(Manuscrito
de la Biblioteca de Madrid)

Léntulo
a Octavio, salud.
En
nuestros tiempos ha aparecido y existe todavía un hombre de gran virtud
llamado Jesús Cristo y por las gentes Profeta de la verdad.
Sus
discípulos le apellidan Hijo de Dios, el cual resucita a los muertos y
sana a los enfermos.
Es
de estatura alta, mas sin exceso; gallardo; su rostro venerable inspira
amor y temor a los que le miran; sus cabellos son de color de avellana
madura y lasos, o sea lisos, casi hasta las orejas, pero desde éstas un
poco rizados, de color de cera virgen y muy resplandecientes desde los
hombros lisos y sueltos partidos en medio de la cabeza, según la
costumbre de los nazarenos.
La
frente es llana y muy serena, sin la menor arruga en la cara, agraciada
por un agradable sonrosado. En su nariz y boca no hay imperfección
alguna.
Tiene
la barba poblada, mas no larga, partida igualmente en medio, del mismo
color que el cabello, sin vello alguno en lo demás del rostro. Su aspecto
es sencillo y grave; los ojos garzos, o sean blancos y azules claros. Es
terrible en el reprender, suave y amable en el amonestar, alegre con
gravedad.
Jamás
se le ha visto reir; pero llorar sí.
La
conformación de su cuerpo es sumamente perfecta; sus brazos y manos son
muy agradables a la vista. En su conversación es grave, y por último, es
el más singular y modesto entre los hijos de los hombres.
Fuente:
Diario del Plata, Montevideo, Uruguay, Marzo de 1921

CARTA DE LÉNTULO A OCTAVIO
(Manuscrito
de la Biblioteca de los Lazaristas, de Roma)
Publius
Lentulus, gobernador de Judea, al César romano:
He
sabido ¡oh César! que deseas tener noticias detalladas respecto a ese
hombre virtuoso llamado Jesucristo, a quien el pueblo considera como
Profeta, y sus discípulos como Hijo de Dios y creador del cielo y de la
tierra.
El
hecho es que todos los días se oye contar de él cosas maravillosas, sana
a los enfermos y resucita a los muertos. Este hombre es de mediana
estatura y su fisonomía se halla impregnada a la vez de una dulzura y de
una dignidad tales, que quien le mira se siente obligado a amarle y a
temerle a un mismo tiempo.
Su
cabellera hasta la altura de las orejas es del color de la nuez madura, y
desde ahí hasta los hombros, de un color claro y brillante, hallándose
dividida en dos partes iguales por una raya, al estilo de los nazarenos.
La barba, de un mismo color que la cabellera, es rizada y partida; sus
ojos, severos, tienen el brillo de un rayo de sol y nadie puede mirarle de
frente.
Cuando
reprende inspira temor, pero al poco tiempo las lágrimas asoman a sus
pupilas; hasta en sus rigores es afable y bondadoso. Dícese que jamás se
le ha visto reir, y en cambio llora con frecuencia. Sus manos son bellas
como sus brazos. Todos encuentran su conversación agradable y seductora.
Pocas veces se le ve en público, y cuando aparece, se presenta con
singular modestia. Su aire es muy distinguido y bellas sus facciones; no
es extraño, pues su madre es la mujer más hermosa que se ha visto en
este país.
Si
quieres conocerle ¡oh César!, según ya me lo han dicho una vez, dímelo
y te lo enviaré.
Aun
cuando no ha seguido estudios, conoce todas las ciencias. Anda descalzo y
lleva la cabeza descubierta. Muchos se ríen al verle desde lejos, pero al
acercarse a él se sienten poseídos de respeto y admiración. Los hombres
dicen no haber visto jamás un hombre semejante, ni haber oído una
doctrina como la suya. Muchos creen que es Dios, otros aseguran que es tu
enemigo ¡oh César! Dícese que jamás ha hecho daño a nadie, y que, por
el contrario, se esfuerza en hacer feliz a todo el mundo.
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