I.
Hermanos, tendríamos que pensar en Jesucristo como Dios y como Juez de los
vivos y los muertos. Y no deberíamos pensar cosas mediocres de la
salvación; porque, cuando pensamos cosas mediocres, esperamos también
recibir cosas mediocres. Y los que escuchan como si se tratara de cosas
mediocres hacen mal; y nosotros también hacemos mal no sabiendo de dónde y
por quién y para qué lugar somos llamados, y cuántas cosas ha sufrido
Jesucristo por causa nuestra. ¿Qué recompensa, pues, le daremos?, o ¿qué
fruto digno de su don hacia nosotros? ¡Y cuántas misericordias le debemos!
Porque El nos ha concedido la luz; nos ha hablado como un padre a sus
hijos; nos ha salvado cuando perecíamos. ¿Qué alabanza le rendiremos?, o
¿qué pago de recompensa por las cosas que hemos recibido nosotros, que
éramos ciegos en nuestro entendimiento, y rendíamos culto a palos y
piedras y oro y plata y bronce, obras de los hombres; y toda nuestra vida
no era otra cosa que muerte? Así pues, cuando estábamos envueltos en la
oscuridad y oprimidos por esta espesa niebla en nuestra visión, recobramos
la vista, poniendo a un lado, por su voluntad, la nube que nos envolvía.
Porque Él tuvo misericordia de nosotros, y en su compasión nos salvó,
habiéndonos visto en mucho error y perdición, cuando no teníamos esperanza
de salvación, excepto la que nos vino de Él. Porque Él nos llamó cuando
aún no éramos, y de nuestro no ser, Él quiso que fuéramos.
II.
Regocíjate, oh estéril. Prorrumpe en canciones y gritos de júbilo la que
nunca estuvo de parto; porque más son los hijos de la desamparada que los
de la que tenía marido. En este: Regocíjate, oh estéril, la que no daba a
luz, hablaba de nosotros; porque nuestra Iglesia era estéril antes de que
se le hubieran dado hijos. Y en lo que dice: Prorrumpe en canciones y
gritos de júbilo la que nunca estuvo de parto, significa esto: como la
mujer que está de parto, no nos cansemos de ofrecer nuestras oraciones con
simplicidad a Dios. Además, en lo que dice: Porque más son los hijos de la
desamparada que los de la que tiene marido, dijo esto porque nuestro
pueblo parecía desamparado y abandonado por Dios, en tanto que ahora,
habiendo creído, hemos pasado a ser más que los que parecían tener Dios. Y
también otro texto dice: No he venido a llamar a justos, sino a pecadores.
Significa esto: que es justo salvar a los que perecen. Porque es
verdaderamente una obra grande y maravillosa el confirmar y corroborar no
a los que están de pie, sino a los que caen. Así también Cristo ha querido
salvar a los que perecen. Y ha salvado a muchos, viniendo y llamándonos
cuando ya estábamos pereciendo.
III.
Vemos, pues, que Él nos concedió una misericordia muy grande; ante todo,
que nosotros los que vivimos no sacrificamos a los dioses muertos ni les
rendimos culto, sino que por medio de Él hemos llegado a conocer al Padre
de la verdad. ¿Qué otra cosa es este conocimiento hacia Él, sino el no
negar a Aquel por medio del cual le hemos conocido? Sí, El mismo dijo: Al
que me confesare, yo también le confesaré delante del Padre. Esta es,
pues, nuestra recompensa si verdaderamente confesamos a Aquel por medio
del cual hemos sido salvados. Pero, ¿cuándo le confesamos? Cuando hacemos
lo que Él dijo y no somos desobedientes a sus mandamientos, y no sólo le
honramos con nuestros labios, sino con todo nuestro corazón y con toda
nuestra mente. Ahora bien, El dice también en Isaías: Este pueblo me honra
de labios, pero su corazón está lejos de mí.
IV. Por
tanto, no sólo le llamemos Señor, porque esto no nos salvará; porque Él
dijo: No todo el que me llama Señor, Señor, será salvo, sino el que obra
justicia. Así pues, hermanos, confésemosle en nuestras obras, amándonos
unos a otros, no cometiendo adulterio, no diciendo mal el uno del otro, y
no teniendo celos, sino siendo templados, misericordiosos y bondadosos. Y
teniendo sentimientos amistosos los unos hacia los otros, y no siendo
codiciosos. Con estas obras le hemos de confesar, y no con otras. Y no
hemos de tener temor de los hombres, sino de Dios. Por esta causa, si
hacéis estas cosas, el Señor dice: Aunque estéis unidos a mí en mi propio
seno, si no hacéis mis mandamientos, yo os echaré y os diré: Apartaos de
mí, no sé de dónde sois, obradores de iniquidad.
V. Por
tanto, hermanos, prescindamos de nuestra estancia en este mundo y hagamos
la voluntad del que nos ha llamado, y no tengamos miedo de apartarnos de
este mundo. Porque el Señor ha dicho: Seréis como corderos en medio de
lobos. Pero Pedro contestó, y le dijo: ¿Qué pasa, pues, silos lobos
devoran a los corderos? Jesús contestó a Pedro: Los corderos no tienen por
qué temer a los lobos después que han muerto; y vosotros también, no
temáis a los que os matan y no pueden haceros nada más; sino temed a Aquel
que después que habéis muerto tiene poder sobre vuestra alma y cuerpo para
echarlos a la gehena de fuego. Y sabéis, hermanos, que la estancia de esta
carne en este mundo es despreciable y dura poco, pero la promesa de Cristo
es grande y maravillosa, a saber, el reposo del reino que sera y la vida
eterna. ¿Qué podemos hacer, pues, para obtenerlos, sino andar en santidad
y justicia y considerar que estas cosas del mundo son extrañas para
nosotros y no desearlas? Porque cuando deseamos obtener estas cosas nos
descarriamos del camino recto.
VI.
Pero el Señor dijo: Nadie puede servir a dos señores. Si deseamos servir a
la vez a Dios y a Mammon, no sacaremos ningún beneficio: Porque ¿qué
ganará un hombre si consigue todo el mundo y pierde su alma? Ahora bien,
esta época y la futura son enemigas. La una habla de adulterio y
contaminación y avaricia y engaños, en tanto que la otra se despide de
estas cosas. Por tanto, no podemos ser amigos de las dos, sino que hemos
de decir adiós a la una y tener amistad con la otra. Consideremos que es
mejor aborrecer las cosas que están aquí, porque son despreciables y duran
poco y perecen, y amar las cosas de allí, que son buenas e imperecederas.
Porque si hacemos la voluntad de Cristo hallaremos descanso; pero si no la
hacemos, nada nos librará del castigo eterno si desobedecemos sus
mandamientos. Y la escritura dice también en Ezequiel: Aunque Noé y Job y
Daniel se levanten, no librarán a sus hijos de la cautividad. Pero si ni
aun hombres tan justos como éstos no pueden con sus actos de justicia
librar a sus hijos, ¿con qué confianza nosotros, si no mantenemos nuestro
bautismo puro y sin tacha, entraremos en el reino de Dios? O ¿quién será
nuestro abogado, a menos que se nos halle en posesión de obras santas y
justas?
VII.
Así pues, hermanos, contendamos, sabiendo que la contienda está muy cerca
y que, aunque muchos acuden a las competiciones, no todos son
galardonados, sino sólo los que se han esforzado en alto grado y luchado
con valentía. Contendamos de modo que todos recibamos el galardón. Por
tanto, corramos en el curso debido la competición incorruptible. Y
acudamos a ella en tropel y esforcémonos, para que podamos recibir también
el premio. Y si no todos podemos recibir la corona, por lo menos
acerquémonos a ella tanto como podamos. Recordemos que los que pugnan en
las lides corruptibles, si se descubre que están pugnando de modo
ilegítimo en ellas, primero son azotados, y luego son eliminados y echados
de la competición. ¿Qué pensáis? ¿Qué le pasará a aquel que ha pugnado de
modo corrupto en la competición de la incorrupción? Porque, con referencia
a los que no han guardado el sello, El dice: Su gusano no morirá, y su
fuego no se apagará y serán un ejemplo para toda carne.
VIII.
En tanto que estamos en la tierra, pues, arrepintámonos, porque somos
arcilla en la mano del artesano. Pues de la misma manera que el alfarero,
si está moldeando una vasija y se le deforma o rompe en las manos, le da
forma nuevamente, pero, una vez la ha puesto en el horno encendido, ya no
puede repararla, del mismo modo nosotros, en tanto que estamos en este
mundo, arrepintámonos de todo corazón de las cosas malas que hemos hecho
en la carne, para que podamos ser salvados por el Señor en tanto que hay
oportunidad para el arrepentimiento. Porque una vez hemos partido de este
mundo ya no podemos hacer confesión allí, ni tampoco arrepentimos. Por lo
tanto, hermanos, si hemos hecho la voluntad del Padre, y hemos mantenido
pura la carne, y hemos guardado los mandamientos del Señor, recibiremos la
vida eterna. Porque el Señor dice en el Evangelio: Si no habéis guardado
lo que es pequeño, ¿quién os dará lo que es grande? Porque os digo que el
que es fiel en lo poco, es fiel también en lo mucho. De modo que lo que Él
quiere decir es: Mantened la carne pura y el sello sin mácula, para que
podáis recibir la vida.
IX. Y
que nadie entre vosotros diga que esta carne no va a ser juzgada ni se
levanta otra vez. Entended esto: ¿En qué fuisteis salvados? ¿En qué
recobrasteis la vista si no fue en esta carne? Por tanto hemos de guardar
la carne como un templo de Dios; porque de la misma manera que fuisteis
llamados en la carne, seréis llamados también en la carne. Si Cristo el
Señor que nos salvó, siendo primero espíritu, luego se hizo carne, y en
ella nos llamó, de la misma manera también nosotros recibiremos nuestra
recompensa en esta carne. Por tanto, amémonos los unos a los otros, para
que podamos entrar en el reino de Dios. En tanto que tenemos tiempo para
ser curados, pongámonos en las manos de Dios, el médico, dándole una
recompensa. ¿Qué recompensa? Arrepentimiento procedente de un corazón
sincero. Porque Él discierne todas las cosas con antelación y sabe lo que
hay en nuestro corazón. Por tanto démosle eterna alabanza, no sólo con los
labios, sino también con nuestro corazón, para que Él pueda recibirnos
como hijos. Porque el Señor también ha dicho: Estos son mis hermanos, los
que hacen la voluntad de mi Padre.
X. Por
lo tanto, hermanos míos, hagamos la voluntad del Padre que nos ha llamado,
para que podamos vivir; y prosigamos la virtud, abandonando el vicio como
precursor de nuestros pecados, y apartémonos de la impiedad para que no
nos sobrevengan males. Porque si somos diligentes en hacer bien, la paz
irá tras de nosotros. Porque por esta causa le es imposible al hombre
+alcanzar la felicidad+, puesto que invitan a los temores de los hombres,
prefiriendo el goce de este mundo a la promesa de la vida venidera. Porque
no saben cuán gran tormento acarrea el goce de aquí, y el deleite que
proporciona la promesa de lo venidero. Y verdaderamente, si hicieran estas
cosas con respecto a ellos mismos, aún sería tolerable; pero lo que hacen
es seguir enseñando el mal a almas inocentes, no sabiendo que tendrán una
condenación doble, la suya y la de los que los escuchan.
XI. Por
tanto sirvamos a Dios con el corazón puro, y seremos justos; pero si no le
servimos, porque no creemos en la promesa de Dios, seremos unos
desgraciados. Porque la palabra de la profecía dice también: Desgraciados
los indecisos, que dudan en su corazón y dicen: Estas cosas ya las hemos
oído, incluso en los días de nuestros padres; con todo, hemos aguardado
día tras día y no hemos visto ninguna. ¡Necios!, comparaos a un árbol;
pongamos una vid. Primero se desprende de las hojas, luego sale un brote,
después viene el agraz y finalmente el racimo maduro. Del mismo modo mi
pueblo tuvo turbación y aflicciones; pero después recibirá las cosas
buenas. Por tanto, hermanos míos, no seamos indecisos, sino suframos con
paciencia en esperanza, para que podamos obtener también nuestra
recompensa. Porque fiel es el que prometió pagar a cada uno la recompensa
de sus obras. Si hemos obrado justicia, pues, a los ojos de Dios,
entraremos en su reino y recibiremos las promesas que ningún oído oyó, ni
ha visto ojo alguno, ni aun han entrado en el corazón del hombre.
XII.
Por tanto esperemos el reino de Dios a su sazón, en amor y justicia,
puesto que no sabemos cuál es el día de la aparición de Dios. Porque el
mismo Señor, cuando cierta persona le preguntó cuándo vendría su reino,
contestó: Cuando los dos sean uno, y el de fuera como el de dentro, y el
varón como la hembra, ni varón ni hembra. Ahora bien, los dos son uno
cuando decimos la verdad entre nosotros, y en dos cuerpos habrá sólo un
alma, sin disimulo. Y al decir lo exterior como lo interior quiere decir
esto: lo interior quiere decir el alma, y lo exterior significa el cuerpo.
Por tanto, de la misma manera que aparece el cuerpo, que se manifieste el
alma en sus buenas obras. Y al decir el varón con la hembra, ni varón ni
hembra, significa esto: que un hermano al ver a una hermana no debería
pensar en ella como siendo una mujer, y que una hermana al ver a un
hermano no debería pensar en él como siendo un hombre. Si hacéis estas
cosas, dice Él, vendrá el reino de mi Padre.
XIII.
Por tanto, hermanos, arrepintámonos inmediatamente. Seamos sobrios para lo
que es bueno; porque estamos llenos de locura y maldad. Borremos nuestros
pecados anteriores, y arrepintámonos con toda el alma y seamos salvos. Y
que no seamos hallados complaciendo a los hombres. Ni deseemos agradarnos
los unos a los otros solamente, sino también a los que están fuera, con
nuestra justicia, para que el Nombre no sea blasfemado por causa de
nosotros. Porque el Señor ha dicho: Mi nombre es blasfemado en todas
formas entre todos los gentiles; y también: ¡Ay de aquel por razón del
cual mi Nombre es blasfemado! ¿En qué es blasfemado? En que vosotros no
hacéis las cosas que deseo. Porque los gentiles, cuando oyen de nuestra
boca las palabras de Dios, se maravillan de su hermosura y grandeza; pero
cuando descubren que nuestras obras no son dignas de las palabras que
decimos, inmediatamente empiezan a blasfemar, diciendo que es un cuento
falaz y un engaño. Porque cuando oyen que les decimos que Dios dice: ¿Qué
clase de merecimiento es el vuestro, si amáis a los que os aman?; pero sí
es un merecimiento vuestro si amáis a vuestros enemigos y a los que os
aborrecen; cuando oyen estas cosas, digo, se maravillan de su soberana
bondad; pero cuando ven que no sólo no amamos a los que nos aborrecen,
sino que ni aun amamos a los que nos aman, se burlan de nosotros y nos
desprecian, y el Nombre es blasfemado.
XIV.
Por tanto, hermanos, si hacemos la voluntad de Dios nuestro Padre, seremos
de la primera Iglesia, que es espiritual, que fue creada antes que el sol
y la luna; pero si no hacemos la voluntad del Señor, seremos como la
escritura que dice: Mi casa ha sido hecha cueva de ladrones. Por tanto,
prefiramos ser de la Iglesia de la vida, para que seamos salvados. Y no
creo que ignoréis que la Iglesia viva es el cuerpo de Cristo; porque la
Escritura dice: Dios hizo al hombre, varón y hembra. El varón es Cristo y
la hembra es la Iglesia. Y los libros y los apóstoles declaran de modo
inequívoco que la Iglesia no sólo existe ahora por primera vez, sino que
ha sido desde el principio: porque era espiritual, como nuestro Jesús era
también espiritual, pero fue manifestada en los últimos días para que Él
pueda salvarnos. Ahora bien, siendo la Iglesia espiritual, fue manifestada
en la carne de Cristo, con lo cual nos mostró que, si alguno de nosotros
la guarda en la carne y no la contamina, la recibirá de nuevo en el
Espíritu Santo; porque esta carne es la contrapartida y copia del
espíritu. Ningún hombre que haya contaminado la copia, pues, recibirá el
original como porción suya. Esto es, pues, lo que Él quiere decir,
hermanos: Guardad la carne para que podáis participar del espíritu. Pero
si decimos que la carne es la Iglesia y el espíritu es Cristo, entonces el
que haya obrado de modo inexcusable con la carne ha obrado de modo
inexcusable con la Iglesia. Este, pues, no participará del espíritu, que
es Cristo. Tan excelente es la vida y la inmortalidad que esta carne puede
recibir como su porción si el Espíritu Santo va unido a ella. Nadie puede
declarar o decir las cosas que el Señor tiene preparadas para sus
elegidos.
XV.
Ahora bien, no creo que haya dado ningún consejo despreciable respecto a
la continencia, y todo el que lo ponga por obra no se arrepentirá del
mismo, sino que le salvará a él y a mí, su consejero. Porque es una gran
recompensa el convenir a un alma extraviada y a punto de perecer, para que
pueda ser salvada. Porque ésta es la recompensa que podemos dar a Dios,
que nos ha creado, si el que habla y escucha, a su vez habla y escucha con
fe y amor. Por tanto permanezcamos en las cosas que creemos, en la
justicia y la santidad, para que podamos con confianza pedir a Dios que
dice: Cuando aún estás hablando, he aquí Yo estoy contigo. Porque estas
palabras son la garantía de una gran promesa: porque el Señor dice de sí
mismo que está más dispuesto a dar que el que pide a pedir. Viendo, pues,
que somos participantes de una bondad tan grande, no andemos remisos en
obtener tantas cosas buenas. Porque así como es grande el placer que
proporcionan estas palabras a los que las ejecutan, así será la
condenación que acarrean sobre sí mismos los que han sido desobedientes.
XVI.
Por tanto, hermanos, siendo así que la oportunidad que hemos tenido para
el arrepentimiento no ha sido pequeña, puesto que tenemos tiempo para
ello, volvámonos a Dios que nos ha llamado, entretanto que tenemos a Uno
que nos reciba. Porque si nos desprendemos de estos goces y vencemos
nuestra alma, rehusando dar satisfacción a sus concupiscencias, seremos
partícipes de la misericordia de Jesús. Porque sabéis que el día del
juicio está acercándose, como un horno encendido, y los poderes de los
cielos se disolverán, y toda la tierra se derretirá como plomo en el
fuego, y entonces se descubrirá el secreto y las obras ocultas de los
hombres. El dar limosna es, pues, una cosa buena, como el arrepentirse del
pecado. El ayuno es mejor que la oración, pero el dar limosna mejor que
estos dos. Y el amor cubrirá multitud de pecados, pero la oración hecha en
buena conciencia libra de la muerte. Bienaventurado el hombre que tenga
abundancia de ellas. Porque el dar limosna quita la carga del pecado.
XVII.
Arrepintámonos, pues, de todo corazón, para que ninguno de nosotros
perezca por el camino. Porque si hemos recibido mandamiento de que debemos
también ocuparnos de esto, apartar a los hombre de sus ídolos e
instruirlos, ¡cuánto peor es que un alma que conoce ya a Dios perezca! Por
tanto, ayudémonos los unos a los otros, de modo que podamos guiar al débil
hacia arriba, como abrazando lo que es bueno, a fin de que todos podamos
ser salvados; y convirtámonos y amonestémonos unos a otros. Y no
intentemos prestar atención y creer sólo ahora, cuando nos están
amonestando los presbíteros; sino que también, cuando hayamos partido para
casa, recordemos los mandamientos del Señor y no permitamos ser
arrastrados por otro camino por nuestros deseos mundanos; asimismo,
vengamos aquí con más frecuencia, y esforcémonos en progresar en los
mandamientos del Señor, para que, unánimes, podamos ser reunidos para
vida. Porque el Señor ha dicho: Vengo para congregar a todas las naciones,
tribus y lenguas. Al decir esto habla del día de su aparición, cuando
vendrá a redimirnos, a cada uno según sus obras. Y los no creyentes verán
su gloria y su poder, y se quedarán asombrados al ver el reino del mundo
entregado a Jesús, y dirán: Ay de nosotros, porque Tú eras, y nosotros no
te conocimos y no creímos en Ti; y no obedecimos a los presbíteros cuando
nos hablaban de nuestra salvación. Y su gusano no morirá, y su fuego no se
apagará, y serán hechos un ejemplo para toda carne. Está hablando del día
del juicio, cuando los hombres verán a aquellos que, entre vosotros, han
vivido vidas impías y han puesto por obra falsamente los mandamientos de
Jesucristo. Pero los justos, habiendo obrado bien y sufrido tormentos y
aborrecido los placeres del alma, cuando contemplen a los que han obrado
mal y negado a Jesús con sus palabras y con sus hechos, cuando sean
castigados con penosos tormentos en un fuego inextinguible, darán gloria a
Dios, diciendo: Habrá esperanza para aquel que ha servido a Dios de todo
corazón.
XVIII.
Por tanto seamos hallados entre los que dan gracias, entre los que han
servido a Dios, y no entre los impíos que son juzgados. Porque yo también,
siendo un pecador extremo y aún no libre de la tentación, sino en medio de
las añagazas del diablo, procuro con diligencia seguir la justicia, para
poder prevalecer consiguiendo llegar por lo menos cerca de ella, en tanto
que temo el juicio venidero.
XIX.
Por tanto, hermanos y hermanas, después de haber oído al Dios de verdad,
os leo una exhortación a fin de que podáis prestar atención a las cosas
que están escritas, para que podáis salvaros a vosotros mismos y al que
lee en medio de vosotros. Porque os pido como una recompensa, que os
arrepintáis de todo corazón y os procuréis la salvación y la vida. Porque
al hacer esto estableceremos un objetivo para todos los jóvenes que desean
esforzarse en la prosecución de la piedad y la bondad de Dios. Y no nos
desanimemos y aflijamos, siendo como somos necios, cuando alguien nos
aconseje que nos volvamos de la injusticia hacia la justicia. Porque a
veces, cuando obramos mal, no nos damos cuenta de ello, por causa de la
indecisión e incredulidad que hay en nuestros pechos, y nuestro
entendimiento es enturbiado por nuestras vanas concupiscencias. Por tanto
pongamos en práctica la justicia, para que podamos ser salvos hasta el
fin. Bienaventurados los que obedecen estas ordenanzas. Aunque tengan que
sufrir aflicción durante un tiempo breve en el mundo, recogerán el fruto
inmortal de la resurrección. Por tanto, que no se aflija el que es piadoso
si es desgraciado en los días presentes, pues le esperan tiempos de
bienaventuranza. Volverá a vivir en el cielo con los padres y se
regocijará durante toda una eternidad sin penas.
XX. Y no permitas tampoco
que esto turbe tu mente, que vemos que los impíos poseen riquezas, y los
siervos de Dios sufren estrecheces. Tengamos fe, hermanos y hermanas.
Estamos militando en las filas de un Dios vivo; y recibimos entrenamiento
en la vida presente, para que podamos ser coronados en la futura. Ningún
justo ha recogido el fruto rápidamente, sino que ha esperado que le
llegue. Porque si Dios hubiera dado la recompensa de los justos
inmediatamente, entonces nuestro entrenamiento habría sido un pago
contante y sonante, no un entrenamiento en la piedad; porque no habríamos
sido justos yendo en pos de lo que es piadoso, sino de las ganancias. Y
por esta causa el juicio divino alcanza al espíritu que no es justo, y lo
llena de cadenas.Al único Dios invisible, Padre de la verdad, que nos
envió al Salvador y Príncipe de la inmortalidad, por medio del cual Dios
también nos hizo manifiesta la verdad y la vida celestial, a Él sea la
gloria por los siglos de los siglos.
Amén.
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