La palabra a. se ha formado como término abstracto derivado del adjetivo
«autócrata», que a su vez viene de las raíces griegas autós y
kratía y significa el que tiene el poder (kratía) en sí mismo
(autós). Autócrata es, pues, el gobernante que ejerce jurídicamente
el poder omnímodo y absoluto, sin ninguna clase de limitaciones jurídicas
representadas por otros poderes, ajenos al suyo propio, existentes en la
Sociedad por él mismo regida. Y a. es el sistema de gobierno realizado por
un poder autocrático.
Los orígenes del uso del término
a. se hallan en los antiguos imperios orientales, cuyos monarcas ejercían
un poder omnímodo sobre sus súbditos. En la gran expansión de la cultura
griega representada por la helenización del Oriente, los soberanos del
Egipto ptolemaico adoptaron la denominación de autócrata (autokrátes)
para expresar el carácter ilimitado y total del poder que ejercían.
Tras la conquista de Egipto por Roma, Augusto y sus sucesores consideraron
a Egipto no como una provincia de Roma, sometida a la dominación de la
Civitas, sino como un reino personal, en el cual ejercitaban poderes
dinásticos como sucesores de Julio César. De aquí que en Egipto los
emperadores conservasen, en calidad de reyes, el título ptolemaico de
«autócrata» junto con el de «césar» que llevaban en todo el Imperio.
La evolución del principado
augusteo hacia formas de monarquía absoluta, y el mantenimiento del poder
imperial en las provincias orientales helenizadas, hizo que el título de
autócrata usado en Egipto, y la noción misma de poder total por él
expresada, se expandiese en todo Oriente, fijando el carácter de la
monarquía bizantina. Especialmente es de señalar que los poderes
autocráticos del Emperador se ejercitaban igualmente en el terreno
temporal que en el religioso. La cristianización del Imperio hizo que
también sobre la Iglesia los emperadores, atribuyéndose el título de
isapóstolos - igual a los Apóstoles -, ejercitasen poderes muy amplios
que se extendieron a cuestiones muy diversas.
La separación de todo Occidente
de la dominación bizantina, y la afirmación en el Papado de los poderes
espirituales propios del sacerdotium, e independientes del poder
temporal, hizo que sólo en Bizancio se conservase la noción autocrática de
gobierno extendido por igual a los terrenos temporal y religioso. Absoluto
en este último campo, el poder imperial bizantino lo fue también en las
materias extrasacrales por falta total de poderes sociales independientes
del Emperador que pudiesen limitar su autoridad. En tal terreno, la
antigua formulación romana de la lex regia: «quod principi placuit,
legis habet vigorem» ( «Lo que quiere el príncipe tiene fuerza de ley»
) fue también un sólido fundamento doctrinal para afirmar el poder total
del Emperador autócrata. Así se mantuvo el sistema durante toda la
existencia de Bizancio, hasta su desaparición por la conquista turca.
La caída de Constantinopla hizo
que los grandes duques de Moscú, emparentados con la antigua familia
imperial bizantina, se sintieran sucesores del Imperio. La religiosidad
ortodoxa rusa y su cultura eclesiástica eran de signo bizantino. Moscú fue
proclamada «tercera Roma» y los grandes duques asumieron los antiguos
títulos imperiales: Zar (César) y Autócrata. Con el mismo carácter
autocrático que los emperadores de Constantinopla habían ejercitado plenos
poderes espirituales y civiles, los zares implantaron y extendieron su
imperio ejerciendo una autoridad omnímoda e ilimitada, no sin tener que
vencer resistencias y revueltas de la aristocracia. A partir del reinado
de Pedro I el carácter autocrático del poder imperial es una realidad
concreta, además de una formulación jurídica. Esta autocracia se mantuvo
de hecho hasta la extinción del Imperio en 1917, como expresión del poder
total y omnímodo de los soberanos rusos.
Los tratadistas políticos de
Occidente que desde el s. XVIII se asomaron a las instituciones políticas
de Rusia, tomaron el título de «autócrata» con que proclamaban su
soberanía los zares con un sentido francamente peyorativo, transmutando el
valor semántico de la palabra. Desde entonces, en Occidente, donde la
evolución política en conjunto se orienta en las líneas del
constitucionalismo y la democracia, las palabras autócrata ya son tomadas
como antitéticas de democracia y asumen una significación muy vecina de
las correspondientes a despotismo y tiranía.
En la línea de contraposición de
significaciones autocracia-democracia, y desligado ya el vocablo de su
significación histórica concreta realizada en el marco de las sucesiones
políticas que van del Egipto ptolemaico a la Rusia zarista, los
tratadistas consideran como poder autocrático aquel que es ejercitado a
título personal y con carácter absoluto en el Estado, sin referencia
ninguna a un poder más originario de carácter social. En esta acepción
serían poderes autocráticos los de los reyes absolutos del Antiguo
Régimen, e igualmente los de los dictadores en los Estados modernos.
Incluso algunos autores consideran también apropiada la noción de a. para
calificar las formas de gobierno por partidos totalitarios.
Estas utilizaciones modernas del
término a. resultan sin embargo un tanto difíciles de utilizar con
significación unívoca. En primer lugar, ya hemos visto que no cabe
univocidad entre el uso moderno, peyorativo, del vocablo, y el que tuvo en
los Imperios que lo utilizaron como título oficial y solemne de sus
monarcas. En segundo término, tampoco hay correlación total entre a. y
monarquía absoluta, porque los reyes absolutos de Occidente no
ejercitaron, a diferencia de los de Oriente, poderes religiosos
incontestados en el seno del cuerpo social, ni cuando ejercitaron algunos
lo hicieron con un título sacral comparable, p. ej., al de isapóstolos
de los Emperadores bizantinos. Por otra parte, todo sistema
dictatorial contemporáneo, sea una dictadura personal, o de partido
totalitario, utiliza siempre como justificación última un pretexto de
servicio a la comunidad, o de delegación o interpretación de la voluntad
popular, que le diferencia de las antiguas a. que desconocieron la noción
de justificación intramundana del poder, por lo que tampoco cabe aquí una
correlación inatacable entre totalitarismo y a.
BIBL.: G. COMBES DE L'ESTRADE,
L'empire russe, París s. f.; R. K. WHITE, Autocracy and Democracy.
An experimental enquiry, Nueva York 1960.
J. SOLÉ ARMENGOL.
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