
VI
1. Cuando María alcanzó el quinto mes de su embarazo, José marchó de
Bethlehem, su pueblo natal, después de haber construido una casa, y
regresó a la suya de Nazareth, para continuar sus trabajos de carpintería.
María fue a su encuentro, y se prosterné ante él. Y José le preguntó:
¿Cómo te va? ¿Estás contenta? ¿Te ha ocurrido algo? Y María repuso:
Me va bien. Y, después de haber preparado la mesa, comieron ambos en
buena paz y compañía. Y José habiéndose tendido sobre un camastro,
quiso reposar un poco. Mas, al dirigir su mirada a María, vio que su
semblante alterado pasaba por todos los colores. Y ella intentó ocultar
su confusión, sin conseguirlo.
2.
José la miró con tristeza, e incorporándose de donde estaba recostado,
le dijo: Me parece, hija mía, que no tienes tu acostumbrada gracia
infantil, porque te hallo un tanto cambiada. Y María contestó: ¿Qué
quieres decirme, con esa observación y con ese examen? Y José advirtió:
Me admiran tus palabras y tus pretextos. ¿Por qué estás desmañada,
deprimida, triste y con los rasgos de tu fisonomía alterados? ¿Te ha
hablado alguien? Ello me descontentaría. ¿Te ha sobrevenido alguna
enfermedad o dolencia? ¿O bien has pasado por alguna prueba, o sufrido
las intrigas de los hombres? María respondió: No hay nada de eso. Y José
dijo: Entonces, ¿por qué no me respondes francamente? María dijo: ¿Qué
quieres que te responda? Y José dijo: No creeré en tus palabras antes de
haber visto. Ponte francamente en evidencia ante mí, para que yo me
cerciore de que hablas verdad. Y María, interiormente turbada, no sabía
qué hacer. Mas José, envolviendo a María a una ojeada atenta, vio que
estaba encinta. Y, dando un gran grito, exclamó: ¡Ah, qué criminal acción
has cometido, desgraciada!
3.
Y José, cayendo de su asiento y puesta su faz contra la tierra, se golpeó
la frente con la mano, se mesó la barba y los cabellos blancos de su
cabeza, y arrastró su cara por el polvo, clamando: ¡Malhaya yo! ¡Maldición
sobre mi triste vejez! ¿Qué ha ocurrido aquí? ¿Qué desastre ha recaído
sobre mi casa? ¿Con qué rostro mirará, en adelante, el rostro de los
hombres? ¿Qué responderá a los sacerdotes y a todo el pueblo de Israel?
¿Cómo logrará detener una persecución judicial? ¿Y con qué artificio
conseguiré apaciguar la opinión pública? ¿Qué haré en esta
coyuntura, y cómo paliará el hecho de haber recibido del templo a esta
virgen, santa y sin tacha, y no haber sabido mantenerla en la observancia
de la ley, según la tradición de mis padres? Si se me hace la intimación
de por qué he dejado desflorar la pureza inmaculada de mi pupila, ¿qué
respuesta daré a los sacerdotes y a todo el pueblo? ¿Cuál es el enemigo
que me ha tendido este lazo? ¿Qué bandido me ha arrebatado la virginidad
de esta niña? ¿Quién ha perpetrado tamaño delito en mi casa, y hecho
de mí un objeto de burla y de oprobio entre los hijos de Israel? ¿Va a
recaer sobre mí la falta del que, por la perfidia de la serpiente, perdió
su estado dichoso?
4.
Y, hablando así, José se golpeaba el pecho, con gemidos entreverados de
lágrimas. Después, hizo comparecer de nuevo a María, y le dijo: ¡Oh
alma digna de llanto perpetuo, que te has hundido en el extravío más
monstruoso, dime qué acción prohibida has realizado! Porque has olvidado
al Señor tu Dios, que te ha formad en el seno de tu madre, tú, a quién
tus padres te obtuvieron del Altísimo, a fuerza de sufrir y de llorar, y
que te ofrecieron a Él religiosamente y según la ley; que fuiste
sustentada y educada en el tempo; que oíste continuamente las alabanzas
al Eterno y el canto de los ángeles que prestaste oído atento a la
lectura de los sagrados li bros, y escuchaste sus palabras con unción y
con respeto Y, a la muerte de sus padres, permaneciste en tutela en el
templo, hasta el momento en que quedaste corregida de toda inclinación
pecaminosa. Instruida y versada en las leyes divinas, recibiste, con gran
honra, la bendición de los sacerdotes. Y, luego que se te me confió, por
mandato del Señor y con beneplácito de los sacerdotes y de todo el
pueblo, te acepté piadosamente, y te establecí en mi casa, proveyendo a
todas tus necesidades materiales, y recomendándote que fueses prudente, y
que velases por ti misma hasta mi regreso. ¿Qué es, pues, lo que has
hecho, di? ¿Por qué no respondes palabra, y te niegas a defenderte? ¿Por
qué, desventurada e infortunada, te has hundido en tal desorden, y
convertido en objeto de vergüenza universal, entre los hombres, las
mujeres y todo el género humano?

5.
Y María, bajando la cabeza, lloraba y sollozaba. Al cabo, dijo: No me
juzgues a la ligera, y no sospeches injuriosamente de mi virginidad,
porque pura estoy de todo pecado, y no conozco en absoluto varón. José
dijo: En tal caso, explícame de qué tu embarazo proviene. María dijo:
Por la vida del Señor, que no sé lo que exiges de mí. José dijo: No te
hablo con violencia y con cólera, sino que quiero interrogarte
amistosamente. Indícame qué hombre se ha introducido o lo han
introducido cerca de ti, o a qué casa has ido imprudentemente. María
dijo: No he ido jamás a parte alguna, ni he salido de esta casa. José
dijo: ¡He aquí algo prodigioso! Tú no sabes nada, y yo veo con
certidumbre que estás encinta. ¿Quién ha oído nunca que una mujer
pueda concebir y parir sin la intervención de un hombre? No creo en
semejantes discursos. María dijo: ¿Cómo, entonces, podré satisfacerte?
Puesto que me interrogas con toda sinceridad sobre el asunto, yo
atestiguo, por mi parte, que pura estoy de todo pecado, y que no conozco
en absoluto varón. Y, si me juzgas temerariamente, habrás de responder
ante Dios de mí.
6.
Al oír estas palabras, José quedó sorprendido, y concibió un vivo
temor. Y, poniéndose a reflexionar, dijo: ¡Cosa espantable y
maravillosa! No comprendo nada del curso de estos acontecimientos, tan
extraños de suyo, y tan fuera de toda concepción, de todo lo que hemos
escuchado con nuestros propios oídos, de todo lo que hemos aprendido de
nuestros antepasados. El estupor constriñe mi espíritu. ¿A quién me
dirigiré? ¿A quién consultaré sobre este negocio? Porque vacilo ante
el pensamiento de que el hecho, secreto todavía, sea divulgado y contado
por doquiera, y que los que lo sepan, se mofen de nosotros. María dijo:
¿Hasta cuándo te sentirás arrebatado contra mí, y me condenarás en
desconsiderados términos? ¿No acabarás de abrumarme con tus ultrajes?
José dijo: Es que no puedo resistir la aflicción y la tristeza que se
han abatido sobre mi corazón. ¿Qué haré de ti, y qué respuesta daré
a quien acerca de ti me pregunte? Y temo que, si el hecho se muestra
ostentoso, y es llevado y traído con escándalo por la vía pública, mis
canas queden deshonradas entre los hijos de Israel.
7.
Y José prorrumpió en amargo lloro, exclamando: Triste e infeliz viejo,
¿por qué aceptaste tu papel de guardián? ¿Por qué obedeciste a los
sacerdotes y a todo el pueblo, para, en su ancianidad y a punto de morir,
ver deshonradas tus canas? Y, como no sabía qué partido tomar, se puso a
reflexionar, y se dijo: ¿Qué haré de esta niña? Porque no sabré lo
que con ella ocurre, mientras el Señor no manifieste los acaecimientos
que se preparan, y yo, en todo ello, no he obrado por voluntad propia.
Pero sé con certeza que, si la prueba a que se me someta procede de Dios,
será para bien mío, y que si, por lo contrario, mi pena es obra del
enemigo malo, el Señor me librará de él. Con todo, ignoro cómo he de
proceder. Si condeno a María, esto será, de mi parte, una gran falta, y
si hablo mal de ella, será justamente castigada por Dios. La tomaré,
pues, secretamente esta noche. la sacará de casa, y la dejaré ir en paz
adonde quiera.
8.
Entonces, llamó a María, y le dijo: Todo lo que me has expuesto,
verdadero o falso, lo he escuchado , lo he creído. No te haré ningún
mal, pero esta noche te sacará de casa y te despediré, para que vayas
adonde quieras. María, que tal oyó, se deshizo en lágrimas. José salió
tristemente de su casa, se fue de allí sin rumbc fijo, y, habiéndose
sentado, lloraba y se golpeaba el pecho.
9.
Y María, prosternando la faz contra el suelo, habló en esta guisa: ¡Dios
de mis padres, Dios de Israel mira, en tu misericordia, los tormentos de
tu siervo y la desolación de mi alma! No me entregues, Señor, a la vergüenza
y a las calumnias del vulgo. Puesto que sabes que el corazón de los
hombres es incrédulo, manifiesta tu nombre ante todos, a fin de que
confiesen que tú solo eres el Señor Dios, y que tu nombre ha sido
pronunciad sobre nosotros por ti mismo. Y, esto dicho, María derramó
copiosas lágrimas ante el Señor. Y, en el mismo instante, un ángel le
dirigió la palabra, diciendo: No temas porque he aquí que yo estoy
contigo para salvarte di todas tus tribulaciones. Sé valerosa, y regocíjate.
Y, habiendo hablado así, el ángel la abandonó. Y María, levantándose,
dio gracias al Señor.


10.
A la caída de la tarde, José volvió en silencio su casa. Y sentándose,
y poniendo los ojos en María, la vio muy alegre y con los rasgos de su
rostro dilatados Y José le dijo: Hija mía, por hallarte a punto de
separarte de mí, e ir adonde quieras, me parece hallarte excesivamente
regocijada y con el semblante demasiado se reno y jubiloso. Y María
repuso: No es eso, sino qui doy gracias a Dios en todo tiempo, porque
posee el poder de realizar cuanto se le pide, y porque el Señor mismo,
que escruta las conciencias y las almas, tiene la voluntad y el designio
de manifestar, ante todos y ante cada uno en particular, las acciones de
los hombres.
11.
Y, dichas estas palabras, María calló. Y José continuó presa de la
tristeza desde el anochecido hasta la madrugada, y no comió, ni bebió.
Y, como se hubiese dormido, el ángel del Señor se mostró a él en una
visión nocturna, y le dijo: José, hijo de David, no temas conservar bajo
tutela a María tu esposa, porque lo que ella ha concebido del Espíritu
Santo es. Y traerá al mundo un hijo, y llamarás su nombre Jesús. Y José
despertó, y, levantándose, se puso en oración, y habló de esta suerte:
Dios de mis padres, Dios de Israel, te doy gracias, Señor, y glorifico tu
nombre santo, oh tú, que has atendido a la voz de mis súplicas, y que no
me has abandonado en el tiempo de mi vejez, antes al contrario, me has
hecho esperar consuelo y salud, has disipado de mi corazón el duelo y la
pena, y has guardado a la Santa Virgen pura de toda mancilla terrestre,
para que, desde esta noche, parezca a mis ojos radiante como la luz. Y,
después de así expresarse, José se sintió lleno de regocijo, y alabó
al Creador del universo.
De
cómo María demostró su virginidad y la castidad de José.
Se
los somete a ambos a la prueba del agua
VII
1. Cuando el primer resplandor del alba iluminó las tinieblas, José
volvió a despertarse, llamó a María, se inclinó ante ella, y le pidió
perdón, diciendo: Has sido sincera, querida esposa, y con razón se te
llama Sublime. Yo he pecado contra el Señor mi Dios, porque
frecuentemente he sospechado de tu virginidad sagrada, y no he comprendido
antes lo que encerraban las palabras que me decías. Y, en tanto que José,
abandonándose a sus reflexiones, hablaba de ese modo, y se absorbía en
sus pensamientos, he aquí que sobrevino un escriba llamado Anás, varón
piadoso y fiel, adherido al servicio del templo del Señor. Cuando entró
en la casa, José se adelantó a recibirlo, se abrazaron ambos, y tomaron
asiento. Y el escriba Anás preguntó: ¿Has vuelto felizmente de tu
viaje, padre venerado? ¿Cómo te ha ido en tu marcha y en tu regreso? Y
José repuso: Muy dichoso soy al verte aquí, escriba y servidor de Dios.
Y el escriba dijo: ¿Cuándo has llegado, hombre venerable, viejo
agradable al Señor? José dijo: Llegué ayer, pero estaba fatigado en
extremo, y no pude asistir a la ceremonia de la plegaria. El escriba dijo:
Los sacerdotes y todo el pueblo esperaron algún tiempo tu llegada, porque
bien sabes cuán considerado eres entre los hijos de Israel. José dijo:
Bendígalos Dios ahora y siempre.
2.
Y, cruzadas estas palabras, se sentaron a la mesa, comieron, bebieron, se
regocijaron, y alabaron a Dios. Pero, en aquel momento, el escriba Anás
detuvo sus ojos en la Virgen María, y vio que estaba encinta. Se calló,
sin embargo, y fue en busca de los sacerdotes, a quienes dijo: Este José,
que suponéis es el tipo del perfecto justo, ha cometido una grave
iniquidad. Los sacerdotes dijeron: ¿Qué obra inicua has observado en él?
El escriba dijo: La Virgen María, que sacó del templo y a quien le habíais
ordenado que santamente guardase, está violada hoy día, sin haber
recibido regularmente la corona de bendición. Los sacerdotes dijeron: José
no ha hecho eso, por que es un varón muy cabal e incapaz de faltar a su
promesa, y de conculcar las reglas de la justicia. El escriba opuso: Yo lo
he visto con mis propios ojos. ¿Por qué no creéis lo que os digo? Y el
Gran Sacerdote repuso: No levantes falso testimonio, porque se te imputará
comc un pecado. Y el escriba replicó: Si mi testimonio es falso, declararé
ante Dios y ante todo el pueblo que soy digno de muerte. Y, si no das crédito
a mi palabra, ordena a alguien que vaya a mirar atentamente a la Virgen
María, y quedarás informado a placer y satisfacción.

3.
Entonces Zacarías, el Gran Sacerdote, mandó unos conserjes del templo
del Señor, que citasen a Jose delante de todo el pueblo. Y, cuando los
conserjes llega ron a la casa encontraron que la Virgen María estaba
encinta, y volvieron al templo, testificando que el escriba Anás llevaba
razón. Y los príncipes de los sacerdotes enviaron a buscar a José y a
María, para que compareciesen ante su tribunal. Y, cuando llegaron, en
medio de una gran afluencia del pueblo, el Gran Sacerdote preguntó a María:
¿Qué acción ilegítima has llevado a cabo, hija mía, tú, que has sido
educada en el Santo de los Santos, y que, por tres veces has oído los
cantos de los ángeles? ¿Cómo es posible que hayas perdido tu
virginidad, y olvidado al Señor tu Dios? Y María bajó silenciosamente
la cabeza, se prosternó humildemente ante los sacerdotes y ante todo el
pueblo, y respondió llorando: Juro por Dios vivo y por la santidad de su
nombre, que permanezco pura, y que no he conocido varón. Y Zacarías la
interrogó proféticamente: ¿Serás la madre del Mesías? Pero ¿cómo
creer en tus palabras? Auguras no haber conocido varón, y, sin embargo,
estás encinta. ¿De dónde, pues, procede tu embarazo? María dijo: Lo
ignoro.
4.
Entonces Zacarías ordenó que se le llevase a José, y, cuando lo tuvo
delante, le preguntó: ¿Qué has hecho, José? ¿Cómo has podido
cometer, entre los hijos de Israel, esa falta que te deshonrará entre
numerosas tribus? Y José repuso: No sé lo que quieres decir. Mas no me
condenes a la ligera y sin testimonio, porque te harás culpable de ello.
El Gran Sacerdote dijo: No te condeno sin motivo y con inhibición de tu
inocencia, sino con razón. Devuélveme virgen a la santa y pura María,
que has recibido del templo. Donde no, reo eres de muerte. José concedió:
No te lo niego, pero juro por la vida del Señor Dios de Israel, que no sé
nada de lo que me dices. El Gran Sacerdote opuso: No mientas, y respóndeme
con lealtad. ¿Te has arrogado el derecho del matrimonio? ¿Has
despreciado la ley del Señor, sin declararlo a los hijos de Israel, ni
doblar tu cabeza ante la poderosa mano de Dios, a fin de que tu
descendencia sea bendita, en la tierra entera? José respondió: Te.lo
dije ya, y te lo repito ahora, en la esperanza de que me creas. Tú mismo
sabes perfectamente que jamás me he apartado de los mandamientos de Dios,
y que jamás he sido enemigo de nadie. Y el Señor mismo podría
atestiguar que nunca he conocido otra mujer que mi primera y legítima
esposa. Sois vosotros, sacerdotes y pueblo, quienes, ligándoos contra mí,
me habéis persuadido a mi pesar, a fuerza de instancias y de lisonjas, y
yo, por respeto a vosotros y a Dios, me sometí a vuestras órdenes, en lo
tocante a la tutela de María. E hice todo lo que convenía, conforme a lo
que habíais imaginado imponerme, llevando a esta doncella a mi casa,
proveyendo a todas sus necesidades materiales, recomendándole ser
prudente, y conservarse en la santidad hasta mi regreso. Yo me puse en
camino, y me consagré en Bethlehem a los trabajos de mi profesión, hasta
concluir lo que tenía que hacer. Cuando ayer volví, todo el mundo pudo
enterarse de las circunstancias de mi llegada. Y, de la virgen, nada he
visto, ni nada sé, sino que está encinta.
5.
Cuando la multitud del pueblo oyó esto, exclamó: Este viejo es justo y
leal. Y el Gran Sacerdote expuso: Admito de buen grado lo que dices. Pero
esta joven no era más que una niña, huérfana de padre y madre. Tú, en
cambio, eras viejo, y he aquí por qué te hemos confiado la custodia de
su virginidad, para que permaneciese intacta e inmaculada, hasta el
momento en que recibieseis ambos la corona de bendición. Y José dijo:
Sin duda, pero yo no tenía idea alguna de lo que iba a suceder. Por lo
demás, el Señor manifestará, de la manera que quiera, la injusticia de
que he sido víctima. Y, esto hablado, José se encerró en el silencio.
6.
El Gran Sacerdote dijo: Beberéis el agua de prueba, y el Señor revelará
vuestro delito, si sois culpables. Entonces Zacarías, tomando el agua de
prueba, llamó a José a su presencia y le dijo: ¡Oh hombre, piensa en tu
ancianidad canosa! Contempla este veneno de vida y de muerte, y no te
lances con voluntaria e insensata temeridad a la perdición. Y José dijo:
Por la vida del Señor y por la santidad de su nombre, juro no tener
conciencia de falta alguna. Pero, si el Señor quiere condenarme, a pesar
de mi inocencia, cúmplase su voluntad. Y el Gran Sacerdote dio a beber el
agua a José, y luego le ordenó que fuese y volviese rápidamente. Y José
fue y volvió corriendo, y bajó indemne, sin deshonra, y sin que su
persona hubiese sufrido ningún daño. Y, cuando vieron que no había sido
atacado por la muerte, todos se llenaron de un vivo temor.
7.
En seguida, el Gran Sacerdote mandó que se llamase a María a su
presencia. Cuando hubo llegado, Zacarías, tomando el agua de la prueba,
dijo: Hija mía, considera tu corta edad, y acuérdate del tiempo pasado,
en que has sido sustentada y educada en el templo. Ten piedad de ti misma,
y, si eres inocente, sálvate de la muerte, y no te advendrá ningún mal.
Pero, si quieres tentar con engaño al Dios vivo, Él te confundirá públicamente,
y tu fin será desastroso. María repuso llorando: Mi conciencia no me
acusa de ninguna culpa, y mi virginidad permanece santa, inviolada y sin
la menor mancilla. Si el Señor me condena, a pesar de mi inocencia, cúmplase
su voluntad.
8.
Y el Gran Sacerdote dio a beber el agua a María y luego le ordenó que
fuese y volviese rápidamente. Ella partió, se alejó, descendió (de la
montaña) y regresó intacta y sin mácula alguna. Viendo lo cual la
multitud, poseída de admiración, quedó estupefacta, y dijo: Bendito sea
el señor Dios de Israel, que hace justicia a los que son puros e
inocentes. Porque han salido indemnes de la prueba, y en ellos no ha
aparecido ninguna obra culpable. Entonces el Gran Sacerdote hizo que
compareciesen ante él José y María, y les dijo: Bien se os alcanza que
era preciso responder de vosotros ante Dios. Lo que la ley nos ordena
hacer, lo hemos hecho. El Señor no ha manifestado vuestro pecado, y yo
tampoco os condeno. Id en paz.
9.
Y, después de haberse prosternado ante los sacerdotes y ante todo el
pueblo, José y María volvieron a su casa y allí discretamente se
ocultaron, sin mostrarse a nadie. Y en su casa permanecieron hasta el término
del embarazo de María. Y, cuando ésta sintió que se aproximaban los
dolores del parto, José tuvo miedo, y se dijo: ¿Qué haré con ella, de
modo que persona alguna sepa, para confusión nuestra, lo que va a
ocurrir? Y advirtió a su esposa: No conviene que quedemos en esta
licalidad. Vamos a un país lejano, donde nadie nos conozca. Porque, si
permanecemos aquí, los que se enteren de que has sido madre, lanzarán
sobre nosotros el ridículo y el escarnio. Y María dijo: Haz lo que
gustes.
Del
nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo en la caverna
VIII
1. En aquellos días, llegó un decreto de Augusto, que ordenaba hacer un
empadronamiento por toda la tierra, y entregar al emperador los impuestos
debidos al tesoro, teniendo cada cual que pagar anualmente un diezmo
calculado sobre el estado nominativo de las personas pertenecientes a su
casa. En vista de ello, José resolvió presentarse con María al censo,
para ser inscritos en él ambos, así como las demás personas de su
familia. E inmediatamente enjaezó su montura, y preparó todo lo preciso
para su subsistencia corporal. Y, tomando consigo a su hijo menor José
colocó a María sobre el asno, y juntos partieron, siguiendo la ruta que
se dirige hacia el Sur.
2.
Y, cuando estuvieron a quince estadios de Nazareth, lo que hace nueve
millas, José miró a María, y vio que su semblante estaba alterado,
sombrío y melancólico. Pensó entre sí: Hállase en gestación, y, a
causa de su embarazo, no puede sostenerse bien sobre su cabalgadura. Y
preguntó a María: ¿Por qué está triste y turbada tu alma? Y María
repuso: ¿Cómo podría estar alegre, encontrándome, como me encuentro,
encinta, y no sabiendo adónde voy? José dijo: Tienes razón, María.
Pero bendito sea el Señor Dios de Israel, que nos ha librado de la
calumnia y de la denigración de los hombres. Y María replicó: ¿No te
dije tiempo ha, en la esperanza de que me creyeses, que yo no era
consciente de falta alguna, y que me juzgabas con ligereza temeraria, a
pesar de mi inocencia? Pero el Señor de todas las cosas es quien me ha
librado de mortales peligros.
3.
Y, después de haber caminado una hora, José volvió a mirar a María, y
vio con júbilo que ésta se estremecía de regocijo. Y María lo interrogó:
¿Por qué me miras, y por qué tu insistencia en preguntarme? José dijo:
Es que me admiran los cambios de tu rostro, tan pronto triste como alegre.
María dijo: Me exalto gozosamente, porque Dios me ha preservado de las
emboscadas del enemigo. Mas quiero, para instrucción tuya, revelarte una
cosa nueva. José dijo: Veamos. María dijo: Me alegro y me entristezco,
porque contemplo dos ejércitos compuestos de numerosos batallones: uno a
la derecha y otro a la izquierda. Los soldados del que se encuentra a la
derecha, se muestran alegres, y los del que se encuentra a la izquierda,
tristes.
4.
Al oír esto, José quedó asombrado, y, sumiéndose en reflexión, se
dijo: ¿Qué significa tan extraña visión? Y, en el mismo momento, un ángel
se dirigió a María, y le dijo: Regocíjate, virgen y sierva del Señor.
¿Ves la señal que te ha aparecido? María dijo: Sí. El ángel dijo: Hoy
día, los dolores de tu liberación están próximos. Las tropas que
divisas a la derecha las componen todas las multitudes del ejército de
los ángeles incorporales, que observan y esperan tu parto santo, para ir
a adorar al niño recién nacido, hijo del rey divino y soberano de
Israel. Las tropas que divisas a la izquierda son los batallones reunidos
de la legión de los demonios de negros vestidos, los cuales aguardan el
acontecimiento con gran turbación, porque van a ser derrotados. Y,
habiendo oído estas palabras del ángel, José y María quedaron
confortados, y rindieron vivas acciones de gracia a Dios.
5.
Y así caminaban, en un frío día de invierno, el 21 del mes de tébéth,
que es el 6 de enero. Y, como llegaron a un pasaje desolado, que había
sido otrora la ciudad real llamada Bethlehem, a la hora sexta del día,
que era un jueves, María dijo a José: Bájame del asno, porque el niño
me hace sufrir. Y José exclamó: ¡Ay, qué negra suerte la mía! He aquí
que mi esposa va a dar a luz, no en un sitio habitado, sino en un lugar
desierto e inculto, en que no hay ninguna posada. ¿Dónde iré, pues? ¿Dónde
la conduciré, para que repose? No hay aquí, ni casa, ni abrigo con
techado, a cubierto del cual pueda ocultar su desnudez.
6.
Al cabo de mirar mucho, José encontró una caverna muy amplia, en que
pastores y boyeros, que habitaban y trabajaban en los contornos, se reunían,
y encerraban por la noche sus rebaños y sus ganados. Allí habían hecho
un pesebre para el establo en que daban de comer a sus animales. Mas, en
aquel tiempo, por ser de invierno crudo, los pastores y los boyeros no se
encontraban en la caverna.
7.
José condujo a ella a María. La introdujo en el interior, y colocó
cerca de la Virgen a su hijo José, en el umbral de la entrada. Y él salió,
para ir en busca de una partera.
8.
Y, mientras caminaba, vio que la tierra se había elevado, y que el cielo
había descendido, y alzó las manos, como para tocar el punto en que se
habían reunido tierra y cielo. Y observó, en torno suyo, que los
elementos aparecían entorpecidos y como en estado bruto. Los vientos, inmóviles,
habían suspendido su curso, y los pájaros habían detenido su vuelo. Y,
mirando al suelo, divisó un jarro nuevo, cerca del cual, un alfarero
amasaba arcilla, haciendo ademán de juntar sus dos manos, que no se
juntaban. Todos los demás seres tenían los ojos puestos en lo alto.
Contempló también rebaños, que un pastor conducía, pero que no
marchaban. El pastor blandía su cayado, mas no podía pegar a los
carneros, sino que su mano permanecía tensa y elevada hacia arriba. Por
un barranco irrumpía un torrente, y unos camellos que pasaban por allí,
tenían puestos sus labios en el borde del barranco, peros no comían. Así,
en la hora del parto de la Virgen Santa, todas las cosas permanecían como
fijadas en su actitud.
9.
Mirando más lejos, José vio a una mujer, que venía de la montaña, y
cuyos hombros cubría una larga túnica. Y fue a su encuentro, y se
saludaron. Y José preguntó: ¿De dónde vienes, y adóndo vas, mujer? Y
ella repuso: ¿Y qué buscas tú, que me interrogas así? José dijo:
Busco una partera hebraica. La mujer dijo: ¿Quién es la que ha parido en
la caverna? José dijo: Es María, que ha sido educada en el templo, y que
los sacerdotes y todo el pueble me concedieron en matrimonio. Mas no es mi
mujer según la carne, porque ha concebido del Espíritu Santo. La mujer
dijo: Está bien, pero indícame dónde se halla. José dijo: Ven y ve.
10.
Y, mientras caminaban, José preguntó a la mujer: Te agradeceré me des
tu nombre. Y la mujer repuso: ¿Por qué quieres saber mi nombre? Yo soy
Eva, la primera madre de todos los nacidos, y he venido a ver con mis
propios ojos mi redención, que acaba de realizarse. Y, al oír esto, José
se asombró de los prodigios de que venía siendo testigo, y que no se
daban vagar unos a otros.
11.
Habiendo llegado a la caverna, se detuvieron a cierta distancia de la
entrada. Y, de súbito, vieron que la bóveda de los cielos se abría, y
que un vivo resplandor se esparcía de alto a abajo. Una columna de vapor
ardiente se erguía sobre la caverna, y una nube luminosa la cubría. Y se
dejaba oir el coro de los seres incorporales, ángeles sublimes y espíritus
celestes que, entonando sus cánticos, hacían resonar incesantemente sus
voces, y glorificaban al Altísimo.
De
cómo Eva, nuestra primera madre, y José llegaron a la caverna con
premura, y vieron el parto de la muy Santa Virgen María
IX
1. Y, cuando José y nuestra primera madre vieron aquello, se prosternaron
con la faz en el polvo, y, alabando a Dios en voz alta, lo glorificaban, y
decían: Bendito seas, Dios de nuestros padres, Dios de Israel, que, por
tu advenimiento, has realizado la redención del hombre; que me has
restablecido de nuevo, y levantado de mi caída; y que me has reintegrado
en mi antigua dignidad. Ahora mi alma se siente engrandecida y poseída de
esperanza en Dios mi Salvador.
2.
Y, después de haber hablado así, Eva, nuestra primera madre, vio una
nube que subía al cielo, desprendiéndose de la caverna. Y, por otro
lado, aparecía una luz centelleante, que estaba puesta sobre el pesebre
del establo. Y el niño tomó el pecho de su madre, y abrevó en él
leche, después de lo cual volvió a su sitio, y se sentó. Ante este
espectáculo, José y nuestra primera madre Eva alabaron y glorificaron a
Dios, y admiraron, estupefactos, los prodigios que acababan de ocurrir. Y
dijeron: ¿Quién ha oído de boca de nadie una cosa semejante, ni visto
con sus ojos nada de lo que nosotros estamos viendo?
3.
Y nuestra primera madre entró en la caverna, tomó al niño en sus
brazos, y lo acarició con ternura. Y bendecía a Dios, porque el niño
tenía un semblante resplandeciente, hermoso y de rasgos muy abiertos. Y,
envolviéndolo en pañales, lo depositó en el pesebre de los bueyes, y
luego salió de la gruta. Y, de pronto, vio a una mujer llamada Salomé,
que procedía de la ciudad de Jerusalén. Y, yendo hacia ella, le dijo: Te
anuncio una feliz y buena nueva. En esta gruta, ha traído al mundo un
hijo una virgen que no ha conocido en absoluto varón.
4.
Y Salomé repuso: Me consta que toda la ciudad de Jerusalén la ha
condenado como culpable y digna de muerte. Y, a causa de su vergüenza y
de su deshonra, ha huido de la ciudad, para venir aquí. Y yo, Salomé, he
sabido, en Jerusalén, que esa virgen ha dado a luz un hijo varón, y he
venido, gozosa, para verlo. Nuestra primera madre Eva dijo: Es cierto, y,
sin embargo, su virginidad es santa, y permanece inmaculada. Salomé
preguntó: ¿Y cómo has podido enterarte de que continúa en estado
virginal, después del parto? Eva contestó: Cuando entré en esta gruta,
vi una nube luminosa que se cernía por encima de ella, y se oía, en las
alturas, un rumor de palabras, con las que el numeroso ejército de los
coros espirituales de los ángeles bendecían al Altísimo, y exaltaban su
gloria. Y, hacia el cielo, se elevaba como una niebla brillante. Salomé
le dijo: Por la vida del Señor, que no creeré en tus palabras, antes de
ver que una virgen que no ha conocido varón ha traído un hijo al mundo,
sin concurso masculino. Y, penetrando en la caverna, nuestra primera madre
dijo a María: Disponte, porque es preciso, a que Salomé te ponga a
prueba y corrobore tu virginidad.
5.
Y, cuando Salomé entró en la caverna y, extendiendo la mano, quiso
acercarla al vientre de la Virgen, súbitamente una llama, que brotó de
allí con intenso ardor, le quemó la mano. Y, lanzando un grito agudo,
exclamó: ¡Malhaya yo, miserable e infortunada, a quien mis faltas han
extraviado gravemente! ¿Quién ha producido en mí este horror? Porque he
pecado contra el Señor, he blasfemado de él, y he tentado al Dios vivo.
¡He aquí que mi mano se ha convertido en un fuego ardiente!
6.
Pero un ángel, que estaba cerca de Salomé, le dijo: Extiende tu mano
hacia el niño, aproxímala a él, y quedarás curada. Y, cayendo a los
pies del niño, Salomé lo besó, y, tomándole en sus brazos, lo
acariciaba, y decía: ¡Oh recién nacido, hijo del Padre grande y
poderoso, niño Jesús, Mesías, rey de Israel, redentor, ungido del Señor,
tú te has manifestado en la ciudad de David! ¡Oh luz que te has
levantado sobre la tierra, tú nos has descubierto la redención del
mundo!
7.
Salomé añadió a estas palabras otras parecidas, y, en el mismo momento,
su mano quedó curada. Y, levantándose, adoró al niño. Entonces, el ángel
le dirigió la palabra, y le advirtió: Cuando vuelvas a Jerusalén, no
digas a nadie la visión que te ha aparecido, no sea que llegue a
conocimiento del rey Herodes, antes que el niño Jesús vaya al templo
para la purificación, después de cuarenta días. Salomé repuso:
Obedeceré, Señor, conforme a tu voluntad. Y, de regreso en su casa, no
comunicó a nadie las palabras que el ángel le había dicho.
De
los pastores que vieron la natividad del Señor
X
1. Y, cerca de aquel sitio, habitaban los pastores de que ya hemos
hablado. Pero sus rebaños de cabras y de ovejas no se recogían más que
al caer la noche, en lugares apartados y lejanos, donde pastaban en las
montañas y en la llanura. Y, al oscurecer, cada pastor reunía su rebañó,
y velaba y guardaba sobre él las vigilias de la noche. Y he aquí que el
ángel del Señor vino sobre los pastores, y la claridad de Dios los cercó
de resplandor. Y tuvieron gran temor y, lanzando gritos, se congregaron en
un mismo lugar, y dijeron los unos a los otros: ¿Qué palabra es ésta
que hasta nosotros ha llegado, y que no conocemos?
2.
Mas el ángel les dijo de nuevo: No temáis, hombres discretos e
inteligentes que os habéis congregado Porque he aquí que os doy nuevas
de gran gozo, y es que os ha nacido hoy mismo un salvador, que es el
Cristo del Señor, en la ciudad de David. Y esto os será por señal.
Cuando entráis en la gruta, hallaréis a un niño envuelto en pañales y
echado en un pesebre de bueyes Y, después de haber oído al ángel, los
pastores, en nú mero de quince, fueron aprisa al paraje que les indican
aquél. Y, viendo a Jesús, se prosternaron ante él y lo adoraron. Y
alababan en voz alta a Dios, diciendo: Gloria a Dios en las alturas, y en
la tierra paz y buena voluntad para con los hombres. Y cada uno de los
pastores volvk a su rebaño, alabando y glorificando al Cristo.
De
cómo los magos llegaron con presentes, para adorar al niño Jesús recién
nacido
XI
1. Y José y María continuaron con el niño en la caverna, a escondidas y
sin mostrarse en público, para que nadie supiese nada. Pero al cabo de
tres días, es decir. el 23 de tébeth, que es el 9 de enero, he aquí que
los magos de Oriente, que habían salido de su país hacía nueve meses, y
que llevaban consigo un ejército numeroso, llegaron a la ciudad de
Jerusalén. El primero era Melkon, rey de los persas; el segundo, Gaspar,
rey de los indios; y el tercero, Baltasar, rey de los árabes. Y los jefes
de su ejército, investidos del mando general, eran en número de doce.
Las tropas de caballería que los acompañaban, sumaban doce mil hombres,
cuatro mil de cada reino. Y todos habían llegado, por orden de Dios, de
la tierra de los magos, su patria, situada en las regiones de Oriente.
Porque, como ya hemos referido, tan pronto el ángel hubo anunciado a la
Virgen María su futura maternidad, marchó, llevado por el Espíritu
Santo, a advertir a los reyes que fuesen a adorar al niño recién nacido.
Y ellos, habiendo tomado su decisión, se reunieron en un mismo sitio, y
la estrella que los precedía, los condujo, con sus tropas, a la ciudad de
Jerusalén, después de nueve meses de viaje.
2.
Y acamparon en los alrededores de la ciudad, donde permanecieron tres días,
con los príncipes de sus reinos respectivos. Aunque fuesen hermanos e
hijos de un mismo padre, ejércitos de lenguas y nacionalidades diversas
caminaban en su séquito. El primer rey, Melkon, aportaba, como presentes,
mirra, áloe, muselina, púrpura, cintas de lino, y también los libros
escritos y sellados por el dedo de Dios. El segundo rey, Gaspar, aportaba,
en honor del niño, nardo, cinamomo, canela e incienso. Y el tercer rey,
Baltasar, traía consigo oro, plata, piedras preciosas, perlas finas y
zafiros de gran precio.
3.
Y, cuando llegaron a la ciudad de Jerusalén, el astro que los precedía,
ocultó momentáneamente su luz, por lo que se detuvieron e hicieron alto.
Y los reyes de los magos y las numerosas tropas de sus caballeros se
dijeron los unos a los otros: ¿Qué hacer ahora, y en qué dirección
marchar? Lo ignoramos, porque la estrella nos ha guiado hasta hoy, y he
aquí que acaba de desaparecer., abandonándónos y dejándonos en
angustioso apuro. Vamos, pues, a informarnos respecto al niño, y
busquemos el lugar exacto en que esté, y después proseguiremos nuestra
ruta. Y todos convinieron unánimemente en que esto era lo más puesto en
razón.
4.
Y el rey Herodes, al ver la numerosa caballería que acampaba,
amenazadora, alrededor de la ciudad, concibió vivo temor. Y, poniéndose
a reflexionar, se dijo: ¿Quiénes son esos hombres que acampan ahí con
un ejército numeroso, y que disponen de una fuerza enorme, de tesoros, de
vastas riquezas y de objetos de lujo? Ninguno de ellos ha venido a
presentarse a mí, y sus jefes son en tal medida grandes y victoriosos,
que no han dado un solo paso para cumplimentarme. Luego el rey mandó
llamar a los príncipes de su corte y a sus más altos dignatarios y,
reunidos en concejo, se dijeron los unos a los otros: ¿Cómo obraremos
con esas gentes, que traen un ejército numeroso a sus órdenes, y que son
jefes aguerridos?
5.
Y los príncipes dijeron a Herodes: ¡Oh rey, ordena que se guarde bien
esta ciudad por los guerreros de tu guardia, no sea que esos extranjeros
la sorprendan clandestinamente, se apoderen de ella a viva fuerza, y
conduzcan a los habitantes en cautividad! El rey repuso: Habláis bien,
pero valgámonos antes de medios amistosos, y después veremos. Y los príncipes
dijeron: ¡Oh rey, dispón que todas tus tropas se reúnan, que
desplieguen vigilante energía, y que se mantengan atentas y sobre las
armas! Y, en el ínterir, enviad a esas gentes como diputados a varones hábiles,
que vayan a parlamentar con ellos, y que les pregunten, al justo y en
detalle, de dónde vienen y adónde van.
6.
Entonces Herodes eligió a tres príncipes, hombres doctos y letrados,
para que fuesen a entrevistarse con los extranjeros de parte suya. Y,
llegando a éstos, unos y otros se saludaron con mutua consideración, y
se sentaron. Y los príncipes dijeron: Hombres venerables y reyes
poderosos, explicadnos el motivo de vuestro advenimiento a nuestro país.
Los magos dijeron: ¿Por qué nos hacéis esa pregunta, si somos nosotros
los que venimos a interrogaros? Procedemos de Persia, comarca lejana, y
tenemos prisa en proseguir nuestra ruta. Los príncipes dijeron:
Escuchadnos, por amor de Dios. Nuestro rey está en la ciudad, y, al notar
que os establecíais aquí en observación, esperaba que os presentaseis a
él, pues querría veros, oíros, hablaros, y conversar con vosotros. Mas,
como no os apresuraseis a ir a visitarlo, nos ha enviado en vuestra busca,
para invitaros a que os personéis en su palacio, a fin de informarse, con
todo respeto, de vuestras intenciones, y saber lo que deseáis.
7.
Los magos dijeron: ¿Y para qué nos requiere vuestro rey? Si él tiene
alguna cuestión que plantearnos, nosotros, por nuestra parte, nada
tenemos que ver, nada que oír, nada que manifestar a nadie. Los príncipes
dijeron: ¿Venís, pues, como amigos o con designios violentos? Los magos
dijeron: Libre y gozosamente hemos venido de nuestra nación aquí. Nadie
nos ha sometido a semejante interrogatorio, ¡y vosotros pretendéis ahora
sondearnos! Los príncipes dijeron: El rey es quien nos ha mandado venir a
veros, a oíros y a hablaros. Desde que habéis acampado en las afueras,
un olor de esencias aromáticas ha salido de vuestras tiendas, y llenado
toda nuestra ciudad. ¿Sois mercaderes, que os dedicáis al gran comercio,
o poderosos señores familiares de reyes, que traéis en abundancia
perfumes refinados de todas las flores preciosas, los cuales tratan de
cambiar en algún país rico? Los magos dijeron: Nada de eso somos, ni
nada tenemos que vender, y sólo preguntamos por nuestro camino.
8.
Los príncipes preguntaron: ¿Qué camino? Y los magos contestaron: Aquel
por el que el Señor nos conducirá, en la justicia, hasta el país del
bien. Por orden de Dios y de común acuerdo, hemos venido aquí. Hace
nueve meses que nos pusimos en marcha, y no pudimos aún llegar a tiempo a
nuestro destino. La estrella que nos guiaba, nos precedía de continuo, y,
al terminar cada etapa de nuestro viaje, se estacionaba sobre nuestras
cabezas. Cuando, puestos de nuevo en camino, apresurábamos la marcha, la
estrella, dejada atrás, tomaba otra vez la delantera, y así hasta este
lugar. Ahora, su luz, ha desaparecido de nuestra vista, y, sumidos en la
incertidumbre, no sabemos qué hacer.
9.
Y los príncipes fueron a contar al rey todo lo que les participaron los
magos. Entonces Herodes se decidió a ir en persona a entrevistarse con
ellos, y, así que estuvo en su campamento, les preguntó: ¿Con qué propósito
habéis hecho tan largo viaje a esta tierra, con ejército tan numeroso y
con presentes tan ricos? Y los magos contestaron: Venimos de Persia, del
Oriente. Por razón de nuestra nacionalidad, se nos llama magos. Hemos
llegado aquí conducidos por una estrella, y la causa de nuestro viaje es
haber visto en nuestro país que un rey ha nacido en el país de Judea.
Nuestro objeto es visitarlo y adorarlo.
10.
Herodes, que tal oyó, quedó profundamente turbado y empavorecido. Él
interrogó a los extranjeros: ¿De quién habéis sabido lo que decís, o
quién os lo ha contado? Y los magos respondieron: De ello hemos recibido
de nuestros antepasados el testimonio escrito, que se guardó bajo pliego
sellado. Y, durante largos años, de generación en generación, nuestros
padres y los hijos de sus hijos han permanecido en expectación, hasta el
momento en que aquella palabra se ha realizado ante nosotros, puesto que
en una visión se nos ha manifestado, por mandato de Dios y por ministerio
de un ángel. Y hemos llegado a este lugar, que nos ha indicado el Señor.
Herodes dijo: ¿De dónde proviene ese testimonio, sólo de vosotros
conocido?
11.
Los magos dijeron: Nuestro testimonio no proviene de hombre alguno. Es una
orden divina concerniente a un designio que el Señor ha prometido cumplir
en favor de los hijos de los hombres, y que se ha conservado entre
nosotros hasta el día. Herodes dijo: ¿Dónde está ese libro, que
vuestro pueblo posee con exclusión de todo otro? Los magos dijeron: Ningún
Otro pueblo lo conoce, ni de oídas, ni por su propia inteligencia, y sólo
nuestro pueble posee de él un testimonio escrito. Porque, cuando Adán
hubo abandonado al Paraíso, y cuando Caín hubo matado a Abel, el Señor
concedió a nuestro primer padre el nacimiento de Seth, el hijo de
consolación, y, con él, aquella carta escrita, firmada y sellada por el
dedo del mismo Dios. Seth la recibió de su padre, y la dio a sus hijos.
Sus hijos la dieron a sus hijos, de generación en generación. Y, hasta
Noé, recibieron la orden de guardar cuidadosamente dicha carta. Noé se
la dio a su hijo Sem, y los hijos de éste la transmitieron a los suyos. Y
éstos, a su vez, la dieron a Abraham. Y Abraham la dio a Melquisedec, rey
de Salem y sacerdote del Dios Alto, por cuya vía nuestro pueblo la recibió,
en tiempo de Ciro, monarca de Persia, y nuestros padres la depositaron con
grande honra en un salón especial. Finalmente, la carta llegó hasta
nosotros. Y nosotros, poseedores de ese testimonio escrito, conocimos de
antemano al nuevo monarca, hijo del rey de Israel.
12.
Al escuchar esto, llenóse de rabia el corazón de Herodes, que dijo:
Mostradme esos signos escritos, que poseéis. Los magos dijeron: Lo que
hemos prometido remitir a su dirección, y cumplir en su nombre, no
podemos abrirlo, ni mostrarlo a nadie. Entonces Herodes ordenó que se
detuviese a los magos a viva fuerza. Empero, de súbito, el palacio, en
que residían multitud de gentes, fue sacudido por espantosa conmoción.
Las columnas se abatieron por cuatro lados, y todo el cimiento del palacio
se desfondó con gran ruina. Una muchedumbre numerosa que se encontraba
fuera, huyó de allí, aterrada, y los que estaban en el interior del
edificio, grandes y pequeños, quedaron muertos en número de setenta y
dos. A cuya vista, todos los que habían venido a aquel lugar, cayeron a
los pies de Herodes, y le suplicaron, diciendo: Déjalos proseguir
tranquilamente su camino. Y su hijo Arquelao se puso también de hinojos
ante su padre, y le dirigió el mismo ruego.
13.
El impío Herodes consintió en el deseo de su hijo, y despidió a los
magos, preguntándoles en tono de amistad: ¿Qué deseáis que haga por
vosotros? Y los magos contestaron: No tenemos otra demanda que hacerte
sino ésta: ¿Qué hay escrito en vuestra ley? ¿Qué leéis en ella? Y
Herodes repuso: ¿Qué queréis decir? Y los magos interrogaron: ¿Dónde
va a nacer el Cristo, rey de los judíos? Y, oyendo esto, Herodes se turbó,
y toda Jerusalén con él. Y, convocados todos los príncipes de los
sacerdotes y los escribas del pueblo, les preguntó: ¿Dónde ha de nacer
el Cristo? Y ellos le dijeron: En Bethlehem de Judea, ciudad de David. Y
Herodes dijo a los magos: Andad allá, y preguntad con diligencia por el
niño, y, después que hallarais, hacédmelo saber, para que yo también
vaya, y lo adore. Mas el tirano impío hablaba de esta suerte, para hacer
pasar el niño a cuchillo, por medio de aquella información sorprendida pérfidamente.
14.
Y los magos, levantándose en seguida, se prosternaron ante Herodes y ante
toda la ciudad de Jerusalén, y continuaron su ruta. Y he aquí la
estrella, que habían visto antes, iba delante de ellos, hasta que,
llegando, se puso sobre donde estaba el niño Jesús. Y, regocijándose
con muy grande gozo, bajaron cada cual de su montura, e inmediatamente,
hicieron resonar sus bocinas, sus pífanos, sus tamboriles, sus arpas y
todos sus demás instrumentos de música, en honor del recién nacido,
hijo del rey de Israel. Reyes, príncipes y toda la multitud de la
comitiva, entonando un canto, empezaron a bailar y, a plena voz, con alegría,
con reconocimiento, con corazón jubiloso, bendecían y alababan a Dios,
por haberlos considerado dignos de llegar a tiempo a Bethlehem, para
contemplar la gloria del gran día, ilustrado por el misterio que ante
ellos se mostraba.
15.
Al ver todo aquel aparato, y al oír todo aquel estruendo, José y María,
confusos y medrosos, huyeron de allí, y el niño Jesús quedó solo en la
caverna, acostado en el pesebre de los animales. Mas los príncipes y los
grandes señores de los reyes magos, detuvieron a José, y le dijeron:
Viejo, ¿qué temor es el tuyo, y por qué haces esto? Nosotros, en
verdad, también somos hombres semejantes a vosotros. José repuso: ¿De dónde
llegáis a esta hora, y qué pretendéis, al venir aquí con tan numeroso
ejército? Los magos replicaron: Llegamos de una tierra lejana, nuestra
patria Persia, y venimos con gran copia de presentes y de ofrendas.
Queremos conocer al niño recién nacido, que es el rey de los judíos, y
adorarlo. Si por acaso lo sabes a ciencia cierta, indícanos puntualmente
el lugar en que se halla, a fin de que vayamos a verlo. Al oír esto, María
entró con júbilo en la caverna, y, alzando al niño en sus brazos, sintió
el corazón lleno de alegría. Y luego, bendiciendo y alabando y
glorificando a Dios, permaneció sentada en silencio.
16.
Por segunda vez los magos interrogaron a José en esta guisa: Venerable
anciano, infórmanos con exactitud, manifestándonos dónde se encuentra
el niño recién nacido. José, con el dedo, les mostró de lejos la
caverna. Y María dio de mamar a su hijo, y volvió a ponerlo en el
pesebre del establo. Y los magos llegaron gozosos a la entrada de la
caverna. Y, divisando al niño en el pesebre de los animales, se
prosternaron ante él, con la faz contra la tierra, reyes, príncipes,
grandes señores, y todo el resto de la multitud que componía su numeroso
ejército. Y cada uno aportaba sus presentes, y los ofrecía.
17.
En primer término se adelantó Gaspar, rey de la India, llevando nardo,
cinamomo, canela, incienso y otras esencias olorosas y aromáticas, que
esparcieron un perfume de inmortalidad en la gruta. Después Baltasar, rey
de la Arabia, abriendo el cofre de sus opulentos tesoros, sacó de él,
para ofrendárselos al niño, oro, plata, piedras preciosas, perlas finas
y zafiros de gran precio. A su vez, Melkon, rey de la Persia, presentó
mirra, áloa, muselina, púrpura y cintas de lino.
18.
Y, no bien hubieron ofrecido cada uno sus presentes, en honor del hijo
real de Israel, los magos salieron de la gruta, y, reuniéndose los tres
fuera de ella, iniciaron mutua consulta entre sí. Y exclamaron: ¡Asombroso
es lo que acabamos de ver en tan pobre reducto, desprovisto de todo! Ni
casa, ni lecho, ni habitación, sino una caverna lóbrega, desierta e
inhabitada, en que estas gentes no tienen ni aun lo necesario çara
procurarse abrigo. ¿De qué nos ha servido venir de tan lejos para
conocerlo? Franqueémonos los unos con los otros en recíproca sinceridad.
¿Qué signo maravilloso hemos contemplado aquí, y qué prodigio nos ha
aparecido a cada uno? Los hermanos se dijeron a una: Sí, lleváis razón.
Contémonos nuestra visión respectiva. Y preguntaron a Gaspar, rey de la
India: Cuando le ofreciste el incienso, ¿qué apariencia reconociste en
él?
19.
Y el rey Gaspar contestó: Reconocí en él al hijo de Dios encarnado,
sentado en un trono de gloria, y a las legiones de los ángeles
incorporales, que formaban su cortejo. Ellos dijeron: Está bien. Y
preguntaron a Baltasar, rey de la Arabia: Cuando le aportaste tus tesoros,
¿bajo qué aspecto se te presentó el niño? Y Baltasar contestó: Se me
presentó a modo de un hijo de rey, rodeado de un ejército numeroso, que
lo adoraba de rodillas. Ellos dijeron: La visión es muy propia. Y Melkon,
sometido a la misma interrogación que sus hermanos, expuso: Yo lo vi como
hijo del hombre, como un ser de carne y hueso, y también le vi muerto
corporalmente entre suplicios, y más tarde levantándose vivo del
sepulcro. Al escuchar tales confidencias, los reyes, llenos de estupor, se
dijeron con pasmo: Nuevo prodigio es el que estas tres visiones sugieren.
Porque nuestros testimonios no concuerdan entre sí, y, sin embargo, nos
es imposible negar un hecho patentizado por nuestros propios ojos.
20.
Y por la mañana, muy temprano, los reyes se levantaron, y se dijeron los
unos a los otros: Vamos juntos a la caverna, y veamos si algún otro signo
se nos manifiesta claro. Y Gaspar entró en la gruta, y vio al niño en el
pesebre del establo. E, inclinándose, se prosternó, y tuvo la segunda
visión, la de Baltasar, a quien se le mostró el niño a manera de un
monarca terrestre. Y, cuando salió, relató el caso a los otros en estos
términos: No he tenido mi primera visión, sino la tuya, Baltasar, la que
tú nos has referido. Y Baltasar entró a su vez, y halló al niño en el
regazo de su madre. E, inclinándose, se prosternó ante él, y tampoco
tuvo su visión del día anterior, en que el niño se le apareciera como
hijo de rey, sino como hijo del hombre, con su carne muerta entre
tormentos, y después resucitado y vuelto a la vida. Y fue a comunicar
esto a los otros hermanos, diciéndoles: No he renovado mi primera visión,
sino contemplado la de Melkon, tal como él nos la ha contado. Entonces
entró Melkon, y encontró al Cristo sentado sobre un trono sublime. E,
inclinándose, se prosternó ante él, y no lo vio ya como lo había visto
la primera vez, muerto y vuelto a la vida, sino conforme lo viera Gaspar,
como Dios hecho carne y nacido de la Virgen. Lleno de gozo, Melkon fue,
presuroso, a prevenir a los otros hermanos, diciéndoles: No he tenido mi
primera visión, sino la de Gaspar, pues vi a Dios, sentado sobre un trono
de gloria.
21.
Luego de haber visto todas estas cosas, los reyes se congregaron
nuevamente en consulta. Y cambiaron impresiones sobre la visión que cada
uno había percibido y comprendido. Y se dijeron: Retirémonos ahora a
nuestro albergue. Mañana, muy temprano, volveremos por tercera vez a la
gruta, y nos aseguraremos de modo positivo y definitivo si está realmente
allí el que el Señor nos ha mostrado. Y, habiendo regresado a su tienda,
permanecieron alegres en ella, hasta que despuntó el día. Y, levantándose,
llegaron a la abertura de la caverna, en la cual penetraron uno a uno. Y
miraron y reconocieron al niño, y tuvieron de él la misma visión que
habían tenido la primera vez. Y, transportados de júbilo, se contaron
los unos a los otros lo que habían comprobado, y fueron a anunciarlo a
todo su ejército en estos términos: En verdad, ese niño es
efectivamente Dios e hijo de Dios, que se ha mostrado a cada uno de
nosotros bajo una apariencia exterior en relación con los dones que
respectivamente le hemos ofrecido. Y ha recibido con dulzura y con bondad
nuestro saludo y el homenaje de nuestros presentes. Y todos, reyes, príncipes,
grandes señores y toda la multitud del numeroso ejército que se
encontraba allí, tuvieron fe en el niño Jesús.
22.
Y de nuevo el rey Melkon tomó el libro del Testamento, que guardaba en su
casa como herencia de los primeros antepasados, según ya advertimos, y se
lo presentó al niño, diciéndole: He aquí tu carta, que a nuestros
ascendientes entregaste en custodia, firmada y sellada por ti. Toma este
documento auténtico que has escrito, ábrelo y léelo, porque el quirógrafo
está a tu nombre. Y el documento era aquel cuyo texto permanecía oculto
bajo pliego, y que los magos no se habían atrevido a abrir, y menos aún
a dar a los judíos y a sus sacerdotes, por cuanto éstos no eran dignos
de llegar a ser hijos del reino de Dios, destinados como estaban a renegar
del Salvador, y a crucificarlo.
23.
Dicho documento había sido regalado por Dios a Adán, del cual, después
de su expulsión del Paraíso, se había apoderado un gran dolor, a raíz
del homicidio perpetrado por Caín en la persona de su hermano Abel. Mas,
cuando hubo visto al primero castigado por Dios, y a él mismo arrojado
del edén glorioso por su desobediencia, se encontró también atormentado
en sus hijos, por la aflicción del espectáculo de Abel muerto y Caín
condenado a siete penas. Adán más entristecido todavía y sumido en un
duelo más profundo, no mantuvo ya relaciones conyugales con Eva. Y, al
cabo de doscientos cuarenta años de haber salido del Paraíso, Dios, en
su misericordia, le envió un ángel, y le ordenó que entrase a Eva. E
hizo nacer a Seth, nombre que significa hijo de la consolación. Y, por
haber querido Adán hacerse Dios, éste resolvió hacerse hombre, en el
exceso de su piedad y de su amor a nuestra desdichada especie. Y prometió
a nuestro primer padre que, conforme a su plegaria, escribiría y sellaría
con su propio dedo un pergamino en letras de oro, que llevaría la
siguiente portada: En el año seis mil, el día sexto de la semana, el
mismo en que te creé, y a la hora sexta, enviaré a mi hijo único, el
Verbo divino, que tomará carne en tu raza, y que se convertirá en hijo
del hombre, y que te restablecerá de nuevo en tu dignidad original, por
los supremos tormentos de su cruz. Y entonces tú, Adán, unido a mí con
un alma pura y un cuerpo inmortal, quedarás deificado, y podrás, como
yo, discernir el bien y el mal.
24.
Y este documento, que Adán dio a Seth, Seth a Enoch, Enoch a sus hijos, y
que de tal suerte pasó de unos descendientes a otros, hasta Noé; que Noé
dio a Sem, Sem a sus hijos, y sus hijos a sus hijos hasta Abraham; que
Abraham dio Melquisedec el pontífice; que Melquisedec dio a otro, y éstos
a otros todavía, hasta que llegó a manos de Ciro, quien lo guardó
cuidadosamente en un salón especial, donde se conservó hasta el tiempo
de la natividad del Cristo: ese documento era el mismo que los magos
ofrecieron al niño Jesús. Y, como los reyes y todo su acompañamiento
hubiesen cumplido sus votos y sus plegarias, después de tres días de
permanencia en la gruta, deliberaron entre sí, y se dijeron: No hay que
olvidar lo prometido. Vamos por última vez a la caverna, para adorar al
niño, y después reanudaremos nuestro viaje en paz. Y, de común acuerdo,
entraron en el establo, y de nuevo tuvieron exactamente sus visiones
respectivas. Y, conmovidos por gran temor, se prosternaron ante el recién
nacido, y rindieron testimonio de fe en él, diciéndole: Eres Dios e hijo
de Dios. Y, salidos de la gruta, continuaron en sus alrededores el día
entero hasta el siguiente. Y, con júbilo y alegría, bendecían y
alababan a Dios.
25.
Y, por la mañana, al despuntar la aurora, el día primero de la semana,
el 25 de tébéth y de enero el 12, se dispusieron a partir para su país.
Y, cuando deliberaban sobre si volverían a entrevistarse con Herodes, he
aquí que una voz les habló, diciendo: No tornéis a Herodes, el tirano
impío, porque quiere matar a ese tierno infante. Y, habiendo oído esto,
los magos renunciaron a pasar por la ciudad de Jerusalén, y regresaron a
su tierra por otro camino. Y, glorificando al Cristo, Dios del universo,
marcharon a su patria, poseídos de gozo y siguiendo la ruta por donde el
Señor los conducía.
De
cómo José y María circuncidaron a Jesús, y lo llevaron al templo de
Jerusalén con presentes
XII
1. Después de todos los acontecimientos ocurridos, José y su esposa
permanecieron secretamente en la caverna, teniéndolo oculto, para que
persona alguna supiese nada. Y, tomando todos los tesoros aportados por
los magos, José los escondió cuidadosamente en la gruta. Y, siempre a
hurto de la gente, salía y circulaba a diario por la villa, por la aldea
y por la campiña. Las necesidades materiales de todos estaban provistas y
nadie los inquietaba, ni los amenazaba, por voluntad de Dios, pues, aunque
de Bethlehem a la ciudad de Jerusalén, apenas hay doce millas, todo el
territorio de las inmediaciones está desierto e inhabitado. Y, cada vez
que José iba a algún menester a cualquier lugar, dejaba de guardián, al
servicio de María, a su hijo menor, que lo había seguido a Bethlehem.
2.
Y, cuando el niño tuvo ocho días de edad, José dijo a María: ¿Cómo
obraremos con esta criatura, puesto que la ley ordena hacer la circuncisión
a los ocho días del nacimiento? Y María le dijo: Procede como te plazca
en este asunto. Y José marchó con sigilo a Jerusalén, y trajo de allí
un hombre sabio, misericordioso y temeroso del Señor, que se llamaba
Joel, y que conocía a fondo las leyes divinas. Y llegó a la gruta, donde
encontró al niño. Y, al aplicarle el cuchillo no resultó de ello ningún
corte en el cuerpo de aquél. Ante este prodigio, quedó estupefacto, y
exclamó: He aquí que la sangre de este niño ha corrido sin incisión
alguna. Y recibió el nombre de Jesús, que le había sido impuesto de
antemano por el ángel.
3.
Y la sagrada familia continuó en la gruta. Y el niño Jesús crecía y
progresaba en gracia y en sabiduría. Y, hasta los cuarenta días, los
esposos siguieron ocultándolo, para que nadie lo viese.
4.
Y, cuando Herodes vio que los magos habían regresado a su país sin
visitarlo, se hizo la reflexión siguiente: Si los magos que aquí
llegaron no han vuelto es que son traficantes familiares de los reyes. Por
eso, no quisieron descubrirme sus secretos. Mas, temiendo que les exigiese
rescate, se me escaparon falazmente y con falsos pretextos, para que yo no
los perjudicase. Y, habiendo hablado así, Herodes abandonó la ciudad de
Jerusalén, y fue a residir temporalmente a Achaía. Por el momento, no
pensó más en su proyecto de buscar al niño Jesús, para hacerle una
mala partida. Y, como los sacerdotes y el pueblo tampoco prosiguiesen el
asunto, éste cayó en el olvido.
5.
Y José, tomando en secreto a María y a Jesús, con numerosos dones y
ofrendas provenientes de la liberalidad de los magos, subió a la ciudad
de Jerusalén. Y, después de haber presentado el niño Jesús a los
sacerdotes, ofrecieron al templo, según el uso consagrado, un par de tórtolas,
o dos palominos. Y el viejo Simeón, habiendo tomado y recibido al Mesías
en sus brazos, pidió al Señor que lo despidiese en paz, antes que su
alma quedase en libertad de volver a Él. Y, poseído de espíritu profético,
Simeón dijo de Jesús: He aquí que es puesto para caída y para
levantamiento de muchos en Israel.
6.
Y, después de haber rendido el tributo de sus presentes y de sus
sacrificios, José volvió, con María y con Jesús, a Bethlehem.
Recogidos en la gruta, permanecieron allí largos días, hasta el año
nuevo, sin aparecer en público, por miedo al impío rey Herodes. Y, a los
nueve meses, Jesús dejó espontáneamente de amamantarse en los pechos de
su madre. Y, al notario ésta y José, se admiraron en gran manera, y se
preguntaron el uno al otro: ¿Cómo es que no come, ni bebe, ni duerme,
sino que está siempre alerta y despierto? Y no podían comprender el
imperio de voluntad que ejercía sobre sí mismo.
De
la cólera de Herodes, y de cómo degolló a los niños de Bethlehem
XIII
1. Y continuaron los tres viviendo hasta el comienzo de otro año en
Bethlehem, cuando un hombre impío de esta localidad, llamado Begor o
Fegor, fue a prevenir al perverso rey Herodes, y le hizo el siguiente
relato: Los magos que enviaste a Bethlehem, y a quienes ordenaste que
pasasen a verte antes de abandonar Judea, no han vuelto, sino que,
habiendo ido allá abajo, y habiendo encontrado a un niño recién nacido,
del que se decía que era hijo de rey, le han ofrecido profusión de
presentes que consigo llevaban, y han regresado a su tierra por otro
camino.
2.
Al saber que había sido engañado por los magos, Herodes convocó a los
príncipes y a los grandes señores de su reino, y les dijo: ¿Qué hacer?
Esos hombres, después de habernos burlado y escarnecido pérfidamente,
han huido, y se nos han escapado. ¿Qué ha sido de ese niño, y en qué
retiro tan oculto se esconde de mí, que nadie lo ha visto hasta ahora? Ea,
pues, mandemos soldados a Bethlehem, para que lo busquen, lo capturen, y
maten a su padre y a su madre.
3.
Mas los príncipes dijeron: ¡Oh rey, escúchanos! Bethlehem es una ciudad
en ruinas, y los hechos que conciernen a ese niño, largos días ha que
pasaron, por lo cual es casi seguro que no esté ya en ese sitio, y que
haya huido a un país lejano. Y los príncipes, que no se cuidaron más
del asunto, y que no lo revelaron a nadie, hablaron así por disposición
divina del Espíritu Santo, dado que Jesús y los suyos habitaban allí
todavía.
4.
Y el malvado impío, en la rabia de su corazón no sabía qué determinación
tomar. Y los príncipes dijeron: ¡Oh rey, no te aflijas de ese modo, ni
dejes que tu alma se turbe por el arrebato! Manda todo lo que quieras y te
obedeceremos. El rey repuso: Sí, yo sé cómo he de obrar. Cuanto a
vosotros, básteos estar prestos a cumplir mis órdenes. Y convocó a los
comandantes del ejército y a los jefes de los distritos, y los envió por
toda la estensión de su reino, para buscar a Jesús. Pero el resultado
fue infructuoso y, a su retorno, manifestaron al rey: Hemos recorrido
todos los cantones de Judea, y no lo hemos encontrado. En vista de ello,
Herodes mandó a diez y ocho ci-harcas de sus tropas que recorriesen todo
el territorio sometido a su dominio, y les dio la consigna siguiente: No
tengáis piedad alguna de los niños pequeños, ni de las lamentaciones de
sus padres y de sus madres, y no os dejéis persuadir por gratificaciones
fuertes, ni por juramentos engañosos. Mas doquiera halléis niños
menores de dos años, pasadlos a cuchillo.
5.
Entonces todos los comandantes del ejército se congregaron en torno suyo,
con sus espadas y con sus armas. Y, poniéndose en camino, circularon por
todos los lugares, y mataron a todos los niños que encontraron en ochenta
y tres aldeas, en número de trece mil sesenta. Y el tirano impío, al
proceder de tal manera a causa de Jesús, esperaba que éste hubiese
quedado incluido entre las víctimas. Pero José y María, que supieron
todas esas cosas, y a quienes intimidó el temor al rey y a su ejército,
tomaron al niño Jesús, lo envolvieron en sus mantillas, y lo ocultaron
en el pesebre de los animales. Después, ganaron las ruinas de la ciudad,
y se agazaparon allí en observación. Y nadie los vio, porque los que los
divisaban no les prestaban atención alguna, ni los miraban siquiera.
De
cómo Herodes mató, en el templo, a Zacarías, el Gran Sacerdote, a causa
de su hijo Juan
XIV
1. Mas el tirano impío, no encontrando medio de poner término total a su
sangrienta obra, hizo en seguida investigaciones cerca de Zacarías con
respecto a Juan, para saber si era su hijo único; y si estaba destinado a
reinar sobre Israel. Envió, pues, soldados para que les entregase a su
pequeño Juan, y dijo Zacarías: Varias personas me han informado que tu
hijo está destinado a reinar sobre la tierra de Judea. Muéstramelo, para
que yo lo conozca. Al oír tal, Zacarías tuvo miedo del escelerato impío,
y repuso: Por la vida del Señor, no sé lo que hablas.
2.
Y, cuando Isabel supo esto, tomó al pequeño Juan y se fue con él,
fugitiva, a un lugar desierto de la montaña, donde buscó sitio en que
poner en seguridad al nino. Después, casi sin aliento, lloraba con
amargura, y derramaba sus lágrimas ante el Señor, exclamando: Dios de
mis padres, Dios de Israel, escucha la plegaria de tu sierva. Trátame
conforme a tu piedad y a tu benevolencia para con los hombres, y arráncanos
de las manos de Herodes y de la jauría rabiosa y criminal de sus ejércitos.
Abrase la tierra, y tráguenos a ambos, antes que mis ojos vean la muerte
de mi hijo. Y, apenas pronunciadas estas palabras, en el mismo instante,
la montaña se abrió y le dio acceso, y ocultó a Isabel y al pequeño
Juan. Una nube luminosa los cubrió, y los guardó sanos y salvos. Y un ángel
del Señor, descendiendo a ellos, les sirvió de defensa tutelar.
3.
Pero Herodes envió por segunda vez a sus servidores a Zacarías, y le
comunicó: Dime dónde se oculta tu hijo y tráemelo, para que lo vea.
Zacarías contestó: Yo me hallo consagrado al servicio del templo. Mas,
como mi casa no está aquí, sino en la región montañosa de Galilea,
ignoro qué se ha hecho de la madre y del niño. Y los servidores
volvieron con el recado de Zacarías. De nuevo Herodes remitió un mensaje
a sus generales, y les expuso: Id a manifestar esto a Zacarías: He aquí
lo que dice el rey de Israel: Has escondido tu hijo a mis miradas, y no
has querido presentármelo francamente, porque sé que ese niño ha de
reinar en la casa de Israel. ¿Es que pretendes evitarme, y escapar de mis
requerimientos, con palabras evasivas y con pretextos vanos? No será así
en mis días. Si no me lo traes de buen grado, lo tomaré a la fuerza, y
perecerás con él.
4.
Y Zacarías respondió: Por la vida del Señor, repito que no sé lo que
le ha ocurrido a mi esposa y a mi hijo. Y los servidores fueron a referir
al rey las palabras del Gran Sacerdote. Pero el tirano impío y lleno de
toda especie de iniquidad mandó nuevamente a sus comisionados, y conminó
a Zacarías, diciéndole: Por tercera vez te transmito mis órdenes. No
has querido atenderlas y no te han amedrentado mis amenazas. ¿Olvidas que
tu sangre está en mi mano y que nadie te salvará, ni aun aquel en quien
esperas?
5.
Y, como los comisionados llevasen la nueva amonestación a Zacarías, éste
replicó: Comprendo que queréis mi sangre, y que estáis decididos a
verterla sin razón. Pero, aunque hagáis perecer mi cuerpo con muerte
cruel, el Señor, que me ha hecho y que me ha creado, acogerá mi alma. Y
ellos marcharon a repetir a Herodes lo que Zacarías había dicho. Pero el
impío, en la perversidad creciente de su corazón, no dio respuesta
alguna. Y, aquella misma noche, envió soldados, que se introdujeron
furtivamente en el templo y mataron a Zacarías cerca del altar, en el
tabernáculo de la alianza. Y nadie, ni de los sacerdotes, ni del pueblo,
supo nada de lo ocurrido.
6.
Pero, a la hora de la plegaria ritual, esperaron a que Zacarías hiciese
acto de presencia, como todos los días, y tratando de verlo, no lo
encontraron. Y, cuando apareció la aurora, en el momento de entregarse a
aquella plegaria, los sacerdotes y el pueblo se reunieron para saludarse
mutuaniente, y se dijeron: ¿Qué ha sucedido al Gran Sacerdote? ¿Dónde
estará? Y, extrañados de su tardanza, pensaron: Sin duda reza su oración
privada, o bien ha tenido alguna visión en el templo.
7.
Mas uno de los sacerdotes, llamado Felipe, entró audazmente en el Santo
de los Santos, y vio la sangre coagulada cerca del altar de Dios. Y he aquí
que una voz articulada salió del tabernáculo, diciendo: La sangre
inocente ha sido vertida en vano, y no se borrará de encima de los hijos
de la casa de Israel, hasta que llegue el día de la completa venganza.
Cuando los sacerdotes y toda la multitud popular oyeron esto, rasgaron sus
vestiduras y, esparciendo ceniza sobre sus cabezas, exclamaron: ¡Desdichados
de nosotros y de nuestros padres, condenados todos a este desastre y a
esta ignominia!
8.
Y los sacerdotes, penetrando en el tabernáculo, vieron la sangre de Zacarías
coagulada, como una piedra, cerca del altar de Dios, mas no vieron su
cuerpo. Y, llenos de estupor, se dijeron los unos a los otros que su pérdida
estaba consumada. Y se preguntaban, atónitos: ¿Qué se ha hecho de su
cuerpo, que no aparece por ninguna parte? Y erraron por doquiera en su
busca, y no hallaron rastro de él. Y cada cual sospechaba entre sí que
alguien había recogido furtivamente su cuerpo, y lo había llevado a
esconder en algún sitio oculto. Y, celebrando gran duelo en honor del
Gran Sacerdote muerto, los hijos de Israel lo lloraron durante treinta días
e hicieron pesquisiciones en muchos puntos, sin que lograsen encontrar el
cuerpo. Y así tuvo lugar el asesinato de Zacarías.
9.
Después de lo acaecido, los sacerdotes y todo el pueblo deliberaron para
constituir un nuevo Pontífice en el templo santo. Y, dirigiendo sus
plegarias al Señor Dios, le pidieron que diese otro servidor al altar. Y
echaron suertes, y la designación recayó sobre el viejo Simeón, el cual
fue Pontífice muy poco tiempo y murió confesando fielmente al Cristo.
Porque, desde la llegada del Salvador al templo hasta el momento en que
Simeón entregó el espíritu, éste vivió cuarenta días en total. Y a
continuación de todos aquellos acontecimientos, se estableció otro jefe
en la casa de Israel.
De
cómo el ángel significó a José que huyese a Egipto
XV
1. Y un ángel del Señor apareció a José, y le dijo: Levántate, y toma
a Jesús y a su madre, y huye a Egipto, porque Herodes busca al niño,
para matarlo. Y, en efecto, no faltó quien fuese a informar al rey acerca
de Jesús, declarándole que aún vivía.
2.
Y José, levantándose precipitadamente, tomó al niño y a María, y
partió como fugitivo para Ascogon, que se llamaba Ascalón, ciudad
situada a orillas del mar, y de allí para Hebron, donde residieron
ocultos, durante medio año. Uno y tres meses tenía Jesús, y ya andaba
por sus pies. E iba con sus juguetes a echarse en el seno de su madre, y
ésta, en un transporte de ternura, lo levantaba en sus brazos, le
prodigaba sus caricias, y alababa a Dios, dándole gracias.
3.
Pero, entonces, algunas personas de la ciudad fueron a prevenir a Herodes
en estos términos: El niño Jesús vive, y se encuentra actualmente en
Hebron. Y Herodes despachó un correo a los jefes de la ciudad, para
ordenarles expresamente que se apoderasen de Jesús con astucia, y lo
matasen. Cuando José y María supieron esto, se dispusieron a partir de
Hebron e ir a Egipto Y, abandonando secretamente la ciudad como fugitivos,
prosiguieron su ruta. Y recorrieron etapas numerosas y, en los sitios en
que hacían alto, Jesús tomaba agua de las fuentes y les daba a beber.
Finalmente, entraron en tierra egipcia, por la llanura de Tanís, y se
dirigieron a una ciudad, llamada Polpai, donde habitaron seis meses. Y Jesús
pasaba ya de los dos años.
4.
Y, partidos de allí, llegaron, cerca de las fronteras de Egipto, a una
ciudad que se llama Cairo, y moraron en un gran castillo de la residencia
real, edificio cubierto, en un vasto espacio, por palacios y por
fortalezas. Era un castillo magnífico, muy elevado, adornado espléndidamente
y decorado con gran variedad, que Alejandro de Macedonia había levantado
otrora, en los días de su mayor poder. Y allí permanecieron cuatro
meses, hasta el momento en que el niño Jesús alcanzó la edad de dos años
y cuatro meses.
5.
Y Jesús salía al exterior, para pasearse con los niños y los párvulos,
jugar con ellos y mezclarse en sus conversaciones. Y los llevaba a los
sitios altos del castillo, a las lumbreras y a las ventanas, por donde
pasaban los rayos del sol, y les preguntaba: ¿Quién de vosotros podría
rodear con sus brazos un rayo de luz, y dejarse deslizar de aquí abajo,
sin hacerse el menor daño? Y Jesús dijo: Mirad todos y ved. Y, abrazando
los rayos del sol, formados por minúsculos polvillos, que, desde el
amanecer, pasaban por las ventanas, descendió hasta el suelo, sin sufrir
mal alguno. Viendo lo cual, los niños y las demás personas que estaban
allí fueron a la ciudad a contar el prodigio realizado por Jesús. Y los
que oyeron el relato de tamaño espectáculo, se admiraron con estupefacción.
Mas José y María, al saberlo, tuvieron miedo y se alejaron de la ciudad,
a causa del niño, para que nadie lo conociese. Y salieron furtivamente
por la noche, llevando consigo a Jesús, y huyendo de aquellos lugares.
6.
Y llegaron a la ciudad de Mesrin, donde se habíar congregado multitud de
gentes, y que era una poblaciór muy grande y rodeada de altos muros. En
el barrio poi donde penetraron en ella, se habían levantado estatuas mágicas.
Cuando se pasaba por la primera puerta, se veía a cada lado una estatua mágica,
que los reyes y los filósofos habían colocado en cada una de las puertas
de la ciudad, para que suspendiese en admiración a todos los que entraban
y salían. Y cuantas veces el enemigo amenazaba al país con un peligro o
con un daño, todas aquellas estatuas lanzaban un mismo grito, que
resonaba en la ciudad entera. Y los que oían la voz de las numerosas
estatuas reconocían ese grito y comprendían que algo funesto iba a
acontecer en el país. En la primera puerta del muro, se encontraban
emplazadas dos águilas de hierro, con garras de cobre, un macho a la
derecha, y otra hembra a la izquierda. En la segunda puerta, se veían
animales de presa tallados en arcilla y en tierra cocida, a un lado un
oso, al otro un león, y otras bestias feroces, representadas en piedra y
en madera. En la tercera puerta, había un caballo de cobre y, sobre él,
la estatua en cobre de un rey, que tenía en la mano un águila también
de cobre.
7.
Y, cuando Jesús franqueó la puerta, súbitamente todas las estatuas se
pusieron a vociferar con estrépito y a coro. Y todas las demás estatuas
inanimadas de los falsos dioses gritaban a porfía y los ídolos de los
templos lanzaban alaridos, como si la ciudad entera se quebrantase en sus
cimientos y como si, en medio de terrores y de espantos, la vida se
hiciese imposible para los hombres. Y, en el mismo momento, en tanto que
las águilas daban grandes chillidos, el león rugía, el caballo
relinchaba, y el rey de cobre clamaba a gran voz: Escuchad, todos los que
aquí estáis, y preveníos, porque un monarca, hijo del gran rey, se
acerca a nuestra ciudad con un ejército numeroso.
8.
Al oír esto, todo el pueblo, formado en batallones, corrió
precipitadamente en armas hacia la muralla. Y miraron a todos lados y no
vieron cosa alguna. Y, puestos a reflexionar, se dijeron con asombro: ¿Qué
voz tan sonora es ésa que nos ha interpelado? ¿Quién ha visto que un
hijo de rey haya entrado en nuestra ciudad? Entonces se diseminaron por
todas partes, y no descubrieron nada, excepto que, en una casa,
encontraron a José, María y Jesús. Y detuvieron a José poniéndolo en
la mitad de la plaza pública, le preguntaron: ¿De qué nación eres,
viejo, y de dónde has venido? José respondió: Soy de la tierra de
Judea, y vengo de la ciudad de Jerusalén. Y ellos insistieron: Dinos la
verdad. ¿Cuándo has llegado aquí?
9.
José contestó: Hace tres días que he llegado. Y ellos interrogaron: Y,
por la ruta que has seguido, ¿no has visto un príncipe, hijo de rey que
avanzaba contra este pais con sus tropas? José repuso: No lo he visto.
Ellos le dijeron: Pero ¿cómo has recorrido un camino tan largo y
desprovisto de agua? José dijo: Unas veces iba yo solo, y otras seguía
al niño y a su madre. Y la multitud le dijo: Comprendemos que eres un
pobre anciano extranjero y un hombre seguro y fidedigno. Solamente quisiéramos
informarnos, y saber lo cierto. No nos censures, porque hemos presenciado
hoy un prodigio, que nos ha dejado en el mayor estupor. Y, habiendo
hablado así, despidieron a José y se fueron.
10.
Y sucedió que José, al llegar a otra ciudad de Egipto, se albergó cerca
de un templo idolátrico, consagrado a Apolo, y permaneció allí varios días.
Y uno de ellos, Jesús consideraba atentamente el palacio de los ídolos,
que, por su altura y por su longitud, era como una ciudad pequeña.Y Jesús
dijo a su madre: Respóndeme sobre lo que voy a preguntarte. María le
dijo: Habla, hijo mío: ¿Qué quieres? Jesús dijo: ¿Qué es esta
construcción tan elevada y cuya extensión es tan considerable? María
dijo: Es el templo de los ídolos, dedicado al culto de los altares ilegítimos
y a la imagen del falso dios Apolo. Jesús dijo: Voy a ver qué aspecto
presenta y a qué se parece. María dijo: Si quieres ir a él, sé
prudente, para que no te suceda ningún mal.
11.
Y Jesús se dirigió por aquel lado y entró en el templo de los ídolos.
Y lo miraba todo en derredor y consideraba el esplendor del edificio,
lleno de dibujos y de relieves de una decoración variada. Y lo admiró
mucho, y salió prontamente. De nuevo las estatuas mágicas de la ciudad
se pusieron a aullar, como la primera vez, y exclamaron: ¡Escuchad todos
los presentes! He aquí que el hijo del gran rey ha entrado en el templo
de Apolo. Al oír esto, toda la población se lanzó, corriendo, hacia el
sitio indicado. Y las gentes se interrogaban las unas a las otras,
diciendo: ¿Qué voz ha lanzado ese grito que se nos ha dirigido? Y
recorrieron la ciudad, y a nadie hallaron, sino sólo a Jesús. Y le
preguntaron: Niño, ¿de quién eres hijo? Jesús respondió: Soy hijo de
un viejo de cabellos blancos, pobre y extranjero en este país. ¿Qué me
queréis? Y ellos lo dejaron ir, y pasaron.
12.
Los ciudadanos se interrogaban unos a otros, diciéndose: ¿Qué significa
este nuevo prodigio de que somos testigos? Oímos distintamente una voz
que grita, y no comprendemos lo que anuncia. Es de temer que nos advenga súbitamente
un desastre por donde menos sospechemos. Y, cuando aquellas gentes
hubieron hablado así, toda la ciudad quedó perpleja y llena de
inquietud. Cuanto a Jesús, marchó silenciosamente a su albergue, y cantó
todo lo que había oído decir en la calle. Y María y José se
sorprendieron y asombraron vivamente.
13.
Y Jesús tenía entonces tres años y cuatro meses. Y, como el año nuevo
se aproximase, celebróse un día de fiesta de Apolo. Toda la multitud se
apretaba a las puertas del templo de los ídolos con numerosos dones y
presentes para ofrecer en sacrificio a los grandes dioses animales y toda
especie de cuadrúpedos. Y aderezaron una larga mesa cubierta de enseres,
para comer y beber. Y toda la multitud del pueblo que había llegado, se
mantenía a las puertas. Y los falsos sacerdotes celebraban la fiesta,
para honrar al ídolo de Apolo. Y Jesús, habiendo sobrevenido, entró
secretamente, y se sentó. Todos los sacerdotes estaban congregados y, con
ellos, los servidores del templo.
14.
Y las águilas y las bestias feroces, es decir, las estatuas de estos
animales, cuando vieron a Jesús entrar en el templo de los ídolos, se
pusieron de nuevo a gritar y clamaron: ¡Mirad todos! He aquí que el hijo
del gran rey ha entrado en el templo de Apolo. Al oír estas palabras,
toda la multitud que se encontraba allí, fue presa de turbación y de cólera.
Y, precipitándose los unos sobre los otros, querían acuchillarse
mutuamente. Y se preguntaban: ¿Qué haremos con ese viejo? Porque todos
estos prodigios se han producido desde que llegó a nuestra ciudad. Y el
niño ¿será por acaso un hijo de rey, que haya robado, y con el que haya
huido a nuestro país? Ea, apoderémonos de él y matémoslo.
15.
Y, en tanto que ellos se entregaban a estos pensamientos homicidas, Jesús
continuaba sentado en el tempio de Apolo. Y consideraba atentamente
aquella imagen incrustada en oro y en plata, por encima de la cual estaba
escrito: Éste es Apolo, el dios creador del cielo y de la tierra, y el
que ha dado vida a todo el género humano. Al ver esto, Jesús se indignó
en su alma y, levantando los ojos al cielo, dijo: Padre, glorifica a tu
hijo, para que tu hijo te glorifique. Y he aquí que una voz salió de los
cielos, que decía: Lo he glorificado, y lo glorificaré de nuevo.
16.
Y, en el mismo instante en que habló Jesús, el suelo tembló, y toda la
armazón del templo se desplomó de arriba abajo. Y el ídoló de Apolo,
los sacerdotes del santuario y los pontífices de los falsos dioses,
quedaron sepultados en el interior del edificio, y perecieron. El resto de
la población que se encontraba allí huyó de aquel lugar. Todos los ídolos
y todos los altares de los demonios que había en la ciudad se abatieron
en ruinas. Y todos los edificios religiosos y todas las estatuas mágicas
que rodeaban la ciudad, imágenes inanimadas de hombres, de fieras y de
animales, cayeron a tierra con gran destrozo. Entonces los demonios
lanzaron un grito, y dijeron: Mirad todos, y compadeceos de nosotros,
porque un niño muy pequeño nos ha destruido, con ser lo que somos,
arruinando nuestra morada, exterminando a nuestros servidores, y haciéndolos
perecer con mala muerte. Apoderaos, pues, de él y matadlo sin piedad.
17.
Al oír esta queja y esta lamentación de los demonios, y al sonido de su
grito, toda la multitud de las gentes de la ciudad se precipitó a una
hacia el emplazamiento del templo arruinado y, con grandes manifestaciones
de duelo, lloraba cada cual a sus difuntos. Y Jesús marchó en silencio a
su casa y se sentó en un rincón. Y aquellas gentes, habiendo apresado a
José, lo hicieron comparecer ante el tribunal, y le preguntaron: ¿Qué
significa este desastre, que se ha anidado en nosotros, desde antes que
nos refirieses lo que habías visto y oído en tu camino? Sin embargo, has
callado esto, y nos lo has ocultado. Vamos, por tanto, a baceras perecer
con mala muerte, a ti, a tu hijo, y a la mujer que te acompaña, puesto
que, por tu traición, has provocado la pérdida de esta ciudad. Dinos dónde
está tu hijo, y muéstranoslo, para que veamos al que ha destruido a
nuestros dioses, anonadado a los ministros de nuestro culto, enterrado a
nuestros sacerdotes bajo los escombros del templo, y causado tantas
muertes prematuras. Y no escaparás de nuestras manos sino después de que
nos hayas devuelto a nuestros parientes y a nuestros prójimos.
18.
Y proferían muchas otras invectivas de este género contra él. Empero
María cayó a los pies de Jesús y, llorando, lo invocaba, y decía: Jesús,
hijo mío, escucha a tu sierva. No te irrites así contra nosottos, y no
amotines a esta ciudad, no sea que, por odio, nos detengan y nos hagan
perecer con mala muerte. Jesús repuso: ¡Oh madre mía!, no sabes lo que
dices. Todas las tropas del ejército celestial de los espíritu angélicos
tiemblan y se estremecen de temor ante el glorioso poder de mi divinidad,
que ha concedido el don de la vida a todos los seres animados. Y él,
Sadaiel mi enemigo y el de mis criaturas, hechas a mi imagen y semejanza,
osa, a mi ejemplo, tomar el nombre de Dios y recibir el culto y las
adoraciones del género humano.
19.
Y María suplicó a Jesús: Hijo mío, aunque sea verdad lo que dices, te
ruego que me escuches y que, por la intercesión de tu madre y sierva,
resucites a esos muertos, cuya pérdida has producido. Y todos los que
vean el milagro que hagas creerán en tu nombre. Porque bien sabes los
numerosos tormentos con que afligen a ese viejo, que han detenido por
causa tuya. Y Jesús respondió: Madre mía, no me aflijas de tal modo,
porque aún no ha venido para mí la hora de hacer eso. Pero María
insistió: De nuevo te ruego que me escuches, hijo mío. Considera nuestra
angustia y nuestra situación, puesto que, por causa tuya, emigrados y
desterrados, erramos, como desconocidos por país extranjero. Y Jesús
dijo: Por consideración a tu plegaria, haré lo que me pides, a fin de
que esas gentes reconozcan que soy hijo de Dios.
20.
Y, luego que hubo hablado así. Jesús se levantó, y atravesó por entre
la multitud del pueblo. Y, cuando los concurrentes vieron a aquel niño de
tan tierna edad, pues sólo tenía tres años y cuatro meses, se dijeron
los unos a los otros: ¿Es éste el que ha derribado el templo de los ídolos,
y hecho pedazos la estatua de Apolo? Algunos contestaron: este es. Y, al oír
tal, todos admiraron, con estupor, la obra prodigiosa que había cumplido.
Y lo miraron fijamente, preguntándose: ¿Qué va a hacer? Y Jesús,
nuevamente indignado en su alma, avanzó por encima de los cadáveres y,
tomando polvo del suelo, lo vertió sobre ellos, y clamó a gran voz: Yo
os conmino a todos, sacerdotes, que yacéis aquí, heridos de muerte por
el desastre que os ha anonadado, que os incorporéis en seguida, y que
salgáis fuera.
21.
Y en el mismo momento en que pronunciaba estas palabras, tembló de pronto
el lugar en que se encontraban los difuntos. Y se levantó el polvo,
haciendo remolinear las piedras, y cerca de ciento ochenta y dos personas
se levantaron de entre los muertos y se irguieron sobre sus pies. Pero
otros ministros y arciprestes de Apolo, en número de ciento nueve no se
levantaron. Y el temor y el terror se apoderaron de todo el mundo y, poseídos
de pánico, dijeron: este, y no Apolo, es el Dios del cielo y de la
tierra, que da la vida a todo el género humano. Y todos los sacerdotes
resucitados de entre los muertos
fueron a prosternarse ante él, y confesaban sus faltas, y decían:
Verdaderamente, éste es el hijo de Dios y el salvador del mundo, que ha
venido a darnos la vida. Y el ruido de sus milagros se esparció por toda
la región, y los que de él oían hablar, venían de lejos, en gran número,
para verlo. Y, por razón de su cortísima edad, se asombraban más aún.
22.
Después, toda la muchedumbre reunida cayó a los pies de Jesús, y le
rogaron que resucitase también de los muertos a los que habían sido
servidores del templo. Mas Jesús no quiso hacerlo. Y, llevando a José
ante la multitud agrupada, imploraban, y decían: Perdónanos las faltas
que hemos cometido contigo, y ruega a tu hijo que resucite a los muertos
que estaban en el templo. Y José dijo: Hacedme gracia de esto, porque no
puedo violentarlo. Mas, si él quiere obrar espontáneamente, cúmplase la
voluntad del Señor, que tiene poder sobre toda cosa.
23.
Y sobrevino un hombre de gran familia, que fue a prosternarse ante Jesús
y José, diciendo: Os suplico que vengáis a la casa de vuestro siervo y,
una vez entráis bajo mi techo, quedad allí el tiempo que os plazca. Y
los llevó a su morada, y todo el pueblo de la ciudad iba a visitar a Jesús,
y los servía de sus haciendas con mucha simpatía. Y los que estaban
atormentados por espíritus inmundos, por los demonios o por sus
enfermedades, se arrodillaban ante Jesús, y él los curaba. Y hubo gran
alegría en aquella ciudad, y las gentes del país de los alrededores, al
saber todo esto, glorificaban a Dios en voz alta.
24.
Y José permaneció en aquella ciudad largo tiempo, en la mansión de un
príncipe, que era de raza hebraica. Eléazar había por nombre y tenía
un hijo, llamado Lázaro, y dos hijas, llamadas Marta y María. Y acogió
a José y a los suyos con gran consideración y deferencia. Y José
prolongó allí su estancia y cantó a Eléazar todos los tratos de que le
habían hecho objeto los hijos de Israel: opresiones, persecuciones,
vejaciones, y por remate, el destierro en que se veían. Y, al oír estas
cosas, Eléazar se llenó de tristeza. José le dijo: Bendito seas, por
habernos recibido de buena voluntad, habernos sustentado, y habernos hecho
todo el bien posible, desde que aquí estamos. Eléazar dijo a José:
Venerable anciano, establece tu residencia en esta localidad, y no dudes
que más tarde encontrarás el reposo y el cesamiento de tu angustia.
25.
Y, luego de haber hablado así, ambos se sintieron poseídos de una alegría
serena y cordial. Y el príncipe reveló a su huésped: Yo también soy de
la tierra de Judea y de la ciudad de Jerusalén. Y he sufrido muchas penas
y muchas aflicciones, por obra de mis enemigos. Me he visto expoliado y
privado de todos mis bienes, y, por miedo al impío Herodes, me he
expatriado, y he venido a este lugar con mi familia y con mis compañeros.
Hace quince años que me he fijado en esta ciudad, y no he sufrido
violencia alguna de parte de sus moradores, antes al contrario, he
encontrado simpatía, benevolencia y respeto. No temas a nadie, y
establece tu estada en el sitio que te parezca mejor, hasta el momento en
que el Señor te visite, y tome en cuenta tu múcha edad. Después, volverás
a la tierra de Judea, y tu alma vivirá por la esperanza en el Señor.
26.
Dichas estas palabras, guardaron silencio. Y la sagrada familia permaneció
tres meses completos en aquella población. José y Eléazar se trataban
como dos hermanos, unidos por una afección y una bondad recíprocas.
Marta y María recibieron a la Virgen y al niño en su casa, con una
caridad perfecta, como si no hubiesen tenido más que un corazón y un
alma. Marta cuidaba especialmente de su hermano Lázaro, y María, que era
de la misma edad que Jesús, acariciaba a éste, como si fuese su propio
hermano.
27.
Y Jesús, viendo todo lo que había sucedido, se indignó en su espíritu,
y dijo a su madre: Mi espíritu está turbado por lo que he hecho en esta
ciudad. Porque yo no quería manifestarme, para que nadie me conociese, y
he aquí que escuché tus súplicas, y cumplí tu voluntad. Y la Virgen
repuso: ¿Por qué me diriges ese reproche, hijo mío? En verdad, has
ocasionado la ruina de los ídolos, y nos has librado a todos de la
perdición y de la muerte, y esto es lo que yo te había rogado. En
adelante, sea tu voluntad la que se cumpla, en cuanto dispongas o
resuelvas hacer.
28.
Y, a la noche siguiente, el ángel del Señor dijo a José, en una visión:
Levántate, y toma a Jesús y a su madre, y vete a tierra de Israel,
porque muertos son los que procuraban la muerte del niño. Y José,
despertándose de su sueño, contó a María aquella visión, y ambos se
regocijaron en gran manera. Pero, pocos días más tarde, oyendo que
Arquelao reinaba en Judea en lugar de su padre Herodes, temió ir allá.
Y, levantándose de noche, tomó a Jesús y a su madre, partió en dirección
al sur, hacia el pie del monte Sinaí, por el desierto de Horeb, cerca del
territorio donde, en otro tiempo el pueblo de Israel se había establecido
y había morado.
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