HOMILIA
I
1.
Me parece a mi que cada palabra de la divina Escritura es semejante a una
semilla, a cuya naturaleza pertenece que, una vez arrojada en tierra,
regenerada en una espiga o en cualquier otra especie de su género, se
multiplique, tanto más cuanto más trabajo haya puesto en las semillas el
experto agricultor o las haya entregado al beneficio de una tierra más
fecunda. Así ocurre que, gracias a la diligencia en el cultivo, una pequeña
semilla, por ejemplo, de mostaza, que es la más pequeña de todas,
resulta mayor que todas y se hace un árbol, hasta el punto de que las
aves del cielo vienen y anidan en sus ramas 1.
Asi
sucede también con esta palabra de los libros divinos que se nos ha proclamado
si encuentra un experto y diligente cultivador; aunque al primer contacto
parezca menuda y breve, en cuanto comienza a ser cultivada y tratada con
arte espiritual, crece como un árbol y se extiende en ramas y brotes, de
tal modo que pueden venir los discutidores y oradores de este mundo 2, que
como pájaros del cielo, con alas ligeras, esto es, con la pompa de las
palabras, persiguen las cosas excelsas y arduas y, prisioneros de sus
razonamientos, querrían habitar en esas ramas en las que no hay elegancia
de palabras, sino una regla de vida.
¿Qué
haremos, pues, nosotros con lo que se nos ha leído? Si el Señor se
dignase concederme el talento del cultivo espiritual, si me diese
habilidad para cultivar la tierra, una sola palabra de las que se han
proclamado podría ser desarrollada a lo largo y a lo ancho, siempre que
lo permitiese la capacidad del auditorio, de tal modo que a duras penas
nos bastaria un día para terminar.
No
obstante, intentaremos, en la medida de nuestras fuerzas exponer un poco,
aunque no podamos explicarlo todo, ni a vosotros os sea posible oírlo
todo. Por otra parte, el reconocer que tal conocimiento supera nuestras
fuerzas, me parece ya un signo de experiencia no pequeña.
Veamos
qué contiene la lectura en el principio del Éxodo, y, con la máxima
brevedad posible, expongamos cuanto basta para la edificación de los
oyentes; pero sólo si ayudan vuestras oraciones para que la Palabra de
Dios nos asista y se digne ser ella misma la guía de nuestra
palabra.
2.
Éstos son, dice, los nombres de los hijos de Israel que entraron en Egipto
juntamente con Jacob su padre, cada uno con toda su casa: Rubén, Simeón,
Leví, Judá y los restantes patriarcas. Pero José, dice, estaba en
Egipto. El número de los descendientes de Jacob era de setenta y cinco
3.
Si
alguno puede advertirlo, yo considero que este misterio es aquel del que habla
el profeta: A Egipto descendió mi pueblo, para habitar allá, y fue
llevado por la fuerza al país de los asirios 4.
Si
alguno es capaz de comparar entre si estos textos y, gracias a comentarios
de nuestros antepasados, o bien de contemporáneos, o incluso de nosotros
mismos, y de comprender qué significa el Egipto al que el pueblo de Dios
descendió y quiénes son los asirios que los deportaron por la fuerza,
podrá comprender, en consecuencia, qué significa el número y el orden
de los patriarcas o qué designan su casa y su familia que, según se
dice, entraron juntamente con Jacob, su padre, en Egipto 5. En efecto, dice:
Rubén, con toda su casa, y Leví con toda su casa 6, y del mismo modo
todos los demás. Pero José estaba en Egipto 7, y tomó esposa de Egipto
y, aunque sepultado allí, se le cuenta en el número de los
patriarcas.
Así,
pues, si alguno puede explicar estas cosas en sentido espiritual y seguir
la interpretación del Apóstol, cuando al decir que hay un Israel según
la carne 8 separa y divide a Israel para indicar, sin duda, que hay otro
según el espíritu; y si alguno considera más diligentemente la Palabra
del Señor con la que designa esta misma realidad cuando dice de uno: He
aquí un verdadero israelita en quien no hay engaño 9, dando a entender
que algunos son verdaderos israelitas, pero otros no, entonces podrá, quizá,
comparando unas cosas espirituales con otras espirituales 10 y
confrontando las antiguas con las nuevas y las nuevas con las antiguas,
percibir el misterio de Egipto y del descenso a él de los patriarcas.
Contemplará también las diferencias entre las tribus para deducir qué es lo
que pareció eximio en la tribu de Leví para que de ella sean elegidos
los sacerdotes y ministros del Señor y qué es lo que el Señor
consideró especial en la tribu de Judá para que de ella sean tomados los
reyes y los príncipes y—lo más importante—de ella naciera según la
carne nuestro Señor y Salvador.
Yo
no sé si estos privilegios han de referirse a los méritos de aquellos de
quienes la estirpe toma el nombre o el origen, esto es, al mismo Judá o a
Leví o a cualquiera que diese nombre a una tribu. Me inclina en este
sentido lo que escribió Juan en el Apocalipsis sobre este pueblo que
creyó en Cristo. Dice así: De la tribu de Rubén, doce mil hombres y doce
mil de la tribu de Simeón 11 y lo mismo de cada una de las doce tribus;
en total son ciento cuarenta y cuatro mil 12, que no se mancharon con
mujeres, sino que permanecieron vírgenes. Porque, a buen seguro, el hecho
de que esto pueda ser referido a las tribus de los judíos, de Simeón, de
Levi y de las otras que tienen su origen en Jacob no puede ser una
conjetura vana o inconveniente.
A
qué padres haya de referirse este número de vírgenes tan igual, tan íntegro,
tan armonioso que ninguno es superior o inferior a otro, yo no me atrevo a
seguir examinándolo, pues ya he corrido algún riesgo en llegar hasta
aquí. No obstante, el Apóstol sugiere algunas conjeturas a los capaces
de una inteligencia más profunda, cuando dice: Por esto doblo mis
rodillas ante el Padre de quien toma nombre toda paternidad en el cielo y en
la tierra 13.
Ciertamente
no parece difícil de entender en lo que se refiere a la paternidad terrena:
es a los padres de las tribus o de las casas—a los que se remite la
sucesión de la posteridad—a quienes designa conjuntamente la expresión
«toda paternidad»; pero por lo que se refiere a lo que se dice del
cielo, conocer cómo o de qué clase son padres o con respecto a qué
posteridad se habla de paternidad celestial, es propio sólo de aquel a
quien pertenece el cielo del cielo 14, pero la tierra se la dio a los
hijos de los hombres 15.
3.
Descendieron, pues, los padres a Egipto, Rubén, Simeon, Leví, cada uno con
toda su casa 16. ¿Por qué detalla que entraron en Egipto con toda su
casa? Se añade además: Y todas las almas que entraron con Jacob, setenta
y cinco 17. Al hablar de almas aquí, ya casi la palabra profética habla
desvelado el misterio que había ocultado por todas partes, mostrando que
no dice esto de los cuerpos, sino de las almas. Aunque queda aún algo de
velo. Porque es costumbre—según se cree—decir almas en lugar de hombres.
Así, setenta y cinco almas descendieron con Jacob a Egipto. Éstas son
las almas que engendró Jacob. Yo no creo que cualquier hombre pueda
engendrar un alma, a no ser que sea de la misma calidad que aquel que pudo
decir: Pues aunque tengáis muchos miles de pedagogos en Cristo, no muchos
padres. Pues yo os engendré en Cristo Jesús por el Evangelio 18
Tales
son los que engendran almas y las alumbran, como dice en otro lugar: Hijitos
míos, a los que alumbro de nuevo hasta que Cristo sea formado en vosotros
19. Los otros o no pueden o no quieren llevar la carga de semejante
generación. Por último, ¿qué dice Adán ya desde el principio? Esto
sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne 20, pero no añade: y
alma de mi alma. ¿Querrías decirme, oh Adán, si has reconocido al hueso de
tus huesos y has sentido la carne de tu carne, por qué no has entendido
que el alma procedía de tu alma?
Si
entregaste todo lo que en ti había, ¿por qué no haces mención, junto con
todo lo demás, del alma que es la mejor parte del hombre? Parece dar un
indicio a los inteligentes: al decir hueso de mis huesos y carne de mi
carne, confiesa como suyas las cosas de la tierra, pero no se atreve a
llamar suyas las que sabe que no son de la tierra. Del mismo modo Labán
cuando dice a Jacob: Hueso mio y carne mía eres tú 21, él mismo no se
atreve a llamar suyo más que lo que reconoce perteneciente a la
consanguinidad terrena. Muy otra es la parentela de las almas que
acompaña a Jacob en su descenso a Egipto o que es adscrita a los
restantes patriarcas y santos bajo la enumeración de mística posteridad.
Pero no sé cómo un ataque violento de las olas nos ha conducido a alta
mar, a nosotros, que nos habíamos propuesto navegar con un curso cercano
a la tierra y ceñirnos de algún modo al litoral. Ea, pues, volvamos a lo
que sigue.
4.
Murió—dice—José, y todos sus hermanos y toda aquella generación. Los
hijos de Israel crecieron y se multiplicaron, se expendieron en una gran
multitud y se hicieron muy poderosos; en efecto, la tierra los multiplicó
22. Mientras vivía José no se dice que se multiplicaron los hijos de
Israel, ni se recuerda nada de este crecimiento en gran número. Yo,
creyendo las palabras de mi Señor Jesucristo, pienso que no hay en la Ley y
los profetas una iota o un ápice vacío de misterios, y pienso que no
pasará uno de ellos, hasta que todos se cumplan 23. Pero, puesto que
somos de exigua capacidad intentémoslo sólo hasta donde estemos
seguros.
Antes
de que muriese nuestro José, aquel que fue vendido por treinta monedas por
uno de sus hermanos, Judas, eran muy pocos los hijos de Israel. Pero
cuando por todos gustó la muerte, por la cual destruyó al que tenía
poder sobre la muerte, esto es, al diablo 24, fue multiplicado el pueblo
de los fieles, y se extendieron los hijos de Israel y los multiplicó la
tierra y crecieron muchísimo 25. Pues, como él mismo dijo, si el grano de
trigo no hubiese caído en tierra y hubiese muerto 26, la Iglesia no
habría dado este gran fruto sobre todo el orbe de la tierra. Pero
después de que el grano cayó en tierra y murió, de El resucitó toda la mies
de los fieles y se multiplicaron los hijos de Israel y se hicieron muy
poderosos 27. A toda la tierra, en efecto, se ha extendido la voz de los
apóstoles y hasta los límites del orbe sus palabras 28 y por medio de
ellos, como está escrito, la Palabra del Señor crecía y se multiplicaba 29.
Esto por lo que se refiere al sentido místico. Pero no olvidemos aquí el
sentido moral, ya que edifica las almas de los oyentes.
Pues
si también en ti muere José, es decir, si recibes en tu cuerpo la
mortificación de Cristo y haces morir tus miembros al pecado 30 entonces
se multiplican en ti los hijos de Israel. Por hijos de Israel se entienden
los sentimientos buenos y espirituales. Pues si son mortificados los
sentidos de la carne, crecen los sentidos del espíritu y cada dia,
muriendo en ti los vicios, se aumenta el número de las virtudes; pero
también la tierra te multiplica en obras buenas, cumplidas por medio del
cuerpo. Si quieres que te muestre a partir de las Escrituras quién es
aquel a quien la tierra ha multiplicado, contempla al apóstol Pablo
cuando dice: Si vivir en la carne supone para mi el fruto de las obras, no sé
qué elegir. Me siento apremiado por las dos partes: deseo morir y estar
con Cristo, que es con mucho lo mejor, pero permanecer en la carne es más
necesario por vuestra causa 31. ¿Ves cómo lo multiplica la tierra? Mientras
permanece en la tierra, esto es, en la carne, se multiplica fundando
Iglesias, se multiplica adquiriendo un pueblo para Dios y predicando el
Evangelio de Dios desde Jerusalén y en todas direcciones hasta el Ilírico
32. Pero veamos qué es lo que sigue.
5.
Se levantó entonces otro rey en Egipto, que no conocía a José. Y dijo a su
pueblo: mirad, el pueblo de los hijos de Israel se ha convertido en una
gran multitud y ha llegado a ser más poderoso que nosotros 33.
Antes que nada quiero examinar quién es en Egipto el rey que conoce a José y
quién el que no lo conoce. Mientras reinaba el que conocía a José no se
dice que fueran afligidos los hijos de Israel ni que estuviesen agotados
de trabajar el barro y el ladrillo 34, ni que sus hijos fueran asesinados
y sus hijas dejadas con vida 35. Pero sólo cuando se levantó el que no
conocía a José y comenzó a reinar, se narran todas estas cosas. Veamos quién
es este rey.
Si
es el Señor quien nos conduce y si el sentimiento de nuestra alma, iluminado
por el Señor, guarda siempre memoria de Cristo, haciendo lo que el
apóstol Pablo escribe a Timoteo: Acuérdate de Jesucristo resucitado de
entre los muertos 36, entonces, nuestro espíritu —mientras recuerda
estas cosas en Egipto, esto es, en nuestra carne—, posee el reino con
justicia y no cansa con el trabajo del barro y el ladrillo a los hijos de
Israel, que antes hemos llamado sentimientos espirituales o virtudes del
alma, ni los debilita con preocupaciones e inquietudes terrenas. Pero si
nuestro entendimiento ha perdido la memoria de estas cosas, si se ha
alejado de Dios y ha desconocido a Cristo, entonces la sabiduría de la
carne, que es enemiga de Dios, hereda el reino 37 y habla a su pueblo, las
pasiones corporales y, convocados a consejo los jefes de los vicios, se inicia
la deliberación contra los hijos de Israel, sobre cómo rodearlos, cómo
oprimirlos, afligirlos con el barro y los ladrillos, de modo que abandonen
a sus hijos varones, no crien más que a las niñas y construyan ciudades
y fortalezas de Egipto.
Esto
no se nos ha escrito para hacer historia, ni hay que pensar que los libros
divinos narran las gestas de los egipcios; sino que, lo que ha sido
escrito, para instruirnos y advertirnos ha sido escrito 38, para que tú,
que lo oyes, que quizá has obtenido ya la gracia del bautismo, que has
sido contado entre los hijos de Israel y has recibido en ti a Dios como
Rey, y después de esto te has querido apartar del recto camino, hacer las obras
del mundo y cumplir acciones de tierra y trabajos de barro, sepas y
reconozcas que ha surgido en ti otro rey, que no conoce a José 39, un rey
de Egipto, y él te obliga a hacer sus obras, te fuerza a hacer para él
ladrillos y barro. Es él el que, habiéndote impuesto jefes y vigilantes,
te obliga a obras terrenas con látigos y azotes para que le construyas ciudades
40. ÉI es quien te hace recorrer el mundo, y agitar por la concupiscencia
los elementos del mar y de la tierra. Es él, este rey de Egipto, quien te
hace interponer querellas, y por una pequeña pradera de tierra fatigar a
los vecinos con litigios, por no decir el resto: poner insidias a la
castidad; abusar de la inocencia; hacer en casa cosas vergonzosas; fuera de
casa, crueldades, y en lo intimo de la conciencia, villanías. Cuando veas
que tales son tus actos, sabe bien que combates por el rey de Egipto, que
actúas según el espirito de este mundo. Si uno quiere tener sobre esto
un pensamiento más profundo, puede ver en este rey que no conoce a José
al diablo, ese necio que ha dicho en su corazón: no hay Dios 41, que
declara y dice a su pueblo, esto es a los ángeles apóstatas: Mirad: el pueblo
de los hijos de Israel —se trata de los que pueden ver a Dios en
espíritu— es una gran multitud y es más poderoso que nosotros. Venid,
pues, contengámoslos para que no crezcan, no sea que, en caso de guerra,
se alíen con los enemigos, y se vayan de nuestra tierra 42.
¿De
dónde le viene al diablo este pensamiento? ¿Por qué sabe que Israel es un
gran pueblo y más grande que ellos, sino porque a menudo se ha enfrentado
a él, a menudo ha tenido luchas y a menudo ha sido derrotado? Sabe
también que Jacob mismo ha luchado, y que con la ayuda del ángel, ha
derrotado a su adversario y ha sido fuerte contra Dios 43. No dudo de que
también ha luchado con otros santos y que ha mantenido frecuentemente
combates espirituales; por eso dice que el pueblo de Israel es muy grande y más
poderoso que nosotros. Incluso su temor de que cuando venga una guerra
contra él, ellos se alíen con sus adversarios, y después de su
victoria, se marchen de su tierra 44, da a entender que, gracias a lo que
había sido indicado por los patriarcas y por ello sabe que la guerra le
amenaza. Siente que ha de venir aquel que despojará sus principados y
potestades, que triunfará con osadíá y los clavará en el leño de su
cruz 45. Por ello, convocado todo su pueblo, quiere oprimir y limitar en
los hombres el sentido espiritual, aquí figuradamente llamado Israel; y
por eso les impone capataces46, que les obliguen a aprender las obras de
la carne, como se dice en los Salmos: Se mezclaron con las gentes y aprendieron
sus obras 47.
Les
enseña a construir ciudades para el Faraón: «Phiton», que en nuestra
lengua significa «boca que traiciona» o «boca del abismo»; Ramesse,
que quiere decir «erosión de la polilla» y «On» o «Heliópolis»,
que significa «ciudad del sol». ¡Ya ves qué ciudades se manda edificar
el Faraón! Dice: «boca que traiciona»; la boca traiciona cuando miente,
cuando falta a la verdad y a las pruebas. En efecto, él fue mentiroso
desde el principio 48 y por eso quiere que así sean edificadas sus
ciudades. O también «voz del abismo», porque el abismo es el lugar de
su perdición y de su muerte. Otra de sus ciudades es «erosión de la
polilla». En efecto, todos los que le siguen congregan sus tesoros allí
donde la polilla corroe y los ladrones socavan y roban 49. Edifican
también la ciudad del sol, con nombre falso, por aquel que se hizo como
ángel de luz 50. Con estas cosas frustra y ocupa las mentes que han sido hechas
para contemplar a Dios.
Prevé
con todo que la guerra contra él es inminente, y siente que está próxima
la inminente desgracia de su pueblo. Por eso dice que el pueblo de Israel
es más poderoso que nosotros51. ¡Ojalá diga eso también de nosotros!
¡Ojalá sienta que somos más poderosos que él! ¿Cómo podrá sentirlo?
Si cuando lanza contra mí malos pensamientos y pésimos deseos, yo no los
consiento, sino que los rechazo con el escudo de la fe y sus ardientes
dardos 52, si en todo lo que él sugiere a mi mente, yo recuerdo a Cristo mi
Señor cuando dice: Apártate, Satanás. Está escrito: al Señor tu Dios
adorarás, y a Él sólo servirás 53.
Así
pues, si actuamos así, con toda fe y con recta conciencia, también dirá de
nosotros que el pueblo de Israel es grande y más poderoso que nosotros
54. Y cuando dice: No sea que venga contra nosotros una guerra y ellos se
unan a nuestros adversarios 55, prevé, gracias a voces proféticas, que
vendrá contra él una guerra y será abandonado por los hijos de Israel;
que se unirán a su adversario y marcharán hacia el Señor. En efecto,
esto es lo que de él había predicho el profeta Jeremías: Ha gritado la
perdiz. Ha congregado lo que no ha parido, ha amasado sus riquezas, pero no con
justicia. En medio de sus días la han de dejar y, en sus últimos días,
resultará un necio 56. Él percibe que es nombrado en la perdiz, que ha
congregado lo que no ha parido, y que aquellos que sin justicia han
congregado en medio de sus dias lo abandonarán y seguirán a su Creador y
Señor Jesucristo, que los ha engendrado. Pues él ha congregado a los que
no engendró. Y por ello, en sus últimos dias resultará un necio, cuando
toda la creación, que ahora gime 57 por su tiranía, se refugie junto a
su creador y padre 58 y por eso se indigna y dice: No sea que atacándonos
salgan de nuestra tierra 59. No quiere que salgamos de su tierra; lo que
pretende es que siempre llevemos la imagen de lo terreno 60 En efecto, si
nos refugiamos en su adversario, en Aquel que ha preparado para nosotros
el Reino de los cielos, es necesario que abandonemos la imagen de lo
terreno y acojamos la imagen de lo celestial 61.
Por
eso el Faraón ha establecido capataces que nos enseñen sus artes, que hagan
de nosotros artífices de maldad y que nos ofrezcan el magisterio del mal.
Y porque son muchos estos maestros y doctores de maldad que ha establecido
el Faraón, y porque es ingente la multitud de los exactores de este tipo
que a todos exigen, ordenan y que de todos obtienen obras terrenas, por
eso ha venido el Señor Jesús y ha establecido otros maestros y doctores
que, luchando contra aquellos y sometiendo todos sus principados, potestades
y poderes 62, defiendan de sus violencias a los hijos de Israel y nos
enseñen las obras de Israel, y de nuevo nos enseñen a contemplar a Dios
en espíritu, a dejar las obras de Faraón, a salir de la tierra de
Egipto, a despreciar a los egipcios y sus bárbaras costumbres, a deponer
completamente al hombre viejo con sus obras y a revestirnos del nuevo, que
ha sido creado según Dios 63, a ser renovados siempre de día en día 64
a imagen del que nos ha creado, Jesucristo nuestro Señor, a Él la gloria
y el poder por los siglos de los siglos. Amén 65.
........................
1 Cf. Mt 13, 31-32.
2 Cf. 1 Co 1, 20.
3 Cf. Ex 1, 1-5.
4 Cf. Is 52, 4.
5 Ex 1, 1.
6 Cf. Ex 1, 1-2.
7 Cf. Ex, 1, 15.
8 Cf. I Co 10, 18.
9 Jn 1, 47.
10 1 Co 2, 13.
11 Ap 7, 5.
12 Ap 7, 4.
13 Ef 3, 14-15.
14 Hebraísmo. Se trata de un tipo de superlativo: lo más alto del cielo.
15 Sal 115 (113), 16.
16 Cf. Ex 1, 1.
17 Ex 1. 5
18 1 Co 4, 15.
19 Ga 4, 19.
20 Gn 2, 23.
21 Gn 29, 14.
22 /Ex/01/06-07.
23 Cf. Mt 5, 18.
24 Cf. Hb 2, 9-14.
25 Cf. Ex 1, 7.
26 Cf. Jn 12, 24
27 Cf. Ex 1. 7.
28 Cf Sal 19 (18), 5.
29 Hch 6, 7.
30 Cf. 2 Co 4, 10: Col 3, 5.
31 Flp 1, 22-24
32 Cf. Rm 15. 19.
33 Ex 1, 8-9.
34 Cf. Ex 1, 14.
35 Ex 1, 16.
36 2 Tm 2, 8.
37 Cf. Ex 1, 8 ss.
38 Cf. I Co 10, 11.
39 Cf. Ex 1, 8.
40 Cf. Ex 1, 11.
41 Cf. Sal 14 (13), 1
42 Cf. Ex 1. 9-10.
43 Cf. Gn 32, 34.
44 Cf. Ex 1, 9-10.
45 Cf. Col 2, 14-15
46 Cf. Ex 1, 11.
47 Sal 106 (105), 35.
48 Cf. Jn 8, 44.
49 Cf. Mt 6, 19.
50 Cf. 2 Co 11, 14.
51 Cf. 2 Co 11, 14.
52 Cf. Ef 6, 16.
53 Mt 4, 10.(Dt 6, 13).
54 Ex 1, 9.
55 Cf. Ex 1, 10.
56 Jr 17, 11.
57 Cf. Rm S, 22.
58 Cf. 1s 17, 7.
59 Cf. Ex 1, 10.
60 Cf. 1 Co 15, 49.
61 Cf. 1 Co 15, 49
62 Cf. Col 1. 16.
63 Cf. Ef 4, 22. 24: Col 3, 9.
64 Cf. 2 Co 4, 16.
65 Cf 1 P 4, 11.
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