1
- Quién es Edith Stein
Es una de las mujeres más eminentes y ricas de interés de nuestro siglo. Por su originalidad y la complejidad de los acontecimientos existenciales que caracterizan su vida, es difícil encuadrarla con fidelidad en un breve perfil biográfico.
Edith Stein nació en 1891 en Breslau, ciudad que en aquel tiempo pertenecía a Alemania, y era la capital de la Silesia prusiana (hoy Wroclaw en Polonia). Era la última de siete hijos de una familia judía profundamente religiosa y ligada a las tradiciones. Nació el 12 de octubre, día de la fiesta religiosa del Kippur, esto es, de la Expiación. Ya la madre vio en esta circunstancia un signo de predilección de Dios y el preludio del singular destino de su hija.
Inteligente, dinámica, desde muy joven iniciada en los intereses culturales de los hermanos mayores, Edith se inscribe en 1910 en la Universidad de Breslau, y será la única mujer que sigue, ese año, los cursos de filosofía. Dijo una vez: "El estudio de la filosofía es un continuo caminar al borde del abismo", pero ella, intelectual y espiritualmente madura, supo hacer de la misma una vía privilegiada de encuentro con la verdad.
Mientras seguía cierto seminario de estudios, entró en contacto con el pensamiento de Edmund Husserl, profesor de la Universidad de Gotinga. Y nació un interés profundo. Experimentó un gran entusiasmo por el autor, iniciador de la fenomenología, quien le pareció "el filósofo" de su tiempo. Se trasladó a la Universidad de Gotinga y consiguió conocer al filósofo Husserl.
Del entusiasmo por la primera obra del maestro, las Investigaciones lógicas, Edith, con otros estudiantes investigadores como ella, pasó a una actitud crítica cuando Husserl, con Ideas para una fenomenología pura, pasó del realismo del estudio de los fenómenos al idealismo trascendental.
Conoció a otro fenomenólogo, Max Scheler, muy distinto de Husserl, que provocaba a su auditorio con intuiciones originales y estimulaba su espíritu. En ella, que se declaraba atea, Scheler consiguió despertar la necesidad religiosa, más adormecida que apagada. Poco tiempo antes, Scheler había retornado a la fe católica, y exponía su credo de manera fascinante.
Edith no alcanzó en ese momento la fe, pero vio abrirse ante sí un nuevo ámbito de fenómenos, ante los cuales no podía permanecer insensible. En la escuela de Husserl había aprendido a contemplar las cosas sin prejuicios. Escuchando a Scheler, se le derrumbaban las barreras de los prejuicios racionales entre los que había crecido sin saberlo. Ella misma dice: "El mundo de la fe se me abría de improviso delante".
Cuando comenzó la primera guerra mundial, en 1914, se sintió espiritualmente atraída por la idea de oponerse al odio con un servicio de amor. Y se hizo voluntaria de la Cruz Roja en un hospital militar de enfermedades infecciosas, situado en una pequeña ciudad de Moravia. Y volvió a la filosofía con una nueva actitud: "¡No la ciencia, sino la dedicación a la vida tiene la última palabra!"
A pesar de sus reservas ante el pensamiento filosófico de Husserl, Edith permaneció a su lado, y en 1916 lo siguió como asistente en la Universidad de Friburgo, donde se licenció con una tesis titulada El problema de la empatía (Einfuhlung). El año después consiguió el doctorado summa cum laude en la misma universidad.
Por las necesidades propias de sus estudios, en primer lugar, y por las exigencias de la amistad, después, transcurrió largos períodos estivales en Bergzabern, en el Palatinado, en casa del matrimonio Conrad-Martius. Fue en el verano de 1921, durante uno de estas estancias cuando Edith leyó - en una sola noche - el Libro de la vida de Santa Teresa de Ávila. Al cerrar el libro, con las primeras luces del alba, tuvo que confesarse a sí misma: "¡Esta es la Verdad!".
Recibió el bautismo en Bergzabern algunos meses después, el 1 de enero de 1922. Quiso y consiguió que fuese su madrina su amiga Hedwig Conrad-Martius, la cual era cristiana, pero de confesión protestante. Añadió a Edith los nombres de Teresa y Edvige.
Fue después a visitar a su familia, a casa de la anciana madre Augusta, para contarles lo que había hecho. Se puso de rodillas y le dijo: "¡Mamá, soy católica!". La madre, firme creyente de la fe de Israel, lloró. Y lloró también Edith. Ambas sentían que, a pesar de seguirse amando intensamente, sus vidas se separaban para siempre. Cada una de las dos encontró a su manera, en la propia fe, el valor de ofrecer a Dios el sacrificio solicitado.
En Friburgo Edith empezaba a sentirse a disgusto. Advertía las primeras llamadas interiores de la vocación a la consagración total al Dios de Jesucristo. Así pues dejó su trabajo como asistente de Husserl, y decidió pasar a la enseñanza en el Instituto de las Dominicas de Spira.
Es una de las mujeres más eminentes y ricas de interés de nuestro siglo. Por su originalidad y la complejidad de los acontecimientos existenciales que caracterizan su vida, es difícil encuadrarla con fidelidad en un breve perfil biográfico.
Edith Stein nació en 1891 en Breslau, ciudad que en aquel tiempo pertenecía a Alemania, y era la capital de la Silesia prusiana (hoy Wroclaw en Polonia). Era la última de siete hijos de una familia judía profundamente religiosa y ligada a las tradiciones. Nació el 12 de octubre, día de la fiesta religiosa del Kippur, esto es, de la Expiación. Ya la madre vio en esta circunstancia un signo de predilección de Dios y el preludio del singular destino de su hija.
Inteligente, dinámica, desde muy joven iniciada en los intereses culturales de los hermanos mayores, Edith se inscribe en 1910 en la Universidad de Breslau, y será la única mujer que sigue, ese año, los cursos de filosofía. Dijo una vez: "El estudio de la filosofía es un continuo caminar al borde del abismo", pero ella, intelectual y espiritualmente madura, supo hacer de la misma una vía privilegiada de encuentro con la verdad.
Mientras seguía cierto seminario de estudios, entró en contacto con el pensamiento de Edmund Husserl, profesor de la Universidad de Gotinga. Y nació un interés profundo. Experimentó un gran entusiasmo por el autor, iniciador de la fenomenología, quien le pareció "el filósofo" de su tiempo. Se trasladó a la Universidad de Gotinga y consiguió conocer al filósofo Husserl.
Del entusiasmo por la primera obra del maestro, las Investigaciones lógicas, Edith, con otros estudiantes investigadores como ella, pasó a una actitud crítica cuando Husserl, con Ideas para una fenomenología pura, pasó del realismo del estudio de los fenómenos al idealismo trascendental.
Conoció a otro fenomenólogo, Max Scheler, muy distinto de Husserl, que provocaba a su auditorio con intuiciones originales y estimulaba su espíritu. En ella, que se declaraba atea, Scheler consiguió despertar la necesidad religiosa, más adormecida que apagada. Poco tiempo antes, Scheler había retornado a la fe católica, y exponía su credo de manera fascinante.
Edith no alcanzó en ese momento la fe, pero vio abrirse ante sí un nuevo ámbito de fenómenos, ante los cuales no podía permanecer insensible. En la escuela de Husserl había aprendido a contemplar las cosas sin prejuicios. Escuchando a Scheler, se le derrumbaban las barreras de los prejuicios racionales entre los que había crecido sin saberlo. Ella misma dice: "El mundo de la fe se me abría de improviso delante".
Cuando comenzó la primera guerra mundial, en 1914, se sintió espiritualmente atraída por la idea de oponerse al odio con un servicio de amor. Y se hizo voluntaria de la Cruz Roja en un hospital militar de enfermedades infecciosas, situado en una pequeña ciudad de Moravia. Y volvió a la filosofía con una nueva actitud: "¡No la ciencia, sino la dedicación a la vida tiene la última palabra!"
A pesar de sus reservas ante el pensamiento filosófico de Husserl, Edith permaneció a su lado, y en 1916 lo siguió como asistente en la Universidad de Friburgo, donde se licenció con una tesis titulada El problema de la empatía (Einfuhlung). El año después consiguió el doctorado summa cum laude en la misma universidad.
Por las necesidades propias de sus estudios, en primer lugar, y por las exigencias de la amistad, después, transcurrió largos períodos estivales en Bergzabern, en el Palatinado, en casa del matrimonio Conrad-Martius. Fue en el verano de 1921, durante uno de estas estancias cuando Edith leyó - en una sola noche - el Libro de la vida de Santa Teresa de Ávila. Al cerrar el libro, con las primeras luces del alba, tuvo que confesarse a sí misma: "¡Esta es la Verdad!".
Recibió el bautismo en Bergzabern algunos meses después, el 1 de enero de 1922. Quiso y consiguió que fuese su madrina su amiga Hedwig Conrad-Martius, la cual era cristiana, pero de confesión protestante. Añadió a Edith los nombres de Teresa y Edvige.
Fue después a visitar a su familia, a casa de la anciana madre Augusta, para contarles lo que había hecho. Se puso de rodillas y le dijo: "¡Mamá, soy católica!". La madre, firme creyente de la fe de Israel, lloró. Y lloró también Edith. Ambas sentían que, a pesar de seguirse amando intensamente, sus vidas se separaban para siempre. Cada una de las dos encontró a su manera, en la propia fe, el valor de ofrecer a Dios el sacrificio solicitado.
En Friburgo Edith empezaba a sentirse a disgusto. Advertía las primeras llamadas interiores de la vocación a la consagración total al Dios de Jesucristo. Así pues dejó su trabajo como asistente de Husserl, y decidió pasar a la enseñanza en el Instituto de las Dominicas de Spira.
"Fue Santo Tomás
- escribe - el que me enseñó que se pueden complementar perfectamente el
estudio y una vida dedicada a la oración. Sólo después de comprenderlo me
atreví a entregarme de nuevo a mis estudios con seria aplicación. Es más,
creo que, cuanto más profundamente nos sentimos atraídos por Dios, más
debemos salir de nosotros mismos, también en este sentido. Esto es: debemos
volver al mundo para traer la vida divina".
Se dedicó entonces a confrontar la
corriente filosófica en la que se había formado, la fenomenología, con la
filosofía cristiana de Santo Tomás de Aquino, en la que siguió
profundizando. Resultado de esta investigación fue el estudio que dedicó a su
viejo maestro Husserl en su 70º cumpleaños: La fenomenología de Husserl y
la filosofía de Santo Tomás. Era el año 1929. El mismo año daba
inicio a los ciclos de Conferencias culturales para la promoción de
la mujer.
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Edith
Stein, en una foto de 1930
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Tres años después, en 1932,
dejó Spira para dedicarse totalmente a los estudios filosóficos, y entró como
profesora en la Academia pedagógica de Münster. Permaneció
solamente un año: con la llegada al poder de Hitler, se promulgaron las leyes
de discriminación racial, y Edith Stein tuvo que abandonar la
enseñanza.
El 30 de abril de 1933, durante la
adoración del Santísimo Sacramento sintió con claridad su vocación a la vida
religiosa monástica del Carmelo, que había empezado a intuir el día del
bautismo, y tomó interiormente su decisión. ¡Para la madre supuso otro golpe!
"También siendo hebreo se puede ser religioso", le había
dicho para disuadirla. "Claro - le había respondido Edith -, si
no se ha conocido otra cosa".
Dios la llamaba para conducirla al
desierto, le hablaba en su corazón para invitarla a compartir la infinita sed
de Jesús por la salvación de los hombres. Libre y alegremente dejaba un mundo
lleno de amigos y admiradores, para entrar en el silencio de una vida desnuda y
silenciosa, atraída sólo por el amor a Jesús. El 15 de octubre de 1933
Edith entraba en el Carmelo de Colonia. Tenía 42 años.
El domingo 15 de abril de 1934 tomó
los hábitos y se hizo novicia con el nombre de Sor Teresa Benita de la Cruz.
Entre tanto, el provincial de los carmelitas insistió para que se dedicara a
completar su obra "Ser finito y Ser eterno", iniciada
antes de entrar en el Carmelo. En 1938 culminó su formación carmelita y el 1
de mayo hizo los votos de profesión religiosa carmelita para toda la vida.
Pero el 31 de diciembre de 1938
se cernía sobre Edith el drama de la cruz. Para huir de las leyes raciales
contra los judíos, tuvo que dejar el Carmelo de Colonia. Se refugió en
Holanda, en el Carmelo de Echt. Era un momento trágico para toda Europa
y especialmente para los ciudadanos de origen judía, perseguidos por los nazis.
El 23 de marzo se ofreció a Dios como víctima de expiación. El 9 de junio
redactó su testamento espiritual, en el que declaraba su aceptación de la
muerte en una hora tan funesta, mientras arreciaba la segunda guerra mundial.
En 1941, por encargo de la Priora
del monasterio de Echt, dio inicio a una nueva obra y la continuó mientras
pudo, esta vez sobre la teología mística de San Juan de la Cruz. La tituló Scientia
Crucis. La obra quedó incompleta, porque también en Echt los nazis
terminaron por alcanzarla. Las escuadras de las SS la deportaron al campo
de concentración de Amersfort, y de ahí al de Auschwitz. "¡Vamos!
- dijo mientras salía con su pobre equipaje a su hermana Rose, que vivía en la
hospedería del monasterio y que fue capturada junto a ella - ¡Vamos a morir
por nuestro pueblo!"
Había pasado de la cátedra de
docente universitaria al Carmelo. Y ahora, de la paz del claustro, espacio del
amor contemplativo, pasaba a los horrores de un lager nazi. Edith Stein, Sor
Teresa Benita de la Cruz, murió en las cámaras de gas de Auschwitz el 9
de agosto de 1942.
Fue beatificada por Juan
Pablo II en Colonia, en el aniversario de su consagración definitiva, el 1
de mayo de 1987. Fue proclamada Santa por el mismo pontífice en la Plaza
de San Pedro de Roma el 11 de octubre de 1998.
2
- Itinerario filosófico y religioso
La aceptación serena y consciente
de este final presupone una madurez humana y espiritual completa, la posesión
tranquila - en los límites en que esto resulta posible a un ser humano finito -
de esa suma Verdad y de ese sumo Amor que es el Ser eterno en sí mismo.
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Edith
Stein en 1931,
dos años ante de entrar en el Carmelo de Colonia |
A esta meta Edith había llegado
pasando por una maduración intelectual y filosófica que se puede considerar ya
culminada en el momento de abandonar el mundo para entregarse a la contemplación
de Dios, que es su vocación monástica carmelita.
Lo que más llama la atención en
Edith Stein es la claridad de su objetivo, la persistencia infatigable de la búsqueda
con que lo persiguió durante toda la vida. " La sed de la verdad
- dijo a propósito del tiempo que precedió a su conversión - era mi única
oración". Esta búsqueda, abriéndose al Ser divino, se convertirá en
búsqueda de Dios, no del Dios de las abstractas filosofías, sino del Dios
personal, el Dios de Jesucristo.
No nos sorprende pues que, a partir
de la fenomenología, Edith Stein llegara a la Escolástica y que
en este panorama de luz total sobre el ser pudiera escuchar la exigencia de
abordar una experiencia y una doctrina de carácter místico.
En los años treinta, los varios círculos
de pensadores neo-escolásticos afrontaban frecuentemente la relación entre filosofía
y mística, interesándose especialmente por las diferencias entre las vías
propuestas por Tomás de Aquino y por Juan de la Cruz para la vida
espiritual.
Escribe Dubois: "Era la época
de los Congresos Tomistas, de los Estudios Carmelitas, de las reuniones de
Meudon, en torno a Jacques e Raissa Maritain. Dan testimonio de que, en este
momento del pensamiento cristiano, la vida de oración y la búsqueda de la
santidad se presentan como formas de la actividad filosófica, en la realidad de
la existencia."
En esa época, Edith había madurado
ya la superación de la postura de su maestro Husserl. Sus
intereses especulativos gravitaban en torno a Santo Tomás, y su espíritu se
orientaba hacia la experiencia mística carmelita, manteniendo, a pesar de todo,
el profundo signo de su iniciación a la filosofía en la escuela de Husserl.
La orientación del pensamiento de
Husserl atraía a sus discípulos. "Cada consciencia es consciencia
de algo. La clave está en volver a las cosas y preguntarse qué
es lo que dicen de sí mismas, obteniendo así certezas que no proceden de teorías
preconcebidas, de opiniones recibidas y no verificadas. Eran perspectivas
estimulantes. Fórmulas como ‘La verdad es un absoluto’, que Husserl
había propuesto en su primera obra 'Investigaciones lógicas' suponían una ruptura
con el relativismo". (Dumareau)
Edith había entrado así en un círculo
de personas unidas por la pasión por la verdad y por auténticos vínculos
humanos. Es interesante el testimonio de Hedwig Conrad Martius: "¡Nacidos
del Espíritu! Yo quiero expresar con estas palabras que no se trataba solamente
de un método de pensamiento y de investigación. Este método constituyó y
constituye entre los discípulos de Husserl un vínculo para el cual no
encuentro parangón mejor que el de un nacimiento natural en un espíritu común.
Desde el principio tuvo que haber un gran secreto, escondido en la intención de
esta nueva orientación filosófica, una nostalgia de un retorno a lo objetivo,
a la santidad del ser, a la pureza y la castidad de las cosas."
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Edith
Stein en 1938,
cinco años después de su llegada al Carmelo de Colonia |
Aunque ni siquiera Husserl superó
el subjetivismo, en realidad la apertura al objeto, propia de la intención
original de esta escuela en la que se formó filosóficamente Edith Stein,
invitaba a muchos discípulos a avanzar, por la vía de la objetividad, hacia el
ser mismo.
Lo que atrajo intensamente a Edith
Stein fue la apertura directa de la conciencia al ser del mundo. "A través
de esta realidad del ser del mundo Dios nos habla. Él está ahí, detrás, él
sólo es El que es. Abrirse a la voz del mundo que habla a la consciencia es
abrirse a Dios, es escuchar a Dios. El camino de la contemplación está muy
cerca." (J. de Fabrègues)
La posición crítica de Edith
respecto al desarrollo de la doctrina de Husserl por una línea que fue
denominada de "idealismo trascendental" favoreció su aproximación a
la perspectiva de la Escolástica. Y el encuentro con el Ser infinito hizo
crecer en su espíritu el germen de la contemplación.
Procediendo con el método fenomenológico,
en la perspectiva inicial de la adhesión a la objetividad de las cosas, Edith
trató, en su primera producción científica, algunos temas de carácter psicológico,
comunitario, social. Según uno de los más serios estudiosos de Edith Stein,
Reuben Guilead, "hay un problema en el que se concentra todo su interés
filosófico: el de la persona humana. No es una casualidad que sus
primeros escritos graviten sobre cuestiones de naturaleza psíquica, comunitaria
y social. Ahora, la búsqueda de la esencia de la persona humana está unida
indisolublemente a la de la dimensión espiritual. Así que no nos sorprende
que, desde sus primeros escritos, Edith Stein afronte la cuestión de una
ontología del espíritu".
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