De
cómo la Sagrada Familia fue a la villa de Tiberíades y aplicó a Jesús
al oficio de la tintorería.
Milagros
que allí pasaron
XXI
1. Y José, levantándose al despuntar el día, tomó a Jesús y a su
madre, y se dirigió a la villa de Tiberíades. Allí estableció
provisionalmente su equipo a la puerta de un hombre llamado Israel,
tintorero de profesión, y que había monopolizado en su taller todo lo
que había que teñir en la villa. Y, viendo a su puerta a José, al niño
Jesús y a su madre, se regocijó en grado sumo, y preguntó al primero:
¿De dónde vienes, anciano, y adónde vas? Y José respondió: Soy de una
comarca lejana, y ando errante por doquiera, extranjero y desterrado.
2.
Israel dijo: Si quieres vivir aquí, establécete en esta villa, y yo te
acogeré en mi casa, donde harás lo que bien te parezca. José repuso: Cúmplase
tu voluntad, y dispón a tu grado de mi persona. Israel lo interrogó: ¿Cómo
subsistes de tu oficio? José contestó: Fácilmente, porque soy muy
experto en el arte de construir aradas y yugos de bueyes, y todo lo hago
conforme a la conveniencia de cada cliente. Israel dijo: Quédate en mi
casa, y no tendrás que sufrir de nadie importunidad alguna. Yo te
respetaré como a un padre. Y, si quieres confiarme a tu pequeño, para
que aprenda mi oficio, lo trataré con honra, como si fuese mi hijo legítimo.
José dijo: Bien has hablado. Toma al niño, procede con él a tu albedrío,
y oblígalo a acatar tus mandatos, porque hace tiempo que estoy vivamente
contrariado al respecto suyo.
3.
E Israel preguntóle: ¿Acaso no obedece con sumisión tus órdenes?
Respondió José: No va la cosa por ahí. Es que ha comenzado el
aprendizaje de varios oficios, y, por falta de perseverancia, no ha
terminado ninguno. Israel dijo: ¿Qué edad tiene? José dijo: Nueve años
y dos meses. Israel repuso: Está bien. Y, tomando al niño Jesús, entró
con él en casa. Y, mostrándole por orden todo el detalle del taller, le
advirtió: Mira bien todo esto, hijo mío, compréndelo, y lo que yo te
indique, reténlo en la memoria. Y Jesús se prestaba a sus voluntades, y
escuchaba con atención sus avisos.
4.
Un día, Israel fue a hacer por la villa su recorrido profesional. Y
recogió numerosas piezas de tejido, y aportándolo todo, con una lista,
lo depositó en su taller. Y, llamando a Jesús, le manifestó: De todo lo
que aquí ves, debemos, hijo mío, dar cuenta a sus respectivos
propietarios. Vela con cuidado por todos los efectos que están en nuestra
casa, no sea que nos sobrevenga algún accidente súbito, porque seríamos
deudores del daño al tesoro real, al cual tendríamos que abonar cinco
mil dineros, en concepto de multa. Jesús preguntó: ¿Dónde vas ahora? E
Israel dijo: He aquí que yo he recogido todo lo que había para teñir en
la villa. Te lo confío, pues voy a darme una vuelta por los pueblos y por
las aldeas de los contornos, a fin de devolver cada cosa a su respectivo
destinatario, y toda obra que se me dé a hacer, la haré. Jesús dijo: ¿Qué
obra? E Israel repuso: La de teñir y colorear, a veces con dibujos de
flores, en escarlata, verde, azul púrpura, amarillo, leonado, negro y
otros matices variados, que no puedo detallarte en este momento.
5.
Al oír esto, Jesús admiró el poder del espíritu humano, e interrogó a
Israel: Maestro, ¿conoces por su nombre cada uno de esos colores?
Respondióle Israel: Si, puedo retenerlos, con la ayuda de una lista
escrita. Y Jesús añadió: Te ruego, maestro, que me enseñes a hacer
todo eso. Israel dijo: Sí, te lo enseñaré, si obedeces con sumisión
mis órdenes. Y Jesús, inclinándose, se prosternó ante él, y le dijo:
Maestro, me prestaré a tus voluntades, pero antes, muéstrame esa obra,
para que la vea. Israel dijo: Bien hablado, pero no hagas por ti mismo
nada que no conozcas, y aguarda a que yo esté de regreso. No abras la
puerta de la casa, que dejé cerrada y sellada con mi anillo. Permanece
firme en tu puesto y no sufras inquietud. Preguntó Jesús: ¿Para qué día
esperaré tu retorno? Israel repuso: ¿Qué necesidad tienes de
interrogarme sobre ello, puesto que mi trabajo seguirá su curso cotidano,
conforme a la voluntad del Seños? Jesús dijo: Ve en paz. Entonces Israel
se alejó de la villa.
6.
Y Jesús, levantándose, fue a abrir la puerta de la casa. Y tomó todo el
tejido para teñir de la villa, y llenó con él una tina de tintura azul.
Y calentó la tina, abrió otra vez la puerta de la casa y, según su
costumbre, marchó al lugar en que jugaban los niños.
7.
Y, poniéndose a luchar con ellos, les descoyuntaba el sitio del encaje
del muslo, y el nervio del tendón se contraía, y los niños caían de
bruces a tierra, y cojeaban de sus ancas. Después, les imponía las
manos, y les restituía su posición erecta y la soltura de sus piernas.
Otras veces, soplaba sobre el rostro de los niños, y los cegaba. Luego,
les imponía las manos, y devolvía la luz a sus ojos. O bien, tomaba un
trozo de madera, y lo echaba en medio de los niños. Y el trozo se trocaba
en serpiente, y los ponía en fuga a todos. Y, a los que habían sido
mordidos por el reptil, Jesús les imponía las manos, y los curaba. E
introducía su dedo en las orejas de los niños, y los tornaba sordos. A
poco, soplaba sobre ellos, y restablecía su oído. Y tomaba una piedra,
le echaba el aliento por encima, y la tornaba ardiente como fuego. Y la
arrojaba ante los niños, y la piedra abrasaba el polvo, dejándolo como
un zarzal desecado. En seguida se apoderaba otra vez de la piedra, y ésta,
transformándose, volvía a su primer estado.
8.
Y llevaba a los niños a orillas del mar, y allí, cogía una pelota y una
cayada, avanzaba, marchando erguido con sus juguetes, sobre las olas, como
sobre la superficie de un agua congelada. Y, ante este espectáculo, todos
los niños lanzaban gritos, y exclamaban: ¡Ved lo que hace el pequeño
Jesús sobre las olas del mar! Y, al oír esto, el pueblo de la ciudad iba
a la playa, y miraba aquel prodigio con estupefacción.
9.
Empero José, que tal supo, sobrevino y reprendió a Jesús, diciendo:
Hijo mío, ¿qué es lo que haces? He aquí que tu maestro ha reunido en
su casa toda clase de objetos, cuya guarda te ha confiado, y tú no tienes
cuidado de ellos, y vienes a este lugar para divertirte. Te ruego que
vuelvas a casa de tu maestro sin demora. Y Jesús repuso: Bien hablas, sin
duda. Pero es el caso que yo he realizado y concluido mi tarea. Lo que mi
maestro me prescribió hacer, lo hice, y, por el momento, sólo espero su
retorno, contando con que vendrá a ver el producto de mi arte, que le
enseñaré. Pero a ti, ¿en qué te conciernen estas cosas? Y, al oír
estas palabras, José no comprendió lo que decía su hijo.
10.
Y cuando Jesús llegó cerca de su madre, María le preguntó: Hijo mío,
¿has terminado lo que te mandó hacer tu maestro? Y Jesús respondió: Lo
acabé, y nada falta. ¿Qué quieres de mí? María contestó: Noto que
hace tres días que no has pasado por la casa, para cuidar del taller. ¿Por
qué nos expones a un riesgo mortal? Jesús replicó: Deja de hablar así.
He estudiado todos los preceptos que me dio el maestro, y sé lo que me
compete y lo que me cumple en toda ocasión. Y María dijo: Está bien. Tú
eres dueño y juez de tus actos.
11.
Y, mientras así hablaban, Jesús, habiendo mirado hacia fuera, vio a su
amo, que llegaba. Y, levantándose, fue a su encuentro, y se inclinó y se
prosternó ante él, que le preguntó: ¿Cómo estás, hijo mío? Respondió
Jesús: Estoy bien. Después, interrogó a su vez al maestro, diciéndole:
¿Cómo te ha ido en tu viaje? Israel contestó: Como el Señor lo ha
querido. Jesús añadió: Celebro que hayas vuelto en la prosperidad y en
la paz. Dios recompensa tus trabajos en la medida de lo que has hecho por
mí. Porque yo he aprendido a fondo tu arte, y he estudiado, y poseo todos
los preceptos que me has dado. Por ende, todo el trabajo que pensabas
hacer lo he comprendido, y lo he acabado. Israel murmuró: ¿Qué trabajo?
Y Jesús repuso: El que me has enseñado, y yo he cumplido.
12.
Pero Israel no comprendió el sentido de las palabras de Jesús. Y cuando
fue hacia la puerta advirtió que la cerradura y el sello estaban
abiertos. Y, muy agitado, penetró en el interior, inspeccionó los
rincones del taller, y no vio nada. Y, lanzando un grito, preguntó: ¿Dónde
está el tejido para teñir que había reunido aquí yo? Respondió Jesús:
¿No te dije, cuando fui a tu encuentro, que había acabado todo el
trabajo que pensabas hacer? Israel exclamó: ¡Bonito trabajo el que
acabaste, acumulando, en una cubeta llena de azul, todo el tejido para teñir
de la ciudad! Jesús repuso: ¿Y qué mal te he causado, para que así te
pongas furioso contra mí, que te he librado de una multitud de cuidados y
de labores? E Israel dijo: ¿Y el reposo que me procuras es ocasionarme
este grave daño, esta pérdida y multas que pagar? ¡Razón tenía el
viejo al advertirme que no conseguiría reducirte a la obediencia! ¿Qué
haré de ti, puesto que me has irrogado un perjuicio tal, que no es mío
solo, sino de la ciudad entera? ¡Ay, qué desgracia tan grande ha caído
sobre mí!
13.
Y lloraba, y se golpeaba el pecho. Después, preguntó a Jesús: ¿Por qué
has atraído sobre mi casa tamaño desastre? Y Jesús dijo: A mi vez te
pregunto por qué estás tan furioso. ¿Qué pérdida he producido en tu
casa, supuesto que he escuchado con inteligencia tus explicaciones,
comprendido la lección recibida, aprendido todo lo que me has enseñado,
y yo soy capaz de hacer? E Israel objetó: ¿No te advertí que no
hicieses por ti mismo nada de lo que no supieses hacer? Jesús dijo: ¡Maestro,
mira y ve! ¿Qué desdicha notable he traído sobre tu hacienda e
industria? Respondió Israel: ¡Bueno está eso! ¿Es que podré
justificar el color y la tintura que mis clientes me exigen? Mas Jesús
insistió: Cuando volviste en paz de tu excursión, y entraste en tu
taller, ¿has encontrado que faltase algo? Israel repuso: Y eso ¿qué
tiene que ver con lo que digo? Yo lo que te pregunto es qué haré, si
cada parroquiano me reclama la obra particular que me encomendó. Dijo Jesús:
Trae a mi presencia a los propietarios de estos objetos, y les daré el
color especial que cada cual desee. E Israel objetó: ¿Cómo podrás
reconocer todos los efectos de cada uno? Y Jesús replicó: Maestro, ¿qué
colores variados quieres que haga aparecer en esta cubeta única?
14.
Israel, que tal oyó, se amohinó en extremo ante las palabras de Jesús,
y creyó que éste se mofaba de él. Mas Jesús dijo: ¡Mira y ve! Y se
puso a retirar de la cubeta el tejido para teñir, brillante e iluminado
de hermosos colores de matices diversos. Mas Israel, al ver lo que hacía
Jesús, no comprendió el prodigio que había operado. Y llamó a María y
a José, a quienes dijo: ¿Ignoráis que vuestro hijo ha producido en mi
taller una avería irreparable? ¿Qué os hice yo, para que el niño Jesús
me pague así? Trataros como un padre, con honra y con grande afecto. Y he
aquí ahora que soy deudor al tesoro real de una multa de cinco mil
denarios. Y lloraba, y se golpeaba el pecho. Y María dijo a Jesús: ¿Qué
has hecho, para ocasionar en esta villa semejante destrozo? ¡Reducirte a
ti mismo a esclavitud, y ponernos a nosotros en peligro de muerte! Jesús
dijo: ¿Qué mal os he causado, para que os coneitéis todos contra mí, y
me condenéis injustamente? Venid y ved el trabajo que llevé a cabo. Y
María y José fueron a ver las obras que había hecho, y, oyéndolo
hablar, abrían los ojos con asombro.
15.
Mas Israel no comprendió el prodigio. Y rechinaba los dientes con rabia,
y, gruñendo como una bestia feroz, quiso pegar a Jesús, que le dijo: ¿Por
qué estás lleno de tamaña furia? ¿Qué encuentras que sea digno de
tachar en mí? Empero Israel, tomando un celemín, se precipitó contra
Jesús. Viendo lo cual, éste huyó, e Israel lanzó sobre él el celemín,
que no pudo alcanzarlo, y que se estrelló en el suelo. Y, en el mismo
instante, el celemín echó raíces en tierra, se convirtió en un árbol
(que existe todavía hoy), floreció, y dio fruto. Y Jesús, habiendo
escapado, franqueó la puerta de la villa, y, en su carrera, llegó al
mar. Y marchó sobre sus aguas, como sobre terreno firme.
16.
E Israel, gritando por toda la villa, clamaba a gran voz: Consideradme y
compadecedme, porque el niño Jesús ha huido, llevando consigo cuanto había
en mi taller. Perseguidlo y capturadlo. Y él mismo siguió a la multitud.
Y, apostándose en los desfiladeros de los caminos, buscaron al niño Jesús,
mas no lo encontraron. Y algunas personas dieron a Israel la siguiente
información: Cuando atravesó la puerta de la villa, lo vimos avanzar
hacia el mar. Pero no sabemos lo que ha sido de él. Entonces aquel tropel
de gente se dirigió a la ribera. Y, no hallando a nadie, volvieron sobre
sus pasos. Y, cuando regresaban, Jesús había salido del mar, y estaba
sentado sobre una peña, bajo la figura de un niño pequeñito. Y las
gentes lo interrogaron, diciendo: Muchacho, ¿sabes por dónde anda el
hijo del viejo? Jesús repuso: No lo sé. Tomó en seguida la forma de un
joven, y se le preguntó: ¿Has tropezado por ahí con el hijo del anciano
extranjero? Jesús respondió: No. Después adquirió el aspecto de un
viejo, y le dijeron: ¿Has visto al hijo de José? Y Jesús contestó: No
lo he visto.
17.
No dando con Jesús, regresaron a la villa, y, apoderándose de José, lo
condujeron al tribunal, y le dijeron: ¿Dónde está tu hijo, que nos ha
engañado, y que se ha escondido de nosotros, llevando consigo nuestros
efectos, que retenía el hombre que lo había tomado de aprendiz? Mas José
permaneció silencioso, y no murmuró palabra alguna.
18.
E Israel tomó tristemente a su taller. Y quiso recoger el celemín en el
sitio a que lo había lanzado. Y, cuando vio que había tomado raíz, llenándose
de fruto, se maravilló en sumo grado, y se dijo entre sí: ¡Verdaderamente,
éste es el Hijo de Dios, o algo semejante! Y penetró en su casa, y
encontró todos los efectos preparados para teñir reunidos en la cubeta,
que estaba llena de color azul. Y, al sacarlos, notó, estupefacto, que
nada faltaba en cuenta, y, sobre cada uno de aquellos efectos, halló el
nombre marcado, en signos y en letras, y todos tenían respectivamente el
tinte y el brillo con que sus propietarios le habían mandado que los tiñese.
Y, a la vista de prodigio tamaño, alabó y glorificó a Dios. En seguida,
levantándose aquella misma noche, fue a sentarse a orillas del mar,
frente a las rocas, y lloró con amargura, durante la noche entera. Y,
entre golpes de pecho, suspiros y lamentaciones, exclamaba: Niño Jesús,
hijo del gran rey tu Padre, ten piedad de mí, miserable que soy, y no me
abandones. Porque, si pequé contra ti, ha sido por efecto de mi
ignorancia, y por no haber comprendido de antemano que eras el Dios
salvador de nuestras almas. Ahora, Señor, manifiéstate a mí, porque mi
alma desea oír las palabras de tu boca.
19.
Y, en el mismo instante, Jesús le apareció, y le dijo: Maestro, ¿por qué
no has dejado de quejarte y de gemir, durante la noche entera? E Israel
repuso: Señor, compadécete de tu ignorante siervo, escucha mis
plegarias, perdóname todos los pecados que he cometido contra ti por
torpeza, y bendíceme. Y Jesús exclamó: Bendito seas, tú y todo lo que
hay en tu casa. Tu fe te ha hecho salvo, y tus pecados te son perdonados.
Ve en paz, y que el Señor permanezca contigo. Dicho esto, Jesús
desapareció.
20.
E Israel se prosternó en el suelo, y tomando de él polvo, lo esparció
por su cabeza. Y se golpeaba el pecho con una piedra, y no sabía qué
partido tomar. Y volvió a su casa, y, al día siguiente por la mañana,
salió de ella, se dirigió a la plaza pública, y dijo a las gentes allí
reunidas: Oíd todos la sorpresa que se ha apoderado de mí, y los
milagros que Jesús ha hecho en mi casa. Y todos clamaron a una: Cuéntanos
eso. E Israel expuso: Un día, estando en mi casa, hallé a un viejo
canoso sentado a mi puerta, y acompañado de un niño y de su madre. Y los
interrogué, y él me descubrió su pensamiento, diciéndome que quería
fijar su residencia aquí. Y lo recibí, y lo traté con honra, en mi
hogar, y tomé a su hijo por aprendiz en mi taller. Y había acopiado en
éste el tejido para teñir de toda la villa. Y, cerrando la puerta, la
sellé, y encomendé al niño la comisión de quedar como guardián de
todo hasta mi regreso, porque, según mi costumbre, iba a buscar por los
alrededores tejido para teñir. Y, al volver, encontré la puerta de mi
morada abierta, y el tejido colocado en una tina de tintura azul. A cuya
vistá, monté violentamente en cólera, y, tomando un celemín, lo arrojé,
furioso, contra Jesús, para castigar su fechoría. Pero el celemín no
alcanzó al niño, sino que cayó a tierra, e inmediatamente, tomó raíz
y se llenó de fruto. Y, ante tal espectáculo, salí con premura, fui en
busca del niño, y no lo encontré. Y retorne a mi casa, y vi, en la tina
de tintura azul, tejidos de diferentes colores. Venid a ser testigos de
esta maravilla.
21.
Y el juez de la villa y todos los notables, en gran número, fueron a
presenciar prodigio tamaño. Y hallaron todo el tejido para teñir reunido
en la tina. Y, mientras Isarel los iba sacando, ellos leían la lista de
los nombres y comprobaban el color correspondiente a cada uno. Y él
entonces tomaba el color pedido, y lo mostraba a todos en su específica
brillantez. Y se decían los unos a los otros: ¿Quién ha visto jamás
salir de una misma tina esta variedad de resplandecientes tinturas? Y de
esta suerte, tomando cada cual sus efectos, volvieron a sus casas, y
dijeron: En verdad, esto es un milagro de Jesús y una obra divina, no una
obra humana. Y muchos creyeron en su nombre.
22.
Luego Israel les mostró el celemín convertido en árbol arraigado y
fructificado. Y, a su vista, algunos confesaron: No hay duda sino que ese
niño es el hijo de Dios. Y el juez ordenó que sacasen a José de la
prisión, y que se lo trajesen. Y, cuando llegó, le interrogó diciendo:
Anciano, ¿dónde está ese niño, por quien se cumplen estos prodigios y
estos beneficios? José repuso: ¡Por la vida del Señor! Dios me ha dado
este hijo, no según la carne, sino según el espíritu. Y la multitud
exclamo: ¡Bienaventurados sus padres, que han obtenido este fruto de
bendición! Y José regresó en silencio a su casa, y refirió a María
los milagros de Jesús, de que había oído hablar, y que había visto. Y
María dijo: ¿Qué va a ser de nuestro Jesús, por cuya causa tenemos que
soportar tantas cuitas? Mas José respondió: No te aflijas, que Dios
proveerá, conforme a su voluntad suprema. Y, cuando pronunciaba estas
palabras, sobrevino Israel, y, puesto de hinojos ante José y María, les
pidió el perdón de sus faltas. Y José le dijo: Ve en paz, y que el Señor
te guíe hacia el bien. Empero José y María, desconfiando del juez y de
todos los demás, cerraron la puerta de su casa, y permanecieron en
observación hasta la mañana siguiente.
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