1. Exhortaciones al cuidado.
El
cuidado es, en primer lugar, la solicitud que se pone en la realización
de un trabajo o de una misión. La Biblia admira y recomienda esta
presencia inteligible y activa del hombre en todos sus quehaceres.
Primero en los más humildes, en el marco de la casa, por ejemplo (Prov
31,10-31), del oficio (Eclo 38,24-34) o de las responsabilidades
públicas (50,1-4). Más alto todavía coloca la Biblia el cuidado de los
quehaceres espirituales: la búsqueda de la sabiduría (Sab 6,17; Eclo
39,1-11) o del progreso moral (iTim 4,15; cf. Tit 3,8), la solicitud del
apóstol (2Cor 11,28; cf. 4,8s) o la de Pedro (Lc 22, 32). El ejemplo por
excelencia es aquí Jesús mismo, entregado sin reserva al cumplimiento de
su misión (Lc 12,50; 22,32). Por lo demás, el cuidado de los “asuntos
del Señor” es de un orden tan elevado que, por llamamiento de Cristo,
puede inducir a renunciar a los cuidados de este mundo para cuidarse
directa y totalmente de lo “único necesario” (1Cor 7,32ss; cf. Lc
10,41s).
2. Los cuidados y la fe.
Así
pues, en todos los terrenos condena la Biblia la negligencia y la
pereza. Pero también sabe que el hombre está expuesto a dejarse absorber
por los cuidados de este mundo con detrimento de los cuidados
espirituales (Lc 8,14 p; 16,13 p; 21,34 p). Jesús denunció este peligro:
llama a sus discípulos a cuidarse únicamente del reino de Dios; la
libertad de espíritu necesaria les vendrá no ya de la despreocupación -
los quehaceres de este mundo son un deber-, sino de la confianza en el
amor paterno de Dios (Mt 6,25-34 p; cf. 16,5-12).
Por
otra parte, sea cual fuere el terreno a que pertenezcan, los cuidados
son por sí mismos un llamamiento a la confianza y a la fe. Si un
quehacer bien desempeñado permite en ciertos casos “sonreír al día
queviene” (Prov 31,25), los cuidados que acarrea son más a menudo para
el hombre ocasión de adquirir conciencia de sus límites en la
incertidumbre, el temor o la angustia. El sufrimiento así engendrado es
la ley común de todos los hombres (Sab 7,4). Los invita a confiar al
Señor la “carga” de sus cuidados (Sal 55,23; cf. 1Pe 5,7), incluso si
proviene de sus pecados (Sal 38,19; cf. Lc 15,16-20), con una fe que
sabe que “el Altísimo toma el cuidado de ellos” (Sab 5,15). Entonces
podrán “usar de este mundo” con todo el cuidado necesario, “como Si
verdaderamente no usaran de él” (1Cor 7,31). En efecto, por encima de
todos los cuidados, “la paz de Dios que rebasa toda inteligencia,
guardará sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús” (Flp 4,6s).
JEAN
DUPLACY
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