De
LEÓN XIII
Sobre
la devoción del Santísimo Rosario
Del
12 Septiembre de 1897
l.
María a través de la Biblia.
Cuanto
interese fomentar constantemente el culto de la Augustísima Virgen María y
promoverle cada día con más esfuerzos en privado y en público, fácilmente
echará de ver cualquiera que consigo mismo considere el grado altísimo de
dignidad y gloria a que ha sido elevada por el Señor. Desde el principio de los
siglos la destinó para ser Madre del Verbo que había de tomar carne humana; y
por lo tanto de tal manera la distinguió entre todos los seres que existían
más hermosos en los tres órdenes de naturaleza, gracia y gloria, que con
razón la Iglesia, ha aplicado a Ella ellas palabras: Yo salí de la boca del
Altísimo, engendrada antes que existiese ninguna criatura[i].
Mas luego que comenzaron los siglos, caídos en la culpa original nuestros
primeros padres, e inficionados con la misma mancha todos sus descendientes, fue
constituida como prenda restauradora de la paz y de la salvación. El mismo
unigénito Hijo de Dios no pudo menos de dar a su Madre Santísima señales
evidentes de honor: pues cuando hacía vida privada en la tierra, fue mediadora
para la ejecución de dos prodigios, que entonces realizó: uno de gracia, dando
muestras de gozo el niño en el vientre de Isabel, con motivo del saludo que le
dirigió María, el otro de naturaleza, al convertir el agua en vino en las
bodas de Caná; y cuando, al fin de su vida pública, instituía el nuevo
testamento que había de ser sellado con su divina sangre, la encomendó al
Apóstol del amor con aquellas dulcísimas palabras: Ahí tienes a tu Madre[ii].
II.
Como en testamento.
Nos,
pues, que, aunque indignos, hacemos las veces y representamos en la tierra a la
persona de Jesucristo Hijo de Dios, jamás dejaremos de alabar a tan grande
Madre mientras tengamos vida.
Conociendo
que, por lo avanzado de Nuestra edad, no la hemos de tener muy larga, no podemos
menos de reiterar a todos y a cada uno de Nuestros Hijos en Jesucristo, para
dejarles como testamento, las últimas palabras del mismo cuando estaba
pendiente de la Cruz: Ahí tienes a tu Madre.
Y
Nos consideramos plenamente satisfechos, si con Nuestras exhortaciones
consiguiéremos, que cada uno de los fieles nada tenga más arraigado, nada mire
con más amor como al culto de María, y que Nos fuere permitido aplicar a cada
uno las palabras de San Juan que escribió de sí mismo: y desde aquel punto encargóse
de ella el discípulo, y la tuvo consigo en su casa[iii].
III.
Mes del Rosario.
Acercándose,
pues, el mes de Octubre, no omitiremos tampoco en este año, Venerables
Hermanos, la ocasión de dirigiros Nuestras Letras, exhortándoos una vez más
con la mayor solicitud que esté a Nuestro alcance, que procure cada uno, por
medio del Santo Rosario, adquirir méritos para sí y para la Iglesia militante.
Y
esta devoción parece que al finalizar el presente siglo por singular pro
videncia de Dios aumenta de día en día, para excitar la piedad de los fieles
que languidece: y de ello dan testimonio los grandes templos y santuarios que
son celebérrimos por el culto de la Madre de Dios. A esta Madre Divina, a la
cual ofrecimos flores en el mes de Mayo, consagrémosle también con especial
afecto de piedad el fructífero mes de Octubre: pues es muy propio que
dediquemos ambas épocas del año a aquélla que dijo de sí misma: mis
flores dan fruto de gloria y de riqueza[iv].
IV.
Espíritu de asociación.
El
espíritu de asociación a que se inclinan naturalmente los hombres, en ninguna
época se ha hecho más efectivo constituyendo lazos de estrecha unión, como en
la Nuestra; ni nadie ciertamente le condenará, a no ser, que, torciéndose esta
nobilísima inclinación de naturaleza, tienda a malos fines, confederándose y
reuniéndose los hombres impíos en asociaciones de varia especie contra el
Señor y contra su Cristo[v].
Se echa, no obstante, de ver con gozo del alma, que también entre los
católicos se despierta el amor y se procura el fomento de las asociaciones
piadosas, acrecentándose el número de sus individuos, uniéndose todos en
ellas con el vínculo del amor cristiano, considerándolas como domicilios
comunes, de tal manera que pueden llamarse y parecen ser verdaderamente
hermanos. No debe en manera alguna llevar el nombre de asociación fraternal
aquélla donde no exista el amor de Cristo; lo cual condenaba severamente en
otro tiempo Tertuliano con estas palabras: Somos por derecho de naturaleza
vuestros hermanos, como hijos de una madre, aunque tenéis poco de hombres,
porque sois malos hermanos. Pues, ¿cuánto más son dignos del nombre de
hermanos aquellos que reconocen a un Dios como padre, que bebieron un mismo
espíritu de santidad, y de un mismo vientre de ignorancia salieron a la única
luz de la verdad[vi].
V.
Fomento de asociaciones católicas
Muchos
son los motivos que deben excitar a los hombres católicos: a la institución de
estas últimas asociaciones, como las llamadas círculos y bancos agrarios, las
reuniones para recreo del ánimo en los días de fiesta, las que se conocen con
el nombre de patronatos dedicados a la vigilancia y dirección de los niños,
con otras congregaciones y cofradías constituidas sobre excelentes bases. En
verdad todas ellas, aunque por su nombre, forma y especial próximo fin,
parezcan de institución moderna, son antiquísimas; pues se encuentran
vestigios de las mismas en los comienzos de religión cristiana.
Regularizándose más tarde mediante ciertas reglas, distinguiéndose con signos
especiales, obtuvieron privilegios, y empleadas en el culto divino en los
templos, o destinadas al cuidado de las almas y de los cuerpos, se les ha dado
varios nombres según los distintos tiempos. El número de estas asociaciones se
ha aumentado de día en día, de tal modo que, en Italia sobre todo, no hay
ciudad, villa y aun parroquia donde no existan una o muchas.
VI.
La Cofradía del Santo Rosario
Entre
estas asociaciones no dudamos en dar el primer lugar de dignidad a la que
se llama del Santo Rosario. Pues si atendemos a su origen, es de las primeras en
antigüedad, porque se ti por autor de esta institución al mismo Padre Santo
Domingo: si consideramos sus privilegios, está dotada de innumerables gracias
por la munificencia de Nuestros predecesores, La forma y la vida de institución
es el Rosario Mariano, de cuyo poder hemos hablado extensamente en otras
ocasiones. Sin embargo, es mucho mayor la virtud y eficacia del Rosario en
cuanto que es práctica de la asociación que lleva su nombre. A nadie se oculta
lo necesario que es la oración a todos, no porque puedan mudarse por su virtud
los decretos divinos, sino para que según San Gregorio: Los hombres, elevando
a Dios sus plegarias, merezcan recibir lo que el Señor omnipotente tiene
dispuesto concederles desde la eternidad[vii].
Y San
Agustín
el que sabe orar rectamente, sabe también vivir rectamente[viii].
Pero las oraciones tienen más vigor para impetrar el auxilio del cielo, cuando
se dirigen por muchos a Dios, pública, constante y unánimemente; de tal manera
que entonces se hacen como solo coro de súplicas y esto lo declara
manifiestamente aquello de los hechos Apostólicos, cuando se dice que los
Apóstoles que esperaban el Espíritu Santo, perseveraban unánimes en
oración[ix],
Los que oren de este modo, no podrán menos de lograr fruto ciertísimo, y
esto acontece con los Cofrades el Santo Rosario. Pues, así como oran , los
sacerdotes pública y constantemente y por consiguiente con mucha eficacia con
la recitación del oficio divino; también es de cierta manera pública,
constante y común la oración que se hace por los cofrades con el rezo del
Santo Rosario, o Salterio de la Virgen, como se le llama por algunos
Romanos Pontífices.
VII.
Oración pública y común.
Y
por cuanto estas preces públicas, según dijimos, son mucho más excelentes que
las que se hacen en privado, tienen también mayor fuerza de impetración, de
ahí es que se haya dado por los escritores eclesiásticos a esta Cofradía el
nombre de "milicia suplicante inscrita por el Padre Santo Domingo bajo la
bandera de la Madre de Dios" a la que saludan las sagradas letras y los
fastos eclesiásticos como a vencedora del demonio y de todos los errores.
Ciertamente el Rosario Mariano une a todos aquellos que dan su nombre a esta
asociación con un vínculo común a manera de una compañía fraternal y
militar bien constituida y formada, que se compone de un ejército potentísimo
para resistir los esfuerzos de los enemigos, que nos acometen intrínseca o
extrínsecamente. Con mucha tazón pueden, por tanto, aplicarse a sí mismos los
cofrades de esta piadosa asociación aquellas palabras de San
Cipriano:
Tenemos una oración pública y común, y cuando oramos, no elevamos nuestras
plegarias al Señor por uno, sino por todo el pueblo, porque todo el pueblo
somos una misma cosa[x].
Por otra parte nos dan testimonio de la virtud y eficacia de tal súplica los
anales eclesiásticos al consignar la derrota sufrida por las tropas turcas en
la batalla naval en las islas del mar Jónico, como también las victorias
alcanzadas contra los mismos en el siglo pasado en Polonia y en Córcega.
Gregorio XIII quiso que perseverase la memoria del primero de dichos triunfos
con la práctica pública del Santísimo Rosario en el día de Nuestra Señora
de las Victorias, cuyo día lo dedicó después Nuestro predecesor Clemente XI a
la misma Señora bajo la advocación del Rosario, mandando además que se
celebrara dicha fiesta cada año en toda la Iglesia.
VIII.
La oración a los Santos.
Por
cuanto esta milicia es suplicante, inscrita bajo la bandera de la Madre de Dios,
lleva consigo nueva virtud y especial honor. A esto se refiere particularmente,
la salutación angélica repetida muchas veces después de la oración
dominical. Dista mucho de oponerse esta devoción del Rosario a la dignidad de
Dios, pareciendo que hemos de tener por medio de ella más confianza en el
patrocinio de María que en el poder divino; Sino por el contrario, no hay cosa
que más pueda promover el culto del Señor y hacérnosle propicio. La fe
católica nos enseña que no solamente hemos de dirigir a Dios nuestras
plegarias, sino también a los bienaventurados del Cielo, aunque de distinto
modo, porque elevamos nuestras súplicas a Dios como a fuente de toda clase de
bienes, y a los santos corno a intercesores. La oración, dice Santo
Tomás se dirige a alguno de dos maneras, de una en cuanto que ha de ser
despacha da por aquel a quien oramos, y de otra en cuanto que ha de ser
conseguida por mediación de aquel a quien se eleva. Del primer modo oramos
solamente al Señor, porque todas nuestras oraciones deben ordenarse a la
consecución de la gracia y de la gloria, cuyos dones sólo Dios puede otorgar,
conforme a aquello del Salmo 83, 12: "el Señor dará la gracia y la
gloria". Pero del segundo modo dirigimos la oración a los Ángeles y
hombres Santos, no para que por medio de ellos conozca Dios nuestras peticiones,
sino para que nuestras oraciones produzcan su efecto por las súplicas y
méritos de ellos. y por eso se dice en el Apocalipsis 8, 4, que el humo de los
perfumes o aromas encendidos de las oraciones de los Santos subió por la mano
del Ángel al acatamiento de Dios[xi].
IX.
La intercesión de María.
¿Quién
entre todos los bienaventurados podrá competir con la augusta Madre de Dios en
el poder y en la gracia de intercesión? ¿Acaso hay alguno que pueda ver más
claramente en el Verbo eterno, las calamidades que sufrimos y las cosas que
necesitamos? ¿A quién se le dio mayor poder para atraernos la misericordia de
Dios? ¿Quién podrá compararse con Ella en sentimientos de piedad maternal? Es
de notar que no pedimos a los Santos del mismo modo que lo hacemos a Dios, pues
a la Santa Trinidad le pedimos que tenga misericordia de nosotros, pero a todos
los demás Santos les decimos que oren por nosotros[xii]:
mas el modo de orar a la Virgen tiene algo de común con el culto de Dios, de
tal manera que la Iglesia pide a Ella empleando las mismas palabras con que ora
al Señor: Ten misericordia de los pecadores. Muy bien, pues, obran los cofrades
del Santo Rosario al dirigirle tantas salutaciones y súplicas, que vienen a ser
otras tantas guirnaldas de rosas. Tal es la grandeza de María y tanta la gracia
que tiene ante Dios, que aquel que estando necesitado de auxilio no recurre a
Ella, es lo mismo que si deseara volar sin el auxilio de las alas.
X.
Meditar los misterios es oficio angélico.
Hay
también otro motivo de alabanza para esta Asociación que no debemos pasar en
silencio. Siempre que meditamos con el rezo del Salto Rosario los misterios de
nuestra salvación, otras tantas veces practicamos con noble emulación los
oficios santísimos encomendados en otro tiempo a los Ángeles del cielo a
quienes imitamos.
Ellos
revelaron cada uno a su tiempo estos misterios, tomaron parte muy principal en
ellos, diligentísimos fueron al intervenir en los mismos, manifestando en sus
rostros unas veces gozo y alegría y tristeza otras: San Gabriel es enviado a la
Virgen para anunciarle la Encarnación del Verbo eterno: coros angélicos
celebran con cánticos de alegría el nacimiento del Salvador en la gruta de
Belén; un Ángel sugiere a José la huida a Egipto, y que se tuviese allí con
el niño; un Ángel consuela al Señor que a fuerza de dolor sudaba sangre en el
huerto. Vencida muerte, los Ángeles anuncian la resurrección del Señor, y,
subido a los cielos, los Ángeles también proclaman que desde allí ha de venir
acompañado los ejércitos celestiales, con los cuales juntarán las almas de
los escogidos, llevándolas consigo a los cielos, sobre los cuales ha sido ensalzada
la Santa Madre de Dios[xiii].
Pueden
con razón aplicarse a cofrades del Santo Rosario aquellas labras que dirigía
el Apóstol San Pablo
a
los primeros cristianos: Vosotros habéis acercado al monte de Sión la
ciudad de Dios viviente, la celestial Jerusalén, al coro de muchos millares de
ángeles[xiv].
¿Qué cosa puede haber más divina y más dulce que el contemplarle con los
Ángeles y orar juntamente con ellos? ¿Cuánto deben esperar y confiar que
gozarán algún día en el cielo de la compañía bienaventurada de los
Ángeles, aquellos que se asociaron en cierto modo a su ministerio la en tierra?
XI.
Elogios de Pontífices para esta Cofradía.
Por
estas consideraciones ensalzaron con grandes elogios esta Cofradía Mariana, los
Romanos Pontífices, entre los cuales Inocencio VIII la llama Cofradía
devotísima[xv];
Pío V, afirma que por su virtud se ha conseguido que: comenzasen a
madurar repentinamente los fieles de Jesucristo en otros varones, a desvanecerse
las tinieblas de las herejías y a manifestarse la luz de la verdad católica[xvi].
Sixto
V, considerando los frutos que se derivan de esta religiosa institución, se
manifiesta devotísimo de ella; y otros, en fin, o la enriquecieron con grandes
y provechosísimas indulgencias, o se pusieron bajo su tutela, dando a ellas su
nombre con excelentes señales de benevolencia. También Nos, Venerables
Hermanos, movido por el ejemplo de Nuestros predecesores, os exhortamos y
rogamos con encarecimiento, como ya lo hemos hecho muchas veces, que consagréis
especial cuidado al fomento de esta sagrada Cofradía de tal manera que con
vuestro auxilio, cada día se llenen e inscriban nuevos cofrades; que por medio
de vuestra solicitud y con el auxilio del Clero sometido a vuestra vigilancia
que trabaja por la salvación de las almas, conozcan los fieles y estimen
verdaderamente cuánta sea la virtud y utilidad de esta Cofradía para la
salvación de los hombres. y esto lo pedimos con tanto más empeño, cuanto que
en estos presentes tiempos vuelve a excitarse la hermosísima manifestación de
piedad para con la Madre de Dios por medio del Rosario que llaman perpetuo.
XII.
Bendición para esta asociación.
Damos
con grato contento de Nuestro corazón Nuestra bendición a esta asociación, y
deseamos sobre manera que os ocupéis en promoverla con mucha constancia y
diligencia. Esperamos, pues, con gran confianza que han de ser muy valiosas las
alabanzas y oraciones que sin cesar surgirán del corazón y los labios de la
muchedumbre cristiana; y alternando de día y de noche por las varias regiones
del orbe, junten el canto de sus voces concordes con la meditación de las cosas
divinas. y esta perpetuidad de alabanzas y súplicas la significaron hace ya
muchos siglos, aquéllas voces con que era aclamada Judith
con el canto de Ozías: Bendita eres del Señor Dios altísimo tú, oh hija,
sobre todas las mujeres de la tierra... porque hoy ha engrandecido tu nombre de
tal manera, que jamás tus alabanzas cesaron en los labios de los hombres; a
cuyas voces todo el pueblo de Israel respondió clamando: Así sea, así sea[xvii].
Entre
tanto, como prenda de celestiales beneficios, y en testimonio de Nuestra
paternal benevolencia, os damos la Bendición Apostólica con mucho amor en el
Señor a vosotros, Venerables Hermanos, y a todo el clero y pueblo encomendado a
vuestra fe y solicitud.
Dado
en Roma, junto a San Pedro, el día 12 de Septiembre del año 1897, vigésimo de
Nuestro Pontificado. LEON PAPA XIII.
[i]
Eccli.
24, 5.
[ii]
Joan.
19, 27.
[iii]
Joan.
19, 27.
[iv]
Eccli.
24, 23.
[v]
Psalm.
2, 2
[vi]
Apolog,
c. 39.
[vii]
Dial,
L, 1, c. 8.
[viii]
In
Psalm, 118.
[ix]
Act.
1, 14.
[x] De
orat. Domin.
[xi]
S.
Thom., 2-2 q., 83, a 4.
[xii]
S.
Thom., 2-2 q., 83, a 4.
[xiii] Brev.
Rom. Vísp. y Matutin. de la Asunc.
[xiv] Hebr.
12, 22.
[xv] Día
26 Febr. 1491.
[xvi] Día
17 Sept. 1569.
[xvii] Jud.
12, 23 ss.
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