De
cómo la Sagrada Familia volvió a la tierra de Israel y aplicó a Jesús
al estudio de las letras
XIX
1. Y José, levantándose, tomó a Jesús y a María y los llevó a tierra
de Israel. Y llegó a una ciudad llamada Bothosoron o Bodosoron, donde había
un rey, de raza hebraica, que tenía por nombre Baresu, y que era hombre
piadoso, misericordioso y caritativo. Y, como José hubiese oído hablar
de él con grandes loores, pensó en ir a verlo y preguntó a los
habitantes de la ciudad: ¿Qué carácter es el de vuestro rey? Y ellos
contestaron: Muy bueno. Entonces José fue al palacio real, y declaró su
deseo al portero, a quien dijo: Hombre respetable, quiero pedirte una
cosa. El portero repuso: Habla.
2.
Y José expuso: He oído decir que vuestro rey es justo para los súbditos,
benéfico para los pobres y solícito para los extranjeros. Y extranjero
soy, por lo cual me sería muy grato verlo, y escuchar de su boca alguna
palabra. El portero indicó: Déjame unos momentos para anunciarme, entrar
y luego introducirte. Porque bien sabes cuál es el uso y la voluntad de
los reyes y de los magistrados. La consigna es prevenirlos primero y,
después, ejecutar sus órdenes. Y el portero, habiéndose anunciado, fue
admitido cerca del rey, y éste mandó que se introdujese a José. El cual
fue a presentarse al monarca e, inclinándose, se prosterné ante él.
3.
Y el rey lo recibió, diciéndole: Bien venido seas a esta corte,
venerable anciano. Ten la bondad de tomar asiento. Y José, después de
sentarse, se encerró en el silencio, y nada dijo. Y el rey lo trató con
cuidado, ordenando que se les trajese una mesa ricamente provista, ambos
comieron, bebieron y se regocijaron. Y el rey preguntó a José: ¿De qué
país vienes, venerable anciano, y adónde te diriges? José contestó:
Vengo de una tierra lejana. El rey dijo: Te repito mi bienvenida, y te
aseguro que haré en tu obsequio cuanto me pidas. José dijo: Viejo y
extranjero, he llegado y me placería habitar en esta ciudad, en un lugar
cualquiera. Poseo alguna habilidad en los trabajos de carpintería, y lo
que fuese necesario en el palacio real lo cumpliría en todo tiempo.
Entonces el rey prohibió que nadie lo molestase por su calidad de
extranjero.
4.
Y José, levantándose, se prosterné ante el soberano, y le dijo: ¡Oh
rey, si en ello no ves inconveniente, dedica a mi hijo al estudio! He
sabido que hay en esta ciudad un doctor, que educa a los niños, y que está
dotado de mucho talento y de mucha sabiduría. Confíale el cuidado de
enseñar a mi hijo las letras, para que se instruya a fondo en la ciencia
de las Escrituras, de la Ley augusta y de los mandamientos de Dios. El rey
dijo: Sí, haré lo que me pides y cumpliré tu deseo. Pero, antes, es
necesario que traigas a tu hijo a mi presencia, para que yo juzgue si se
halla capacitado para abordar el estudio y el aprendizaje de las letras y
de la ciencia, después de lo cual lo entregaré y lo recomendaré a su
profesor. Y José dio las gracias, y fue a llevar la buena nueva a María,
a quien hizo un vivo elogio del rey. Pero, en vez de regocijarse, María
se afligió y se espantó. Porque desconfiando de las buenas intenciones
del rey, temía que no hubiese pedido por traición ver al niño, para
reducirlo a esclavitud. Y, llorando, dijo a José: ¿Por qué declaraste
al rey la existencia, el nombre y las buenas cualidades de un hijo tuyo?
Mas José replicó: ¡Por la vida del Señor, no tengas miedo! El rey no
me mandó llevarle al niño por felonía, sino por querer que, bajo sus
auspicios, un maestro le dé enseñanza e histrucción. María dijo: A ti
te toca acabar de cerciorarte de ello. Ahora, te entrego a mi hijo y más
tarde te lo reclamaré! José dijo: Llevas razón. María dijo: Si quieres
presentar el niño al rey, llévalo a palacio, conforme a tu gusto. Pero
infórmate de antemano de cuanto toca a la seguridad del niño y sólo
entonces debes conducirlo a la presencia del rey. José dijo: Obraré según
tu voluntad. Y, tomando a Jesús, lo llevó ante el rey, que lo saludó
con estas palabras: Bien venido seas, niño, hijo del Padre y descendiente
de un gran rey. Y mandó llamar al doctor supremo, encargado de adoctrinar
a los niños, y que había por nombre Gamaliel. Y, cuando hubo llegado, el
rey lo recibió con mucho afecto, y le dijo: Maestro, quiero que te
encargues de enseñar las letras a este niño, y todo lo necesario para su
sustento y demás gastos materiales lo recibirás del real tesoro. Y
Gamaliel preguntó: ¿De quién es este hermoso niño? Respondióle el
rey: Es hijo de un hombre deelevada familia y descendiente de real
estirpe, y el viejo que aquí ves es su tutor. Gamaliel dijo: Hágase tu
voluntad. Entonces José, levantándose, se prosterné, tomó al niño, y
volvió con él a su casa, lleno de júbilo. Y contó todo lo ocurrido a
María, y, regocijándose, bendecía al Señor.
De
cómo Jesús fue confiado a Gamaliel para aprender las letras.
Nuevos
prodigios realizados por Jesús
XX
1. Y, al día siguiente, José fue con Jesús a casa de Gamaliel. Y,
cuando el niño vio al maestro, se inclinó y se prosternó ante él. Y
Gamaliel dijo: Bien venido seas, planta nueva, fruto suave, racimo
florido. Después, preguntó a José: Dime, venerable anciano: ¿Este hijo
es tuyo o de otro? Y José respondió: Dios me lo ha dado por hijo, no según
la carne, sino según el espíritu. Gamaliel interrogó: ¿Cuántos años
tiene? José contestó: Siete. Añadió Gamaliel: ¿Lo has llevado, antes
que a mí, a otro maestro, para instruirlo, o para hacerle aprender alguna
otra profesión? Y repuso José: No lo he llevado a nadie. Gamaliel dijo:
Y ahora, ¿qué quieres hacer de él? José dijo: Por orden del rey y con
tu aquiescencia, he venido aquí, atraído por la fama de sabio que te
circunda. Y Gamaliel replicó: Bien venido seas, venerable anciano. Guardo
hacia ti las mayores consideraciones, y siento mi ánimo sobrecogido y
confuso, al conversar contigo, y al hablar en tu presencia. Sin embargo,
escúchame y te expondré la verdad. Cuando miro a tu hijo, veo claramente
en la hermosa expresión de sus rasgos y en la bella semejanza de su
imagen, que no necesita estudiar, quiero decir, que no necesita oír o
comprender las lecciones de nadie. Porque está lleno de toda gracia y de
toda ciencia, y el Espíritu Santo habita en él, y no puede de él
separarse. José objetó: Pero ¿qué haré de él, sin la ayuda de un
maestro que le enseñe una sola palabra de escritura? Gamaliel le aconsejó:
Dedícalo a un oficio manual, que coincida con tu interés a una que con
su inclinación. Al oír estas palabras, José se amohinó profundamente,
y, con lágrimas en los ojos, cayó a los pies de Gamaliel, y exclamó,
suplicante: ¡Buen maestro, sé paciente con mi hijo, y longánime
conmigo! No me trates como a un extranjero sin patria, y no me desdeñes.
Encárgate con benevolencia de este niño. Todo lo que Dios se digne
concederle del don de ciencia, se lo concederá. Cuanto a mí, te pagaré
en cantidad doble el precio de tus desvelos. Y Gamaliel dijo: ¡Basta! Haré
lo que deseas.
2.
Entonces el maestro tomó las tablillas que había traído consigo Jesús,
y dijo: Escribiré doce letras, y, si el niño es capaz de ajustarse y
ordenarse las demás en la cabeza, escribiré estas últimas hasta
completarlas todas. José dijo: Haz como gustes. Y el maestro se puso a
escribir doce letras. Y Jesús, colocándose ante su maestro, comenzó a
observar primero las particularidades de la escritura, y después las
letras. Cuando el maestro las hubo escrito, entregó las tablillas a Jesús.
Y éste, inclinándose, se prosternó ante él, y recibió de su mano las
tablillas.
3.
Gamaliel expuso: Escúchame, hijo mío, y lee tal como yo te indique. Y
comenzó a nombrar las letras. Mas Jesús lo hizo observar: Maestro,
hablas de tal suerte, que no entiendo lo que dices. Esa palabra que acabas
de pronunciar, me parece un término de otro idioma, y no lo comprendo.
Gamaliel repuso: Es el nombre de la letra. Jesús objetó: Conozco la
letra, pero dame su explicación. Gamaliel replicó: ¿Y qué interpretación
soportaría esta letra por sí misma? Jesús preguntó: ¿Por qué la
primera letra tiene otro aspecto, otra forma y hasta otra figura que las
demás? Respondió Gamaliel: Es para que, merced a esa circunstancia,
hable a nuestros ojos, de modo que la veamos bien, la reconozcamos bien,
la discernamos bien, y luego podamos determinar adecuadamente su sentido.
Y Jesús dijo: Hablas con cordura y con acierto, pero explícarne lo que
te pido. Yo sé que toda letra tiene un rango definido, en que se
manifiesta su sentido misterioso, que es único y determinado para cada
letra. Y Gamaliel advirtió: Los antiguos doctores y sabios no han parado
su atención en otra cosa que en la forma de la letra y en su nombre. Jesús
dijo: Lo sé perfectamente, y lo que quisiera que me procurases es la
explicación de la letra. El maestro interrogó: ¿Qué quieres significar
con esa petición, que no comprendo? El niño contestó a esta interrogación
con otras tres: ¿Qué es la letra? ¿Y qué es la palabra? ¿Y qué es la
frase? Y Gamaliel se humilló, diciendo: Dejo a tu cargo la respuesta,
porque yo la ignoro. Al oír esto, José se indignó en su alma, y dijo a
Jesús: Hijo mío, no repliques asi a tu maestro. Comienza por aprender,
después de lo cual, sabrás. Y, hecha esta recomendación, se fue
silenciosamente a su casa, y conté a María lo que había oído decir, y
visto hacer a Jesús. Y ella se entristeció mucho, y le dijo: Ya te
advertí de antemano que no se dejaría instruir por nadie. Mas José la
tranquilizó, diciendo: No te aflijas, que todo ocurrirá como Dios
disponga. Y, al salir de casa del maestro, José había dejado al niño en
el mismo lugar que ocupaba. Y Jesús, tomando la tableta, sin decir nada,
se puso a leer, primero las letras, luego las palabras, y finalmente las
frases. Y deposité la tablilla ante Gamaliel, y dijo: Maestro, conozco
las letras qué has escrito. Ahora escribe por su orden las demás letras
hasta completarlas todas. Y, prosternándose ante Gamaliel, tomó otra vez
la tablilla, y leyó de la misma manera primero las letras, luego las
palabras, y finalmente las frases. Y nuevamente deposité la tablilla ante
Gamaliel, y dijo: Maestro, ¿has acabado la serie de las letras que habías
comenzado a formar? Gamaliel repuso. Sí, hijo mío. He aquí sus nombres
reunidos ordenada e íntegramente. Y Jesús dijo: Maestro, todo lo que me
has escrito, lo he aprendido y lo sé perfectamente. Ahora, para mi
instrucción, escríbeme otra cosa, a fin de que la aprenda y la sepa. Y
Gamaliel replicó: Pero dame antes la interpretación de las letras, para
que la conozca. Respondió Jesús, y dijo: ¿Tú eres maestro en Israel, y
no sabes esto? Respondió Gamaliel, y dijo: Todo lo que sé es lo que he
aprendido de mis padres. Y Jesús expuso: La letra simple significa por sí
misma el nombre de Dios. La palabra que nace de la letra, y que toma
cuerpo en ella, es el Verbo encarnado. Y la frase que se expresa por la
letra y por la palabra, es el Espíritu Santo. De suerte que, en esta
Trinidad, la letra simple o Dios engendra la palabra o Verbo, que se
incorpora al Espíritu, el cual, al manifestarse, se afirma en la palabra
enunciada.
4.
Al oír estas cosas, Gamaliel lo miré, estupefacto ante el saber de que
estaba dotado, y le pregunté: ¿Dónde has adquirido la ciencia que
posees? Yo pienso que todos los dones del Espíritu Santo se han reunido
en ti. Mas Jesús repuso: Maestro, vuelvo a rogarte que me enseñes alguna
otra cosa de aquellas que has prometido enseñarme. Y Gamaliel dijo: Hijo
mío, a mí es a quien toca convertirme en discípulo tuyo, pues has
aparecido en medio de nosotros como un prodigio, hasta el punto de que,
poco ha, tus compañeros de enseñanza me han pedido que te restituya a tu
hogar, por ser demasiado sabio para continuar entre ellos. Soy yo, repito,
quien vuelve a rogarte que me des una explicación de la escritura. Y Jesús
dijo: Te la daré, mas tú no podrás comprender este misterio, que está
oculto a las intuiciones de la razón humana, hasta que el Señor, que
escruta los pensamientos en todo lugar y en todo tiempo, lo revele a todos
los nacidos, y reparta con profusión los dones del Espíritu Santo.
Porque ahora, por lo poco que has visto de mí, y escuchado de mis
palabras, puedes conocerme, y saber quién soy. Empero más tarde, oyendo
hablar de mí, me verás y me conocerás. Y Gamaliel murmuré entre sí:
Verdaderamente, hijo de Dios es éste. Yo creo que es el Mesías, cuyo
advenimiento los profetas han anunciado.
5.
Y Gamaliel llamé a José, y le dijo: Venerable anciano, razón tenías al
manifestarme que este niño no era hijo tuyo según la carne, sino según
el espíritu. Y José preguntó a Jesús: ¿Qué haré de ti, puesto que
no te sometes al maestro? Respondió Jesús: ¿Por qué te irritas contra
mí? Lo que me ha enseñado lo sabía ya, y a las cuestiones que me ha
planteado no les ha dado solución. José repuso: Te he puesto a instruir,
para recibir lecciones, y para adquirir sabiduría, y resulta que eres tú
quien enseña al maestro. Jesús dijo: Lo que no sabía lo he aprendido, y
lo que sé no necesito aprenderlo. Y Gamaliel exclamé: ¡No hables más,
porque me afrentas! Levántate, ve en paz, y que el Señor te sea próspero.
6.
Y Jesús se levantó sin demora, tomó las tablillas, se prosterné ante
Gamaliel, y le dijo: Maestro bueno, otórguete Dios tu recompensa. Y
Gamaliel contesté: Ve en paz, y realice el Señor tus deseos en bien
tuyo. Y Jesús marchó a reunirse a su madre, la cual lo interrogó: Hijo
mío, ¿cómo has podido aprenderlo todo, en un solo día? Y Jesús afirmó:
Todo lo he aprendido, en efecto, y el maestro no ha sabido responder
satisfactoriamente a nada de cuanto le propuse.
7.
Y José, que estaba muy entristecido por causa de Jesús, consulté a
Gamaliel, preguntándole: Dime, maestro, ¿qué haré de mi hijo? Y
Gamaliel repuso: Enséñale todo lo que concierne a tu oficio de
carpintero. Y José fue a su casa, y, viendo a Jesús sentado con las
tablillas en la mano, lo interrogó: ¿Lo has aprendido todo? Jesús
replicó: Todo lo he aprendido, y quisiera ser profesor de niños. Mas José
dijo: Como sé que no quieres estudiar, aprenderás conmigo el oficio de
carpintero. Y Jesús dijo: Lo aprenderé también.
8.
Y José había empezado a fabricar para el rey un trono magníficamente
esculpido. Y una de las gradas era muy corta, y no podía unirse
proporcionalmente a la otra grada. Y Jesús preguntó: ¿Cómo piensas
arreglar esto? Y José dijo: ¿Qué te importa este asunto? Toma el hacha,
corta esta grada perpendicularmente, de arriba abajo, y encuádrala
regularmente en sus cuatro ángulos. Jesús observó: Sí, haré lo que me
mandes. Pero explícame lo que quieres hacer de esta madera que pules con
tanto arte por medio de cuerda, de compás y de medida. José replicó:
Tres veces ya me has interrogado sobre este trabajo, que no puedes conocer
y comprender. Jesús insinuó: Precisamente por ello, te interrogo y me
informo, a fin de saber la verdad. Y José explicó: Quiero construir un
trono real para el soberano, y la madera de una de las gradas resulta
insuficiente. Jesús dijo: Házmela ver. Dijo José: Es este trozo de
madera que ves ante ti. Pregunté Jesús: ¿Cuántos palmos tiene de
largo? José contesté: Uno de los lados debe tener doce palmos, y el otro
lo mismo. Y Jesús torné a preguntar: ¿Y cuál es la longitud de esta
pieza? José contesté: Quince palmos. Y Jesús dijo: Está bien. Ve en
silencio a ocuparte en tu obra, y no temas nada. Y, tomando el hacha, Jesús
partió en tres la madera que medía quince palmos. Y, cortándola por la
mitad, la dividió en dos troncos, puso el hierro sobre la madera, y se
sentó. Y sobrevino .María, y le dijo: Hijo mío, ¿has terminado la obra
que comenzaste? Y Jesús no sin indignación, repuso: Sí, la terminé.
Mas ¿por qué me forzáis a aprender todo género de labores?
Verdaderamente, ¿necesito yo aprender nada? Y a ti, ¿qué cuidado te
aprieta a ocuparte de mí a costa de tanta agitación e inquietud? Y,
después de hablar así, Jesús se calló.
9.
Y llegó José, y, viendo la madera dividida en dos partes, exclamó: Hijo
mío, ¿qué estropicio es éste, que tan grave perjuicio me causa? Jesús
replicó: ¿Quieres decirme qué he hecho que te perjudique? José repuso:
Una de las dos maderas es demasiado pequeña, y la otra demasiado grande.
¿Por qué las has cortado de tal modo que no se adapten apropiadamente en
sus dos lados? Y Jesús dijo: Las he cortado de ese modo para que queden
simétricas. Dijo José: ¿Cómo puede ser eso? Mas Jesús dijo: No te
disgustes. Agarra las piezas por sus dos lados, mide separadamente cada
una de ellas, y entonces comprenderás. Y José, tomando una de las dos
piezas de madera, la midió, y era doce palmos de larga. Luego, midió la
otra pieza, y comprobó que daba la misma longitud. Y la madera no era
corta, en verdad, pero, en vez de quince palmos, tenía veinticuatro,
divididos en dos piezas de doce pies. Tal fue el milagro que Jesús realizó
delante de María y de José y en seguida, saliendo presuroso de la casa,
fue a juntarse con los niños de la población, en el lugar en que se
encontraban reunidos. A su vista, todos se acercaron alegremente a su
encuentro. Y, puestos ante él de hinojos, lo interrogaron, diciendo: ¿Qué
haremos hoy, Jesusito? Y éste contestó: Si me escucháis, y si os sometéis
a mis órdenes, ejecutad exactamente cuanto os mande. Y ellos clamaron a
una: Sí, todos te somos afectos, y estamos sometidos a tu voluntad, en
todo lo que te plazca. Y Jesús les habló así: No violentáis a nadie,
no devolváis mal por mal, sed caritativos, y conducíos entre vosotros
como amigos y como hermanos. Y entonces yo también viviré entre vosotros
con un corazón siempre ptesto a serviros. Y los niños le besaban y le
abrazaban con júbilo. Y había allí un muchacho de doce años, que, a
consecuencia de violentísimos males de cabeza, había perdido la luz de
sus ojos, y no podía andar con soltura, a menos que alguien lo guiase,
llevándolo por la mano. Y Jesús se apiadé de él, y, poniéndole la
mano sobre la cabeza, le soplé en un oído. Y, en el mismo momento, se
abrieron los ojos del niño, que recobró su visión normal. Y los
muchachos que a tal milagro asistieron, lanzaron un grito, y marcharon a
la ciudad a contar el prodigio insigne de un ciego a quien había devuelto
la vista Jesús. Y multitud de gentes acudieron de la ciudad a verlo, mas
no lo encontraron. Porque Jesús había desaparecido, y se escondió, para
no ser notado del público.
10.
Algunos días después, José llevó al rey, ante quien se prosternó, el
trono que había construido. Y el rey lo vio, y quedó regocijado y
satisfecho. Y ordenó que se diesen a José, en abundancia, los recursos
necesarios a su subsistencia. Y, recibiéndolos, José marchó jubiloso a
su casa.
11.
Un día, el rey invitó a José a un banquete, al cual asistieron también
príncipes del más alto rango. Y comieron, bebieron y se regocijaron
todos en la mayor medida. Y el rey dijo a José: Anciano, voy a hacerte
una petición, para que la ejecutes. José dijo: Ordena, señor. Y el rey
dijo: Quiero que me construyas un palacio espléndido, con un salón muy
elevado y de puertas a dos batientes. Le darás las mismas dimensiones a
lo largo que a lo ancho; pondrás, alrededor, lámparas y asientos; lo
adornarás con formas, contornos, figuras y dibujos elegantemente
esculpidos; representarás, sobre los capiteles, toda especie de animales;
con el escoplo pulirás las superficies, y con el cincel formarás
ornamentos entrelazados; lo harás accesible por una escalera sólidamente
enclavijada; derrocharás todos los recursos del arte decorativo; emplearás
profusión de maderas macizas de todas clases; y, por encima, colocarás
una cúpula cimbrada, que establecerás sobre el plano de un templo, lo
que sabes hacer a maravilla. Y por tu trabajo, te daré el doble de lo que
necesitas para tu subsistencia. José dijo: Sí, rey, ejecutaré tus órdenes.
Pero manda que me traigan maderas incorruptibles, para que las examine. Y
el rey dijo: Se hará como quieres.
12.
Y el rey, con los príncipes de alto rango y con José, se dirigió a un
sitio pintoresco, en que había hermosas praderas, numerosas fuentes, un
estanque en forma de anfiteatro y una elevada colina al borde del agua. Y
el rey ordenó a José que midiese el emplazamiento. Y José lo midió a
lo largo y a lo ancho, como el rey le había mandado, y se puso a
construir.
13.
Mas, cuando quiso rematar la labor de la cúpula, hallé que una pieza de
madera no se ajustaba a ella, por ser demasiado corta. Y José,
contrariado, no sabía qué hacer. Y, en aquel instante, el rey sobrevino,
y, advirtiendo la turbación de José, le preguntó: ¿Por qué estás
preocupado y sin trabajar? Respondiéle José: He laborado en este
maderamen con gran esfuerzo, y salió fallida mi obra. Y el rey dijo:
Mandaré que te traigan madera más larga.
14.
Y, estando en esta conversación, he aquí que se les acercó Jesús, el
cual, inclinándose, se prosterné ante el rey, que le dijo: Bien venido
seas, hermoso niño, hijo único de tu padre. Y Jesús preguntó: ¿Por qué
estáis aquí tristemente sentados, desocupados y silenciosos? Y el
monarca repuso: Todo está acabado, como ves, y, sin embargo, falta algo.
Jesús dijo: ¿De qué se trata? El rey dijo: Mira esta madera esculpida,
y comprobarás que es demasiado corta, y que no encaja en la otra bien. Y
Jesús dijo a José: Toma el extremo de esta madera, y tenlo fuertemente
asido. El rey, fijando su mirada en Jesús, lo interrogó: ¿Qué vas a
hacer? Y Jesús, tomando el otro extremo de la madera, dijo a José: Tira
en línea recta, para que no se note que esta madera es demasiado corta. Y
los allí presentes creyeron que el niño bromeaba. Mas José tuvo fe en
la voluntad de Jesús, y, extendiendo la mano, se apoderé de la madera, y
ésta se alargó en tres palmos.
15.
Y, cuando el rey vio el prodigio que había hecho Jesús, temió a éste,
se prosterné ante él, y lo abrazó. Y lo cubrió con un vestido real, le
ciñó la cabeza con una diadema, y lo envié a su madre. Y José terminó
todo el trabajo de la construcción. Y el rey, a quien contento en
extremo, gratificó a José con mucho oro y con mucha plata, y lo remitió
a su casa lleno de alegría.
16.
Cuanto a Jesús, andaba siempre yendo y viniendo por los lugares que
frecuentaban sus amigos infantiles. Y éstos lo saludaban con mucho
afecto, y se apresuraban a cumplir cuanto él les mandaba.
17.
Y, un día, Jesús, que había salido de su casa, recorría la ciudad
silenciosamente y a escondidas, para que nadie lo viese. Y he aquí que un
muchachuelo, que lo divisé y lo reconoció, lo sorprendió por la
espalda, y agarrándolo, y zarandeándolo, se puso a gritar: Mirad todos,
y ved al niño Jesús, al hijo del viejo, al que hace tantos milagros y
tantos prodigios. Inmediatamente fue asaltado por el demonio, y cayó sin
sentido al suelo. Y Jesús desapareció, y él se vio tan maltratado por
los malos espíritus, que yació en tierra como muerto, durante tres
horas. Y sobrevinieron sus padres, llenos de susto y deshechos en lágrimas.
Y lo levantaron, y discurrieron por toda la población en busca de Jesús,
mas no lo hallaron. Entonces fueron, llorando, al encuentro del viejo José,
para rogarle que Jesús librase a su hijo de los malos espíritus. Y,
cuando Jesús conoció su pensamiento, y supo que el niño clamaba también
por su propio alivio, se presenté a éste aquel mismo día, de súbito. Y
el niño, cayendo a los pies de Jesús, le pidió el perdón de sus
faltas. Y Jesús le puso la mano sobre la cabeza y lo curó.
18.
Y, días más tarde, Jesús, saliendo, se fue, como solía, al lugar en
que los niños se reunían para jugar. Y, al verlo, todos lo acogieron con
mucha alegría, y lo recibieron con gran honor. Jesús les preguntó: ¿Qué
habéis deliberado y decidido que hagamos hoy? Respondieron los niños:
Pondremos como jefes nuestros a ti y a Zenón, el hijo del rey. Nos
dividiremos en dos campos, y uno de los bandos será tuyo, y del hijo del
rey el otro. E iremos a jugar a la pelota, y veremos cuál de los dos
equipos triunfa en la contienda. Jesús dijo: Bien pensado. Y todos, de
una y de otra parte, se pusieron de común acuerdo.
19.
Y, en aquel paraje, había una vieja torre muy grande y de muros muy
elevados, delante de la cual se citaban siempre los niños de la ciudad
para verificar sus juegos. Y Jesús dijo a Zenón: ¿Qué te propones
hacer ahora? Lo dejo a tu albedrío. Zenón repuso: Dividámonos, de
nuevo, y de común acuerdo, menores y mozalbetes, en dos campos, y luego
iremos juntos a jugar a la pelota. Jesús dijo: Haz como gustes. Y Zenón,
congregando a sus compañeros, los repartió en dos grupos, que avanzaron
para lanzar la pelota. Y Zenón, que tenía el primer turno. lanzó la
pelota con tal brío, que, remontándola a enorme altura, la hizo caer
sobre la torre, a la que era muy difícil subir y bajar. Mas, queriendo
recuperar la pelota, emprendió el penoso ascenso, y Saul, hijo del aristócrata
Zacarías, se lanzó en pos suyo. Y, tomando la cesta del juego con sus
dos manos, le asestó por detrás un golpe en la nuca. Y Zenón cayó a
tierra, desde todo lo alto de la torre, y murió. Y Zacarías escapó con
todos los muchachos que había allí, y Jesús se ocultó a sus miradas, y
desapareció también.
20.
Entonces, un gran clamor se elevé en la ciudad, y por todas partes se
propalaba que los niños habían matado al hijo del rey, que con ellos
jugaba. Al oír esto, todos los habitantes se reunieron, y se dirigieron a
la torre. Y el rey, los príncipes, los grandes, los jefes, los
dignatarios, los oficiales del ejército, el ejército entero, los
parientes, los amigos, los esclavos, los siervos, hombres, mujeres, íntimos,
familiares y extranjeros, todos los que sabían la noticia, se apresuraron
a ir a la torre, llorando y dándose golpes de pecho. Y, con gran duelo,
se lamentaban sobre el niño, que tenía nueve años y tres meses.
21.
Después de pasar tres horas en llantos y en gemidos, el rey y su séquito
abrieron una información, y se interrogaban los unos a los otros, a fin
de saber quién había cometido el criminal atentado. Y todos dijeron a
una: Nadie sabe lo que ha ocurrido más que los niños que en este sitio
se hallaban jugando. Entonces el rey ordené que se levantase el cadáver
de su hijo, y que se lo llevase al palacio. Y mandó juntar a todos los niños
de la ciudad, desde el mayor hasta el menor, y los llevaron a su
presencia. Cuando hubieron llegado, el rey comenzó por dirigirles
palabras bondadosas, y les dijo: Hijos míos, declarad quién de entre
vosotros ha causado esta desgracia. Sé que no habéis obrado adrede, y
que esto ha ocurrido muy a vuestro pesar, y quizá sin vuestra noticia:
Los niños respondieron unánimes: ¡Oh rey, la razón te asiste! Pero ¿quién
de entre nosotros hubiera osado cometer esa acción homicida de matar al
hijo del rey, entregándose él mismo a la perdici.ón y a una muerte
inevitable? El rey repuso: Os dije que escucharíais de mí frases benévolas.
Pero ahora os repito que procuréis no exasperarme, y no encender en mi
corazón la furia. Por el momento nada tenéis que temer. Pero descubridme
la verdad. ¿Quién es el autor del golpe que ha hecho perecer a mi hijo
con una muerte cruel y prematura? Si alguno me lo manifiesta, lo haré
compañero de mi trono, lo asociaré a mi grandeza, y a sus padres les daré
poder y rango. Los niños dijeron: ¡Oh rey, justo es tu mandato! Pero a
la pregunta que nos haces, contestamos, con toda veracidad, que ignoramos
cuál de nosotros es el autor del hecho. No tenéis más que dos salidas
ante vosotros, y, si espontáneamente preferís la vida a la muerte,
evitaréis perder la primera en vuestra tierna edad. Temed los tormentos y
las sevicias que estoy decidido a ejercer sobre vosotros y sobre vuestros
padres. Descubridme la verdad sin ambages, y así escaparéis a una muerte
cierta. Y ellos contestaron: Henos aquí delante de ti. Lo que hayas de
hacer, hazlo presto.
22.
Entonces el rey hizo que se llevase a los niños a la puerta del palacio,
y que se colocasen entre ellos cantidades muy crecidas de oro y de plata.
Y ordené al jefe de los verdugos que agarrase una espada de acero, y que
la hiciese brillar sobre la cabeza de los niños que se acer casen a tomar
su parte del tesoro. Y, luego que todos los niños, uno a uno, fueron
recogiendo su parte valientemente, y se retiraron sin miedo alguno, se
aproximó el matador del hijo del rey. Y, cuando vio relucir la espada en
la mano del verdugo, le entró repentino temor y temblor. Y, en el espanto
que el arma le producía, no pudiendo sostenerse ya sobre sus piernas, cayó
al suelo de bruces. Y le preguntaron: ¿Por qué temes y tiemblas? El niño
repuso: Dejadme un instante, para que me recobre, y recupere mis ánimos.
Consintieron en ello, y lo interrogaron de nuevo: ¿Te causa pavor la
vista de esta espada? Y él asintió, diciendo: Sí, me atemoriza mucho
que me hagáis morir. Y el monarca indicó al verdugo: Mete tu espada en
la vaina, para no provocar pánico en el niño. Y éste después de un
intervalo de una hora, se levanté, y dijo: ¡Oh rey!, yo sabía quién es
el asesino de tu hijo, pero sentía escrúpulo de darte su nombre. El rey
replicó: Dámelo, hijo mío, que vale más que perezca el que es digno de
muerte que no un inocente. Y el niño dijo: ¡Oh rey, tu hijo ha sido
muerto por el niño Jesús, el hijo del viejo! El rey, que tal oyó, quedó
estupefacto, y mandó que se requiriese a Jesús, y que se lo intimase a
comparecer ante él. Mas no se encontré a Jesús, sino sólo a José, a
quien se detuvo, y se lo llevé al tribunal. Y, habiéndose inclinado, y
prosternado delante del rey, éste le dijo: ¡Bien me has tratado hoy,
anciano, en pago de los beneficios que te he hecho! ¡Por duplicado acabas
de pagarme mi benévola acogida! José repuso: ¡Oh rey, te ruego que no
creas en toda vana palabra que a tus oídos llegue! No te irrites contrá
mí, a pesar de mi inocencia, ni a la ligera y temerariamente me juzgues,
pues no soy responsable de la sangre de tu hijo. El rey replicó: Ya conocía
yo tu espíritu de independencia y el natural indómito del niño Jesús.
Viniste aquí a tomar órdenes de acuerdo con tus preparativos, y yo
ejecuté cuanto fue de tu gusto. José suplicó de nuevo: Te repito, oh
rey, que no des crédito a mentirosas especies, ni me hagas reproches sin
testigos en su apoyo, porque no entiendo nada de lo que me hablas. El rey
cortó el diálogo exclamando: ¿Dónde está tu hijo, para que yo lo vea?
José juró, diciendo: Por la vida del Señor, ignoro dónde está mi
hijo. Y el rey exclamó: ¡Muy bien! ¡Primero se comete el homicidio, y
después se busca la impunidad en la fuga! Y ordené que se guardase
estrechamente a José, y dijo a los suyos: Id a recorrer toda la ciudad,
hasta que encontréis al niño Jesús; arrestadlo, y conducidlo aquí bien
custodiado. Y discurrieron por todas las calles y por todas las afueras de
la población, en busca de Jesús, mas no lo hallaron, y volvieron a
comunicar al rey el resultado negativo de su pesquisición. Y el rey dijo
a sus grandes: ¿Qué haremos de ese viejo? Porque ha facilitado la huida
de la madre y del hijo, y no se da con el paradero de este último. Los príncipes
manifestaron: Manda que ante nosotros comparezca el viejo, y sometámoslo
a otro interrogatorio, puesto que él sabe dónde están el hijo y su
madre. Y el rey dijo: Tenéis razón. No llevaré a mí la tumba, ni
probaré bocado, ni beberé, ni dormiré, antes de que la sangre de ese niño
no haya compensado la del mío.
23.
Y, cuando hablaba de esta suerte, y deliberaba con respecto a José,
preguntándose a sí mismo con qué género de muerte lo haría perecer,
he aquí que el mismo Jesús en persona vino a presentársele, e, inclinándose,
se prosternó ante él. Y el rey clamó, furioso: A tiempo llegas, niño
Jesús, verdugo y matador de mi hijo. Mas Jesús repuso: ¿Por qué, oh
rey, estás tan enojado? ¿Por qué tu corazón parece henchido de turbación,
de cólera y de furia? ¿Por qué me muestras un semblante tan
descompuesto? No emplees conmigo un lenguaje tan injusto: que no es digno
de reyes, y de monarcas poderosos, condenar a alguien sin testigos de
cargo. El rey replicó: Si te declaro digno de muerte, es sobre la fe de
numerosos testigos. Jesús opuso: No basta. Ante todo, infórmate,
interroga, razona, y luego juzga en verdad y en derecho. Y, si soy digno
de muerte, haz lo que los jueces con poder legítimo hacen en estos casos.
Pero el rey contestó: No nos aturdas con vanos discursos, y dinos
claramente lo que ha causado la pérdida de mi hijo. Jesús redarguyó: Si
crees en mi palabra, y, si aceptas el testimonio que enuncio, sabe que soy
inocente de ese hecho. Pero, si quieres condenarme ligeramente y con
temeridad, llama a tu testigo, y ponlo en mi presencia, para que yo lo
vea. El rey dijo: Tienes razón. Y, acto seguido, hizo comparecer al
matador de su hijo, a quien pregunté: Niño, ¿depones contra Jesús? El
culpable respondió: Sí, depongo formalmente contra él. Escúchame y te
lo revelaré todo. Pero permíteme hablar ante ti libremente. El rey dijo:
Habla: Y el culpable se enfrentó con Jesús, diciéndole: ¿No te vi ayer
en el juego de pelota? Tú tenías la cesta en la mano; tú subiste con
Zenón a lo alto del muro, para recoger la pelota; tú le descargaste a
dos manos un golpe por detrás de la nuca; tú lo mataste, precipitándolo
a tierra; y tú huiste de allí en seguida. Jesús repuso: Está bien. Y,
al oír esto, el rey, 1os príncipes, los grandes, que estaban con él, y
todo el resto de la multitud popular, dijeron: ¿Qué tienes que responder
a esta acusación? Contestando a la pregunta con otra, Jesús dijo: Y, en
vuestra ley, ¿qué hay escrito a este propósito? Y todos clamaron a una:
En nuestra ley está escrito: El que derramare sangre de hombre, por el
hombre su sangre será derramada. Y Jesús asintió, diciendo: Tenés
razon.
24.
Entonces el rey dijo: Indica cómo debo tratarte y con qué género de
muerte te haré perecer. Y Jesús dijo Siendo, como eres, juez de todos,
¿por qué me pides eso a mí? El rey contestó: Sí, lo sé muy bien,
puesto que puedo hacer lo que me plazca. Mas yo exijo que se me descubra
la verdad, para juzgar con rectitud, a fin de no ser yo mismo juzgado. Jesús
insinuó: Si quieres interrogarme sobre el hecho, dentro de las formas
legales, emitirás un juicio inicuo, sin saberlo. El rey exclamó: ¿Cómo
así? Jesús dijo: ¿Ignoras que todo hombre que ha perpetrado un crimen
jura en falso, por temor a la muerte? Y los que, bajo juramento,
atestiguan y deponen los unos por los otros, saben muy bien quién es el
culpable. El rey arguyó: Si el culpable no eres tú, ¿por qué respondes
siempre con un aluvión de palabras, declarándote inocente, y
desmintiendo a los demás? Y Jesús declaré: Yo también sé algo acerca
de la causa de este crimen. Pero todo el que ha cometido una maldad, se
apresura a protestar de que no es digno de muerte. Y el rey replicó: No
entiendo lo que dices. Si quieres que crea en la verdad de tus palabras,
preséntame un testigo que responda de ti, y serás absuelto. Y Jesús
observó: ¡Si ellos hablasen con sinceridad! Ninguno de ellos ignora y
cualquiera puede, por ende, atestiguar, que soy inocente. El rey repuso: A
ellos, y no a ti, corresponde rendir ese testimonio. Jesús replicó: Su
testimonio es falso y perjuro, porque son amigos los unos de los otros, y
yo soy un extranjero transeúnte y desconocido en la ciudad. ¿Dónde
hallaré el amigo benévolo que examine mi causa con equidad, y que piense
en hacerme justicia?
25.
Y el rey dijo: Me atacas y contradices sin descanso, cabalmente en
momentos de tribulación, en que no puedo más que llorar, lamentarme y
darme golpes de pecho. Respondió Jesús: ¿Y qué quieres que haga? Heme
aquí traicionado por numerosos testigos, y puesto en tus manos. Haz lo
que hayas resuelto hacer de mí. El rey dijo: ¿Por qué sigues enfrentado
conmigo? Yo sólo te pido que me expliques la exacta verdad, y sólo
quiero oír de tu boca la razón de que me hayas devuelto con tamaño mal
la benevolencia que usé contigo. Y Jesús dijo: Si te decides a abrir una
información seria, y enterarte a fondo de las cosas, tu juicio será
verdaderamente justo. Mas el rey interrumpió: ¿De quién es el juicio
justo? ¿Del que tiene un testimonio en su apoyo o del que no lo tiene?
Respondió Jesús: Del que tiene un testimonio sincero, y sobre él juzga.
Y el rey observó: Y cuando alguien depone en favor suyo, ¿puede juzgárselo,
sí o no? Jesús dijo: No. Y el rey añadió: Entonces, ¿por qué,
deponiendo en tu propia causa, pretendes ser inocente? Jesús replicó: ¡Oh
rey, si reclamas de mí un testimonio, opónme otro de la parte adversa,
único modo de que se compruebe quién es el bueno, y quién el perverso!
El rey contradijo, diciendo: La ley ordena a los jueces no juzgar a nadie
más que sobre testimonio. Trae aquí tu testigo, como todos hacen, y te
creeré. Y Gamaliel, que estaba presente allí, tomé la palabra, y exclamé:
¡Oh rey, te suplico que me escuches! En verdad, este niño es inocente.
No lo condenes por las apariencias, con menosprecio de la justicia.
26.
Y toda la multitud clamé a gran voz: Ha sido discípulo tuyo. He aquí
por qué hablas de él en esos términos. Y de nuevo el rey dijo a Jesús:
¿Qué sentencia debo pronunciar contra ti con justicia? ¿A qué
suplicios te entregaré? ¿Con qué muerte te haré perecer? Jesús
contestó: ¿Por qué quieres intimidarme con semejantes amenazas? ¿Qué
te propones, repitiéndome siempre lo mismo? ¿Y qué he de alegar en
descargo de mi persona? Si me juzgas conforme al uso legal, quedarás
exento de toda falta. Pero, si me entregas a la muerte de un modo
arbitrario y tiránico, sin curarte de los procedimientos de derecho, caerá
sobre ti el terrible juicio de Dios. Y el rey dijo: Varias veces te he
perdonado con paciencia. Pero tú no sientes ningún temor de mí, ni te
espantan en modo alguno mis amenazas, ni te haces cargo de la inmensa
tristeza que me abruma. Respóndeme dándome un testimonio y escaparas a
la muerte. Jesús le respondió: Dime lo que debo hacer, y lo haré. El
rey repuso: Ahora me apiado de ti, considerando tu tierna edad, y me
inspiras respeto, porque eres hijo de una gran familia. Pero, de otra
parte, no puedo soportar el dolor de la desgracia recaída sobre mi hijo.
Descúbreme, pues, al verdadero culpable, seas tú o sea otro. Y Jesús
contestó: Me he esforzado en vano en convencerte, puesto que no has dado
crédito a mis palabras. Y, aunque sé quién es el que merece la muerte,
me he limitado a dar testimonio de mí mismo, con exclusión de testimonio
ajeno. Mas, ya que tanto insistes en que te presente un testigo, voy a
presentártelo. Llévame a la habitación en que yace tu hijo.
27.
Y, una vez ante el cadáver, Jesús clamé a gran voz: Zenón, abre los
ojos, y ve cuál es el niño que te ha matado. Y súbitamente, como si
hubiese sido sacado de su sueño, Zenón se despertó e incorporé. Y, con
una mirada circular, contemplaba a todo el mundo, y se admiraba de la
multitud de pueblo, que se hallaba allí. A cuya vista, todos, padres y
parientes, hombres y mujeres, grandes y chicos, lanzaron un grito, y, con
lágrimas y transportes de júbilo, lo abrazaban y lo besaban, preguntándole:
Hijo, ¿qué te ha sucedido, y cómo te encuentras? El niño respondió:
Me encuentro bien. Y Jesús, a su vez, lo interrogó en esta guisa: Dinos
quién ha causado tu muerte violenta. Zenón respondió: Señor, no eres tú
el responsable de mi sangre, sino Apión, el hijo del noble Zacarías. Él
fue quien, con su cesta, me asestó un golpe por detrás, y me hizo caer a
tierra desde aquella altura. Al oír esto, el rey y toda la multitud del
pueblo, fueron agitados por un vivo terror, y todos, llenos de miedo hacia
Jesús, estaban espantados, y decían: Bendito sea el Señor Dios de
Israel, que obra con los hombres según sus méritos y su derecho, y que
procede como juez justo. En verdad, este nino es Dios o su enviado. Y Jesús
dijo al monarca: Detestable rey de Israel, ¿crees ahora sobre mi palabra
que soy inocente? Ya ves cómo me he procurado a mí mismo el testimonio
de que no soy responsable de la sangre de tu hijo, lo que te parecía una
mentira de mi parte. ¡Ah, mira a tu hijo, vuelto a la vida, sirviéndome
de testigo, y cubriéndote de confusión! Sin embargo, yo te había
prevenido, y repetido una y otra vez la advertencia de que abrieses los
ojos, que no te dejases engañar por falsos discursos, y que no creyeses
en muchachos indignos de fe. No me escuchaste, y ahora, tú y todos tus
conciudadanos, lamentáis no haber sacado partido alguno de mi auxilio
testifical. Y Gamaliel intervino, para decir lo mismo que Jesús, y para
echar en cara al rey que no hubiese creído en sus palabras.
28.
Y el hijo del rey permaneció con vida el día entero. Y, sentado en medio
de aquellos personajes, conversaba con los grandes y con los príncipes y
les contaba alguna visión sorprendente u otras maravillas prodigiosas.
Todos, desde el más grande hasta el más chico, fueron a prosternarse
ante el hijo del rey, y a ofrecerle sus servicios, hasta la hora en que,
finada la tarde, cubrió la noche la tierra con sus sombras. Entonces Jesús
interpelando de nuevo al resucitado, le dijo: Zenón, hijo del rey Baresu,
vuelve a tu lecho, duerme y reposa, hasta el advenimiento del juez justo.
Y, apenas Jesús hubo así hablado, Zenón se levantó de su asiento, se
acosté en su cama, y quedé otra vez dormido. Y toda la multitud de
gentes que vieron el milagro operado por Jesús, presa de temor y de
espanto, cayó al suelo, y todos permanecieron, durante una hora, sin
respiración y como muertos. Después, levantándose, cayeron todos a los
pies de Jesús, y, entre lágrimas, le rogaban que devolviese de nuevo la
vida al resucitado. Mas Jesús exclamó: Rey, el mismo caso que tú
hiciste de mis palabras dulces y benévolas, haré yo de tus intercesiones
suplicantes y egoístas. Porque, en esta ciudad, nadie ha pronunciado una
sola frase en mi favor, antes al contrario, todos se han concitado y
reunido contra mí, y me han condenado a la última pena. Pero yo bien te
previne, advirtiéndote que mirases lo que hacías, y que más tarde te
arrepentirías, y no ganarías nada. Y el rey dijo: ¿Cómo hubiera podido
reconocer en ti a un Dios encarnado y aparecido sobre la tierra, para
mandar en la vida y en la muerte como dueño soberano? Y Jesús dijo: No
es por tu causa, ni por mi propia vanagloria, por lo que he devuelto a tu
hijo la existencia, sino como respuesta a todas las vejaciones y a todos
los ultrajes que de ti he recibido. Mas el rey imploró otra vez: Escucha
mi plegaria y la de toda la multitud de mi pueblo, y haz que Zenón de
nuevo resucite. Jesús repuso: No temo a nadie, ni jamás inferí mal a
hombre alguno. Y no efectué el milagro en concepto de beneficio, sino
para procurarme un testimonio que te diese a conocer e identificase al
matador de tu hijo. El rey insistió, lloroso: No te encolerices contra mí,
y no devuelvas con un mal el que yo te causé. Jesús contestó: Tus
ruegos son inútiles. Si hubieses atendido a mis palabras, yo tenía el
poder de hacer este milagro en favor tuyo, y en consideración a la bondad
que habías usado conmigo. Empero tú olvidaste, y no tomaste en cuenta el
prodigio que ante ti realicé, cuando la construcción de tu palacio,
aumentando una pieza de madera en la medida que faltaba. Así, pues, no te
soy deudor de gratitud alguna, puesto que no has creído en mí, y has
anulado, con una manifestación de hostilidad, toda la benevolencia espontánea
y todos los obsequios amistosos con que me habías gratificado
anteriormente. Y el rey dijo todavía: Óyeme, Jesús. En el exceso de mi
turbación y de mi duelo, no era verdaderamente capaz de prever nada.
Completamente aturdido y enloquecido, en fuerza de llorar y a causa del
tumulto, perdí la cabeza y el recuerdo de todo. Mas Jesús respondió,
diciendo: Que yo hubiese producido la pérdida de tu hijo, nadie de la
ciudad lo había visto, y nadie podía atestiguar, por tanto, que yo merecía
la muerte. Y, aunque efectivamente hubiera causado la pérdida de tu hijo,
tampoco lo habría visto nadie. Pero todos sabían quién era el matador,
y no lo han denunciado hasta el momento en que, resucitando al muerto, a
todos los he confundido. Y, habiendo así hablado, Jesús salió vivamente
de entre la multitud, y se ocultó a las miradas de los asistentes.
29.
Y José fue sacado de la prisión, y puesto en libertad. Y varias personas
fueron en busca de Jesús, y no lo encontraron. Y se interrogaban los unos
a los otros, y decían: ¿Quién ha visto al niño Jesús, el hijo de José?
Lo buscamos, para que venga a resucitar al hijo del rey. Y recorrieron
todas las afueras de la ciudad, sin encontrarlo. Y muchos creyeron en su
nombre, y decían: Un gran profeta se ha levantado entre nosotros. Y el
rey, todos los príncipes y los habitantes de la ciudad redoblaron su
duelo sobre el niño fenecido, y se afligieron aún más, después de la
partida de Jesús.
30.
Y el viejo José y su esposa María desconfiaban del rey y de su ejército,
que podían detenerlos a viva fuerza, y encarcelarlos. Y, aquella misma
noche, salieron de su casa, y huyeron de la ciudad, a escondidas y sin que
nadie supiese nada. Al despuntar el día, sin dejar de caminar, buscaban
con la mirada al niño. Y aconteció que, yendo hablando entre sí, y
preguntándose el uno al otro, el mismo Jesús se llegó, e iba con ellos
juntamente y en silencio. Y, reconociéndolo, su madre le dijo, entre lágrimas:
Hijo mío, bien ves las pruebas que pasamos, cómo nos has puesto en
mortal peligro, y cómo tu inocencia te ha salvado. ¡Cuántas veces no te
encarecí que no te reunieses con desconocidos, ni con gentes de otra
nacionalidad, que no saben quién eres! Jesús repuso: No te aflijas,
madre, porque cuando os persiguieren en una ciudad, huiréis a otra.
31.
Y, así dialogando, prosiguieron en paz su camino. Y llegaron a una ciudad
llamada Bosra o Bosora, y en ella residieron largo tiempo. Y Jesús, que
tenía ahora ocho anos y dos meses, recorría la comarca, y los niños de
esta edad se congregaban a su alrededor. Y él les hablaba, y les daba
consejos, con amable dulzura. Y los llamaba a él familiarmente, y les decía:
No disputéis, ni riñáis entre vosotros. No os írritéis los unos
contra los otros, ni, encolerizados, os peguéis. Y, al oír esto, los
inocentes pequeñuelos querían estar siempre al lado suyo, y seguir sus
pasos.
32.
Y, un día, como se hubiesen reunido, partió con ellos para un sitio
lejano. Y un muchacho de seis años que los acompañaba, y que tenía
bello semblante y agradable presencia, estaba impotente, estropeadísimo y
tullido de un costado. Y Jesús, al mirarlo, vio que no podía seguir los
pasos de los demás niños. Y se apiadó de él, lo llamó a sí, y le
preguntó: Niño, ¿quieres curarte? Y él, contemplando a Jesús, rompió
en llanto, y le respondió: ¿No he de quererlo? Pero ¿quién me curará?
Jesús dijo: No llores. Y llamó a todos los niños de la expedición, y
les ordenó: Tomad este niño, extendedlo sobre el suelo, agarradlo unos
por las piernas y otros por las manos, y tirad con fuerza. Y se colocó
delante del niño durante un tiempo muy corto, y alejándose un poco de
allí, dijo a sus compañeros: Dejadlo marchar. Y el niño se levantó con
lentitud, y regresó a su casa muy alegre. Y los otros niños lo
siguieron, y contaron a todos el prodigio operado por Jesús. Y éste se
ocultó a sus miradas, para que nadie lo conociese. Y se restituyó junto
a su madre a escondidas, y sin querer mostrarse en público. Y muchos
habitantes de la ciudad fueron a preguntarle, y a examinarlo. Mas él
desapareció de los ojos de ellos.
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