miércoles, 24 de agosto de 2016

FORTALEZA, I. FILOSOFIA.

Etimología y acepciones. El vocablo f. deriva del latín f ortis, fuerte, que abarca tanto el concepto de fuerza física como. el de fuerza o energía de ánimo. La fuerza, que no ha de confundirse con la violencia (v.), es la potencialidad activa de un ser e implica para éste una perfección, y así como por la primera el hombre supera y rechaza los ataques corporales, por la segunda soporta y repele las más grandes dificultades que se oponen a la realización moral del bien según el orden de la razón.
      Desde el punto de vista de la filosofía moral, deben distinguirse dos acepciones del término f.: a) Como una condición o modo general de toda virtud que debe, por ende, acompañar siempre a todos los hábitos morales para que sean auténticamente tales. Ello resulta de que uno de los requisitos de la virtud en general reside en que se obre de modo «firme y estable», como indica ya Aristóteles en el libro II de la Ética a Nicómaco. El otro requisito de un acto virtuoso es que sea voluntario; pero habida cuenta de que este carácter puede estar presente en simples actos aislados que no están enraizados en una auténtica virtud, resulta que la firmeza y estabilidad de ánimo representa lo que más estrictamente especifica a toda virtud en lo que esencialmente es: hábito o disposición moral estable que capacita para obrar bien. En esta acepción, pues, f. equivale a firmeza de ánimo en general, presente en todas las virtudes, independientemente de la materia o sujeto propio de cada una de ellas. b) Como virtud especial, con una materia propia y determinada. En esta acepción la f. se cuenta como una de las cuatro clásicas virtudes cardinales y se distingue específicamente de las otras tres, prudencia (v.), justicia (v.) y templanza (v.). De la f. en este sentido estricto corresponde tratar aquí, y no de su sentido lato expuesto en la primera acepción.
      Definición. La f. es la virtud (v.) cardinal que tiene por sujeto al apetito (v.) irascible en cuanto subordinado a la razón, y por fin remover los impedimentos provenientes de las pasiones (v.) de temor o de temeridad, para que la voluntad no deje de seguir los dictados de la recta razón frente a peligros graves o grandes males corporales. Que la f. es una virtud cardinal ya se, ha explicado más arriba, pero es muy importante determinar el lugar que ocupa en el conjunto de las cuatro virtudes cardinales. Es función esencial de toda virtud ordenar al bien, de donde resulta que tanto más principal y mejor será una virtud cuanto más, y más directamente, ordene al hombre al bien. En el orden moral natural hay dos virtudes que son constitutivas del bien, la prudencia y la justicia, y, por ende, más importantes que las otras dos, la f. y la templanza, que son sólo conservativas de ese bien en cuanto liberan al hombre de todo aquello que pueda apartarlo de él. Además, las dos primeras tienen como sujeto, al que perfeccionan, a las dos facultades más nobles y específicamente humanas, la razón práctica y la voluntad, respectivamente, en tanto las dos segundas se refieren a las pasiones que radican en los apetitos sensibles. De estas dos, la f. ocupa el primer lugar, porque el temor a los peligros graves es mucho más fuerte y eficaz para apartar al hombre del bien que la atracción de la concupiscencia. Es más difícil y arduo vencer el temor intenso que apartarse de un placer sensible. De aquí que la f. ocupe el tercer lugar.
      El sujeto o materia de la f. no es el apetito irascible en sí mismo, de orden corporal y sensible, porque en este ámbito no se da la virtud que es algo propio de la razón; es el mencionado apetito en cuanto subordinado a la razón, porque, en el hombre, las tendencias sensibles son racionales por participación en tanto ordenadas a obedecer a aquélla. Pero como el apetito sensible tiene tendencias que no siempre se conforman naturalmente a la razón, se requiere en él una cierta disposición estable que le haga obedecer fácil y prontamente a los dictámenes de aquélla. Sólo en este sentido se da propiamente virtud en el apetito irascible.
      El objeto sobre que recae la f. es doble: a) el temor, que provoca un retraimiento frente al mal que amenaza; b) la audacia, que inclina a atacar ese mal. Ambas reacciones afectivas se producen frente a peligros graves o a grandes males corporales. La función de la f. consiste en no ceder al temor, superando su efecto inhibitorio y en moderar la agresividad propia de la audacia.
      Por último, el fin de la f. consiste en remover los impedimentos que se han señalado anteriormente para permitir a la voluntad seguir fielmente los dictados de la recta razón, que es el criterio, norma y medida del bien obrar. El fin de la f. no consiste principalmente en el mero superar el temor y moderar la audacia, sino en realizar esas funciones en razón de y para obrar el bien, en dejar expedito el camino para que el hombre pueda obrar según la recta razón. La esencia de la virtud no está en vencer dificultades, sino en obrar el bien, en hacer que el hombre obre según la razón, fácil y espontáneamente en cada acto concreto. Por eso S. Tomás llama a la f. fortitudo mentis, que consiste fundamentalmente en una actividad fortísima del alma en su adhesión firme y constante al bien (Sum. Th. 2-2 g123 al y a6 ad2). De aquí que se den, muchas veces, actos exteriores de f. que, sin embargo, no provienen de una auténtica virtud de f. Esto puede ocurrir: a) cuando alguien ignora la magnitud de un peligro o, conociéndola, confía en que lo vencerá porque ya lo ha vencido otras veces o porque posee conocimientos o instrumentos especiales que le permiten superar el peligro cómoda y seguramente. En tales supuestos falta la razón de f. porque se afronta una situación difícil como si no lo fuera; b) cuando alguien obra incontroladamente bajo el impulso de una pasión, como la ira, en cuyo caso está ausente la dirección racional del juicio prudencial; c) cuando alguien realiza un acto por elección consciente, pero guiado no por un fin legítimo y valioso, sino sólo para lograr bienes puramente temporales o evitar incomodidades, p. ej., adquirir fama o dinero, o alejar aflicciones o daños. En este supuesto falta la necesaria ordenación y firme adhesión al bien, en tanto que tal, y en última instancia al Sumo Bien.
      Los actos propios de la fortaleza. El objeto de las reacciones sensitivo-afectivas del temor y la audacia es el peligro. Frente a éste, la función de la f. consiste en reprimir el temor, superando su efecto inhibidor de la realización del bien indicado por la razón, y moderar la audacia, haciendo que el ataque al mal que amenaza guarde proporción con las circunstancias. De aquí que los actos propios de la f. sean el resistir y el atacar. Pareciera que el principal de ambos fuera el atacar porque guarda mayor similitud con el concepto de fuerza y potencialidad activa que surge de las acepciones y etimología del vocablo f. No es así, sin embargo, porque es mucho más difícil reprimir el temor que moderar la audacia, en razón de que el peligro, objeto de ambos, lleva, por sí mismo, a aumentar el temor y a reprimir la audacia. De aquí que el acto principal de la f. sea el resistir. S. Tomás (Sum. Th. 2-2 g123 a6 adl) expone tres razones al respecto: 1) el que resiste aparece agredido por algo que, en principio, puede reputarse más fuerte que él, mientras que el que ataca obra él a manera de más fuerte, y es más difícil luchar con el más fuerte que con el más débil; 2) el que resiste experimenta actualmente la presencia del peligro, en tanto que el que ataca lo hace bajo la razón de peligro futuro, y es más difícil permanecer inmutable frente al peligro presente que ante el futuro; 3) el resistir implica tiempo prolongado, mientras que el ataque puede ocurrir con movimiento súbito, y es más arduo permanecer firme mucho tiempo ante un mal que agredirlo en forma repentina.
      Para las virtudes anexas y vicios opuestos, v. II. V. t.: VIRTUDES; VICIO.
     
     
BIBL.: Fuentes: ARISTÓTELES, Ética a Nicómaco, 2 ed. México 1961, 73; S. TOMÁS DE AQUINO, Sum. Th. 1-2 q61; 2-2 gl23-140; ÍD, De Virtutibus in communi, ql a4; ÍD, De Virtutibus Cardinalibus, ql.-Estudios: J. PIEPER, justicia y Fortaleza, Madrid 1968; D. M. PRÜMMER, Manualis Theologiae Moralis, 10 ed. Barcelona 1945; R. P. SERTILLANGEs, La philosophie morale de St. Thomas D'Aquin, París 1946; R. SIMON, Moral, en Curso de Filosofía tomista, Barcelona 1968, 363-366,377-382; y los tratados generales de Ética (v.).

ABELARDO F. ROSSI.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991

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