domingo, 24 de abril de 2016

EXEQUIAS


I. El tema de la muerte hoy
Una simple mirada a la literatura de estos años en el campo literario, filosófico y teológico obliga a reconocer en la atención prestada al tema de la muerte un hecho de proporciones bastante apreciables'. El esfuerzo por individualizar las razones de este fenómeno y comprender los contenidos con los que poco a poco se va configurando ayuda a delinear el contexto dentro del cual hoy, de hecho, se sitúa la problemática propiamente pastoral relativa a la celebración de la muerte. Un análisis, aunque sólo sea inicial, de algunas intervenciones significativas nos pone frente a una multiplicidad de datos tal, que hace sin duda completamente nuevo el modo mismo de acceder al actual debate en torno a la muerte.

1. LA SOCIEDAD CENSURA LA MUERTE. La reflexión acerca de la literatura de carácter sociológico sobre el significado de la muerte en la sociedad contemporánea haría encontrar precisamente en el silencio sobre tal argumento la elección más difundida hoy, con mucho. O sea, para los hombres modernos, la muerte deberá ser la gran ausente y no hallará espacio en el horizonte del pensamiento contemporáneo: se le veta (o al máximo se le concede sólo al hombre arcaico) tomar conciencia de la muerte en términos personales: sólo a través de la muerte-espectáculo, ofrecida cotidianamente por los mass-media, será posible una eventual toma de conciencia de la realidad de la muerte, aunque sea siempre la muerte de los otros, extraños, alejados de nosotros tanto geográfica como afectivamente. Es natural que nos preguntemos por las razones de esta censura. La investigación al respecto sería larga y compleja; pero en torno a ciertos porqués la literatura parece manifestar una cierta convergencia. Sería sobre todo la concepción hedonista propia de la civilización actual la que impondría el silencio sobre la muerte; reconocerla y asumirla como tal realidad significaría poner en cuestión la capacidad de la sociedad para satisfacer plenamente esa "necesidad de felicidad" declarada como absolutamente imprescindible. Todavía más penetrante parecería una segunda hipótesis, que relaciona la actitud moderna respecto a la muerte con el fenómeno de la secularización y con el surgimiento y la extensión de la sociedad burguesa. El silencio sobre la muerte se impone porque hoy en día está desacralizada, ha pasado de ser un rito a ser un espectáculo; ya no ocupa una función social, y se celebra decididamente en la esfera privada. Una tercera línea interpretativa tiende, en cambio, a unir el fenómeno de la negación de la muerte con la actitud técnico-eufórica de la sociedad actual. El acontecimiento muerte se asume esencialmente como un acontecimiento técnico-biológico: es un incidente; es una cosa que, como todas las cosas de la vida, es modificable y manipulable por el hombre, que prepara y utiliza instrumentos técnicos adecuados para enfrentarse a las diversas realidades de la existencia'. Sin embargo, es necesario reconocer que este intento de censura de la realidad de la muerte no ha tenido éxito: para el hombre particular la muerte permanece como una amenaza, aunque sea inconfesable, no estándole permitido al individuo confesar la propia finitud en un contexto social que se cree ilimitado. La crisis de identidad de la sociedad técnico-industrial podría también servir para hacer comprender que la finitud, colectiva y personal, no es una desagradable incongruencia, sino una realidad confesable, que se ha de reconocer abiertamente.
2. LAS DIMENSIONES DEL DEBATE ACTUAL. Casi como contraposición al silencio (favorecido o impuesto) del uso social sobre la realidad de la muerte asistimos a un imponente renacimiento del interés por el tema del morir en la literatura de estos últimos años. Una cuidadosa exploración de todo lo que ésta va proponiendo confirma, por una parte, la tendencia arriba recordada a la censura, convalidando por tanto la presencia de una tensión dramática de la sociedad contemporánea, todavía no resuelta; por otra parte, hace surgir también perspectivas insospechadas de pensamiento y de praxis. En particular, la apertura a las culturas religiosas medio-orientales y sobre todo asiáticas está manifestando una influencia evidente sobre el mundo occidental: la persistencia de la idea de una vida que pueda ir más allá de la muerte singular, incluso en su imponderabilidad, y la aparición en el drama-muerte de una componente de serenidad que es confianza en la vida, son probablemente las manifestaciones más características.
Si a esto añadimos la profunda renovación que connota la más reciente reflexión teológica sobre el tema de la muerte', nos podemos hacer una idea todavía más adecuada de las amplias dimensiones que va asumiendo el debate actual. La perspectiva escatológica que hace de telón de fondo a la reflexión teológica sobre el tema de los novísimos subraya claramente las dimensiones cristológicas y antropológicas. La realidad de la muerte-resurrección de Cristo constituye la referencia central, que permite iluminar la comprensión del morir del hombre, morir que está llamado a configurarse con un morir en Cristo para resucitar con él, morir que está abierto a un futuro de comunión definitiva con Dios y de encuentro entre vivos y vivientes. Análogamente, la superación del dualismo entre alma y cuerpo permite precisar la naturaleza de lamuerte en términos de paso hacia una vida sin fin, en términos de un estado situado entre un ya y un todavía no dentro del cual se coloca la realidad de la resurrección.
3. LA NECESIDAD DE UNA PRAXIS PASTORAL RENOVADA. Este elemental esbozo de las características del contexto actual ayuda a comprender la multiplicidad de las razones de una deseada renovación de la praxis eclesial a propósito del capítulo relativo a la muerte. La intervención conciliar ha explicitado en particular las razones de índole doctrinal y litúrgica estableciendo: "El rito de las exequias debe expresar más claramente el sentido pascual de la muerte cristiana y responder mejor a las circunstancias y tradiciones de cada país, aun en lo referente al color litúrgico" (SC 81). La comprensión más lúcida del cambiado contexto cultural y social imprime una mayor urgencia a este trabajo de reformulación y profundización del dato de fe y lo pone frente a nuevas tareas: parece ser precisamente prioritaria la de no esconder la realidad de la muerte ni aceptar la censura de pensamiento y de lenguaje respecto a ella, sobre todo porque la perspectiva de la fe en Cristo muerto y resucitado consiente no sólo descifrar la naturaleza y el porqué del morir, sino también rescatar la inevitable muerte del hombre de las categorías de la angustia, de la oscuridad impenetrable, de la desaparición en la nada, de la disolución de la comunión con los hombres y con el mundo. A esto se debe unir la persuasión de que, en el actual contexto eclesial, la intervención pastoral de la iglesia con ocasión de la muerte de un hermano pueda encontrarse en una situación de particular dificultad: el signo de la fe que son las exequias cristianas tiene con mucha frecuencia como interlocutores o presentes a personas que viven las actitudes más heterogéneas en el modo de enfrentarse y juzgar la realidad de la muerte. Quizá como nunca antes, hoy la novedad cristiana de la esperanza, que constituye el sentido mismo de la intervención pastoral de la iglesia, necesita declinarse y expresarse a través de una amplia variedad de lenguajes, como servicio de la fe que respeta las diversidades del morir, y sobre todo las diversidades de quien ha muerto o está viviendo el dolor de la muerte de otro. Bajo este aspecto, el estudio del Ordo Exsequiarum y el examen de cómo deba celebrarse hoy se llenan de preguntas y de estímulos nuevos.

II. El nuevo "
Ordo Exsequiarum"
La comprensión de las opciones llevadas a cabo con vistas a la redacción del nuevo OE es posible sólo a partir de un análisis del desarrollo histórico relativo a la praxis funeraria cristiana; la descripción, aunque sólo sea sintéticamente, de las etapas esenciales nos permitirá después abrirnos a los interrogantes de naturaleza más estrictamente pastoral.
1. ESCUCHANDO A LA TRADICIÓN. En los complicados avatares del desarrollo histórico 6 se pueden individualizar diversos estadios, en los que las formulaciones doctrinales, mentalidad, lenguaje se estrecruzan diferenciadamente.
a) La praxis litúrgica. Si la praxis funeraria cristiana más antigua revela una relación evidente con prácticas comunes a no creyentes, no menos manifiesta también la puesta en marcha de un procesode diferenciación: la certeza de la salvación operada por Cristo y la fe en la resurrección alimentan expresiones de esperanza y de fraternidad más que de triste dolor o desesperación. Incluso los textos de oración (eucologías o composiciones salmódicas) transparentan una tonalidad pascual, donde tienen una amplia resonancia la alegría y la esperanza. El examen más específico de la literatura patrística y litúrgica, que se extiende desde el s. ni hasta las puertas mismas de la época carolingia, nos lleva a encontrar un desarrollo de interpretación no siempre fácil'. Desde un primer estadio todavía estrechamente ligado al contexto judaico, en que se privilegia la oración de acción de gracias o de bendición, se pasa muy pronto a una progresiva difusión de la oración de intercesión (época prenicena). Con el inicio de la época constantiniana, la oración cristiana evoca sobre todo el tema de la felicidad en el seno de Abrahán o en el paraíso: a medida que nos alejamos de los orígenes cristianos y va disminuyendo la espera de la parusía, crece en importancia la escatología individual; la antropología del mundo helenista, además, incita a leer tal escatología individual en términos de "alma separada del cuerpo". Con el progresivo cambio de la sensibilidad religiosa y cultural tienden a prevalecer —a partir de la misma época patrística clásica— los temas del perdón del pecado y de la salvación del alma en el otro mundo: la idea de la muerte como lucha dramática contra el demonio tiene un amplio eco en la literatura de los padres y en los mismos textos litúrgicos. Una mirada de conjunto a los siglos de la era patrística muestra la singularidad de la visión cristiana de la muerte: la idea de Dios que subyace a la oración de la iglesia es la de un Dios bueno y acogedor, que está a la espera del hombre que vuelve a él; análogamente, la oración de intercesión supone una eclesiología de comunión, que ve en el lazo común de la fe y en la participación de la misma eucaristía el fundamento de una relación fraterna que ni siquiera la muerte puede romper. Junto a esto resultan del todo evidentes las influencias de la cultura y de las particulares situaciones históricas: "[Se señalan] la influencia de la demonología para el tema de la protección del alma; la de la antropología y cosmografía antiguas para la localización del alma en el seno de Abrahán o en el paraíso; la del clima para el tema del refrigerio; la del platonismo o del neoplatonismo para el tema de la luz y de la beatitud celeste. Análogamente, específicas situaciones pastorales en la iglesia, como el cambio en la disciplina penitencial, han ejercido influencia sobre la temática funeraria"'.
La evolución constatada en la praxis funeraria de los textos galicanos y gelasianos en torno a los ss. vii-viii no se puede limitar sólo al cambio de numerosas oraciones; detrás de los sólidos desarrollos de los temas de la misericordia divina y del juicio final se puede hallar una diversa concepción y acentuación de la imagen misma de Dios y del significado de la oración de la iglesia por un hermano que ha muerto, así como las referencias al mundo entendido como tierra de exilio y lugar de tentaciones a las que sustraerse, a las cuales corresponde una visión de la muerte como liberación de las ataduras y de las cadenas del mundo y del pecado, remiten a una visión antropológica y cosmológica bastante cambiada en relación a los orígenes y a un cuadro teológico de temas escatológicos de trazos todavíainciertos y provisionales. Por su parte, la tradición funeraria de los ambientes monásticos sigue siendo testigo de una praxis inspirada en la visión pascual, y de una mentalidad que considera a la muerte como familiar al hombre.
Con la entrada en Roma de la liturgia gálico-germánica se verifica una posterior evolución, caracterizada sobre todo por la importancia cada vez mayor que se atribuye al papel propiciatorio de la oración eclesial por los muertos; la conciencia de que el juicio de Dios seguirá a la muerte induce en los textos a conceder un gran espacio a la oración de intercesión. Desde esta perspectiva se tiende cada vez más a interpretar el papel del sacerdote celebrante como expresión del poder que le ha sido conferido no sólo para absolver a los vivos de sus pecados, sino también para interceder eficazmente por la remisión de la pena a los difuntos. El tardo medievo y la época renacentista atribuyen una relevante importancia a elementos celebrativos (oraciones, textos para el canto, las melodías mismas, el color de los paramentos, los signos utilizados, etcétera), determinando así una clara preponderancia del tema propiciatorio respecto a la inspiración originaria, que individualizaba en el mensaje de esperanza derivante de la pascua la referencia temática prioritaria de los funerales cristianos.
Una valoración de síntesis, en perspectiva histórica, de los criterios que han inspirado la redacción del Ordo Exsequiarum del Ritual tridentino (= Rituale romanum del 1614) lleva a poner de relieve dos hechos: a) En el aspecto estructural, la decisión de optar por una celebración muy sobria ha permitido poner orden en una serie de elementos celebrativos que se habían ido multiplicando a lo largo de los siglos de manera frecuentemente desorganizada, pero también ha inducido a dejar a un lado algunos elementos particulares que habían caracterizado —sobre todo en los orígenes— la intervención pastoral de la iglesia (piénsese, por ejemplo, en las abundantes oraciones hechas por la comunidad como signo de comunión y de sufragio, o en la atención prestada a los primeros momentos tras la muerte); en este nuevo planteamiento se ha producido la consiguiente acentuación de la índole clerical de toda la celebración: "Se ve a los fieles como personas que asisten del principio al fin con recogimiento y piedad a una acción litúrgica, a oraciones y cantos ejecutados en lugar suyo por el clero"". b) Bajo el aspecto histórico-teológico, el análisis de los textos y de las fuentes utilizadas por el Ritual tridentino pone de relieve una confluencia de oraciones que tienen su origen en épocas bastante diversas y que, desde el punto de vista doctrinal, no aparecen organizadas en torno a líneas de pensamiento unitarias; como consecuencia, la índole pascual de la celebración cristiana de la muerte no aparece en primer plano; y algunas de las expresiones que habían marcado característicamente la praxis de los orígenes ya no están presentes en el Ritual de Trento.
La decidida reforma del Vat. II había sido preparada, significativamente, por algunos signos que la hacían considerar de gran actualidad: por un lado, el imponerse, a nivel de mentalidad y de praxis, de una costumbre que tendía a aislar de la sociedad cualquier reclamo de la muerte; por otro lado, algunas innovaciones parciales celebrativas, que manifestaban la exigencia de un retorno más explícito a las dimensiones pascuales del funeralcristiano. Por lo demás, a todo esto se refería directamente el debate conciliar que precedió a la promulgación del texto definitivo; en tal debate se puso de relieve también la importancia pastoral de un momento como el de las exequias, en el que se proponen contenidos y expresiones simbólicas a unas asambleas con frecuencia formadas por personas alejadas o no creyentes
b) El significado de la intervención pastoral de la iglesia. Si tras la praxis litúrgica pasamos a considerar, incluso sintéticamente, la actitud pastoral global de la iglesia en las diversas épocas, lograremos interpretar mejor el desarrollo histórico en su conjunto.
La primera época patrística (ss. ii-iii) se caracteriza por una situación socio-cultural que no conoce ninguna esperanza tras la muerte, o al menos no supone esta esperanza como algo obvio. Por consiguiente, el mensaje cristiano (del cual la praxis litúrgica constituye quizá el aspecto más vistoso y oficial) tiende a privilegiar el esfuerzo por valorar positivamente la muerte y por hacer evidente su valor de misterio salvífico por encima del aspecto experiencial más inmediato, que es de escándalo y de perdición. A esta luz se comprende el amplio recurso a un lenguaje simbólico tomado preferentemente de la biblia y de signos sacramentales, considerado el único capaz de ayudar a entender-crear-esperar un aspecto de la muerte que no es en absoluto evidente a la experiencia humana.
La época de la cristiandad establecida (que se extiende del s. Iv hasta la época moderna) se caracteriza sobre todo por la adquisición de la esperanza-tras-la-muerte por causa de los presupuestos obvios de la cultura común. En la acción pastoral se aprecia cómo a vecestales presupuestos se olvidan en la práctica; justo por esto, la preocupación fundamental de la intervención de la iglesia pasa a ser la de representar existencialmente la muerte, contra la tendencia de la existencia humana (también entre los cristianos) a constituirse como tiempo indefinido. Bajo este aspecto se comprende que el abundante empleo de un lenguaje místico-experiencial o sapiencial (piénsese particularmente en los difusos comentarios a los "vanitas vanitatum" o el "cupio dissolvi et esse cum Christo") tenga motivaciones no sólo culturales —la sensibilidad de las nuevas poblaciones europeas—sino, más fundamentalmente, pastorales.
La época moderna poscristiana ve de nuevo desaparecer de los presupuestos culturales comunes de la sociedad la esperanza-tras-lamuerte. Pero esta desaparición tiene lugar por obra de una progresiva secularización de la vida civil; se comprende, entonces, por qué en la predicación cristiana se continúa poniendo preferentemente el acento sobre la actitud sapiencial, que tiende a configurar la muerte.como la suprema objeción levantada por la iglesia frente al hombre burgués.
Si resulta prematuro el intento de caracterizar sintéticamente la tendencia hacia la cual se orienta la praxis pastoral en la época contemporánea, es ya posible, sin embargo, entrever en ella un significativo cambio de perspectiva. La exigencia advertida prioritariamente parece la de restituir significación a los símbolos esenciales (históricosalvíficos y existenciales) de la esperanza-cristiana-tras-la-muerte, desde el momento que las ilusiones mundanas (mesianismos terrestres, ideologías historicistas) parecen reconocer ya por sí mismas la propia inconsistencia. El mal másradical contra el que choca hoy el anuncio cristiano parece ser, por tanto, como antiguamente, el de la desesperación, no la ilusión del hombre que se cree autosuficiente.
2. PRESENTACIÓN DEL NUEVO RITUAL. La promulgación de un nuevo Ordo Exsequiarum (15 de agosto de 1969) constituye una etapa de gran importancia desde el punto de vista teológico-pastoral ". Aunque sea de modo muy sintético, presentaremos sus características esenciales '°. Para las citas usaremos la edición en castellano: Ritual de exequias (= RE). Para los Praenotanda del OE (= Ordo Exsequiarum), véase A. Pardo, Liturgia de los nuevos Rituales y del Oficio divino, col. Libros de la Comunidad, ed. Paulinas, etc., Madrid 1975, 263-270.
a) Las opciones del Val. II. En la raíz de la decisión de reformar la liturgia funeraria en el cuadro de la más amplia renovación litúrgica promovida por el concilio, está la conciencia de que el ritual funerario heredado de Trento no expresa adecuadamente la riqueza doctrinal de la visión cristiana de la muerte, y de que las cambiadas circunstancias culturales hacen urgente una consideración más profunda de la problemática pastoral: el debate en el aula conciliar constituye una evidente prueba de ello ". El texto promulgado en la SC ("El rito de las exequias debe expresar más claramente el sentido pascual de la muerte cristiana y respoder mejor a las circunstancias y tradiciones de cada país, aun en lo referente al color litúrgico. Revísese el rito de la sepultura de niños dotándolo de una misa propia": SC 81-82) sólo explicita en parte las indicaciones expresadas en las intervenciones de los padres conciliares; en los trabajos de la comisión posconciliar encargada de la preparación del nuevo texto pasan, en cambio, a ser prioritarias las preocupaciones de carácter doctrinal y pastoral, y se abre camino la exigencia de revisar más profunda y críticamente todo el capítulo del desarrollo histórico, en un intento de presentar en el nuevo ritual funerario una síntesis más amplia y fiel de todos los datos de la tradición, en particular los de la tradición más antigua'.
b) Las exequias de adultos. La sucesión de las diversas partes a través de las que normalmente se desarrolla el rito funerario (en la casa del difunto, en la iglesia, en el sepulcro) ofrece una rica antología de material celebrativo (salmos, eucología, leccionario), que debería ser objeto de un atento análisis; si, después, se piensa en la significativa recuperación de algunos elementos de praxis pastoral (cf en particular la "vigilia de oración", la "oración para la deposición del cuerpo del difunto en el féretro", el rito de la última recomendación y despedida), se alcanza una idea adecuada de cuánto interés podría ofrecer el conocimiento detallado del nuevo RE". Puesto que nos debemos limitar a una consideración de síntesis, podemos recoger los puntos relevantes más significativos en torno a algunas referencias centrales y de conjunto.
• En una comparación de carácter global con el precedente Ritual de 1614 aparece claro que lo que hace nuevo al RE actual es la recuperación masiva de la perspectiva pascual y eclesial. Todo esto se desprende particularmente del enriquecimiento temático de muchos textos eucológicos, en los que se recuperan las oraciones más válidas de la tradición y confluyen lenguaje y perspectivas bíblicas; lo confirma la voluntad de no hacer prevalecer demasiado los temas del pecado, de la intercesión, del perdón, a través de una más equilibrada distribución de textos, y de subrayar ulteriormente los elementos de esperanza, resurrección, encuentro con Dios. A esto se debe añadir el frecuente intento de marcar el clima comunitario que ha de caracterizar toda la celebración: la liturgia exequial debe ser por entero una profesión de fe en la pascua del Señor y un momento de comunión intensa con quien ya no está entre nosotros y con los hermanos que lloran su pérdida. En el n. 1 de los Praenotanda del OE se lee: "En las exequias de sus hijos, la iglesia celebra con fe el misterio pascual de Cristo, a fin de que todos los que, mediante el bautismo, pasaron a formar un solo cuerpo con Cristo, muerto y resucitado, pasen también con él, por la muerte, a la vida eterna: primero con el alma, que habrá de purificarse para entrar en el cielo, con los santos y elegidos; después, con el cuerpo, que deberá aguardar la venida de Cristo y la resurrección de los muertos. Por tanto, la iglesia ofrece por los difuntos el sacrificio eucarístico de la pascua de Cristo, y reza y celebra sufragios por ellos, de modo que, comunicándose entre sí todos los miembros de Cristo, éstos impetran para los difuntos el auxilio espiritual y, para los deudos, el consuelo de la esperanza" (A. Pardo, o.c., 263; cf además RE 39; 15-16).
• También a otro nivel la comparación con el Ritual tridentino permite iluminar una característica del nuevo RE. De hecho, si consideramos la estructura de la celebración exequial, vemos que en la reforma del Vat. II se da un interesante proceso de recuperación de elementos de la tradición más antigua. En particular: la tendencia a reasumir, también bajo el aspecto ritual, un arco más amplio de etapas-momentos de la celebración de la muerte, y por consiguiente la tendencia a poner de relieve su valor religioso y humano (piénsese en la vigilia de oración en la casa del difunto, en la oración mientras se le ve el rostro por última vez, en el rito de despedida), parece indicar que se camina hacia una comprensión más coherente y profunda del singular clima de comunión y de fraternidad que debe distinguir la celebración de la muerte por los cristianos. Por lo demás, las instancias que han dado origen a estas modificaciones de estructura en el RE son claramente de orden teológico y pastoral; por ejemplo, al comentar el momento de despedida, el n. 10 de los Praenotanda recuerda: "... Pues si bien en la muerte hay siempre una separación, a los cristianos, que como miembros de Cristo son una sola cosa en Cristo, ni siquiera la misma muerte puede separarlos" (A. Pardo, o.c., 265; cf RE 43).
• La redacción de un riquísimo leccionario da considerable categoría al RE del Vat. II bajo un doble aspecto. Con él, por una parte se marca la importancia de la palabra de Dios en la celebración litúrgica cristiana de la muerte: "... se considera parte muy importante del rito la lectura de la palabra de Dios. En efecto, ésta proclama el misterio pascual, afianza la esperanza de una nueva vida en el reino de Dios, exhorta a la piedad hacia los difuntos y a dar un testimonio de vida cristiana" (OE, Praenotanda, n. 11 en A. Pardo, o.c., 266; cf RE 37). Además, la concreta selección de los textos bíblicos ofrece a la escucha del creyente una gran riqueza de contenidos: los párrafosveterotestamentarios aportan enseñanzas para valorar la vida con la mentalidad de Dios e introducen a la acogida del anuncio propiamente cristiano sobre la muerte y el más allá; los salmos responsoriales se hacen voz del imborrable anhelo de Dios del corazón humano y celebran la certeza de que la verdadera salvación proviene del Señor; los textos de las cartas de Pablo y de Juan se configuran como meditación profunda del misterio de luz y de vida, de rescate y de redención, de futuro y de esperanza, que está en el corazón de quien profesa que "Jesucristo es Señor"; las lecturas evangélicas, en fin, anuncian la palabra de aquel que se denomina "la resurrección y la vida", promete el reino a quien vive en la lógica de las bienaventuranzas e invita a todos a hacerse comensales del gran banquete querido por la bondad de un Padre.
• También el uso abundante de los salmos, en continuidad con una tradición antiquísima, señala el clima original de la celebración cristiana de la muerte: "En los oficios por los difuntos, la iglesia recurre especialmente a los salmos para expresar el dolor y reafirmar la confianza" (OE, Praenotanda n. 12, en A. Pardo, o.c., 266; cf RE 48). La efectiva selección de los salmos hecha por el RE se sitúa lógicamente en esta línea: hallamos salmos de contenido pascual; otros que alimentan una oración de esperanza, de espera y de búsqueda; algunos que dan lugar a la petición siempre necesaria del perdón divino y que comentan la bondad de una vida íntegra, estimada grande a los ojos de Dios.
• En conjunto, es rico y válido también el capítulo de la eucología funeraria. Las oraciones y los prefacios del misal constituyen un bloque bastante homogéneo y muy rico temáticamente: encuentran lugar los temas de la certeza de la resurrección futura fundada en la pascua de Cristo; del perdón y de la misericordia divina, capaces de borrar "toda huella de fragilidad humana"; del valor escatológico de la eucaristía, denominada "viático en la peregrinación por la tierra" y "prenda de la pascua eterna del cielo". En los prefacios, particularmente, las fórmulas de profesión de fe en la victoria pascual de Cristo confieren a la oración tonos y perspectivas de luz y esperanza. Igualmente rico es el material eucológico propio del ritual en cuanto tal: se han retomado y repropuesto numerosos textos antiguos, añadiéndolos a otros de nueva composición 18; es digno de consideración el abundante recurso a textos litúrgicos de las iglesias reformadas, no sólo por razones de orden ecuménico, sino también porque en ellos se acentúa particularmente la consideración hacia quienes han quedado sumidos en el dolor y piden a la fe certezas que les hagan capaces de comprender y aceptar el misterio de la muerte. En conjunto, el enriquecimiento ha sido notable: aunque se componga de materiales provenientes de lugares y épocas diversos, el RE ofrece una imagen bastante más rica y adecuada de la celebración cristiana de la muerte.
c) Las exequias de niños. Una consideración más abierta y profunda de los problemas teológicos implicados y la prioridad concedida a los cambios pastorales actúan como telón de fondo de las principales opciones que dirigen el RE en el capítulo de las exequias de niños: se presta bastante más atención a la situación de los padres y familiares en su dolor y desorientación humana (en el precedente Ritual esteaspecto se ignoraba prácticamente); a juicio del obispo del lugar, se prevé la posibilidad de un funeral eclesiástico también para los niños que, en la intención de sus padres, deberían haber sido bautizados, pero que de hecho no han podido recibir el sacramento. Cf CDC de 1983, can. 1183, § 2.
• En esta línea se mueven algunos textos específicos para las exequias de niños bautizados: para ellos se invoca el amor de Dios, que acoge "en el paraíso, donde ya no hay luto ni dolor ni llanto, sino paz y gozo" (RE 162). En los formularios de la misa se encuentran oraciones centradas totalmente en el tema de la esperanza ("Dios de amor y de clemencia, que en los planes de tu sabiduría has querido llamar a ti, desde el mismo umbral de la vida, a este niño, a quien hiciste hijo tuyo de adopción por el bautismo, escucha con bondad nuestra plegaria y reúnenos un día con él en tu gloria, donde creernos que vive ya contigo" [MRC, Misas de difuntos V, A, colecta, p. 950]), y en el tema del abandono confiado en el Padre ("Señor, tú que conoces nuestra profunda tristeza por la muerte de este niño, concede a quienes acatamos con dolor tu voluntad de llevártelo el consuelo de creer que vive eternamente contigo en la gloria" [MRC, ib, obras oraciones, p. 951]).
• En el caso de exequias de niños todavía no bautizados, el RE reitera la preocupación pastoral que debe subyacer en la intervención de la iglesia, y precisa su significado. En algunos nuevos textos eucológicos del misal se nos invita a la confianza en el amor divino mediante una continua referencia a la fe de los padres ("Oh Dios, conocedor de los corazones y consuelo del espíritu, tú conoces la fe deestos padres; dales el consuelo de creer que el hijo cuya muerte lloran está en manos de tu misericordia" [MRC, ib, B, colecta segunda, p. 952]).

III. Puntos relevantes y orientaciones pastorales
El análisis de las opciones fundamentales del RE ayuda a comprender la amplitud y complejidad de los interrogantes pastorales unidos a la celebración cristiana de la muerte; en efecto, se cae en la cuenta de que el problema reside no en la transposición mecánica de todo lo que el RE codifica y propone, sino en el esfuerzo de hacer vivir en la celebración concreta el clima, los valores y las perspectivas con los que la iglesia de hoy pretende afrontar el testimonio de la fe y de la comunión con la realidad de la muerte. Las líneas de apertura señaladas en la panorámica propuesta [I supra, II] han llevado a definir el significado de la intervención pastoral en términos de servicio prestado desde la fe al hombre de hoy para ayudarle a pasar a un reencuentro y reconstrucción de certezas verdaderas y a resistir a la radical tentación de vivir "sin esperanza"; la praxis litúrgica que se expresa en la celebración de la muerte de un hermano se halla implicada en este proyecto fundamental, y en él encuentra su dinamismo más auténtico y su punto de referencia normativo 19.
Para delinear las orientaciones de carácter operativo y puntualizar los elementos relevantes centrales surgidos de una lectura propiamente pastoral del RE, nos parece necesario partir de diversos ángulos: desde el celebrativo, que quiere iluminar las condiciones para que el rito sea situado e interpretado conla debida sensibilidad; desde el doctrinal, que aproxima los contenidos concretos del RE a la misión más general —implicada en el momento de las exequias— de anunciar la fe pascual de la iglesia; desde el cultural, que se preocupa de poner en constante relación lo que significa (o debería significar) el rito cristiano con la moderna mentalidad relativa al problema de la muerte.
1. POR UNA CELEBRACIÓN AUTÉNTICA. Del mismo RE y de la literatura que lo comenta, así como de la experiencia de estos años, surgen numerosas indicaciones de notable interés desde el punto de vista pastoral.
La estructura de la celebración contenida en el RE es clara y lineal; pero en lo que respecta a los textos que la componen, se ha preferido conferirles una fisonomía antológica; o sea, se ha querido ofrecer una gran riqueza de oraciones para cada una de las partes de la celebración. La liturgia, por tanto, se organiza cada vez de acuerdo y en sintonía con la situación pastoral concreta. Esto supone también una invitación a considerar el RE como un modelo celebrativo que puede tener una multiplicidad de interpretaciones y de actuaciones, y no como un libro rígidamente codificado en todos sus particulares. También el conocimiento detallado de las fuentes y de los temas de las diversas oraciones podría llevar a una inteligente utilización de los márgenes de adaptabilidad previstos y a la realización de una liturgia más "pastoral".
El Ritual procura también valorar algunos signos 22. Piénsese sobre todo en el rito de despedida descrito en el n. 10 de los Praenotanda (cf RE 43-45): el desenvolvimiento de la celebración gira enteramente en torno al canto de saludo hecho por toda la comunidad, mientras los ritos de la aspersión y de la incensación manifiestan el respeto y la veneración hacia el cuerpo del difunto. Es indicativa al efecto una rúbrica: "Si parece oportuno, guárdese la costumbre de colocar al difunto según la orientación que normalmente adoptaba en la asamblea litúrgica. Es decir: los laicos, mirando hacia el altar; los ministros sagrados, mirando al pueblo. Sobre el féretro se puede colocar el libro de los evangelios, o la biblia, u otro signo cristiano... Alrededor del féretro se pueden colocar cirios encendidos, o bien únicamente el cirio pascual a la cabecera del difunto" (RE 78). Se trata más de indicaciones que de soluciones ya confeccionadas; querrían sugerir que al momento solemne y religioso de la despedida de un hermano se le debe prestar la mayor atención y expresar una gran sensibilidad humana; en este sentido, el canto —participado coralmente por toda la asamblea y rico en válidos contenidos— podría configurarse como el signo más vistoso y elocuente de una comunión de fe y de oración.
Con frecuencia aparece en el RE también la invitación a celebrar en sintonía con la situación humana de los presentes, que la realidad de la muerte configura de una manera absolutamente singular y delicada: los textos de la vigilia en casa del difunto, el uso de oraciones ricas y sugerentes en las que se presta suma atención al dolor de los familiares, el clima que brota de los nuevos textos para las exequias de niños constituyen los ejemplos más significativos de ello. En el n. 18 de los Praenotanda se puede leer: "Al preparar la celebración de las exequias, los sacerdotes considerarán con la debida solicitud no sólo la persona del difunto y las circunstancias de su muerte, sino también el dolor de sus familiares y las necesidades de su vida cristiana" (A. Pardo, o.c., 267; cf RE 23). Será la homilía, en particular, la que se haga eco de estas instancias (RE 46); además, una exquisita sensibilidad pastoral sugerirá otras muchas formas de significar la cercanía a los hermanos sumidos en el dolor.
También a propósito de los ministerios, el RE supera claramente las perspectivas rigurosamente clericales del precedente Ritual tridentino. En los Praenotanda abundan significativas llamadas de atención: "En la celebración de las exequias, recuerden todos los que pertenecen al pueblo de Dios que a cada uno se le ha confiado un ministerio particular; a los padres y familiares, a los responsables de las pompas fúnebres, a la comunidad cristiana y, principalmente, al sacerdote; que, como maestro de la fe y ministro del consuelo, preside la acción litúrgica y celebra la eucaristía" (OE, Praenotanda n. 16, en A. Pardo, o.c., 267; cf RE 21; 26-28). El servicio que ha de ofrecer no es simplemente el de recomendar a Dios los difuntos, sino también el de "avivar la esperanza de los presentes y afianzar su fe en el misterio pascual y en la resurrección de los muertos" (Praenotanda n. 17, en A. Pardo, o.c., 267; cf RE 17). En esta lógica, resulta importante la misión de preparar numerosas personas en cada comunidad para que desempeñen este específico misterio, y hacer comprender a todos cuán necesario es el servicio de la fe en una situación humana tan dificil (cf RE 21).
La forma normal de celebración prevista por el RE contempla la celebración de la eucaristía; además de ser profundamente tradicional, una opción como ésta resulta degran valor teológico y pastoral, porque nada revela mejor el auténtico sentido de la muerte que la pascua. Se califica, pues, como fiel la praxis que tiende a crear las condiciones necesarias para que en las exequias sea la eucaristía el signo normal y más completo desde el punto de vista de la fe. Es ciertamente verdad, por otra parte, que la asamblea reunida para los funerales hoy en día se configura con demasiada frecuencia como totalmente heterogénea en el modo de situarse frente al anuncio cristiano: con frecuencia se juntan creyentes, indiferentes, ateos, etc. Por este motivo está justificada la pregunta típicamente pastoral acerca de si es siempre oportuno celebrar la eucaristía: si la celebración de la eucaristía constituye indiscutiblemente el punto de referencia normativo y la praxis más auténtica y fiel, el esfuerzo por tomar en consideración modos más articulados de usar el RE mantiene todo su valor, precisamente porque tiende a presentar los signos de la fe en un contexto de mayor autenticidad.
2. EXPRESIÓN DE LA FE EN LA PASCUA DE CRISTO. La publicación del RE en un momento, como se ha visto, caracterizado por una renovación profunda también de la reflexión teológica sobre los temas escatológicos, justifica por entero el interés por la dimensión propiamente doctrinal del nuevo Ritual. La celebración litúrgica, por su misma naturaleza, siempre es expresión de la fe de la iglesia. En nuestro caso, además, la estricta connotación cristológica y antropológica de la actual teología sobre la muerte hace todavía más apreciable la aportación del RE al respecto.
Quien busca en los textos del RE los términos con los que se hace el anuncio propiamente cristológico puede compartir el juicio concluyente de un autor: "La instancia cristológica ha recibido una notable valoración". La referencia a la pascua es central, y el acontecimiento Cristo es el criterio constante que mide y rescata la muerte del hombre. No se podría decir lo mismo de la instancia antropológica: "la relevancia que se le ha concedido... es mínima"". Sin embargo, es interesante notar cómo los textos del RE, sobre todo los nuevos, registran una significativa convergencia con algunas orientaciones, en absoluto secundarias, provenientes del debate actual. Como conclusión a una moderna investigación se ha escrito: "La deslocalización de las grandes realidades escatológicas es hoy un, dato adquirido (son estados, no lugares); igualmente, la destemporalización de los grandes acontecimientos tras la muerte (liberados de la dialéctica cronológica del antes y el después) es una resultante ya común de la actual teología escatológica. Además, no se puede negar que la concepción antropológica actual es una reacción contra los residuos de tipo platónico que todavía afloran en la teología de los novísimos, por ejemplo [...] el estado de separación entre el alma y el cuerpo en un modo casi dualista. La muerte del hombre, ¿se ve casi como un epílogo de la existencia humana, fatal ocaso de la vida, ruptura de su equilibrio biopsíquico; o quizá como el supremo cumplimiento de su destino, el acontecimiento definitivo, que compromete no sólo al hombre en cuanto a su cuerpo, sino en todo su ser? Se trata, en definitiva, de una nueva perspectiva, que afecta a la teología actual, orientada a hacer de la muerte-ruptura un acontecimiento de muerte-resurrección"".
En conexión con estos aspectos que muestran los puntos positivos del aparato doctrinal del RE, se subraya la exigencia de una reformulación de los contenidos de la fe en el más allá; en el Ritual, en efecto, confluyen, como se ha visto, textos tradicionales unidos a estadios fatigosos, y a la par inciertos, de la reflexión sobre los temas escatológicos. Se tocan aspectos verdaderos del problema cuando se afirma: "El nuevo Ritual ha podado al viejo de las acentuaciones dolorosas o de temor [...], pero ha conservado su lenguaje arcaico y una visión del estado de los difuntos que revela una escatología primitiva, anterior a la reflexión teológica"". Por muy encaminados que estemos en la nueva dirección, que intenta hacer de la celebración litúrgica de las exequias un momento de anuncio al hombre de hoy del verdadero significado de su muerte tras el acontecimiento de la pascua de Cristo, sin embargo, todavía se pueden desear otros desarrollos significativos.
3. LA CELEBRACIÓN DE LA MUERTE DEL CRISTIANO EN EL ACTUAL CONTEXTO CULTURAL. Las consideraciones hechas al comienzo [-> supra, I] acerca de la actitud del hombre y de la sociedad contemporánea respecto al tema de la muerte muestran que se dan niveles diversos en la manera de plantear la problemática de la muerte pastoralmente. Conscientes de que no agotamos el amplísimo campo de problemas, consideramos, sin embargo, útil aludir por lo menos a alguno de ellos.
Con frecuencia se ha hablado en tiempos recientes de la fuerte incidencia ejercida por el actual contexto urbano sobre el mismo desarrollo del rito funerario. El hecho es innegable. Por eso resulta todavía más digna de aprecio la elasticidad de estructura que presenta el RE, posibilitando una celebración más lineal y simple cuando las condiciones externas hacen imposible o incluso dificultan o comprometen el desarrollo de las tres "estaciones" del rito; máxime cuando, en estos casos, el Ritual no deja de ofrecer interesantes estímulos para acentuar los contactos personales con los parientes, la oración en familia, etc. Por otra parte, también es verdad que y ante la tendencia tan generalizada a marginar cualquier signo público de la muerte, la iglesia tiene un testimonio alternativo que proponer: ciertamente, no en la recuperación de la exterioridad, sino en la recuperación de la conciencia de que la realidad de la muerte —y, por tanto, su celebración-- debe tener espacio y dignidad en un mundo como el nuestro.
Ha asumido y va asumiendo una relevancia cada vez más notable el problema del lenguaje con el que el anuncio cristiano en general, y el litúrgico en particular, formula la propia esperanza y las propias certezas frente a la realidad de la muerte. Aunque rápidas, las alusiones hechas en estas páginas muestran ya qué antiguo es el problema; la evolución de oraciones o de cantos, de símbolos y de estructuras en la praxis funeraria cristiana es un índice también de la búsqueda de un lenguaje que exprese más adecuadamente los contenidos de la fe. Es innegable, por otra parte, que el actual contexto cultural pide con particular urgencia y con una evidente singularidad de sugerencias y de relieves a la comunidad cristiana que haga esfuerzos creativos para testimoniar con acentos profundos y al mismo tiempo familiares las'certezas que alimenta continuamente su fe en el Dios vivo. Cobra relieve, a esta luz, el espaciode libertad que prevé el RE y que anima a usar con vistas a un trabajo de -> adaptación de vastas proporciones que deben llevar a cabo las conferencias episcopales de los diversos países; el problema de la adaptación supera al del lenguaje, y comporta una multiplicidad de aspectos; de todas formas, supone un serio compromiso en la búsqueda de los modos con los cuales se puede ayudar al hombre de hoy a orar y a reconocer en la pascua de Cristo la realidad que da sentido nuevo también a la muerte.
La más radical evolución de la actitud de la sociedad frente a la realidad de la muerte exige también un testimonio crítico y profético por parte de la iglesia; la comunidad de los creyentes no puede unirse pasivamente a los que censuran el capítulo del morir, máxime cuando el anuncio pascual la convierte en portadora de una visión realmente nueva y creadora de esperanza. Queda siempre por descubrir qué comporta todo esto de hecho; por otra parte —y la experiencia de los funerales cristianos parece reafirmarlo continuamente—, la realidad de la fe capacita para dar un testimonio diverso
Siempre dentro de este marco de consideraciones, no son secundarias para la acción pastoral algunas aportaciones de corte estrictamente sociológico. En un contexto como el nuestro, el acontecimiento de la muerte da origen a comportamientos (ya generalizados) que crean, dentro del grupo humano de los que por diversos motivos están implicados, nuevos lazos y maneras diversas de relación, sea hacia el pasado o hacia el futuro. La misma acción pastoral viene a situarse inevitablemente dentro de un entramado de momentos y de actitudes, en gran medida ya codificados. Debe saber captar el significado profundo de todo esto, e intentar expresarlo con la originalidad de quien mira a la muerte de modo diverso. Corresponde a la sensibilidad pastoral de la comunidad de los creyentes diferenciar claramente la propia intervención de la imagen más general y difusa que entra en juego cuando las honras fúnebres comienzan a manejar todo el hecho de la muerte; aunque sólo sea para testimoniar sin equívocos que, precisamente al apagarse su vida, nosotros confiamos nuestro hermano en manos de un Dios que es nuestro Padre y que nos ama a cada uno de nosotros con un amor sin fronteras y sin diferencias.
[-> Escatología]
F. Brovelli
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