(Segunda
carta de Pilato)


Carta
de Poncio Pilato dirigida al emperador romano acerca de Nuestro Señor
Jesucristo
Poncio
Pilato saluda al emperador Tiberio César.
Jesucristo,
a quien te presenté claramente en mis últimas relaciones, ha sido, por
fin, entregado a un duro suplicio a instancias del pueblo, cuyas
instigaciones seguí de mal grado y por temor. Un hombre, por vida de Hércules,
piadoso y austero como éste, ni existió ni existirá jamás en época
alguna. Pero se dieron cita para conseguir la crucificción de este legado
de la verdad, por una parte, un extraño empeño del mismo pueblo, y por
otra, la confabulación de todos los escribas, jefes y ancianos, contra
los avisos que les daban sus profetas y, a nuestro modo de hablar, las
sibilas. Y mientras estaba pendiente de la cruz, aparecieron señales que
sobrepujaban las fuerzas naturales, y que presagiaban, según el juicio de
los físicos, la destrucción a todo el orbe. Viven aún sus discípulos,
que no desdicen del maestro ni en sus obras ni en la morigeración de sus
vidas; más aún, siguen haciendo mucho bien en su nombre. Si no hubiera
sido, pues, por el temor de que surgiera una sedición en el pueblo (que
estaba ya como en estado de efervescencia), quizá nos viviera todavía
aquel insigne varón. Atribuye, pues, más mis deseos de fidelidad para
contigo que a mi propio capricho el que no me haya resistido con todas mis
fuerzas a que la sangre de un justo inmune de toda culpa, pero víctima de
la malicia humana, fuera inicuamente vendida y sufriera la pasión; siendo
así, además, que, como dicen sus escrituras, esto había de ceder en su
propia ruina. Adiós. Día 28 de marzo.
Fuente:
Los Evangelios Apócrifos, por Aurelio De Santos Otero, BAC
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