RESPUESTA DE AGUSTÍN
Orosio al beatísimo Agustín, obispo.
1. Ciertamente ya había hablado a tu santidad
y estaba pensando en presentarte un escrito sobre lo dicho, cuando viera que tu
ánimo estaba libre para pronunciarse sobre otras necesidades. Pero puesto que
mis señores, tus hijos, los obispos Eutropio y Paulo, movidos como yo, siervo
vuestro, por la utilidad de la salud de todos, ya te habían presentado una
consulta sobre algunas herejías, en la cual no estaban todas recogidas, me
pareció necesario sacar con prontitud y reunir en una sola plantación todos los
árboles de la perdición, con sus raíces y ramas 1,
y ofrecerlo a tu espíritu vigilante, para que tú, vista su multitud y
considerada su malicia, los examinaras y pudieras aplicar el remedio.
Solamente tú, beatísimo padre, puedes arrancar y
cortar las perniciosas plantaciones o siembras de otros 2
y esparcir la verdadera semilla, regándonos con las aguas de tus fuentes 3.
Yo prometo a Dios, a quien pongo por testigo, mientras espero el crecimiento de
tu obra, que aquella tierra, que ahora da frutos no apetitosos por estar mal
cultivada, si la visitares, llenándola con aquel maná misterioso que me envíes 4,
se perfeccionará hasta producir una cosecha abundante que llegará al ciento por
uno 5.
Dios nuestro Señor, a los que castigó con la espada, por ti, lo repito, por ti,
padre bienaventurado, los corregirá con la palabra.
He sido enviado a ti por Dios. Gracias a Él concibo
grandes esperanzas de ti, cuando pienso cómo ha sido esto de venir aquí.
Reconozco por qué he venido: sin ganas, sin necesidad, sin pedir consejo he
salido de la patria, movido por una fuerza oculta, hasta que me he encontrado en
las orillas de esta tierra. Aquí, por fin, caí en la cuenta que venía a ti
mandado. Si acoges al que confiesa, no juzgues al atrevido. Haz que vuelva a mi
querida señora como hábil negociante que ha encontrado una joya preciosa 6,
no como siervo fugitivo que ha echado a perder su hacienda. Somos despedazados
con mayor rigor por los doctores depravados que por los cruelísimos enemigos.
Nosotros confesamos la desgracia, tú examinas la plaga; sólo es necesario, con
la ayuda de Dios, proporcionar la medicina. Así, brevemente, te manifestaré: lo
que antes creció, que había sido mal plantado, y lo que después prevaleció, que
fue añadido de modo peor.
2. En primer lugar, Prisciliano, más
miserable que los maniqueos, en cuanto que también confirmó su herejía con el
Antiguo Testamento, enseñando que las almas, nacidas de Dios, existen en una
especie de receptáculo, donde, instruidas por los ángeles, prometen ante Dios
combatir. Descendiendo luego por ciertos círculos, son aprisionadas por los
principados malignos y, según la voluntad del príncipe vencedor, son encerradas
en diversos cuerpos y obligadas a suscribir un contrato de vasallaje. Así,
sostenía que tenía que prevalecer la astronomía, pues aseguraba que Cristo
rompió ese autógrafo, clavándolo en la cruz por su pasión 7,
como el mismo Prisciliano dice en una carta: "Esta primera sabiduría consiste en
entender en los tipos de las almas las naturalezas de las virtudes divinas y la
disposición del cuerpo, en la cual parece que el cielo y la tierra están atados,
y todos los principados del siglo parecen encadenados, pero la victoria es
alcanzada por las disposiciones de los santos. Porque el primer círculo de Dios
y el autógrafo divino de las almas que han de ser enviadas a la carne lo tienen
los Patriarcas; ese contrato ha sido hecho con el consentimiento de los ángeles,
y de Dios, y de todas las almas, que poseen la obra contra la milicia formal,
etc.". También sostuvo que los nombres de los Patriarcas son los miembros del
alma: Rubén en la cabeza, Judá en el pecho, Leví en el corazón, Benjamín en los
muslos, y así por el estilo. Por el contrario, en los miembros del cuerpo están
distribuidas las señales del cielo, a saber: aries en la cabeza, taurus en la
cerviz, géminis en los brazos, cáncer en el pecho, etc., queriendo dar a
entender que las tinieblas eternas y el príncipe del mundo proceden de estos
elementos.
Todo esto lo confirma por cierto libro, titulado
Memorias de los Apóstoles, en donde parece que el Salvador, interrogado en
secreto por sus discípulos sobre el sentido de la parábola evangélica del
sembrador que salió a sembrar 8,
no fue un buen sembrador. Afirma que, si hubiera sido bueno, no hubiera sido
negligente, no hubiera sembrado a la vera del camino, o en tierra pedregosa o no
preparada 9,
queriendo dar a entender que este sembrador es el que distribuye las almas
cautivas en diversos cuerpos, según su voluntad. También en ese mismo libro se
dicen muchas cosas del príncipe del agua y del príncipe del fuego, queriendo dar
a entender que en este mundo muchas cosas buenas se hacen por artificio y no por
el poder de Dios. Asimismo, dice que Dios, queriendo dar la lluvia a los
hombres, mostró al príncipe del agua la luz, como si fuera una virgen, el cual,
deseando adueñarse de ella, se excitó tanto que, empapado de sudor, él mismo se
convirtió en agua y quedó privado de la misma, provocando truenos con su
estrépito. Una sola palabra decía de la Trinidad: afirmaba la unión sin
existencia o propiedad, y enseñaba, suprimida la partícula et, que el
Padre, el Hijo y el Espíritu Santo eran un solo Cristo.
3. Entonces, dos conciudadanos míos, ambos
llamados Avito, después que la misma verdad por sí sola desvaneció tan torpe
confusión, empezaron a viajar, pues el uno fue a Jerusalén y el otro a Roma. De
vuelta, uno trajo las obras de Orígenes y el otro las de Victorino. De los dos,
uno cedió el puesto al otro, aunque los dos condenaron a Prisciliano. Poco
conocemos de Victorino, porque casi hasta poco antes de publicarse sus escritos
su seguidor se pasó a Orígenes. Comenzaron proponiendo muchas cosas estupendas,
tomadas de Orígenes, que la misma verdad hubiera sobrepujado en la más pequeña
ocasión que se le hubiese presentado. Aprendimos una doctrina bastante ortodoxa
sobre la Trinidad: que todo lo que ha sido hecho, ha sido hecho por Dios; que
todas las cosas son buenas y fueron hechas de la nada; también aprendimos
interpretaciones bastante sobrias de la Escritura. De inmediato, los entendidos,
eliminando fielmente lo anterior, aceptaron todo esto. Sólo quedó la doctrina
nefasta de la creación de la nada. Creían, plenamente persuadidos, en la
existencia del alma; sin embargo, no podían concebir que hubiera sido hecha de
la nada, argumentando que la voluntad de Dios no puede ser la nada. Esto llega
casi hasta hoy.
Pero estos dos Avitos, y con ellos San Basilio el
Griego, que enseñaban afortunadamente esto, transmitieron, como me doy cuenta
ahora, ciertas doctrinas no ortodoxas sacadas de los libros de Orígenes. En
primer lugar, todo, antes que aparezca hecho, permanecía siempre hecho en la
sabiduría de Dios, afirmándolo de este modo: todo lo que hizo Dios no comenzó a
ser al ser hecho. Después dijeron que son de un mismo principio y de una misma
sustancia los ángeles, los principados, las potestades, las almas y los
demonios; y que a los arcángeles, a las almas y a los demonios se les ha dado un
lugar en conformidad con sus méritos, empleando este dicho: a una culpa menor
corresponde un lugar inferior. Por último, el mundo fue hecho para que en él se
purifiquen las almas que antes habían pecado.
En verdad, propagaron que el fuego eterno, con el
que son castigados los pecadores, ni es verdadero fuego ni es eterno; afirmando
que se llama fuego al castigo de la propia conciencia, y que eterno no es igual
que perpetuo, según la etimología griega, a la que añaden también el testimonio
latino, pues se dijo: por la eternidad y por el siglo del siglo 10,
posponiendo a eterno esta última expresión. Y de este modo, todas las almas de
los pecadores, después de purificada su conciencia, volverán a integrarse en la
unidad del cuerpo de Cristo. También quisieron afirmarlo del diablo, aunque no
tuvieron aceptación, pues dijeron que su sustancia, habiendo sido hecha buena,
no puede perecer, y una vez liberada totalmente de su malicia sería salvada.
Sobre el cuerpo del Señor enseñaron que, habiendo
tardado tantos miles de años en venir a nosotros, sin embargo el Hijo de Dios no
permaneció ocioso: se fue desarrollando poco a poco, pues visitó a los ángeles,
a las potestades y a todos los seres superiores, tomando su forma, para
predicarles el perdón; por último, asumió la carne tangible; pasadas la pasión y
resurrección, de nuevo se fue desvaneciendo hasta que ascendió al Padre. Así,
pues, ni su cuerpo fue depositado en el sepulcro, ni con un cuerpo reinará como
Dios circunscrito. Decían asimismo que las criaturas no quieren estar sometidas
a la corrupción, entendiendo que no quieren estar sometidas al sol, la luna y
las estrellas, los cuales no son fulgores elementales, sino potestades
racionales: proporcionan la servidumbre de la corrupción por aquel que las
sometió en la esperanza.
4. Esto, tal como lo he podido recordar, lo
he expuesto brevemente, para que, examinadas toda las enfermedades, te apresures
a aplicar la medicina. La verdad de Cristo me mueve, pues, a causa de la
venerable reverencia de tu santidad, no me hubiera atrevido a ser un entrometido
si no supiera, con evidente juicio y ordenación de Dios, que he sido enviado a
ti, el elegido para suministrar los remedios a un pueblo tan grande y tan
importante, al que así como le fue enviada esta plaga por sus pecados, así
también, después de la plaga, se le proporcione la cura. Beatísimo padre,
dígnate acordarte de mí y de la gran muchedumbre que conmigo espera que tu
palabra descienda como rocío sobre ella.
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