El
problema de la autonomía de la razón va estrechamente unido al del acto de fe.
En el momento en que hay que justificar el acto de fe como un acto plenamente
personal, realizado por tanto en libertad, se pregunta de qué manera puede
llevarse a cabo si, en la base, es la acción de la gracia la que mueve a la fe.
Por otra parte, puesto que la fe tiene como objeto una realidad sobrenatural,
surge inevitable la pregunta de cómo puede la razón conocer autónomamente
este contenido.
En
este horizonte es donde se plantea el problema de cómo puede intervenir la razón
y cómo puede ser autónoma al buscar, realizar y justificar la opción de fe
sin estar obligada por la evidencia de la verdad de la revelación.
Este
tema está presente desde los primeros siglos del cristianismo. Al comienzo de
la Iglesia no constituyó un problema, por el hecho de que los creyentes veían
en el kerigma el sentido último y definitivo de su vida, que se les ofrecía y
que se traducía en la aceptación del bautismo como forma perceptible de su
conversión. Sólo más tarde, tras la provocación del encuentro con el
pensamiento filosófico, el problema se planteó en términos claros.
Esencialmente llegaron a formarse dos tendencias: por una parte, se defendía la
irreductibilidad de la fe a todo conocimiento filosófico (la escuela siria y la
africana); por otra, se pensaba qúe la razón ayudaba a la fe a explicitar su
propio contenido (Justino, Minucio Félix). Con Agustín se llegó a una primera
síntesis, expresada en el credo ut intellegam e intellego ut credam. La razón
no contradice a la fe, sino todo lo contrario: la fe se ve como un momento del
conocimiento y se basa en la autoridad del que revela, para alcanzar
posteriormente a la razón, que lleva a un conocimiento intelectual. En una
palabra, se da una convergencia de la fe y de la razón hacia la única verdad
que se alcanza por caminos distintos.
En
la época medieval, Anselmo de Aosta dará la mejor solución por entonces con
su fides quaerens intellectum. Es decir, la razón alcanzará la cima de su
actividad y de su autonomía al comprender que el objeto en que cree es
incomprensible.
La
primera sistematización que se encuentra en el período moderno se debe al
concilio Vaticano I en el documento Dei Filius (DS 3009-3010 y cánones), donde
se afirma que la fe no es un "movimiento ciego del alma», sino que debe ir
acompañada de la razón, El concilio se encontraba en una situación histórica
en que había que rechazar la concepción de una autonomía completa de la razón,
tal como se pensaba a partir de las teorías ilustradas y racionalistas, según
las cuales sólo puede haber autonomía cuando se prescinde de cualquier forma
de autoridad (cf. las tesis de Hermes, GUnther y -en el lado opuesto pero
llegando a las mismas conclusiones- las de los tradicionalistas Lamennais y
Bautain). El concilio insiste en que en la fe no se puede aceptar esta noción
de autonomía de la razón, pues esto equivaldría- a privar a la revelación de
su carácter trascendente. La razón, por su parte, puede llegar a conocer a
Dios como creador; pero la verdad debe alcanzarse a través del conocimiento de
fe que permite llegar a lo sobrenatural. Contra una autonomía de la razón que
quiere prescindir de toda relación con la verdad de fe, el concilio inculca la
obediencia a " la autoridad de Dios que se revela» (DS 3008). Por tanto,
no existe una autonornía absoluta de la razón, porque los misterios divinos,
por su naturaleza, superan siempre toda posible explicación que dé la razón.
De todas formas, el acto de fe es libre, porque la razón llega a conocer los
argumentos y los hechos de la revelación -en este caso, para el concilio, los
milagros y las profecías- que garantizan a la razón que se trata de un
acontecimiento sobrenatural y trascendente.
En
la perspectiva del Vaticano I, por consiguiente, se afirma que los misterios
superan a la razón, pero que ésta puede comprenderlos en parte porque no hay
dos verdades, sino un "doble orden de conocimiento" (DS 3015); estos
dos conocimientos no pueden entrar en conflicto entre sí, porque la verdad es
única.
El
concilio Vaticano II no tiene en cuenta este problema y asume por completo la
enseñanza del Vaticano I (GS 59). La crisis en que se mueve actualmente la
centralidad de la razón y la presencia cada vez más masiva de las tesis del
posmodemismo obligan a revisar el problema a la luz de un concepto más amplio
de conocimiento personal y de autonomía de la razón.
R.
Fisichella
Bibl.:
G. Rohrmoser Autonomía, en CFF, 150-166; J Alfaro, Fides, spes, caritas, Roma
1968; H. J Pottmever, Der Glaube vor dem Anspn.,ch der Wisse,.lschañ Friburgo
Br, 1968.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Procura comentar con libertad y con respeto. Este blog es gratuito, no hacemos publicidad y está puesto totalmente a vuestra disposición. Pero pedimos todo el respeto del mundo a todo el mundo. Gracias.