lunes, 22 de agosto de 2016

FORMAS DE LA REVELACIÓN

Desde el punto de vista histórico-religioso la revelación presenta una variada morfología que permite al hombre establecer una relación con el Trascendente que sale de su silencio anónimo. La revelación da forma a una peripecia que transforma la vida del hombre y su autocomprensión. Las religiones primitivas manifiestan la inmediatez del concepto de revelación con la realidad de la vida, lo mismo que asumen la creación del mundo como forma de revelación de lo sagrado. La fenomenología de la religión (van Baaren, G. Widengren...) dibuja de este cuadro una tipología de la revelación con cinco rasgos peculiares : a) un autor (que puede ser Dios o cualquier forma de lo Sagrado); b) un instrumento (planta, lugares y espacios sagrados, visiones, éxtasis, - palabras): c) un contenido (que se refiere a la existencia o a la voluntad de la divinidad, a una norma moral); d) un destinatario a quien se le confía la tarea de la mediación (profeta, rey, chamán, adivino); e) el efecto sobre el destinatario, que modifica su existencia a partir de la relación con la revelación. Este cuadro tipológico recoge formas diferentes: desde la revelación mítica que se caracteriza por una atemporalidad que precede a la historia, hasta la revelación que convierte a la historia en lugar de la teofanía; desde una revelación interpersonal, presente en las religiones primitivas como experiencia de una potencia original (mana, manitú...), en la experiencia religiosa de la alteridad de lo Sagrado, caracterizada por el tremendum et numinosum (R, Otto), hasta las formas de hierofanía que muestran la diversidad del mundo natural (M. Eliade), y hasta la revelación personal de Dios (religiones monoteístas). La revelación bíblica presenta analogías para un análisis fenomenológico, sobre todo cuando una revelación ofrece al hombre un contenido escondido.
Una forma de revelación se refiere a la predicción del futuro a través de la consulta del oráculo (Jos 7,14-15). Pero especialmente la interpretación de los sueños adquiere su propio valor (Gn 37 5ss; 41,lss), ya que el anuncio del futuro se hace prescindiendo de la intervención del interesado. Por eso se le atribuía a los lugares, especialmente a los santuarios, un significado importante (1 Re3,4ss).
A estas dos formas hay que añadir la palabra profética, capaz de indagar el futuro en relación con el señorío de Dios sobre el futuro. Otra forma de revelación es el signo, una prueba capaz de legitimar una misión divina (Éx 4).
Más allá de ciertas semejanzas, la revelación bíblica se caracteriza por su morfología particular. La estructura fundamental de la revelación del Antiguo Testamento es la autocomunicación de Dios que se dirige a la libertad responsorial del hombre. Este acontecimiento fundador da paso a la experiencia innovadora del conocimiento del nombre y del rostro que se advierte en las fórmulas de autopresentación (Yo soy Yahveh) y de reconocimiento (Vosotros conoceréis que y o soy Yahveh), cuyo contenido es el mismo Yahveh (Éx 3,14 y 6,2ss).
En este sentido, palabra de Dios (dabar) se convierte en la fórmula que expresa una forma característica de la revelación: desde la creación que narra la aventura de la palabra de Dios («y dijo Dios"), hasta la palabra interpersonal que interpela a los patriarcas; desde la  experiencia del éxodo, cuya palabra de salvación y de liberación se concreta en las «diez palabras" de la alianza, que definen el estatuto del pueblo nuevo (Éx19,5), hasta la palabra profética, a través de la cual Dios entra en la vida del profeta transformándolo para que cambie la experiencia negativa del pueblo, y finalmente hasta la Palabra hecha carne. Jesús, el Logos, es el revelador definitivo de Dios (Heb 1,1).
De esta manera, el Nuevo Testamento lo presenta como proclamador que anuncia la novedad del Reino a través de las parábolas, pero sobre todo a través de la «palabra de la cruz" que desmiente toda concepción errada de Dios. Otra forma de la revelación es la autodemostración, histórica de Dios (W Pannenberg).
La «revelación como historia"  muestra que puede conocerse a Dios en los acontecimientos históricos que señalan el ser de Dios como ser para el hombre. Lo mismo que en el Antiguo Testamento Dios se caracterizaba por sus intervenciones desde el éxodo hasta el destierro, así también en el Nuevo Testamento Jesucristo es el signo de la historicidad desconcertante de la autorrevelación de Dios. En Jesús no sólo está presente el anuncio del futuro escatológico de Dios, sino que él es en su concreción histórica la realización del anuncio de la salvación. Su praxis y sus milagros demuestran la historicidad de Dios que se compromete en la historia del hombre. La forma cristiana de la revelación puede observarse entonces en aquellos « acontecimientos y palabras íntimamente unidos" (DV 2) que encuentran en Jesús su síntesis perfecta.
 C Dotolo

 Bibl.: H, Fñes, La revelación, en MS, 1, 267 339; R. Fisichella, La revelación: evento y credibilidad, Sígueme, Salamanca 1989; W Pannenberg, La revelación como historia, Sígueme, Salamanca 1977; 5. Pié-Ninot. Tratado de teologia fundamental, Salamanca 21991; M. Eliade, Tratado de historia de las religiones, 2 vols., Crístiandad, Madríd 1974; R. Fisichella, Introducción a la teología fundamental, Verbo Divíno, Estella 1994,

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