El valor inclusivo o extensivo de la expresión «el
Hijo del hombre» da a entender que la construcción del reino de Dios, es
decir, la maduración y el éxito de la humanidad, no es obra de Jesús
solo: lo es también de sus seguidores, dotados del Espíritu (mesianismo
compartido). El designio divino es que los seres humanos alcancen la
plenitud de vida que se manifiesta en Jesús: ser fiel a Dios consiste en
tender personalmente a esa meta y esforzarse porque los demás la
alcancen. Se deduce que tanto en la comunidad como en la misión cristiana
todo tiene que ordenarse a la realización del hombre. Esto es lo
prioritario y lo absoluto; todo lo demás es medio o condición.
La propuesta de Jesús implica, por tanto, que los cristianos no
pueden formar una iglesia de fieles pasivos, dedicados únicamente a
cumplir con sus supuestas obligaciones para con Dios y esperando que sea
él quien lo solucione todo. Dios no absorbe al hombre, lo proyecta hacia
los demás; no monopoliza la actividad, sino que dinamiza al ser humano y
lo potencia para actuar; no retrae al individuo de la historia, lo
sumerge en ella; no le hace despreciar lo existente, obra divina, quiere
que lo ame y se sirva de ello para llevar a término la obra de la creación.
Lo que Dios quiere de todo ser humano, y muy en particular de los que
siguen a Jesús, es el interés y el esfuerzo, cada uno en la medida de
sus posibilidades y circunstancias, por crear un mundo más humano, por
elevar el nivel de madurez de la humanidad, por favorecer el avance de la
hominización. Hay que colaborar al éxito del Dios creador esforzándose
porque su creación, de la que el hombre es el máximo exponente, llegue
a su pleno desarrollo; hay que colaborar al éxito de Dios Padre, ayudando
a que los hombres hagan la opción necesaria para poder ser y llamarse
hijos suyos y acrecienten su parecido con su Padre del cielo.
Jesús señala la meta: construir una sociedad digna del
hombre, es decir, justa, libre y creativa, próspera y sobria, solidaria y
feliz, una comunidad humana, el reino de Dios en la tierra, que,
entrelazada
por las diversas manifestaciones y grados del amor fraterno, estimule a
los seres humanos a avanzar en su realización y plenitud personal.
Al mismo tiempo, Jesús identifica los obstáculos o impedimentos a
la realización de ese proyecto, obstáculos que hay que sortear o
derribar; son los falsos ideales de realización humana: las ambiciones
egoístas de riqueza, prestigio y poder. Pero, como se ha dicho, no traza
el itinerario que lleve infaliblemente a la meta: encontrar caminos y
soluciones es cosa de los hombres, aunque contando siempre con su ayuda
y su fuerza. Toca a los hombres construir su mundo. Él no ofrece
soluciones o recetas: su labor es potenciar al ser humano, para que vaya
creándose una humanidad vigorosa, amorosa, libre, dispuesta a entregarse
para procurar el bien de todos. No hay salvación meramente individual; la
salvación de cada uno, que comienza en este mundo y es la plenitud de
vida, se consigue tanto más eficazmente cuanto más humana sea la
sociedad
en que vive.
Actividad
socio política
La gran preocupación de los cristianos comprometidos
es hoy la labor por la justicia social y, en particular, por mejorar la
condición de los oprimidos y asimismo la de los marginados y más
desfavorecidos en el seno de una sociedad próspera. Esa labor pretende
eliminar los obstáculos externos que impiden o coartan el crecimiento
humano.
Nadie puede ignorar o subestimar la necesidad de esta clase de
esfuerzo, pero hay que notar que la preocupación y la labor por la
justicia social no es exclusiva de los cristianos ni tampoco necesita la
inspiración cristiana para existir '3; es por sí misma objetivo de
cualquier
persona que viva la solidaridad humana y sea sensible a las situaciones
de opresión y de miseria. De hecho, el interés por la justicia social
se ha despertado entre los cristianos a consecuencia de acontecimientos
relativamente recientes, inspirado por las iniciativas de movimientos políticos
o sindicales. Los problemas de la justicia social buscan solución a su
propio nivel y desde el punto de vista humano, sin necesidad de apelar a
Jesús.
Es innegable, sin embargo, que la labor por la justicia puede ser
superficial y tener resultados decepcionantes y efímeros. El mero
bienestar no contribuye al crecimiento personal. Los hombres pueden
salir de una condición infrahumana, pero, si no cambian muchas de sus
actitudes, quedará una injusticia soterrada que volverá a manifestarse y
a infectar la sociedad.
En realidad, la acción social es urgente e imprescindible, pero,
siguiendo el ejemplo de Jesús, debe tender a lo más importante, el
cambio interior del hombre. Jesús no se conforma con una justicia social
externa, quiere transformar a la persona y hacer así posible un cambio
duradero de sociedad: la justicia, faceta del amor, debe dimanar del
interior de cada ser humano, no ser impuesta desde fuera. No le basta
tampoco a Jesús que el hombre sea más o menos feliz en este mundo,
quiere llevarlo a su pleno desarrollo comunicándole una vida que supere
la muerte.Es decir, no hay que contentarse con suprimir obstáculos estructurales. Y aunque a menudo lo más urgente sea sacar a los hombres de una situación infrahumana, para restablecer su dignidad y darles posibilidad de opción libre, lo más importante es siempre el desarrollo personal. En el episodio evangélico del endemoniado geraseno (Me 5,2-20 parr.), donde se describe la situación desesperada de los esclavos en rebelión, que pretendían vanamente subvertir por la violencia la situación opresora, la lección es clara: Jesús restituye al hombre su dignidad de persona y es eso lo que causa a la larga la ruina del sistema opresor, representado por la gran piara de cerdos que se precipita acantilado abajo en el mar.
En otras palabras, hay que derribar todo lo estructural que impide
el desarrollo humano (opción por la justicia); pero también eliminar
todo obstáculo personal y fomentar lo positivo del hombre, estimulando su
realización (opción por la plenitud). Si la plenitud humana se basa en
el amor a todos, hay que eliminar todo lo que se oponga al amor y
solidaridad en el individuo y, en consecuencia, en la sociedad. El proceso
personal es más rápido: el individuo puede cambiar de actitud, aunque
queden residuos de su pasado; el social es más paulatino, y se realiza
por la transformación de la relación humana y el crecimiento de la
solidaridad, que van creando nuevas estructuras sociales, y, siempre y
donde sea necesario, mediante la presión y la denuncia, que exigen otro
modo de vivir en sociedad.
Por tanto, concebir como el objetivo primario y distintivo de los
grupos cristianos una acción social o política impersonal es una visión
parcial e incompleta que reduce el campo de su misión. Significa
atribuir al punto de partida la categoría de meta. Por eso Jesús no
acepta para sí el papel de un líder que impone la justicia; quiere el
cambio interior y la maduración del hombre, quiere que la justicia social
nazca de la confluencia de las justicias individuales. Mientras sigan
vivas en los hombres las raíces de la injusticia, es decir, los egoísmos
y las ambiciones, el desarrollo humano se verá obstaculizado y no habrá
verdadera ni duradera solución para la sociedad.
Actividad
específica cristiana
Del ser y del ejemplo de Jesús se deduce que la actividad propia de
la comunidad cristiana mira siempre a la plenitud de vida del hombre; su
objetivo es fomentarla y ayudar a crecer en calidad humana. El cristiano
y la comunidad tienen que tender a ese objetivo trabajando para elevar el
nivel de desarrollo personal y la madurez de sus semejantes. Una acción
social que prescinda de eso se queda corta, no tiene en cuenta lo
principal.
No basta, por tanto, cualquier servicio a los demás, hace falta el
servicio que es expresión de amor, único modo de comunicar vida. No
basta actuar con el cerebro y las manos, hace falta poner el corazón.
Ahí está la diferencia entre quedarse en lo externo o tocar lo íntimo.
Solamente una actividad así puede ayudar a los otros en el terreno de su
maduración personal.
En la versión de Jn del episodio de los panes (6,1-13), es
Jesús quien, como un sirviente (amor – entrega - servicio) reparte el
pan (amor - solidaridad) (Jn 6,11). No vale el amor sin pan ni el
pan sin amor. Con su gesto, Jesús invita a la multitud a la entrega y la
solidaridad. No se contenta con hacer el bien: quiere llevar a aquellos
hombres a hacerse corresponsables del bien de los demás, ensanchando así
el ámbito del amor y su fruto; esa opción asegura el doble alimento, el
perecedero y el permanente: el pan, que mantiene la vida física, y el
amor, que garantiza una vida definitiva (Jn 6,27).
En paralelo con la de Jesús, la actividad cristiana no insiste sólo
en el derecho del más desfavorecido a recibir, sino también en su
compromiso de hacer y de dar, asociándose a la tarea común. No busca sólo
una sociedad próspera, sino una sociedad nueva, en la que no domine el
egoísmo, en la que el bienestar sea solidario y compartido.
El Padre y Jesús comunican al hombre su amor vivificante; el hombre
debe comunicar a otros ese amor. La actividad que demuestra amor invita
a otros a amar, y el amor es vida. Toda la actividad del cristiano, en
todas sus etapas, debe estar impregnada de amor, para ir comunicando vida
desde el principio. El amor se traduce en servicio, que derriba barreras
y demuestra la sinceridad; la prepotencia aleja y hace sospechar de otros
intereses; el paternalismo humilla.
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