La
Biblia conoce, además de un sentido literal - cuando, p.c., los
corredores a pie de la guardia real (1Sa 22,17) se apresuran a anunciar
las nuevas de la batalla (2Sa 18,19-:7) - un uso metafórico del verbo
correr (en griego: trekhó; a veces diatrekó: “apresurarse hacia”,
“proseguir [su carrera]”, y de ahí “perseguir”), para caracterizar el
dinamismo de la palabra de Dios o de los que la anuncian. Más tarde,
bajo el influjo de los combates deportivos practicados en cl mundo
griego, el término designará también el “curso” de la vida, la vida
tensa hacia un fin.
1. La palabra de Dios corre.
La
palabra de Dios es rápida, eficaz, dinámica: “Desde lo alto de los
cielos tu palabra omnipotente se lanzó del trono real” (Sab 18,15; cf.
1Sa 22,17). La palabra acomete, como un guerrero, contra Job (Job
16,14), según la imagen del salto que ha reemplazado a la de la rapidez
del corredor: “Dios envía su palabra a la tierra, rápida corre su
palabra” (Sal 147,15; cf. Is 55,11). Pablo evoca quizá este pasaje
cuando pide que se ore para que “la palabra del Señor realice su
carrera” (2Tes 3,1). También los profetas, como corredores del rey (1Sa
8,11), corren a proclamar la palabra. “La mano de Yahveh descendía sobre
Elías, él se ciñó los lomos y fue corriendo a Jezra él delante de Acab”
(1Re 18,46). Hasta los profetas a los que Dios no ha enviado hacen otro
tanto: “Ellos corren; yo no les he dicho nada, y ellos profetizan” (Jer
23.21).
2. La vida es una carrera.
La
existencia humana, comparada con frecuencia a una marcha (In 8,12; 1Jn
1,6-7), se convierte en una carrera cuando se quiere evocar una
obediencia solícita o una misión urgente. A veces se trata todavía del
anuncio de la palabra, como en el caso de Juan Bautista, que ha
realizado su carrera (Hech 13,24s), o en el de Pablo, cuya carrera es el
anuncio de la buena nueva (20,24). Pero el verbo puede designar también
sencillamente la forma alegre que da una vida justa, añadiendo a la
metáfora de la marcha por los caminos de Dios una nota de gozo, de
diligencia, de vivacidad: “Corro por el camino de tus mandamientos
porque has dilatado mi corazón” (Sal 119,32); “Los que confían en Yahveh
echan alas como de águila y corren sin cansarse” (Is 40,31). Este celo
de toda una vida al servicio de Yahveh, trasladado al lenguaje del
Cantar de los Cantares se convierte en solicitud de la esposa arrebatada
de gozo a la voz del esposo: “Llévame tras de ti, corramos” (Cant 1,4).
¿No nos sugiere una idea semejante la carrera de Pedro y de Juan al
sepulcro del Señor (In 20,4)?
En
la pluma de Pablo, esta carrera se convierte en un combate deportivo que
exige sacrificios para que pueda reportar la victoria (1Cor 9, 24-27).
La misma imagen, pero con un verbo diferente, sirve para caracterizar la
entera aventura de Pablo. En el camino de Damasco, mientras Pablo
perseguía (diñkó: en sentido de perseguir) a los cristianos, es
alcanzado por Cristo; entonces no estima haber alcanzado ya la meta:
“Sigo mi carrera (idiókó) poi. si logro apoderarme de él, por cuanto
Cristo Jesús también se apoderó de mí... Olvidándome de lo que queda
atrás y lanzándome hacia lo que está por delante, corro hacia la meta
para ganar el premio al que Dios nos llama arriba en Cristo Jesús” (Flp
3,12ss).
Lejos de dejarnos detener por los obstáculos (Gál 5,7), “rodeados de tan
gran nube de testigos [es decir, de los espectadores del estadio, como
los antiguos campeones]..., corramos (trekhómen) con constancia la
carrera que se nos ha propuesto, fija nuestra mirada en el jefe de
nuestra fe” (Heb 12,1s), nuestro precursor (prodromos, de edramon,
aoristo de trekh ó) (6,20). Entonces no se correrá en vano (iCor 9,26;
Gál 2,2; Flp 2, 16), y se podrá decir con Pablo: “He combatido el buen
combate, he llevado a término la carrera, he conservado la fe” (2Tim
4,7). Pero en todo esto no se puede olvidar que todo proviene sólo de
Digs:”Esto no depende ni del que quiere ni del que corre, sino de
Dios
que usa de misericordia” (Rom 9,16).
XAVIER LÉON-DUFOUR
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