viernes, 21 de marzo de 2014

La solidaridad de Jesús de Nazaret. Un reto y una tarea

La solidaridad de Jesús de Nazaret. Un reto y una tarea
 FERNANDO CAMACHO
EXÉGETA Y PROFESOR DE N. T. EN LA UNIVERSIDAD DE GRANADA
 
 De unos años para acá los términos «solidaridad», «solidario» y «solidarizarse» se han puesto de moda, tanto en el lenguaje religioso como en el profano. Se habla de la solidaridad de Dios o de Jesús con los hombres, de que tenemos que ser solidarios los unos con los otros, de la solidaridad con el Tercer Mundo, de que hay que solidarizarse con los demás, en especial con los más necesitados. Se dice que los seres humanos son ahora mucho más solidarios que en otras épocas, se resaltan la cantidad de movimientos y grupos que tienen como fundamento la solidaridad con los más débiles, se anuncia que el futuro de la humanidad está en la cultura de la solidaridad.
 

Asistimos hoy a un fenómeno sin precedentes en la historia de la humanidad: el voluntariado social a escala planetario. A lo largo de la historia siempre ha habido gente dispuesta a trabajar por los demás, personas que han puesto a disposición de los otros sus mejores capacidades y energías, hombres y mujeres con conciencia social y sensibilidad que se han preocupado de mejorar las condiciones de vida de sus semejantes o que se han conmovido ante las injusticias, miserias y desgracias humanas y se han esforzado por combatirlas o paliarlas. Pero en medio del conjunto de la sociedad eran como una raya en el agua, una minoría heroica con vocación de servicio, integrada normalmente en grupos o instituciones de tipo religioso. Tal ha sido, a lo largo de la historia del cristianismo, la aportación más valiosa que han prestado a la sociedad las órdenes y congregaciones religiosas .
 Lo que hoy llama la atención es el carácter masivo y muchas veces aconfesional del voluntariado social. Gente de toda índole, creyente o no, que presta un servicio dentro de la sociedad a los más desfavorecidos. Piénsese en «Médicos sin Fronteras», en el voluntariado de Cáritas o de la Cruz Roja, en los que trabajan con los enfermos de SIDA, con los drogadictos o los presidiarios, o en la cantidad de jóvenes que dedican sus vacaciones a trabajar en campos de refugiados o en los países del Tercer Mundo. Según las estadísticas, en España hay más de medio millón de personas integrados en ese voluntariado y en Latinoamérica son cerca de cinco millones.
 Frente a esa realidad hay algo que para los que nos consideramos cristianos puede resultar sorprendente. En los evangelios jamás aparece la palabra «solidaridad» ni los verbos «ser solidario» o «solidarizarse ». En cambio, son términos frecuentes en las cartas paulinas y en otros escritos del Nuevo Te s t amento: ¿Qué quiere decir esto?, ¿que Jesús no estuvo interesado por la solidaridad?, ¿que no fue un hombre solidario?, ¿que la solidaridad no constituye un elemento esencial de su mensaje?
 Jesús no habla explícitamente de la solidaridad, no da ningún discurso sobre ella, ni diseña ningún programa para llevarla a cabo; simplemente la practica y espera de los suyos un comportamiento solidario. Tampoco teoriza, por ejemplo, sobre el amor, la libertad o el perdón; simplemente ama, ejerce la libertad y perdona.
  

 Para el Nuevo Testamento , Jesús constituye la máxima expresión de la solidaridad de Dios con los hombres. Él es el Emmanuel, el «Dios con nosotros» (Mt 1,23), el Dios que ha querido compartir desde dentro nuestra historia, que se ha embarrado en nuestro barro, que se ha despojado de su categoría divina y ha tomado la condición de esclavo-siervo, para hacerse, en Jesús, uno de tantos (Flp 2,6-7) e impulsar la historia hacia su plenitud (1 Cor 15,28).
 La solidaridad de Jesús aparece en los evangelios en su disponibilidad para todo aquel que necesita de su ayuda, cualquiera que sea su condición social o sus creencias religiosas. Lo mismo atiende a paganos (Mt 8,5-13 par; Mc 5, 1-20 pars; 7,24-30 par), que a personas de elevada posición social, como un funcionario real (Jn 4,46-52) o un jefe de sinagoga (Mc 5,21-43 pars), que a mendigos (Mc 10,46- 52 pars, Jn 9,1-38), gente de mala fama (Mc 2,15-17 pars; Lc 7,36-50; 15, 1-2) o desahuciados (Mc 1, 40- 45 pars; 5,24b-34 pars; Jn 5,1-15).
 Lo que según los evangelios caracteriza a Jesús es su implicación en las situaciones humanas negativas que se va encontrado; no pasa indiferente ante ellas, al contrario, le afectan en lo más hondo y hace todo lo que está de su parte por remediarlas. Así lo subrayan los tres sinópticos cuando describen la reacción de Jesús ante esas situaciones con un verbo de sentimiento, «conmoverse» (Mt 9,36; 20,34; Mc 1,41; 6,34 par; 8,2 par; 9,22-25; Lc 7,13; cf. Mt 18,27, Lc 10,33; 15,20), que el Antiguo Testamento reserva para expresar la sensibilidad de Dios. De este modo ponen de relieve que Jesús, presencia de Dios en la tierra, reacciona ante las injusticias, miserias o desgracias humanas como lo hace Dios mismo .
Como han puesto de manifiesto tantos estudios y artículos modernos, cuyos resultados no vamos aquí a repetir por ser suficientemente conocidos, resulta innegable y sorprendente la solidaridad de Jesús con los marginados de su tiempo: pecadores, publicanos, enfermos, mujeres, etc. Los evangelios presentan a Jesús tratando, acogiendo, ayudando y atendiendo a todos ellos. Su conducta en este sentido fue tan escandalosa que le acarreó la crítica implacable de los observantes religiosos (Mc 2,16 pars; Lc 7,39; 15,2), que no podían comprender que alguien que pretendía ser fiel a Dios actuase de ese modo. La respuesta de Jesús ante esas críticas es que su actuación no hace otra cosa que reproducir el modo de ser y comportarse de Dios mismo (Lc 15, 1-32) . Frente a la idea de un Dios que discrimina en su amor, que quiere a los justos y aborrece a los pecadores, que está al lado de unos y en contra de otros, Jesús opone la de un Dios Padre que quiere incondicionalmente a los seres humanos con independencia de la conducta de éstos, de un Dios contrario a toda discriminación (Mt 5,43-48 par; Mc 1,39-45 pars), solícito con los pecadores, descreídos y marginados de toda índole, y siempre dispuesto a perdonar (Mt 18,21-35; Lc 15,11 - 32 ) .
                                      En este sentido, Jesús asume y reproduce la imagen veterotestamentaria del Dios que toma partido por aquellos que la sociedad margina u oprime, del Dios que hace suya la causa de los pobres, los desvalidos, los que son víctimas de la injusticia, y sale en su defensa (Ex 3,7-10, Dt 10,18; Sal l0,l7s; 12,6; 35,10; 82,1-4; 107; Is 1,17; 58,6s; 61,1; Jr 21,11s; 22,15s; Ez 34, etc.). Por eso la tarea liberadora de Jesús es presentada en Mateo en estos términos: «Ciegos ven y cojos andan, leprosos quedan limpios y sordos oyen, muertos resucitan y pobres reciben la buena noticia» (11,2-6); y más adelante (Mt 12, 17-21), al aplicar a Jesús lo anunciado en Is 42,1-4, el evangelista lo presenta encarnando un mesianismo de servicio, que tiene como objetivo hacer posible la justicia en el mundo. Por su parte, Lucas, en el episodio programático de la sinagoga de Nazaret (4,16- 21), describe la misión de Jesús como el cumplimiento en su persona del texto de Is 6141 1-2: «El Espíritu del Señor descansa sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a dar la buena noticia a los pobres, a proclamar la libertad a los cautivos y la vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos, a proclamar el año de gracia del Señor» (4,17-21).
 
 Pero Jesús no sólo se solidariza con los rechazados, marginados u oprimidos por la sociedad, sino que llega a identificarse con ellos, haciendo suya su situación (Mt 25,31-46: «... Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me recogisteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, estuve en la cárcel y fuisteis a verme... Cada vez que lo hicisteis con uno de esos hermanos míos tan insignificantes lo hicisteis conmigo»); apela así, desde los necesitados de toda índole, a la solidaridad humana para que dé una respuesta positiva y eficaz a esas situaciones. Por otra parte, su muerte en la cruz, como un criminal, le lleva a compartir el destino de todos los inocentes que a lo largo de la historia han sido y serán víctimas de los poderosos.  
 Desde el ejemplo y el testimonio de Jesús el cristiano encuentra respuesta a cuatro preguntas fundamentales con relación a la solidaridad: ¿por qué ha de ser solidario?, ¿con quién tiene que serlo?, ¿para qué? y ¿cómo?
El fundamento de la solidaridad cristiana es doble: uno de tipo antropológico y otro teológico. El primero es fácil de comprender: los seres humanos compartimos un destino común, somos seres interrelacionados y, por consiguiente, dependientes y responsables los unos de los otros. Nada humano le puede ser ajeno o indiferente a otro ser humano. Cada vez hay mayor conciencia de que el mundo se ha convertido en una «aldea global», en donde lo que ocurre en un extremo del planeta, de una otra forma, repercute en el resto; todo está entrelazado y entre todos nos jugamos el éxito o el fracaso de la humanidad .
 Pero, además, la solidaridad cristiana se basa en que, en Jesús, el cristiano ha descubierto hasta dónde llega la solidaridad de Dios con los hombres: hasta el punto de unir de algún modo su destino al de la humanidad. Porque si, según Jesús, Dios es amor (Jn 1,14; 4,24; cf. 1 Jn 4,8) y su amor no se verá colmado hasta que alcance a ser «todo en todos» (1 Cor 15,28), entonces puede decirse que mientras la humanidad no dé una respuesta plena a ese amor, Dios +++ está como incompleto: no llegará a ser plenamente Padre hasta que los hombres no sean plenamente sus hijos. Para el cristiano, todos los seres humanos están llamados a ser hijos de Dios, todos tienen la misma vocación e igual dignidad y, por consiguiente, todos han de ser sujetos, no objetos, de su estima y dedicación, como lo son para Dios Padre y para Jesús su Hijo.
 Quedaría así respondida no sólo la pregunta por el fundamento de la solidaridad cristiana, sino también la de con quién tiene que ser solidario el cristiano: con todos los seres humanos. Pero un conocido pasaje del evangelio de Lucas puede ayudarnos a profundizar sobre esta cuestión. Se trata del episodio en el que Jesús cuenta la parábola del buen samaritano (Lc 10 , 25 - 37 ) .
  
  La ocasión de la parábola es la pregunta que un jurista judío dirige a Jesús, para ponerlo a prueba, acerca de qué tiene que hacer para obtener la vida eterna o definitiva (v. 25). Cuando Jesús le hace ver que para ello lo que tiene que hacer es amar a Dios y al prójimo (vv. 26-28), el jurista, queriendo justificarse, le hace una nueva pregunta: «¿quién es mi prójimo?» (v. 29). Jesús le responde con la parábola del buen samaritano (vv. 30-35). En ella un sacerdote y un levita, representantes de la religión judía, pasan de largo ante el hombre al que los bandidos han asaltado por el camino, despojándole de todo, moliéndole a palos y dejándole medio muerto; esa religión, por tanto, disocia el culto a Dios del amor al prójimo. En cambio, un samaritano, un hereje despreciado por los judíos, se conmueve ante aquella situación, se acerca a aquel hombre y hace por él todo lo que puede.
 Al terminar la parábola, Jesús le pregunta al jurista: «¿Qué te parece? ¿Cuál de estos tres se hizo prójimo del que cayó en manos que los bandidos?» (v. 36). Cambia así el planteamiento inicial: no se trata de determinar quién es mi prójimo, cuestión que puede prestarse a toda clase de disquisiciones y respuestas, sino de hacerse uno prójimo, es decir, próximo; de acercarse al otro, de ser sensible a sus necesidades y de no escatimarle ayuda ( v. 37).
 Aplicando esta enseñanza al tema que nos ocupa, puede decirse que la cuestión no es dilucidar con quién tiene que ser uno solidario, sino hacerse solidario; es decir, asumir una actitud y un talante que permita practicar la solidaridad con todo el que uno se vaya encontrando en el camino de la vida. Pero teniendo siempre presente que aquellos que más necesitan de la solidaridad humana son las víctimas de la insolidaridad, los que no cuentan socialmente, los oprimidos, los despojados, los marginados, los rechazados. Son esos los primeros a los que, siguiendo el ejemplo del Padre y de Jesús, el cristiano ha de aproximarse, ha de a yudar, ha de estimar y ha de promover; son esos los que preferentemente han de ser sujetos, no objetos, de su cariño y dedicación; son esos los que tienen más necesidad de experimentar, a través de la solidaridad cristiana, no sólo el amor de los hombres, sino también el de Dios.
 ¿Qué pretende la solidaridad?, ¿qué finalidad tiene? Siguiendo las pautas de Jesús, la respuesta podría sintetizarse en tres palabras: hacer personas maduras. Se trata de acercarse al otro y asumir su situación para ayudarle en su promoción humana, para hacerle caer en la cuenta o devolverle su dignidad de hijo de Dios; de acompañarle activamente en la andadura de su liberación y compartir su suerte; de abrirle nuevos horizontes; de poner lo mejor que uno encierra a su disposición; de considerarlo y tratarlo como a un igual, porque comparte con uno la misma categoría de persona y la aventura de vivir el mismo proyecto de plenitud humana .
  
  También sobre esta cuestión un pasaje evangélico puede ser ilustrativo: el del Primer reparto de los panes y los peces (Mc 6,33-46 pars) .
 Siguiendo el relato de Mc, hay que destacar el contraste entre la actitud insolidaria de los discípulos respecto a la multitud que ha escuchado la larga enseñanza de Jesús ( v. 36: «Despídelos, que vayan a los cortijos y aldeas de alrededor y se compren de comer») y la invitación de éste a la solidaridad (v. 37: «Dadles vosotros de comer»). Al «comprar» opone Jesús el «dar»; al individualismo del dinero, la generosidad sin límite. Jesús pone a disposición de la multitud todo lo que tienen los discípulos, sin regatear nada (V. 41). Todo el alimento de que disponen lo remite a Dios, dador de vida, al que bendice por su generosidad (v. 4la): los bienes de la creación son el regalo que él hace a todos sus hijos y para que lleguen a todos nadie puede acapararlos o privatizarlos.
 Pero antes del reparto del pan y los peces, Jesús indica a sus discípulos cómo han de ejercer la solidaridad: tratando a la gente como señores, como personas libres, y como iguales (v. 39: «Les ordenó que los hicieran recostarse a todos en la hierba verde formando corros»). «Comer recostado» era en tiempos de Jesús lo propio de los señores, de los hombres libres. «Formar corros» indica que no hay nadie que preside o que destaca: todos son iguales.  
 Jesús, en este relato, enseña a sus discípulos a ser servidores de la gente, no sus dominadores. Para ello, después de reconocer su dignidad  de hombres libres y de aceptarlos como iguales, han de poner a disposición de los otros todo lo que son y lo que tienen (v. 4lb) . Ese servicio lleva a satisfacer las necesidades humanas (v. 42: «Comieron todos hasta saciarse”), los pone en disposición de compartir con los demás (v. 43: no acapara cada uno lo que sobra, se recoge, disponible para un nuevo reparto) y los hace personas maduras (v. 44: «hombres adultos”).
 Queda una última cuestión que también ha quedado en líneas generales respondida: ¿cómo ser solidarios? No es posible perfilarla más porque Jesús no traza un plan o un programa concreto sobre cómo ser solidarios con los demás. Como se ha visto, ejerce la solidaridad y, a través de ese ejercicio, da a sus seguidores las pautas y los criterios para que ellos la sigan practicando. Cada circunstancia y cada época demandará una respuesta solidaria diferente, según sean las necesidades humanas que queden por cubrir o los obstáculos que impidan el crecimiento y desarrollo de los hombres.
 Hoy tendríamos que preguntarnos, tanto a nivel personal como social, en qué somos insolidarios, por qué lo somos y qué efectos tiene nuestra insolidaridad. Nuestro reto como cristianos sería dar una respuesta positiva, eficaz y evangélica a esos interrogantes. Para ello se requiere análisis, creatividad, valentía y compromiso. Desde Jesús, deberíamos tener ya muy claros por dónde pasan los caminos de la solidaridad y cómo ejercerla.  Es tarea nuestra recorrerlos y practicarla .  

 
FRASES DE INTERÉS
Jesús no habla explícitamente de la solidaridad, no da ningún discurso sobre ella, ni diseña ningún programa para llevarla a cabo simplemente la practica y espera de los suyos un comportamiento solidario .
 Jesús asume y reproduce la imagen veterotestamentaria del Dios que toma partido por aquellos que la sociedad margina y oprime, del Dios que hace suya la causa de los pobres, los desvalidos, los que son víctimas de la injusticia, y sale en su defensa.
 Desde el ejemplo y el testimonio de Jesús el cristiano Encuentra respuesta a cuatro preguntas fundamentales con relación a la solidaridad: ¿por qué ha de ser solidario?, ¿con quién tiene que serlo?, ¿para qué? y ¿cómo?
 La cuestión no es dilucidar con quién tiene que ser uno solidario, sino hacerse solidario; es decir, asumir una actitud y un talante que permita practicar la solidaridad con todo el que uno se vaya encontrando en el camino de la vida. Pero teniendo siempre presente que aquellos que más necesitan de la solidaridad humana son las víctimas de la insolidaridad.
 Cada circunstancia y cada época demandarán una respuesta solidaria diferente, según sean las necesidades humanas que queden por cubrir o los obstáculos que impidan el crecimiento y desarrollo de los hombres.
 (DE LA REVISTA ÉXODO Nº 34)

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