Tercer
Mandato
[28]
De nuevo dijo: «Ama la verdad, y que no salga de tu boca otra
cosa que la verdad, que el espíritu que Dios hizo residir en esta tu
carne pueda ser hallado veraz a la vista de todos los hombres; y así el
Señor, que reside en ti, será glorificado; porque el Señor es fiel en
toda palabra, y en Él no hay falsedad. Por tanto, los que dicen mentiras
niegan al Señor, y pasan a ser ladrones del Señor, porque no le entregan
a Él el depósito que han recibido. Porque ellos recibieron de Él un espíritu
libre de mentiras. Si devuelven un espíritu mentiroso, han faltado al
mandamiento del Señor y han pasado a ser ladrones.» Cuando oí estas
cosas, lloré amargamente. Pero, viéndome llorar, dijo: «¿Por qué
lloras?» «Señor», le contesté, «porque no sé si puedo ser salvo.»
«¿Por qué?», me dijo. «Señor», contesté, «porque nunca en mi vida
he dicho una palabra de verdad, sino que siempre he vivido engañosamente
con todos los hombres y he cubierto mi falsedad como verdad delante de
todos los hombres; y nadie me ha contradicho nunca, sino que se ha puesto
confianza en mi palabra. Señor, ¿cómo, pues, puedo vivir siendo así
que he hecho estas cosas?» Él me contestó: «Tu suposición es cierta y
verdadera, porque te corresponde como siervo de Dios andar en la verdad, y
el Espíritu de verdad no puede tener complicidad con el mal, ni afligir
al Espíritu que es santo y verdadero.» Y le dije: «Nunca, Señor, oí
claramente palabras semejantes.» Y me contestó: «Ahora, pues, las oyes.
Guárdalas, para que las falsedades anteriores que dijiste en tus asuntos
y negocios puedan por sí mismas pasar a ser creíbles, ahora que éstas
son halladas verdaderas; porque también pueden pasar aquéllas a ser
dignas de confianza. Si guardas estas cosas y, en adelante, no dices otra
cosa que la verdad, podrás alcanzar la vida para ti mismo. Y todo el que
oiga este mandamiento y se abstenga de falsedad —este hábito tan
pernicioso— vivirá para Dios.»
Cuarto
Mandato
[29]
I. «Te encargo», me dijo, «que
guardes la pureza, y no permitas que entre en tu corazón ningún
pensamiento con referencia a la mujer de otro, o referente a fornicación,
u otros actos malos semejantes; porque al hacerlo cometes un gran pecado.
Pero recuerda siempre a tu propia esposa, y no irás descaminado nunca.
Porque si este deseo entra en tu corazón, irás descaminado, y si entra
otro alguno tan malo como éste, cometes pecado. Porque este deseo en un
siervo de Dios es un gran pecado; y si un hombre hace esta maldad, obra
muerte para sí mismo. Mira bien, pues. Abstente de este deseo; porque allí
donde reside la santidad, la licencia no debe entrar en el corazón de un
hombre justo.» Y le dije: «Señor, ¿me permites hacer algunas preguntas
más?» «Pregunta», me contestó. Y yo le dije: «Señor, si un hombre
que tiene una esposa que confía en el Señor la descubre en adulterio, ¿comete
pecado el marido que vive con ella?» «En tanto que esté en la
ignorancia», me dijo, «no peca; pero si el marido sabe que ella peca, y
la esposa no se arrepiente, sino que continúa en la fornicación, y el
marido vive con ella, él se hace responsable del pecado de ella y es un cómplice
en su adulterio.» Y le dije: «¿Qué es, pues, lo que ha de hacer el
marido si la esposa sigue en este caso?» «Que se divorcie de ella»,
dijo él, «y que el marido viva solo; pero si después de divorciarse de
su esposa se casa con otra, él también comete adulterio». «Así pues,
Señor», le dije, «si después qve la esposa es divorciada se arrepiente
y desea regresar a su propio marido, ¿no ha de ser recibida?» «Sin duda
ha de serlo», me dijo; «si el marido no la recibe, peca y acarrea gran
pecado sobre sí; es más, el que ha pecado y se arrepiente debe ser
recibido, pero no varias veces, porque sólo hay un arrepentimiento para
los siervos de Dios. Por amor a su arrepentimiento, pues, el marido no
debe casarse con otra. Esta es la manera de obrar que se manda al esposo y
a la esposa. No sólo», dijo él, «es adulterio si un hombre contamina
su carne, sino que todo el que hace cosas como los paganos comete
adulterio. Por consiguiente, si hechos así los sigue haciendo un hombre y
no se arrepiente, mantente aparte de él y no vivas con él. De otro modo,
tú también eres partícipe de su pecado. Por esta causa, se os manda que
permanezcáis solos, sea el marido o la esposa; porque en estos casos es
posible el arrepentimiento. Yo», me dijo, «no doy oportunidad para que
la cosa se quede así, sino con miras a que el pecador no peque más.
Pero, con respecto al pecado anterior, hay Uno que puede dar curación: El
es el que tiene autoridad sobre todas las cosas.»
[30]
II. Y le pregunté de nuevo, y dije: «Siendo
así que el Señor me tuvo por digno de que permanecieras siempre conmigo,
permíteme todavía decir unas pocas palabras, puesto que no entiendo
nada, y mi corazón se ha vuelto más denso por mis actos anteriores.
Hazme entender, porque soy muy necio, y no capto absolutamente nada.» El
me contestó, diciéndome: «Yo presido sobre el arrepentimiento y doy
comprensión a todos los que se arrepienten. Es más, ¿no crees», me
dijo, «que este mismo acto es comprensión? El arrepentirse es una gran
comprensión», dijo él. «Porque el hombre que ha pecado comprende que
ha hecho lo malo delante del Señor, y el hecho que ha cometido entra en
su corazón y se arrepiente y ya no obra mal, sino que hace bien en
abundancia, y humilla su propia alma, y la atormenta porque ha pecado.
Ves, pues, que el arrepentimiento es una gran comprensión.» «Es por
esto, pues, Señor», le dije, «que lo pregunto todo minuciosamente de
ti; primero, porque soy un pecador; segundo, porque no sé qué obras he
de hacer para poder vivir, porque mis pecados son muchos y varios.» «Tú
vivirás», me dijo, «si guardas mis mandamientos y andas en ellos; y
todo el que oye estos mandamientos y los guarda, vivirá ante Dios.»
[31]
III. Y le dije: «Todavía voy a
hacer otra pregunta, Señor.» «Di», me contestó. «He oído, Señor»,
le dije, «de ciertos maestros, que no hay otro arrepentimiento aparte del
que tuvo lugar cuando descendimos ab agua y obtuvimos remisión de
nuestros pecados anteriores.» El me contestó: «Has oído bien; porque
es así. Porque el que ha recibido remisión de pecados ya no debe pecar más,
sino vivir en pureza. Pero como tú inquieres sobre todas las cosas con
exactitud, te declararé esto también, para que no tengan excusa los que
crean, a partir de ahora, en el Señor, o los que ya hayan creído. Pues
los que ya han creído, o van a creer en adelante, no tienen
arrepentimiento para los pecados, sino que tienen sólo remisión de sus
pecados anteriores. A los que Dios llamó, pues, antes de estos días, el
Señor les designó arrepentimiento. Porque el Señor, discerniendo los
corazones y sabiendo de antemano todas las cosas, conoció la debilidad de
los hombres y las múltiples añagazas del diablo, en qué forma él
procurará engañar a los siervos de Dios, y se portará con ellos
perversamente. El Señor, pues, siendo compasivo, tuvo piedad de la obra
de sus manos y designó esta (oportunidad para) arrepentirse, y a mí me
dio la autoridad sobre este arrepentimiento. Pero te digo», me añadió,
«si después de este llamamiento grande y santo, alguno, siendo tentado
por el diablo, comete pecado, sólo tiene una (oportunidad de)
arrepentirse. Pero si peca nuevamente y se arrepiente, el arrepentimiento
no le aprovechará para nada; porque vivirá con dificultad.» Yo le dije:
«He sido vivificado cuando he oído estas cosas de modo tan preciso.
Porque sé que, si no añado a mis pecados, seré salvo.» «Serás salvo»,
me dijo, «tú y todos cuantos hagan todas estas cosas.»
[32]
IV. Y le pregunté de nuevo, diciendo:
«Señor, como has tenido paciencia conmigo hasta aquí, declárame esta
otra cuestión también.» «Di», me contestó. «Si una esposa», le
dije, «o supongamos un marido, muere, y el otro se casa, ¿comete pecado
el que se casa?» «No peca», me dijo; «pero si se queda sin casar, se
reviste de un honor mucho mayor y de gran gloria delante del Señor; con
todo, si se casa, no peca. Preserva, pues, la pureza y la santidad, y
vivirás ante Dios. Todas estas cosas, pues, que te digo ahora y te diré
después, guárdalas desde ahora en adelante, desde el día en que me
fuiste encomendado, y yo viviré en tu casa. Pero, para tus transgresiones
anteriores habrá remisión si guardas mis mandamientos. Sí, y todos
tendrán remisión si guardan estos mandamientos y andan en esta pureza.»
Quinto
Mandato
[33]
I. «Sé paciente y entendido»,
dijo, «y tendrás dominio sobre todo lo malo, y obrarás toda justicia.
Porque si eres sufrido, el Espíritu Santo que habita en ti será puro, no
siendo oscurecido por ningún espíritu malo, sino que residiendo en un
gran aposento se regocijará y alegrará con el vaso en que reside, y
servirá a Dios con mucha alegría, teniendo prosperidad. Pero si
sobreviene irascibilidad, al punto el Espíritu Saiito, siendo delicado,
es puesto en estrechez, no teniendo [el] lugar despejado, y procura
retirarse del lugar porque es ahogado por el mal espíritu, y no tiene
espacio para ministrar para el Señor como desea, ya que es contaminado
por el temperamento irascible. Porque el Señor mora en la longanimidad,
pero el diablo en la irascibilidad. Así pues, que los dos espíritus
habiten juntos es inconveniente, y malo para el hombre en el cual residen.
Porque si tomas un poco de ajenjo y lo viertes en un tarro de miel, ¿no
se echa a perder toda la miel, y esto por una cantidad muy pequeña de
ajenjo? Porque destruye la dulzura de la miel, y ya no tiene el mismo
atractivo para el que lo posee, porque se ha vuelto amarga y ya es
inservible. Pero si no se pone el ajenjo en la miel, la miel es dulce y es
útil para su dueño. Ves [pues] que la longanimidad es muy dulce, más aún
que la dulzura de la miel, y es útil al Señor, y El reside en ella. Pero
la irascibilidad es amarga e inútil. Si el temperamento irascible se
mezcla, pues, con la paciencia, la paciencia es contaminada y la intercesión
del hombre ya no es útil a Dios.» «Quisiera conocer, Señor», le dije,
«la obra del temperamento irascible, para que pueda guardarme de él.»
«Sí, verdaderamente», me contestó; «si tú no te guardas de él —tú
y tu familia— has perdido toda esperanza. Pero guárdate de él; porque
yo estoy contigo. Sí, y todos los hombres deben mantenerse alejados de él,
todos los que de todo corazón se han arrepentido. Porque yo estoy con
ellos y los preservaré; porque todos fueron justificados por el ángel
santísimo.
[34]
II. »Oye ahora», me dijo, «cuán
mala es la obra de la irascibilidad, y en qué forma subvierte a los
siervos de Dios por sí misma, y cómo les lleva a extraviarse de la
justicia. Pero no descarría a aquellos que están plenamente en la fe, ni
puede obrar sobre ellos, porque el poder del Señor está con ellos; pero
a los que están vacíos y son de ánimo indeciso les hace descarriar.
Porque cuando ve a estos hombres en prosperidad se insinúa en el corazón
del hombre, y sin ningún otro motivo, el hombre o la mujer es agraviada a
causa de las cosas seculares, sea sobre comidas o alguna cosa trivial, o
algún amigo, o sobre dar o recibir, o sobre cuestiones de este estilo.
Porque todas estas cosas son necias y vanas y sin sentido e inconvenientes
para los siervos de Dios. Pero la paciencia es grande y fuerte, y tiene un
poder vigoroso y grande, y es próspera en gran crecimiento, alegre,
gozosa y libre de cuidado, glorificando al Señor en toda sazón, no
teniendo amargura en sí, permaneciendo siempre tranquila y dulce. Esta
paciencia, pues, reside en aquellos cuya fe es perfecta. Pero el
temperamento irascible es en primer lugar necio, voluble e insensato;
luego, de la necedad se engendra rencor; del rencor, enojo; del enojo,
ira; de la ira, despecho; entonces el despecho es un compuesto de todos
estos elementos viles y pasa a ser un pecado grande e incurable. Porque
cuando todos estos espíritus residen en un vaso en que reside también el
Espíritu Santo, este vaso no puede contenerlos, sino que rebosa. El espíritu
delicado, pues, no estando acostumbrado a residir con un espíritu malo,
ni con aspereza, se aparta del hombre de esta clase, y procura residir en
tranquilidad y calma. Entonces, cuando se ha apartado de aquel hombre en
el cual reside, este hombre se queda vacío del espíritu justo, y a
partir de entonces, siendo lleno de malos espíritus, es inestable en
todas sus acciones, siendo arrastrado de acá para allá por los espíritus
malos, y se ve del todo cegado y privado de sus buenas intenciones. Esto,
pues, ha sucedido a todas las personas de temperamento irascible.
Abstente, así, del temperamento irascible, el peor de los espíritus
malos. Pero revístete de paciencia, y resiste la irascibilidad y la
aspereza, y te hallarás en compañía de la santidad que es amada por el
Señor. Procura, por tanto, no descuidar nunca este mandamiento; porque si
dominas este mandamiento, podrás asimismo guardar los restantes
mandamientos que estoy a punto de darte. Mantente firme en ellos dotado de
poder; y que todos estén dotados de poder, todos cuantos deseen andar en
ellos.»
Sexto
Mandato
[35]
I. «Te encargué», me
dijo, «en mi primer mandamiento que guardes la fe y el temor y la
templanza.» «Sí, señor», le dije. «Pero ahora», insistió, «quiero
mostrarte sus poderes también, para que puedas comprender cuál es el
poder y efecto de cada una de ellas. Porque sus efectos son dobles y hacen
referencia tanto a lo justo como a lo injusto. Por consiguiente, tú confía
en la justicia, pero no confíes en la injusticia; porque el camino de la
justicia es estrecho, pero el camino de la injusticia es torcido. Pero
anda en el camino estrecho [y llano] y deja el torcido. Porque el camino
torcido no tiene veredas claras, sino lugares sin camino marcado, tiene
piedras en que tropezar, y es áspero y lleno de espinos. Así pues, es
perjudicial para los que andan en él. Pero los que andan en el camino
recto, andan en terreno llano y sin tropezar: porque no es ni áspero ni
tiene espinos. Ves, pues, que es más conveniente andar en este camino.»
«Estoy contento, señor», le dije, «de andar en este camino.» «Tú
andarás, sí», dijo, «y todo el que se vuelva al Señor de todo corazón
andará en él.»
[36]
II. «Oye ahora», me dijo, «con
respecto a la fe. Hay dos ángeles en cada hombre: uno de justicia y otro
de maldad.» «Señor», le dije, «¿cómo voy, pues, a conocer sus
actividades si los ángeles moran en mí?» «Escucha», me contestó, «y
entiende sus obras. El ángel de justicia es delicado y tímido, manso y
sosegado. Por lo tanto, cuando éste entra en tu corazón, inmediatamente
habla contigo de justicia, de pureza, santidad, contento, de todo acto
justo y toda virtud gloriosa. Cuando todas estas cosas entran en tu corazón,
sabe que el ángel de justicia está contigo. [Estas, pues, son las obras
del ángel de justicia.] Confía en él, pues, y en sus obras. Ahora, ve
las obras del ángel de maldad también. Ante todo, es iracundo y
rencoroso e insensato, y sus obras son malas y nocivas para los siervos de
Dios. Siempre que éste entra en tu corazón, conócele por las palabras.»
«No sé cómo voy a discernirle, Señor», le contesté. «Escucha»,
dijo él. «Cuando te viene un acceso de irascibilidad o rencor, sabe que
él está en ti. Luego, cuando te acucia el deseo de muchos negocios y el
de muchas y costosas comilonas y borracheras y de varias lujurias que son
impropias, y el deseo de mujeres, y la codicia y la altanería y la
jactancia, y de todas las cosas semejantes a éstas; cuando estas cosas,
pues, entran en tu corazón, sabe que el ángel de maldad está contigo. Tú,
pues, reconociendo sus obras, mantente apanado de él, y no confíes en él
en nada, porque sus obras son malas e impropias de los siervos de Dios.
Aquí, pues, tienes las obras de los dos ángeles. Entiéndelas, y confía
en el ángel de justicia. Pero del ángel de maldad mantente apanado,
porque su enseñanza es mala en todo sentido; porque aunque uno sea un
hombre de fe, si el deseo de este ángel entra en su corazón, este
hombre, o esta mujer, ha de cometer algún pecado. Y si además un hombre
o una mujer es en extremo malo, y las obras del ángel de justicia entran
en el corazón de este hombre, por necesidad ha de hacer algo bueno. Ves,
pues», dijo, «que es bueno seguir al ángel de justicia y despedirse del
ángel de maldad. Este mandamiento declara lo que hace referencia a la fe,
para que puedas confiar en las obras del ángel de justicia y, haciéndolas,
puedas vivir para Dios. Pero cree que las obras del ángel de maldad son
difíciles; así que, al no hacerlas, vivirás ante Dios.»
Séptimo
Mandato
[37]
«Teme al Señor», me dijo, «y guarda sus mandamientos. Así que
guardando los mandamientos de Dios serás poderoso en toda obra, y tus
actos serán incomparables. Porque en tanto que temas al Señor, harás
todas las cosas bien. Este es el temor con el cual deberías temer y ser
salvo. Pero no temas al diablo; pues si temes al Señor, te enseñorearás
del diablo, porque no hay poder en él. [Porque] de aquel en quien no hay
poder, tampoco hay temor; pero a aquel cuyo poder es glorioso, a éste hay
que temer. Porque todo aquel que tiene poder es temido, en tanto que el
que no tiene poder es despreciado por todos. Pero teme las obras del
diablo, porque son malas. Cuando tú temas al Señor, temerás las obras
del diablo y no las harás, sino que te abstendrás de ellas. El temor es,
pues, de dos clases. Si deseas hacer lo malo, teme al Señor, y no lo
hagas. Pero si deseas hacer lo bueno, teme al Señor y hazlo. Por tanto,
el temor del Señor es poderoso y grande y glorioso. Teme al Señor, pues,
y vivirás para El; sí, y todos los que guardan sus mandamientos y le
temen, vivirán para Dios.» «¿Por qué, Señor», le pregunté, «has
dicho con respecto a los que guardan sus mandamientos: "Vivirán para
Dios"?» «Porque», me dijo, «toda criatura teme al Señor, pero no
todos guardan sus mandamientos. Así pues, los que le temen y guardan sus
mandamientos, tienen vida ante Dios; pero los que no guardan sus
mandamientos no tienen vida en sí.»
Octavo
Mandato
[38]
«Te dije», prosiguió, «que las criaturas de Dios tienen
dos aspectos; porque la templanza también los tiene. Porque en algunas
cosas es justo ser templado, pero en otras no lo es.» «Dame a conocer,
señor», le dije, «en que cosas es recto ser templado y en qué cosas no
lo es.» «Escucha», me dijo: «Sé templado respecto a lo que es malo, y
no lo hagas; pero no seas templado respecto a lo que es bueno, sino hazlo.
Porque si eres templado para lo que es bueno, de modo que no lo haces,
cometes un gran pecado; pero si eres templado respecto a lo que es malo,
de modo que no lo ejecutas, haces una gran justicia. Sé templado, por
consiguiente, absteniéndote de toda maldad, y haz lo que es bueno.» «¿Qué
clases de maldad, Señor», le dije, «son aquellas de que hemos de
abstenernos siendo templados?» «Oye», me dijo; «del adulterio y la
fornicación, del libertinaje y la embriaguez, de la lujuria perversa, de
las muchas viandas y lujos de los ricos, del jactarse y la altivez y el
orgullo, de la falsedad y hablar mal y la hipocresía, la malicia y toda
blasfemia. Estas obras son las más perversas de todas en la vida de los
hombres. De estas obras, pues, el siervo de Dios debe abstenerse, siendo
templado; porque el que no es templado de modo que no se abstiene de
ellas, tampoco vive para Dios. Escucha, pues, lo que ocurre a éstos.»
«¡Cómo!», dije, «¿hay otros actos malos todavía, Señor?» «Sí»,
me dijo, «hay muchos ante los cuales el siervo de Dios ha de ser templado
y abstenerse: hurtos, falsedades, privaciones, falsos testimonios,
avaricia, malos deseos, engaño, vanagloria, jactancia, y todas las cosas
que son semejantes. ¿No crees que estas cosas son malas, sí, muy malas»,
[dijo Él], «para los siervos de Dios? En todas estas cosas el que sirve
a Dios debe ejercer templanza y abstenerse de ellas. Sé, pues, templado,
y abstente de todas estas cosas, para que puedas vivir para Dios y ser
contado entre los que ejercen dominio propio en ellas. Estas son, por
tanto, las cosas de las cuales debes abstenerte. Ahora escucha», dijo, «las
cosas en que no deberías ejercer abstención, sino hacerlas. No ejerzas
abstención en lo que es bueno, sino hazlo.» «Señor», le dije, «muéstrame
el poder de las cosas buenas también, para que pueda andar en ellas, y
servirlas, para que haciéndolas me sea posible ser salvo.» «Oye también»,
me dijo, «las cosas buenas que debes hacer, de las cuales no tienes que
abstenerte. Primero están la fe, el temor del Señor, el amor, la
concordia, las palabras de justicia, verdad, paciencia; no hay nada mejor
que estas cosas en la vida de los hombres. Si un hombre las guarda, y no
se abstiene de ellas, es bienaventurado en esta vida. Oye ahora las otras
que se sigue de ellas: ministrar a las viudas, visitar a los huérfanos y
necesitados, rescatar a los siervos de Dios en sus aflicciones, ser
hospitalario (porque en la hospitalidad se ejerce la benevolencia una y
otra vez), no resistir a otros, ser tranquilo, mostrarse más sumiso que
todos los demás, reverenciar a los ancianos, practicar la justicia,
observar el sentimiento fraternal, soportar las ofensas, ser paciente, no
guardar rencor, exhortar a los que están enfermos del alma, no echar a
los que han tropezado en la fe, sino convertirlos y darles ánimo,
reprender a los pecadores, no oprimir a los deudores e indigentes, y otras
acciones semejantes. ¿Te parecen buenas?», me preguntó. «¿Cómo, Señor!
¿Puede haberlas mejores», le contesté. «Entonces anda con ellas», me
dijo, «y no te abstengas de ellas, y vivirás para Dios. Guarda este
mandamiento, pues. Si obras bien y no te abstienes de hacerlo, vivirás
para Dios; sí, y todos los que obren así vivirán para Dios. Y de nuevo,
si no obras mal, sino que te abstienes de él, vivirás para Dios; sí, y
vivirán para Dios todos los que guardan estos mandamientos y andan en
ellos.»
Noveno
Mandato
[39]
Y él me dijo: «Aparta de ti todo ánimo indeciso y no dudes
en absoluto de si has de hacer suplicar a Dios, diciéndote a ti mismo:
"¿Cómo puedo pedir una cosa del Señor y recibirla siendo así que
he cometido tantos pecados contra Él?" No razones de esta manera,
sino vuélvete al Señor de todo corazón, y no le pidas nada vacilando, y
conocerás su gran compasión, pues Él, sin duda, no te abandonará, sino
que cumplirá la petición de tu alma. Porque Dios no es como los hombres
que guardan rencores, sino que El mismo es sin malicia y tiene compasión
de sus criaturas. Limpia, pues, tu corazón de todas las vanidades de esta
vida, y de las cosas mencionadas antes; y pide al Señor, para que recibas
todas las cosas, y no se te negará ninguna de todas tus peticiones si no
pides al Señor las cosas vacilando. Pero si fluctúas en tu corazón no
recibirás ninguna de tus peticiones. Porque los que vacilan respecto a
Dios son los de ánimo indeciso, y éstos nunca obtienen sus peticiones.
Pero los que están llenos en la fe, hacen todas sus peticiones confiando
en el Señor, y reciben porque piden sin vacilación, sin dudar; porque
todo hombre de ánimo indeciso, si no se arrepiente, difícilmente se
salvará. Purifica, pues, tu corazón de toda duda en tu ánimo, y ten fe,
porque es fuerte, y confía en Dios para que recibas todas las peticiones
que haces; y si después de pedir algo al Señor recibes tu petición con
alguna demora, no vaciles en tu ánimo porque no has recibido la petición
de tu alma al instante. Porque es por razón de alguna tentación o alguna
transgresión de la que tú no sabes nada que no recibes la petición sino
con demora. Por tanto, no ceses en hacer la petición de tu alma, y la
recibirás. Pero si te cansas, y dudas cuando pides, cúlpate a ti mismo y
no a Aquel que te lo da. Resuelve esta indecisión; porque es mala y sin
sentido, y desarraiga a muchos de la fe, sí, incluso a hombres fieles y
fuertes. Porque verdaderamente esta duda en el ánimo es hija del diablo y
causa gran daño a los siervos de Dios. Por tanto, desprecia estas dudas
del ánimo y domínalas en todo, revistiéndote de fe, que es fuerte y
poderosa. Puesto que la fe promete todas las cosas, realiza todas las
cosas; pero el ánimo indeciso, que no tiene confianza en sí mismo, falla
en todas las obras que hace. Ves, pues», dijo, «que la fe viene de
arriba, del Señor, y tiene gran poder; pero el ánimo vacilante es un espíritu
terreno del diablo, y no tiene poder. Por tanto, sirve a la fe que tiene
poder, y mantente lejos del ánimo vacilante, y vivirás para Dios; sí, y
todos los que piensan igual vivirán para Dios.»
Décimo
Mandato
[40]
I. «Ahuyenta de ti la
tristeza», me dijo, «porque es la hermana del ánimo indeciso y el
temperamento irascible.» «¿Cómo, Señor», le dije, «es hermana de éstos?
Porque el temperamento irascible me parecer ser una cosa; el ánimo
vacilante, otra; la pena, otra.» «Eres un necio», me contestó, «[y]
no te das cuenta que la tristeza es peor que todos los espíritus, y muy
fatal para los siervos de Dios, y más que todos los espíritus destruye
al hombre, y apaga al Espíritu Santo, y por otro lado lo salva.» «Yo,
Señor», le dije, «no tengo entendimiento, y no comprendo estas parábolas.
Porque ¿cómo puede destruir y salvar?, esto no lo comprendo.» «Escucha»,
me dijo: «Los que nunca han investigado respecto a la verdad, ni
inquirido respecto a la divinidad, sino meramente creído, y se han
mezclado en negocios y riquezas y amigos paganos y muchas otras cosas de
este mundo; cuantos, digo, se dedican a estas cosas, no comprenden las parábolas
de la deidad; porque han sido entenebrecidos por sus acciones, y se han
corrompido y hecho infructuosos. Como las viñas buenas, que cuando se las
abandona y descuida se vuelven infructuosas por las zarzas y hierbas de
todas clases, lo mismo los hombres que, después de haber creído, caen en
estas muchas ocupaciones que hemos mencionado antes, pierden su
entendimiento y no comprenden nada en absoluto con respecto a la justicia;
porque si oyen acerca de la deidad y la verdad, su mente está absorta en
sus ocupaciones, y no perciben nada en absoluto. Pero si tienen el temor
de Dios, e investigan con respecto a la deidad y a la verdad, y dirigen su
corazón hacia el Señor, perciben y entienden todo lo que se les dice más
rápidamente, porque el temor del Señor está en ellos; porque donde
reside el Señor, allí también hay gran entendimiento. Adhiérete, pues,
al Señor, y comprenderás y advertirás todas las cosas.
[41]
II. »Escucha ahora, hombre sin sentido»,
me dijo, «en qué forma la tristeza oprime al Espíritu Santo y le apaga,
y en qué forma salva. Cuando el hombre de ánimo indeciso emprende alguna
acción, y fracasa en ella debido a su ánimo indeciso, la tristeza entra
en el hombre, y contrista al Espíritu Santo y lo apaga. Luego, cuando el
temple irascible se adhiere al hombre con respecto a algún asunto, y está
muy contrariado, de nuevo la tristeza entra en el corazón del hombre que
estaba contrariado y es compungido por el ácto que ha cometido, y se
arrepiente de haber obrado mal. Esta tristeza, pues, parece traer salvación,
porque se arrepiente de haber hecho el mal. Así pues, las operaciones
entristecen al Espíritu, primero, el ánimo indeciso entristece al Espíritu,
porque no consigue el asunto que quiere, y el temple irascible también,
puesto que hizo algo malo. Por consiguiente, los dos contristan al Espíritu:
el ánimo indeciso y el temple irascible. Ahuyenta de ti, pues, tu
tristeza, y no aflijas al Espíritu Santo que mora en ti, para que no
suceda que interceda a Dios [contra ti] y se aparte de ti. Porque el Espíritu
de Dios, que fue dado a esta carne, no soporta la tristeza ni el ser
constreñido.
[42]
III. »Por tanto, revístete de alegría
y buen ánimo, que siempre tiene favor delante de Dios, y le es aceptable,
y regocíjate en ellos. Porque todo hombre animoso obra bien, y piensa
bien, y desprecia la tristeza; pero el hombre triste está siempre
cometiendo pecado. En primer lugar comete pecado, porque contrista al Espíritu
Santo, que fue dado al hombre siendo un espíritu animoso; y en segundo
lugar, al contristar al Espíritu Santo, pone por obra iniquidad, ya que
ni intercede ante Dios ni le confiesa. Porque la intercesión de un hombre
triste nunca tiene poder para ascender al altar de Dios.» «¿Por qué»,
pregunté yo, «la intercesión del que está triste no asciende al altar?»
Me contestó: «Porque la tristeza está situada en su corazón. Por ello,
la tristeza mezclada con la intercesión no permite que la intercesión
ascienda pura al altar. Porque como el vinagre cuando se mezcla con vino
en el mismo (vaso) no tiene el mismo sabor agradable, del mismo modo la
tristeza mezclada con el Espíritu Santo no produce la misma intercesión
(que produciría el Espíritu Santo solo). Por consiguiente, purifícate
de tu malvada tristeza, y vivirás para Dios; si, y todos viven para Dios,
los que echan de sí la tristeza y se revisten de buen ánimo y alegría.»
Undécimo
Mandato
[43]
Y me mostró a unos hombres sentados en un sofá, y a otro
hombre sentado en una silla. Y me dijo: «¿Ves a éstos que están
sentados en el sofá?» «Los veo, Señor», le dije. «Estos», me
contestó, «dan fruto, pero el que está sentado en la silla es un falso
profeta que destruye la mente de los siervos de Dios —es decir, los de
ánimo vacilante, no de los fieles—. Estos de ánimo indeciso, por
tanto, van a él como un adivinador e inquieren de él lo que les sucederá.
Y él, el falso profeta, no teniendo poder de un Espíritu divino en sí,
habla con ellos en concordancia con sus preguntas [y en concordancia con
las concupiscencias de su maldad], y llena sus almas según ellos desean
que sean llenadas. Porque, siendo vacío él mismo, da respuestas vacías
a los inquiridores vacíos; porque a toda pregunta que se le haga,
responde en conformidad con lo vacío del hombre. Pero dice también
algunas palabras de verdad; porque el diablo le llena de su propio espíritu,
por si acaso le es posible abatir a algunos de los justos. Así pues,
todos los que son fuertes en la fe del Señor, revestidos de la verdad, no
se unen a estos espíritus, sino que se mantienen a distancia de ellos;
pero cuantos son de ánimo vacilante y cambian su opinión con frecuencia,
practican la adivinación como los gentiles y acarrean sobre sí mismos
mayor pecado con sus idolatrías. Porque el que consulta a un profeta
falso sobre alguna cosas, es un idólatra y está exento de la verdad y de
sentido. Porque a ningún Espíritu dado por Dios hay necesidad de
consultarle, sino que, teniendo el poder de la deidad, dice todas las
cosas de sí mismo, porque es de arriba, a saber, del poder del Espíritu
divino. Pero el espíritu que es consultado, y habla en conformidad con
los deseos de los hombres, es terreno y voluble, no teniendo poder; y no
habla en absoluto, a menos que sea consultado.» «¿Cómo, pues, señor»,
le dije, «sabrá un hombre quién es un profeta y quién es un profeta
falso?» «Escucha», me contestó, «respecto a estos dos profetas; y,
como te diré, así pondrás a prueba al profeta y al falso profeta. Por
medio de su vida pon a prueba al hombre que tiene el Espíritu divino. En
primer lugar, el que tiene el Espíritu [divino], que es de arriba, es
manso y tranquilo y humilde, y se abstiene de toda maldad y vano deseo de
este mundo presente, y se considera inferior a todos los hombres, y no da
respuesta a ningún hombre cuando inquiere de él, ni habla en secreto
(porque tampoco habla el Espíritu Santo cuando un hombre quiere que lo
haga), sino que este hombre habla cuando Dios quiere que lo haga. Así
pues, cuando el hombre que tiene el Espíritu divino acude a una asamblea
de hombres justos, que tienen fe en el Espíritu divino, y se hace
intercesión a Dios en favor de la congregación de estos hombres,
entonces el ángel del espíritu profético que está con el hombre llena
al hombre, y éste, siendo lleno del Espíritu Santo, habla a la multitud,
según quiere el Señor. De esta manera, pues, el Espíritu de la deidad
será manifestado. Esta, por tanto, es la grandeza del poder que
corresponde al Espíritu de la divinidad que es del Señor.» «Oye ahora»,
me dijo, «respecto al espíritu terreno y vano, que no tiene poder, sino
que es necio. En primer lugar, este hombre que parece tener un espíritu,
se exalta a sí mismo, y desea ocupar un lugar principal, e inmediatamente
es imprudente y desvergonzado y charlatán y habla familiarizado en
-muchas cosas lujuriosas y muchos otros engaños, y recibe dinero por su
actividad profética, y si no lo recibe, no profetiza. Ahora bien, ¿puede
un Espíritu divino recibir dinero y profetizar? No es posible que un
profeta de Dios haga esto, sino que el espíritu de estos profetas es
terreno. En segundo lugar, nunca se acerca a una asamblea de justos; sino
que los evita, y se junta con los de ánimo indeciso y vacíos, y
profetiza para ellos en los rincones, y los engaña, diciéndoles toda
clase de cosas en vaciedad, para gratificar sus deseos; porque también
son vacíos aquellos a los que contesta. Porque el vaso vacío es colocado
junto con el vacío, y no se rompe, sino que están de acuerdo el uno con
el otro. Pero cuando este hombre entra en una asamblea llena de justos,
que tienen un Espíritu de la divinidad, y ellos hacen intercesión, este
hombre es vacío, y el espíritu terreno huye de él con temor, y el
hombre se queda mudo y se queda desconcertado, sin poder decir una sola
palabra. Porque si colocas vino o aceite en una alacena, y pones una
vasija vacía entre ellos, y luego deseas vaciar la alacena, la vasija que
habías colocado allí vacía la vas a sacar vacía. Del mismo modo, también,
los profetas vacíos, siempre que se ponen en contacto con los espíritus
de los justos, después quedan igual que antes. Te he mostrado la vida de
las dos clases de profetas. Por lo tanto, pon a prueba, por su vida y sus
obras, al hombre que dice que es movido por el Espíritu. Así pues, confía
en el Espíritu que viene de Dios y tiene poder; pero en el espíritu
terreno y vacío no pongas confianza alguna; porque en él no hay poder,
puesto que viene del diablo. Escucha [pues] la parábola que te diré.
Toma una piedra y échala hacia arriba al cielo, ve si puedes alcanzarlo;
o también, lanza un chorro de agua hacia el cielo, y mira si puedes
penetrar en el cielo.» Y le dije: «Señor, ¿cómo pueden hacerse estas
cosas? Porque las dos cosas que has mencionado están más allá de
nuestro poder.» «Bien, pues», me dijo, «del mismo modo que estas cosas
están más allá de nuestro poder, igualmente los espíritus terrenos no
tienen poder y son débiles. Ahora toma el poder que viene de arriba. El
granizo es una piedrecita pequeña y, con todo, cuando cae sobre la cabeza
de un hombre, ¡cuánto dolor causa! O, también, toma una gota que cae
del tejado al suelo y hace un hueco en la piedra. Ves, por consiguiente,
que las cosas pequeñas de arriba caen sobre la tierra con gran poder. De
la misma manera, el Espíritu divino, viniendo de arriba, es poderoso.
Confía, pues, en este Espíritu, pero mantente lejos del otro.»
Duodécimo
Mandato
[44]
I. Y me dijo: «Aparta de
ti todo mal deseo, y revístete del deseo que es bueno y santo; porque
revestido de este deseo podrás aborrecer el mal deseo, y le pondrás
brida y lo dirigirás según quieras. Porque el mal deseo es salvaje, y sólo
se domestica con dificultad; porque es terrible, y por su tosquedad es muy
costoso a los hombres; más especialmente, si un siervo de Dios se enmaraña
en él y no tiene entendimiento, le es en extremo costoso. Además, es
costoso a los hombres que no están revestidos del buen deseo, sino que
están enzarzados en esta vida. A estos hombres, por tanto, los entrega a
la muerte.» «Oh Señor», dije yo, «ide qué clase son las obras del
mal deseo, que entrega al hombre a la muerte? Dame a conocer estas obras
para que pueda mantenerme alejado de ellas.» «Escucha», [dijo él], «a
través de qué obras el mal deseo acarrea muerte a los siervos de Dios.
[45]
II. »Ante todo, el deseo de la esposa
o marido de otro, y de los extremos de riqueza, y de muchos lujos
innecesarios, y de bebidas y otros excesos, muchos y necios. Porque todo
lujo es necio y vano para los siervos de Dios. Estos deseos, pues, son
malos, y causan la muerte a los siervos de Dios. Porque este mal deseo es
un hijo del diablo. Por lo tanto, tenéis que absteneros de los malos
deseos, para que, absteniéndoos, podáis vivir para Dios. Pero todos los
que son dominados por ellos, y no los resisten, son puestos a muerte del
todo; porque estos deseos son mortales. Pero tú revístete del deseo de
justicia, y habiéndote armado con el temor del Señor, resístelos.
Porque el temor de Dios reside en el buen deseo. Si el mal deseo te ve
armado con el temor de Dios y resistiéndole, se irá lejos de ti y no le
verás más, pues teme tus armas. Por tanto, tú, cuando seas recompensado
con la corona de victoria sobre él, ven al deseo de justicia, y entrégale
el premio del vencedor que has recibido, y sírvele, según ha deseado. Si
tú sirves al buen deseo, y estás sometido a él, tendrás poder para
dominar al mal deseo, y someterle, según quieras.»
[46]
III. «Me gustaría saber, Señor», le dije, «en qué formas
debería servir al buen deseo». «Escucha», me dijo; «practica la
justicia y la virtud, la verdad y el temor del Señor, la fe y la
mansedumbre, y otros actos buenos así. Practicándolos, serás agradable
como siervo de Dios, y vivirás para El; sí, y todo el que sirve al buen
deseo vivirá para Dios.»
Así completó él los
doce mandamientos, y me dijo: «Tú tienes estos mandamientos; anda en
ellos, y exhorta a los que te escuchan a que se arrepientan y sean puros
durante el resto de los días de su vida. Cumple este ministerio que te
encargo, con toda diligencia, hasta el fin, y habrás hecho mucho. Porque
hallarás favor entre aquellos que están a punto de arrepentirse, y
obedecerán tus palabras. Porque estaré contigo, y yo les constreñiré a
que te obedezcan.»
Y yo le dije: «Señor,
estos mandamientos son grandes y hermosos y gloriosos, y pueden alegrar
el corazón del hombre que es capaz de observarlos. Pero no sé si
estos mandamientos pueden ser guardados por un hombre, porque son muy difíciles.»
El me contestó y me dijo: «Si te propones guardarlos, los guardarás fácilmente,
y no serán difíciles; pero si entran alguna vez en tu corazón que no
pueden ser guardados por el hombre, no los guardarás. Pero ahora te digo:
si no los guardas, sino que los descuidas, no tendrás salvación, ni tus
hijos ni tu casa, puesto que ya has pronunciado juicio contra ti que estos
mandamientos no pueden ser guardados por el hombre. »
[47]
IV. Y me dijo estas cosas muy enojado, de modo que yo estaba
consternado, y en extremo espantado; porque su aspecto cambió, de modo
que un hombre no podía soportar su ira. Y cuando vio que yo estaba
perturbado y confundido, empezó a hablar de modo más amable [y jovial],
y me dijo: «Necio, vacío de entendimiento y de ánimo indeciso, ¿no te
das cuenta de la gloria de Dios, lo grande y poderosa y maravillosa que
es, que ha creado el mundo por amor al hombre, y le ha sometido su creación,
y le ha dado toda autoridad para que se enseñoree de todas las cosas
debajo del cielo? Si, pues», [dijo],«el hombre es señor de todas las
criaturas de Dios y domina todas las cosas, ¿no puede también dominar
estos mandamientos? Sí», dijo él, «el hombre que tiene al Señor en su
corazón puede dominar [todas las cosas y] todos estos mandamientos. Pero
los que tienen al Señor en sus labios, en tanto que su corazón está
endurecido y lejos del Señor, para ellos estos mandamientos son duros e
inaccesibles. Por tanto, vosotros los que sois vacíos y volubles en la
fe, poned a vuestro Señor en vuestro corazón, y os daréis cuenta que no
hay nada más fácil que estos mandamientos, ni más dulce ni más
agradable. Convertíos los que andáis según los mandamientos del diablo,
(los mandamientos del cual son) difíciles y amargos y extremosos y
disolutos; y no temáis al diablo, porque no hay poder en él contra
vosotros. Porque yo estaré con vosotros, yo, el ángel del
arrepentimiento, que tiene dominio sobre él. El diablo sólo tiene temor,
pero este temor no es fuerza. No le temáis, pues, y huirá de vosotros.»
[48]
V. Y yo le dije: «Señor, escúchame unas pocas palabras.»
«Di lo que quieras», me contestó. «Señor», le dije, «el hombre está
ansioso de guardar los mandamientos de Dios, y no hay uno solo que no pida
al Señor que le corrobore en sus mandamientos, y sea sometido a ellos;
pero el diablo es duro y se enseñorea de ellos.» «No puede enseñorearse
de los siervos de Dios», dijo él, «cuando ponen su esperanza en El de
todo su corazon. El diablo puede luchar con ellos, pero no puede
vencerlos. Así pues, si le resistís, será vencido, y huirá de vosotros
avergonzado. Pero todos cuantos sean por completo vacíos», dijo él, «que
teman al diablo como si tuviera poder. Cuando un hombre ha llenado
suficiente número de jarras de buen vino, y entre estas jarras hay unas
pocas que han quedado vacías, él se llega a las jarras, y no examina las
llenas, porque sabe que están llenas; sino que examina las vacías,
temiendo que se hayan vuelto agrias. Porque las jarras vacías pronto se
vuelven agrias, y echan a perder el sabor del vino. Así también el
diablo viene a todos los siervos de Dios para tentarles. Todos los que
tienen una fe completa, se le oponen con poder, y él los deja, no
teniendo punto por el cual pueda entrar en ellos. Así que va a los otros
que están vacíos y, hallando un lugar, entra en ellos, y además hace lo
que quiere en ellos, y pasan a ser sus esclavos sumisos.
[49]
VI. »Pero yo, el ángel del arrepentimiento, os digo: No temáis
al diablo; porque yo fui enviado para estar con vosotros los que os
arrepentís de todo corazón, y para confirmaros en la fe. Creed, pues, en
Dios, vosotros los que por razón de vuestros pecados habéis desesperado
de vuestra vida, y estáis añadiendo a vuestros pecados, y haciendo que
se hunda vuestra vida; porque si os volvéis al Señor de todo corazón, y
obráis justicia los días que os quedan de vida, y le servís rectamente
según su voluntad, Él os sanará de vuestros pecados anteriores y tendréis
poder para dominar las obras del diablo. Pero no hagáis ningún caso de
las amenazas del diablo; porque sus tendones son impotentes, como los de
un muerto. Oídme, pues, y temed a Aquel que puede hacer todas las
cosas para salvar y para destruir, y observad estos mandamientos y
viviréis para Dios.» Y yo le dije: «Señor, ahora me siento fortalecido
en todas las ordenanzas del Señor, porque tú estás conmigo; y sé que tú
vas a aplastar todo el poder del diablo, y nos enseñorearemos de él y
prevaleceremos sobre todas sus obras. Y espero, Señor, que ahora seré
capaz de guardar estos mandamientos que tú has mandado, capacitado por el
Señor.» «Los guardarás», me dijo, «si tu corazón es puro ante el Señor,
sí, y los guardarán todos cuantos purifiquen sus corazones de los deseos
vanos de este mundo y vivan para Dios.»
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