SUMARIO: I.
Rasgos comunes de su Teología Trinitaria.—II. S. Atanasio y su reflexión sobre
la SS. Trinidad.
Los teólogos alejandrinos de la edad patrística son numerosos, y es siempre arriesgado querer hacer una caracterización global de todos ellos. Pero pueden reconocerse ciertos rasgos comunes que permiten sin duda hablar de una "escuela" de Alejandría. Según M. Simonetti, Orígenes "desarrolló y profundizó un conjunto de ideas y de principios que constituyó durante mucho tiempo el fundamento de la cultura cristiana de Alejandría. Bastará recordar: la interpretación orgánicamente alegórica de la Sagrada Escritura, la teología del Logos y la doctrina trinitaria de las tres hipóstasis, la depreciación de la humanidad de Cristo respecto de su divinidad, la antropología dualista de tipo platónico, la espiritualización de la escatología" (Alessandria [scuola], en A. DI BERARDINO, Dizionario patristico e di antichitá cristiana I, Casale Monferrato 1983, 119). Junto al propio Orígenes hay que mencionar necesariamente a su antecesor Clemente; los dos, aunque con posturas no siempre homogéneas, contribuyen notablemente al desarrollo de la teología cristiana en contacto con la gnosis y con la filosofía; obispos de Alejandría son Dionisio, opositor del sabelianismo, Alejandro, el primero en combatir la herejía arriana, y sobre todo san Atanasio, el gran defensor de la ortodoxia nicena; en el s. IV brilla también la figura de Dídimo el Ciego. Otro gran pastor de la sede alejandrina será por último Cirilo, que en las controversias cristológicas del comienzo del s. V defenderá la unicidad de la persona de Cristo y cuya doctrina cristológica aceptará el concilio de Efeso.
Clemente (aprox.
150-220) es el primer gran teólogo cristiano de Alejandría. Para él Dios es
absolutamente transcendente, inalcanzable; de él podemos tener sólo una idea
negativa; se le dan diversos nombres: Uno, Bien, Ser, Padre, Creador, que, más
que su ser en sí, nos describen sus propiedades. Puede ser conocido solamente
mediante su palabra, el Logos, por el cual ha creado el mundo, y que es su
imagen y su racionalidad (Protr. 9,8). El Padre está en él y él en el
Padre. El Logos en cuanto intelecto de Dios, que contiene sus ideas sería
impersonal, no distinto del Padre. Pero el Logos es también el que procede de
Dios, el principio de todo lo creado, el instrumento divino de la creación del
mundo, que contiene todos los paradigmas del mundo sensible. Es también por otra
parte inmanente al mundo, armonía del universo, que da unidad a todo (Protr.
I 5,2; Strom. V 14,104). Jesús es Logos encarnado, con cuya venida al
mundo ha tenido lugar la salvación de los hombres. El mismo que había dado vida
a todas las cosas ha aparecido como maestro (este aspecto es importante en
Clemente, que titula "El Pedagogo" una de sus obras fundamentales).
También conoce Clemente la enseñanza sobre el Espíritu Santo, al que menciona no
pocas veces junto al Padre y al Hijo; p. ej. Ped. I 42,1;
"uno es el Padre del universo, uno es el Verbo del universo, el
Espíritu Santo es uno y siempre el mismo" (Ped. I 42,1; cf.
III 101,2; Str. V 103,1, etc.). Clemente no habla mucho del Espíritu
en su dimensión intratrinitaria, pero no se puede negar que lo considera del
lado de Dios.
El obispo Dionisio
de Alejandría se opone a las doctrinas sabelianas, que niegan en Dios la
distinción personal. Pero precisamente por esto es acusado ante su homónimo
Dionisio, obispo de Roma (año 257), de triteísmo, es decir, de destruir
la monarchía divina, de separar al Padre y al Hijo, de negar la eternidad
de este último, de considerarlo como criatura (poíema), de negar el
homooúsios. Dionisio de Roma busca una vía media entre sabelianismo y
triteísmo. No tiene a su disposición ningún término técnico para hablar de las
tres "personas", mantiene por una parte la tríada divina y por otra
la monarchía. Dionisio de Alejandría responderá a su vez en su defensa
(cf. EUSEBIO, HE 26,1), que no separa al Padre y al Hijo, y a
ellos une además al Espíritu Santo; mantiene la eternidad del Hijo porque es
Logos, Sabiduría, fuerza de Dios; a la vez acude a la correlación Padre-Hijo que
implica la eternidad del segundo; no ha rechazado el hornooúsios, aunque
no lo haya usado. Estamos todavía lejos de un consenso sobre el valor de los
términos; Dionisio interpreta el homooúsios en el sentido de "homogéneo".
Frente a la cuestión del Hijo como poíema del Padre, Dionisio nota la
pluralidad de significados del término; se defiende diciendo que lo fundamental
es para él la relación Padre-Hijo; las otras expresiones serían simples
comparaciones. Para Dionisio la distinción de las "hipóstasis", es un
problema más agudo que el de la unidad divina.
Alejandro de
Alejandría, obispo desde el 312, vio surgir en su pontificado la herejía
de Arrio. Fue uno de los protagonistas del concilio de Nicea; murió en el
328. Tenemos de él algunas cartas, en las que expone la doctrina arriana: el
Hijo es criatura, no es semejante al Padre en la sustancia, no es el verdadero
Verbo y Sabiduría de Dios, sino que ha sido producido por el Verbo y la
Sabiduría divina. No conoce ni puede ver perfectamente al Padre (cf.
SÓCRATES HE 2-3). Para Alejandro por el contrario el Verbo no ha sido
creado a partir de lo que no existe ni hubo un tiempo en el que no fuese. El
Hijo no tiene principio cronológico, aunque sí ontológico. La correlación de los
nombres Padre-Hijo garantiza la eternidad del último. También el Logos como
potencia, sabiduría del Padre ha de existir desde siempre; todo lo que Dios
tiene lo posee sustancialmente. Engendrado por el Padre, inmutable, el Hijo ha
de recibir la adoración. Sólo el Padre no ha sido engendrado por nadie; en esto
sólo difiere el Hijo del Padre, cuya imagen y semejanza perfecta es en todo lo
demás; y sólo por esta razón de la generación el Padre es mayor que el Hijo (cf.
Jn 14,28). El Hijo es tal por naturaleza (physei) y no por decisión del
Padre o adopción (thesei); es semejante al Padre por la sustancia. La
generación no es como la corpórea, y no se produce por una escisión o
separación. Alejandro no usa el homooúsios, estarnos en un momento
todavía anterior a Nicea. El mismo término ousía no aparece apenas en sus
escritos; pero sí el de hipóstasis para expresar la subsistencia del
Hijo.
II. S. Atanasio y su reflexión sobre la SS. Trinidad
Sucesor de
Alejandro en la sede episcopal alejandrina fue Atanasio. Nacido en los últimos
años del s. III, acompañó al obispo Alejandro durante el concilio de Nicea.
Ocupó la sede episcopal en el 328. Su negativa a readmitir a Arrio a la comunión
le vale la primera deposición y destierro desde el 335 al 337. En otras cuatro
ocasiones a lo largo de su vida se encontrará en parecida situación, con otros
tantos retornos a su sede, a causa de las complicadas vicisitudes políticas y
eclesiásticas del s. IV. Falleció en el 373.
La convicción y
constancia con que defendió el dogma de Nicea han asegurado a Atanasio un puesto
de honor en la historia de la Iglesia. Aunque en sus propios escritos, sobre
todo al comienzo, no usa con mucha frecuencia el homooúsios (la única
ocasión aparece Contra Ar. I 9: "Es Dios verdadero, que existe
como consustancial al Padre verdadero"), rechaza cualquier fórmula tendente a
debilitar la fe de Nicea, y en concreto el 'semejante según la
esencia' (Syn. 53). No parece que Atanasio haya dado un significado
exacto al término niceno, aunque ha hecho uso abundante del término ousía,
en sentido también impreciso. La obra dogmática más importante de A. la
constituyen sus tres discursos Contra Arianos, en los que trata de
defender la fe de Nicea y de oponerse a los herejes. La eternidad del Hijo es en
toda la polémica antiarriana un punto importante que precisar. No se puede decir
que el Padre no haya sido siempre Padre y por consiguiente que el Hijo no haya
existido siempre (I 11); se coloca así en la línea de argumentación típica
alejandrina. El Hijo es "de la esencia del Padre (ek tés ousías
toú patrós)"; cf p. ej. Contra Ar. I 15; 16). El mismo
nombre de Hijo indica la generación, lo cual no significa ni pasión ni división
en la naturaleza divina, I 16; 26-28; cf. II 41. La Trinidad es eterna, no ha
surgido en el tiempo, en ella hay una sola divinidad, y por tanto no puede
separarse en ella naturalezas diferentes (C. Ar. 1 17; ideas semejantes
sobre la eternidad en Serap. II 2). El Hijo es la Sabiduría y el Logos
del Padre, sin los cuales éste nunca ha existido (C. Ar. I 19). Es
también el esplendor del Padre, sin el cual la luz, el sol, nunca ha existido (1
24-25.27; II 33-35.41; III 4,36; es frecuentísimo el uso del ejemplo). El Hijo
está en el Padre y el Padre en el Hijo como de la luz viene el resplandor y de
la fuente el río (metáfora que viene de Dionisio, relacionada también con la muy
conocida de Tertuliano, Prax. VIII 5s; XIII 10, etc.), aunque este
ejemplo es de uso mucho más raro que el de la luz (III 3). Así se mantiene la
unidad entre Padre e Hijo. En la defensa de la divinidad del Hijo Atanasio no va
a olvidar el argumento soteriológico: cuando nos hacemos partícipes del Hijo,
nos hacemos partícipes de Dios (1 16; 39). El que ve al Hijo ve al Padre (I 35);
todo ello sería imposible si el Hijo no fuera verdadero Dios. La imagen de Dios,
el Hijo, es inmutable como lo es el ejemplar (I 36), sin que a ello se oponga la
encarnación: no es que Jesús siendo primero hombre se haga Dios; la encarnación
no lo constituye como Hijo, sino que desciende para que nosotros podamos ser
hijos y dioses (1 37-39; cf. 1 34).
Especial atención
se dedica a la interpretación de Prov 8,22, "Dios me creó...",
que no hay que entender contra la generación eterna del Verbo; el "me
creó" hace referencia a la naturaleza humana del Hijo, pero no a la
generación eterna; en el mismo sentido se interpretan otros textos de la
Escritura en que aparece el término "hecho" aplicado al Hijo. La
universal mediación creadora indica que el Hijo no es una criatura. Todas las
cosas han sido hechas por el Padre con el Hijo, todo ha sido creado por medio
del Hijo (cf. 11,5;25;31). Pero esto no quiere decir, como los arrianos
pretenden, que el Padre ha tenido necesidad de crear al Hijo para que por medio
de él nos pudiera crear a nosotros; afirmarlo sería poner en duda la
omnipotencia del Padre: si la voluntad basta para crear, no tiene sentido este
intermediario (II 29). Todo ha sido creado por medio del Hijo porque es la
Sabiduría y el Verbo sustancial del Padre (II 31). El Hijo ha sido engendrado es
génnema del Padre (II 5; III 1; III 4). El engendrado ha de ser como el
que engendra (II 35). Donde está o es nombrado el Padre ha de estar y ser
nombrado el Hijo, como ocurre en el bautismo (II 41). El hombre, si el Hijo no
fuera Dios, continuaría siendo mortal, no estaría unido a Dios, porque las
criaturas no pueden unir a otras criaturas con Dios (II 69). El Logos es Dios
por naturaleza (physei) (II 70).
Pero el Hijo no es
un segundo Dios, porque no ha sido hecho desde fuera; una es la naturaleza
porque el engendrado no puede ser desemejante al que lo engendra; de lo
contrario se pensaría en una divinidad ajena a la del Padre. Hay una unidad de
esencia, ousía. El Hijo es otro respecto al Padre, como engendrado, pero
es lo mismo como Dios. "Y son una misma cosa el Hijo y el Padre en la propiedad
de la naturaleza y en la mismidad de la única divinidad". Por ello
son uno en cuanto a la divinidad, y del Hijo se dice lo mismo que del Padre, con
la excepción del nombre de Padre (III 4; también III 6). No es una luz distinta
de la del Padre, porque ha sido engendrado por él (III 4). La divinidad del
Padre y del Hijo es la misma, y la plenitud de la divinidad habita también en
este último, de tal manera que es enteramente Dios (III 5-6; III 9). En cambio
los arrianos dicen que son lo mismo por la voluntad, no por la naturaleza y la
verdadera generación (III 9-10). Una sola es la divinidad en la Trinidad, la
trías (III 15.16), que incluye también al Espíritu Santo (cf. también 1 17).
La interpretación de Jn 14,18 es la misma que veíamos en Alejandro: el Padre es
mayor porque ha engendrado al Hijo, no por razón de magnitud ni de prioridad
temporal; el solo hecho de que Jesús diga 'mayor' y no
'mejor' muestra que no es de otra naturaleza; el Hijo es
de naturaleza y género distinto de las criaturas (I 58).
También la
confesión de la divinidad del Espíritu Santo y su unión con el Padre y el Hijo
se encuentra ya en el Contra Arianos (cf. p. ej. III 24, 25), pero las
alusiones a la tercera persona son relativamente escasas en esta obra. La
enseñanza sobre el Espíritu Santo se encontrará mucho más desarrollada en las
cuatro cartas a Serapión, que a la vez completan la doctrina trinitaria de
Atanasio: el Espíritu Santo no es una criatura, sino que es Dios (Serap.
I 2; I 28-29), etc. Es significativa la insistencia de Atanasio en
subrayar el paralelismo entre la relación Padre-Hijo y la relación Hijo-Espíritu
(cf. Serap. I 2. 1 31; III 1). Según I 24, el Espíritu es
imagen del Hijo como éste lo es del Padre. No puede por tanto ser criatura. Por
lo demás, "si se separa el Espíritu del Verbo no se salvaguarda la
unidad en la Trinidad, separándola o introduciendo en ella una naturaleza
diversa" (I 2). La afirmación de la Trinidad es fundamental en este
momento del pensamiento atanasiano (cf. 1 20, I 28, etc). De esta
Trinidad se dice que es un solo Dios; la misma es la divinidad en los tres, como
antes acentuaba la unidad del Padre y el Hijo. La Trinidad es toda ella un solo
Dios (I 17); de la misma naturaleza (homophyes). "La Trinidad es santa y
perfecta, reconocida como Dios en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. No está
mezclada a nada exterior... El Padre obra todas las cosas mediante el Verbo, en
el Espíritu Santo, y así se mantiene la unidad de la Trinidad" (1 18).
Considerar el Espíritu Santo como criatura es por otra parte contradictorio con
la fórmula bautismal (1 29). "El Espíritu Santo, siendo uno, es algo
propio y consustancial (homooúsios) del Verbo, que es uno, y
de Dios que es uno" (1 27; cf también II 3).
También el argumento soteriológico se utiliza para probar la divinidad del
Espíritu Santo, como veíamos que ocurría con la del Hijo: el Espíritu pertenece
a la divinidad del Padre; en el Espíritu Santo el Verbo diviniza las realidades
creadas; si diviniza la creación no puede ser él mismo criatura (1 25; 24);
el Espíritu santifica, vivifica, es la unción y el sello (I 23; III
3). El Espíritu aparece en relación con el Padre (cf. 1 11; 25; 29;
III 1, etc) y con el Hijo (1 21; III 1; IV 2, etc). Todo ello muestra
una vez más la unidad de los tres. La unidad de la tríada es para Atanasio la
unidad de la divinidad, los tres no son más que un solo Dios, en una unidad
eterna e inmutable (III 7, etc). Pero los nombres de los tres no pueden
ser cambiados ni alterado su orden (IV 5-7). Atanasio, que ha hablado tan
largamente de la unidad de la divinidad y de la trías, no ha dedicado
tanto esfuerzo, en el contexto antiarriano en que se encontraba, a la
diferenciación de las personas de la Trinidad; no usa palabras técnicas para
referirse a ellas, p. ej. prósópon, y sólo raras veces hipóstasis,
siendo así que en la teología alejandrina se habla de las treis hipostáseis
desde Orígenes (cf. C. Cels. 8,2; In
Joh. 2.10,75); se volverá a utilizar la
expresión en el sínodo de Alejandría de 362; poco tiempo después la
fórmula "una esencia en tres hipóstasis" servirá para la expresión de la fe
ortodoxa en la Trinidad. Del solo Dios en tres hipóstasis se habla en el De
Inc. Verbi et contra arrianos (c.10), obra del círculo atanasiano pero que
no hay que atribuir al propio Atanasio.
Otro alejandrino
del que tenemos que hacer mención, aunque breve, es Dídimo el Ciego (ca. 310 a
313-398), autor, entre otros libros, de diferentes comentarios bíblicos y de una
obra sobre el Espíritu Santo, conservada en traducción latina. La crítica actual
muestra sus reservas acerca de la atribución a Dídimo de la monumental obra
sobre la Trinidad que desde el s. XVIII se asocia a su nombre. Parece muy
influido por Orígenes en sus interpretaciones de la Escritura. Insiste mucho en
la unidad, específicamente en la consustancialidad, de las tres personas
divinas, que se muestra en el hecho de que las tres llevan a cabo una misma
operación (De Sp. sancto 17). Algunas afirmaciones de Didimo sobre el
origen del Espíritu Santo han suscitado interés; así pone en boca del Hijo: "El
Espíritu Santo no viene de sí mismo, sino del Padre y de mí; su misma
subsistencia y lo que dice lo tiene del Padre y de mí"
(De Sp. sancto 34; cf. 37-38).
Pero Didimo no se detiene a explicar el sentido
preciso de sus palabras. Su preocupación es subrayar la unidad del Espíritu con
el Padre y el Hijo.
San Cirilo es el
último de los grandes alejandrinos de que nos tenemos que ocupar. Nacido entre
el 370 y el 380, fue nombrado obispo de Alejandría el 412. Sus
controversias con Nestorio, patriarca de Constantinopla, dan lugar al recurso de
los dos a Roma. Condenado Nestorio, el propio Cirilo, encargado de comunicarle
la sentencia, añade por su cuenta los "doce anatematismos". Nestorio recurre al
emperador, y ello da lugar a la convocatoria del concilio de Efeso en el año
431. El concilio, en ausencia de los antioquenos y bajo la presidencia de Cirilo,
condena a Nestorio, a la vez que aprueba y hace suya la segunda carta de aquél a
éste. La conciliación entre alejandrinos y antioquenos tendrá lugar en el
433, en el pacto de la unión, en el que se redactó el conocido símbolo. Más
tarde Cirilo intentó todavía la condenación de Diodoro de Tarso y Teodoro de
Mopsuestia, como precursores de las doctrinas de Nestorio. Renunció a ello ante
lasprotestas de Juan de Antioquía. Murió el año 444.
Su producción
literaria es enorme. Escribió muchos comentarios a libros de la Escritura, en
los que usa abundantemente la alegoría, aunque no olvida el sentido literal.
Escribió también dos obras contra los arrianos, "Tesoro sobre la Trinidad santa
y consustancial" y "La Trinidad santa y consustancial"; en
ellas se defiende la fórmula trinitaria de los capadocios, "una esencia (ousía)
en tres hipóstasis". Más determinante en la historia de la
teología ha sido la cristología de Cirilo en las obras contra Nestorio: las
cartas, algunas dirigidas directamente al adversario, y los cinco libros "Contra
Nestorio". Después de Orígenes, el gran teólogo del alma de Cristo,
los alejandrinos se han inclinado hacia la cristología del esquema logos-sarx.
Cirilo, después de la condena de Apolinar,
no podía no afirmar la humanidad completa de Jesús. Pero es clara su insistencia
en la preeminencia de la naturaleza divina de Jesús sobre su naturaleza humana.
No hay en Cristo más que una hipóstasis, la del Logos, que ha asumido la
humanidad completa. Aunque Cirilo habla a veces de dos naturalezas, su fórmula
preferida es la "una sola naturaleza (mía physis) del Logos de Dios
encarnado"; no hay más que una sola physis resultante de la
unión. Certera en el punto esencial de la unidad personal de Cristo, la
cristología de Cirilo no acaba de sintetizar todos los aspectos; tiende a dejar
la humanidad en segundo plano y, en este sentido, ha dado ocasión al
monofisitismo. Fue necesario el concilio de Calcedonia para que sé consiguiera
el equilibrio en la enseñanza cristológica.
[ -> Adoración;
Antropología; Comunión; Concilios; Creación; Escatología; Espíritu Santo; Fe;
Hijo; Logos; Naturaleza; Orígenes; Padre; Persona; Salvación; Teología;
Tertuliano; Trinidad.]
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