lunes, 5 de enero de 2015

LA SAGRADA ESCRITURA Y SAN AGUSTÍN PREDICADOR

Pedro Langa Aguilar, OSA
Doctor en Teología y Ciencias Patrísticas,
licenciado en Teología Dogmática,
profesor en el Instituto Patrístico Agustinianum,
Pontificio lnstituto Regina Mundi
y Ateneo Pontificio Regina Apostolorum (Roma),
así como en el Centro Teológico San Agustín
y Centro Ecuménico Misioneras de la Unidad (Madrid).
Consultor de la CERI y colaborador de Radio Vaticano. 

LAS siguientes reflexiones intentan poner de relieve la
trascendental importancia de la Sagrada Escritura en aquel
predicador incomparable que fue San Agustín, junto a San Juan
Crisóstomo, el más grande de todos los Padres de la Iglesia en
este sublime oficio. El autor, uno de sus especialistas, expone en
estas páginas, a través del contenido y de la forma y demás
aspectos de los sermones agustinianos, la presencia suave,
sugeridora, decisiva, litúrgica, salmódica de la Biblia en la
predicación del Obispo de Hipona, magnífico maestro para los
predicadores de la nueva evangelización a la que hoy se nos
convoca.


BI/LECTURA-FRECUENTE: La Sagrada Escritura es como la
llave de oro que nos abre el corazón de San Agustín. «Sean tus
Escrituras -confiesa- mis castas delicias: ni me engañe en ellas ni
con ellas engañe» 1. Todo un programa de vida en permanente
servicio de amor, a cuyo protagonista cabría aplicarle las
palabras de San Pablo a Timoteo: «Desde niño conoces las
Sagradas Letras, que pueden darte la sabiduría que lleva a la
salvación» (/2Tm/03/15), y de cuyo ministerio podríamos decir lo
que el Vaticano II de la Tradición, que «da a conocer a la Iglesia
el canon de los Libros sagrados y hace que los comprendan
cada vez mejor y los mantengan siempre activos. Así... el Espíritu
Santo, por quien la voz viva del Evangelio resuena en la Iglesia, y
por ella en el mundo entero, va introduciendo a los fieles en la
verdad plena y hace que habite en ellos intensamente la palabra
de Cristo (cf. Col 3, 16)» 2.
Desde su ordenación hasta su muerte, en efecto, vivió
acogido al amor de la Divina Palabra (=DP). Dispensarla, Fray
Luis diría declararla, fue la más importante de sus actividades;
estudiarla, el más urgente de sus deberes. Funciones una y otra
de un ministerio siempre al servicio del Verbo, no sólo en la
predicación, sino también en el estudio, y dialogando, y
discutiendo, y meditando y escribiendo. Sirvió a la Palabra de
Diossirviéndola, de presbítero y de obispo, en privado y en
público, como catequista, orador, liturgista, escritor y salmista
redivivo. En las reflexiones que siguen me atendré a su oficio de
predicador.

1. MINISTRO DE LA PALABRA
Una vez presbítero de la comunidad hiponense (391), solicita
de su obispo Valerio tiempo hábil, por lo menos hasta Pascua,
«para meditar las divinas Escrituras» 3, en cuyos salubérrimos
consejos espera estar para entonces, o tal vez antes, instruido 4.
Se le alcanza ya sin dificultad que debe estudiarlas y dedicarse a
la oración y a la lectura, pues los hechos le han enseñado qué
necesita un hombre para distribuir el sacramento y la Palabra de
Dios, pero aún desconoce cómo administrar tales misterios
buscando la salvación de los otros antes que el propio beneficio
5. «¿Cómo conseguir eso, se pregunta, sino pidiendo, llamando
y buscando, es decir, orando, leyendo y llorando, como el mismo
Señor preceptuó?» 6 Vive hasta el episcopado (395), pues,
«meditando día y noche la divina ley» 7 y comunicándosela
generoso al monasterio del huerto, en cuya comunidad ha de
encontrar, cuando ciña la mitra, eficaces colaboradores de la
Iglesia local y, andando el tiempo, fecundo plantel de sacerdotes
8. San Posidio atribuye tan prodigioso desarrollo a la madurez
bíblica del grupo y al ejemplar magisterio del joven monje 9,
llamado pronto a «edificar la Iglesia del Señor con la palabra de
Dios y la recta doctrina» 10.

Dispensador de la palabra y del sacramento 11 es la
definición de sacerdote que recurre en sus escritos, desde las
primeras cartas hasta los sermones, donde a menudo figura
como partiendo y repartiendo el pan: «Pero la paz -predicó por
mayo del 411 en Cartago- es semejante a aquel pan que se
multiplicaba en las manos de los discípulos del Señor cuando
ellos lo partían y repartían (frangendo et dando)» 12. Servicio de
amor ejercido con infatigable constancia hasta los últimos días
de vida. El entrañable amigo y biógrafo Posidio asegura que
«hasta su postrera enfermedad predicó ininterrumpidamente la
palabra de Dios en la iglesia con alegría y fortaleza (alacriter et
fortiter), con mente lúcida y sano consejo» 13.
La palabra que procuraba declarar a los fieles llegaba a éstos
como fruto de una riquísima vida interior, es decir, resultado de
intensa meditación, selectiva traducción y cuidadosa exposición a
la vez 14, servida como pan tierno sobre la mesa 15, horneado al
fuego lento de un laborioso estudio escriturístico y de una
incesante plegaria. El ápice de la elocuencia, decía él, consiste
en crear espacios de silencio, o sea, condiciones propicias para
pensar, momentos oportunos de callar, actitudes ideales para
adorar, circunstancias, en fin, atingentes a esa vida que
diariamente se abre a Dios, como las flores. La ordenación hizo
de nuestro retórico de Tagaste eso: un diligente servidor de la
palabra 16.
Hay en la expresión de que vengo hablando llama evangélica,
resonancias paulinas, peso patrístico y hondura teológica.
Ministro de la palabra y del sacramento equivale,
agustinianamente, a ser como un ecónomo de la gracia,
administrador de los misterios, pontífice entre Dios y los
hombres, criado fiel y solícito partiendo y repartiendo el pan de la
Palabra y de la Eucaristía 17; buen samaritano, en resumen, que
levanta de la cuneta al malherido para curarle piadosamente en
el mesón las heridas del cuerpo y del corazón 18.
Es orador sagrado, según él, quien «interpreta y enseña la
Escritura» 19 el que sabe con ella caminar como defensor de la
fe y debelador del error, pronto a dialogar y a exponer pronto
con sabiduría y elocuencia. Y si con elocuencia no, porque no a
todos es dada, sí, al menos, con sabiduría, tanto más grande y
abundante en el desempeño del oficio, cuanto mayor sea el
conocimiento de la Escritura, que no consiste ni primaria ni
principalmente en leerla mucho y aprendérsela de memoria,
aunque bien esté, quién lo duda, sino en «comprenderla con
rectitud y escrutarla con diligencia», más aún, en «penetrar con
el ojo de la mente su mismo corazón», porque «tanto más o
menos sabiamente habla un hombre cuanto más o menos
hubiere aprovechado en las santas Escrituras. No digo -explica-
en tenerlas muy leídas y en saberlas de memoria, sino en calar
bien su esencia y en indagar con ahinco sus sentidos» 20.
Dispensar la Palabra de Dios revestía para él, por eso mismo,
un carácter carismático. Convencido por fe de la acción profunda
del Espíritu en el fondo del alma, Agustín de Hipona no pretende
otra cosa cuando predica que ser, dijérase con el lenguaje de la
técnica moderna, un amplificador, como si de un altavoz se
tratase repitiendo lo que una voz divina le inspira, ya que «todos
nosotros -aclara- tenemos por maestro interior a Cristo» 21. Él
entonces no hace más que servir lo que la gracia divina le quiere
dar: «Quiera el Señor favorecernos con su gracia, como lo
esperamos, para que yo merezca recibir de su mano la vianda
que me propongo serviros» 22. 
PREDICACION/ORACION: «Los que hablan con elocuencia
son oídos con gusto. Los que sabiamente, con provecho» 23.
Mas como para hablar es preciso antes saber escuchar, «pierde
el tiempo predicando exteriormente la palabra de Dios quien no
es oyente de ella en su interior» 24. Dicho de otro modo, la
palabra de un predicador que no entiende esta voz, resulta vana.
El Vaticano II, hablando de la lectura asidua de la Escritura,
recogió este sabio pensamiento en la Dei Verbum, 25, según
veremos en la última parte de este trabajo. Se explica, pues, su
afán de estudiar las divinas Escrituras y el carácter
eminentemente bíblico de su predicación, elemental al principio,
claro es, y por eso mismo necesitado de oportuno aprendizaje,
pero incesante siempre y progresivo, ya que, siendo maestro, se
siente discípulo. Quiere alimentar a los otros de la misma mesa
de la que él se nutre. Porque, desde esta cátedra -puntualiza-,
aunque seamos para vosotros como maestros, en realidad
somos con vosotros condiscípulos bajo aquel único Maestro 25.

«Quienes predicamos la palabra de Dios a los pueblos no
estamos tan alejados de la condición humana y de la reflexión
apoyada en la fe que no advirtamos nuestros peligros. Pero nos
consuela el que donde está nuestro peligro por causa del
ministerio, allí tenemos la ayuda de vuestras oraciones. Y para
que sepáis, hermanos, que vosotros estáis en lugar más seguro
que nosotros, cito otra frase del mismo apóstol, que dice: Cada
uno de vosotros sea rápido para escuchar y lento, en cambio,
para hablar (Iac 1, 19)» 26. Al fin de sus días, es curioso, se
lamentará de haber tenido que hablar tanto, él, a quien por gusto
le hubiera gustado mucho más callar y escuchar. «¿Cuándo
podré yo suficientemente referir con la lengua de mi pluma -se
pregunta en las Confesiones- todas tus exhortaciones, todos tus
terrores y consolaciones y direcciones, a través de los cuales me
llevaste a predicar tu Palabra y dispensar tu Sacramento a tu
pueblo?» 27.
Dispensar la Palabra de Dios, en fin, es como suministrar «un
espejo en el que podemos mirarnos todos» 28, desentrañar el
sentido de la palabra de Dios, «que penetra hasta el fondo de
nuestras almas y busca el quicio del corazón» 29. La imagen de
Juan reclinando su cabeza en el pecho del Señor le da pie para
definir más y mejor, si cabe, este sublime oficio. El ministerio de
la palabra tiene que ver con los íntimos secretos de Dios, en los
que todo es penumbra que sólo la luz de la humildad ilumina, y
con las disposiciones a veces tan versátiles de los oyentes
donde unos corazones acogen y otros rechazan, unos se rinden
y otros resisten, siendo la palabra, a fin de cuentas, la que ayuda
a discernir, porque «las palabras de nuestro Señor Jesucristo,
máxime las que menciona el evangelista Juan, que no sin razón
reposaba sobre el pecho del Señor, sino para beber el alto
secreto de su sabiduría y verter luego en su Evangelio lo que su
amante corazón bebiera, son tan secretas y profundas a la
inteligencia, que alborotan a los corazones perversos y ejercitan,
en cambio, los corazones rectos» 30.

2. PREDICADOR
De presbítero, primero (391-95); como obispo auxiliar, más
tarde (395-96/97); y por último, en treinta y tres largos años
nada menos (396/97-430), como obispo de Hipona. Al principio
es posible que junto al ambón (pulpitum), presente Valerio en la
cátedra (exedra), y desde el 396/97 hasta el 430 sentado en ella
como enseñante (didáscalos), o sea, desenrollado el texto sobre
sus rodillas. La cátedra tenía para él más importancia que su
mesa de trabajo. El antiguo profesor de Retórica comentaba
ahora, en Hipona y por numerosas iglesias locales de África a la
redonda, el Libro de la Verdad. Así lo pinta el cuadro más
antiguo que de él poseemos: fijos los ojos sobre el Libro y
pendiente a la vez del pueblo arracimado y de pie en el entorno.
La posición sedente daba un aire familiar al discurso, se
prestaba a la intimidad, facilitaba la confidencia, ese contexto
necesario para que el mensaje llegue más persuasivo, el
reproche, si procede, más aleccionador, el inciso más insinuante,
el énfasis más agudo, la novedad más sorprendente, la idea más
honda y la palabra, en fin, más cálida. Si la predicación
(PREDICACION/CONSISTE) consiste a fin de cuentas en hablar
algo sobre Dios, bastante desde Dios y mucho con Dios, Agustín
de Hipona mantuvo este crescendo con extraordinaria fidelidad a
quien por él hablaba, dentro siempre de un clima intimista y
optimista, propicio a la sencillez y a la anticipada confianza con
sus entrañables hiponenses. Así se explican aquellos aplausos
cuando los oyentes intuían por dónde iba a tirar, o el silencio
ante el misterio, o el agrado cuando sonaba la hora de la
confidencia, como el día en que dijo: «Más seguro está quien
oye la palabra que quien la pronuncia» 33.

2.1. Estilo
Una vez presbítero, comprende que su voz, tanto tiempo
pregonando doctrinas profanas, ha de servir en adelante sólo a
la Palabra de Dios. La suya es, ante todo, merece la pena
subrayarlo, Biblia de un pastor de almas. La verdad es que si por
sus escritos se trasluce la extraordinaria personalidad del autor,
en los sermones diríase que éste se hace singular, único. La
llama vida de sus ojos, el irresistible empuje de sus ideas, la
fuerza persuasiva del gesto y el incesante hechizo de su palabra
suave, convicente, cautivadora dimanan, justo es decirlo, de la
entrañable ternura que la Biblia le producía. Diríase que su
predicación es, por encima de todo metahistórica, porque dicha
ya tantos siglos hace, parece, no obstante, de ayer: tan cordial
como inteligente, tan grave como sencilla, tan suave como
sugeridora se trasluce. Quien se adentra por la tupida fronda de
sus sermones advertirá luego que las reglas o teorías
predicacionales expuestas en De doctrina christiana IV fueron
vividas antes de ser redactadas: esbozando allí el retrato del
ministro de la Palabra, Agustín, en realidad, acaso sin quererlo,
nos dejó su propio retrato.
De las modalidades en la oratoria, la más accesible es
propiamente bíblica, porque la Iglesia de su tiempo, como del
nuestro a fin de cuentas, creía ciegamente en el carácter divino
de los Libros santos; y luego porque la Iglesia de entonces, más
aún que la de ahora -y gracias mayormente a su exégesis
alegórica- veía en la Santa Escritura la suma de los
conocimientos humanos. Semejante veneración por la Palabra
de Dios se apoyaba en el respeto que la Antigüedad dispensó
siempre a la palabra en general. Homero y Virgilio se ven
reemplazados, y de modo eminente, por los libros de la Biblia.
Era la suya, por otra parte, una predicación viva, directa,
conectada con el auditorio, de intima familiaridad y, por tanto, de
un carácter carismático que le hacia sentirse, a la vez que
asequible y cordial y directo, uno con su auditorio y, consciente
de su onus episcopatus, responsable de su suerte 37. Predicar
es, dirá desde la misma esencia del oficio, «trabajar con la
palabra y la doctrina por la eterna salud de los hombres» 38.
La forma externa de sus sermones le consiente a uno percibir
sin tardanza un estilo muy personal, compuesto de elementos a
menudo diferentes entre sí, cuando no contrapuestos, capaces,
cómo no, de arrancar la atención dei público. Una gran
simplicidad aliada a una exuberancia a veces barroca, una viveza
familiar asociada a una elevación que más de una vez tiende a
ser hasta patética, un lenguaje llano, simple, sencillo, corriente,
pero adornado de artificios propios de quien es orfebre del
idioma, amigo de jugar con los sonidos y las palabras, y sobre
todo con unción bíblica que corre al unísono de elementos
populares que hacen recodar la diatriba estoica y cínica. Estos y
otros elementos, a la postre, tan diversos entre sí, como digo,
constituyen conjuntamente un estilo personal, singular, lírico a
veces.
Más que analizar este estilo desde las reglas y preceptivas de
la retórica antigua, cumple tener presente que tal predicación,
toda ella nutrida de la Biblia, pertenece, a pesar de los muchos
elementos tradicionales, a otro mundo bien diverso del forjado
por la Retórica antigua. Se trataría, a decir verdad, de un estilo
más que nada homilético, acorde con las normas que él mismo
dejó teorizadas, expuestas, en el De doctrina christiana, para el
orador cristiano.

2.2. Método
El de su predicación bíblica no es otro que explicar los
versillos litúrgicos utilizando un discurso que, en ocasiones,
puede antojarse extrañamente fragmentario y como
desparramado. Produce el efecto típico del miope sin gafas
descifrando línea por línea. Jamás una mirada de conjunto, ni
resumen de un período. Los predicadores de su tiempo seguían
los métodos de los glosadores bíblicos, los cuales se plegaban
de buen grado a lo que en la escuela habían aprendido: el
grammaticus, por ejemplo, a base de seguir su método ancestral
para comentar a Homero y Virgilio. Es raro que Agustín anuncie
de propósito el tema fundamental de un salmo o sermón de
Cristo en el IV Evangelio. Le basta, eso sí, una frase, un versillo,
un fragmento, una preposición simplemente, para sus rápidas y
verosímiles y maravillosas construcciones. Una sola palabra de
los salmos, por ejemplo, le permite hacer hablar a la Biblia. Como
al arpista a quien las vibraciones de una sola nota le bastan para
que se le despierte concentrada toda la música, así a San
Agustín un simple concepto, un adjetivo, una preposición si
acaso, le permiten hacerse con la sonoridad de toda la Biblia.
Encontramos diseminadas en sus sermones señales por las
que alcanzar una idea muy aproximada de lo que debió de
suponer para él este pesado compromiso de la predicación. Tal
vez en ninguna parte haya dejado una descripción con tanto
colorido, con tanta viveza, tan pletórica de su actividad
homilética, de sus temores y esperanzas de predicador, como en
un sermón del aniversario de su consagración (de proprio natuli)
que ha llegado a nosotros, sermón que podría calificarse, a juicio
de la afamada estudiosa Cristina Mohrmann, como las
Confesiones de San Agustín 40.

2.3. Contenido
Invariablemente, y fundamentalmente, la Biblia. Lo demás, y
en dicha expresión están contenidos todos los saberes profanos
(filosofía, artes liberales, historia, etc.) será siempre accesorio,
en función ancilar. De tal modo vive en y de la Escritura que le
basta una asociación de palabras para dar vida, rápidamente, a
un término ignorado, y hacerle dulce como la miel. Su medio vital
es, en principio, evidentemente el Nuevo Testamento. Pero es
sobre todo en los salmos, como digo, donde se siente invadido
por esta dulce y penetrante suavitas que él considera
indispensable y, a su juicio, digna de ser transmitida como sea
en un sermón. Agustín es capaz de sacar de un solo versillo
salmódico, ya digo, multitud de cosas: a menudo es de una
claridad cristalina que recuerda ciertas páginas de los diálogos
de Platón. Es la seguridad y la simplicidad conjuntamente vividas
por un cristiano de la llamada época decadente, meta accesible
por asidua lectura del Libro de los libros.

2.4. Exegesis
No abordo aquí el ancho y complejo asunto de la
interpretación bíblica, con todas las técnicas y recursos, por
considerarlo materia propia de la Biblia en sí misma. Baste sólo
decir, en función de la Biblia y del Agustín predicador, que con
un procedimiento como el referido, la exegesis se eleva
insensiblemente hasta el estilo grandioso, sublime. Para los
antiguos, la exégesis alegórica era, por supuesto, el mejor medio
de evadirse de la esclavitud de la letra y elevarse a regiones
superiores, sin quedar clavado en las banalidades del
comentario letra a letra. Desde su teoría de la iluminación,
pensaba que los diferentes lectores podían descubrir en los
Libros santos lo previsto por el Espíritu Santo, quien había
incluido y, en consecuencia, querido dichas posibilidades en este
libro que sobrepasa toda ciencia, llamado Biblia. Es la teoría de
la pluralidad de sentidos de la Escritura sobre una letra única.
Junto al sentido histórico, coloca el etiológico (que suministra el
motivo o la razón de ser), el analógico y el alegórico, y éste no
menos probante que el primero 42. La Biblia, en resumen, está
llena de enigmas, y él pensaba ingenuamente que Dios lo había
querido así con un propósito pedagógico.
Pero su mejor exégesis es la que brota espontánea, grácil,
suave, de la diaria meditación, de ese momento en que el
obispo, antes de empezar la celebración de los santos misterios,
se recoge en el secretarium (recinto de la basílica equivalente a
la sacristía). Nada se reserva ni esconde al pueblo de cuanto en
la meditación bíblica descubre. Pero tampoco hay dos
enseñanzas, una para los sencillos y otra para los doctos. La
fuente de la verdad cristiana es una sola y accesible a todos. De
ahí que los temas de los sermones sean idénticos a los de sus
libros y opúsculos, con la evidente diferencia que siempre hay
entre palabra oral y palabra escrita. Claro es que Agustín se
preocupó de estudiar la Biblia también en sus obras más sólidas,
pero esto, queda ya dicho, sale ahora de mi campo. 
Pedro Langa Aguilar
RELIGIÓN Y CULTURA/200. Págs. 69-78
....................
1 Conf. Xl, 2, 3 (BAC 11, pp. 465s.; 5ª. ed.
2 Constitución dogmática «Dei Verbum» sobre la divina revelación, 8
(Concilio Vaticano II, Consti- tuciones. Decretos. Declaraciones.
Legislación posconciliar. BAC 252, p. 166; 5ª. ed.).
3 Ep. 21, 3 (BAC 69, p. 76; 2ª. ed.).
4 Ep. 21, 6 (BAC 69, p. 79); LANGA, P., «La ordenación sacerdotal de San
Agustín»: RA 33 (1992) 51-93, esp. 59s.
5 Ep. 21, 3 (BAC 69, p. 76)
6 Ep. 21, 4: petendo, quaerendo, pulsando, id est orando, legendo,
plangendo (p. 77). Nótense implícitamente juntos el estudio y la oración,
como requisitos para entender la Escritura, en el asindeton de los seis
gerundios.
7 POSIDIO, Vita Augustini (=VA), 3 (BAC 10, p. 307, 4º. ed.); LANGA, P., «La
ordenación sacerdotal»: RA 33, p. 54.
8 Cf. POSIDIO. VA 11. 1: LANGA, P.: RA 33, p. 63, n. 44.
9 VA 11, 1: «Proficiente porro doctrina divina sub sancto et cum sancto
Augustino» (p. 318). Cf LANGA, P.: RA 33, pp. 62s.
10 VA 5, 2 (BAC 10, p. 310).
11 Sobre la socorrida expresión Dispensator verbi et sacramenti véanse
TRAPÉ, A., S. Agostino. L'uomo, il pastore, il místico. Editrice Esperienze,
Fossano 1976, esp. c. 22. Dispensator verbi pp. 195-203; LANGA, P., «La
ordenación sacerdotal...», esp. 2. «Dispensator verbi, et sacramentiç: RA
33, pp. 70s, nc 70; ID., n 33. «Dispensator verbi et sacramenti»: BAC 541,
pp. 805-807.
12 Serm. 357, 2 (BAC 461, p. 273); Conf. X 30, 41: «antes de ser dispensador
de tu sacramento (antequam dispensator sacramenti tui fierem)» (BAC 11,
p. 427). Más de 25 veces ha contabilizado LAMIRANDE, E., nc 16.
Dispensator (Dispensatio dispensare): BA 32, pp. 709s; Id., nc 50.
13 VA 31 (BAC 10, p. 363).
14 Cf. De s. D. in mont. II, 30; In Ps. 77,42.
15 In lo. 34, 1: «Nadie se lamentará de no haber gustado del pan de la palabra
que en la mesa se ha puesto [posito pane verbi]» (BAC 139, p. 675).
16 HAMMAN, A. G., La vida cotidiana en África del Norte en tiempos de San
Agustín. F. A. E. - O. A. L. A., CETA. Iquitos-Madrid 1989, esp.. El servidor de
la Palabra pp. 284-294. LANGA, P., «San Agustín y el hombre de hoy.
Charlas en Radio Vaticano». Religión y Cultura. Madrid 1988, pp. 93-95; ID.:
RA 33, p. 72, n. 77.
17 LANGA, P., RA 33, p. 72, n. 78.
18 LANGA, P., RA 33, p. 72.
19 De d. chr. IV, 4, 6: Divinarum Scripturarum tractator et doctor (BAC 168. p.
220)
20 De d. chr. IV, 5, 7: «Porque hay algunos que las leen y las descuidan; las
leen para retenerlas de memoria. y descuidan entenderlas A los cuales sin
duda debe preferirse los que no tienen tan en la memoria sus palabras,
pero ven el meollo de ellas con los ojos de su espíritu. Pero mejor que
ambos es aquel que cuando quiere las expone y las entiende a
perfección» (BAC 168, p. 222); Serm. 128, 5, 7.
21 In Io, 20, 3
22 Serm. 145, 1.
23 De d. chr. IV, 5, 8 (p.223).
24 Serm. 179,1 (BAC 443, p.754).
25 Cf. In Ps. 126,3.
26 Serm. 179,1 (BAC 443, p 754)
27 Confesiones Xl, 2. 3 (BAC 11, p.465).
28 Serm. 301 A, 1 (BAC 448, p.386).
29 Serm. 301 A,1 (BAC 448, p.386).
30 In lo. 20, 1 (BAC 139, p. 458).
33 Cf. Serm. 23,1 (BAC 53, pp. 363s).
37 Serm. 52, 4, 8: «Os agrada la dificultad propuesta. Dios nos ayude para
que os agrade también una vez resuelta. Fijaos en lo que digo, para que
nos libere tanto a mí como a vosotros. En el nombre de Cristo nos
mantenemos en una misma fe, bajo un mismo Señor vivimos en una
misma casa, bajo una sola cabeza somos miembros de un mismo cuerpo,
y un mismo espíritu nos anima» (BAC 441, p. 56).
38 De d. chr. IV, 30.63. (BAC 168. D. 284: 2ª. ed.).
40 Se trata del Serm. 339 (BAC 461. pp. 3-21).
42 Cf. De d. chr. lIl, 27, 38; Conf. Xll, 30, 41-31,42; sobre los cuatro sentidos de
la Ecritura, véase De u. cred. 3.
45 Cf. In Ps. 90, 2,1; Ep. 28, 3, 3; 82, 1, 3; 137, 1,3; Conf. XII, 14-17-32,43).
46 Cf. Conf. Xl, 2,2-4; Ep. 261,5; De c. evang., p. 412; TRAPE, A., BAC 422, pp.
409 ss.
47 Cf. De Trin. I-V; De p. mer. 1, 33,33 -28, 56; De sp. et litt.; De gratia et libero
arbitrio; De unitate Ecclesiae.
48 Cf. De Gen. Iitt. I, 21, 41.

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