre
del Señor (ver Is 52,5). Enseñen, pues, a todos la sobriedad en la que viven
ustedes mismos.16
El
caso de Valente17
Estoy
muy apenado por Valente, que fue presbítero por algún tiempo entre ustedes,
(al ver) que ignora hasta tal punto el cargo que se le había dado. Por tanto,
les advierto que se abstengan de la avaricia y que sean castos y veraces.
Absténganse de todo mal. Quien no se puede gobernar a sí mismo en esto,
¿cómo puede enseñarlo a los otros? Si alguno no se abstiene de la avaricia,
se dejará manchar por la idolatría y será contado entre los paganos que
ignoran el juicio del Señor (ver Jr 5,4). ¿O acaso ignoramos que los santos
juzgarán al mundo, como lo enseña Pablo? (ver 1 Co 6,2).
Yo
no oí ni vi nada semejante en ustedes, entre quienes trabajó el bienaventurado
Pablo, ustedes que están al comienzo de su epístola.18 De ustedes, en efecto,
él se gloría delante de todas las iglesias (ver 2 Ts 1,4), las únicas que
entonces conocían a Dios, puesto que nosotros todavía no lo conocíamos.19
Así,
pues, hermanos, estoy muy triste por él y por su esposa, a ellos les conceda el
Señor la penitencia verdadera (ver 2 Tm 2,25). Ustedes sean sobrios, también
en esto, y no los consideren como a enemigos (ver 2 Ts 3,15), sino que vuelvan a
llamarlos como a miembros sufrientes y extraviados. Haciendo esto se construyen
a sí mismos.20
Recomendaciones
finales
Confío
en que están bien ejercitados en las santas Escrituras, y que nada ignoran. Yo,
por mi parte, no tengo este don. Ahora (les digo), como está dicho en las
Escrituras: Enójense y no pequen, y que el sol no se ponga sobre su ira (Sal
4,5; Ef 4,26). Feliz quien se acuerda. Creo que sucede así con ustedes.
Que
Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, y él mismo, el pontífice eterno,
el Hijo de Dios, Jesucristo (ver Hb 6,20; 7,13), los edifiquen en la fe y en la
verdad, en toda mansedumbre, sin cólera, en paciencia y en magnanimidad, en
tolerancia y en castidad. Y les den parte en la herencia de sus santos21, y a
nosotros con ustedes, y a todos los que están bajo el cielo, que creen en
nuestro Señor Jesucristo y en su Padre, que lo resucitó de entre los muertos.
Oren
por todos los santos. Oren también por los reyes, por las autoridades y los
príncipes, por los que los persiguen y los odian, y por los enemigos de la cruz
(ver Mt 5,44; 1 Tm 2,2; Jn 15,16; 1 Tm 4,15; St 1,4; Col 2,10; Flp 3,18.); de
modo que su fruto sea manifiesto para todos, y ustedes sean perfectos en él.
Un
trozo de la primera carta a los Filipenses (Del capítulo 13 se conserva el
texto griego merced a Eusebio de Cesárea, HE III,36,14-15. P. N. Harrison,
Polycarp's two Epistles to the Philippians, Cambridge, 1936, separó todo este
capítulo 13, considerándolo una esquela de Policarpo respondiendo a una carta
de los Filipenses. El resto de la actual epístola [caps. 1-12.14] sería una
carta de consejo y exhortación escrita más tarde [según Harrison mucho más
tarde]. Tendríamos, por tanto, dos epístolas de Policarpo, las cuales habrían
sido reunidas en una sola ya antes de Eusebio de Cesárea. En la actualidad los
especialistas aceptan la hipótesis de Harrison, pero señalan que la segunda
carta [la "larga"] debe colocarse en una fecha muy próxima a la
primera [la "breve"]).
Ustedes
e Ignacio me han escrito, para que si alguien va a Siria también lleve la carta
de ustedes. Lo haré, si encuentro una ocasión favorable, sea yo mismo, sea
aquel que enviaré para que nos represente. (Ignacio de Antioquía le había
pedido a Policarpo que enviase un mensajero a Antioquía, a fin de llevarles a
los cristianos sus felicitaciones y animándolos [ver Ep. a Policarpo 7,2; 8,1].
La comunidad de Filipos, según parece, les había escrito a los Antioquenos con
idéntica finalidad. Policarpo responde con esta primera carta.)
Conforme
me lo pidieron, les mandamos las cartas de Ignacio, las que él nos envió y
todas las demás que tenemos entre nosotros. Ellas van unidas a la presente
carta, y ustedes podrán obtener gran provecho; porque ellas contienen fe,
paciencia y toda edificación relacionada con nuestro Señor. Hágannos saber lo
que sepan con certeza del mismo Ignacio y de sus compañeros. ("Les
mandamos las cartas de Ignacio." Esta frase parece indicar que, con mucha
probabilidad, muy pronto se formó un corpus de las cartas de Ignacio. Policarpo
no tenía dificultad en reunir todas las epístolas de Ignacio a las iglesias de
Asia. Esto permite conjeturar que no formaba parte del corpus la carta a los
Romanos, que ha sido transmitida de forma independiente. - Desde "Hágannos
saber..." el texto sólo se conserva en latín. "Ignacio y sus
compañeros" es la traducción de "qui cum eo sunt").
Despedida
(A partir de este capítulo se retoma el texto, en su versión latina, de la
segunda carta. Crescente no es el secretario de Policarpo, sino el portador de
la carta [ver Ignacio de Antioquía, Rom. 10,1; Filad. 11,2; Esmir. 12,1])
Les
escribo esto por Crescente, a quien recientemente les recomendé y ahora (de
nuevo) les recomiendo. Se ha conducido entre nosotros de forma irreprochable; y
creo que lo hará entre ustedes de la misma manera. También les recomiendo su
hermana, cuando ella llegue entre ustedes. Sean perfectos en el Señor
Jesucristo, y en su gracia con todos los suyos. Amén. (También se podría
traducir, esta última frase, por "Compórtense bien en el Señor
Jesucristo" [Incolumes estote in domino Iesu Christo]).
....................
1
Sobre el tema de la "Iglesia de Dios que habita como extranjera" [o
peregrina; paroiken], ver Gn 12,10; 17,10; Lc 24,28; Ef 2,19; Hb 11,9-10.13-16;
13,14; 1 P 2,11; Judas 2. Ver asimismo el saludo de la Primera carta de Clemente
a los Corintios y la Ep. a Diogneto 5 y 6.
2
Las diademas de los santos son las cadenas, sufrimientos y persecuciones que
sufren por confesar su fe en Jesucristo. Ver Ignacio de Antioquía, Ep. a los
Efesios 11,2.
3
Hch 2,24. Los pasajes subrayados indican una cita más literal de un texto de la
Escritura. Pero el lector no debería centrar su atención solamente en las
palabras subrayadas, sino más bien en todo el conjunto dentro del cual se
inserta el pasaje, y su resonancia particularmente con las epístolas del NT.
4
Aquí el vocablo multitud se refiere evidentemente a los no cristianos,
particularmente a la multitud de los paganos, a los que Policarpo asocia los
herejes con sus vanas especulaciones seductoras. (Ver 1 Tm 1,6; Tito 3,9.)
5
Policarpo combina varias reminiscencias evangélicas, si es que se puede hablar
así: Mt 7,1; Lc 6,37; Mt 5,7; Lc 6,38; Mt 5,3.10; Lc 6,20.
6
No debe leerse este pasaje como si Policarpo estableciese una relación
teológica entre las virtudes teologales, más bien apunta a poner de relieve su
dignidad; ver 1 Co 13,14.
7
Ver 1 Tm 6,10. La reacción fuerte de Policarpo contra la avaricia, como un
vicio totalmente opuesto al espíritu del Evangelio, es uno de los temas
principales de la carta. Puede tomarse como punto de partida para una reflexión
sobre la cuestión en la Iglesia de nuestros días.
8
El párrafo entero parece inspirarse en ciertas exhortaciones paulinas; ver Ef
5,21; 6,4; Col 3,18, entre otras. Ver asimismo la Primera carta de Clemente a
los Corintios 1,3; 21,6ss.
9
Para el tema de las viudas en la Iglesia primitiva ver 1 Tm 5,13-16; Tito 2,3-4;
Tertuliano llegará a decir que ellas son "aram Dei mundam", Ad uxorem
1,7.
10
Para los diáconos, ver 1 Tm 3,8-13. Sobre Cristo servidor de todos, ver Mt
20,28. Ignacio de Antioquía se re- fiere a menudo a los diáconos en sus cartas
[ver Magn. 6,1; Trall. 2,3; Esmir. 10,1].
11
Sobre el tema de la obediencia a los presbíteros [los ancianos], ver 1 P 5,5;
Ignacio de Antioquía, Ep. a los Trall. 3,2.
12
Ver Pr 3,4; Rm 12,17; 2 Co 8,21. La teología pastoral-moral que expone
Policarpo tiene mucha similitud con la que hallamos en 1 Tm 3,2-7; Tito 1,6-9, e
Ignacio de Antioquía, Ep. a Policarpo 4-5.
13
Ver 1 Jn 4,2-3. Los docetistas negaban la realidad de la carne de Cristo; por
tanto, no admitían su pasión y resurrección, haciendo así vano el testimonio
de la cruz [ver 1 Jn 5,6-8; Jn 19-20; Ignacio de Antioquía, Mag. 11; Trall.
9-11; Esmir. 1-7].
14
Cristo nuestra esperanza: ver 1 Tm 1,1; Col 1,27; Ignacio de Antioquía, Ef.
1,2; 21,2; Mag. 11; Flp. 11,2.
15
En este párrafo [X,1] Policarpo combina varios pasajes del NT: Col 1,23; 1 Co
15,58; 1 P 2,17; 3,8; 5,9; Jn 13,34; Rm 13,8.
16
Sobriedad [sobrietas, sophrosynè]: comprende también la salud espiritual, el
sentido común y la modera- ción, junto con el control de los sentidos, la
templanza y la castidad. Ver Rm 12,3; 1 Tm 2,9.15 [s"phrosynè unida a la
fe, caridad y santidad]. Ver asimismo Ignacio de Antioquía, Ef. 10,3 [la une a
la pureza].
17
De este presbítero sólo conocemos aquello que nos dice Policarpo: arrastrado
por la avaricia, el amor al dinero, se vio envuelto en una falta grave que le
significó la destitución de su ministerio. Sobre la avaricia como una forma de
idolatría y una suerte de impureza, ver Ef 5,5; Col 3,5.
18
Estas palabras, de las que no tenemos el texto griego, son poco claras, y de
difícil explicación. Se han presentado tres soluciones: 1) leer evangelio en
vez de epístola: los Filipenses son las primicias de la predicación del
evangelio en Grecia [ver Flp 4,15]; 2) a partir de 2 Co 3,2, comprender que los
Filipenses fueron, desde el inicio, la carta de recomendación de Pablo; 3)
suponer una errónea traducción del griego y leer: "ustedes fueron
alabados por Pablo al inicio de la carta que él les escribió" [ver Flp
1,3-9].
19
El evangelio fue predicado en Esmirna después de la conversión de los
Filipenses. La primera mención de Esmirna, en campo cristiano, la hallamos en
Ap 2,8.
20
Idéntica actitud hacia los pecadores manifiesta Ignacio de Antioquía, Ef.
10,1-3. Sobre la Iglesia como cuerpo viviente que se construye por medio del
crecimiento de cada uno de sus miembros, ver Ef 4,15-16; Col 2,19; Ignacio de
Antioquía, Esmir. 11.
21
Ver Col 12,12; Hch 8,21. Los santos son los cristianos. Se trata de un término
heredado del AT [ver, por ejemplo, Ex 19,6], y que aparece con bastante
frecuencia en el NT [ver 1 Co 6,1; 2 Co 1,1; Ef 2,19; 3,8; Flp 4,22]. Junto con
hermanos, creyentes, discípulos, se convertirá en un nombre propio para
designar a los cristianos [ver Ignacio de Antioquía, Magn. 4,1].
*
* * * *
POLICARPO
DE ESMIRNA
Policarpo,
obispo de Esmirna, es, con su larga vida, como un puente entre la generación de
los apóstoles y las generaciones que vivieron la expansión doctrinal y
numérica del cristianismo. Por una parte fue discípulo del apóstol Juan, y
por otra fueron discípulos suyos los grandes maestros Papías e Ireneo. Este
último, en un pasaje de singular fuerza evocadora, apela a Policarpo como del
transmisor de la doctrina de los apóstoles. Del mismo Policarpo sólo se
conserva una carta a la cristiandad de Filipos: está escrita en un estilo
sencillo y sobrio, y se reduce a una serie de vigorosas exhortaciones, más bien
de orden moral.
De
particular interés histórico y religioso son las Actas del martirio de
Policarpo, generalmente reconocidas como auténticas: son un documento por el
que la Iglesia de Esmirna daba a conocer a las Iglesias hermanas la manera como
su obispo juntamente con muchos de sus fieles había sufrido una muerte ejemplar
en la persecución, probablemente hacia el año 155.
RUIZ
BUENO, Padres apostólicos, BAC, Madrid 1950; S. HUBER, Las cartas de san
Ignacio de Antioquía y de san Policarpo de Esmirna, Buenos Aires 1945.
I.
Testimonio de Ireneo sobre Policarpo.
.
. . Siendo yo niño, conviví con Policarpo en el Asia Menor. . . Conservo una
memoria de las cosas de aquella época mejor que de las de ahora, porque lo que
aprendemos de niños crece con la misma vida y se hace una cosa con ella.
Podría decir incluso el lugar donde el bienaventurado Policarpo se solía
sentar para conversar, sus idas y venidas, el carácter de su vida, sus rasgos
físicos y sus discursos al pueblo. Él contaba cómo había convivido con Juan
y con los que habían visto al Señor. Decía que se acordaba muy bien de sus
palabras, y explicaba lo que había oído de ellos acerca del Señor, sus
milagros y sus enseñanzas. Habiendo recibido todas estas cosas de los que
habían sido testigos oculares del Verbo de la Vida, Policarpo lo explicaba todo
en consonancia con las Escrituras. Por mi parte, por la misericordia que el
Señor me hizo, escuchaba ya entonces con diligencia todas estas cosas,
procurando tomar nota de ello, no sobre el papel, sino en mi corazón. Y
siempre, por la gracia de Dios, he procurado conservarlo vivo con toda
fidelidad... Lo que él pensaba está bien claro en las cartas que él escribió
a las Iglesias de su vecindad para robustecerlas o, también a algunos de los
hermanos, exhortándolos o consolándolos... 1
Policarpo
no sólo recibió la enseñanza de los apóstoles y conversó con muchos que
habían visto a nuestro Señor, sino que fue establecido como obispo de Esmirna
en Asia por los mismos apóstoles. Yo le conocí en mi infancia, ya que vivió
mucho tiempo ydejó esta vida siendo ya muy anciano con un gloriosísimo
martirio. Enseñó siempre lo que había aprendido de los apóstoles, que es lo
que enseña la Iglesia y la única verdad. De ello son testigos todas las
Iglesias de Asia, y los que hasta el presente han sido sucesores de Policarpo...
Este, en un viaje a Roma, en tiempos de Aniceto, convirtió a muchos herejes...
a la Iglesia de Dios, proclamando que había recibido de los apóstoles la
única verdad, idéntica con la que es transmitida en la tradición de la
Iglesia. Y hay quienes le oyeron decir que Juan, el discípulo del Señor, una
vez que fue al baño en Efeso vio allí dentro al hereje Cerinto; y al punto
salió del lugar sin bañarse, diciendo que temía que se hundiesen los baños,
estando allí Cerinto, el enemigo de la verdad. El mismo
........................
1.
EUSEBIO, Historia Eclesiástica, v. 20, 3-8.
_________________________________________________
Policarpo
se encontró una vez con Marción, y éste le dijo: «¿No me conoces?» Pero
aquél le contestó: «Te conozco como a primogénito de Satanás...».
_________________________________________________
MARTIRIO
DE POLICARPO
45
Os escribimos, hermanos, sobre los que han sufrido martirio, y particularmente
sobre Policarpo, que puso como el sello final e hizo cesar con su martirio la
persecución. Se puede decir que todo aconteció a fin de que el Señor nos
mostrara de nuevo su martirio, como lo refiere el Evangelio. Porque Policarpo
esperó a ser entregado, como lo hizo el Señor, a fin de que también nosotros
fuéramos imitadores suyos, mirando no sólo nuestro propio interés, sino
también el de nuestros prójimos; porque la caridad verdadera y sólida está
en buscar no sólo la propia salvación, sino también la de todos los hermanos
Los
mártires se mantuvieron firmes, después de haber sido desgarrados por los
azotes, de suerte que se podía ver la disposición de la carne hasta lo
interior de las venas y las arterias, hasta el punto de que todos los
circunstantes se sentían movidos a compasión. Ellos, en cambio, se habían
levantado a tal nobleza que ninguno de ellos profirió un lamento o un gemido,
mostrándonos a todos nosotros que en aquella hora de tormento los nobilísimos
mártires de Cristo estaban fuera de su propia carne, o mejor, que el mismo
Señor estaba con ellos, conversando con ellos. Sostenidos por la gracia de
Cristo, despreciaban los tormentos terrenos, pues con los padecimientos de una
sola hora compraban la vida eterna. El fuego de sus inhumanos torturadores les
era un refrigerio, pues ante sus ojos estaba el huir del fuego eterno que jamás
se extingue, y veían con los ojos del corazón los bienes que les aguardaban...
Los que fueron condenados a las fieras sufrieron igualmente tormentos
espantosos, siendo extendidos sobre conchas y sometidos a otras formas diversas
de tortura...
En
cuanto a Policarpo, hombre digno de nuestra máxima admiración, en primer
lugar, en cuanto oyó que se le buscaba, no se turbó, y quería permanecer en
la ciudad, pero muchos le persuadieron de que se retirara fuera. Salió, pues, a
una pequeña finca que no estaba muy lejos de la ciudad, y allí pasaba el
tiempo con unos pocos compañeros, sin hacer otra cosa que orar de día y de
noche por todos y por las Iglesias esparcidas por toda la tierra, como lo tenía
por costumbre...
Como
persistieran los que le buscaban, tuvo que cambiarse a otra finca, y pronto se
presentaron los que iban tras él (en la primera finca). Al no hallarle,
prendieron a dos esclavos, y uno de ellos, sometido a tortura confesó su
paradero... Acompañados, pues, del esclavo, los perseguidores salieron un
viernes a la hora de la cena con caballería y la gente armada que suelen... Y
llegando en hora ya tardía, lo encontraron acostado en una pequeña habitación
en el piso superior. Todavía hubiera podido huir a otro escondrijo, pero no
quiso, diciendo: <<Hágase la voluntad de Dios.» Oyendo el ruido de los
que habían llegado, él mismo bajó y se puso a hablar con ellos, los cuales se
admiraron de su avanzada edad y de su buen estado, preguntándose si valía la
pena tanto aparato para aprehender a tal anciano. Inmediatamente mandó
Policarpo que se les diera de comer y de beber cuanto quisieran, siendo la hora
que era, rogándoles empero que le dejasen una hora para orar tranquilamente.
Ellos se lo concedieron, y él, puesto en pie se puso a orar lleno de tal gracia
de Dios que por espacio de unas dos horas no le fue posible callar y todos los
que le oían estaban embelesados: algunos incluso empezaron a sentir
remordimientos de haber venido a prender a un anciano tan lleno de Dios.
Finalmente terminó su oración, no sin haber hecho mención de todos los que
durante toda su vida habían tenido trato con él, de los humildes igual que de
los grandes, de los ilustres lo mismo que de los sencillos, así como de toda la
Iglesia católica esparcida por todo el mundo habitado. Llegada la hora de
partir, le pusieron sobre un asno y lo llevaron a la ciudad, en día que era de
sábado solemne. En el camino se encontraron con el jefe de policía, Herodes, y
con su padre Nicetas, los cuales le hicieron pasar a su carruaje e intentaban
persuadirle con las siguientes amonestaciones: ¿Qué mal hay en decir que el
Emperador es el Señor y en sacrificar y cumplir las demás ceremonias, para
salvar la vida?
Pero
él al principio no les daba respuesta alguna; mas como insistieran, les dijo:
«No voy a hacer nada de lo que me aconsejáis.» Ellos entonces, fracasados en
su intento de persuadirle empezaron a decirle palabras insultantes y le hicieron
descender precipitadamente del carruaje, de suerte que al descender se desgarró
la espinilla. Sin volverse, como si no se hubiera hecho daño alguno, caminaba
animosamente. Fue conducido al estadio, y fue tanto el tumulto que en él se
armó que nadie podia entenderse...
Llevado
a la presencia del procónsul, preguntóle éste si era él Policarpo; y como
contestara afirmativamente, intentaba el procónsul hacerle renegar, diciendo:
Ten consideración a tu avanzada edad, y las demás cosas que suelen decir: Jura
por la fortuna del César, cambia tu modo de pensar y grita: Mueran los ateos.»
Pero Policarpo, mirando con un rostro serio a toda la mesa de paganos sin ley
que llenaban el estadio, les hizo una seña con la mano, dio un suspiro y
levantó los ojos al cielo diciendo: «Mueran los ateos.» Intervino el
procónsul diciendo: «Jura, y te pongo en libertad, reniega de Cristo.» Repuso
Policarpo: «Hace ochenta y seis años que le sirvo, y ningún mal me ha hecho:
¿Cómo puedo blasfemar de mi rey a quien debo la salvación?»
El
procóncul insistió de nuevo diciendo: «Jura por la fortuna del César.»
Policarpo respondió: «Si tienes por punto de honor el hacerme jurar por la
fortuna del César, como tú dices, fingiendo ignorar quién soy yo, oye lo que
proclamo con toda libertad: Soy cristiano; y si quieres aprender cuál es la
doctrina cristiana, dame un día de tregua y escúchame...» Dijo el procónsul:
«Convence al pueblo. Replicó Policarpo: A ti te considero digno de una
explicación, pues nuestra doctrina nos enseña que hay que dar a los
magistrados y autoridades que están establecidas por Dios el honor que les es
debido y que no daña a nuestra conciencia. Pero al pueblo no creo que valga la
pena presentarles una defensa.» Dijo entonces el procónsul: «Tengo fieras, y
te entregaré a ellas si no cambias de parecer.» Respondió Policarpo:
«Llámalas, pues para nosotros no puede darse un cambio de lo mejor a lo peor,
sino que lo razonable es cambiar de lo malo a lo justo. Insistióle el
procónsul: Te haré consumir en el fuego si no cambias de parecer, ya que
desprecias a las fieras. Policarpo dijo: Me amenazas con el fuego que dura un
momento y al poco rato se apaga, porque desconoces el juicio que ha de venir y
el fuego del castigo eterno que aguarda a los impíos. Pero, ¿por qué pierdes
el tiempo? Tráeme lo que quieras.»
Mientras
decía estas y otras muchas cosas, Policarpo se mostraba lleno de ánimo y de
alegría, y su rostro resplandecía con una gracia tal que no sólo no mostraba
desfallecimiento por las amenazas que se le dirigían, sino que por el
contrario, era más bien el procónsul el que estaba fuera de sí, mandando a su
propio heraldo que en medio del estadio hiciera por tres veces este pregón:
Policarpo ha confesado ser cristiano: En cuanto el heraldo hubo dicho esto, toda
la turba de judíos y de gentiles que habitaban en Esmirna se puso a gritar con
rabia incontenible y a grandes voces: Ese es el maestro del Asia -y el padre de
los cristianos, el destructor de nuestros dioses, que ha enseñado a muchos a
negarles sus sacrificios y culto. Esto decían a gritos, y pedían al gobernador
Felipe que soltara un león contra Policarpo. Pero el gobernador contestó que
no le estaba permitido hacerlo una vez que ya se habían terminado los combates
de fieras. Entonces se pusieron de acuerdo en gritar todos a la vez que
Policarpo fuera quemado vivo... Al punto el populacho se lanzó a recoger leña
y maderas de los talleres y barrios, colaborando los judíos, como suelen, con
particular diligencia. Cuando la pira estuvo preparada, Policarpo se quitó los
vestidos... Como pretendieran clavarle en un poste, les dijo: Dejadme como
estoy, pues el que me da fuerzas para soportar el fuego me concederá poder
permanecer inmóvil en la hoguera sin necesidad de asegurarme con vuestros
clavos. Así pues, no le clavaron, sino que le ataron. Y él, con las manos
atrás, atado como un carnero escogido de un gran rebaño para el sacrificio,
preparado para ser holocausto acepto a Dios, levantó sus ojos al cielo y dijo:
Señor Dios omnipotente, Padre de tu amado y bendito hijo tuyo Jesucristo, por
el cual hemos recibido conocimiento de ti, Dios de los ángeles y de las
potestades y de toda la creación, de todo el linaje de los justos que viven en
tu presencia: Te bendigo porque me has tenido por digno de esta hora en que
puedo tomar parte, contado entre el número de los mártires, en el cáliz de
Cristo en espera de la resurrección de la vida eterna en alma y cuerpo, en la
incorrupción del Espíritu Santo. Sea yo recibido hoy en tu presencia entre
ellos, como un sacrificio rico y aceptable. Tú me preparaste de antemano para
ello, tú me lo revelaste, y tú me lo has cumplido, Dios de verdad en el que no
hay engaño. Por esto, y por todas las cosas, te alabo y te glorifico, por medio
del eterno y celestial sumo sacerdote, Jesucristo, tu hijo amado, por el cual y
juntamente con el Espíritu Santo sea a ti la gloria ahora y por los siglos
venideros. Amén.
Así
que hubo enviado al cielo su Amén, terminando su plegaria, los que cuidaban de
la pira prendieron el fuego: y levantándose una gran llamarada nos fue dado a
algunos ver un prodigio, y fuimos preservados para dar a conocer a los demás lo
que acaeció. Porque el fuego, haciendo una especie de bóveda, como si fuera
una vela de barco henchida por el viento, rodeó como con un muro circular el
cuerpo del mártir que se hallaba en el centro, no como carne que se quema, sino
como pan que se cuece o como oro que se purifica en el horno. Y sentimos un olor
tan intenso como si fuera una ráfaga de incienso o de algún otro aroma
precioso. Finalmente, viendo aquellos hombres inicuos que el cuerpo del mártir
no podía ser consumido por el fuego, dieron orden al verdugo de que se acercara
y le hundiera un puñal. Así lo hizo, y brotó una tal cantidad de sangre que
se apagó el fuego, quedando toda la multitud pasmada de la diferencia que
había entre la muerte de los infieles y la de los elegidos. Al número de
éstos pertenece también Policarpo, hombre sobremanera admirable, maestro con
espíritu de apóstol y de profeta en nuestros propios tiempos y obispo de la
Iglesia católica en Esmirna: toda palabra que salió de su boca, o bien ha
tenido ya cumplimiento, o ciertamente lo tendrá.
Pero
el maligno... dispuso las cosas de modo que no nos fuera dejado su cuerpo,
aunque muchos eran los que deseaban apoderarse de sus santos restos. En efecto,
Nicetas... fue a suplicar al gobernador que no se nos diera el cadáver,
diciendo: No vaya a suceder que abandonen al crucificado y empiecen a adorar a
éste. Esto era una sugerencia de los judíos, quienes insistían en ello y aun
montaron una guardia cuando nosotros fuimos a recogerlo de la pira. Ignoraban
que nosotros ni jamás podremos abandonar a Cristo, que padeció por la
salvación del mundo entero de los que se salvan, él inocente, por nosotros,
pecadores, ni jamás daremos culto a otro alguno. Porque a él le adoramos
porque es hijo de Dios, mientras que a los mártires les tributamos un justo
homenaje de afecto como a discípulos e imitadores del Señor, a causa del amor
insuperable que mostraron por su rey y maestro. ¡Ojalá que nosotros
pudiéramos también acompañarles y llegar a ser discípulos con ellos!
Así
pues, el centurión, viendo la porfía de los judíos, hizo colocar el cadáver
en el centro y lo hizo quemar, a la manera como ellos suelen hacerlo. Así
nosotros más tarde pudimos recoger sus huesos, más valiosos que las piedras
preciosas y más estimables que el oro, y los colocamos en lugar adecuado.
Allí, nos concederá el Señor celebrar el natalicio de su martirio,
reuniéndonos todos en cuanto nos sea posible con júbilo y alegría, para
celebrar la memoria de los que ya terminaron su combate, y para ejercerlo y
preparación de los que aún han de combatir... 3
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3. EUSEBIO, Hist Ecles., I, 15, 3ss.
3. EUSEBIO, Hist Ecles., I, 15, 3ss.
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