Carta Encíclica de GREGORIO
XVI
Sobre la restauración de la
Basílica de San Pablo
Del 21 de diciembre de 1840
1. La Restauración de la
Basílica de San Pablo.
No creo que exista hombre
tan ignorante que desconozca y que no se conduela profundamente ante la noticia
o espectáculo de la triste ruina que ofrece la augustísima basílica del apóstol
Pablo, doctor de las gentes, destruida súbitamente por un voraz incendio,
basílica construida por el emperador Constantino, engrandecida por Teodosio el
Grande, enriquecida por el emperador Honorio y restaurada continuamente por el
celo y solicitud de los Romanos Pontífices, nuestros predecesores, con
cuantiosos gastos y embellecida con el más espléndido culto.
2. Esfuerzo de los Papas por
la reconstrucción del Templo.
A la restauración de ese
grandioso templo enderezó todos sus cuidados y desvelos nuestro piadosísimo
Predecesor de feliz recordación León XII, quien encendido en ardiente deseo de
reedificar aquel antiquísimo monumento, no retrocedió ante ningún gasto ni
providencia necesaria, a fin de erigir nuevamente y embellecer con la mayor
magnificencia posible el monumento más grande de la Religión católica,
volviéndolo a su antigua forma. Por esta causa, con el intento de llevar a feliz
término obra tan importante, determinó que se destinara cada año a ella una gran
suma de dinero del erario pontificio, y esto a pesar de las penurias económicas
penurias económicas por que pasaba el mismo. Pero como si se diese cuenta de que
empresa tan ingente necesitaba de subsidios mucho más abundantes de los que le
podía proporcionar el casi exhausto erario pontificio, confiado en la ayuda de
Dios, no se desanimó; antes bien dio comienzo a la obra mientras escribía a todo
el orbe cristiano una carta encíclica, por la que excitaba e inflamaba
ardientemente los ánimos de todos los fieles, para que prestaran su concurso
generoso a tan magna obra. La voz del Padre Santo no fue desoída y con el
abundante dinero recogido en todo el mundo cristiano y enviado a esta ciudad,
fue posible con la consiguiente alegría de todos, continuar próspera y
felizmente, una obra empezada con tan prometedores augurios, y continuada por
nuestro predecesor de feliz memoria, Pío VIII, durante el breve lapso de su
Pontificado. Ahora bien, desde que fuimos elevados a esta Cátedra de pedro, no
ciertamente por Nuestros méritos, sino por un designio oculto de la divina
Providencia, en tiempos tan erizados de dificultades y perturbaciones y en medio
de tan grandes y , gravísimos cuidados e inquietudes, que r nos ocupan y casi
nos agobian, nada i podría ocurrir de mayor importancia, nada más agradable ni
apetecible, que a trabajar con todas las fuerzas para que a la brevedad posible
se construya y se termine el magnífico templo dedicado al Apóstol pablo, a quién
honramos con profunda veneración.
A este fin hemos procurado
con especial celo y empeño, todos los auxilios del arte y de la industria, sin
dejar nada por explorar ni intentar, para hacer llegar a su deseada coronación
tan magnífica obra. Pese a los ingentes gastos que ha tenido que soportar el
erario pontificio en estos tiempos, tantos que por poco se arruma, y pese a que
los subsidios que la piedad de los fieles espontánea y generosamente enviaba
para la restauración de la basílica ostiense, poco a poco han ido disminuyendo,
sin embargo la construcción de la obra no sólo no ha sido paralizada, sino que
con renovado y confiado empeño ha sido acelerada de modo que con fundamento se
puede esperar, que dentro de no muchos años podremos contemplar el insigne
templo completamente terminado. Gracias a este esfuerzo, podremos, con inmensa
alegría de nuestra alma, recorrer en las sagradas ceremonias el lado transversal
del edificio tan artísticamente acabado y enriquecido, y consagrar con solemne
rito junto con nuestros Venerables Hermanos los cardenales de la santa, romana
Iglesia, el día 5 de octubre, el altar mayor, digno de toda veneración por
contener el santísimo sepulcro de Pablo, librado y salvado milagrosamente del
furor de las llamas, y ahora restaurado con exquisita diligencia.
3. Pero la terminación de la
ingente empresa requiere
la contribución de los
fieles
Mientras comunicamos al orbe
católico tan fausta nueva, nos alegramos y gozamos profundamente en el Señor.
Sin embargo, aunque Nos hemos dedicado a procurar con particular esmero y
diligente celo la terminación de las demás partes de la Basílica, aún falta
mucho, para que se pueda acabar pronto tan espléndido templo.
Como las circunstancias son
tales, que sólo es posible obtener medios pecuniarios de los erarios
pontificios, y en consecuencia una obra empezada con tanta celeridad, se vería
en la necesidad de ser retardada sobremanera, es una obligación de nuestro
cargo, que, siguiendo las pisadas de nuestros predecesores y emulando sus
ejemplos, estimulemos la devoción y piedad de todos los fieles cristianos, para
que se esfuercen en prestar toda su ayuda e industria a la obra de la conclusión
de los trabajos de este nobilísimo y grandioso templo. Abrigamos la más firme
esperanza de que todos, con ánimo decidido y generoso, con gran empeño y
diligencia, querrán secundar esforzadamente nuestros deseos, tratándose
principalmente de la glorificación del Apóstol Pablo, el Maestro de los
gentiles, brillante lumbrera de la ley cristiana, profundo escrutador de los
misterios de Dios, el cual, vestido aun de los mortales despojos, fue huésped
bienaventurado del cielo, guió, ilustró, regó con su sangre y unificó a la
Iglesia santa de Cristo por medio de sus sapientísimos y divinos escritos. y sus
gloriosísimas hazañas. Nadie ignora, ni puede ignorar, cuántas amenazas, penas,
infortunios, trabajos, tormentos, dolores, peligros, en mar y tierra, sobrellevó
con ánimo invencible, arrostró y despreció, para confundir en todo el orbe con
su predicación celestial a la sinagoga, para cubrir de turbación a la filosofía
pagana, para destronar de su solio a la idolatría, y a todas las gentes, y a
todos los pueblos y naciones, disipada la sombra de sus errores, y abjurada la
superstición pagana, convertirlos a Cristo, imbuirlos en los preceptos de la ley
divina. Enseñarles y enderezarles por el camino de la salvación y el sendero del
cielo. ¿Quién no se sentirá vivamente impulsado a trabajar con todas sus fuerzas
en el embellecimiento de su sepulcro, trofeo de victoria, pensando y recordando
estas cosas? ¿Quién no experimentará un ardiente deseo de ver ennoblecido con su
ayuda el templo de Pablo, a quien sabe y siente que debe honrar y venerar como a
maestro y padre? ¿Quién no procurará con incansable solicitud, contribuir
generosamente al embellecimiento, con todo ornato y culto, de esta basílica en
que se veneran con suma devoción, las cenizas de aquel cuerpo, que al decir de
San Crisóstomo, completaba lo que faltaba a Cristo, llevaba sus llagas,
esparcía por doquier su predicación; las cenizas de ese cuerpo por medio del
cual hablaba Cristo y resplandecía su luz con un resplandor superior a todo
brillo, y su voz resonaba más terrible que el trueno para los demonios, por el
cual conocimos a Pablo y al Señor de Pablo?
4. Más que un deber es un
honor contribuir
a la glorificación del
apóstol.
Ojalá, Venerables Hermanos,
que esta exuberancia de ingenio, esa increíble y casi divina abundancia y
riqueza con que se expresó y escribió sobre San Pablo, el sobre toda ponderación
elocuentísimo Crisóstomo se transmitiera a Nosotros, y pudiéramos atraer
vuestros ánimos y corazones a manifestar con toda clase de ayuda vuestra
devoción al Apóstol. También vosotros, Venerables Hermanos, según la medida de
vuestra eximia devoción y egregia piedad hacia San Pablo, con cuya doctrina os
habéis alimentado, haced cuanto esté de vuestra parte por impulsar más y
más a los pueblos confiados a vuestra fe y desvelos, para que ellos, honrando al
Apóstol Pablo con un obsequio digno de él, tenga a gran gloria enviar sus
aportes para dar cima a la obra de su templo. Hacedles ver claramente, que harán
algo muy agradable a los ojos de Dios si contribuyen con sus medios y facultades
a promover el embellecimiento de su casa. Pues, aunque Él, creador de cielo y
tierra y Señor de ella, en nada necesita de nuestro auxilio, sin embargo es tan
bondadoso y misericordioso, que no sólo nos pide nuestra cooperación para la
edificación en nombre suyo de su casa coronando con el éxito nuestros esfuerzos,
sino que se alegra y regocija de que le tributemos semejante homenaje. Cuando
Dios mandó a Moisés que construyese el tabernáculo de materiales preciosísimos,
que erigiese un altar, que aprestase las vestimentas, fundiese los vasos,
ciertamente ordenó también que todo el pueblo de Israel diese de su
dinero, y, al recibirlo dijo: Lo que ha sido ofrecido por los hijos de Israel
lo dispondrás para uso del Tabernáculo del Testimonio, para que sirva de
testimonio de ellos ante Dios, y así Dios es apiade de sus almas.[1]
¿Quién pues, no se sentirá
ardientemente incitado, con tan insigne y salvadora promesa del mismo Señor, a
ofrecer su contribución según la medida de sus posibilidades a la obra de Dios,
para que le sirva de monumento ante el Señor, y de propiciación por su alma?
Inmenso fue, por cierto, el gozo de aquel santísimo conductor del pueblo
israelítico, cuando oyó a los encargados de las obras, que el pueblo había
ofrecido más de lo que se requería, y se vio obligado a prohibir al pueblo
continuar aún ofreciendo sus dones, pues bastaba y sobraba con lo que ya habían
ofrecido.
Quiera el clementísimo Dios
cumplir de esta manera nuestros deseos para que podamos restablecer y poner fin
con el auxilio piadoso y abundante de los fieles a este celebérrimo edificio.
¡Cuan grandes gracias no le tendría reservadas el mismo Apóstol Pablo, por su
parle, a aquellos que se dedicasen con lodo celo a la magnífica restauración de
la basílica, levantada en su honor, y completamente destruida por el siniestro,
devolviéndole su antigua majestad! Ciertamente nosotros, Venerables Hermanos,
confiamos firmemente en aquel Señor que es rico en misericordia, en que todos
los fieles cristianos de cualquier clase y condición que sean, movidos por la
gloria de Dios, la honra del Apóstol Pablo, y vuestras exhortaciones, y a la vez
animados por el magnífico edificio ya en gran parte construido, contribuirán con
tal copia de oro y plata, que resulte bastante para dar término a ese nobilísimo
edificio.
5. Conclusión. Confianza en
vuestra generosidad.
Vosotros os preocuparéis,
Venerables Hermanos, de juntar el dinero ofrecido por los fieles y enviarlo a
Nos, y enriquecer con todo celo y empeño, el santísimo sepulcro del Apóstol
Pablo, tan celebrado siempre por la veneración universal de todo el orbe
católico, y por el constante concurso de los fieles, para que sostenidos más y
más por el patrocinio del Apóstol, más fácilmente podáis en estos calamitosos
tiempos, apartar a las ovejas a vosotros encomendadas, de los pastos venenosos,
conducirlas al camino de la salvación, regirlas y defenderlas. Confiado en esta
esperanza, pidiendo al Padre de toda misericordia y Dios de toda consolación
vuestra dicha y felicidad, os impartimos nuestra Apostólica Bendición a vosotros
y a la grey confiada a vuestra solicitud.
Dada en Roma, en San Pedro
el día 21 de Diciembre de 1840, décimo de nuestro Pontificado. Gregorio
XVI.
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