
De
cómo la Sagrada Familia fue al país de Galilea y vio que hizo Jesús con
los niños de los hebreos.
Un
milagro
XXIII
1. Y José se levantó al despuntar el día, tomó al niño y a su madre,
y, saliendo de la villa, caminaron en silencio. Y María preguntó a Jesús:
Hijo mío, ¿por qué te has escondido así de esas gentes? Respondió Jesús:
Madre mía, guarda silencio, y prosigue tu camino en paz. Yo haré siempre
lo que convenga. Y permanecieron allí seis meses. Y Jesús circulaba por
el territorio de la villa. E iba a sentarse cerca de los niños, en el
lugar en que se reunían los niños, con los cuales mantenía largas
conversaciones. Pero ellos no podían comprender lo que les decía.
2.
Después, Jesús conducía a los niños al borde de un pozo, adonde toda
la villa iba a buscar agua. Y, tomando de manos de los niños sus cántaros,
los entrechocaba, o los rompía contra la piedra, y los echaba al pozo. Y
los niños no se atrevían a volver a su casa, por temor al castigo de sus
padres. Y Jesús, al verlos llorar, los llamaba a sí, y les decía: No
lloréis, porque os devolverá vuestros cántaros. E, inclinándose sobre
el pozo, daba órdenes al agua, y ésta sacaba los cántaros intactos a su
superficie. Y cada uno de los niños recogía el suyo, y retornaban a sus
hogares, y contaban a todos los milagros de Jesús.
3.
Un día, Jesús llevó consigo a los niños, y los detuvo cerca de un gran
árbol. Y Jesús mandó al árbol que bajase su ramaje, al cual subió, y
sobre el cual se senté. Y mandó al árbol levantarse, y el árbol se
elevó, dominando todo aquel paraje, y Jesús permaneció en él una hora.
Y, como los niños le gritasen, diciéndole que mandase al árbol bajarse,
para subir ellos asimismo, Jesús ordenó al árbol que inclinase sus
ramas, y dijo a sus compañeros: Venid junto a mí. Y los niños subieron
alegremente, y se colocaron en torno a Jesús. Y éste, después de haber
esperado un poco, mandó al árbol bajarse otra vez. Y los niños
descendieron con Jesús, y el árbol recobré su posición.
4.
Y sucedió también que otro día que los niños se encontraban reunidos
en cierto lugar, y Jesús estaba con ellos. Y había allá un muchacho de
doce años, atacado, en toda su persona, de dolencias penosísimas.
Leproso, epiléptico, mutilado en las extremidades de sus manos y de sus
pies, había perdido la forma humana, no podía andar, y yacía a un lado
del camino. Cuando Jesús lo vio, se apiadó de él, y le dijo: Niño, muéstrate
a mí. Y el muchacho, despojándose de sus vestidos, quedó desnudo. Y Jesús
ordenó a los niños que lo extendiesen por tierra, amasé polvo del
suelo, lo esparció sobre el paciente, y dijo: Alarga tu mano, porque
curado eres de todas tus enfermedades. Y, en el mismo instante, toda su
piel dañada se separó de su cuerpo, sus tendones y las articulaciones de
sus huesos se afirmaron, y su carne se volvió como la carne de un recién
nacido, y fue limpio. Y se levantó, llorando, se precipité a los pies de
Jesús, y se prosterné ante él. Y Jesús le dijo: Ve en paz. Y marchó
alegremente en dirección a su morada, Y, todos los que se hallaban con él,
testigos del milagro que Jesús había hecho, quisieron verlo, mas no lo
encontraron.
De
cómo la Sagrada Familia fue a la villa de Emmaús y cómo Jesús curó a
los enfermos.
Milagros
operados por él


XXIV
1. En vista de lo ocurrido, María y José tomaron a Jesús durante la
noche, marcharon a una aldea llamada Emmaús, donde decidieron residir. Y
Jesús tenía diez años, y circulaba por la comarca. Y, un día, saliendo
de su albergue, fue a otra aldea llamada Epathaíea o Ephaía. Y, en su
ruta, encontró a un muchacho de quince años, cuya persona entera era una
pura llaga. No podía servirse de sus pies, sino que marchaba arrastrándose,
y, cuando alguien discurría por allí, imploraba su misericordia. Jesús
lo vio de lejos, y pasó por frente a él. Y el leproso le dijo: ¡Niño,
te ruego que me escuches! Por la salud de tus padres, dame una limosna, y
Dios te recompensará tu beneficio. Jesús repuso: Soy pobre e indigente,
como tú, y, además, hijo de un extranjero. ¿Cómo podría darte una
limosna? El leproso replicó: No alegues falsos pretextos. Si te queda en
reserva una monedita, un óbolo o un pedazo de pan, préstame algún pequeño
socorro, que demuestre tu generosidad, pues bien veo a qué clase
perteneces, aunque, por la edad, no seas más que un niño. Yo estimo, en
efecto, que eres de elevado linaje, e hijo de un general de los ejércitos
reales, probablemente. Porque tus rasgos te denuncian. No te ocultes de mí,
que noto una presencia distinguida y una belleza extremada.
2.
Preguntó Jesús: ¿A qué raza perteneces? El leproso respondió: A la
raza de Israel y a la rama de Judá. Jesús añadió: ¿Tienes padre y
madre? ¿Cuidan de ti? El leproso explicó: Mi padre ha muerto y mi madre
es la que me sirve conforme al capricho suyo. Y Jesús dijo, extrañado:
¿Cómo así? Y el leproso repuso: Ya ves que estoy enfermo. Al oscurecer,
mi madre viene, y me vuelve a la casa. Al día siguiente, me trae otra vez
aquí. Los viandantes me hacen graciosamente limosnas, y, gracias a ellas,
subsisto. Preguntó Jesús: ¿Por qué no te has presentado a los médicos,
para que te curen? El respondió: Estoy imposibilitado por mi enfermedad,
no podría hacerlo y mi madre apenas cuida de mí. Porque, desde que me
dio a luz, he crecido entre muchos gemidos y dolores. Y, por la violencia
y la atrocidad de mis males, los miembros de mi cuerpo se han relajado y
desunido, los tendones de mis huesos se han consumido en la putrefacción,
toda mi persona se ha cubierto de úlceras, como bien ves.
3.
Y Jesús dijo: Conozco médicos que saben componer un remedio, que da la
muerte y la vida. Si quieres aplicártelo, este remedio será tu curación.
El leproso replicó: Desde mi infancia hasta hoy día, jamás he
consultado con ningún médico, y jamás he oído decir que mi mal haya
sido curado por un hombre. Mas Jesús insistió: ¿No te advertí que hay
médicos hábiles, que traen de la muerte a la vida? Y el leproso dijo: ¿Y
por cuál remedio puede un hombre curar semejante estrago? Jesús repuso:
Por una simple palabra, y no por un remedio. Al oír esto, el joven quedó
vivamente sorprendido, y exclamó: ¡He aquí cosas asombrosas! ¿Cómo un
mal puede ser curado sin el auxilio de remedio alguno? Jesús dijo:
Existen médicos que, de una ojeada tan sólo, distinguen las enfermedades
mortales de las curables. El leproso insinuó: Y tú, que cuentas menos
edad que yo, ¿de dónde has sacado tanta ciencia? Jesús repuso: De
lecciones oídas y de mi saber propio. Y el leproso objetó: ¿Por ventura
has visto con tus propios ojos que un hombre haya sido curado de tamaño
mal?


4.
Y Jesús replicó: Entiendo algo en este asunto, por ser hijo de médico.
El leproso dijo: ¿Afirmas seriamente que entiendes en este asunto? Jesús
dijo: Puedo curar todos los males por una simple palabra, cuyos efectos he
visto, y que he aprendido de mi padre. El leproso interrogó: ¿De qué país
es tu padre, y quién puede ponerme en comunicación con él? Contestó
Jesús: Aquel a quien entregues los honorarios de tu curación, te
presentará a mi padre, y éste te devolverá la salud. El leproso preguntó:
¿Cuáles son los honorarios que reclamas de mí? Respondió Jesús: Poca
cosa: un sextario de monedas, en oro y en plata, piedras preciosas de
bella agua y perlas finas de alto valor. El leproso, que tal oyó, se echó
a reír con amargura, y dijo: ¡Por la vida del Señor, que ni he oído
siquiera el nombre de esas cosas! Pero escucha. Tu edad es la de un niño,
y todo te resulta cómodo, por ser hijo de padre noble y vástago de una
casa principal. Yo, pobre como soy, no te parezco más que un objeto de
irrisión y de burla. ¿De dónde me vendría esa opulencia de que me
hablas? Y Jesús lo reprendió, diciendo: ¿Por qué te enojas así? Todo
lo que te dije, fue por pura benevolencia.
5.
Y el leproso declaró: Varias veces se me ha puesto a prueba. Y tú también
ves perfectamente que no poseo nada excepto el vestido que me cubre, y el
alimento diario, que Dios nos dispensa a mi madre y a mí. Jesús preguntó:
Entonces, ¿cómo quieres curarte, teniendo las manos vacías? Respondió
el leproso: Dios vendrá en mi ayuda. Jesús dijo: Bien sé que Dios puede
hacer todo lo que le piden los que lo invocan con fe. Mas, con todo eso,
¿cómo curarte, puesto que eres pobre? El leproso dijo: Mucho me admira
que gastes tantas palabras para abrumarme. Jesús indicó: Conozco un
tanto las cosas de la ley. Y el leproso dijo: Si has leído a menudo los
mandamientos de Dios, sabrás cómo debe tratarse a los pobres y los
indigentes. Jesús completó: Hay que usar con ellos de amor y de
misericordia. Y el leproso refrendé, con llanto en sus mejillas: Has
hablado con verdad y con bondad. Compadécete, pues, de mí, y el que es
dispensador de todos los bienes, te lo devolverá.
6.
Cuando Jesús lo vio bañado en lágrimas, se enterneció, y le dijo: Sí,
me compadezco de ti. Y, en el mismo instante, extendió su mano, y tomó
la del leproso, diciendo: Levántate, yérguete sobre tus pies, y ve en
paz a tu casa. Y, tan pronto pronunció estas palabras Jesús, el leproso
se levantó, e inclinándose, se prosterné ante él, y le dijo: Dios te
trate amorosa y misericordiosamente, como tú me has tratado. Y Jesús
repuso: Ve en paz, y no digas a nadie nada de lo que te hice. Y el leproso
lo consultó, diciendo: Si alguien me pregunta quién me curé, ¿qué he
de contestar? Jesús repuso: Que un niño, hijo de un médico, que pasaba
por el camino, te vio, se compadeció de ti, y te devolvió la salud. Y el
muchacho curado se prosternó de nuevo a los pies de Jesús, y volvió,
gozoso, al lado de su madre.
7.
Y, cuando su madre lo vio, lanzó un grito de júbilo, y le dijo: ¿Quién
te ha curado? Y él dijo: Me ha curado, por una simple palabra, el hijo de
un noble médico, que se encontró conmigo. Al oír estas palabras, la
madre y todos los que estaban allí, se congregaron alrededor del
muchacho, y le preguntaron: ¿ Dónde está ese médico? Y él contestó:
No lo sé, y, además, me ordenó que no descubriese a nadie la caridad
que usó con mi persona. Y los que oían desde lejos el prodigio que había
pasado, se admiraban, y decían: ¿Quién es ese niño, que posee tal don
de ciencia, y que opera milagros tan insignes? Y muchos creyeron en su
nombre. Y deseaban verlo, mas no podían, porque Jesús se había ocultado
a sus ojos.


De
cómo el ángel advirtió a José que Iuese al pueblo de Nazareth
XXV
1. Y un miércoles, día cuarto de la semana, el ángel del Señor apareció
a José, en una visión nocturna, y le dijo: Levántate, toma al niño y a
su madre, y ve al pueblo de Nazareth, donde fijarás tu residencia, y de
donde no te alejarás. Construirás allí una casa, y habitarás en ella
durante largo tiempo, hasta que Dios, en su bondad, te dé otro aviso. Y,
habiendo dicho esto, el ángel lo abandonó. Y, al día siguiente, José
se levantó temprano, tomó al niño y a su madre, y fue al pueblo de
Nazareth, a la casa en que moraban antes, y en la que permanecieron
dieciocho años. Y Jesús tenía doce, cuando llegó a Nazareth, lo que da
la suma de treinta años.
2.
Y el día segundo de la semana, Jesús salió de Nazareth, y fue a
sentarse en un paraje del camino. Y divisó a dos muchachos que avanzaban,
y que disputaban entre sí violentamente. Y vinieron a las manos, y se
pegaron el uno al otro. Mas, cuando vieron a Jesús, cesaron de pelear, y,
aproximándose, se prosternaron ante él. Jesús les ordenó que se
sentasen, y lo hicieron así. Y Jesús les preguntó: Niños, ¿de qué
proviene tamaña cólera? ¿Qué desacuerdo os divide, para que cambiéis
golpes con tal violencia? Uno de los dos, que era el más joven, repuso:
Es que no hay aquí juez que nos juzgue en derecho. Jesús dijo: ¿Cómo
os llamáis? El más joven respondió: Mi nombre es Malaquías, y el de éste
Miqueas. Somos dos hermanos, unidos por sentimientos de familia. Y Jesús
objetó: ¿Por qué, pues, os tratáis tan animosa e injuriosamente?
3.
Malaquías expuso a Jesús: Ruégote, niño, que escuches lo que decirte
quiero. Mi hermano es mayor que yo, que soy su segundón. Y se esfuerza en
tratarme inicuamente, lo que no le permito en modo alguno. Pronuncia, por
tanto, entre nosotros, un juicio equitativo. Jesús replicó: Explícame
en qué consiste el motivo de vuestro disgusto. Miqueas observó: Parece
que eres hijo de juez y descendiente de grandes monarcas. Jesús refrendé:
Tú lo has dicho. Y Miqueas exclamó: ¡Dios te recompense, a ti y a tus
padres, si hoy traes, a mi hermano y a mí, la justicia con la paz!
4.
Mas Jesús dijo: ¿Quién me puso por juez o partidor sobre vosotros? Bien
comprendo que no queréis someteros a mis mandatos. Los dos hermanos
replicaron: No digas eso, ni nos hagas tamaña afrenta. Nos tomas por niños
ignorantes. Tenemos, sin embargo, letras, y conocemos la ley divina. Jesús
indicó: Ante todo, contraed el compromiso de no engañaros mutuamente, y
de hacer lo que yo exija. Y los muchachos clamaron a una: Tomamos por
testigo a la ley divina, y juramos sobre sus mandamientos obedecer tus órdenes,
como órdenes emanadas de la Puerta Real. Y Jesús repuso: Reveladme la
verdad, para que la oiga de vosotros.


5.
Y Malaquías dijo: Somos dos hermanos, que quedamos huérfanos de padre y
madre. Nuestros progenitores nos dejaron una herencia, y personas extrañas
a la familia retienen por usurpación nuestro patrimonio. Y disputamos
entre nosotros, porque mi hermano trata de desposeerme injustamente, y yo
no me presto a ello. Y Jesús preguntó: Cuando murieron vuestros padres,
¿a quién os confiaron en calidad de tutor o encargado, hasta que
alcanzaseis la edad de la razón? Los niños dijeron: Ninguno de los dos
se acuerda de nuestros padres. Jesús los interrogó: ¿Por qué, pues, os
querelláis el uno con el otro? Y Malaquías contestó: Mi hermano procura
perjudicarme, alegando que es el mayor. Mas Jesús repuso: No obréis así.
Si queréis escucharme, haced paces, y repartid amistosamente vuestros
bienes. Y Miqueas dijo a Jesús: Niño, reconozco que procedes con
cordura, al hablarnos de conciliación. Empero cuanto al juicio que
pronuncias, es muy distinto, y óyeme lo que decirte quiero. Cuando
murieron nuestros padres, yo tenía más edad que mi hermano, que la tenía
muy corta aún, y me empleé, con muchos esfuerzos, en reconstituir
nuestro patrimonio, que estaba devastado y en el abandono más completo.
Yo solo realicé ese trabajo penoso, y mi hermano no sabe nada de ello.
6.
Jesús lo hizo observar: Pero es tu hermano, y es un niño. Hasta hoy, lo
has sustentado y nutrido por caridad. No le hagas daño ahora. Id, y
repartid vuestros bienes con equidad. Guardaos mutuo afecto, y la paz de
Dios será con vosotros. Y ellos, obedientes a los deseos de Jesús, se
prosternaron ante él. Y, cayendo el uno en los brazos del otro, se
besaron, y dijeron a Jesús: Hijo de rey, por cuya mediación se ha
restablecido la armonía entre ambos, Dios glorifique tu persona y tu
santo nombre por toda la tierra. Te rogamos que nos bendigas. Y Jesús
repuso: Id en paz. y que el amor de Dios permanezca en vosotros.
7.
Y, luego que Jesús hubo hablado de esta suerte, se prosternaron de nuevo
ante él, y se fueron a su casa. Y Jesús regresó a la suya de Nazareth,
junto a María. Y su madre, al verlo, le preguntó: ¿Dónde has estado el
día entero, sin comprender que ignoro lo que pueda ocurrirte, y que me
alarmo por ti, al pensar que andas solo por sitios apartados? Y Jesús
respondió: ¿Qué me quieres? ¿No sabes que debo, de aquí en adelante,
recorrer la región, y cumplir lo que de mí está escrito? Porque para
esto es para lo que he sido enviado. María opuso: Hijo mío, como no eres
todavía más que un niño, y no un hombre hecho, temo de continuo que te
suceda alguna desgracia. Mas Jesús advirtió: Madre mía, tus
pensamientos no son razonables, porque yo sé todas las cosas que han de
venir sobre mí. Y María replicó: No te aflijas por lo que te dije, pues
muchos fantasmas me obsesionan, e ignoro lo que he de hacer. Y Jesús
preguntó: ¿Qué piensas hacer conmigo? Respondió su madre: Eso es lo
que me causa pena, porque tu padre y yo hemos cuidado de que aprendieses
todas las profesiones en tu primera infancia, y tú no has hecho nada, ni
te has prestado a nada. Y ahora, que eres ya mayorcito, ¿qué quieres
hacer, y cómo quieres vivir sobre la tierra?


8.
Al oír esto, Jesús se conmovió en su espíritu, y dijo a su madre: Me
hablas con extrema inconsideración. ¿No comprendes las señales y los
prodigios que he hecho ante ti, y que has visto con tus propios ojos? Y
continúas todavía incrédula, a pesar del tiempo que llevo viviendo
contigo. Considera todos mis milagros y todas mis obras, y toma paciencia
por algún tiempo, hasta verlas cumplidas, puesto que aún no ha venido mi
hora, y permanece firmemente fiel. Y, habiendo dicho esto, Jesús salió
de la casa con premura.
Sobre
las numerosas curaciones que Jesús realizó en el pueblo, en la aldea y
en diferentes lugares
XXVI
1. Un día, Jesús, que había salido de su casa, recorría, solo, el país
de los galileos. Y, habiendo llegado a una aldea, que se llamaba Buboron o
Buasboroín, encontró allí a un hombre de treinta años, que estaba muy
incomodado por la vehemencia de su mal, y que yacía tendido sobre su
lecho. Cuando Jesús lo vio, se compadeció de él, y le preguntó: ¿De
qué raza eres? El hombre repuso: De raza siria y del país de los sirios.
Jesús añadió: ¿Tienes todavía padre y madre? El hombre dijo: Sí, y
mis padres me han expulsado de su hogar. Errante ando por doquiera, para
buscar mi sustento diario, mas no poseo domicilio en parte alguna. Jesús
inquirió: ¿Y cómo has podido salir de tu país? Respondió el hombre:
Se me trataba, unas veces contra salario, y otras para pagarme. Jesús
continuó: ¿Por qué has venido a este país? El hombre contestó: Para
pedir limosna, y para subvenir a mis necesidades materiales. Y Jesús
sentenció con gravedad: Si soportas con calma tus tormentos, encontrarás
más tarde el reposo. A lo que el hombre replicó: Pueda o no pueda, los
soporto y los acepto con júbilo.
2.
Y Jesús dijo: ¿A qué dios sirves? El hombre repuso: Al dios Pathea. Y
Jesús le preguntó: ¿Encuentras, pues justo que te halles en este
estado? El hombre manifestó: He oído decir a mis padres que ese dios es
el dios de los sirios, y que puede hacer a los hombres todo lo que le
place. Interrogó Jesús: ¿Cuál es tu nombre? El hombre dijo: Hiram. Y
Jesús lo conminó, diciendo: Si quieres curarte, abandona ese error.
Hiram dijo: ¿Y cómo he de dar crédito a tu propuesta? Porque tú eres
todavía un niño, mientras que yo soy ya un varón adulto. Y Jesús le
preguntó: El dios de tu culto ¿tiene el poder de devolverte la salud y
la vida por una simple palabra? Y Jesús añadió: Si crees de todo corazón,
y si confiesas que hay un Dios del cielo y de la tierra, que ha creado el
mundo y el hombre, tal Dios es capaz de curarte. Hiram apuntó: No he oído
hablar de él. Jesús dijo: Sea. Pero cree sencillamente, y tu alma vivirá.
Hiram le preguntó: ¿Y cómo hacer ese acto de fe?
3.
Respondió Jesús: He aquí la fórmula. Creo que es un Dios muy alto, el
Padre creador de toda cosa, y creo en su Hijo único y en el Espíritu
Santo, trinidad y divinidad una y perfecta. Hiram repuso: Creo lo que me
dices. Entonces Jesús le habló, interrogándolo: ¿No te has presentado
a alguien, para que te cure? E Hiram exclamó: ¿Qué médico podría
librarme de tan grave enfermedad? Jesús dijo: Aquel a quien pagues, lo
podrá fácilmente. Hiram opuso: Pobre como soy, nada tengo que dar, y
nadie hace la caridad gratuitamente. Y Jesús objetó: ¿No has dicho tú
mismo antes que has venido de un país lejano, que has recorrido numerosas
comarcas, y que has recibido limosnas? ¿Por qué dices ahora falsamente
que no tienes con qué pagar? Hiram repuso: ¡Perdona, niño! Lo que te he
dicho es que nada tengo que dar, excepto el alimento que recibo al día, y
el vestido que me cubre.


4.
Y Jesús, viéndolo llorar, exclamó: ¡Oh hombre, dirígeme tu demanda!
¿Qué puedo hacer por ti? Y respondio Hiram: Haz por mí todo lo que te
plazca, y gratifícarne con algún socorro. Y Jesús, extendiendo la mano,
tomó la suya, y le ordenó: Levántate, yérguete sobre tus pies, y ve en
paz. Y, en el mismo momento, el hombre quedó curado de sus males. Y cayó
llorando de hinojos ante Jesús, y le hizo la siguiente petición: Señor,
si quieres, te seguiré en calidad de discípulo. Mas Jesús le dijo:
Vuelve en paz a tu casa, y cuenta todo lo que he hecho por ti en este
encuentro. Y el hombre se prosternó de nuevo ante Jesús, y marchó a su
país.
De
cómo se cumplieron las tradiciones escritas por los profetas y sobre las
cosas sorprendentes que hizo Jesús
XXVII
1. Y de nuevo fue Jesús llevado del Espíritu a la villa de Nazareth. Y
circulaba siempre por los Sitios retirados. Y los que lo veían se
sorprendían y murmuraban entre sí: Verdaderamente, el niño Jesús, el
hijo del viejo, tiene el aire despierto e inteligente. Algunos
refrendaban: Cierto es lo que decís. Mas Jesús no se manifestaba a
ellos, a causa de su incredulidad.
2.
Y sucedió que, aproximándose la gran fiesta, Jesús quiso ir a Jerusalén.
Y, en el curso del viaje, se encontró con un viejo canoso que se sostenía
sobre dos cayadas, las cuales desplazaba alternativamente, dejándose caer
de la una a la otra. Y estaba enfermo de los ojos y de los oídos. Al
verlo, Jesús se sorprendió, y le dijo: Bien hallado seas, viejo cargado
de años. Y el anciano contestó: Bien hallado seas, niño, hijo único
del gran rey, y primogénito del Padre. Y Jesús indicó: Siéntate aquí,
reposa un poco, y luego proseguiremos nuestra ruta. El viejo asintió,
diciendo: Hijo mío, cumpliré tu orden. Y, cuando se hubieron sentado,
Jesús se puso a interrogarlo en estos términos: ¿Cuál es tu nombre,
anciano? ¿De qué raza eres? ¿De qué país has venido a éste?
3.
Y el viejo contestó: Mi nombre es Baltasar, soy de raza hebraica, y vengo
del país de la India. Jesús le preguntó: ¿Qué buscas aquí? Y el
viejo expuso: Mi padre era un príncipe noble e iniciado en el arte de la
medicina, cuya práctica me enseñó. Pero ahora estoy impotente, y mi
intención es ir a Jerusalén, para mendigar, y ganar así mi vida. Jesús
le hizo observar: Siendo hijo de médico, ¿cómo no puedes curarte a ti
mismo? El viejo repuso: Mientras fui joven, fuerte y robusto, practiqué
la medicina. Pero cuando la falta de salud me puso a prueba, perdí todo
vigor, y hoy no soy ya capaz de nada. Jesús dijo: ¿Fue durante tu
infancia o en tu ancianidad cuando la dolencia se apoderé de ti? Y el
viejo repuso: Treinta años tenía, cuando este mal me atacó, y todo mi
cuerpo fue presa de un temblor general.
4.
Al oír esto, Jesús se sorprendió, y le dijo: ¿Qué especie de
tratamiento te aplicas? El viejo contestó: A tal enfermedad, tal remedio.
Mas Jesús le preguntó: ¿Sabes resucitar a los muertos, hacer andar a
los cojos, purificar a los leprosos, expulsar a los demonios, curar todas
las enfermedades, no con remedios, sino por una simple palabra? Al oír
esto, el viejo se sorprendió, y dijo, riendo: Me admiras mucho, porque
todo eso es una operación prodigiosa e imposible para el hombre. Jesús
replicó: ¿Y por qué te admiras? Y el viejo dijo: Porque, siendo todavía
un niño, ¿cómo puedes saber todo eso? Jesús contestó: Nadie me lo
enseñó, sino que lo sé por mí mismo. Y el viejo concedió: Si es como
lo afirmas, de Dios y no de los hombres has recibido ese don. Jesús
respondió: Tú lo has dicho. Entonces el viejo murmuré: Paréceme que
entiendes el arte de la medicina. Y Jesús declaró, diciendo: Mi Padre
posee el poder de hacer todo eso.


5.
Y el viejo le dijo: No ha habido nunca discípulo sin instrucción de su
maestro, ni hijo sin enseñanza de su padre. Te ruego que uses de caridad
conmigo, y el Señor te concederá una vida que largos años dure. Jesús
dijo: Bien hablas, mas yo no puedo hacer esto gratuitamente. Dame, pues,
una retribución proporcionada a mi trabajo. El viejo indicó: ¿Y qué
retribución es la que pides? Jesús dijo: Poca cosa: oro, plata, todo lo
que por escrito acordemos bajo contrato. A estas palabras, el viejo rompió
a reír. Luego, reflexionando, pensó: ¿Qué hacer? Porque este muchacho
se burla pérfidamente de mí. Y, en voz alta, se quejó, diciendo: Niño,
¿por qué te mofas de un viejo como yo? Se da limosna a los pobres, sobre
todo a los ancianos, y no se los pone en irrisión. Y Jesús lo hizo
observar: Empezaste elogiándome grandemente, y ahora me censuras. El
viejo contestó: Es que me has irritado gravemente. Y dijo Jesús: No te
encolerices porque, no siendo más que un muchacho, haya querido entablar
conversación contigo. Entonces el viejo respondió a Jesús, y dijo: ¿Por
qué no me pides una cosa razonable, a fin de sacar provecho de mí? Pues
¿de dónde vendría esa fortuna que me reclamas?
6.
Y Jesús replicó: ¿No me has asegurado antes que eras de gran familia,
hijo de príncipe y descendiente de una casa real? El viejo otorgó: Y
nada falso te aseguré, puesto que poseía una enorme fortuna. Pero,
cuando me hirió la enfermedad, todo lo perdí. Y Jesús le preguntó: ¿Qué
preferirías: recuperar tus opulentos tesoros, o hallarte en cabal salud?
El viejo respondió: Valdríame más ser hijo de un mendigo, pero no estar
enfermo. Y Jesús dijo: Si tal es tu deseo, abóname el precio de mi
labor. Dijo el viejo: No me atormentes con tan largos discursos. ¿Por qué
te obstinas en hostigarme con esas trampas y con esos engaños? Jesús
repuso: ¿En qué hablé demasiado? ¿Y qué consejo he recibido de ti? El
viejo exclamó: Por amor de Dios, no me exasperes, porque estoy gravemente
enfermo. No me enojes. Ten un poco de paciencia. Nada más he de contarte.
Pero, por poseer facultades bastantes para socorrerte, me compadezco de
ti. El viejo exigió: Enuncia tus prescripciones. Y, respondiendo, Jesús
le dijo: Dame una pequeña recompensa por mi trabajo, y te curaré. Y el
viejo replicó: Dios te dará abundante recompensa por tu trabajo. Cuanto
a mí, tanto me importa morir como seguir con vida. Y Jesús le indicó:
Tu curación no es tan difícil como crees. El viejo dijo: Nada poseo más
que un pedazo de pan y dos óbolos. Jesús comenté, festivo: ¡He aquí
el descendiente de gentes ricas en extremo! Entonces el viejo montó en cólera,
y exclamó, llorando: Verdaderamente, ¿he de sufrir todavía a este niño,
que ya me ha incomodado en grado sumo? Y Jesús dijo: ¡Viejo, no te
enojes! Ten un poco de paciencia, para que tu alma viva.
7.
El viejo rezongó: Demasiada paciencia usé contigo, sin encontrar en ti
asomos de piedad. Y, como el viejo hubiese dicho esto, siempre entre lágrimas,
Jesús le preguntó: ¿Adónde vas? Respondió el viejo: A la ciudad de
Jerusalén, para mendigar mi pan. Y, si vienes en pos mío, te daré la
mitad de los recursos con que Dios sea servido de gratificarme. Jesús
interrogó: ¿A qué Dios sirves? Y el viejo contestó: Al Dios de mis
padres. Advirtió Jesús: Ahí está justamente la causa de tu aflicción.
Si quieres ser perfecto, abandona la religión de tus padres, a fin de ser
salvo en alma y en cuerpo. El viejo dijo: ¿Y cómo podría dar fe a tus
palabras? Replicó Jesús: Varias veces me has puesto a prueba, y nada has
conseguido. Y, al oír esto, el viejo reflexionó, diciéndose: Mucho temo
que este niño no esté jugando insidiosamente conmigo. Mas Jesús le
ordenó: Viejo, responde a la cuestión que te he planteado.


8.
Y el viejo dijo: Estoy en duda, y no sé qué hacer, ni qué responder a
esa cuestión. Me parece que Dios te ha enviado a mí, y que eres el Señor,
el que sondea el pensamiento de los hombres. Dame, pues, a conocer lo que
me es necesario. Jesús exclamó, solemne: ¿Crees que existe un Dios
creador de todas las cosas y su Hijo único y el Espíritu Santo, trinidad
y única divinidad? El viejo repuso: Sí, lo creo. Y Jesús extendió la
mano sobre el viejo, y dijo: Libre quedas de tu azote, y curado de tu mal.
Y, en el mismo instante, la curación fue un hecho. Y el viejo, cayendo a
los pies de Jesús, le confesó sus pecados. Y Jesús le dijo: Perdonados
te son. Ve en paz, y el Señor sea contigo. El viejo exclamó: Te ruego
que me digas cómo te llamas! Y Jesús repuso: ¿Para qué necesitas saber
mi nombre? Ve en paz.
9.
Y el viejo, inclinándose, se prosternó de nuevo ante Jesús, y se marchó
apaciblemente en dirección a Jerusalén. Y, cuando los habitantes de esta
ciudad vieron al viejo inmune, le preguntaron: ¿Quién te curó? Y el
viejo dijo: Me curó, por una simple palabra, un hijo de médico, que
encontré en mi camino. Ellos dijeron: ¿Quién es ese médico? El viejo
confesó: No lo sé. Y ellos fueron en su busca, y no lo encontraron,
porque Jesús había huido de aquel lugar, y vuelto a Nazareth. Y el viejo
publicó por doquiera el milagro que en él se había cumplido.
Sobre
el juicio que Jesús pronunció entre dos soldados
XXVIII
1. Y sucedió, a los quince días, que Jesús pensó en mostrarse un poco
a los hombres. Y, como fuese por un camino, encontró a dos soldados que,
durante su marcha, disputaban con gran violencia, y que querían tomar uno
de otro sanguinolenta venganza. Y, cuando Jesús los divisé desde lejos,
se dirigió hacia ellos y les preguntó: ¿Por qué, soldados, estáis tan
llenos de furia, y en plan de mataros el uno al otro? Pero ellos tenían
el corazón tan henchido de cólera y de rabia, que no le respondieron. Y,
como llegasen a cierto paraje, ante un pozo, se sentaron cerca del agua, y
se amenazaban entre sí, con injurias. Y Jesús, que se había sentado
también junto a ambos, prestaba oído a la verbal contienda. Y uno de los
dos, el que era más joven, reflexioné, y se dijo: Él es mayor, yo
menor, y conviene que me someta. ¡Desventurado de mí! Pero ¿por qué
ponerle furioso, contrariándole? Me rendiré mal de mi grado, al suyo.
2.
Y, como después el soldado mirase a su alrededor, vio a Jesús sentado
tranquilamente, y le preguntó: ¿De dónde vienes, niño? ¿Adónde vas?
¿Cuál es tu nombre? Y Jesús respondió: Si te lo digo, no me comprenderías.
El soldado interrogó: ¿Viven tu padre y tu madre? Y Jesús respondió:
Mi Padre vive, y es inmortal. El soldado replicó: ¿Cómo inmortal? Jesús
repuso: Es inmortal desde el principio. Vive, y la muerte no tiene imperio
sobre él. El soldado insistió: ¿Quién es el que vive siempre, y sobre
quien la muerte no tiene imperio, puesto que afirmas que a tu padre le está
asegurada la inmortalidad? Dijo Jesús: No podrías conocerlo, ni aun
alcanzar de él la menor idea. Entonces el soldado le preguntó, diciendo:
¿Quién puede verlo? Y, respondiendo él, dijo: Nadie. E interrogó el
soldado: ¿Dónde está tu padre? Y él contestó: En el cielo, por encima
de tierra. El soldado inquirió: Y tú ¿cómo puedes ir a su lado? Jesús
repuso: Yo he estado siempre con él, y hoy todavía con él estoy. El
soldado indicó, confuso: No comprendo lo que dices. Y Jesús aprobó:
Ello es, en efecto, incomprensible e inexpresable. El soldado añadió: ¿Quién,
pues, puede comprenderlo? Jesús dijo: Si me lo pides, te lo explicaré. Y
el soldado encareció: Te ruego que así lo hagas.


3.
Y Jesús expuso: Estoy sin padre en la tierra, y sin madre en el cielo. El
soldado objetó: ¿Cómo has nacido, y cómo te has alimentado? Jesús
dijo: Mi primera generación procede del Padre antes de los siglos, y mi
segunda generación tuvo lugar sobre este suelo. Mas el soldado prosiguió
objetando: ¿Cómo? ¿Se vio nunca que quien nació de su padre, renazca
de su madre? Jesús advirtió: No lo entiendes como es debido. Y el
soldado replicó: ¿Cuántos padres y cuántas madres tienes?
Contrarreplicó Jesús: ¿No te lo dije ya? Yo tengo un Padre único, y,
con él, allá arriba, nací sin madre. Yo tengo una madre única, y, con
ella, aquí abajo, nací sin padre. El soldado opuso: Primero dices que
has nacido de tu padre, sin haber tenido madre, y después dices que has
nacido de tu madre, sin haber tenido padre. Jesús concedió: Así es. El
soldado exclamó: ¡Prodigiosa manera de nacer y de existir! ¿De quién
eres hijo, pues? Jesús afirmó: Soy hijo único del Padre, vástago
carnal surgido de mi madre, y heredero de todas las cosas. Y el soldado
argumentó todavía: Tu padre, ¿no ha conocido a tu madre? ¿Cómo
entonces tu madre te ha concebido en su vientre, y te ha traído al mundo?
Dijo Jesús: Por efecto de una simple palabra de mi Padre, sin sospecha de
una aproximación a él por parte suya, y sin la idea siquiera de esta
aproximación. Rearguyó el soldado: ¿Cómo puedes conciliar las
voluntades de tu padre y de tu madre, y complacer los deseos del uno y de
la otra? Respondió Jesús: Estoy con mi Padre en el cielo, y permanezco
con él por toda la eternidad, y habito con mi madre en la tierra.
4.
El soldado exclamó: ¡Sorprendente es lo que dices! Y Jesús repuso: ¿Y
por qué me planteas la cuestión sobre la que me interrogas, y que no
puedes comprender? Mas el soldado dijo: Si te he interrogado, ha sido con
objeto de inducirte a que te pongas a nuestro servicio. Además, he
reconocido que eres vástago de una ilustre familia real. Dios te
glorifique en todo lugar y en todo tiempo, y te haga obtener la herencia
de tu padre.
5.
Y Jesús le contestó, diciendo: Bendito seas de Dios. Pero informadme
sobre el motivo de vuestra querella. Y el soldado dijo: Yo te explicaré
todo el asunto, y tú pronunciarés entre nosotros una justa sentencia.
Jesús dijo: Sí. Contadme el caso. Y el soldado expuso: Somos del país
de los magos y de una casa real. Hemos seguido a los reyes que llegaron a
Bethlehem con numerosas tropas y con ricos presentes en honor del recién
nacido rey de los israelitas. Cuando los reyes volvieron a Persia,
nosotros fuimos a la ciudad de Jerusalén, y, por amor de Dios, nos
convertimos en compañeros y como en hermanos el uno del otro. E hicimos
un pacto de alianza, comprometiéndonos por juramento a no separarnos
hasta morir, y repartirnos, en amistad perfecta y con equidad mutua, todos
los provechos que Dios nos enviase.
6.
Y, como nos alistásemos en la guardia del palacio de un gran jefe del
reino, mi poderoso príncipe me envió con un mensaje a un país lejano,
donde permanecí largo tiempo. Se me recibió allí con benevolencia y con
honra, como la etiqueta de las cortes reales prescribe hacer, concediendo
a los portadores de mensajes las deferencias que les son debidas. Por la
gracia de Dios, volví satisfecho y, de todo lo que gané, nada oculté a
mi amigo y estoy pronto a repartirlo con él. Mi camarada partió también
con una tropa de caballeros y regresó a su casa, después de haber
obtenido un rico botín. Yo le pido que reparta conmigo el haber que ha
traído de su expedición y él se niega a ello y, en cambio, me reclama
ásperamente la deuda que de mí le corresponde. Y, ahora, ¿qué me
ordenas que haga?


7.
Y Jesús dijo: Si queréis escucharme, y obrar con rectitud, no os engañáis
mutuamente, y no olvidáis vuestros compromisos, antes bien, haced lo que
habéis prometido cumplir con toda solemnidad. Repartid vuestras ganancias
equitativamente, conforme al uso de la regla humana y a lo que habéis
jurado sobre la ley divina. No mintáis en presencia de Dios y no os
frustréis el uno al otro injustamente, si queréis vivir en amistad recíproca.
8.
Empero el otro compañero, el que tenía más edad, manifestó: Niño, el
juzgar en verdadero derecho, no te concierne en modo alguno. Yo estuve en
el campo de muerte, corrí mil peligros y a duras penas pude tornar a mi
hogar. Él, rodeado de un aparato principesco, visitó los palacios de los
reyes y volvió con presentes numerosos. Es, pues, justo que me dé una
parte de lo suyo y que yo no le dé nada de lo mío.
9.
Mas Jesús replicó: No sabes lo que dices, soldado. Si, a la ida o a la
vuelta, hubiera él sufrido de los enemigos todo género de vejaciones, ¿qué
parte le hubieras dado tú? Y añadió: Si quieres repartir lo tuyo con él
en plan de amistad, descubre claramente tu pensamiento. Y, pronunciadas
estas palabras, Jesús se calló.
10.
Entonces, el soldado de menos edad se incorporó, se puso de hinojos ante
su colega, y le dijo: Perdona, hermano, que te haya contrariado
gravemente, y haz ahora lo que gustes. Yo repartiré, pero no viviré más
contigo en relación de comunidad. Tú has adquirido importancia, y te has
convertido en el asesor de los reyes. Yo soy pobre, me veo sin recursos, y
tomará lo que buenamente quieras darme. Entonces Jesús, mirándolo, lo
amó, y se llenó de piedad, al ver su mansedumbre. Porque el mayor era
violento, por ser hijo de pobre, y el menor era humilde, por ser vástago
de casa grande.

11.
Y Jesús dijo al último: Según lo que me referiste al principio,
fuisteis a Bethlehem, en la comitiva de los magos. ¿Visteis con vuestros
propios ojos a aquel rey recién nacido, que había venido al mundo? El
soldado más joven repuso: Sí, lo vi, y lo adoré. Jesús preguntó: ¿Y
qué pensaste de él? ¿Qué fe tienes en él? El soldado respondió: Es
el Verbo encarnado, enviado por Dios. Y, conducidos por una estrella,
fuimos a visitarlo, y lo encontramos nacido de lá Virgen y acostado en la
caverna. Jesús apuntó: He oído decir que vive todavía. El soldado
confesó: No lo sé. Pero he oído decir que lo mataron por orden de
Herodes, después de haber sido éste engañado por los magos. Algunos
afirman que, por causa suya, Herodes hizo perecer a los niños de
Bethlehem. Otros pretenden que su padre y su madre huyeron con él a
Egipto. Jesús comentó: Estás en lo cierto, pero repito que he oído
decir que vive todavía. Ahora que no falta quien asegure que no era lo
que se creía, sino un impostor y un seductor. El soldado rectificó: No
propagues sobre él difamaciones que no podrías probar, porque todos los
que lo han visto,
aseguran que es el rey de Israel. Mas Jesús opuso: ¿Por qué entonces el
pueblo de Israel no ha creído en él?
12.
Y los soldados dijeron: Lo ignoramos. Y Jesús interrogó: ¿Cómo os llamáis?
Y un soldado contesté: Mi nombre es Khortar. Y el otro: Mi nombre es
Gotar. Jesús añadió: ¿A qué dios servís? Los soldados repusieron:
Cuando vinimos a este país, estábamos seducidos por los falsos dioses
del nuestro, y practicábamos el culto del sol. Y Jesús expuso: Volviendo
a vuestro pleito, ¿cómo pensáis resolverlo? Y los soldados replicaron:
Haz lo que te sugiera tu buen juicio, pues nos has aparecido hoy como un
juez entre ambos. En efecto: desde que nos has visto, cesó nuestra
indignación precedente, y la gracia de Dios descendió sobre nosotros. Y,
mientras con nosotros has departido, nuestros corazones se han llenado de
un vivo júbilo.
13.
Y Jesús hizo entre los dos un reparto equitativo, y los soldados se
conformaron con su decisión. Y él los bendijo, y ellos prosiguieron su
camino en paz.
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