SUMARIO
I.
Concepto homérico del artista
II.
La cuádruple locura divina de Platón y el arte como primer acto cognoscitivo y
humano en Aristóteles
III. La concepción bíblica de Dios como artista absoluto
III. La concepción bíblica de Dios como artista absoluto
IV.
El artista en el pensamiento de los Padres de la Iglesia
V.
El artista desde san Francisco a Leonardo
VI.
Concepto moderno del arte
VII.
Le responsabilidad del artista
VIII.
El artista, ¿un carismático eclesial?
Artista,
del latín ars, artis (artista, del lat. medieval), es el hombre que
ejercita las bellas artes, a las que sería mejor llamar artes de lo bello
(poesía, música, teatro, danza, artes figurativas, etc.), porque realizan la
belleza y sus fines espirituales y estéticos, a diferencia de las otras artes,
"liberales" y "no liberales" o "serviles", que se
fijan fines de utilidad práctica, técnica, artesana y productiva. Las primeras
definiciones que del artista aparecen en la historia se relacionan con sus
oficios "sagrados" de intérprete
de los destinos de la humanidad. Platón, a quien debemos el primer tratado
orgánico sobre el problema del arte y de lo bello, no vacila en definir al
artista como "hombre de Dios", no sin cierta cautela irónica y
critica en diálogos como Yon (X, 545x), pero luego con pleno convencimiento
filosófico. La antigua deünición teológica atraviesa, con diversa fortuna,
la historia del pensamiento, para volver a emerger en la filosofía romántica,
particularmente en el pensamiento de Schelling, y terminar hoy con Martín
Heidegger, según el cual sólo el arte consigue romper el silencio del ser y
comunicarnos el sentido de nuestra existencia en el mundo.
I.
Concepto homérico del artista
La
posición privilegiada de quien ejercita el arte del canto está clara en la
reflexión homérica. Cuando Ulises, vuelto a su "pedregosa Itaca",
hace una carnicería entre los pretendientes, se ve obligado a detenerse ante el
cantor Femio, que le recuerda:
"Me
he instruido a mí mismo y un dios ha puesto todos los cantos en mi
ánimo. A ti mismo quiero cantarte como a un dios. ¿Querrás aún ensangrentar
tu mano en mi canto?" (Odisea, XXII).
El
cantor homérico era sagrado para los dioses. Se sentía llamado a juzgar a los
hombres que iba conociendo en el ejercicio de su misión poética. No todos los
loadores de empresas divinas y humanas eran, como Femio, cantores estables de
corte. El mismo Homero, según la leyenda, era cantor viajero. Era el
"forastero" en el que podía ocultarse un dios. Uno de los
pretendientes, también él narrador en primera persona y en cierto modo aedo,
dirá de Ulises: "Quién sabe si el forastero no era un dios que, bajo tal
aspecto, anda por el mundo para observar los abusos y los actos de justicia de
los hombres". El cantor comenzaba con una invocación a la divinidad
inspiradora ("Cántame, oh diosa", Iliada, I, 1), uso
"litúrgico" que se conserva todavía hoy, por ejemplo, en el teatro
de sombras, en la India, y en el de marionetas, en Japón, donde al principio
del espectáculo tiene lugar una breve ceremonia de propiciación religiosa.
El
carácter sacro del arte del canto tenia su origen en el hecho de que las desventuras
eran confiadas por los dioses a la inspiración y a las nobles fatigas de los
poetas y artistas. Cuando Ulises llora, Alcinoo le explica:
"Di
por qué lloras al escuchar el infausto destino de los teucros y de los argivos.
Mira, los mismos dioses hicieron estas cosas y quisieron la muerte de tantos
guerreros, para que los cantaran en las edades futuras" (Odisea, viii).
Todo
se resolverá, pues, en la gloria del canto. En la línea de Homero podría
explicarse así el inmenso relieve que en la historia de la humanidad y del arte
se ha atribuido ala cualidad trágica, a los grandes conflictos públicos y
privados, y a los misterios del dolor, desde la oscura fatalidad que envolvía
las escenas griegas a la cruz que, a partir de san Francisco de Asís, habría
de constituir el centro de la espiritualidad cristiana. La idea homérica, si
bien secularizada, pervive aún con vigor, dada la preeminencia que lo trágico,
la desventura y la negatividad disolvente tienen hoy en la actividad poética,
narrativa, teatral, cinematográfica y artística, y sobre todo en la actividad
del periodista, que ha asumido la tarea del antiguo rapsoda y cantor de
desgracias.
II.
La cuádruple locura divina en Platón y el arte como primer acto cognoscitivo y
humano en Aristóteles
Si
en su diálogo Yon Platón habla ridiculizado al rapsoda inficionado de
Homero y de sagrado furor poético pero incapaz de comprender las palabras y las
cosas que celebraba con su canto, en los diálogos sucesivos, particularmente en
Fedro, no sólo se desinteresa de distinguir la filosofía de la poesía, sino
que asigna a ambas el mismo origen y naturaleza divinos, junto a la mística y
la profecía. "Hay dos especies de locura -escribe-: una causada por
enfermedades propiamente humanas; la otra, originada por una alteración del
estado normal del hombre, provocada por la divinidad". En otros términos,
los hombres se distinguen en "psicópatas" y en teópatas . El
artista, el poeta, es un teópata, como el místico, el profeta y el filósofo.
Esta cuádruple locura divina es concedida a los hombres para que se purifiquen
y se liberen de los males del mundo. En efecto, "en todo el que estaba
poseído de locura de un modo justo y excitado por un furor divino se realizaba
la liberación de todo mal" (Fedro, 245, a ls). Más que desventuras
debidas a "enfermedades oscuras y a maldiciones ancestrales", lo que
los dioses envían es la "locura" purificadora y sonadora. He aquí ya
el concepto de la función purificadora, catártica, del arte, desarrollada en
la psicodramaturgia de Aristóteles; y he aquí en germen las estéticas
neoplatónicas, románticas e idealistas del arte como "revelador" del
Uno, del Espíritu y del Ser. Así también aparece la distinción entre poesía
y técnica; entre poesía y habilidad literaria, retórica y sofistica; entre
poesía y economía, usos prácticos y utilitarios de los medios artísticos;
distinciones que, junto con otras, serán desarrolladas por Benedetto Croce.
"El que sin la santa locura de las musas se dirige al alcázar soberano de
la poesía, convencido de que puede ser poeta a fuerza de habilidad técnica,
caerá en la inconsistencia, él y su presunta poesía, frente a la poesía de
los divinamente locos" (Fedro, 245, a 5). Platón termina el diálogo con
una oración, en la que se identifican espiritualidad y belleza interior del
hombre.
Aristóteles
introduce un método más científico en el análisis del fenómeno poético,
cuyo origen atribuye a "dos causas, ambas naturales. En efecto, es propio
de la naturaleza humana desde la infancia, el instinto de imitación y el que
disfruten todos de sus productos, y el hombre difiere especialmente de los
animales porque sabe imitar más y procurarse con tal medio los primeros
conocimientos" (Poética, IV, 1448 b 5). Así se aparta el hombre de la
común matriz natural y de la animalidad gracias a las virtudes del arte,
mediante las cuales va introduciéndose en el conocimiento de la realidad y
posesionándose de ella. La catarsis psicodramatúrgica confirma la liberación
que el hombre consigue con el arte desde su aparición en el mundo.
III.
La concepción bíblica de Dios como
artista absoluto
En
la Biblia, el poeta y el cantor quedan absorbidos en el profeta, en el caudillo
y en el pueblo de Dios. El pueblo de Israel canta y danza apenas se ha liberado
de Egipto. Toca y canta David. Los libros sapienciales, desde Job al Cantar de
los Cantares, desde los salmos a las profecías, son en su mayor parte cantos.
Cantores y músicos profesionales servían en el templo. Poesía y música
funcionan como oración, mucho más que en el ideal platónico y griego. El
artista bíblico es esencialmente un hombre de oración, sometido en todo a la
Palabra de Yahvé, que es el verdadero Autor, el Poeta absoluto. El crea de la
nada las cosas y las ordena; él inspira las mentes, ablanda o endurece los
corazones, impone leyes, medidas y fórmulas y materiales, que el hombre está
llamado a observar escrupulosamente.
Dios
prohibía las artes figurativas o representativas, a excepción de las del
estricto servicio litúrgico y ornamental. Todo esto resultaba una ayuda para un
pueblo como el judío, que se hallaba en continuo movinvento. Forzado a vivir a
menudo en condiciones de emergencia, a realizar traslados masivos y radicales,
marchas forzadas y larguísimas, como la de atravesar el desierto en el éxodo,
Israel carecía de la estabilidad necesaria para una civilización artística y
filosófica como la griega, o arquitectónica y escultural como la egipcia.
Desarrolló una civilización enteramente interior y de acción, bajo el impulso
de un imperativo divino, que era a la vez necesidad de sobrevivir y ley.
El
cantor homérico se mostraba por lo general indiferente a las empresas de los
héroes y de los dioses que celebraba. Le importaba triunfar en su arte, agradar
a los señores y vivir. En la Biblia, el cantor -profeta, caudillo o pueblo-
sufre y goza directamente en si la acción del propio lenguaje. A la mentalidad
pagana le interesaban las obras de arte, los monumentos, más que el artista y
el hombre. En la Biblia, el hombre vale más que los tesoros de arte y de
riqueza que pudieran producirse. E1 amor excesivo de tales tesoros se considera
idolatría, alejamiento de Dios y de la propia identidad espiritual. En contra
de lo que acostumbraban hacer los artistas de los demás pueblos, los cuales
tendían a la impersonalidad deificada, el artista bíblico, el profetapoeta se
expresa en primera persona, se confiesa. La historia se convierte en
autobiografía divina y humana.
IV.
El artista en el pensamiento de los Padres
de la Iglesia
Los
Padres de la Iglesia heredaron la aversión que sentían los primeros cristianos
por los espectáculos paganos, en especial por los del circo romano, donde
algunos de ellos habían sido condenados a ofrecer al público el suplicio de
sus cuerpos desgarrados por las fieras, crucificados y quemados vivos. La
memoria de tales martirios, amplificada por la execración, al coincidir con la
evidencia de las "matanzas bestiales y las representaciones obscenas"
en que había caído el arte teatral y lúdico romano, inspiró a Tertuliano su
De Spectaculis, texto fundamental para la historia del pensamiento estético
cristiano desde la patrística a las actuales encíclicas papales. La condena
formulada por Tertuliano contra los espectáculos, a los que había asistido
antes de su conversión, pesaría durante largos siglos sobre el hombre de
teatro, influyendo en su tratamiento social y jurídico, limitando gravemente
sus derechos, hasta el punto de ser excluido post mortem de los cementerios. El
teatro se incluía entre las "artes indecorosas", quedando prohibido a
los clérigos. Las razones de la condena de los espectáculos paganos Tertuliano
las ve en el supuesto de que son, por su origen y estructura, idolátricos, por
lo que ofenden la dignidad de Dios y del hombre, cuya "imagen divina"
afean y pervierten. "Si resulta que todo el aparato de los espectáculos
tiene su fundamento en la idolatría, es preciso reconocer que la declaración
de renuncia que hacemos en el bautismo se refiere también a los espectáculos,
los cuales, por su idolatría, están sujetos al diablo, a sus seducciones, a
sus ministros" (De Spectaculis IV, 3-4). En realidad, bajo la condena
religiosa se expresa un juicio critico históricamente aceptable sobre los
espectáculos de entonces. Por desgracia, la sospecha de su índole diabólica
habría de seguir pesando sobre el hombre de teatro, extendiendo su influencia a
sectores de mentalidad protestante. Esto puede constatarse, por ejemplo, en
filmes como El rostro, de Bergman. La rehabilitación del hombre de teatro
llegaría con las representaciones sagradas, sobre todo con la escenificación
del drama de la pasión de Jesús, asemejándolo de manera peculiar al
sacerdote, alter Christus.
V.
El artista desde san Francisco a Leonardo
Tanto
la patrística como la escolástica lo habían conceptualizado todo, desde la
naturaleza a los misterios de Dios, sirviéndose de categorías filosóficas neoplatónicas
y aristotélicas. En las grandes disputas con otras culturas, especialmente con
la árabe, así como en las que se libraban dentro de la sociedad cristiana
entre las distintas escuelas, se procedía a golpes de concepto. Al artista se
le mantenía aislado de la contienda intelectual, al igual que al místico,
retirado con sus soliloquios en los conventos, si bien éste, cuando lo creía
necesario, entraba cual por libre en la liza, como en el caso de Bernardo de
Claraval. Es al llegar los municipios cuando el artista recupera el derecho de
ciudadanía y se convierte en factor indispensable. En el municipio artes y
oficios se funden en una sola actividad constructiva. E1 artista deja a los
clérigos el latín y las disputas teológicas, que se han vuelto peligrosas con
la Inquisición, y adopta la lengua vulgar de la gente. El nacimiento del nuevo
artista lo tenemos con Francisco de Asís, poeta y orante "divinamente
loco". Más que Dante, todavía teologizante y escatológico a la manera
medieval, Francisco muestra los signos de los tiempos nuevos, abriéndose al
Cántico de las criaturas. El artista pierde luego el sentido de su
sagrada "locura". Secularizado a través del humorismo boccacesco, de
la perspicaz malicia maquiavélica y de la "sonriente" ironía de
Ariosto, se reencuentra al fin "mundano" y pagano, además de
cortesano, pero ya sin fe en los héroes y en los prodigios que canta. Signos de
religiosidad permanecen en la vertiente de las artes figurativas hasta Miguel
Angel, como se echa de ver en sus versos. Los filósofos teorizan sobre el
hombre "microcosmos", sobre el dominio alquimista, y luego
científico, de la naturaleza. E1 artista, incluso dentro de la plenitud
renacentista de su propio poder creador, conserva la discreción del hombre de
oficio. Aun cuando se llame Leonardo da Vine¡, tendrá un lenguaje casi
artesanal; de "omo lanza lettere".
VI.
Concepto moderno del arte
Con
La CienciaNueva de Giambattista Vico se inicia la filosofía del arte y
del lenguaje modernos. Para Vico fue "cantando" como los hombres
salieron del reino de los instintos primitivos, llegando así a la civilización
de los sentimientos y de los héroes. A partir de un estado de "bestias
mudas... y por lo mismo necios, a impulsos de pasiones violentísimas, debieron
formar sus lenguas cantando", así como también sus "naciones
poéticas". "Sin embargo, las artes de lo necesario, útil, cómodo, y
en buena parte también del placer humano, lograron encontrarse en los siglos
poéticos antes de llegar los filósofos", que constituyeron la era de la
"razón desplegada". Razonando terminaba la humanidad cantora, para
recomenzar desde el principio los flujos y reflujos del propio ¡ter histórico.
El artista se detenía en el umbral del concepto, posición que adoptará
también en el idealismo de Benedetto Croce. El espíritu poético es el que
ilumina el mundo; pero luego la fllosoffa, la economía y la ética son las que
desarrollan y gobierna la historia.
En
la Crítica del juicio, Kant asigna al sentimiento estético la función
de identificar, más allá de la urdimbre antinómica del entendimiento y de las
posibilidades prácticas de la razón, una finalidad universal que ayude a
resolver el conflicto entre el determinismo de la naturaleza y la libertad del
hombre. En el idealismo estético de Schellfng, el arte no sólo le permite a la
humanidad conocer el sentido originario y la finalidad de la naturaleza, sino
incluso continuar la creación de Dios. El artista vuelve a ser mucho más que
el "hombre divino" de Platón. Es el titán que sostiene en sus
espaldas la creación; el genio prometeico que lleva en su propia pasión de
fuego el Espíritu Absoluto, que gime bajo las cadenas de la naturaleza.
VII.
La responsabilidad del artista
En
la era homérica, el magisterio civil y religioso del artista ocupa el primer
plano. El poeta era vate y maestro de civilización. Homero era la biblia de la
educación sentimental del griego; la paideia por excelencia. El
magisterio civil y religioso del artista decae al decaer la civilización y el
arte griegos. Pasó entonces a manos del filósofo, el cual intentó dar a la
demanda educativa de los hombres una respuesta diversa, ético-política. A este
fin escribe la República, donde
incoa proceso al artista y lanza condenas contra el arte "decadente"
de su tiempo en un lenguaje no muy distinto del usado por Tertuliano en su obra De
Spectaculis. En el ámbito del nuevo magisterio ético-político, elabora
Platón un concepto reductivo de las virtudes de bondad y de verdad del artista.
Este, en la República, no es ya el "hombre de Dios", sino un
imitador de segundo grado de la imagen de lo bello, lo bueno y lo verdadero, a
los que el filósofo llega directamente gracias a la idea que de ellos (leva
dentro. Para Platón y para fa tradición, hasta el romanticismo, no se daba
"creación" en el arte, sino descubrimiento, "invención" de
una belleza preexistente, "imitada" por la naturaleza y, basándose en
ésta, por el artista.
Después
de la condena de la República de Platón y del De SpectacuJis de
Tertuliano, al artista le costaría volver a sus antiguas funciones de maestro y
de vate. Gozarla de una cierta irresponsabilidad, como juglar, como bufón. Iba
a ser con las artes y oficios de los municipios cuando se convirtiese en
ciudadano responsable, al ganarse el titulo de obrero de la belleza y participar
activamente en la construcción de la ciudad comunal. Sin embargo, la
irresponsabilidad gozada en el pasado constituiría una tentación permanente.
Desterrado de fa República platónica y excluido de los oficios
religiosos y civiles en el pasado, el artista conquistaba ahora una nueva
situación de excepción, no ya "sacra", sino laica o demoníaca; en
cualquier caso, preciosa, que lo iba a conducir a la idolatría romántico-idealista
de lo estético, del genio que obra en una esfera de arbitrio sobrehumano y de
alejamiento irónico del submundo común del bien y del mal. De ahí la
necesidad "histórica" de reanudar el proceso platónico y
patrístico, especialmente en el ámbito político y jurídico, en el que hoy se
enfrentan dos tendencias: la liberal, romántica e idealista, para la cual el
artista debe gozar, en su obra, de libertad e inmunidad especiales- la tendencia
tradicional cristiana, y hoy también la marxista, según la cual el artista
debe, en cambio, asumir su propia responsabilidad y dar cuenta de su acción
como cualquier otro hombre.
F.
Pasqualino
VIII.
El artista: ¿un carismático eclesial?
Pensemos
en la primera comunidad ecleafal de Corinto. Se nos describe como un mosaico
humano variopinto. En ella había de todo: pobres y acomodados, libres y
esclavos, rigoristas y laxistas. Había quien gozaba de una comprensión
particular de las Sagradas Escrituras, quien estaba dotado de facilidad de
palabra para explicarlas, quien sabia consolar y quien tenia el don de curar
enfermedades. Es sabido el valor que Pablo atribuía a las capacidades
diferenciales de cada uno. El don de uno no excluye el de otro: "Hay
diversidad de dones espirituales, pero el Espiritu es el mismo" (1 Cor
12,4); la comunidad tiene necesidad de la aportación particular de cada uno
para subsistir y desarrollarse: "A cada uno se le da la manifestación del
Espiritu para el bien común" (12,7). Con estos principios el Apóstol
fundaba teológicamente la comunidad cristiana sobre bases carismáticas. El Vat.
II ha propuesto la revaluación de la Iglesia como organismo carismático para
una renovación en profundidad. La desconfianza respecto a los carismas está
injustificada; la comunidad cristiana exhorta el Concilio- más bien tiene que
adoptar una actitud de aceptación reconocida: "Estos carismas, tanto los
extraordinarios como los más comunes y difundidos, deben ser recibidos con
gratitud y consuelo, porque son muy adecuados y útiles a las necesidades de la
Iglesia" (LG 12).
Con
esta premisa parece legitimo avanzar la hipótesis de que se puede considerar el
arte como un carisma otorgado en orden a la construcción de la comunidad. Es
cierto que no se nombra a los artistas entre los carismáticos en ninguno de los
elencos paulinos de los carismas. Sin embargo, la cuestión no pierde validez,
pues sabemos que tales elencos son ejemplificativoa y no exhaustivos. Una
dificultad más radical es, en cambio, la siguiente: ¿Tiene necesidad de
artistas la comunidad que se forma sobre la base de la fe en Cristo? La fe, en
efecto, establece una comunión vital entre el creyente y la obra artística
completa y perfecta: la vida humana de Jesús de Nazaret. Para el creyente, esta
obra es la realización maestra de Dios, la obra más alta de
"poesía" (si referimos ésta, según lo sugiere la raíz griega, al
"hacer": Cristo es lo que Dios ha "hecho" -"poiesis"-
para crear al hombre nuevo). Quizá esta misma intuición, puede que
implícita -es decir, que Cristo es la "poesía" de Dios-, sea la base
de dos hechos contradictorios en la historia del cristianismo: el que algunos
cristianos hayan sentido aversión a cualquier expresión artística, mientras
que otros, por el contrario, han expresado
su vivencia religiosa en formas universalmente celebradas como realizaciones
artísticas (Francisco de Asís, Juan de la Cruz, Miguel Angel, Bach...).
Diversa actitud, según que se considere a Cristo como la obra de arte perfecta
que suplanta a todos los esbozos o que, al contrario, suscita otras obras
artísticas como lenguaje menos inadecuado para expresar su misterio.
Las
reservas sobre la posibilidad de considerar a los artistas cristianos como
carismáticos eclesiales desaparecen si consideramos que confesar a Cristo como "charis"
(gracia, benevolencia, perdón, ternura definitiva) del Padre, tampoco
impide la existencia de "carismáticos" en la comunidad. La condición
histórica hace imposible, en efecto, poder decirlo todo al mismo tiempo. La
comunidad peregrina en la historia tiene necesidad de carismáticos que reflejan
en mil facetas la gracia soberana de Dios. Desde el momento en que la obra
divina es también "poesía", manifestación de belleza en una forma
existencial, no puede faltar en el seno de la comunidad cristiana un sitio para
los artistas, que historizan la obra maestra de Dios y la anuncian para su
tiempo.
Por
tanto, el artista es un kerygmático. Esta designación hace posible enfocar de
un modo nuevo la ya vieja discusión entre arte religioso y arte sacro. El
kerygma es función de la Iglesia, pero al mismo tiempo la Iglesia depende de
él, existe gracias a él. Una iglesia que se limitase a predicar el evangelio
sin dejarse recrear por la palabra que anuncia, se reduciría muy pronto a
funcionaria de la palabra. La relación entre kerygma como función de la
Iglesia y kerygma como inspiración interior ilumina la relación entre arte
sacro y arte religioso. Si asumimos como arte sacro el que se fija un tema u
objeto sacro y como artista sacro el que pone su obra al servicio del anuncio de
la Iglesia, fácilmente comprenderemos que no puede ser auténtico sino a
condición de mantener un contacto vital con el arte religioso, es decir, con el
arte inspirado en el sentimiento, en el contenido emotivo y en la vivencia
religiosa que intenta expresar. En otras palabras, el artista cristiano no puede
reducir su tarea a la de apologeta o propagandista de la fe de la comunidad.
Podemos desarrollar aún más a fondo la analogía con el kerygma. Así como
éste, cuando es llevado por creyentes proféticos, puede estar
en contraste con la forma histórica contingente de la comunidad, así el arte
religioso puede cuestionar la vivencia de la comunidad, recordar lo que se ha
olvidado y anticipar desarrollos sucesivos. El artista, como el kerigmático, no
es un simple portavoz de la institución; es una instancia creadora que combate
la esclerosis institucional.
Pero
todo esto sin salirse de la fidelidad, que implica un vinculo vital con el
pasado. El artista cristiano es tal por referencia a Cristo. Mas no únicamente
a aquel Cristo de la historia que nos ha dado en formato reducido la
historiografía. Ello haría de toda pintura oleográflca (hecha con el pincel,
con la pluma o con la cámara) que tenga por objeto a Jesús de Nazaret, una
obra cristiana, pretensión muy lejos de ser indiscutible. Con frecuencia tales
productos, a pesar de la intención devota que los inspira, son catalogados más
bien como kitsch que como obra de arte. El Cristo al que se refiere el
artista cristiano es el Cristo de la fe, o sea, aquella manifestación de la
salvación que proyecta su luz sobre las vicisitudes de los `pobres
cristos" de la historia y que llena de vivencias profundas tal vez de poca
monta a los ojos de los hombres. ¿Qué seria el arte, se preguntaba Th. W.
Adorno, si se olvidara del dolor sufrido por la humanidad? Sólo es verdadero y
esencial cuando conserva el recuerdo del sufrimiento acumulado en el curso de la
historia. Para las fuerzas represivas, este recuerdo es incómodo; la ideología
enmascara las relaciones de fuerza. "La grandeza de las obras de arte
consiste en que dicen lo que la ideología oculta", para decirlo con otra
fórmula lapidaria de Adorno.
Esta
concepción del arte parece habernos llevado lejos del Cristo histórico. No es
así. El artista que no cierra los ojos a las carencias de ser (dolor,
sufrimiento, culpa) establece el supuesto hermenéutico para comprender a Jesús
de Nazaret. Y comprender a Jesús es comprender el mundo como Dios lo ve. Hoy se
espera cada vez más del arte que sea un reflejo despiadado del mundo
trastornado. Esta visión del arte se opone a la visión griega, que luego
adoptará el idealismo, para la cual el arte es sólo ub fugaz resplandor en el
tiempo de lo bello atemporal, como epifanía en forma visible de lo eterno. En
neto contraste con el arte visto como lugar donde se manifiestan valores
eternos, cual cosmos ideal, la concepción moderna
del arte es la de un mundo desvelado, liberado de las mixtificaciones en que lo
envuelven los sistemas ideológicos y autoritarios. El cristianismo congenia
más con esta segunda concepción; incluso quizá se pueda demostrar que él ha
contribuido de manera decisiva a hacerla prevalecer. La negación de la
dialéctica entre sagrado y profano, que tiene su origen en la revelación
cristiana, se refleja también en el arte. Después de Cristo, todo arte se ha
vuelto esencialmente profano. El lugar del encuentro con Dios no es el templo,
sino el "hediondo foso de la historia", en el cual el hombre Jesús
padece la violencia de los hombres; en su caso se desvela la hipocresía de los
sistemas y de las jerarquías de valores opresivas. El orden del mundo se
muestra antitético .2 ---ten de Dios; el sufrimiento del mundo, al chocar con
la locura de la cruz (cf 1 Cor 1,17 - 3,4), revela su mentira.
La
obra de arte nos ayuda a leer el significado más profundo de la realidad (ella
es, según la definición de Heidegger, la "realización de la
verdad"). Para el cristiano, la realidad no se identifica con un orden
cósmico eterno, sino con la palabra histórica de Cristo, confesado como
"camino, verdad y vida" (cf Jn 14,8). En la "fealdad" de su
muerte se descubre el desorden del mundo; en la "belleza" de su vida
(autenticidad, intimidad de relaciones humanas, capacidad de asociación
comunitaria, doctrina, poder terapéutico para el cuerpo y para el espíritu,
vida nueva de resucitado) se revela la nueva creación.
El
carisma del artista cristiano consiste en llevar a la comunidad de los creyentes
a descubrir las potencialidades encerradas en la existencia individual y social.
Para que esto se realice, lo primero que se necesita es que la realidad actual,
inmutable en apariencia, revele su contingencia. Todos somos esclavos de la
costumbre y de los mecanismos repetitivos. Seria preciso poder lavarse los ojos
entre una mirada y otra. El artista nos lo hace posible. Una melodía, un filme
bien logrado, una página literaria, y he aquí que encontramos una relación
creadora con nuestra propia vida, porque se nos descubren los horizontes de lo
posible. Proceso este que tiene la inmediatez, la facilidad y la radicalidad de
la metanoia evangélica; proceso que se asemeja a un juego.
La
categoría del juego parece la más apta para
acercarse al misterio de la creación
artística. No sufre menoscabo alguno el arte por considerarlo entre las
actividades del homo ludens. Juego no equivale a diversión. Lo demuestra
la seriedad con que el niño se entrega al juego. El juego es la vía regia por
la que pasa la creatividad.
La
Biblia no vacila en recurrir al juego para describir la actividad creadora de
Dios. La Sabiduría, según la célebre imagen, estaba junto al Creador
"jugando todo el tiempo en su presencia" (cf Prov 8,30). ¿Es licito,
ampliando la imagen, considerar también la redención -la "nueva
creación", según la terminología bíblica- como un "juego" de
la Sabiduría de Dios? Cristo, el "poema" del Padre, seria también su
gran juego. ¿No está ya acaso la vida de Jesús estructurada en si misma como
un drama clásico? ¿No posee su relato un efecto catártico? ¿Cuántas vidas
de santos no tienen necesidad precisamente de categorías lúdicas para
entenderlas a fondo? Asimismo, ¿qué es la fe, en toda existencia cristiana,
sino un "entrar en juego"?
Al
reivindicar para el arte su carácter de juego, defendemos un rasgo
antropológico de los más amenazados por la adusta eficiencia de la
civilización tecnológica. Al mismo tiempo, defendemos el espacio para la
experiencia religiosa. El día en que no quedase ya disponibilidad interior para
el libre juego de las formas, para el fluir de la fantasía, para la gratuidad,
para la experimentación existencial, no habría tampoco espacio para la
adoración.
Las
comunidades cristianas del pasado emprendieron obras de civilización y de
asistencia, y produjeron bienestar y cultura, pero sobre todo adoraron. A
aquellas comunidades no les faltaron carismáticos que, con la poesía y con el
pincel, con el canto y con la arquitectura, con los "misterios"
juglarescos y con las ceremonias sagradas, recordaran que el sentido último de
la vida humana está en la alabanza de la majestad divina. En el libre juego de
la creación artística se anunció el kerygma y la profecía reavivó la
esperanza. Podemos suponer que el Señor tampoco dejará que falten a las
comunidades que tienen su morada en el mundo de la técnica artistas como
carismáticos. El aviso apostólico: "Ponga cada cual al servicio de los
demás los dones recibidos como corresponde a buenos administradores de los
distintos carismas de Dios" (1 Pe 4,10), es siempre actual. [>Imagen V,I;
>Espiritualidad contemporánea IV, 3, d].
S.
Spinsanti
BIBL.-AA.
VV., La estética marxista-leninista y la creación artística, Progreso, Moscú
1980.-Adorno, Th. W., Teoría estética, Taurus, Madrid 1980.-Baithasar, H. U.
von, Herrlichkeit, eine theologische Asthetik, Johannes Veriag, Einsiedein
1970.-Beardsley. M. C, Estética: historia y fundamentos, Cátedra, Madrid
1978.-Bousoño, C, El irracionalismo poético (el símbolo), Gredos, Madrid
1977.Bousoño, C, Superrealismo poético y simbolización, Gredos, Madrid 1978.-Bousoño.
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