Oración dirigida a la Santísima Virgen, así conocida por comenzar en latín
con estas dos palabras. Consta de dos partes. La primera reproduce el
saludo del arcángel S. Gabriel a María y el de su prima S. Isabel (Lc 1,
28.42). La segunda es una petición. Para apreciar el profundo sentido
teológico de la primera parte, sería necesario estudiar el contenido
bíblico de cada una de las expresiones que la integran.
De la salutación angélica ya
decía Orígenes que era algo de excepcional valor (In Lc, hom. 6, 7:
PG 13, 1815). La palabra latina ave tiene un sentido genérico de
saludo.. con diversos matices según las circunstancias; aquí es una
traducción del griego jaire; el original hebreo presunto sería
salóm, saludo ordinario, por el que se desean toda suerte de bienes,
sin excluir los mesiánicos. De los tres términos, es el griego jaire
el que tiene un contenido más profundo y específico; los Setenta
lo emplearon para traducir la invitación insistente de los profetas, a
fin de que Jerusalén se alegrase por la próxima venida del Mesías (Soph 3,
14; loel 2, 21; Zach 9, 9; Is 12, 6). Este sentido de alegría y esperanza
mesiánica es el que expresa el texto de S. Lucas y el que ha recogido
luego la Iglesia, al incorporar la salutación angélica a la liturgia de
Adviento. El nombre, María, no está en Lc 1, 28, pero ha sido muy bien
traído del versículo anterior. La expresión «llena de gracia» (gratia
plena, kejaritóméne) supone que la Virgen posee la plenitud de gracia
de modo permanente. «El Señor está contigo» es una evocación de la
presencia de Yahwéh en medio del pueblo de Israel, como tantas veces se
manifestó a través de la Historia Sagrada, y en Isaías llega a hacerse la
expresión más alta de la venida mesiánica, «Emmanuel, Dios-con-nosotros» (Is
7, 14). En cuanto al saludo de S. Isabel, «Bendita eres entre las mujeres,
y bendito el fruto de tu vientre», es una reminiscencia de la alabanza de
Judit (Idt 13, 18-19) y de las bendiciones patriarcales (Gen 12,
2-3; 18, 17-18).
La práctica de invocar a María
con el saludo del ángel existía ya en Oriente en el s. VI, según puede
Comprobarse por una fórmula del ritual del Bautismo de Severo de Antioquía
(cfr. Acta Sanct. VII, Oct., 1.108). En Occidente puede verse en la
Vida de S. Ildefonso (s. IX), atribuida a S. Julián de
Toledo. Su inserción en los antifonarios gregorianos, como ofertorio del
domingo IV de Adviento, generalizó su uso. A partir del s. XII se
encuentra ya, de modo bastante general, unido al saludo de S. Isabel; así
lo emplea S. Bernardo (Serm. III in Missus: PL 183, 73-74), y otros
autores de la baja Edad Media. Es entonces cuando aparecen relatos
diversos acerca de las gracias que acompañan a dicha devoción. Muchos
obispos obligaron a que los fieles la aprendieran con la misma solicitud
que el Credo y el Padre Nuestro, p. ej., Odón de Soliac, en París, en 1198
(cfr. Mansi XXIL 681). En el s. XIII, entre los cistercienses se obligó a
rezar el A. M., como oración de sufragio, para los hermanos conversos, y
sobre todo se popularizó en el rezo del Rosario.
La segunda parte del A. M. es una
oración de impetración: «Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros,
pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte». Se añadió en época muy
difícil de precisar, aunque no antes del s. XVI, al menos en su redacción
actual; sin embargo, ya desde el s. XIV se terminaba frecuentemente el A.
M. con una fórmula de invocación a María, cuyo texto contenía más o menos
las mismas expresiones de la fórmula actual (cfr. a..c. Trombelli,
en Summa aurea, o. c. en bibl., 210-242; P. M. Montagna, La
formula dell' «Ave Maria» a Vicenza in un documento del 1423, «Marianum»
26, 1966, 234). A partir del s. XVI esta fórmula se va generalizando más y
más en los breviarios de los diversos ritos monásticos, sin que todavía
llegue a prescribir su práctica. Modernamente forma un todo con la
salutación angélica.
En la liturgia, las salutaciones
bíblicas, como el A. M., tienen su lugar adecuado de modo especial en el
ciclo de Adviento y Epifanía, por la sencilla razón de que evocan el
acontecimiento histórico (anuncio del Mesías) en que esas aclamaciones se
pronunciaron. También porque, aun considerando el Adviento en su visión
universal escatológica (preparación al juicio final y renovación del
universo), ésta entra en su fase decisiva cuando Jesús nace de María. La
primera parte del A. M. debió entrar en la liturgia occidental entre los
s. V-VII (de hecho el primer testimonio escrito conocido es del s. VII).
Posiblemente se introdujo también en esa misma época en la primitiva
liturgia de Alejandría, donde aparece en la anáfora de S. Marcos (la trae
el códice más antiguo, del s. XII, que se conoce de esa anáfora). En su
texto completo, tal Como hoy lo conocemos, no aparece en la liturgia antes
del s. XVI, según J. Mabillon (cfr. DACL, X, 2043-2062).
La musicalización del A. M. en su
primera parte se remonta al s. VII (cfr. J. Gajard, Notre Dame et l'art
gre. gorien, en Maria, Du Maoir, II, París 1952,
352 ss.). La musicalización del A. M. completa, tal como hoy se conoce, es
del s. XVI. Después del Padre Nuestro, el A. M. es la oración cristiana
más extendida y estimada.
BIBL.: S. LYONNET, Le récit de
I' Annonciation et la Maternité divine de la Sainte Vierge, (L'Ami
du Clergé) 66 (1956) 33 55.; D. G. MAESO, Exégesis lingüística del Ave
María, (Cultura bíblica) U (1954) 302-319; J. MABILLON, Acta
Sanctorum O.S.B. S. II, Venecia 1733, 449; G. C. TROMBELLI, De
cultu publico ab Ecclesia Beatae Mariae exhibito, reed. en J. J.
BOURASSÉ, Summa Aurea de laudibus beatissimae Virginis Mariae,
París 1866, 210.242.299; H. LECLERCQ, Marie (le vous salue), en
DACL, X, 2043-2062; I. E. LABORDE, El Ave Maria o excelencias de la
salutación angélica, México 1954.
I. FERNÁNDEZ DE LA CUESTA.
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