(homilía anónima del s. Il)
TEXTOS
Considerada
durante siglos como segunda epístola del Papa San Clemente a los Corintios,
este escrito no es ni una epístola ni fue redactado por Clemente Romano. Se
trata de una homilía compuesta a mediados del siglo II por un autor
desconocido, que tiene el mérito de ser el primer ejemplo de homilía que ha
llegado a nuestras manos. El hecho de considerarla entre los escritos del santo
Pontífice romano se debe a que, en la tradición manuscrita, se copió siempre
después de la epístola de San Clemente a los Corintios.
Este
escrito trata de la obra de la salvación realizada por Cristo y comunicada a
los hombres en el Bautismo, y de la respuesta que se espera del cristiano: una
respuesta adecuada a la misericordia divina, renunciando a lo que no es
compatible con la vocación cristiana y peleando para cumplir con obras la
Voluntad de Dios. Al Reino de Dios, ya presente en este mundo, se entra por la
conversión. La culminación de ese Reino tendrá lugar cuando se realice la
resurrección de los muertos y el juicio divino. Mientras el hombre está en
vida, es siempre tiempo de convertirse a Dios.
LOARTE
*
* * * *
Escritos falsamente atribuidos a
San Clemente de Roma
La llamada
Segunda epístola de San Clemente a los Corintios no es, como ya hemos dicho,
de San Clemente, y tampoco es en realidad una carta; más bien parece una
homilía, la primera que tenemos. Pero sí es de la época y estilo de los Padres
Apostólicos. Su interés es notable. La divinidad y la humanidad de Cristo se
muestran con toda claridad. La Iglesia es el cuerpo místico de Cristo, esposa
suya y madre de los cristianos; existía, aunque estéril y sin carne, antes de la
creación del sol y de la luna. El bautismo es un sello que se ha de conservar
entero; existe una penitencia para los pecados cometidos después del bautismo, a
la que se exhorta a los cristianos. Las buenas obras son necesarias,
especialmente la limosna, que es el medio principal para conseguir el perdón de
los pecados, aun mejor que el ayuno y la oración.
En cambio, los
escritos que siguen ni siquiera pertenecen a este período. Si los mencionamos
aquí y no en otro lugar es sencillamente para no apartarnos del uso común. Son:
Las dos Cartas
de San Clemente a las vírgenes, que hay que situar hacia la primera mitad
del siglo iii. Se trata en realidad de una sola carta, dividida después en dos, y
es una de las fuentes más antiguas para el conocimiento del ascetismo cristiano
primitivo.
Las Pseudo
clementinas, un largo relato novelado construido alrededor de la figura de
San Clemente. Escrito probablemente en las primeras décadas del siglo IIl,
quedan de él fragmentos considerables, las Homilías y las
Recognitiones; su finalidad es instruir en la fe y dar argumentos que sirvan
para defenderla.
TEXTOS
ANTIGUA HOMILÍA
(Secunda
Clementis)
I. Hermanos, tendríamos que pensar en Jesucristo como
Dios y como Juez de los vivos y los muertos. Y no deberíamos pensar cosas
mediocres de la salvación; porque, cuando pensamos cosas mediocres, esperamos
también recibir cosas mediocres. Y los que escuchan como si se tratara de cosas
mediocres hacen mal; y nosotros también hacemos mal no sabiendo de dónde y por
quién y para qué lugar somos llamados, y cuántas cosas ha sufrido Jesucristo
por causa nuestra. ¿Qué recompensa, pues, le daremos?, o ¿qué fruto digno de
su don hacia nosotros? ¡Y cuántas misericordias le debemos! Porque El nos ha
concedido la luz; nos ha hablado como un padre a sus hijos; nos ha salvado
cuando perecíamos. ¿Qué alabanza le rendiremos?, o ¿qué pago de recompensa
por las cosas que hemos recibido nosotros, que éramos ciegos en nuestro
entendimiento, y rendíamos culto a palos y piedras y oro y plata y bronce,
obras de los hombres; y toda nuestra vida no era otra cosa que muerte? Así
pues, cuando estábamos envueltos en la oscuridad y oprimidos por esta espesa
niebla en nuestra visión, recobramos la vista, poniendo a un lado, por su
voluntad, la nube que nos envolvía. Porque Él tuvo misericordia de nosotros, y
en su compasión nos salvó, habiéndonos visto en mucho error y perdición,
cuando no teníamos esperanza de salvación, excepto la que nos vino de Él.
Porque Él nos llamó cuando aún no éramos, y de nuestro no ser, Él quiso que
fuéramos.
II. Regocíjate, oh estéril. Prorrumpe en
canciones y gritos de júbilo la que nunca estuvo de parto; porque más son los
hijos de la desamparada que los de la que tenía marido. En este: Regocíjate,
oh estéril, la que no daba a luz, hablaba de nosotros; porque nuestra
Iglesia era estéril antes de que se le hubieran dado hijos. Y en lo que dice: Prorrumpe
en canciones y gritos de júbilo la que nunca estuvo de parto, significa
esto: como la mujer que está de parto, no nos cansemos de ofrecer nuestras
oraciones con simplicidad a Dios. Además, en lo que dice: Porque más son
los hijos de la desamparada que los de la que tiene marido, dijo esto porque
nuestro pueblo parecía desamparado y abandonado por Dios, en tanto que ahora,
habiendo creído, hemos pasado a ser más que los que parecían tener Dios. Y
también otro texto dice: No he venido a llamar ajustos, sino a pecadores. Significa
esto: que es justo salvar a los que perecen. Porque es verdaderamente una obra
grande y maravillosa el confirmar y corroborar no a los que están de pie, sino
a los que caen. Así también Cristo ha querido salvar a los que perecen. Y ha
salvado a muchos, viniendo y llamándonos cuando ya estábamos pereciendo.
III.
Vemos, pues, que Él nos concedió una
misericordia muy grande; ante todo, que nosotros los que vivimos no
sacrificamos
a los dioses muertos ni les rendimos culto, sino que por medio de Él
hemos llegado a conocer al Padre de la verdad. ¿Qué otra cosa es este
conocimiento hacia Él, sino el no negar a Aquel por medio del cual le
hemos
conocido? Sí, El mismo dijo: Al que me confesare, yo también le confesaré
delante del Padre. Esta es, pues, nuestra recompensa si verdaderamente
confesamos a Aquel por medio del cual hemos sido salvados. Pero, ¿cuándo le
confesamos? Cuando hacemos lo que Él dijo y no somos desobedientes a sus
mandamientos, y no sólo le honramos con nuestros labios, sino con
todo nuestro corazón y con toda nuestra mente. Ahora bien, El dice también
en Isaías: Este pueblo me honra de labios, pero su corazón está lejos de mí.
IV. Por tanto, no sólo le llamemos Señor, porque
esto no nos salvará; porque Él dijo: No todo el que me llama Señor, Señor,
será salvo, sino el que obra justicia. Así pues, hermanos, confésemosle
en nuestras obras, amándonos unos a otros, no cometiendo adulterio, no diciendo
mal el uno del otro, y no teniendo celos, sino siendo templados, misericordiosos
y bondadosos. Y teniendo sentimientos amistosos los unos hacia los otros, y no
siendo codiciosos. Con estas obras le hemos de confesar, y no con otras. Y no
hemos de tener temor de los hombres, sino de Dios. Por esta causa, si hacéis
estas cosas, el Señor dice: Aunque estéis unidos a mí en mi propio seno,
si no hacéis mis mandamientos, yo os echaré y os diré: Apartaos de mí, no sé
de dónde sois, obradores de iniquidad.
V.
Por tanto, hermanos, prescindamos de nuestra
estancia en este mundo y hagamos la voluntad del que nos ha llamado, y no
tengamos miedo de apartarnos de este mundo. Porque el Señor ha dicho: Seréis
como corderos en medio de lobos. Pero Pedro contestó, y le dijo: ¿Qué
pasa, pues, silos lobos devoran a los corderos? Jesús contestó a Pedro:
Los corderos no tienen por qué temer a los lobos después que han muerto; y
vosotros también, no temáis a los que os matan y no pueden haceros nada más;
sino temed a Aquel que después que habéis muerto tiene poder sobre vuestra
alma y cuerpo para echarlos a la gehena de fuego.
Y sabéis, hermanos, que
la estancia de esta carne en este mundo es despreciable y dura poco, pero la
promesa de Cnsto es grande y maravillosa, a saber, el reposo del reino que sera
y la vida eterna. ¿Qué podemos hacer, pues, para obtenerlos, sino andar en
santidad y jusficia y considerar que estas cosas del mundo son extrañas para
nosotros y no desearlas? Porque cuando deseamos obtener estas cosas nos
descarriamos del camino recto.
VI. Pero el Señor dijo: Nadie puede servir a dos
señores. Si deseamos servir a la vez a Dios y a Mammon, no sacaremos ningún
beneficio: Porque ¿qué ganará un hombre si consigue todo el mundo y pierde
su alma? Ahora bien, esta época y la futura son enemigas. La una habla de
adulterio y contaminación y avaricia y engaños, en tanto que la otra se
despide de estas cosas. Por tanto, no podemos ser amigos de las dos, sino que
hemos de decir adiós a la una y tener amistad con la otra. Consideremos que es
mejor aborrecer las cosas que están aquí, porque son despreciables y duran
poco y perecen, y amar las cosas de allí, que son buenas e imperecederas.
Porque si hacemos la voluntad de Cristo hallaremos descanso; pero si no la
hacemos, nada nos librará del castigo eterno si desobedecemos sus mandamientos.
Y la escritura dice también en Ezequiel: Aunque Noé y Job y Daniel se
levanten, no librarán a sus hijos de la cautividad. Pero si ni aun hombres
tan justos como éstos no pueden con sus actos de justicia librar a sus hijos,
¿con qué confianza nosotros, si no mantenemos nuestro bautismo puro y sin
tacha, entraremos en el reino de Dios? O ¿quién será nuestro abogado, a menos
que se nos halle en posesión de obras santas y justas?
VII. Así pues, hermanos, contendamos, sabiendo que la
contienda está muy cerca y que, aunque muchos acuden a las competiciones, no
todos son galardonados, sino sólo los que se han esforzado en alto grado y
luchado con valentía. Contendamos de modo que todos recibamos el galardón. Por
tanto, corramos en el curso debido la competición incorruptible. Y acudamos a
ella en tropel y esforcémonos, para que podamos recibir también el premio. Y
si no todos podemos recibir la corona, por lo menos acerquémonos a ella tanto
como podamos. Recordemos que los que pugnan en las lides corruptibles, si se
descubre que están pugnando de modo ilegítimo en ellas, primero son azotados,
y luego son eliminados y echados de la competición. ¿Qué pensáis? ¿Qué le
pasará a aquel que ha pugnado de modo corrupto en la competición de la
incorrupción? Porque, con referencia a los que no han guardado el sello, El
dice: Su gusano no morirá, y su fuego no se apagará y serán un ejemplo
para toda carne.
VIII. En tanto que estamos en la tierra, pues,
arrepintámonos, porque somos arcilla en la mano del artesano. Pues de la misma
manera que el alfarero, si está moldeando una vasija y se le deforma o rompe en
las manos, le da forma nuevamente, pero, una vez la ha puesto en el horno
encendido, ya no puede repararla, del mismo modo nosotros, en tanto que estamos
en este mundo, arrepintámonos de todo corazón de las cosas malas que hemos
hecho en la carne, para que podamos ser salvados por el Señor en tanto que hay
oportunidad para el arrepentimiento. Porque una vez hemos partido de este mundo
ya no podemos hacer confesión allí, ni tampoco arrepentimos. Por lo tanto,
hermanos, si hemos hecho la voluntad del Padre, y hemos mantenido pura la carne,
y hemos guardado los mandamientos del Señor, recibiremos la vida eterna. Porque
el Señor dice en el Evangelio: Si no habéis guardado lo que es pequeño, ¿quién
os dará lo que es grande? Porque os digo que el que es fiel en lo poco, es fiel
también en lo mucho. De modo que lo que Él quiere decir es: Mantened la
carne pura y el sello sin mácula, para que podáis recibir la vida.
IX.
Y que nadie entre vosotros diga que esta carne no
va a ser juzgada ni se levanta otra vez. Entended esto: ¿En qué fuisteis
salvados? ¿En qué recobrasteis la vista si no fue en esta carne? Por
tanto
hemos de guardar la carne como un templo de Dios; porque de la misma
manera que
fuisteis llamados en la carne, seréis llamados también en la carne. Si
Cristo
el Señor que nos salvó, siendo primero espíritu, luego se hizo carne, y
en
ella nos llamó, de la misma manera también nosotros recibiremos nuestra
recompensa en esta carne. Por tanto, amémonos los unos a los otros, para
que
podamos entrar en el reino de Dios. En tanto que tenemos tiempo para ser
curados, pongámonos en las manos de Dios, el médico, dándole una
recompensa.
¿Qué recompensa? Arrepentimiento procedente de un corazón sincero.
Porque Él discierne todas las cosas con antelación y sabe lo que hay en
nuestro
corazón. Por tanto démosle eterna alabanza, no sólo con los labios, sino
también con nuestro corazón, para que Él pueda
recibirnos como hijos. Porque el Señor también ha dicho:
Estos son mis
hermanos, los que hacen la voluntad de mi Padre.
X. Por lo tanto, hermanos míos, hagamos la voluntad
del Padre que nos ha llamado, para que podamos vivir; y prosigamos la virtud,
abandonando el vicio como precursor de nuestros pecados, y apartémonos de la
impiedad para que no nos sobrevengan males. Porque si somos diligentes en hacer
bien, la paz irá tras de nosotros. Porque por esta causa le es imposible al
hombre +alcanzar la felicidad+, puesto que invitan a los temores de los hombres,
prefiriendo el goce de este mundo a la promesa de la vida venidera. Porque no
saben cuán gran tormento acarrea el goce de aquí, y el deleite que proporciona
la promesa de lo venidero. Y verdaderamente, si hicieran estas cosas con
respecto a ellos mismos, aún sería tolerable; pero lo que hacen es seguir enseñando
el mal a almas inocentes, no sabiendo que tendrán una condenación doble, la
suya y la de los que los escuchan.
XI. Por tanto sirvamos a Dios con el corazón puro, y
seremos justos; pero si no le servimos, porque no creemos en la promesa de Dios,
seremos unos desgraciados. Porque la palabra de la profecía dice también: Desgraciados
los indecisos, que dudan en su corazón y dicen: Estas cosas ya las hemos oído,
incluso en los días de nuestros padres; con todo, hemos aguardado día tras día
y no hemos visto ninguna. ¡Necios!, comparaos a un árbol; pongamos una vid.
Primero se desprende de las hojas, luego sale un brote, después viene el agraz
y finalmente el racimo maduro. Del mismo modo mi pueblo tuvo turbación y
aflicciones; pero después recibirá las cosas buenas. Por tanto, hermanos míos,
no seamos indecisos, sino suframos con paciencia en esperanza, para que podamos
obtener también nuestra recompensa. Porque fiel es el que prometió pagar
a cada uno la recompensa de sus obras. Si hemos obrado justicia, pues, a los
ojos de Dios, entraremos en su reino y recibiremos las promesas que ningún
oído
oyó, ni ha visto ojo alguno, ni aun han entrado en el corazón del hombre.
XII. Por tanto esperemos el reino de Dios a su sazón,
en amor y justicia, puesto que no sabemos cuál es el día de la aparición de
Dios. Porque el mismo Señor, cuando cierta persona le preguntó cuándo vendría
su reino, contestó: Cuando los dos sean uno, y el de fuera como el de
dentro, y el varón como la hembra, ni varón ni hembra. Ahora bien, los dos
son uno cuando decimos la verdad entre nosotros, y en dos cuerpos habrá sólo
un alma, sin disimulo. Y al decir lo exterior como lo interior quiere
decir esto: lo interior quiere decir el alma, y lo exterior significa el cuerpo.
Por tanto, de la misma manera que aparece el cuerpo, que se manifieste el alma
en sus buenas obras. Y al decir el varón con la hembra, ni varón ni hembra,
significa esto: que un hermano al ver a una hermana no debería pensar en
ella como siendo una mujer, y que una hermana al ver a un hermano no debería
pensar en él como siendo un hombre. Si hacéis estas cosas, dice Él, vendrá
el reino de mi Padre.
XIII. Por tanto, hermanos, arrepintámonos
inmediatamente. Seamos sobrios para lo que es bueno; porque estamos llenos de
locura y maldad. Borremos nuestros pecados anteriores, y arrepintámonos con
toda el alma y seamos salvos. Y que no seamos hallados complaciendo a los
hombres. Ni deseemos agradarnos los unos a los otros solamente, sino también a
los que están fuera, con nuestra justicia, para que el Nombre no sea blasfemado
por causa de nosotros. Porque el Señor ha dicho: Mi nombre es blasfemado en
todas formas entre todos los gentiles; y también: ¡Ay de aquel por razón
del cual mi Nombre es blasfemado! ¿En qué es blasfemado? En que vosotros
no hacéis las cosas que deseo. Porque los gentiles, cuando oyen de nuestra boca
las palabras de Dios, se maravillan de su hermosura y grandeza; pero cuando
descubren que nuestras obras no son dignas de las palabras que decimos,
inmediatamente empiezan a blasfemar, diciendo que es un cuento falaz y un engaño.
Porque cuando oyen que les decimos que Dios dice: ¿Qué clase de
merecimiento es el vuestro, si amáis a los que os aman?; pero sí es un
merecimiento vuestro si amáis a vuestros enemigos y a los que os aborrecen; cuando
oyen estas cosas, digo, se maravillan de su soberana bondad; pero cuando ven que
no sólo no amamos a los que nos aborrecen, sino que ni aun amamos a los que nos
aman, se burlan de nosotros y nos desprecian, y el Nombre es blasfemado.
XIV. Por tanto, hermanos, si hacemos la voluntad de
Dios nuestro Padre, seremos de la primera Iglesia, que es espiritual, que fue
creada antes que el sol y la luna; pero si no hacemos la voluntad del Señor,
seremos como la escritura que dice: Mi casa ha sido hecha cueva de ladrones. Por
tanto, prefiramos ser de la Iglesia de la vida, para que seamos salvados. Y no
creo que ignoréis que la Iglesia viva es el cuerpo de Cristo; porque la
Escritura dice: Dios hizo al hombre, varón y hembra. El varón es
Cristo
y la hembra es la Iglesia. Y los libros y los apóstoles declaran de modo
inequívoco
que la Iglesia no sólo existe ahora por primera vez, sino que ha sido
desde el
principio: porque era espiritual, como nuestro Jesús era también
espiritual,
pero fue manifestada en los últimos días para que Él pueda salvarnos.
Ahora
bien, siendo la Iglesia espiritual, fue manifestada en la carne de
Cristo, con
lo cual nos mostró que, si alguno de nosotros la guarda en la carne y no
la
contamina, la recibirá de nuevo en el Espíritu Santo; porque esta carne
es la
contrapartida y copia del espíritu. Ningún hombre que haya contaminado
la
copia, pues, recibirá el original como porción suya. Esto es, pues, lo
que Él quiere decir, hermanos: Guardad la carne para que podáis
participar del
espíritu. Pero si decimos que la carne es la Iglesia y el espíritu es
Cristo,
entonces el que haya obrado de modo inexcusable con la carne ha obrado
de modo
inexcusable con la Iglesia. Este, pues, no participará del espíritu, que
es
Cristo. Tan excelente es la vida y la inmortalidad que esta carne puede
recibir
como su porción si el Espíritu Santo va unido a ella. Nadie puede
declarar o
decir las cosas que el Señor tiene preparadas para sus elegidos.
XV.
Ahora bien, no creo que haya dado ningún
consejo despreciable respecto a la continencia, y todo el que lo ponga por obra
no se arrepentirá del mismo, sino que le salvará a él y a mí, su consejero.
Porque es una gran recompensa el convenir a un alma extraviada y a punto de
perecer, para que pueda ser salvada. Porque ésta es la recompensa que podemos
dar a Dios, que nos ha creado, si el que habla y escucha,
a su vez habla y escucha con fe y amor. Por tanto permanezcamos en las cosas que
creemos, en la justicia y la santidad, para que podamos con confianza pedir a
Dios que dice: Cuando aún estás hablando, he aquí Yo estoy contigo. Porque
estas palabras son la garantía de una gran promesa: porque el Señor dice de sí
mismo que está más dispuesto a dar que el que pide a pedir. Viendo, pues, que
somos participantes de una bondad tan grande, no andemos remisos en obtener
tantas cosas buenas. Porque así como es grande el plaçer que proporcionan
estas palabras a los que las ejecutan, así será la condenación que acarrean
sobre sí mismos los que han sido desobedientes.
XVI. Por tanto, hermanos, siendo así que la
oportunidad que hemos tenido para el arrepentimiento no ha sido pequeña, puesto
que tenemos tiempo para ello, volvámonos a Dios que nos ha llamado, entretanto
que tenemos a Uno que nos reciba. Porque si nos desprendemos de estos goces y
vencemos nuestra alma, rehusando dar satisfacción a sus concupiscencias,
seremos partícipes de la misericordia de Jesús. Porque sabéis que el día del
juicio está acercándose, como un horno encendido, y los poderes de los
cielos se disolverán, y toda la tierra se derretirá como plomo en el
fuego, y entonces se descubrirá el secreto y las obras ocultas de los hombres.
El dar limosna es, pues, una cosa buena, como el arrepentirse del pecado. El
ayuno es mejor que la oración, pero el dar limosna mejor que estos dos. Y el
amor cubrirá multitud de pecados, pero la oración hecha en buena
conciencia libra de la muerte. Bienaventurado el hombre que tenga abundancia de
ellas. Porque el dar limosna quita la carga del pecado.
XVII. Arrepintámonos, pues, de todo corazón, para
que ninguno de nosotros perezca por el camino. Porque si hemos recibido
mandamiento de que debemos también ocuparnos de esto, apartar a los hombre de
sus ídolos e instruirlos, ¡cuánto peor es que un alma que conoce ya a Dios
perezca! Por tanto, ayudémonos los unos a los otros, de modo que podamos guiar
al débil hacia arriba, como abrazando lo que es bueno, a fin de que todos
podamos ser salvados; y convirtámonos y amonestémonos unos a otros. Y no
intentemos prestar atención y creer sólo ahora, cuando nos están amonestando
los presbíteros; sino que también, cuando hayamos partido para casa,
recordemos los mandamientos del Señor y no permitamos ser arrastrados por otro
camino por nuestros deseos mundanos; asimismo, vengamos aquí con más
frecuencia, y esforcémonos en progresar en los mandamientos del Señor, para
que, unánimes, podamos ser reunidos para vida. Porque el Señor ha dicho: Vengo
para congregar a todas las naciones, tribus y lenguas. Al decir esto habla
del día de su aparición, cuando vendrá a redimirnos, a cada uno según sus
obras. Y los no creyentes verán su gloria y su poder, y se quedarán
asombrados al ver el reino del mundo entregado a Jesús, y dirán: Ay de
nosotros, porque Tú eras, y nosotros no te conocimos y no creímos en Ti; y no
obedecimos a los presbíteros cuando nos hablaban de nuestra salvación. Y su
gusano no morirá, y su fuego no se apagará, y serán hechos un ejemplo para
toda carne. Está hablando del día del juicio, cuando los hombres verán a
aquellos que, entre vosotros, han vivido vidas impías y han puesto por obra
falsamente los mandamientos de Jesucristo. Pero los justos, habiendo obrado bien
y sufrido tormentos y aborrecido los placeres del alma, cuando contemplen a los
que han obrado mal y negado a Jesús con sus palabras y con sus hechos, cuando
sean castigados con penosos tormentos en un fuego inextinguible, darán gloria a
Dios, diciendo: Habrá esperanza para aquel que ha servido a Dios de todo corazón.
XVIII. Por tanto seamos hallados entre los que dan
gracias, entre los que han servido a Dios, y no entre los impíos que son
juzgados. Porque yo también, siendo un pecador extremo y aún no libre de la
tentación, sino en medio de las añagazas del diablo, procuro con diligencia
seguir la justicia, para poder prevalecer consiguiendo llegar por lo menos cerca
de ella, en tanto que temo el juicio venidero.
XIX. Por tanto, hermanos y hermanas, después de haber
oído al Dios de verdad, os leo una exhortación a fin de que podáis prestar
atención a las cosas que están escritas, para que podáis salvaros a vosotros
mismos y al que lee en medio de vosotros. Porque os pido como una recompensa,
que os arrepintáis de todo corazón y os procuréis la salvación y la vida.
Porque al hacer esto estableceremos un objetivo para todos los jóvenes que
desean esforzarse en la prosecución de la piedad y la bondad de Dios. Y no nos
desanimemos y aflijamos, siendo como somos necios, cuando alguien nos aconseje
que nos volvamos de la injusticia hacia la justicia. Porque a veces, cuando
obramos mal, no nos damos cuenta de ello, por causa de la indecisión e
incredulidad que hay en nuestros pechos, y nuestro entendimiento es
enturbiado por nuestras vanas concupiscencias. Por tanto pongamos en práctica
la justicia, para que podamos ser salvos hasta el fin. Bienaventurados los que
obedecen estas ordenanzas. Aunque tengan que sufrir aflicción durante un tiempo
breve en el mundo, recogerán el fruto inmortal de la resurrección. Por tanto,
que no se aflija el que es piadoso si es desgraciado en los días presentes,
pues le esperan tiempos de bienaventuranza. Volverá a vivir en el cielo con los
padres y se regocijará durante toda una eternidad sin penas.
XX. Y no permitas tampoco que esto turbe tu mente, que
vemos que los impíos poseen riquezas, y los siervos de Dios sufren estrecheces.
Tengamos fe, hermanos y hermanas. Estamos militando en las filas de un Dios
vivo; y recibimos entrenamiento en la vida presente, para que podamos ser
coronados en la futura. Ningún justo ha recogido el fruto rápidamente, sino
que ha esperado que le llegue. Porque si Dios hubiera dado la recompensa de los
justos inmediatamente, entonces nuestro entrenamiento habría sido un pago
contante y sonante, no un entrenamiento en la piedad; porque no habríamos sido
justos yendo en pos de lo que es piadoso, sino de las ganancias. Y por esta
causa el juicio divino alcanza al espíritu que no es justo, y lo llena de
cadenas.
Al único Dios invisible, Padre de la verdad, que nos envió
al Salvador y Príncipe de la inmortalidad, por medio del cual Dios también nos
hizo manifiesta la verdad y la vida celestial, a Él sea
la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
Fuente: Los Padres Apostólicos,
por J. B. Lightfoot.
Editorial CLIE www.clie.es
Editorial CLIE www.clie.es
Cumplir
la Voluntad de Dios
(Secunda
Clementis, 11, 1—IV, 5; VIl, 1—lX, 11)
Alégrate,
estéril, la que no das a luz; rompe a gritar, la que no sufres dolores de
parto, porque son más numerosos los hijos de la solitaria que los de la que
tiene marido (ls 54, 1; Gal 4, 27). Al decir: alégrate, estéril, la que no das
a luz, mencionaba a nosotros: pues nuestra Iglesia era estéril antes de que le
fueran dados hijos. Al decir: grita, la que no sufres de parto, dice que
presentemos sencillamente nuestras oraciones ante Dios para que no
desfallezcamos como las que sufren dolores de parto. Al decir: porque son más
los hijos de la solitaria que los de la que tiene marido, [daba a entender que]
nuestro pueblo parecía un desierto lejos de Dios, pero ahora, al creer, hemos
llegado a ser más numerosos que los que creían tener Dios. Otra Escritura dice
que no vino a llamar a los justos, sino a los pecadores (Mt 9, 13). Esto
significa que es necesario salvar a los que se pierden. Pues lo grande y
admirable no es sostener lo que está en pie, sino lo que se cae. Cristo quiso
salvar lo que se perdía y salvó a muchos, pues vino y nos llamó cuando ya nos
estábamos perdiendo.
Habiendo
tenido con nosotros tal misericordia, ante todo porque nosotros, los que
vivimos, no ofrecemos sacrificios a dioses muertos, ni los adoramos, sino que
hemos conocido al Padre de la verdad, ¿qué conocimiento nos conducirá a Él,
sino el no negar a Aquél por medio del cual le hemos conocido? Él mismo dice:
al que me confiese delante de los hombres, Yo también lo confesaré delante de
mi Padre (cfr. Mt 10, 32; Lc 12, 8). Ésta es nuestra recompensa, si confesamos
a Aquél por medio del cual hemos sido salvados. ¿Y cómo podemos confesarle?
Haciendo lo que dice, no desobedeciendo sus preceptos y honrándolo no sólo con
los labios, sino con todo el corazón y con toda la mente. Dice también en
Isaías: este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está muy lejos
de mi (Is 29, 13).
Por
tanto, no nos limitemos a llamarlo Señor, pues esto no nos salvará. Dice, en
efecto: no todo el que me diga: «Señor, Señor», se salvará, sino el que
obre la justicia (cfr. Mt 7, 21). Así pues, hermanos, confesémosle con las
obras, amándonos mutuamente, no cometiendo adulterio y sin murmurar ni
envidiarse los unos a los otros, sino siendo continentes, misericordiosos y
buenos. Debemos compadecernos mutuamente y no ser avaros. Confesémosle con
estas obras y no con las contrarias. No es necesario temer demasiado a los
hombres, sino a Dios. Por ello, si vosotros obráis tales cosas, el Señor dijo:
aunque estéis reunidos conmigo en mi seno, si no cumples mis mandamientos, os
rechazaré y os diré: «Apartaos de mí, no os conozco, ni sé de dónde sois,
obradores de iniquidad» (cfr. Lc 13, 25-27; Mt 7, 23) (...).
Hermanos,
luchemos sabiendo que el combate está en nuestras manos y que muchos navegan en
los combates corruptibles, pero no todos son coronados a no ser que se hayan
esforzado mucho y hayan luchado bien. Así pues, luchemos para que todos seamos
coronados. Corramos al camino recto, al combate incorruptible; naveguemos muchos
hacia él y combatamos para ser también coronados. Y si todos no podemos ser
coronados, lleguemos siquiera a estar cerca de la corona. Necesitamos saber que
el combatiente en una lucha corruptible, si viola las reglas del combate, tras
ser azotado es excluido y expulsado del estadio. ¿Qué os parece? "Qué
sufrirá quien viole las reglas del combate de la incorruptibilidad? Pues de los
que no guardan el sello 1 se dice que su gusano
no morirá, su fuego no se extinguirá y serán un espectáculo para toda carne
(Is 66, 24).
Por
tanto, mientras estemos en la tierra, arrepintámonos. Somos barro en las manos
del Artífice. Como el alfarero, cuando modela un vaso y éste se tuerce o se
rompe en sus manos, lo vuelve a modelar de nuevo, pero, si ya lo ha echado al
horno de fuego, ya no lo puede arreglar, así también nosotros: mientras
estemos en este mundo, arrepintámonos de todo corazón de todas las maldades
que cometimos en la carne, para ser salvados por el Señor mientras hay tiempo
de conversión. Después de salir de este mundo, ya no le podremos confesar ni
convertirnos. Hermanos, alcanzaremos la vida eterna haciendo la Voluntad del
Padre, guardando pura la carne y observando los mandamientos del Señor. Pues
dice el Señor en el Evangelio: si no guardasteis lo pequeño, ¿quién os dará
lo grande? Pues os digo que el fiel en lo pequeño es también fiel en lo mucho
(cfr. Lc 16, 10-12). Viene pues, a decir: guardad pura la carne e inmaculado el
sello para recibir la vida eterna.
No
diga ninguno de vosotros que esta carne no es juzgada ni resucita. Sabed:
¿cómo fuisteis salvados, cómo volvisteis a ver, si no fue cuando estabais en
esta carne? Así pues, es necesario que guardemos la carne como templo de Dios.
Pues de la misma manera que fuisteis llamados en la carne, iréis [al Reino de
Dios] en la carne. Si Cristo, el Señor, el que nos salvó, siendo primeramente
Espíritu 2 se hizo carne y nos llamó de esta manera, así también nosotros
recibiremos la recompensa en la carne. Por tanto, amémonos los unos a los otros
para que todos lleguemos al Reino de Dios. Mientras tengamos tiempo de ser
curados, entreguémonos al Dios que nos sana, dándole lo que merece: el
arrepentimiento de sincero corazón. Él conoce de antemano todas las cosas y
sabe lo que hay en nuestro corazón. Tributémosle, pues, alabanza no sólo con
la boca, sino también con el corazón, para que nos acoja como a hijos. Pues el
Señor dijo también: mis hermanos son los que hacen la voluntad de mi Padre
(cfr. Mt 12 50;Lc8,21;Mc3,35).
........................
1.
El «sello» es el carácter indeleble recibido en el Bautismo, que distingue al
cristiano de quien no lo es. «Guardar el sello» significa ser fiel a las
exigencias de la vocación cristiana.
2.
Dice que Cristo era antes «Espiritu» para afirmar su preexistencia eterna como
Verbo en el seno de Dios: no es que lo confunda con el Espiritu Santo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Procura comentar con libertad y con respeto. Este blog es gratuito, no hacemos publicidad y está puesto totalmente a vuestra disposición. Pero pedimos todo el respeto del mundo a todo el mundo. Gracias.