domingo, 3 de julio de 2016

Francia


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El nombre oficial en francés es "République Française". Es el quinto en tamaño (normalmente considerado el cuarto) entre los más grandeds paises de Europa y de uno de los mas antiguos y, cultural e historicamente, una de las mas importantes naciones de Europa y, desde luego, de toda la civilizacion occidental.
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I. Geografia Descriptiva II. Estadisticas
A. Estadísticas Vitales B. Indicadores Sociales C. Calidad de Vida del trabajador D. Acceso a Servicios E. Participacion Social F. Desviación Social G. Economía Nacional H. Comercio Exterior I. Transporte J. Educación y Salud K. Ejército
III. Historia de la Tercera República IV. La Tercera República V. Francia Misionera del Siglo XIX VI. Francia en Roma VII. Divisiones Eclesiásticas VIII. La Tercera República y la Iglesia en Francia IX. Leyes Concernientes a las Congregaciones X. La Laicización de la Educación Primaria
A. Sobre el Tema de la Educación B. Laicización del Personal Docente
XI. Educación Primaria Confesional XII. Educación Secundaria Confesional XIII. Educación Superior Confesional XIV. Leyes concernientes a las Aplicaciones y Efectos de la Religión en la Vida Civil
A. El Descanso Dominical B. Juramentos C. Inmunidades D. Matrimonio E. Entierros y Cementerios
XV. Ley de Separación XVI. Reglamento civil del Culto Público
A. Reglas Relacionadas con las Ceremonias Religiosas B. Represión de la Interferencia ton el Culto Religioso
XVII. Ley de Separación de Protestantes y Judios XVIII. Capellanías XIX. Grupos políticos, la Prensa, y Organizaciones Intelectuales y Sociales XX. La Iglesia en Francia Durante los Primeros Tres años después de la Ley de Separación

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I. GEOGRAFIA DESCRIPTIVA La ciudad más grande de Francia es París (La capital). La superficie total de Francia metropolitana y la isla de Córcega es de 543 965 km²; posee 3 140 kilómetros de litorales continentales (1.130 km en la costa norte, - canal de la Mancha y mar del Norte -, con puertos como El Havre y Cherburgo. 1.390 km en la costa occidental frente al Atlántico, incluyendo el golfo de Vizcaya cuyos puertos principales son Brest, Lorient y Saint-Nazaire. Burdeos se encuentra hacia el interior de la Gironda. Los mejores puertos naturales de Francia, como Marsella, Tolón y Niza, se encuentran en el Mediterráneo, cuya costa, de 620 km de longitud, es rocosa y de aguas poco profundas). Francia posee 2 453 kilómetros de fronteras terrestres. 
Rey Enrique IV de Francia
Cabeza del Rey Enrique IV de Francia, profanada durante la revolución francesa
Profanación de las tumbas reales por los revolucionarios franceses, entre ellas, la de Enrique IV
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Los limites de Francia son: al norte, el canal de la Mancha, el estrecho de Dover o Paso de Calais y el mar del Norte (que la separa de Gran Bretaña); al noreste, Bélgica, Luxemburgo y Alemania; al este de Alemania, Suiza e Italia; al sureste, el mar Mediterráneo; al sur, España y el Principado de Andorra; al suroeste, el golfo de Vizcaya; y al oeste, el océano Atlántico.Mónaco es un pequeño estado independiente en la costa del sur. La República Francesa tiene diez posesiones en ultramar: Los departementos de Guayana Francesa, en Sudamérica, Martinica y Guadalupe en las Indias Occidentales, y la isla Reunión en el océano Índico. Las dependencias territoriales son Saint Pierre y Miquelon, Mayotte, Nueva Caledonia, Polinesia Francesa, las Tierras Australes y Antárticas Francesas, y las islas Wallis y Futuna.
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La forma de Francia es casi un hexágono cuyos lados son:

(1) - De Dunquerque a Punta San Mateo (arena y dunas desde Dunquerque hasta la desembocadura del Somme; precipicios, llamados "falaises", se extienden desde el Somme hasta el Orne, excepto donde su pared es rota por el estuario del Sena; cantos rodados de granito atravesados por profundas caletas desde el Orne hasta Punta San Mateo.
(2) - De Punta San Mateo hasta la desembocadura del Bidasoa (precipicios de granito alternados con caletas tan profundas como la del Río Loira; extensiones arenosas y áridos páramos del Loira al Garona; arenales, lagunas y dunas del Garona a los Pirineos).
(3) - Del Bidasoa al Cabo Cerbére (una formación conocida como calcáreo Pirenaico).
(4) - De Cabo Cerbére a Menton (una frontera abrupta y rocosa de los Pirineos a la desembocadura del Tech; arenales y lagunas entre el Tech y el Ródano, y una muralla ininterrumpida de piedras puntiagudas que se extiende del Ródano a Menton).
(5) - Varias cadenas montañosas, entre las cuales algunas cordilleras de los Alpes y del Jura, constituyen las fronteras naturales con Italia y Suiza hasta Ginebra. Desde Ginebra la frontera pasa al este del Jura hasta Basilea desde donde, y hasta la esquina noreste de Francia, el río Rin delimita la frontera con Alemania.
(6) - Desde la esquina noreste de Francia, el Rin a Dunquerque (una frontera artificial con pocas peculiaridades físicas notables).
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Francia es el único país en Europa con litorales en el Atlántico y en el Mediterráneo; además los pasajes de Belfort, Côte d'Or y otros ofrecen vías de comunicación fáciles entre el Rin, el Canal de la Mancha, el Atlántico, y el Mediterráneo. Es además notable que, dondequiera que la frontera francesa esta defendida por elevadas montañas (como, por ejemplo, los Alpes o los Pirineos), las gentes fronterizas son semejantes al francés sea en raza, lengua, o costumbres (los pueblos latinos), mientras que los pueblos teutones, que difieren tanto del francés en ideas y sentimiento, están físicamente separados de ellos sólo por las poco elevadas colinas y llanuras del Noreste. Así se ve que Francia siempre se ha prestado con singular facilidad a la difusión de todos los grandes movimientos intelectuales llegados de las costas del mediterráneo, como fue el caso de la Cristiandad. Francia fue la gran ruta natural entre Italia e Inglaterra, entre Alemania y la península ibérica. En tierra francesa las razas del Norte se mezclaron con las del Sur; y la misma configuración geográfica del país explica, en cierto sentido, el instinto de expansión, el talento de asimilación y de difusión, gracias al que Francia ha podido jugar el papel de distribuidor general de ideas. De hecho, dos mundos completamente diferentes se reúnen en Francia. Un viaje de norte a sur nos lleva a través de tres zonas distintas: el país del grano extendido del litoral septentrional a una línea trazada de Mézières a Nantes; el país de la vid y la región de bayas, del sur de esta línea hasta la latitud de Grenoble y Perpiñán; la tierra de aceitunas y bosquecillos de naranjos, se extiende a lo largo del límite sur del país. Su clima va desde los brumosos promontorios de Bretaña hasta las asoleadas costas de Provence; de la uniforme temperatura del Atlántico a los repentinos cambios tan característicos del mediterráneo. Su gente varía desde las razas de cabellos claros de Flandes y Lorena, que llevan una mezcla de sangre alemana en sus venas, hasta los moradores del sur de piel color de aceituna, quienes son esencialmente latinos y mediterráneos por su extracción. Asimismo la Naturaleza ha formado, en la geografía física de este país, una multitud de regiones, cada una con sus propias características -- su propia personalidad, por decirlo así -- a las que, en tiempos anteriores, el instinto popular llamó países separados. Sin embargo, la tendencia a la abstracción que entusiasmó a los jefes de la Revolución, responsable de las completamente arbitrarias divisiones actuales del país, conocidas como "departamentos". La geografía contemporánea esta influida por los antiguos nombres y las antiguas divisiones en "países" y "provincias" que corresponden casi más con las estructuras geográficas así como con las particularidades naturales de las diferentes regiones. El "Massif Central" (la Meseta Central), una tierra escabrosa habitada por una obstinada raza que a menudo se alegra de dejar su seguridad y esas confortables tierras que están a lo largo del gran Llano Septentrional, el valle del Loira, y la cuenca fértil en la que Paris se encuentra. Pero a pesar de esta variedad, Francia es una unidad. Estas regiones, tan distintas y diversificadas, se equilibran y complementan una a la otra como los miembros de un ser viviente. Tal como dijo Michelet, "Francia es una persona".
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El tirano Napoleón Bonaparte obligó al Papa a trasladarse a París para que lo coronara Emperador de los franceses, pero le arrebata de las manos la corona para coronarse a sí mismo, y luego a su esposa Josefina
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Francia obtiene la victoria cuando sobre sus colores campea la Cruz
El general Charles de Gaulle, salvador de Francia
Charles de Gaulle, primer presidente de la quinta república francesa
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II. ESTADISTICAS

La población de Francia era, en 1998, de 58 841 000 con una densidad de 108 habitantes por Km²; En 1996, la población era 72.9% urbana y 27.1% rural con 48.71% de hombres y 51.29% de mujeres. En 1995 la población se repartía, por edades como sigue: menos de 15 años, 19.7%; de 15 à 29, 21.4%; 30-44, 22.2%; 45-59, 16.9%; 60-74, 13.6%; 75 y mas, 6.2%. Las proyecciones de población se establecían en 59 317 000 en el año 2000.
La composición etnolinguística lengua, en 1990, era: Francés (lengua materna) 93.6%, de los cuales completa o prácticamente bilingues en Occitano 2.7%, alemán (la mayor parte alsaciano) 2.6%, bretón 1.0%, catalán 0.4%; árabe 2.5%; otros 3.9%.
En 1997, se declaraban como: católicos romanos 76.3%; musulmanes 5.5%; protesttantes 2.4%; otros 15.8%.
Las ciudades más grandes, en 1990, eran: Paris con 2 175 200 habitantes (área metropolitana 9 318 821); Marsella 878 869 (1 230 936); Lyón 418 476 (1 262 223); Toulouse 365 933 (608,430); Niza 342,439 (475,507); Estrasburgo 255 937 (388 483); Nantes 244,995 (492,255); Burdeos 213 274 (685,456); Montpellier 207,996 (236,788). En 1990, otras 25 poblaciones superaban los 100 000 habitantes.
El origen de la población era en 1990: Francés 93.6%, de los cuales Martiniqués 0.2%, de Guadalupe 0.2%, de la Reunión 0.2%; Portugués 1.1%; Argelino 1.1%; Marroquí 1.0%; Italiano 0.4%; español 0.4%; turco 0.3%; otro 2.1%.
La movilidad de la población en 1990 era: Población viviendo en la misma residencia que en 1982: 51.4%; misma región 89.0%; otra región 8.8%; otro país 2.2%.
En 1993: el numero promedio de gente viviendo en la misma casa era de 2.6 personas; las habitaciones eran: de una sola persona, 27.7%, de 2 personas, 32.0%, de 3 personas 17.4%, de 4 personas 14.7%, de 5 personas o mas, 8.2%. El numero de casas de familia en 1990 era de 14 118 940 (72.1%) y de no-familias era de 5 471 460 (27.9%, de las cuales el 24.6% eran de 1 sola persona). Los inmigrantes admitidos en 1994 fueron 64 102 (Argelia 13.6%, Marruecos 12.3%, Turquía 7.3%, Túnez 3.4%, Sri Lanka 2.7%, Líbano 1.3%).
A. Estadísticas Vitales

Tasa de nacimientos por 1 000 habitantes, 1996: 12.6 (promedio mundial 25.0) de los cuales (en 1994) eran legítimos 63.9% e ilegítimos 36.1%.

Mortalidad por 1 000 habitantes (1996): 9.2 (promedio mundial 9.3).

Tasa natural de aumento por 1 000 habitantes (1996): 3.4 (promedio mundial. 15.7).

Tasa de fertilidad (promedio de nacimientos por mujer en edad de procrear; 1995): 1.7.

Numero de matrimonios por 1 000 habitantes en 1996: 4.8.

Numero de divorcios por 1 000 habitantes (1993): 1.9.
Esperanza de la vida al nacer (1994): varón 73,7 años; mujer 81,8 años.
Causas mayores de muerte por 100.000 [habitantes] (1994): enfermedad del corazón y otras enfermedades circulatorias 286.7; neoplasmas malignos (cánceres) 247.6; accidentes y violencia 76.9; enfermedades respiratorias 63.7; enfermedades del tracto digestivo 43.7.
B. Indicadores Sociales

Nivel educativo (1990). Porcentaje de población de 25 años y más con educación: Primaria 22.1%; secundaria 7.8%; vocacional y profesional 29.4%; Superior 11.6%; nivel no declarado 29.1%.

C. Calidad de Vida del Trabajador

Semana de trabajo promedio (1994): 38.9 horas. Tasa anual por 100 000 obreros de: lesión o accidente 5 322 (muertes 0.8); accidentes de tránsito al trabajo 708 (muertes 68.3); enfermedad industrial 16.6 {1}; muerte 4.8 {1}. Días promedio perdidos por paros de trabajo por 1 000 obreros (1993): 23.0. Distancia promedio de transporte al trabajo (1990): 14 km.
D. Acceso a Servicios
(1992), Proporción de habitaciones con: calefacción central 86.0%; agua corriente 97.0%; plomería interior 95.8%.

E. Participación Social
Votantes elegibles que participaron a las elecciones de mayo y junio de 1997: elección nacional: c. 78%. Población de mas de 15 años de edad que participa en asociaciones voluntarias: 28.0%.

F. Desviación Social
Tasa de ofensas por 100 000 habitantes (1994): asesinato 0.8; violación 11.3; otro ataque 290.8; robo (incluso robo en casas) 5,204.2. Incidencia por 100 000 habitantes de: muertes relacionadas con el alcoholismo (1991) 5.0; suicidio (1993) 21.1.
Ocio (1987-88). Tasa de participación en actividades favoritas: ver televisión 82%; leer revistas 79%; escuchar la radio 75%; recibir parientes 64%; visitar parientes 61%; asistir a ferias o exposiciones 56%.
Bienestar material (1994). Casas con: automóvil 79.5%; televisión de colores 92.4%; video-casetera 52.8%; refrigerador 99.0%, máquina de lavar 89.4%.
G. Economía Nacional

Producto Nacional Bruto (1996): U.S. $1 533 619 000 000 (U.S. $26 270 por persona).
Presupuesto (1996). Ingreso: F 1 552 100 000 000 (impuesto al valor agregado 49.1%; impuestos directos 38.2%; impuestos aduanales 10.2%). Gasto: F 1 541 300 000 000 (educación 22.5%, defensa 15.6%, servicio de la deuda 4.7%, bienestar social 10.8%).
Producción (toneladas métricas excepto cuando se indica). Agricultura, silvicultura, pesca (1997): trigo 34 070 000, remolachas de azúcar 32 171 000, maíz 15 110 000, cebada 10 161 000, uvas 7 000 000, papas 6 500 000, semillas 3 512 000, guisantes secos 3 087 000, girasol 2 193 000, manzanas 2 192 000, tomates 785 000, zanahorias 644 000, guisantes verdes 575 000, avena 563 000, coliflor 530 000, lechuga 528 000, melocotones 474 000, sorgo 426 000, chícharos 325,000, cebollas 324 000; ganado (número de animales vivos) 20 300 000 vacuno, 14 968 000 cerdos, 10 126 000 ovejas, 1 114 000 cabras; Madera (1995) 46 345 000 metros cúbicos; pesca (1995) 793 413. Minería y cantera (1995): mineral de hierro 1 500 000; sales de potasio 800 000; bauxita 130 800; uranio 840; oro 151 124 onzas troy; plata 48 231 onzas troy. Industrial (1995): cemento 19 896 000; acero bruto 18 132 000; hierro 12 876 000; productos de papel 8 700 000; productos de caucho 619 400 de los cuales: neumáticos 59 268 000 unidades; aluminio 586 000; automóviles 3 200 000 unidades. Construcción (unidades de habitación terminadas en 1993) 299 000. Producción de energía (consumo) {2}: electricidad (kW-HR; 1994) 475 622 000 000 (412 454 000 000); carbón (toneladas métricas; 1994) 8 039 000 (21 809 900); petróleo crudo (barriles; 1994) 20 297 000 (562 907 000); derivados del petróleo (toneladas métricas; 1994) 69 078 000 (66 994 000); gas natural (metros cúbicos; 1994) 2 517 200 000 ( 33 449 900 000 ).
Población económicamente activa (1995): total 25 260 300; tasa de actividad de la población total 43,4% (tasa de participación por edad: 15-64, 67.6% {3}; mujeres 45.0%; desempleados 11.7%).
Ingreso y gasto por vivienda (1995). Tamaño promedio de vivienda 2.6; promedio de ingreso anual por vivienda F 302 560 (U.S. $60 610); fuentes de ingreso: sueldos y salarios 70.0%, auto-empleados 24.4%, seguro social 5.6%; gasto: vivienda18.2%, comida 16.8%, transporte 14.5%, salud 10.4%, diversión 6.9%, ropa 5.4%.
Turismo (1996): ingresos U.S.$ 28 181 700 000; gastos U.S.$ 17 505 400 000.
Deuda pública (1997): F 3 794 600 000 000 (U.S.$ 657 840 000 000).
Uso de la Tierra (1994): bosque 27.3%; pastura 19.3%; agricultura 35.4%; otro 18.0%.

H. Comercio Exterior

Importaciones (1995): F 1 380 400 000 000 (maquinaria y equipo de transporte 38.5%, del cual equipo de transporte 14.6%; productos agrícolas 11.0%; químicos 8.4%; combustibles 6.9%). Principales fuentes de importación: Alemania 18.3%; Italia 9.9%; Reino Unido 9.5%; Bélgica-Luxemburgo 8.8%; España 6.1%; EE.UU. 6.1%.
Exportaciones (1995): F 1 428 800 000 000 (maquinaria y equipo de transporte 42.6%, del cual equipo de transporte 19.5%; productos agrícolas 15.1%; productos químicos 8.4%; plásticos 3.2%). Principales destinaciones de la exportación: Alemania 17.7%; Italia 9.5%; Bélgica-Luxemburgo 8.6%; Reino Unido 7.6%; EE.UU. 7.4%.

I. Transporte
Ferrocarriles (1995): longitud de vías 31 940 km; pasajeros-km 55 470 000 000; ton métrica-km de carga 47 400 000 000. Caminos (1995): longitud total 812 700 km (pavimentado [1985] 92%). Vehículos (1995): carros de pasajeros 25 100 000; camiones y autobuses 5 005 000. Marina mercante (1992): Navíos (100 toneladas brutas y mas) 729; tonelaje total en peso muerto 4 981 027. Transporte aéreo (1994): pasajero-km 67 500 000 000; ton métrica-km de carga 11 300 000 000; aeropuertos (1996) con vuelos programados 61.
J. Educación y salud
Alfabetización (1980): población total instruida 41 112 000 (98.8%); varones instruidos 19 933 000 (98.9%); mujeres instruidas 21 179 000 (98.7%).
Salud: médicos (1994) 160 235 (1 por 361 personas); camas de hospital (1995) 679 731 (1 por 86 personas); tasa de mortalidad infantil (1996) 4.9.
Comida (1995): absorción calórica diaria por persona 3 588 (productos vegetales 62%, productos animales 38%); 142% del requisito mínimo recomendado por la FAO.
K. Ejército
Personal total en servicio activo (1996): 398 900 (ejército 59.3%, armada 15.9%, fuerza aérea 22.2%, otro 2.6%). Gasto militar en porcentaje del PIB (1995): 3.1% (mundo 2.8%); gasto por habitante U.S.$ 826.
Notas:
{1} 1989. {2} Toda las estadísticas de energía incluyen a Mónaco. {3} agosto.
III. HISTORIA DE LA TERCERA REPUBLICA
El tratado de Verdún (843) definitivamente estableció la división del imperio de Carlomagno en tres reinos independientes, y uno de éstos fue Francia. Un gran eclesiástico, Hincmar, Arzobispo de Reims (806-82), fue el creador del nuevo orden. Apoyó fuertemente la monarquía de Carlos el Calvo, bajo cuyo cetro habría puesto también a Lorena. Para Hincmar, el sueño de una cristiandad unida no tenia la apariencia de un imperio, aunque fuera ideal, sino la forma concreta de varios Estados unidos, cada uno miembro de un poderoso grupo, la gran República de la Cristiandad. El reemplazaría el imperio por una Europa de la que Francia seria un miembro. Bajo Carlos el Gordo (880-88) pareció, por un momento, como si el imperio de Carlomagno fuera a vivir de nuevo; pero la ilusión duro poco, y en su lugar, rápidamente, se formaron siete reinos: Francia, Navarra, Provence, Borgoña más allá del Jura, Lorena, Alemania, e Italia. El feudalismo fue el crisol, y el edificio imperial se desmorono hasta hacerse polvo. Hacia fines del siglo X, en el reino Franco, solo veintinueve provincias o fragmentos de provincias, bajo el dominio de duques, condes, o vizcondes, constituyeron soberanías verdaderas, y a fines del siglo XI hubo hasta cincuenta y cinco de estos estados menores, de mayor o menor importancia. A principios del siglo X una de las familias feudales había empezado a tomar el liderazgo, la de los Duques de Francia, descendientes de Roberto el Fuerte, y señores de todo el país entre el Sena y el Loira. > De 887 a 987 defendieron con éxito la tierra francesa contra los invasores Normandos, y Eudes, U Odo, Duque de Francia (887-98), Roberto su hermano (922-23), y Raúl, o Rodolfo, el yerno de Roberto (923-36), ocuparon el trono durante un breve intervalo. La debilidad de los últimos reyes Carolingios era evidente para todos, y en 987, a la muerte de Luis V, Adalberon, Arzobispo de Reims, durante una reunión de los principales jefes que se tuvo en Senlis, hizo contrastar la incapacidad del Carolingio Carlos de Lorena, el heredero al trono, con los méritos de Hugo, Duque de Francia. Gerbert, quien después llegó a ser Silvestre II, consejero y secretario de Adalberon, y Arnoul, Obispo de Orléans, también hablaron para apoyar a Hugo, con el resultado de que se le proclamó rey.
Así que la dinastía de los Capetos tuvo su ascensión en la persona de Hugo Capeto. Fue la obra de la Iglesia, causada por la influencia de la Sede de Reims, renombrada en toda Francia desde el episcopado de Hincmar, famosa desde los días de Clovis por el privilegio conferido a su titular de ungir a los reyes Francos, y renombrada muy oportunamente en ese tiempo por la erudición de su escuela episcopal presidida por el mismo Gerbert.
La Iglesia, que instaló a la nueva dinastía, ejerció una muy saludable influencia sobre la vida social francesa. Que el origen y desarrollo de las "Chansons de geste," i.e., de la literatura épica inicial, están estrechamente unidas a los famosos santuarios de peregrinaje, en donde la piedad de las personas se manifestaba, ha sido demostrado por los esfuerzos literarios de M. Bédier. Y el valor militar y el heroísmo físico fueron enseñados y benditos por la Iglesia, que en la primera parte del siglo XI transformó la caballería, de una institución laica de origen alemán, en una religiosa poniendo entre sus ritos litúrgicos la ceremonia de caballería, en la que el candidato prometía defender la verdad, la justicia y al oprimido. La Congregación de Cluny, fundada en 910, que tuvo un rápido progreso en el siglo XI, preparó Francia a jugar un papel importante en la reforma de la Iglesia emprendida durante la segunda mitad del siglo XI por un monje de Cluny, Gregorio VII y le dio a la Iglesia otros dos papas después de él, Urbano II y Pascal II. Fue el francés, Urbano II, quien en el Concilio de Claraval (1095), inició el glorioso movimiento de las cruzaadas, una guerra emprendida por la cristiandad en la que Francia tomó el liderazgo.
El reino de Luis VI (1108-37) es notable en la historia de la Iglesia, y en la de Francia; por una parte porque la solemne adhesión de Luis VI a Inocente II aseguró la unidad de la Iglesia, que en ese momento era seriamente amenazada por el Antipapa Anacleto; por otra parte porque por primera vez los reyes Capetos tomaron posición como campeones de la ley y el orden contra el sistema feudal y como protectores de los derechos públicos. Un eclesiástico, Suger, abad de Saint-Denis, amigo de Luis VI y ministro de Luis VII (1137-80), desarrolló y llevo a cabo este ideal del deber real. Luis VI, secundado por Suger, y contando con el apoyo de las ciudades -- las "comunas" así llamadas cuando habían obligado a los señores feudales a concederles estatutos de libertad -- cumplió a la letra el papel de príncipe tal como fue concebido por la teología de la Edad Media. "Los reyes tienen brazos largos," escribió Suger, "y es su deber reprimir con toda su fuerza, y por el derecho de su cargo, la osadía de aquellos que desgarran el Estado con guerras interminables, quienes se regocijan con el pillaje, y quienes destruyen heredades e iglesias."
Otro Eclesiástico francés, San Bernardo, ganó a Luis VII para las cruzadas; y no fue su culpa que Palestina, donde la primera cruzada había establecido un reino latino, no permaneciera como colonia francesa al servicio de la Iglesia. El divorcio de Luis VII y Leonor de Aquitania (1152) destruyó el ascendiente de la influencia francesa y abrió la vía para el desarrollo de las pretensiones Anglo-Normandas sobre el suelo francés, del Canal a los Pirineos. Pronto, sin embargo, en virtud de leyes feudales, el rey francés, Felipe Augusto (1180-1223), se proclamó señor feudal por encima de Ricardo Corazón de León y de Juan Sin Tierra, y la victoria de Bouvines, en la que triunfó sobre el Emperador Otto IV, apoyado por una coalición de nobles feudales (1214), fue el primer evento en la historia francesa que provocó un movimiento de solidaridad nacional alrededor de un rey francés. La guerra contra los albigenses bajo Luis VIII (1223-26) provocó el establecimiento de la influencia y de la autoridad de la monarquía francesa en el sur de Francia.
San Luis IX (1226-1270), "ruisselant de piété, et enflammé de charité" ("derramando piedad, y encendido de caridad") como un contemporáneo lo describió, hizo a los reyes tan queridos que desde entonces existe el culto real, por así decirlo, que fue una de las fuerzas morales en la antigua Francia, y que no existió de la misma manera en ningún otro país de Europa. La piedad había sido para los reyes de Francia, puestos en sus tronos por la Iglesia de Dios, como un deber correspondiente a su cargo u oficio; pero en la piedad de San Luis había una marca que le era propia, la marca de la santidad. Con él acabaron las cruzadas pero no su espíritu. Durante los siglos XIII y XIV, se hicieron proyecto tras proyecto para intentar poner en pie una cruzada, y los mencionamos sólo para señalar que el espíritu de un apostolado militante continuó a fermentar en el alma de Francia. El proyecto de Carlos Valois (1308-09), la expedición francesa bajo Pedro I de Chipre contra Alejandría y las costas armenias (1365-1367), cantada por el trovador francés, Guillaume Machault, la cruzada de Juan de Nevers, que acabó en la sangrienta batalla de Nicópolis (1396) -- en todas estas empresas, el espíritu de San Luis vivió, así como en el corazón de los cristianos orientales, a quienes Francia trataba así de proteger, allí ha sobrevivido una gratitud duradera hacia la nación de San Luis. Si la débil nación de los Maronitas clama hoy a Francia por ayuda, es debido a una carta escrita por San Luis a la nación de San Maroun en mayo de 1250. En los días de San Luis la influencia de la literatura épica francesa en Europa era suprema. Brunetto Latini, desde mediados del siglo XIII escribió que, "de todos los idiomas [parlures] el de los franceses es el más encantador, y el más favorecido por todo el mundo." El francés tuvo influencia en Inglaterra hasta mediados del siglo XIV; se hablaba con fluidez en la Corte de Constantinopla durante la Cuarta Cruzada y en Grecia en los ducados, principados y baronías fundados allí por las Casas de Borgoña y Champaña. Y fue en francés que Rusticiano de Pisa, hacia 1300, escribió de los labios de Marco Polo el relato de sus maravillosos viajes. La Universidad de Paris, fundada por privilegio de Inocente III entre 1280 y 1213, fue preservada de un espíritu de exclusividad por la afortunada intervención de Alejandro IV, que la obligó a abrir sus cátedras a los frailes mendicantes. Entre su profesores estuvieron Duns Scotus; los italianos, San Thomas y San Buenaventura; Alberto el Grande, un alemán; Alejandro de Hales, un inglés. Entre sus alumnos tuvo a Roger Bacon, Dante, Raimundo Lulio, los Papas Gregorio IX, Urbano IV, Clemente IV, y Bonifacio VIII
Francia fue también el lugar de nacimiento del arte gótico, que fue llevado por arquitectos franceses a Alemania. El método empleado en la construcción de muchas catedrales góticas -- i.e., con la ayuda real de los fieles -- da testimonio de que en este período la vida de los franceses estaba profundamente compenetrada con la fe. Una maravilla arquitectónica tal como la catedral de Chartres era en realidad la obra del arte popular nacido de la fe de las personas que allí rendían culto.
Bajo Felipe IV, el Hermoso (1285-1314), la casa real de Francia llegó a ser muy poderosa. Por medio de alianzas extendió su prestigio hasta el Oriente. Su hermano Carlos de Valois se casó con Catalina de Courtney, una heredera del Imperio latino de Constantinopla. Los Reyes de Inglaterra y Menorca eran sus vasallos, el Rey de Escocia su aliado, los Reyes de Nápoles y Hungría tenían conexiones por matrimonios. Buscaba una forma de supremacía sobre el cuerpo político Europeo. Pierre Dubois, su jurisconsulto, soñaba con que el papa entregaría todos sus dominios a Felipe recibiendo a cambio un ingreso anual, y Felipe tendría así a la cabeza espiritual de la cristiandad bajo su influencia. Felipe IV trabajó para acrecentar las prerrogativas reales y por consiguiente la unidad nacional de Francia. Por el envío de magistrados en territorios feudales, por la definición de ciertos casos (cas royaux) como reservados a la competencia del rey, asestó un fuerte revés al feudalismo de la Edad Media. En cambio, bajo su reinado muchas máximas anti-cristianas empezaron a deslizarse dentro de la ley y la política. Despacio, se re-introdujo el derecho romano dentro de la organización social, y gradualmente la idea de una cristiandad unida desapareció de la política nacional. Felipe el Hermoso, pretendía regir por derecho Divino, dio a entender que el no rendía cuenta de su monarquía a nadie bajo el cielo. Negó al papa el derecho a representar, como el papado lo había siempre hecho en el pasado, las exigencias de moralidad y justicia en lo que concernía a los reyes. En consecuencia surgió, en 1294-1303, su contienda con el Papa Bonifacio VIII, pero en esa disputa fue lo bastante hábil como para obtener el apoyo de los Estados Generales, que representaban a la opinión pública en Francia. Más tarde, luego de siglos de gobierno monárquico, esta misma opinión pública se levantó en contra del abuso del poder ejercido por sus reyes en nombre de un pretendido derecho divino, y hizo así una implícita enmienda honorable a lo que la Iglesia le había enseñado acerca del origen, los límites, y la responsabilidad de todo poder, que había sido olvidado o mal interpretado por los abogados de Felipe IV cuando instalaron su Estado pagano como la fuente absoluta del poder. La elección del Papa Clemente V (1305) bajo la influencia de Felipe, el destierro del papado a Aviñon, la nominación de siete papas franceses en sucesión, debilitaron la influencia del papado en la cristiandad, aunque recientemente se ha mostrado que los papas de Aviñon no siempre permitieron que la independencia de la Santa Sede vacilara o desapareciera en el juego de la política. Felipe IV y sus sucesores pueden haber tenido la ilusión de que tomaban el lugar de los emperadores alemanes en los asuntos europeos. El papado estaba preso en su territorio; el imperio alemán, que pasaba por una crisis, estaba, en realidad, en decadencia, y los reyes de Francia podían imaginarse bien como los vicarios temporales de Dios, al lado, o incluso en oposición, con el vicario espiritual que vivía en Aviñon.
Pero con ese crítico momento la Guerra de Cien años estalló, y el reino francés, que aspiraba a ser el árbitro de ls cristiandad, fue amenazado en su existencia misma por Inglaterra. Los reyes ingleses pusieron su mira en la corona francesa, y las dos naciones lucharon por la posesión de Guyena. Dos veces durante esta guerra la independencia de Francia estuvo en peligro. Derrotada en la Ecluse (1340), en Crécy (1346), en Poitiers (1356), Francia fue salvada por Carlos V (1364-80) y por Duguesclin, sólo para sufrir la derrota bajo Carlos VI en Agincourt (1415) y ser cedida por el Tratado de Troyes a Enrique V, Rey de Inglaterra. En esa, la hora más oscura de la monarquía, la nación misma se sublevó. El atentado revolucionario de Etienne Marcel (1358), y la revuelta que provocó la Ordonnace Cabochienne (1418) fueron las primeras señales de la impaciencia popular sobre el absolutismo de los reyes franceses, pero las disensiones internas impidieron una defensa eficaz patriótica del país. Cuando Carlos VII llegó al trono, Francia había casi cesado de ser francesa. El rey y la corte vivían más allá del Loira, y Paris era el asiento de un gobierno inglés. Santa Juana de Arco fue la salvadora de la nacionalidad y de la realeza francesa, y al final del reino de Carlos VII (1422-61), Calais era el único sitio en Francia bajo control inglés.
El ideal de una cristiandad unida continuó a obsesionar el alma de Francia a pesar de la influencia predominante, gradualmente asumida por la política francesa, de aspiraciones completamente nacionales. Del reino de Carlos VI, o aun de los últimos años de Carlos V, data la costumbre de darles el título exclusivo de Rex Christianissimus a los reyes franceses. Pipino el Breve y Carlomagno habían sido proclamados "Los más Cristianos" por los papas de su tiempo: Alejandro III había otorgado el mismo título a Luis VII; pero desde Carlos VI en adelante, el título es de uso constante como la prerrogativa especial de los reyes de Francia. "Debido al vigor con el que Carlomagno, San Luis y otros valientes reyes franceses, más que los otros reyes de la cristiandad, han sostenido la Fe católica, los reyes de Francia son conocidos entre los reyes de la cristiandad como 'Los Mas Cristianos'." Así escribió Felipe de Mezières, un contemporáneo de Carlos VI. En tiempos posteriores, el Emperador Federico III, dirigiéndose a Carlos VII, escribió "Sus antepasados han ganado para su nombre el título Los Más Cristianos, como una herencia de la que no debe separarse." Desde el pontificado de Paulo II (1464), los papas, al dirigir bulas a los reyes de Francia, siempre utilizaron el estilo y título Rex Christianissimus. Además, la opinión pública europea siempre tuvo a Santa Juana de Arco, quien salvó a la monarquía francesa, como la heroína de la cristiandad, y creyó que la doncella de Orleáns quiso guiar al rey de Francia en otra cruzada después de asegurarle la posesión pacífica de su propio país. La heroína nacional de Francia fue así anunciada por la imaginación de sus contemporáneos, por Cristina de Pisan, y por ese mercader veneciano cuyas cartas se han conservado para nosotros en la Crónica Morosini, como una heroína cuya miras eran tan amplias como la cristiandad misma.
El siglo XV, durante el cual Francia crecía en espíritu nacional, y mientras que las mentes de los hombres eran aun conscientes de las demandas de la cristiandad en su país, fue también el siglo durante el cual, al día siguiente del Gran Cisma y de los Concilios de Basilea y de Constancia, empezó un movimiento entre los poderosos obispos feudales contra el papa y el rey, y que pretendía emancipar a la Iglesia galicana. Las proposiciones sostenidas por Gerson, y aplicadas por él, como representante de la Universidad de Paris, en el Concilio de Constancia, habrían instalado en la Iglesia un régimen aristocrático análogo al que los señores feudales, aprovechándose de la debilidad de Carlos VI, habían soñado con establecer en el Estado. Una proclamación real de 1518, emitida después de la elección de Martín V, mantuvo en oposición al papa "todos los privilegios y franquicias del reino," acabó con la costumbre de "annates" (ingresos al papa), limitó los derechos de la corte romana para colectar beneficios, y prohibió el envío a Roma de artículos de oro o plata. Esta proposición fue tolerada por el joven Rey Carlos VII en 1423, quien al mismo tiempo envió al Papa Martín V una embajada para pedir la absolución del juramento que había tomado de sostener los principios de la Iglesia galicana y tratar de concertar un concordato que le daría un derecho de patronato al rey francés sobre 500 beneficios en su reino. Éste fue el origen de la práctica adoptada por los reyes franceses de organizar el gobierno de la Iglesia directamente con los papas por encima de los obispos. Carlos VII, cuya disputa con Inglaterra había dejado a su autoridad todavía muy incierta, fue obligado, en 1438 durante el Concilio de Basilea, para apaciguar a los poderosos prelados de la Asamblea de Bourges, a promulgar la Sanción Pragmática, confirmando así, en Francia, aquellas máximas del Concilio de Basilea que el Papa Eugenio había condenado. Pero, inmediatamente, él sopesó la idea de un concordato, y se hicieron insinuaciones en ese sentido a Eugenio IV. Eugenio contestó que él bien sabía que la Sanción Pragmática -- "esa odiosa ley" -- no era un acto libre del rey y discutieron un concordato entre ellos. Luis XI (1461-83), cuya política interior buscaba terminar ó debilitar el nuevo feudalismo que se había desarrollado durante dos siglos por la costumbre de presentar "appanages" a los hermanos del rey, extendió a los obispos feudales la mala voluntad que profesaba a los señores feudales. Aborrecía la Sanción Pragmática como una ley que fortalecía el feudalismo eclesiástico, y el 27 de noviembre de 1461, le anunció al papa su supresión. Al mismo tiempo él prometió, como lo pedía su Parlamento, que en el futuro el papa debería permitir que la colecta de beneficios eclesiásticos se hiciera totalmente o en parte por conducto del poder civil. El concordato de 1472 obtuvo de Roma concesiones muy materiales a este respecto. En ese tiempo, además del "galicanismo episcopal," en contra del cual el papa y el rey actuaban juntos, remontaríamos, en los escritos de los abogados de los últimos años del siglo XV, a los orígenes de un "galicanismo real" que enseñaba que en Francia el Estado debía gobernar a la Iglesia.
Las guerras italianas emprendidas por Carlos VIII (1493-98), y continuadas por Luis XII (1498-1515), ayudados por un excelente cuerpo de artillería, y todos los recursos de la furia francesa, para defender ciertas reivindicaciones francesas sobre Nápoles y Milán, no cumplieron completamente los sueños de los reyes franceses. Tuvieron, sin embargo, un triple resultado en los mundos de la política, la religión y el arte. Políticamente, llevaron a las potencias extranjeras a creer que Francia era una amenaza para el equilibrio del poder, y en consecuencia suscitaron alianzas para mantener ese balance, tales como, por ejemplo, la Liga de Venecia (1495) y la Liga Santa (1511-12). Desde el punto de vista del arte, llevaron el aliento del Renacimiento a través de los Alpes. Y en el ámbito religioso proporcionaron a Francia la oportunidad de afirmar por primera vez en tierra italiana los principios del galicanismo real. Luis XII, y el emperador Maximiliano, apoyados por los adversarios del Papa Julio II, reunieron en Pisa un concilio que amenazó los derechos de la Santa Sede. El asunto parecía muy serio. El acuerdo entre el papa y los reyes franceses colgaba en la balanza. Leo X entendió el peligro cuando la victoria de Marignano abrió a Francisco I el camino de Roma. El papa, alarmado, se retiró a Bolonia, y el concordato de 1516, negociado entre los cardenales y Duprat, el canciller, y aprobado después por el Concilio Ecuménico Laterano, reconoció el derecho del Rey de Francia a nombrar no sólo a 500 beneficios eclesiásticos, como Carlos VII lo había pedido, sino a todos los beneficios de su reino. Fue un regalo justo en verdad. Pero si en asuntos temporales los obispos estaban así en las manos del rey, su institución en asuntos espirituales estaba reservada al papa. El Papa y el rey de común acuerdo acabaron así con una aristocracia episcopal tal como los galicanos de los grandes concilios la habían soñado. El concordato entre Leo X y Francisco I equivalió a una solemne repudiación de toda la obra anti-romana de los grandes concilios del siglo XV. La conclusión de este concordato fue una de las razones por las que Francia escapó a la Reforma. Ya que la disposición de los bienes de la iglesia, tal como lo fijaba el concordato, pertenecía al poder civil, la realeza no tenía nada que ganar de la Reforma. Mientras que los reyes de Inglaterra y los principitos alemanes vieron en la reforma una oportunidad para obtener posesión de los bienes eclesiásticos, los reyes de Francia, gracias al concordato, estaban ya en posesión legal de ésos tan envidiados bienes. Cuando Carlos V llegó a ser Rey de España (1516) y emperador (1519), uniendo así en su persona las posesiones hereditarias de las Casas de Austria y Alemania, así como los antiguos dominios de la Casa de Borgoña en los Países Bajos -- uniendo además la monarquía española con Nápoles, Sicilia, Cerdeña, la parte norte de África, y ciertas tierras en América, Francisco I inició una disputa entre Francia y la Casa de Austria. Después de cuarenta y cuatro años de guerra, de la victoria de Marignano al tratado de Cateau-Cambrésis (1515-59), Francia abandonó la esperanza de guardar posesión de Italia, pero obtuvo del imperio los Obispados de Metz, Toul, y Verdún y ganó de nuevo posesión de Calais. Los españoles se quedaron en posesión de Nápoles y del territorio alrededor de Milán, y su influencia predominó en toda la Península italiana. Pero el sueño que Carlos V había acariciado, por un breve momento, de un imperio mundial había sido destruido.
Durante esta lucha contra la Casa de Austria, Francia, por motivos de exigencia política y militar, había sido obligada a apoyarse en los luteranos de Alemania, e incluso en el sultán. La política extranjera de Francia, desde Francisco I, había sido la de perseguir exclusivamente el bien de la nación y no más la de ser guiada por los intereses del Catolicismo en general. La Francia de las cruzadas incluso se volvió aliada del sultán. Pero, por una extraña anomalía, este nuevo arreglo político permitió que Francia continuara su protección a los cristianos de Oriente. En la edad media los protegió por la fuerza de las armas; pero desde el siglo XVI, por tratados llamados capitulaciones, el primero de los cuales se redactó en 1535. El espíritu de la política francesa había cambiado, pero las comunidades cristianas de Oriente contaban siempre con Francia, y este protectorado continuó a existir bajo la Tercera República, sin nunca fallarles.
La primera parte del siglo XVI fue marcada en Francia por el desarrollo del protestantismo, bajo las formas del luteranismo y del calvinismo. El luteranismo fue el primero en hacer su entrada. En Francia, algunas mentes ya estaban preparadas para recibirlo. Seis años antes de Lutero, el arzobispo Lefebvre de Etaples (Faber Stapulensis), un protegido de Luis XII y de Francisco I, había predicado la necesidad de leer las escrituras y de "regresar la religión a su pureza primitiva." Un cierto número de mercaderes, algunos de los cuales, por razones de negocios, habían viajado en Alemania, y algunos sacerdotes, estaban infatuados con las ideas luteranas. Hasta 1534, Francisco I era casi favorable a los luteranos, e incluso propuso nombrar a Melanchthon presidente de la Universidad de Francia. Pero al saber, en 1534, que ese mismo día se habían fijado carteles muy violentos contra la Iglesia de Roma en muchas grandes ciudades, e incluso cerca del propio salón del rey en el Castillo de Amboise, tuvo miedo de una conjura luterana; se ordenó una investigación, y siete luteranos fueron condenados a muerte y quemados en la hoguera en Paris. Eminentes eclesiásticos como du Bellay, Arzobispo de Paris, y Sadolet, Obispo de Carpentras, deploraron estas ejecuciones, y la masacre de Valdois ordenada por d'Oppède, presidente del Parlamento de Aix, en 1545. Laicos, sin embargo, que mal comprendían la mansedumbre cristiana de estos prelados, les reprocharon el ser lentos y negligentes en reprimir la herejía; y cuando, bajo Enrique II, el calvinismo avanzó desde Ginebra, se lanzó una política de persecución. De 1547 a 1550, en menos de tres años, la chambre ardente, una comisión del Parlamento de Paris, condenó a más de 500 personas a retractarse de sus creencias, a la prisión, o a la muerte en la hoguera. A pesar de esto, los calvinistas, en 1555, pudieron organizarse en Iglesias según el esquema de la de Ginebra; y, para unir más estrechamente a esas Iglesias, tuvieron un sínodo en Paris en 1559. Había en Francia en aquel momento setenta y dos Iglesias Reformadas; dos años más tarde, en 1561, el número había aumentado a 2000. Los métodos, además, de la propaganda calvinista habían cambiado. Los primeros calvinistas, como los luteranos, habían sido artistas y obreros, pero con el transcurso del tiempo, en el sur y en el oeste, varios príncipes y nobles se unieron a sus filas. Entre éstos hubo dos príncipes de sangre, descendientes de San Luis: Antonio de Borbón, que llegó a ser Rey de Navarra por su matrimonio con Juana d'Albret, y su hermano el Príncipe de Condé. Otro nombre de marca es el del Almirante Coligny, sobrino de aquel duque de Montmorency que fuera el Primer Barón de la cristiandad. Así ocurrió que en Francia el calvinismo ya no fue más una fuerza religiosa, sino que se había convertido en una intriga política y militar; y oponiéndosele, los reyes franceses no hacían más que defender sus propios derechos.
Tal fue el origen de las Guerras de Religión. Tuvieron como punto de comienzo la conspiración de Amboise (1560) por la que los lideres protestantes trataron de apoderarse de Francisco II, para retirarlo de la influencia de Francisco de Guise. Durante los reinos de Francisco II, Carlos IX y Enrique III, la reina-madre ejerció una poderosa influencia, sirviéndose de los conflictos entre las facciones religiosas contrarias para asentar con más seguridad el poder de sus hijos. En 1561 Catalina de Médicis organizó la discusión de Poissy para tratar de obtener un acuerdo entre las dos creencias, pero durante las Guerras de religión ella siempre mantuvo una actitud ambigua entre ambos partidos, favoreciendo tanto el uno como el otro, hasta que, temiendo que Carlos IX se librara de su influencia, tomó una gran responsabilidad en la odiosa matanza de San Bartolomé. Hubo ocho de estas guerras durante treinta años. La primera fue iniciada por una matanza de calvinistas en Vassy por los soldados de tropa de Guise (1 de marzo de 1562), e inmediatamente ambos partidos pidieron ayuda extranjera. Catalina, que estaba en este momento trabajando por la causa católica, se dirigió a España; Coligny y Condé se dirigieron a Elizabeth de Inglaterra y le entregaron el puerto de Le Havre. Así, desde el principio, se prefiguraron las líneas que las Guerras de religión seguirían. Entregaron Francia a la intervención de príncipes extranjeros tales como Elizabeth y Felipe II, y al pillaje de soldados extranjeros, tales como los del Duque de Alba y los soldados alemanes (Reiter) llamados por los protestantes. Una tras otra, estas guerras terminaron en débiles tratados provisionales que no duraron. Bajo los estandartes del partido de la Reforma o de los de la Liga organizada por la Casa de Guise para defender el Catolicismo, se posicionaron las opiniones políticas, y durante esos treinta años de desorden civil la centralización monárquica estuvo frecuentemente a punto de ser derrocada. Si hubiera prevalecido el partido de Guise, la tendencia política adoptada por la monarquía francesa hacia el Catolicismo después del concordato de Francisco I habría ciertamente sido menos galicana. Ese concordato había puesto la Iglesia de Francia y su episcopado en las manos del rey. El antiguo galicanismo episcopal que sostenía que la autoridad del papa no estaba por encima de la de la Iglesia congregada en concilio y el galicanismo real que sostenía que no había nadie en la tierra superior al rey, ni aun el papa, se aliaron entonces en contra de la monarquía papal fortalecida por el Concilio de Trento. El resultado de todo esto fue que los reyes franceses se negaron a permitir que se publicaran en Francia las decisiones de ese concilio, y ese rechazo nunca se ha retirado.
A fines del siglo XVI pareció por un instante como si el partido de la casa de Francia fuera a sacudirse del yugo de las opiniones galicanas. Se había roto el feudalismo; la gente estaba ávida de libertad; los católicos, descorazonados por la corrupción de la corte de Valois, pensaron llevar al trono, en sucesión de Enrique II, que no tenía hijos, a un miembro de la poderosa Casa de Guise. De hecho, la Liga había pedido a la Santa Sede el aceptar el deseo del pueblo, y darle a Francia un Guise como rey. Enrique de Navarra, el presunto heredero al trono, era un protestantes; Sixto V le había dado la opción de permanecer protestante y nunca reinar en Francia, o de abjurar su herejía, recibir la absolución del papa mismo, y, con ella, el trono de Francia. Pero había una tercera solución posible, y el episcopado francés la previó, a saber que se debería hacer la abjuración no al papa sino a los obispos franceses. Se satisfarían así las susceptibilidades galicanas, se mantendría la ortodoxia dogmática en el trono francés, y además se alejaría el peligro al que la unidad de Francia se exponía por la propensión de un cierto número de Miembros de la Liga de alentar la intervención de los ejércitos españoles y las ambiciones del rey español, Felipe II, que consideraba la idea de poner a su propia hija en el trono de Francia.
La abjuración de Enrique IV hecha a los obispos franceses (25 de julio de 1593) fue una victoria del catolicismo sobre el protestantismo, aunque fue la victoria del galicanismo episcopal sobre el espíritu de la Liga. Canónicamente, la absolución dada por los obispos a Enrique IV fue ineficaz, ya que solo el papa podía legalmente otorgarla; pero políticamente esa absolución estaba destina a tener un fuerte efecto. Desde el día en que Enrique IV se volvió católico, la Liga fue derrotada. Dos prelados franceses fueron a Roma a pedir la absolución para Enrique. San Felipe Neri ordenó a Baronius -- sonriendo, sin duda, al hacerlo -- a decirle al papa, cuyo confesor era Baronius mismo, que él no podía recibir la absolución hasta que hubiera absuelto al Rey de Francia. Y el 17 de septiembre de 1595, la Santa Sede solemnemente absolvió a Enrique IV, sellando así la reconciliación entre la monarquía francesa y la Iglesia de Roma. La accesión de la familia real Borbónica fue una derrota para el protestantismo, pero al mismo tiempo una victoria a medias para el galicanismo. Desde el año de 1598 el trato de los Borbones con el protestantismo fue regulado por el Edicto de Nantes. Este instrumento no sólo les otorgó a los protestantes la libertad de practicar su religión en sus propios hogares, en las ciudades y pueblos donde se habían establecido desde antes de 1597, y en dos lugares en cada baillage, también les abrió todos los empleos y creó tribunales mixtos en los que se elegían jueces igualmente de entre católicos y calvinistas; además los convirtió en un poder político reconociéndolos durante ocho años como señores de cerca de cien ciudades que se conocían como "lugares de seguridad" (places de sûreté). Favorecidos por las causas políticas del Edicto los protestantes rápidamente llegaron a ser un imperium in imperio (imperio en el imperio), y en 1627, en La Rochelle, formaron una alianza con Inglaterra para defender, contra el gobierno de Luis XIII (1610-43), los privilegios de los que el Cardinal Richelieu, ministro del rey, quería despojarlos. La toma de La Rochelle por las tropas del rey (noviembre, 1628), después de un sitio de catorce meses, y la sumisión de los rebeldes protestantes en las Cévenes, dieron por resultado una decisión real que Richelieu llamó la Grâce d'Alais: los protestantes perdieron todos sus privilegios políticos y todos sus "lugares de seguridad" pero en cambio se les garantizó la libertad de culto y la absoluta igualdad con los católicos.
Ambos, el Cardinal Richelieu y su sucesor, el Cardinal Mazarin, escrupulosamente observaron esta garantía, pero bajo Luis XIV se inauguró una nueva política. Durante veinticinco años el rey prohibió a los protestantes todo lo que el edicto de Nantes no les garantizaba explícitamente, y luego, neciamente, creyendo que el protestantismo declinaba, y que quedaban en Francia sólo unos cientos de herejes obstinados, revocó el Edicto de Nantes (1685) e inició una política opresiva en contra de los protestantes, que provoco la insurrección de los Camisards en 1703-05, y que duró, con alternancias de dureza y benevolencia hasta 1784, cuando Luis XVI fue obligado a darles sus derechos civiles a los protestantes una vez más. La manera misma en la que Luis XIV, que se consideraba como la cabeza religiosa de su reino, emprendió la Revocación, no fue más que una aplicación de las máximas religiosas del galicanismo.
En la persona de Luis XIV, de hecho, el galicanismo estaba en el trono. Durante los Estados-Generales en 1614, el tiers état se esforzó por hacer que la asamblea se comprometiera a si misma a ciertas, decididamente galicanas, declaraciones, pero el clero, gracias al Cardinal Duperron, consiguió archivar la cuestión; entonces Richelieu, cauteloso, para no pelearse con el papa, tomo la mitigada y muy discreta forma de galicanismo representada por el teólogo Duval. En cuanto a Luis XIV, quien se consideraba a si mismo un Dios en la tierra -- su religión era la del Estado; cada súbdito que no sostiene esa religión estaba fuera del Estado. En consecuencia hubo la persecución de protestantes y de jansenistas. Pero al mismo tiempo nunca autorizaría que se publicara en Francia una Bula papal sin que el Parlamento decidiera que no interfería con las "libertades" de la Iglesia francesa o la autoridad del rey. Y en 1682 invitó al clero de Francia a proclamar la independencia de la Iglesia galicana en un manifiesto de cuatro artículos, dos de los cuales, al menos, -- se relacionaban con los poderes respectivos del papa y del concilio -- tratando cuestiones que sólo un concilio ecuménico podría decidir. Como consecuencia de esto una crisis surgió entre la Santa Sede y Luis XIV que provocó que treinta y cinco sedes quedaran vacantes en 1689. También Luis XV adoptó la política de Luis XIV en asuntos religiosos. Su manera de atacar a los Jesuitas en 1763 fue en principio la misma que la tomada por Luis XIV para imponer el galicanismo a la Iglesia -- el poder real pretendiendo a la supremacía por encima de la Iglesia. La política doméstica de los Borbones del siglo XVII, ayudados por Scully, Richelieu, Mazarin y Louvois, completó la centralización del poder real. En el extranjero, el principio fundamental de su política fue continuar la lucha en contra de la Casa de Austria. El resultado de la diplomacia de Richelieu (1624-42) y de Mazarin (1643-61) fue una nueva derrota para la Casa de Austria; Las armas francesas fueron victoriosas en Rocroi, Fribourg, Nördlingen, Lens, Sommershausen (1643-48), y por la Paz de Westphalia (1648) y la de los Pirineos (1659), Alsacia, Artois, y Rosellón fueron anexadas al territorio francés. En la pelea Richelieu y Mazarin tuvieron el apoyo del príncipe luterano de Alemania y de países protestantes como la Suecia de Gustavo Adolfo.
De hecho se puede decir que durante la Guerra de Treinta años, Francia sostuvo al protestantismo. Luis XIV, al contrario, que por muchos años fue el árbitro de los destinos de Europa, actuaba por motivos completamente religiosos en varias de sus guerras. Así la guerra contra Holanda, y aquella en contra de la Liga de Augsburgo, y su intervención en los asuntos de Inglaterra fue en algunos aspectos el resultado de una política religiosa y de un deseo de sostener al catolicismo en Europa. Las expediciones en el mediterráneo en contra de los piratas de Barbarie tenían todo el halo de los antiguos ideales de la cristiandad -- ideales que en los días de Luis XIII habían obsesionado la mente del Padre Joseph, el famoso confidente de Richelieu, y le habían inspirado el sueño de cruzadas lideradas por Francia, una vez que se hubiera derrotado a la Casa de Austria.
El reino prolongado y complejo de Luis XIV, a pesar de los desastres que marcaron su fin, obtuvo para Francia la posesión de Flandes y de Franche-Comté, y vio un Borbón, Felipe V, nieto de Luis XIV, sentarse en el trono de España. El siglo XVII en Francia fue par excellence un siglo de despertar católico. Varios obispos emprendieron la reforma de sus diócesis según las reglas fijadas por el Concilio de Trento, aunque sus decretos no se oficializaron en Francia. El ejemplo de Italia produjo fruto en todo el país. El cardenal de la Rochefoucauld, Obispo de Claremont y después de Senlis, había conocido a San Carlos Borromeo. Francisco Taurugi, un compañero de San Felipe Neri, era el arzobispo de Aviñon. San Francisco de Sales cristianizó a la sociedad laica con su "Introducción a la Vida Devota”, que escribió a instancias de Enrique IV. El cardinal de Bérulle y su discípulo de Condren fundaron el Oratorio. San Vicente de Paul, fundando a los sacerdotes de la Misión y M. Olier, fundando los Sulpicianos, prepararon el renuevo del clero secular y el desarrollo de los grandes seminarios. Fue el período, también, cuando Francia empezó a construir su imperio colonial, cuando Samuel de Champlain fundaba prósperas colonias en Acadia y Canadá. Con la sugerencia del Père Coton, confesor de Enrique IV, los jesuitas siguieron a los colonos; Hicieron a Québec la capital de todo ese país y le dieron un francés, Mgr. de Montmorency-Laval como su primer obispo. Los primeros apóstoles para los Iroqueses fueron los jesuitas franceses, Lallemant y de Brébeuf; y fueron los misioneros franceses, tanto como los comerciantes, quienes abrieron la comunicación postal sobre 500 leguas de territorios entre las colonias francesas de Luisiana y Canadá. En China los jesuitas franceses, por sus labores científicas, se ganaron una verdadera influencia en la corte y convirtieron a por lo menos un príncipe chino. Por último, de principios de este mismo siglo XVII, bajo la protección de Gontaut-Biron, Marqués de Salignac, Embajador de Francia, data el establecimiento de los jesuitas en Esmirna, en el Archipiélago, en Siria y en El Cairo. Un capuchino, el Père Joseph du Tremblay, confesor de Richelieu, estableció muchas fundaciones capuchinas en Oriente. Una pía dama Parisina, Madame Ricouard, dio una cantidad de dinero para la construcción de un obispado en Babilonia, cuyo primer obispo fue un carmelita francés, Jean Duval. San Vicente De Paul envió a los lazaristas dentro de las galeras y prisiones de Barbarie, y a las islas de Madagascar, Borbón, Mauritania, y las Mascareñas, a tomar posesión de ellas en nombre de Francia. Bajo el consejo del Padre Jesuita de Rhodes, Propaganda y Francia decidieron edificar obispados en Amman y, en 1660 y 1661, tres obispos franceses, François Pallu, Pierre Lambert de Lamothe y Cotrolendi, salieron para Oriente. Fueron las actividades de los misioneros franceses las que allanaron el camino para la visita de los emisarios Siameses a la corte de Luis XIV. En 1663 se fundó el Seminario para las Misiones Extranjeras y en 1700 la Société de Missions Etrangères recibió su constitución aprobada que nunca se ha modificado.
Repitiendo un dicho de Ferdinando Brunetière, el siglo XVIII fue el menos cristiano y menos francés siglo de la historia de Francia. Religiosamente hablando, la alianza del galicanismo parlamentario y el Jansenismo debilitó la idea de religión en una atmósfera ya amenazada por los filósofos y, aunque la monarquía continuó a guardar el estilo y título de "Más Cristiano," la incredulidad y el libertinaje fueron aceptados y, a veces, defendidos en la corte de Luis XV (1715-74), en los salones, y entre la aristocracia. Políticamente, la tradicional disputa entre Francia y la Casa de Austria acabó, a mediados del siglo XVIII, con el famoso Renversement des Alliances (ver Choiseul, Etienne-François, Duc de; Fleury, Andre-Hercule de). Este siglo esta lleno de esa lucha entre Francia e Inglaterra que puede ser llamaba la segunda Guerra de Cien años, durante la cual Inglaterra tuvo como aliado a Federico II, Rey de Prusia, un país que entonces subía rápidamente en importancia. El control del mar estaba en juego. A pesar de hombres como Dupliex, Lally-Tollendal y Montcalm, Francia con ligereza abandonó sus colonias por tratados sucesivos, el más importante de los cuales fue el Tratado de Paris (1763). La adquisición de Lorena (1766) y la compra de Córcega de los Genoveses (1768) fueron pobres compensaciones por esas pérdidas; y cuando, bajo Luis XVI, la armada francesa una vez más irguió su cabeza, apoyó la rebelión de las colonias inglesas en América y apoyó así la emancipación de los Estados Unidos (1778-83).
El movimiento de ideas del que Montesquieu, Voltaire, Rousseau y Diderot, cada uno a su propia manera, habían sido protagonistas, una impaciencia provocada por los abusos debidos a una monarquía demasiado centralizada y el anhelo de igualdad que agitaba profundamente al pueblo francés, todo preparó la explosión de la Revolución Francesa, ese levantamiento que ha sido por mucho tiempo considerado como una ruptura en la historia de Francia. Las investigaciones de Alberto Sorel han demostrado que las tradiciones diplomáticas del antiguo régimen se perpetuaron bajo la Revolucion; la idea de la preeminencia del Estado sobre la Iglesia, que habían puesto en practica los ministros de Luis XIV y los partidarios del Parlamento -- los parlementaires -- en los días de Luis XV reaparece con los autores de la "Constitución Civil del Clero", a la vez que el espíritu centralizador de la antigua monarquía reaparece con los funcionarios administrativos y los comisarios de la Convención. Es más fácil cortar la cabeza de un rey que cambiar la constitución mental de un pueblo.
La Asamblea Constituyente (5 de mayo de 1789-30 de septiembre de 1791) rechazó la moción del Abad d'Eymar que declaraba a la religión católica como la religión del Estado, pero no por eso ponía a la religión católica en el mismo nivel que las otras religiones. Voulland, dirigiéndose a la Asamblea con la idea de tener una religión dominante, declaró que la religión católica fue fundada en una base moral tan pura como para que no se le de el primer lugar. El artículo 10 de las "Declaraciones de los Derechos del Hombre" (agosto, 1789) proclamó la tolerancia, estipulando "que no se debe molestar a nadie a causa de sus opiniones, aun religiosas, con tal de que su manifestación no perturbe el orden público" (pourvu que leur manifestation ne trouble pas l'ordre public établi par là). Fue en virtud de la supresión de los privilegios feudales y, de acuerdo con las ideas profesadas por los defensores del antiguo régimen cuando se cuestionaba la propiedad de la iglesia, que la Asamblea Constituyente abolió los diezmos y confiscó las posesiones de la Iglesia, reemplazándolos por una anualidad otorgada por el erario. La "Constitución Civil del Clero" fue una interferencia más seria en la vida del Catolicismo francés, y fue redactada bajo la instigación de abogados jansenistas. Sin referir al papa, estableció una nueva división en diócesis, dio a los votantes, quien quiera que fueran, el derecho de nombrar sacerdotes de parroquias y obispos, ordenó metropolitanos para que se hicieran cargo de la institución canónica de sus sufráganos, y prohibió a los obispos el obtener de Roma una Bula de confirmación en sus cargos. La Asamblea Constituyente exigió a todos los sacerdotes jurar obediencia a esta constitución, que recibió la reacia sanción de Luis XVI, el 26 de diciembre de 1790, y fue condenada por Pio VI. Por Informes fechados del 10 de marzo y del 13 de abril, prohibió a los sacerdotes hacer ese juramento, y la mayoría lo obedeció. En contra de esos "no juramentados" (insermentés) o sacerdotes "refractarios" pronto empezó un período de persecución. La Asamblea Legislativa (1 de octubre de 1791-21 de septiembre de 1792), mientras preparaba el camino para la república que ambos grandes partidos (la Montaña y los Girondinos) igualmente deseaban, sólo agravó la dificultad religiosa. El 19 de noviembre de 1791, decretó que aquellos sacerdotes que no habían aceptado la "Constitución Civil" serian requeridos, en una semana, a jurar obediencia a la nación, a la ley y al rey, bajo pena de que se les suspendieran sus asignaciones y de que se les detuviera como sospechosos. El rey se negó a aprobar esto, y (26 de agosto de 1792) declaró que todos los sacerdotes refractarios deberían salir de Francia bajo pena de diez años de prisión o destierro a Guyana.
La Convención (21 de septiembre de 1792-26 de octubre de 1795) que proclamó la república y causó la ejecución de Luis XVI (21 de enero de 1793), llevó a cabo una muy tortuosa política hacia la religión. Desde 13 de noviembre de 1792, Cambon, en el nombre del Comité Financiero, anunció a la Convención que sometería rápidamente un esquema de reforma general incluyendo la supresión de la apropiación para culto religioso, que, afirmaba, costaba a la república "100 000 000 de libras anualmente". Los jacobinos se opusieron a este esquema como prematuro y Robespierre lo declaró derogatorio a la moralidad pública. Durante los primeros ocho meses de su existencia la política de la Convención fue de mantener la "Constitución Civil" y aumentar las penas en contra de los sacerdotes "refractarios" sospechosos de complicidad con la insurrección de Vendée. Un decreto fechado el 18 marzo de 1793, castigaba con la muerte a todos los sacerdotes comprometidos. Ya no solo perseguía a los sacerdotes refractarios, sino a cualquier eclesiástico que, acusado de deslealtad (incivisme) por seis ciudadanos cualesquiera, seria sujeto a deportación. Según la revolucion, ya no había buenos y malos sacerdotes; para los sans-culottes cada sacerdote era sospechoso. Entonces, de las provincias, agitadas por la propaganda de André Dumont, Chaumette y Fouché, empezó un movimiento de des-cristianización. El obispo constitucional, Gobrel, abdicó en noviembre, 1793, junto con sus vicarios-generales. En la fiesta de la Libertad, que se tuvo en Notre Dame el 10 de noviembre, un altar fue instalado para la diosa de la Razón y la iglesia de Nuestra Señora se convirtió en el templo de esa diosa. Unos días después de esto una diputación ataviada con vestiduras sacerdotales, en burla del culto católico, desfiló delante de la Convención. La Comuna de Paris, el 24 de noviembre de 1793, con Chaumette como su portavoz, exigió el cierre de todas las iglesias. Pero el Comité de Seguridad Pública estaba en favor de temporizar para evitar de asustar al populacho y escandalizar Europa.
El 21 de noviembre de 1793, Robespierre, hablando de la tribuna Jacobina de la Convención, protestó contra la violencia del partido des-cristianizador, y en diciembre el Comité de Seguridad Pública incitó la Convención a pasar un decreto asegurando la libertad de culto, y prohibiendo el cierre de iglesias católicas. Por doquier en todas las provincias la guerra civil estallaba entre los campesinos, que se asían a su religión y fe, y los fanáticos de la Revolución, que, en el nombre del patriotismo amenazado, como decían, por los sacerdotes, derribaban los altares. Según el lugar en el que pudieran estar, los propagandistas o alentaban ó frenaban esta violencia contra la religión; pero aun durante los mas crueles días del terror, nunca habo un momento en el que se suprimiera el culto católico en toda Francia.
Después de que Robespierre envió a los guerrilleros de Hébert y de Danton al patíbulo, intentó imponer en Francia lo que llamó la religión del Ser Supremo. Se suprimió la libertad de conciencia, pero el ateísmo era también un crimen. Citando a Rousseau sobre los dogmas indispensables, Robespierre se autoproclamó un líder religioso, un pontífice y un dictador; y el culto del Ser Supremo fue enaltecido por sus partidarios como la encarnación religiosa del patriotismo. Pero después del 9 de Termidor, Cambon propuso una vez más el principio de separación entre la Iglesia y el Estado, y se decidió que de aquí en adelante la República no pagaría los gastos de ninguna forma de culto (18 septiembre, 1794). Enseguida, la Convención votó la laicización de las escuelas primarias y el establecimiento, a intervalos de diez días, de festividades llamadas fêtes décadaires. Cuando el Obispo Grégoire, en un discurso se aventuró a desear que el Catolicismo renaciera un día, la Convención protestó. No obstante la gente en las provincias estaba ansiosa porque el clero reasumiera sus funciones, y los sacerdotes "constitucionales", menos en peligro que los otros, reconstruyeron los altares en algunas partes del país. En febrero de 1795, Boissy-d'Anglas rindió una disposición de libertad religiosa, y al mismo día siguiente se dijo Misa en todas las capillas de Paris. El domingo de Pascua, de 1795, en la misma ciudad que, unos meses antes, había alabado el culto de la Razón, casi cada tienda cerró sus puertas. En mayo de 1795, la Convención restauró el culto en las iglesias, a condición de que los pastores se sometieran a las leyes del Estado; en septiembre de 1795, menos que un mes antes de su disolución, reguló la libertad de culto por una ley de control, y promulgó penalidades severas, destierro o encarcelamiento, contra los sacerdotes responsables de regresar a tierra francesa. El directorio (27 de octubre de 1795 -- 9 de noviembre de 1799), que reemplazó a la Convención, impuso a todo ministro religioso (Fructidor, año V) la obligación jurar odio a la realeza y a la anarquía. Un cierto número de sacerdotes "papistas" tomaron el juramento, y la religión "papista" se estableció en algunos lugares, aunque continuó a ser perturbada por los incesantes actos arbitrarios de interferencia por parte de los empleados administrativos del directorio, quienes, con mandatos legales, deportaron a los sacerdotes acusados de incitar al desorden. De esta manera 1 657 sacerdotes franceses y 8 235 belgas, fueron desterrados. El objetivo del directorio era sustituir el Catolicismo por el culte décadaire, y la observancia del domingo por el descanso en el décadis, o décimo día. En Paris quince iglesias se le dieron a este culto. El directorio también favoreció el intento no-oficial de Chemin, el escritor, y algunos de sus amigos para instalar una cierta Iglesia nacional bajo el nombre de "Teofilantropía"; pero la Teofilantropía y el culte décadaire, aunque perturbaron a la Iglesia, no pudieron satisfacer las necesidades de las personas por sacerdotes, altares y fiestas tradicionales.
Todo esto fue restaurado por el concordato de Napoleón Bonaparte, que fue Cónsul por diez años a partir del 4 de noviembre de 1799. El concordato aseguró al Catolicismo francés, a pesar de la interposición de los artículos organiques, cien años de paz. La conducta de Napoleon I, cuando fue emperador (18 de mayo de 1804) hacia Pio VII fue de lo más ofensiva al papado; pero incluso durante esos años en los que Napoleón maltrataba a Pío VII y lo tenía prisionero, el Catolicismo en Francia se reavivaba y prosperaba día con día. Numerosas congregaciones religiosas renacían o crecían rápidamente, con frecuencia bajo la guía de simples sacerdotes o humildes mujeres. Las hermanas de las Escuelas Cristianas de Misericordia, que trabajaban en hospitales y escuelas, datan de 1802, lo mismo que las hermanas de la Providencia de Langres; las hermanas de la Misericordia de Montauban de 1804; las hermanas del Sagrado Corazón de Jesús de St-Julien-du-Gua datan de 1805. En 1806 tenemos a las hermanas de Reuilly-sur-Loire, fundadas por el Abbé Dujarie; las hermanas de St. Regis en Aubenis, fundadas por el Abbé Therne; las hermanas de Nuestra Señora del Buen Auxilio en Charly; las hermanas de la Misericordia de Billom.
Las hermanas de la Sabiduría fundadas por el Beato Grignon de Montfort, remodelaron sus instituciones en esa época en La Vendée, y la Señora Dupleix fundó en Lyón y en Durat la Confraternidad de María y José de visitadores en las prisiones. El año de 1807 vio la llegada de las Hermanas de la enseñanza cristiana y de enfermos (de l'Instruction chrétienne et des malades) de St-Gildas-des-Bois fundada por el Abad Deshayes y la gran orden de enseñanza de las Hermanas de Santa Cristiana de Metz. En 1809 aparecieron en Aveyron las hermanas de la Bendita Virgen María; en 1810 las hermanas de St. Joseph de Vaur (Ardéche), las hermanas Hospitalarias de Rennes, y las hermanas de St. Joseph de Cluny. --Tal fue el fruto de ocho años de renacimiento religioso, y la lista podría fácilmente continuarse con los años que siguieron.
Durante las Guerras de la Revolución, que empezaron el 20 abril de 1792, las cualidades misioneras francesas que, bajo el antiguo régimen, se había empleado para el servicio del ideal cristiano, se consagraron a los ideales de "los Derechos del Hombre" y a emancipar a los pueblos de "los tiranos"; pero, durante las Guerras Napoleónicas que siguieron, esos mismos pueblos, enardecidos por los principios de libertad que les había llegado de Francia, expresaron su recientemente desarrollada conciencia nacional luchando contra los ejércitos franceses. De esta manera la propaganda de la Revolución tuvo al final una desastrosa reacción en contra del mismo país en el que sus ideales se originaron. Durante el siglo XIX, Francia se dedicó a emprender varias guerras por la emancipación de naciones -- la Guerra griega (1827-28) bajo la Restauración; la Guerra italiana (1859) bajo el segundo Imperio -- y fue en el nombre del principio de nacionalidad que el Segundo Imperio creció hasta que, en 1870, llegó a su mayor crecimiento a costa de Francia.
Bajo la Restauración se introdujo en Francia el gobierno parlamentario. La revolución de julio, en 1830, revolución "liberal" y "burguesa", reafirmó, en contra del absolutismo de Charles X, los derechos garantizados a los franceses por la Constitución -- la "Charte" como se le llamaba -- y la llevó al trono de Luis Felipe, Duque de Orleáns, durante cuyo reino como "Rey de los franceses," se estableció finalmente el dominio francés en Argelia.
Una de las más admirables instituciones caritativas de origen francés data de la Monarquía de julio, a saber las Pequeñas Hermanas del Pobre iniciada (1840) por Jeanne Jugan, Franchon Aubert, Marie Jamet, y Virginie Trédaniel, pobres mujeres trabajadoras que formaron una asociación para cuidar a una vieja mujer ciega. En 1900 la congregación así iniciada contaba con 3 000 Pequeñas Hermanas distribuidas entre 250 a 260 albergues en todo el mundo cuidando de 28 000 ancianos. También bajo la Monarquía de julio, fueron fundadas las conferencias de San Vicente De Paul, las primeras de ellas a Paris, en mayo de 1883, por un sencillo y pío hombre llamado Ozanam, para la ayuda material y moral de familias pobres; en 1900 había, tan solo en Francia, 1 224 de esas conferencias y 5 000 en el mundo entero. En 1895 la ciudad de Paris tenía 208 conferencias cuidando de 7 908 familias. El ingreso promedio anual de las conferencias de San Vicente De Paul en toda Francia era de 2 198 566 francos ($440 000.00 o £88 000). En 1906 el ingresos de las conferencias en todo el mundo sumó 13 453 228 francos ($2 690 645) y sus gastos fueron de 13 541 504 francos ($2 708 300), mientras que, para cubrir demandas extraordinarias, tenían una reserva de 3 069 154 francos ($613 830). El gasto anual siempre excedía la suma anual recibida. Como amaba decir el Cardinal Regnier, "Las conferencias han tomado el voto de pobreza."
La Revolución de febrero de 1848, contra Luis Felipe y Guizot, su ministro, que quiso mantener la distinción de propiedad para el sufragio, llevó al establecimiento de la Segunda República y al sufragio universal. Por haber concedido la libertad de enseñanza (Loi Falloux), y por haber enviado un ejército a Roma a asistir a Pio IX, se ganó la gratitud de los católicos. En ese momento de la historia, cuando se agitaban muchas aspiraciones sociales y democráticas, la eficacia social del pensamiento cristiano fue demostrada por el Vizconde de Melun, que desarrolló la "Société Charitable" y los "Annales de la Charité" y promovió una ley de pensiones para gente de edad avanzada y sociedades de beneficio mutualista; y por Le Prévost, fundador de la Congregación de los Hermanos de San Vicente De Paul, que vestido de laico llevaba una vida religiosa, sostenía a la gente trabajadora.
El Segundo Imperio, el resultado del coup d'êtat de luis Napoleon Bonaparte (2 de diciembre de 1851), afirmaron el sufragio universal asegurando así la victoria de la democracia francesa; pero redujeron el parlementarisme a un papel insignificante, ya que el Plebiscito se empleó como un medio ordinario para determinar la voluntad de la gente. Fue también el segundo imperio el que le dio Niza, Saboya, y Cochinchina a Francia.
IV. LA TERCERA REPUBLICA
La Tercera República -- tumultuosamente proclamada el 4 de septiembre de 1870, sobre las ruinas del imperio derrocado en Sedán -- triunfó, gracias a Thiers y al ejército de Versalles, sobre la insurrección Parisina llamada la Comuna (marzo-mayo, 1871). Efectivamente definida por la Constitución de 1875, tuvo que aceptar el Tratado de Frankfurt (1871) por el que Alsacia y Lorena fueron cedidas a Alemania. En cambio, enriqueció las posesiones coloniales, o la zona de influencia, de Francia por la adquisición de Tongking, Túnez y Madagascar. Bajo la Tercera República se estableció un sistema parlamentario de dos cámaras sobre el doble principio de un ministerio responsable y de un presidente por encima de toda responsabilidad, este último elegido por las dos cámaras por un período de siete años. Thiers, MacMahon, Jules Grévy, Sadi-Carnot, Félix Faure, Emile Loubet, Armand Falliérres estuvieron sucesivamente a la cabeza del estado francés desde 1870.
A través de todos estos cambios de gobierno, la política extranjera francesa, a sabiendas o por costumbre y precedencia, ha servido a la Iglesia católica, servicio ampliamente compensado por la Iglesia por la continuación, de cierta manera, del ideal cristiano de los antiguos tiempos. La Guerra de Crimea (1855), emprendida por Napoleón, se originó en el deseo de proteger a los cristianos latinos de Palestina, protegidos de Francia, en contra de las intrusiones rusas. Durante el siglo XIX, la diplomacia francesa en Roma y en Oriente trató de salvaguardar las prerrogativas de Francia como patrón de la cristiandad Oriental, y de justificar así la tradicional confianza de los Orientales en los "Francos" como los campeones naturales de la Cristiandad en el Imperio Otomano. La influencia francesa en este campo fue amenazada, uno tras otro, por Austria, Italia y Alemania; la primera de estas potencias alegaba que ciertos tratados con el sultán, desde el siglo XVIII, le daban el derecho de defender los intereses católicos en la Sublime Porte; las otras dos hicieron repetidos esfuerzos para instigar a los misioneros italianos y alemanes a buscar la protección de sus propios cónsules, en lugar de los de Francia. Pero el 22 de mayo de 1888, la circular "Aspera rerum conditio", firmada por el Cardinal Simeoni, prefecto de la Propaganda, ordenó a todos los misioneros el respetar las prerrogativas de Francia como su potencia protectora. Aun después y a pesar de la separación de la Iglesia y del Estado, la diplomacia de la Tercera República en Oriente aprovecha el prestigio adquirido por la Francia de San Luis y Francisco I. Y entre todas las ideas y tendencias de "laicización" este protectorado continúa a existir como una reliquia y un derecho de la Francia cristiana -- "El anticlericalismo no es un artículo de exportación" decía Gambetta y, hasta años recientes, éste ha sido siempre el lema de la Francia Republicana. A pesar de las constantes amenazas bajo las que las congregaciones han vivido durante la Tercera República, es indiscutible que ciertos institutos importantes vieron el número de sus miembros aumentar notablemente. Esto es ilustrado por la tabla siguiente: 
Instituto -- Miembros (1879) -- Miembros (1900)
Socitété des Misiones Etrangères -- 480 -- 1 200
Hermanas de San José de Cluny -- 2 067 -- 4 000+
Hijas de la Sabiduría -- 3 600 -- 4 650
Hermanas de San Pablo de Chartres --1 119 -- 1 732
Hermanos de San Gabriel -- 791 -- 1 350
Pequeños Hermanos de María -- 3 600 -- 4 850
Pequeñas Hermanas del Pobre -- 2 683 -- 3 073
Hermanos del espíritu santo -- 515 -- 902
Taine demostró que las vocaciones religiosas aumentaron notablemente en la Francia del siglo XIX, siendo además completamente espontáneas, en contraste con las de la Francia del siglo XVIII, cuando muchas familias, por razones mundanas, colocaban a sus hijas en conventos.
V. FRANCIA MISIONERA DURANTE EL SIGLO XIX
El renacimiento del Catolicismo británico a principios del siglo XIX fue en cierta medida debido a la influencia del clero francés refugiado que la Revolución había desterrado. Y cuando, en 1789 en los Estados Unidos de América, John Carroll fue nombrado Obispo de Baltimore, recurrió a los Padres Sulpicianos para establecer su seminario, preparando así el papel que jugó este espléndido instituto de sacerdotes franceses, y todavía continúa a jugar, en la construcción de la Iglesia de América. La discusión entre monseñor Duborg, Obispo de Nueva Orleáns, y la Señora Petit, una viuda de Lyon, sobre las necesidades espirituales de Luisiana (1815), y la carta escrita por el Abad Jaricot a su hermana Pauline, que también vivía en Lyon, sobre la pobreza de las misiones extranjeras (1819), llevó a estas damas a organizar, independientemente una de la otra, sociedades para la colecta de limosnas de los fieles para la propagación de la cristiandad, y de estos pobres inicios nació, el 3 de mayo de 1822, la gran obra conocida por los católicos anglófonos como la "Propagación de Lyon." En 1898, esta sociedad reunió de varios países 7 700 921 francos ($1 140 180.00 o £228 000) para propósitos misioneros. De esta suma, tan sólo Francia donó no menos de 4 077 085 francos, mientras que, en 1908, debido a las muchas necesidades domesticas de la Iglesia, el donativo de Francia bajó de 6 402 586 francos a 3 082 131 francos. En 1898 la obra de la Sainte Enfance (La Santa Niñez), también de origen francés, que aspira a salvar los cuerpos y las almas de niños chinos, reunió 3 615 845 francos (aproximadamente $723 000.00 o £145 000), de los cuales 1 094 092 francos vinieron de Francia, mientras que en 1908-09, por la razón antes mencionada, la generosidad francesa sólo pudo contribuir con 813 952 francos a esta obra, cuyos ingresos generales sumaron 3 761 954 francos. Esa obra ayudó en 1907-08 a 236 misiones, 1 171 orfelinatos, 7 372 escuelas y 2 480 establecimientos de instrucción manual. En 1898 además, L'Oeuvre des Ecoles d'Orient, una asociación para proporcionar escuelas en Oriente, reunió en Francia 584 056 francos y en otros países sólo 27 596 francos. En 1898 la Sociedad de Misiones Africanas reunió 50 000 francos, la Sociedad Anti-esclavitud 120 000 francos y las limosnas del Viernes Santo para el sostén de la Tierra Santa 122 000 francos, haciendo un total, en 1898, de 6 047 231 francos donados por Francia a misioneros extranjeros sin distinción de nacionalidad.
Pero Francia proporciona no sólo dinero sino hombres y mujeres a estas misiones. En vísperas de la Ley de 1901 el Abad Kannengieser compiló las estimaciones siguientes de religiosos, hombres y mujeres, de nacionalidad francesa comprometidos en la obra misionera:
- Socitété des Missions Etrangères -- 1 200 - Sociedad dee Jesus -- 750 - Lazaristas -- 500 - Agustinianos de la Asunción -- 216 - Hermanos de las escuelas cristianas -- 813 - Capuchinos -- 160 - Dominicanos -- 80 - Misioneros de San Francisco de Sales -- 60 - Carmelitas -- 14 - Marianistas -- 80 - Pequeños Hermanos de María -- 359 - Oblatos de San Francisco de Sales -- 25 - Franciscanos -- 95 - Padres del espíritu santo -- 429 - Padres Blancos -- 500 - Misiones africanas -- 123 - Oblatos de María Inmaculada -- 400 - Maristas -- 320 - Padres de Picpus -- 80 - Misioneros de María -- 46 - Hermanos de San Gabriel -- 53 - Redentoristas -- 100 - Sacerdotes de Bétharram -- 80 - Hermanos Cristianos de Ploërmel -- 272 - Hermanos Cristianos del Sagrado Corazón -- 346 - Misioneros del Corazón Sagrado -- 27 - Padres Sulpicianos -- 30 - Congregación de la Santa Cruz -- 40 - Padres de Misericordia -- 21 - Hijos de María Inmaculada -- 15 - Hermanos de Nuestra Dama de la Anunciación -- 60 - Hermanos de la Sagrada Familia -- 40 - Benedictinos de La-Pierre-qui-Vire -- 25 - Padres de La Salette -- 5 - Trapistas -- 21
Una lista similar de mujeres comprometidas con la obra religiosa de las misiones, hecha la víspera de la Ley de 1901, dio un gran total de 7 745 religiosos y 9 150 religiosas proporcionadas por la sola Francia para esta obra. Las Missions Etrangères contaban en 1908 con 37 obispos, 1 371 misioneros, 778 sacerdotes locales, 3 050 catequistas, 45 seminarios, 2 081 seminaristas, 305 religiosos, 4 075 religiosas, 2 000 vírgenes chinas, 5 700 iglesias y capillas, 347 casas-cuna y orfelinatos, albergando a 20 409 niños, 484 farmacias y dispensarios farmacéuticos, 108 hospitales y asilos para leprosos. Ese mismo año (1908) dispensó el bautismo a 33 169 adultos y 139 956 niños. En Jerusalén el Cardinal Lavigerie fundó en 1855 el seminario de Santa Ana para los ritos Orientales; los dominicanos franceses fundaron en 1890, en Jerusalén, una escuela para estudios Bíblicos, y en la costa noroeste de Asia Menor, cerca de Constantinopla, los Asuncionistas franceses reorganizaron la Iglesia Uniata griega, y prepararon el camino para el éxito del Congreso Eucarístico de 1893, presidido por el Cardinal francés Langénieux, legado del Papa León XIII, en el que los cristianos de rito oriental se pudieron congregar. En el distrito del Líbano, los Jesuitas franceses tenían una escuela en Beirut con 520 estudiantes, la mayor parte médicos, y una prensa sin rival por su impresión árabe. Además de esto tenían 125 escuelas elementales cerca de su universidad. En Esmirna, los Lazaristas franceses tenían una congregación de 16 000 católicos allí donde, en 1800, había sólo 3 000. Tan sólo en Esmirna, las escuelas francesas, o bajo influencia francesa, tenían mas de 19 000 alumnos, y en el vilayet de Esmirna casi 3 000 alumnos. Las escuelas de los Capuchinos franceses en Palestina tenían 1 000 alumnos, las de los Jesuitas franceses en Turquía europea, 7 000 alumnos.
En 1860, Francia intervino en favor de los cristianos de Oriente, que eran amenazados por el fanatismo de Turcos, árabes y Drusos. Es en esa ocasión que se dice que Faud Pasha dijo, señalando algunos religioso que estaban presentes, "no tengo miedo de las 40 000 bayonetas que tienen en Damasco, pero si temo a estas sesenta túnicas." En Mosul unos dominicanos franceses, asistidos por las hermanas de la Presentación de Tours, tuvieron una residencia desde 1856; habían establecido hospitales, talleres, y dispensarios por toda Mesopotamia, así como un seminario Sirio-Caldeo. Estos misioneros llevaron de nuevo a la unidad cristiana, bajo el pontificado de León XIII, a 50 000 Nestorianos, y a 30 000 armenios Gregorianos. De semejante manera 26 jesuitas de la provincia de Lyon habían construido escuelas en toda Armenia durante más de treinta años. La antigua Sede de Babilonia fue reemplazada en 1844 por la Sede de Bagdad donde un obispo francés gobernó sobre 90 000 católicos de varios ritos. En Persia los Lazaristas franceses tenían una congregación de 80 000 fieles donde, en 1840, había sólo 400. Los Capuchinos franceses establecidos en Adén empezaron a establecerse en Arabia. Los jesuitas franceses evangelizaban Ceilán. Bajo la dirección de los sacerdotes de las Missions Etrangères, asistidos por cinco comunidades de religiosas, el número de católicos en Pondicherry se multiplicó por diez durante el siglo XIX. Los Sacerdotes de San Francisco de Sales de Annecy tuvieron el cargo del vicariato de Vizagapatam desde 1849. Tan sólo la ciudad de Bombay no tiene menos de veintisiete conferencias de San Vicente de Paul. En Birmania los sacerdotes de las Missions Etrangères ofician para 40 000 católicos, donde eran sólo 5 000 en 1800. La misión de Siam, hecha famosa por Fenélon, y en ruinas a principios del siglo XIX, tenía, a principios del siglo XX, más de 20 000 almas. Y en el seminario de Penang, los sacerdotes franceses formaban un clero nativo. Las nueve misiones francesas de Tongking y Cochinchina tenían 650 000 católicos. Fue un misionero, Mgr. Puginier, quien, de 1880 a 1892, hizo tanto para abrir esas regiones a la exploración francesa. "Si no hubiera sido por los misioneros y los cristianos", un pirata Malayo dijo una vez, "Los franceses en Tongking hubieran sido tan impotentes como cangrejos sin patas."
China es el terreno de misión de los Jesuitas, los Lazaristas, y los sacerdotes franceses de las Missions Etrangères. El diccionario francés-coreano publicado por los sacerdotes de las Missions Etrangères; los trabajos sobre la filosofía china, iniciados en el siglo XVIII por el jesuita Amiot y continuados en el siglo XIX por los jesuitas franceses en su imprenta china de Zi-ka-wei; las investigaciones en ciencias naturales hechas en China por el Lazarista David y los jesuitas Heude, Desgodins, Dechevrens; los trabajos ejecutados en los campos de la astronomía y la meteorología por los Jesuitas franceses Zi-ka-wei -- todos estos logros de los misioneros franceses les han ganado el elogio del mundo erudito. En el siglo XIX el restablecimiento en Japón de la Iglesia fue iniciado por Monseñor Forcade, luego Arzobispo de Aix, y los Marianistas franceses laboraban para establecer un clero japonés nativo.
En Oceanía desde 1836, cuando Chanel, Bataillion, y algunos otros Maristas tomaron posesión de las miles de islas esparcidas entre Japón y Nueva Zelanda, la obra de evangelización ha pasado por Australia, Nueva Zelanda, las Islas Wallace, Nueva Caledonia, las Nuevas Hébridas, y la Isla Sydney. Los Padres del Sagrado Corazón de Issoudun estaban en las Islas Gilbert; los padres de Picpus trabajan en las islas Hawai, Tahití, y las Marquesas. La fama del Padre Damián (Joseph Damien de Veuster), uno de los Padres de Picpus, el apóstol de los leprosos de Molokai, se ha propagado por todo el mundo.
En África el Padre Libermann (un judío convertido de Alsacia) y su Congregación del Espíritu Santo y del Corazón Inmaculado de María emprendieron, en 1840, la evangelización de la raza negra. Su obra se extendió por todo ese continente pagano; y los misioneros establecidos por Monseñor Augouard en Ubangi estaban en el centro mismo de los distritos caníbales. Jesuitas, Padres del Espíritu Santo, y Lazaristas trabajaban en Madagascar; Los Jesuitas estaban establecidos a lo largo del Río Zambesi y los Misioneros africanos de Lyon tenían establecimientos alrededor del Golfo de Guinea, en el Cabo de Buena Esperanza y en Dahomey, mientras que los Oblatos de María estaban en Natal. En Senegal la Madre Ana-Marie Javouhey, fundadora de las hermanas de San Joseph de Cluny -- ella de quien Luis Felipe dijo "Madame Javouhey c'est un grand homme" (La Señora Javouhey es un gran hombre) -- abrió las primeras escuelas francesas en 1820, y realizó los primeros ensayos de agricultura en esa región. En Egipto, los Jesuitas franceses tenían dos universidades; los misioneros de Lyon, una; los Hermanos de las escuelas Cristianas enseñaban a más de 1000 alumnos; y 60 escuelas parroquiales, con más de 3 000 niños, estaban bajo el cuidado de comunidades de hermanas francesas. Los lazaristas franceses oficiaban para 13 000 almas en Abisinia. La provincia eclesiástica de Argelia, que en 1800 contaba 4 000 almas, tenía al momento de la muerte del Cardinal Lavigerie 400 000, con 500 sacerdotes, 260 iglesias y 230 escuelas, mientras Túnez, que en 1800 contaba tan sólo con 2 000 católicos, tenía 27 000 atendidos por 153 religiosos en 22 parroquias. Los Hermanos de las escuelas Cristianas fueron pioneros del idioma francés en Túnez, como lo habían sido en todo el Imperio Otomano de Constantinopla al Cairo, y la Congregación de los Padres Blancos, que envió sus primeros diez misioneros de Argel el 17 de abril de 1878, a África ecuatorial, fundó, en Uganda y a lo largo del Lago Tanganica, comunidades cristianas, una de las cuales, en mayo de 1886, le dio 150 mártires a la Fe.
En esta pacífica conquista del continente africano, por iniciativa de un cardinal francés, se le debe dar un lugar de honor al admirable papel jugado en la colonización y desarrollo de la Guayana francesa, desde el año de 1828, por la Madre Javouhey, de cuyo esfuerzo en Senegal ya hemos hablado. Fue ella quien, bajo la monarquía de julio, y a petición del gobierno, emprendió en Guayana la obra de educar a los infortunados negros liberados de los buques de esclavos capturados por los hombres de guerra, y a quienes eventualmente empleaba como trabajadores libres. Su solo ejemplo bastaría para refutar la calumnia tan a menudo repetida de que los franceses no son colonizadores.
Sólo en una parte del mundo – en Oriente -- fue este vasto movimiento misionero sostenido, aunque haya sido poco, por el Erario francés. En Levante un cierto número de escuelas de la iglesia recibían ayuda del estado, como una asistencia a la extensión del idioma francés, pero hubo una oposición a esas subvenciones y se disminuyeron. El 12 de diciembre de 1906, M. Dubief, reasignando el Presupuesto de Asuntos Exteriores, propuso la supresión de las sumas votadas para ayudar a las escuelas conducidas por congregaciones religiosas en Oriente. M. Pichon, ministro de Asuntos Exteriores, prometió acelerar la obra de laicización, y por medio de esa promesa, obtuvo la prolongación del crédito de 92 000 francos. Es una pena que el objetivo de las Cámaras haya sido, por varios años, el reducir la ayuda dada por Francia a esas escuelas y crear, en Oriente, instituciones francesas educativas de carácter puramente seculares. M. Marcel Charlot, en 1906, y M. Aulard, en 1907, el uno en nombre del Estado, el otro en interés de la Mission Laïque, hicieron un crítico estudio de nuestras escuelas religiosas en oriente y contribuyeron al movimiento de laicización cuyo éxito significaría la disolución de la clientèle religiosa de Francia en Oriente y la disminución de la influencia política francesa.
VI. FRANCIA EN ROMA
Junto al papel que Francia ha jugado en el campo misionero, se debe notar la actividad diplomática de la Tercera República en Roma, en su papel como protector de instituciones pías. Esto permite demostrar la profundidad, la realidad, la fuerza que lleva el antiguo dicho: Gallia Ecclesiæ Primogenita Filia.
En 1890 en ocasión de la peregrinación de los trabajadores franceses, el Conde Lefebvre de Béhaine, embajador francés, formalmente renovó las exigencias de la República francesa sobre la capilla de Santa Petronila, fundada por Pipino el Breve en la basílica de San Pedro. Los principales establecimientos religiosos sobre los que ciertas prerrogativas fueron ejercidas por la embajada francesa en Roma, hasta su supresión en 1903, fueron: la iglesia y comunidad de capellanes de San Luis el francés, la iglesia nacional francesa de Roma, que databa de la confraternidad instituida en 1454; la pía fundación de San Yves de los bretones, que data de 1455; la iglesia de San Nicolás de los Loreneses, que data de 1622; la iglesia de San Claudio de los Borgoñones, que data de 1652; el convento de Trinita en la Colina Pincian, que fue fundado por Charles VIII, en 1494, para los Frailes Menores, y se convirtió, en 1828, en una escuela de internos bajo el cuidado de las damas francesas del Sagrado Corazón. Ha habido también un vínculo antiguo entre Francia y el Capítulo Laterano, debido a los donativos entregados al capítulo por Luis XI y Enrique IV, y al don anual dado por Carlos X, en 1845, y por Napoleón III, en 1863. Aunque este don fue suspendido por la república en 1871, el Capítulo Laterano, hasta la supresión de la Embajada de la Santa Sede (1904), guardó siempre relaciones oficiales con el embajador francés a quien, el primero de enero de cada año, se le entregaba un mensaje especial de saludo para el presidente de la República. Por último, desde 1230 siempre ha habido un interventor francés en la Rota. En 1472 Sixto IV formalmente reconoció esto como un derecho de la nación francesa. La renta otorgada por Francia al interventor fue suspendida en 1882, pero el cargo sobrevivió, y la reorganización del tribunal de la Rota, hecha por el Papa Pio X (septiembre y octubre de 1908), fue seguido por el nombramiento de un interventor francés.
VII. DIVISIONES ECLESIASTICAS
En 1780 Francia, a excepción de Venaissin, que le correspondía el mismo papa, fue dividida en 135 diócesis; dieciocho arzobispados o provincias eclesiásticas con 106 sedes sufragáneas y once sedes dependientes de metropolitanos extranjeros. Las últimas once sedes eran: Estrasburgo, sufragánea de Mainz; St-Dié, Nancy, Metz, Toul, Verdún, sufragáneas de Trier; y cinco en Córcega, sufragáneas de Génova o de Pisa. Las dieciocho sedes arzobispales eran: Aix, Albe, Aries, Auch, Besançon, Burdeos, Bourges, Cambrai, Embrun, Lyon, Narbona, Paris, Reims, Ruán, Sens, Toulouse, Tours, Vienne. En 1791 la asamblea constituyente suprimió las 135 diócesis, y creó diez sedes metropolitanas con una diócesis sufragánea en cada departamento. El concordato de 1851 instaló cincuenta obispados y diez arzobispados; el concordato de 1817 produjo un nuevo arreglo, realizado en 1822 y 1823 por la creación de nuevos obispados. Francia y sus colonias, a principios del siglo XX, estaba dividida en noventa diócesis, de las que dieciocho eran metropolitanas y setenta y dos sufragáneas, como sigue:
· Marsella (Metropolitano) -- Fréjus, Digne, Gap, Nice, Ajaccio. Sufragáneas · Albi -- Rodez, Cahors, Mende, Perpignan. · Argel -- Constantine, Oran. · Auch -- Aire, Tarbes, Bayonne. · Avignon -- Nimes, Valence, Viviers, Montpellier. · Besançon -- Verdun, Belley, St-Dié, Nancy. · Burdeos -- Agen, Angoulême, Poitiers, Périgueux, La Rochelle, Luçon, La Basse-Terre (Guadaloupe, W. I.), La Réunion (Océano Indico), Fort-de-France, Martinique, W. I.). · Bourges -- Clermont, Limoges, Le Puy, Tulle, St-Flour. · Cambrai -- Arras. · Chambery -- Annecy, Tarentaise, Maurienne. · Lyon -- Autun, Langres, Dijon, St-Claude, Grenoble. · Paris -- Chartres, Meaux, Orléans, Blois, Versailles. · Reims -- Soissons, Châlons-sur-Marne, Beauvais, Amiens. · Rennes -- Quimper, Vannes, St-Brieuc. · Ruán -- Bayeux, Avreux, Séez, Coutances. · Sens -- Troyes, Nevers, Moulins. · Toulouse -- Montauban, Pamiers, Carcassonne. · Tours -- Le Mans, Angers, Nantes, Laval.
VIII. LA TERCERA REPUBLICA Y LA IGLESIA EN FRANCIA
La política conocida como anticlerical, inaugurada por Gambetta en su discurso en Romans, el 18 de septiembre de 1878, incluyendo el famoso lema "Le cléricalisme, c'est l'ennemi", se debió a la influencia de las Logias Masónicas, que desde esa fecha han mostrado su odio incluso a la idea misma de Dios. Si se sigue cuidadosamente la serie de ideales proferidos en las reuniones Masónicas, se encontrará seguramente el primer germen de las leyes sucesivas que se han ideado en contra de la Iglesia. Para justificar su acción delante del pueblo, el Gobierno ha afirmado que la simpatía de un gran número de católicos, incluyendo a muchos miembros del clero, era por los partidos monárquicos. Esta política también se presentó a si misma como una venganza por el atentado del 16 de mayo de 1877, por el que los monárquicos habían tratado de estorbar en Francia las acciones progresistas de los liberales (la Gauche) y del espíritu democrático. Su primeras realizaciones fueron, en 1879, la exclusión de los sacerdotes de los comités administrativos de los hospitales y de los comités de beneficencia; en 1880 ciertas medidas dirigidas en contra de las congregaciones religiosas; de 1880 a 1890, la substitución de monjas por mujeres laicas en muchos hospitales; y, en 1882 y 1886, las "Leyes Escolares" (lois scolaires) que se discutirán en detalle más adelante.
El concordato continuó a gobernar las relaciones entre la Iglesia y el Estado, pero en 1881, el método de supresión del salario (suppression de traitement) empezó a ser empleada en contra de los sacerdotes cuya actitud política era inaceptable al Gobierno y, la Ley de 1893, que sometió la administración financiera de la propiedad de la iglesia a las mismas reglas que los establecimientos civiles, le ocasionó una viva preocupación al clero. Ya en marzo de 1888, León XIII le había escrito al presidente Grévy, quejándose del rencor anti-religioso, y expresando la esperanza de que para la hija mayor de la Iglesia fuera posible el abandonar esa contienda y no renunciar a la armonía y homogeneidad entre sus ciudadanos que habían sido las fuentes de su propia y especial grandeza, y no obligar así a la historia a proclamar que la desconsiderada obra de un día había destruido en Francia la magnífica realización de las edades. Jules Grévy contestó que el sentimiento anti-religioso era en cierto modo el resultado, principalmente, de la actitud hostil de una parte del clero contra la República. Unos años más tarde (12 de noviembre de 1890), el Cardinal Lavigerie, volviendo de Roma, e inspirado por León XIII, dio un discurso en presencia de todas las autoridades, militares y civiles, de Argelia, en el que dijo:  "Cuando la voluntad de un pueblo acerca de la forma de su gobierno se ha afirmado claramente, y cuando, para salvar al pueblo de los abismos que lo amenazan, la adherencia incondicional a esa forma política es necesaria, entonces el momento ha venido de declarar la prueba concluida, y sólo resta el hacer todos aquellos sacrificios que la conciencia y el honor nos permiten y ordenan, por el bien de nuestro país." Este discurso, que causó una gran conmoción, fue seguido por una carta del Cardinal Rampolla, secretario de Estado de León XIII, dirigida al Obispo de St-Flour, en la que el cardinal exhortó a los católicos a salir adelante y tomar parte en los asuntos públicos, avanzando así en el mejor y más seguro camino para la obtención de ese tan noble objetivo, el bien de la religión y la salvación de las almas. Por último, un Informe de León XIII al Cardinal Lavigerie, a principios de 1891, le aseguró que su celo y actividad respondían perfectamente a las necesidades del momento y a las expectativas del papa. 
De estas declaraciones data en Francia la política conocida como "Ralliement," y como "La Política Republicana de León". Al instante los Arzobispos de Tours, Cambrai, los Obispos de Bayeux, Langres, Digne, Bayonne y Grenoble afirmaron su adhesión al "Programa de Argel", y la prensa Monárquica los acusó de "besar los pies Republicanos de sus verdugos". El 16 de enero de 1892, se publicó una carta colectiva de los cinco cardenales franceses, enumerando todos los actos de opresión sancionados por la República en contra de la Iglesia, y concluyendo, en conformidad con el deseo de Roma, con el anuncio del programa siguiente: Aceptación sincera y leal de las instituciones políticas; respeto por las leyes del país siempre que no choquen con las obligaciones de conciencia; respeto para los representantes de la autoridad, combinado con una firme resistencia contra todas las intrusiones en el dominio espiritual.
En un mes los setenta y cinco obispos adhirieron al precedente programa, y en el ambiente así preparado, la voz del Papa León se oyó una vez más. En la Encíclica "Inter innumeras sollicitudines," fechada el 10 de febrero de 1892, León XIII exhortó a los católicos a no juzgar a la República por el carácter irreligioso de su gobierno, y explicó que se debe hacer una distinción entre la forma de gobierno, que se debe aceptar, y sus leyes, que se pueden perfeccionar. Así fue la política de apoyo a la República precisamente declarada, y recomendada a los católicos de Francia, y explicada en los folletos, en Paris, del Cardinal Perraud, y en Roma, del Fr. Brandi, redactor de la "Civiltà Cattolica." Los anticlericales y los monárquicos se alarmaron. Los monárquicos protestaron contra la interferencia del papa en la política francesa, y los anticlericales declararon que en la República no había lugar para los "republicanos romanos." Ambos partidos afirmaron que era imposible distinguir entre la forma Republicana de gobierno y las leyes Republicanas. Un fútil incidente, ocasionado por la visita de algunos peregrinos franceses al Partenón en Roma, que contiene la tumba de Víctor Emmanuel, llevó a M. Falliéres, ministro de la Justicia, a emitir una circular en contra de las peregrinaciones (octubre de 1891), y ocasionó un vivo debate en la Cámara francesa sobre la separación de la Iglesia y del Estado. Pero a pesar de estos arrebatos de Anticlericalismo, el horizonte político, especialmente después de la Encíclica de febrero de 1892, llegó a ser más tranquilo. La política de combinar fuerzas Republicanas por la fusión de Moderados y Radicales para apoyar un programa común de concentración Republicana, cuyo programa continuamente desarrollaba nuevas medidas anticlericales como concesiones a los Radicales -- gradualmente pasó de moda. Después de las elecciones de octubre de 1893, por primera vez en muchos y largos años, se formó un ministerio homogéneo, un ministerio compuesto exclusivamente de Republicanos Moderados, y conocido como el Ministerio Casimir Périer-Spuller. El 3 de marzo de 1894, durante una discusión en la Cámara sobre la prohibición de símbolos religiosos del Alcalde socialista de Saint Denis, Spuller, ministro del Culto Público, declaró que era hora de tomar posición contra todos los fanatismos cualesquiera que fueran -- contra todos los sectarismos, independientemente de la secta particular a la que pudieran pertenecer -- y que la Cámara podía contar inmediatamente con la vigilancia del Gobierno para apoyar los derechos del Estado, y en el espíritu nuevo (esprit nouveau) que animaba al Gobierno, y trataba de reconciliar a todos los ciudadanos y hacer que todos los franceses regresaran a los principios de sentido común y de justicia, y de la caridad necesarios a toda sociedad que quiere sobrevivir. Así pareció desarrollarse, junto a la política de apoyo practicada por la Iglesia, una política conciliatoria similar por parte del Estado.
Una carta del Cardinal Rampolla, fechada el 30 de enero de 1895, a M. Auguste Roussel, ex-editor del "Univers", pero que había llegado a ser editor en jefe de la "Vérité," mostrando el error de esta última publicación por agitar la opinión en contra de la República, sosteniendo en la mente de sus lectores la convicción de que era inútil esperar la paz religiosa de una tal forma de gobierno, creando una atmósfera de desconfianza y desaliento y frustrando la tendencia hacia un buen entendimiento general que la Santa Sede deseaba, sobre todo en el contexto de las elecciones. Esta carta creó gran sensación, y las polémicas entre los periódicos mostraron el contraste entre los católicos del "Univers" y la "Croix," dóciles a León XIII, con los católicos refractarios de la "Vérité." El 5 de febrero de 1896, Félix Faure escribió lo siguiente al Papa León: "El presidente de la República no puede olvidar los generosos motivos que incitaron el consejo dado por Su Santidad a los católicos de Francia, alentándolos a aceptar lealmente el gobierno de su país. Su Santidad lamenta que sus súplicas por la armonía y la paz no hayan sido escuchadas en todas partes; y nos unimos a esos pesares. Ese ilustrado consejo dado a los adversarios de la República, para cuyas conciencias la cabeza de la Iglesia es 'todopoderosa', debería haber sido seguido por todos. Sin embargo, notamos en este momento, con pesar, que hay hombres que, bajo el manto de la religión, fomentan una política de discordia y de disputa. Sería, sin embargo, injusto no reconocer que, aun cuando las buenas instrucciones de Su Santidad no han producido todos los efectos que se podían haber esperado de ellas, muchísimos católicos leales las han aceptado. Al mismo tiempo, esta demostración de buena voluntad produjo, entre aquellos Republicanos que estaban más firmemente solidarizados con los derechos del poder civil, un espíritu de conciliación que ha contribuido grandemente a mitigar el conflicto de pasiones que nos entristeció."
Esta carta, publicada por primera vez a fines de 1905, en el "Libro Blanco" de la Santa Sede, pone en claro relieve las relaciones existentes entre la Iglesia y la República cuatro años después de la encíclica de febrero de 1892, y tres meses antes de la formación del Ministerio Méline, que debería llevar a la República hacia una moderación aun más grande. El Ministerio Méline (1896-98) ofreció a los católicos una cierta mejora de su suerte durante dos años. Pero la división de los católicos persistió, y esa división, que surgió de su indocilidad a León XIII, fue la causa principal de su derrota en las elecciones de 1898, cuando el Ministerio Méline terminó. El antiguo partido Republicano Anticlerical llegó una vez más al poder; el caso Dreyfus, un asunto exclusivamente judicial alrededor del cual crecieron facciones políticas, se convirtió en un pretexto, poco después de la muerte del presidente Faure (16 de febrero de 1899), para iniciar una formidable agitación antimilitarista y anticlerical, la cual llevó a la formación de los Ministerios Waldeck-Rousseau y Combes.
El Ministerio Waldeck-Rousseau (1899-1902) introdujo legislación nueva en contra de las congregaciones (se hallará el detalle al final de este artículo) y llevó Francia al borde de la ruptura con Roma sobre la cuestión del Nobis nominavit. Estas dos palabras, que aparecían en Bulas episcopales, significaban que el sacerdote escogido por el Estado para ocupar un obispado había sido designado y presentado a la Santa Sede. El 13 de junio de 1901, cuando se requirieron Bulas para los obispos de Carcassonne y Annecy, el Ministerio Waldeck-Rousseau propuso que se debería omitir la palabra Nobis, para afirmar más claramente el derecho del Estado a la nominación. El Ministerio Combes (1902-05) prolongó la disputa sobre este asunto, y el 22 de noviembre de 1903, la Santa Sede, para evitar una ruptura con Francia, consintió a omitir la palabra molesta, a condición de que, en el futuro, el presidente de la República debería demandar la institución canónica de obispos por medio de cartas patentes que incluyeran las palabras, lo nombramos y lo presentamos a Su Santidad. A pesar de esta concesión de la Santa Sede, M. Combes se avocó a la tarea de planificar la separación de la Iglesia y del Estado. Sintiendo que la opinión pública no estaba todavía preparada para esta eventualidad, dirigió todos sus esfuerzos a hacer que la separación fuera inevitable. La laicización de los hospitales navales y militares (1903-04), la orden prohibiendo que los soldados frecuentaran clubes católicos (9 de febrero de 1904); el voto de la Cámara (14 de febrero de 1904) en favor de la abrogación de la Ley Falloux fueron episodios menos graves que la sucesión de calculadas acciones por las que se preparaba la ruptura con Roma. Tres disputas siguieron una a la otra.
Con respecto a sedes vacante, la política de Combes fue la de exigir la institución canónica para el candidato de su elección sin consultar previamente Roma. La Santa Sede negó su consentimiento en los casos de los obispados de Maurienne, Bayonne, Ajaccio, y Vannes, y aceptó el candidato de M. Combe para Nevers. "Todos o ninguno," respondió M. Combes, el 19 de marzo de 1904, al nuncio, Monseñor Lorenzelli; y todas las sedes permanecieron vacantes.
El 25 de marzo de 1904, la cámara aprobó, por 502 votos contra 12, la asignación de una suma de dinero para costear los gastos de una visita de M. Loubet, presidente de la República, a Roma. M. Loubet sería así el primer jefe de un Estado católico a visitar al Rey de Italia en Roma. Una nota del Cardinal Rampolla a M. Nisard, el Embajador francés, fechada del 1 de junio de 1903 y un despacho del cardinal al nuncio Monseñor Lorenzelli, fechada del 8 de junio, habían explicado las razones por las qué tal visita se consideraría un grave insulto a la Santa Sede. El 28 de abril de 1904, el Cardinal Merry del Val le envió una protesta a M. Nisard en contra de la visita de M. Loubet a Roma. El 6 de mayo M.
Nisard entregó una nota diplomática al Cardinal Merry del Val en la que el gobierno francés objetaba por las razones dadas por la Santa Sede y por la manera en la que se presentaron. Al mismo tiempo, para evitar que los mandatarios de otros países católicos siguieran el ejemplo de M. Loubet, la Santa Sede envió una nota diplomática a todas las autoridades en la que se explicó que si, a pesar de esta visita, no se había convocado a Roma al nuncio en Francia, era sólo por razones muy graves de un orden y naturaleza totalmente especiales. Por una indiscreción que se ha atribuido al Gobierno del Principado de Mónaco, "L'Humanité," un periódico perteneciente al diputado socialista, Jaurès, publicó esa nota el 17 de mayo. El 20 de mayo M. Nisard pidió una explicación al Cardinal Merry del Val; el 21 el Gobierno le concedió permiso de ausencia; y el 28 de mayo, en la Cámara, el Gobierno dio a entender que la salida de M. Nisard de Roma tenía una importancia mucho más seria que la de un simple permiso de ausencia.
Habiendo sabido de una carta del Cardinal Serafino Vannutelli (17 de mayo de 1904) invitando a monseñor Geay, Obispo de Laval, en nombre del Santo Oficio, a renunciar a su sede, y de una carta en la que monseñor Lorenzelli, el nuncio papal, pedía a monseñor Le Nordez, Obispo de Dijon, que cesara las ordenaciones hasta no tener órdenes más amplias, el Gobierno francés le pidió a su chargé d'affaires en Roma, M. Robert de Courcel, que investigara el asunto. Cuando el 9 de julio de 1904, el Cardinal Merry del Val citó monseñor Le Nordez a comparecer a Roma en menos de quince días, bajo pena de suspensión, M. Robert de Courcel le anunció al cardinal que, a menos de que se retirara esa carta a monseñor Le Nordez, las relaciones diplomáticas entre Francia y la Santa Sede cesarían; y el 30 de julio de 1904, una nota que M. Robert de Courcel le dio al Cardinal Merry del Val le anunció que Francia había decidido de terminar esas relaciones.
De esta manera se efectuó la ruptura sin ninguna denuncia formal del concordato. El 10 de febrero de 1905, la Cámara declaró que "la actitud del Vaticano" había rendido inevitable la separación de la Iglesia y del Estado. El "Osservatore Romano" contestó que ésa era una "mentira histórica." Las discusiones en la cámara duraron del 21 de marzo al 3 de julio, y en el Senado del 9 de noviembre al 6 de diciembre, y el 11 de diciembre de 1905, la Ley de la separación fue publicada en el "Journal Officiel".
IX. LEYES CONCERNIENTES A LAS CONGREGACIONES
La Monarquía había tomado medidas fiscales en contra de la propiedad poseída en mortmain ("mano muerta") pero las primeras ejecuciones rigurosas de leyes contra las congregaciones religiosas datan de la Revolución. La Ley del 13 de febrero de 1790, declaró que los votos monacales ya no se reconocerían y que las órdenes y congregaciones en las que tales votos se hicieran serían suprimidas para siempre. El concordato mismo no decía nada acerca de las congregaciones; pero el undécimo de los Artículos Orgánicos implícitamente los prohibió, declarando que todos los establecimientos eclesiásticos, excepto los capítulos y los seminarios, se suprimieron. Dos años más tarde un decreto, fechado el 3 de Mesidor, año XII, que suprimía ciertas congregaciones que se habían creado a pesar de la ley, agregó una provisión que decía que la autoridad civil podía, por decreto, formalmente autorizar tales asociaciones después de haber tomado conocimiento de sus estatutos. Los Lazaristas, las Missions Etrangères, los Frailes del Espíritu Santo, y los Sulpicianos fueron, en virtud de esta ley, autorizados por decreto en 1804; los Hermanos de las escuelas cristianas, en 1808. Durante la restauración, la Cámara de Pares negó al rey el derecho de crear congregaciones por decreto real (par ordonnace), declarando que para cada re-establecimiento específico de una congregación una ley era necesaria.
Tal era el principio que rigió hasta el año de 1901; pero las aplicaciones de ese principio variaron con los cambios de gobierno. Bajo el Segundo Imperio se admitió en práctica que una simple autorización administrativa era suficiente para legalizar una congregación de mujeres, con tal de que tal congregación adoptara los estatutos de una congregación previamente autorizada. Bajo la Tercera República fue bajo el pretexto de una aplicación estricta de la ley que, en 1880, se disolvió la compañía de jesus, y se ordenó a las otras congregaciones que presentaran la solicitud de autorización dentro de los tres meses. Las protestas de los católicos, y las críticas que se generalizaron sobre el carácter arcaico de las leyes en las que se basaron estos decretos, tuvieron el gran efecto de que, después de la aplicación brutal de los decretos a la mayor parte de las congregaciones de hombres, el gobierno no se atrevió a aplicarlas a las congregaciones no autorizadas de mujeres; gradualmente se convirtieron en letra muerta; y poco a poco se re-formaron las congregaciones de hombres en el nombre de la libertad individual. Pero en este estado de asuntos, sólo las congregaciones formalmente autorizadas podían considerar como "personas morales" delante de la ley. Desde 1849 las congregaciones religiosas habían pagado al erario un "impuesto de mortmain" (taxe de biens de mainmorte) en lugar de los derechos de sucesión a las que escapan las propiedades de una "persona moral". Con la doble consideración de que este impuesto no se aplicaba a la propiedad personal y de que la propiedad poseída, a sabiendas, en mortmain lo evadía, la Tercera república autorizó las siguientes aprobaciones y sanciones de ley.
Una ley de incremento (droit d'accroissement) así llamada porque se pensaba afectar ese aumento en el interés individual que cada miembro superviviente tenía en el patrimonio común el cual debería aumentar luego del fallecimiento de un miembro-asociado. Este derecho es representado por un impuesto de composición (taxe abonnement) evaluada a razón de 0,3 por ciento sobre el valor de mercado de los bienes raíces y del patrimonio personal detenidos por la asociación. En los bienes raíces detenidos por asociaciones no sujetas a la ley de mortmain, el porcentaje es de 0,4 por ciento.
Un impuesto del cuatro por ciento sobre los ingresos de las propiedades poseídas u ocupadas por congregaciones, suponiendo que esos ingresos eran iguales a un vigésimo del valor bruto de la propiedad.
El 1 de enero de 1901, Francia contaba 19 424 establecimientos de congregaciones religiosas, con 159 628 miembros. De estos establecimientos 3 126 correspondían a congregaciones de hombres; 16 298 a congregaciones de mujeres (2 870 de estas últimas eran regularmente autorizadas y 13 428 no reconocidas). Los miembros de las congregaciones masculinas eran 30 136, de los cuales 23 327 correspondían a institutos de enseñanza, 552 servían en hospitales y 7 277 seguían la vocación contemplativa [sic]. El valor real de los bienes inmuebles, que soportaban impuestos como poseídas por congregaciones, sumaba 463 715 146 francos (aproximadamente $92 000 000 o entre £18 000 000 y £19 000 000) y en esa estimación se incluyó toda propiedad dedicada por los religiosos a fines caritativos y educativos. Pero el Departamento de Dominios, trazando su informe estadístico (cuyas estadísticas fueron, con justicia, puestas en duda), explicó que, además de la propiedad real a la que se imponían contribuciones por pertenecer a congregaciones, se debería tomar en cuenta la propiedad real ocupada por ellas a través de la complacencia de corporaciones laicas o de propietarios a quienes el Estado declaró como simples intermediarios (personnes interposées), y el departamento situó el valor combinado de estas dos clases de propiedades a 1 071 775 260 francos. A esta injusta estimación se debe la noción popular – de la que se aprovecharon diestramente ciertos partidos políticos – sobre le milliard des congrégations.
La ley de asociaciones, del 1 de julio de 1901, definió que ninguna congregación, sea de hombres o de mujeres, puede ser formada sin una decisión legislativa de autorización, la cual debe determinar la función de tal congregación. Así acabó el régimen de tolerancia a congregaciones de mujeres que había sido inaugurado por el Imperio. Las congregaciones previamente autorizaron y aquéllos que deberían obtener autorización enseguida tenían, según esta ley, la condición de "personas morales," pero esta condición conllevaba una obligación y las mantuvo perpetuamente bajo una amenaza. Por una parte se promulgó que deberían, cada año, preparar la lista de sus miembros, un inventario de sus posesiones y una declaración de sus ingresos y gastos, y deberían poder presentar estos documentos a la demanda de la autoridad prefectoral. Por otra parte, bastaba con un decreto ordinario del Consejo de ministros, para despojar a cualquier congregación de su autorización. Y por último, las congregaciones autorizadas podían fundar "establecimientos nuevos" tan sólo en virtud de un decreto del Consejo de Estado, y el Consejo de Estado, en interpretación de la ley, consideraba que hay un "establecimiento nuevo" cuando laicos, en cooperación con uno o más miembros de una congregación, fundaban una escuela o un hospital. Si el patrón de una empresa industrial le pagaba a una hermana por la enseñanza o el cuidado de los niños de sus obreros, la ley consideraba que se trataba de un nuevo establecimiento, para el que una autorización del Consejo de Estado era necesaria. En cuanto a las Congregaciones no autorizadas, la Ley de 1901 las declaró disueltas y los concedió tres meses para presentar la solicitud de autorización. Las congregaciones que se reconstituyeran después de su disolución, o que, en el futuro, se constituyeran sin autorización, se hacían, en virtud de la misma ley, responsables con penas y multas (multas de desde 16 a 5 000 francos; períodos de encarcelamiento de desde 6 días a un año); multas dobles se imponían a los fundadores y administradores, y el hecho de proporcionar inmuebles, y así favorecer el funcionamiento de tales congregaciones fue, en 1902, declarado una infracción que conllevaba las mismas penas. Además la ley declaró a cada miembro de una congregación religiosa no autorizada, incapaz de dirigir cualquier establecimiento de enseñanza, o de enseñar en ninguno, bajo pena de multa o prisión, y esa infracción podía ocasionar el cierre del establecimiento. El Gobierno se encontró frente a frente con 17 000 congregaciones no autorizadas; decidió disolverlas a todas sin excepción -- establecimientos educativos, establecimientos industriales, establecimientos contemplativos -- aunque se toleraron, provisionalmente, los establecimientos caritativos.
Desde otro punto de vista la ley era singularmente arbitraria y jurídicamente deficiente; atacó a todos los miembros de cada congregación religiosa que no estaba secularizada, pero no expuso precisamente lo que quería decir la secularización. ¿Era suficiente, para que la secularización fuera eficaz y sincera, que el religioso -- o, para emplear el término francés en uso, el congréganiste -- fuera absuelto de sus votos y reintegrara la diócesis de la que originalmente había venido? La opinión legal prevaleciente no admitía esto; admitía el derecho de la corte de determinar si otros elementos o hechos no provocaban el resultado de una persistencia virtual de la congregación. Así las cortes estimarían como personas religiosas aquellas que, para la Iglesia, ya no lo eran; y el hecho de ser un congréganiste, hecho que constituía un delito, no era un hecho material y preciso, definido y limitado por la carta de promulgación de la ley; era un punto sobre el que la interpretación de las cortes era la autoridad soberana.
Los principios de liquidación eran los siguientes: las propiedades pertenecientes a un congréganiste antes de su entrada en la congregación, o adquiridas después de ese momento, sea por sucesión independiente de provisión testamentaria (ab intestat) o por legado en línea directa, se les debían restituir. Regalos y legados hechos de otra manera que en línea directa no podían ser legalmente reclamados por los ex-congréganistes a menos que establecieran el hecho de que no habían sido intermediarios (personnes interposées).
Los dones a las congregaciones podían ser reclamados por los bienhechores o sus herederos dentro de un término de seis meses. Después de estas deducciones hechas para los congréganistes y sus bienhechores, el resto del patrimonio de la congregación debería ser puesto a la disposición de las cortes. La ley se negó a reconocer la obligación de que la propiedad creada por la labor o el ahorro de los congréganistes se les debería distribuir, y se tuvo por conveniente que, por una decisión administrativa del 16 de agosto de 1901, se constituyeran pensiones para ex-congréganistes que no tenían ningún medio de subsistencia o que establecieran el hecho de haber, con su labor, contribuido a la adquisición de la propiedad en liquidación.
La liquidación jurídica de las propiedades de la congregación tuvo varias consecuencias serias. La Cámara pronto se dio cuenta de que, con frecuencia, los liquidadores complicaban los asuntos que se les encargaban (siendo en su interés el multiplicar los litigios cuyos costos no tenían que pagar) y que las ganancias personales obtenidas por los liquidadores de esos casos eran exorbitantes. Al confiar asuntos tan delicados a funcionarios irresponsables, el creador de la Ley de 1901 cometió un grave error de apreciación. El 31 de diciembre de 1907, el Senado decidió nombrar una comisión de investigación para examinar las cuentas de los liquidadores, y el informe de esa comisión, publicado a principios de septiembre de 1908, reveló enormes irregularidades. Para satisfacer esos recelos tardíos, el Gobierno, en febrero, 1908, introdujo una ley sustituyendo a los irresponsables liquidadores judiciales por una liquidación administrativa controlada por los prefectos. Pero esta provisión se aplicaría sólo a las congregaciones que se disolverían posteriormente; lo que ocurrió en los siete años anteriores fue irreparable, y cuando los periodistas católicos hablaban de "la evaporación del famoso billón de las congregaciones" los campeones de la Ley de 1901 no pueden mas que, penosamente, avergonzarse.
X. LA LAICIZACION DE LA EDUCAION PRIMARIA
A. Sobre el Tema de la Educación
La Ley del 28 de marzo de 1882, que declaró la educación primaria obligatoria, gratuita, y secular (laica), intencionalmente omitió la instrucción religiosa del plan de estudios de la escuela pública y previó un día libre por semana, además del domingo, para permitir a los niños, si sus padres lo aprobaban, recibir instrucción religiosa; pero esta educación debía darse fuera de la escuela. Así el sacerdote no tenía derecho de entrar a la escuela, incluso fuera de las horas de clase, para dar catecismo. Los reglamentos escolares del 18 de enero de 1887, declararon que sólo se podía enviar a los niños a la iglesia, al catecismo o a ejercicios religiosos, fuera de horas de clase y que los maestros no tenían ninguna obligación de llevarlos a la iglesia ni de vigilar su comportamiento mientras estuvieran allí.
Se añadió que durante la semana precedente a la Primera Comunión los maestros debían autorizar a los alumnos a salir de la escuela cuando sus deberes religiosos necesitaban que fueran a la iglesia. El espíritu de la Ley de 1882 implicó que los símbolos religiosos se debían excluir de las escuelas, pero por respeto a los sentimientos religiosos de las personas en los vecindarios, los prefectos permitieron que los crucifijos permanecieran en un cierto número de escuelas; tuvieron cuidado, sin embargo, de que ningún símbolo religioso se colocara en ninguno de los recientemente construidos edificios escolares. Esta política de temporalizar fue prolongada por la orden ministerial del 9 de abril de 1903, pero en 1906 y 1907 la administración exigió por fin la desaparición definitiva de los crucifijos de todas las escuelas públicas.
La Ley de 1882 no dice nada acerca de la enseñanza, en las escuelas públicas, de los deberes de los estudiantes hacia Dios. El Senado, después de un discurso de Jules Ferry, se negó a tomar en cuenta la propuesta de Jules Simon, de que la ley debía mencionar esos deberes; pero el Ministerio de Educación (Conseil Supérieur de l'Instruction Publique), actuando sobre una recomendación de Paul Janet, el filósofo Espiritualista, introdujo en las instrucciones ejecutivas, con las que se complementaba el texto de la ley, una recomendación de que el maestro debía indicar a los alumnos a no utilizar el nombre de Dios a la ligera, a respetar la idea de Dios y a obedecer las leyes de Dios tal como se las revelaban la conciencia y la razón. Sin embargo, en las escuelas públicas dependientes de la municipalidad de Paris, la tendencia anti-espiritualista llegó a ser tan violenta que, después de 1882, la nueva edición de ciertos libros escolares expurgaron, incluso cuando se mencionaban en especimenes seleccionados de la literatura, las palabras Dios, Providencia, Creador. Estas manifestaciones iniciales llevaron a los católicos a declarar que la escuela laica y neutral era en realidad una escuela Atea. En la controversia que surgió, algunas citas de los libros de texto públicos escolares llegaron a ser famosas. Por ejemplo, el verso de la
Fontaine, Petit poisson deviendra grand, Pourvu que Dieu lui prête vie.

Se cambio para decir "que l'on lui prête vie". Y mientras que los políticos desaprobaban la aserción de que las escuelas eran ateas, los conventículos Masones y los artículos profesionales escritos por ciertos pedagogos estatales explicaban que la noción de Dios debía desaparecer finalmente de la escuela. En práctica el capítulo de los deberes hacia Dios fue uno que pocos maestros tocaron. En 1894 M. Divinat, quien después llego a ser director de la escuela normal del departamento de la Seine, escribió: "para enseñar a Dios, es necesario creer en Dios. ¿Ahora cómo vamos a encontrar en estos días maestros cuyas almas sean sinceramente y profundamente religiosas? Se puede afirmar sin ninguna exageración que, desde 1882, la escuela pública laica ha casi sido la escuela Atea."
Este franco e irrecusable testimonio, que justifica, como lo hace, todas las tristes predicciones de los católicos, fue confirmado por la experiencia de varios años. Con el grito, Laïciser la laïque, un cierto número de maestros llevaron a cabo una activa campaña para la eliminación formal de la idea de Dios, por ser un remanente del "Clericalismo", del programa de la escuela. La poderosa organización conocida como la "Ligue de l'Enseignement", cuyas afinidades Masónicas son indiscutibles, apoyó ese movimiento. Para los exponentes de la tendencia, ser laïque, es ser enemigo de toda metafísica racional -- ser laïque, es obligatoriamente ser ateo.
La idea misma de neutralidad en la educación, a la que los maestros anti-religiosos no siempre han adherido, no tenia el favor de muchos miembros de la profesión pedagógica. En 1904 los maestros del Departamento de la Seine defendieron, casi unánimemente, el que en lugar de la "neutralidad confesional" (neutralité confessionelle), que decían era una mentira (un mensonge), se estableciera una "enseñanza crítica" (enseignement critique), que, en nombre de la ciencia, debería abandonar todas las reservas con respecto a las susceptibilidades de las confesiones. Pero que esa neutralidad se parecía mucho a una mentira, era precisamente lo que los oradores católicos decían en 1882, y así la evolución de la escuela primaria, y aquellos ataques de candidez en los que se reconocía la verdad misma del asunto, justificaban, luego de un cuarto de siglo, los temores expresados por los católicos desde el principio. Se temía, además, que esa substitución de la enseñanza neutra por crítica daría muy pronto lugar a la introducción, incluso en las escuelas primarias, de lecciones sobre la historia de las religiones que servirían como armas en contra de la revelación cristiana; Los francmasones y ciertos grupos de sabios ateos avocaban por un tal paso, y en eso mismo residía uno de los más grandes peligros. Proyectos de ley introducidos por los señores Briand y Doumergue impusieron fuertes multas a los padres cuyos niños se negaban a hacer uso de los libros irreligiosos que les daban sus maestros e hicieron imposible para los padres el perseguir a aquellos maestros cuya educación inmoral e irreligiosa pudiera darles razón de quejarse. Esos proyectos de ley (junio de 1909), produjeron una muy penosa impresión. 
B. Laicización del Personal Docente
La Ley del 30 de octubre de 1886, preparada y defendida por Renè Goblet, exigió la laicización del cuerpo docente de las escuelas públicas. En las escuelas para muchachos esta laicización fue un hecho cumplido desde 1891, fecha desde la cual ningún hermano dee las escuelas cristianas fungió ni como director ni como maestro en la educación pública primaria. La dificultad de formar un grupo femenino de maestras laicas bloqueó el proceso de laicización de las escuelas públicas para muchachas, pero esto, también, fue concluido desde 1906, excepto en algunas pocas comunas, en las que se efectuó antes de 1913.
XI. EDUCACION PRIMARIA CONFESIONAL
A partir del siglo XI, la historia muestra rastros inequívocos, en la mayoría de las provincias de Francia, de pequeñas escuelas fundadas por la Iglesia, tal como lo recomendó el Capitular de Carlomagno en el año de 789. El número cada vez más grande de escuelas, escribe Guibert de Nogent en el siglo XII, facilita su acceso a los más humildes. El siglo XVII vio la fundación de un cierto número de institutos de enseñanza; Las Ursulinas, que entre 1602 y La revolución, fundaron 289 establecimientos que contaban con 9 000 miembros en 1792; las Hijas de la Caridad de San Vicente De Paul fundadas en 1630, reconocidas en 1657; la Congregación de Notre-Dame, fundada por San Pedro Fourier, reconocida en 1622; los hermanos de las escuelas cristianas, llamados, en el siglo XVIII, Hermanos de San-Yon, fundados por San Juan Bautista de la Salle, y que tenían 123 clases en 1719, a la muerte de su fundador, y 550 clases en 1789. Entre 1890 y 1910, un gran número de monografías, a las que no se dio más que una restringida publicación en las provincias, presentaron evidencia histórica del cuidado con que la Iglesia se dedicó a la educación primaria durante el período inmediatamente anterior a la Revolución. A principios del Consulado, Fourcroy, anti-religioso como era, alarmado, utilizando sus propias palabras, con la "ineficacia casi total de las escuelas primarias" (nullité presque totale), recomendó, como una útil conveniencia, el confiar una parte de la enseñanza primaria al clero y reavivar "el Instituto de los Hermanos, que había sido anteriormente del más gran servicio". En 1805, a los Hermanos, que habían restablecido una casa-matriz en Lyon, se les pidió que proporcionaran maestros en treinta y seis ciudades. El Gobierno del Primer Imperio autorizó en diez años 880 comunas o establecimientos de monjas de la enseñanza; la Restauración, menos generosa, autorizó sólo 599; la Monarquía de julio sólo 389. Hasta 1833 estas congregaciones no podrían ejercer sus funciones más que en escuelas controladas por el Estado, ya que la Universidad no consentiría ninguna infracción a su monopolio. El magnífico tributo a la actividad docente del clero que Guizot profirió durante los debates de la Ley de 1833 fue avalado por la ley misma la cual, suprimiendo parcialmente el monopolio de la Universidad, estableció el principio de la enseñanza primaria libre. La Ley del 25 de marzo de 1850, mantuvo que las "cartas de obediencia" otorgadas por las asociaciones religiosas a sus miembros, eran equivalentes a los diplomas dados por el Estado, que legalmente calificaban a sus recipientes a ser maestros. Entre 1852 y 1860 el Imperio emitió 884 decretos reconociendo congregaciones o establecimientos locales de monjas de la enseñanza; de 1861 a 1869 -- el período de cambio que siguió a la guerra italiana -- mientras que Duruy era ministro de Educación Pública, sólo se emitieron 77 de esos decretos.
La Ley del 28 de marzo de 1882, despojó a las "cartas de obediencia" de todo su valor previendo que cada maestro debería tener un diploma (brevet) de uno de los jurados gubernamentales, o comités examinadores. Los congrégationistes (ver mas arriba) se sometieron a este requisito. Con esta excepción la Ley mantuvo el derecho a la libertad de enseñanza privada. La Ley de 1886 autorizó a los alcaldes e inspectores escolares (inspecteurs d'académie) a oponerse a la apertura de cualquier escuela privada por razones morales o higiénicas; en tales casos el litigio se llevaba delante de uno de los consejos universitarios (conseils universitaires), en los cuales los establecimientos educativos privados eran representados por delegados electos, para que el consejo diera una decisión.
Estos consejos también podrían tomar acción disciplinaria en contra de maestros privados, en la forma de censura o suspensión de licencia de la enseñanza. Los maestros y maestras de las escuelas privadas podían impartir una educación religiosa en sus escuelas, y eran libres de escoger los métodos, programas y libros, pero la autoridad estatal, después de consultar al Consejo de Educación Pública (Conseil Supérieur de l'Instruction Publique), podía prohibir la introducción y uso de libros juzgados contrarios a la moral, la Constitución o la ley. Una orden del Consejo de Estado, fechada el 29 de julio de 1888, declaró que ni los departamentos ni las comunas tenían el derecho legal de conceder apropiaciones, en sus respectivos presupuestos locales, a escuelas privadas; así el establecimiento y sostén de estas escuelas dependía exclusivamente de la caridad católica. Las comunas sólo podían ayudar a alumnos pobres, como individuos, en escuelas privadas.
Un primero, y muy serio, ataque al principio de la libertad de enseñanza fue hecho por la Ley del 7 de julio de 1904, que formalmente declaró que la "enseñanza en cada grado y en cada clase esta, en Francia, prohibido a las congregaciones." Los miembros de las congregaciones autorizadas, así como los demás, cayeron bajo la invalidez así creada. Cada Hermano, cada mujer religiosa, que quisiera continuar el trabajo de enseñanza estaba obligado a ser inmediatamente secularizado, y las cortes guardaron la prerrogativa de cuestionar el valor legal de tales secularizaciones. Una cláusula, cuyo efecto legal sería transitorio, fue introducida autorizando al Gobierno, según las necesidades de localidades particulares, a autorizar por uno o más años la continuidad de escuelas congréganistes; pero M. Combes inmediatamente cerró 14 404 de 16 904 de esas escuelas, y se decretó que para 1910 las últimas escuelas congréganistes habrían desaparecido.
De vez en cuando el Ministerio publicaba una lista de escuelas congréganistes que se debía cerrar definitivamente al final del año escolar, y así el Gobierno en el poder es el árbitro único para otorgarles o rechazarles unos últimos años más de existencia. Los obispos tratan de mantener la educación primaria católica o de reorganizarla con maestros seculares o laicos. En algunas diócesis se montó un movimiento para la obtención de diplomas de enseñanza para los seminaristas. El al menos veinticuatro diócesis había organizaciones diocesanas para la enseñanza libre -- comités diocesanos formados de eclesiásticos y laicos, que mantenían un estricto control de todas las escuelas privadas en su diócesis. Estas medidas habían sido imperativamente exigidas para reparar las pérdidas sufridas por la educación primaria libre, cuyo número de alumnos había caído, según estadísticos compiladas en 1907 por M. Keller, de 1 600 000 a 1 000 000.
XII. EDUCACION SECUANDARIA CONFESIONAL
Estadísticas publicadas por la Comisión de Educación (Commission d'Enseignement) muestran que en 1898, de un total de 162 110 alumnos en las escuelas secundarias, 50 793 estaban en lycées, 33 949 en universidades, 9 725 en establecimientos privados en los que laicos daban clases, y 67 643 en establecimientos privados en los que eclesiásticos daban clases. A estas figuras se deben agregar 23 497 muchachos en petits séminaires. De esta manera, en total, el Estado daba educación primaria a 84 742 alumnos; la Iglesia a 91 140.
La ley fundamental de la educación secundaria era, en 1910, todavía la Ley Falloux del 15 de marzo de 1850. Cualquier francés de más de veinticinco años de edad, que tuviera el grado de Baccalauréat, o un diploma especial de calificación (brevet de capacité), podía, después de pasar cinco años en un establecimiento de enseñanza, abrir un establecimiento de educación secundaria, sujeto a objeciones por razones morales o higiénicas, de cuyas razones los consejos universitarios eran los jueces. En contraste con la educación primaria privada, los establecimientos católicos de educación secundaria podían ser subvencionados por las comunas o los departamentos.
Un primer golpe serio a la libertad de educación secundaria fue dado por la Ley del 7 de julio de 1904, despojando a los congréganistes del derecho de enseñanza. Otros proyectos, que en 1910 el Gobierno ya había instigado al Senado para que los aceptara, estaban pendientes e impondrían condiciones mucho más rigurosas sobre las competencias pedagógicas de los maestros católicos de escuelas secundarias para jóvenes de ambos sexos; los establecimientos católicos estarían sujetos a una inspección obligatoria, basada, como en el caso de la educación primaria, en la conformidad de la enseñanza con la Constitución y la ley; el Gobierno se reservaría el derecho de cerrar los establecimientos por decreto. Se preveía que en el transcurso de 1909 todas o parte de esas propuestas llegarían a ser ley, y los efectos serían desastrosos, en primer lugar, para las escuelas de muchachas católicas, donde muchas de las maestras, ya sea laicas o congréganistes secularizadas, no estarían inmediatamente en posesión de los diplomas requeridos. Tales escuelas serían así puestas en una mas grande desventaja en relación con los lycées, universidades, y cursos para mujeres jóvenes organizados por el Estado bajo la Ley del 21 de diciembre de 1880, que llegaron a 104, con 8 300 alumnas, en 1883, y en 1906, a 171, con 32 500 alumnas. En segundo lugar, para los petits séminaires los resultados serían aún más desastrosos.
Estas instituciones habían existido hasta ese momento bajo un estatuto particular, que es necesario considerar aquí. Las "Escuelas secundarias eclesiásticas," como se llamaba entonces a los petits séminaires, fueron instituidas por los decretos del 9 de abril de 1809 y del 15 de noviembre de 1811, y eran dependientes de la Universidad. Debería haber sólo una escuela secundaria eclesiástica en cada departamento, y su asignatura era la de lycée o colegio del estado. Un autorización legal de Louis XVIII, fechada el 5 de octubre de 1814, permitió un segundo petit séminaire en cada departamento, dependiendo de la autorización de la autoridad (grand maître) de la Universidad de Francia; también dio permiso a estas instituciones para establecerse en distritos rurales, con tal que se obligara a los alumnos a tomar el hábito eclesiástico después de dos años de estudio, y que los maestros dependieran directamente de los obispos. La circular del 4 de julio de 1816, prohibió a los petits séminaires el recibir alumnos externos, y esta prohibición fue confirmada por la ordenanza de junio de 1828, la cual también limitó el número de alumnos a 20 000. De esta manera el Gobierno quiso que los petits séminaires se reservaran exclusivamente para la educación de futuros sacerdotes, y evitó que compitieran con la Universidad de cualquier manera que fuera, y bajo esas condiciones fueron exentos de impuestos y del control de la Universidad, otorgándoseles el derecho de tener una personalidad legal. Las ordenanzas de 1828 nunca fueron formalmente abrogadas, pero en práctica, desde 1850, algunos petits séminaires guardaron ciertos privilegios e inmunidades en reconocimiento de su misión especial, y recibieron a alumnos en preparación, no sólo para el sacerdocio, sino también para una gran variedad de profesiones.
Proyectos legislativos, cuya aprobación era inminente, alrededor de 1910, serían una fuente de, cuando menos apuros temporales para los petits séminaires, ya que, un cierto número de los cuales -- aquellos, a saber, que era instituciones diocesanas -- habían desaparecido a consecuencia de la Ley de Separación. Estadísticas muestran que en 1906, la educación secundaria católica poseía 104 universidades, y 22 223 alumnos menos que en 1898, y que el número de alumnos de petits séminaires había en ocho años disminuido de 8 711.
XIII. EDUCACION SUPERIOR CONFESIONAL
Hasta 1882 el Estado mantenía cinco facultades de teología: en Paris, Burdeos, Aix, Rouen y Lyon. Estas facultades no tenían ningún alumno habitual, sino solo participantes a las conferencias dadas por sus profesores; la Iglesia no vinculaba ningún valor canónico a sus diplomas; el estado no los requería como condición para ningún nombramiento eclesiástico. Las facultades mismas fueron suprimidas por el Ministerio Ferry.
Los protestantes tenían dos facultades de teología mantenidas por el Estado; la de Paris para Calvinistas y luteranos, y la de Montauban, para Calvinistas exclusivamente. La Ley de la separación de 1905 obligó a los protestantes a sostener esas dos facultades que, separadas de las organizaciones de la Universidad, se convirtieron en escuelas teológicas libres.
El monopolio universitario, abolido para la educación primaria por la Ley de 1833, y para la educación secundaria por la ley de 1850, se abolió también para la educación superior por la Ley del 12 de julio de 1875, que permitió a cualquier francés, bajo ciertas condiciones, crear establecimientos de educación superior. Durante el período entre 1875 y 1907 el Institut Catholique de Paris graduó veintinueve doctores de teología, trece de derecho canónico, ocho de filosofía escolástica, ciento noventa y dos de leyes, treinta y dos de literatura, diez de ciencias. Los primeros tres de estos grados fueron obtenidos por candidatos bajo pruebas del instituto mismo; los otros por Comités del estado (jurys). El instituto se preparaba, luego de 1907, a abrir una asignatura médica y una de la historia de la religión. El Institut Catholique de Lille había establecido contacto con una escuela de educación superior industrial y comercial (se Baunard, Louis); el Institut Catholique d'Angers, con una de agricultura. El Institut Catholique de Toulouse tenía solo una facultad, la de teología; organizaba conferencias para estudiantes de literatura y de ciencias que seguían los cursos de las facultades estatales.
XIV. LEYES CONCERNIENTES A LAS APLICACIONES Y EFECTOS DE LA RELIGION EN LA VIDA CIVIL
A. El Descanso Dominical
La Revolución había abolido todas instituciones que anteriormente existían en relación con el descanso dominical y había sustituido el décadi (ver antes) por el domingo. Bajo la Restauración la Ley del 18 de noviembre de 1814, prohibió todo trabajo "exterior" el domingo; un comerciante no podía abrir su comercio; según la letra de la ley, podía trabajar y hacer que otros trabajaran en su negocio cerrado. Lo que la Restauración realmente trataba de obtener era un símbolo público de obediencia a los mandatos de la religión. La Ley del 12 de julio de 1880, al contrario, permitió trabajar el domingo. Pronto se percibieron los perversos efectos sociales de esta ley. Sutiles discusiones surgieron en las Cámaras: ¿debería el descanso semanal, que las organizaciones del trabajo exigían, ser un día fijo por legislación, o debería ser el domingo? Por algún tiempo se temió que una tal prescripción legislativa se pareciera a una concesión al denominacionalismo, pero la decisión del Comité del Trabajo (conseil supêrieur du travail) y de muchos sindicatos de trabajadores fue explícita en favor del domingo. El 10 de julio de 1906, se aprobó una ley para, en fin, instituir el domingo como el día semanal de descanso, y aportar, además, muchas restricciones y excepciones, cuyos detalles se precisaban por reglamentos administrativos. Un inconsciente homenaje a la ley Divina, ofrecido por una mayoría Parlamentaria no-creyente, esta aprobación y sanción de una ley, a causa de una cierta perturbación temporal que ocasionó en la industria, el comercio, y el suministro de artículos en el país, fue el objeto de desafortunadas aminadversiones por parte de ciertos periódicos que eran, de otra manera, defensores de intereses católicos. La hostilidad manifestada por un cierto número de católicos prominentes hacia el descanso del domingo, y su cooperación con cada intento de restringir la aplicación de la ley, produjo un efecto lamentable en la opinión pública.
B. Juramentos
La forma de juramento ejercida en las cortes de justicia no es característica de ninguna religión. Supone una creencia en Dios. Las imágenes de Cristo han desaparecido de las salas de tribunal. Proposiciones fueron consideradas por las Cámaras para suprimir las palabras "devant Dieu et devant hommes" (delante de Dios y hombre) en la forma legal de juramento, o para autorizar una petición por parte de cualquier ateo para que se le aplique el juramento a las leyes de una forma diferente.
C. Inmunidades
Puesto que la ley instituyó el servicio militar como una obligación universal en Francia, tres decretos siguieron : el del 27 de julio de 1872, dispensando a los eclesiásticos de la obligación; el del 15 de julio de 1889, que fijó el término del servicio activo para ciudadanos ordinarios en tres años, y para sacerdotes en uno; el del 21 de marzo de 1905, fijó el término de servicio activo en dos años para sacerdotes y para los demás, y les impuso, hasta la edad de cuarenta y cinco años, toda la serie de obligaciones a las que los miembros de las reservas y del ejército territorial están sujetos.
D. Matrimonio
Bajo el antiguo régimen, los sacerdotes de las parroquias registraban oficialmente los nacimientos, muertes, y matrimonios para el Estado. En 1787 Louis XVI les otorgó el mismo privilegio a los protestantes quienes, de hecho, ya lo había hecho bajo el Edicto de Nantes, desde 1595 a 1685. La ley revolucionaria y el código de Napoleón privaron al clero de este estatuto. El matrimonio civil fue instituido, y se prohibió a los sacerdotes el solemnizar cualquier matrimonio no previamente contraído en presencia de un funcionario civil. Inmediatamente después de la separación de la iglesia y del estado (1905), se presentó la cuestión de si esta prohibición era todavía vigente; la Suprema Corte de Apelaciones (Cour de Cassation) contestó que sí, y castigó a un sacerdote que había bendecido un matrimonio no contraído delante del alcalde. Ciertos juzgados han admitido que si, después de un matrimonio civil, una de las dos partes, contradiciendo un compromiso previo, se niega a ir a la iglesia, esto constituiría un perjuicio a la otra parte tan grave como para justificar una demanda en favor del divorcio; pero esta opinión no es unánime. Católicos, en favor de ese asunto, querían abolir la ley que requiere el previo matrimonio civil.
Algunos de los impedimentos definidos por la Iglesia no son reconocidos por el Estado, tal como, por ejemplo, el obstáculo de la relación espiritual. Un impedimento reconocido por el código civil (artículos 148-150), pero que el Concilio de Trento rechazó como impedimento canónico, a pesar del requerimiento de los embajadores de Charles IX, es el que resulta de la falta de consentimiento de los padres. La Ley del 21 de junio de 1907, cuyo intercesor principal fue el Abbé Lamier, relajó considerablemente las obligaciones impuestas a adultos con respecto al consentimiento de sus padres y, en consecuencia, las divergencias a este respecto entre la ley estatal y la ley de la Iglesia fueron menos serias.
La Ley del 20 de septiembre de 1792 admitió el divorcio, incluso por consentimiento mutuo, y abolió esa forma de separación que, aun cuando terminaba la cohabitación y las posesiones comunes, mantenía la indisolubilidad del vínculo civil. El Código Civil de 1804, aunque impuso condiciones más rigurosas que aquellas de la Ley de 1792, mantuvo el divorcio y, al mismo tiempo, re-estableció la separación legal (séparacion de corps). La Ley del 8 de mayo de 1816, abolió el divorcio y mantuvo la separación. La Ley del 27 de julio de 1884, re-estableció el divorcio por razones de condenación de una de las parte a una pena grave e infamante, de violencias, crueldad y lesiones graves, de adulterio por parte del o marido o de la mujer; no reconoció el divorcio por consentimiento mutuo; mantuvo la separación y autorizó a las cortes, a la demanda de una de las partes y con justificación, al cabo de tres años, a transformar en divorcio una separación concedida a la demanda de cualquiera de las partes. Esta ley se agravó con dos decretos que permitían al esposo adúltero contraer matrimonio con su cómplice y, en lugar de meramente permitir que las cortes convirtieran la separación en divorcio al final de tres años, declaró esta conversión un derecho a la demanda de una de las partes. La proporción anual de divorcios en la población se incrementó, de 3.68 por 10 000 habitantes en 1900, a 5.57 por 10 000 habitantes en 1907.
E. Entierros y Cementerios
El Decreto del 23 Prerial, año XII, ordenó que debería haber distinciones de creencias religiosas en los cementerios. Este decreto fue abrogado por la Ley del 14 de noviembre de 1881, y desde entonces un protestante o un judío podía ser enterrado en la parte del cementerio que era hasta entonces reservada para católicos. La Ley del 15 de noviembre de 1887, sobre entierros libres, prohibía cualquier acto que contravendría los deseos de una persona difunta que hubiera, por "un acto auténtico," expresado el deseo de ser sepultada sin ceremonias religiosas. Para anular un tal "acto," se requería las mismas condiciones normativas necesarias para la revocación de un testamento y, como consecuencia de esta ley, ciertas conversiones en el lecho de muerte, cuando el difunto no había tenido tiempo de cumplir con las condiciones legales de revocación, eran seguidas por entierros no religiosos.
La sociedad fundada en 1880 para promover la incineración motivó, en 1886, la inserción de la palabra incineración en la ley de entierros libres y, en 1889, la emisión de una orden administrativa que definía las condiciones en las que la incineración podía ser practicada. Entre 1889 y 1904 el número de incineraciones realizadas en el cementerio del Père Lachaise se elevó a 3 484.
Los Decretos del 23 Prerial, año XII, y del 18 de mayo de 1806, asignaron a los establecimientos públicos que se había constituido para administrar las propiedades y recursos dedicados al culto público (fabriques and consistoires) el monopolio de toda empresa funeraria, es decir, de todo el dinero recibido por procesiones fúnebres, entierros o exhumaciones, tejidos y otros objetos que mejoraban la solemnidad de las procesiones fúnebres. La mayor parte de las fabriques en las ciudades importantes, explotaron este monopolio a través de intermediarios. Unos años después, se llamó la atención de las Cámaras sobre el hecho de que las ganancias derivadas de entierros no-religiosos, así como religiosos, eran recibidas por las fabriques, y con este pretexto, la ley del 28 de diciembre de 1904, laicizó el negocio de la gestión de entierros y le asigna el monopolio de este a las comunas. Sólo los muebles usados para la decoración externa o interna de los edificios religiosos podía, à partir de ese momento, ser suministrado por las fabriques. Pero la ley de la separación de 1905 intervino, y todos aquellos muebles decorativos pasaron a ser propiedad de las asociaciones cultuales (ver más abajo). Puesto que no se formó ninguna asociación cultual para la religión católica, su material cayó en las manos de secuestradores de la propiedad de las fabriques.
XV. LA LEY DE SEPARACION
"La Ley de Separación de las Iglesias y el Estado" (Loi de Séparation des Eglises et de l'Etat) de 1905 procedió del principio que el estado no profesa ninguna creencia religiosa. Visto desde el punto de vista de la vida de la Iglesia, disoció completamente al Estado del nombramiento de obispos y sacerdotes parroquiales. Poco después de la promulgación de la ley todas las sedes libres recibieron titulares bajo la nominación directa de Pío X. Acerca del presupuesto anual de la Iglesia, la apropiación para el culto público (budget des cultes), que en 1905 sumó 42 324 933 francos, fue suprimido. Se prohibió a los departamentos y comunas votar apropiaciones para el culto público. La ley otorgó, primero, una pensión a vida, equivalente a tres cuartos del último salario a los ministros religiosos de no menos de sesenta años de edad, a la promulgación de la ley, y que habían pasado treinta años en servicios eclesiásticos remunerados por el Estado. Segundo, se otorgó la pensión a vida, equivalente a la mitad el sueldo, a los ministros de culto de no menos de cuarenta y cinco años de edad y que habían pasado más de veinte años en servicios eclesiásticos remuneró por el Estado. Otorgó subvenciones por períodos de cuatro a ocho años para eclesiásticos de menos de cuarenta y cinco años de edad que continuarían sus funciones. La ley resultó, en el presupuesto de 1907, en la eliminación del elemento de 37 441 800 francos ($7 488 360) por sueldos a ministros de culto y la inclusión de 29 563 871 francos ($5 912 774) para las pensiones y asignaciones del primer año, dejando un ahorro de aproximadamente ocho millones. Puesto que las subversiones disminuirían progresivamente hasta que el ahorro fuera completo, al cabo de ocho años, y como las pensiones cesarían con las vidas de los pensionistas, las apropiaciones por el culto religioso disminuirían notablemente con el transcurso de los años. 
Con respecto a los edificios que el concordato había puesto a la disposición de la iglesia, la ley proveía que las residencias episcopales, por dos años, los presbiterios y seminarios (grands séminaires), durante cinco años, las iglesias, por un período indefinido, deberían permanecer a la disposición de las asociaciones cultuales, lo que se abordará más adelante en este artículo. Con respecto a la propiedad de la Iglesia ésta consistía en:
(a) Mensæ episcopales and mensæ curiales (ver Mensa), constituida por las posesiones restauradas a la Iglesia después del concordato, junto con el total de la suma de las donaciones hechas a obispados o parroquias en el transcurso del siglo en cuestión;
(b) La propiedad de las fabriques de la parroquia, prevista para cubrir los gastos del culto público, y derivada ya sea de propiedades restauradas a la Iglesia después del concordato o de regalos y legados, y aumentada con rentas bancarias, colectas, y honorarios fúnebres. La Ley de Separación dividió las propiedades del mensæ y fabriques en tres clases. La primera de estas clases consistía en la propiedad recibida del Estado, que éste recuperó; la segunda constaba de propiedades no recibidas del Estado, y en cambio destinadas a obras de caridad o a obligaciones docentes, y se reglamentó que los representantes de fabriques podrían dársela a establecimientos públicos o a establecimientos de utilidad pública para obras de caridad o con carácter educativo, sujeto a la aprobación del prefecto. Por último, había una tercera categoría que comprendía las propiedades no derivadas de concesiones del estado y no gravadas con ninguna obligación o sólo con obligaciones relacionadas con el culto público. Se reglamentó que esas propiedades debían pasar a manos de associations cultuelles y que si ninguna las recibía deberían ser asignadas por decreto a instituciones comunales benévolas dentro de los límites territoriales de la parroquia o diócesis.
Esto nos lleva al tema de las associations cultuelles. Bajo el concordato el mensæ episcopal y la fabrique parroquial eran instituciones públicas. Cuando el culto religioso cesó de ser un departamento del servicio público, las Cámaras, para reemplazar las instituciones que se habían suprimido, quisieron crear ciertas "personas morales" privadas o asociaciones. Sin ningún previo acuerdo con la Santa Sede, con quien la ruptura ya era completa, las cámaras decidieron que en cada diócesis y en cada parroquia se podían crear asociaciones para el culto religioso (associations cultuelles) que recibirían como propietarios la propiedad del mensæ, con la responsabilidad de cuidar de ella. La transmisión de la propiedad sería efectuada por decisiones de las fabriques anteriores en favor de esas nuevas asociaciones.
La ley impuso un cierto número mínimo de administradores para cada asociación, el número variaba de siete a veinticinco, según la importancia de la comunidad, y los administradores podían ser franceses o extranjeros, hombres o mujeres, sacerdotes o laicos.
La preparación de los estatutos de las asociaciones era completamente libre. Muy vivas controversias surgieron. Se sugirió que la aplicación de esta ley provocaría una afluencia de católicos laicos, miembros de las associations cultuelles, en el gobierno de la Iglesia. Se pensó que esta ansiedad era excesiva; porque, como la ley permitía que varias parroquias adyacentes fueran administradas por una sola associations cultuelles, podría ser, estrictamente hablando, que una sola asociación, formada por el obispo y por veinticuatro sacerdotes escogidos por él, recibiera tanto la propiedad del mensæ y como la de todas las parroquias de la diócesis.
Pero otras razones de inquietud aparecieron cuando se compararon cuidadosamente los artículos 4 y 8 de la Ley. El artículo 4 enunciaba que esas asociaciones debían, en sus constituciones, "conformarse a las reglas generales de organización del culto público", y a decir verdad, a Riom, en 1907, la corte rechazó el uso de una iglesia a un sacerdote cismático que era apoyado por una association cultuelle cismática. Pero el artículo 8 enunciaba que, en caso de que varias associations cultuelles, cada una con su propio sacerdote, depositaran demandas por la misma iglesia, le correspondía al Consejo de Estado el derecho de decidir entre ellas, "tomando en consideración las circunstancias del hecho".
Así, mientras, según el artículo 4, aparecía que la cultuelle reconocida por, y en comunión con, la jerarquía debería naturalmente ser la dueña de la propiedad de la fabrique, el artículo 8 le daba al Consejo de Estado, autoridad completamente secular, la decisión de cualquier disputa que pudiera surgir entre una cultuelle fiel al obispo y una cultuelle cismática. Así le correspondía al Consejo de Estado el decidir de la ortodoxia de cualquier association cultuelle y su conformidad con las "reglas generales de culto público" como enunciaba el artículo 4.
Una asamblea general del episcopado, que se tuvo el 30 de mayo de 1906, consideró la cuestión de las associations cultuelles, pero las decisiones tomadas no se divulgaron. ¿Deberían formar tales asociaciones según la Ley, o deberían negarse a formarlas? En el mes de marzo, veintitrés escritores católicos y miembros de las Cámaras habían expresado, en una carta confidencial a los obispos, la esperanza de que se les diera una oportunidad a las cultuelles. La publicación de esta carta había inspiró una amarga controversia, y por varios meses los católicos de Francia se dividieron seriamente. Pio X, en la Encíclica "Gravissimo oficii" (10 de agosto de 1906), expresó que esa ley, hecha sin su consentimiento e incluso, según se pretendía, en contra de él, amenazaba con entrometer a autoridades seculares en el funcionamiento natural de la organización eclesiástica; la Encíclica prohibió la formación, no sólo de associations cultuelles, sino de cualquier forma de asociación "mientras no fuese indudable y legalmente evidente que la constitución divina de la Iglesia, los derechos inmutables del romano pontífice y de los obispos, así como su necesaria autoridad sobre la propiedad de la Iglesia, particularmente sobre los edificios sagrados no fuera, en la dicha asociación, irrevocable y totalmente asegurada."
La media contradicción entre los artículos 4 y 8 no era la única contradicción seria que la Iglesia podía alegar. El autor de la ley había restringido, aun más y de un modo singularmente parsimonioso, los derechos de propiedad de las futuras associations cultuelles. Se les permitía tener fondos de reserva ilimitados, pero tenían libre acceso a sólo una parte equivalente a seis vez el gasto promedio anual, y el excedente debería guardarse en la Caisse des Dépôts et Consignations, y ser empleado exclusivamente para la adquisición o la conservación de propiedad personal y de inmuebles para el uso del culto religioso. Además, las transacciones de negocios de todas las cultuelles debían estar bajo la inspección y el control del estado.
Así la ley, por una parte, no le dejó a la Iglesia, legalmente representada por las associations cultuelles, el derecho de poseer libremente su haber eclesiástico, de acrecentarlo o de disponer de él a voluntad; y por otra parte, dejó a la jurisdicción del estado el derecho, en caso de demandas conflictivas, de aceptar o rechazar las demandas de cualquier cultuelle que pudiera estar en comunión con la jerarquía.
La prohibición puesta en las associations cultuelles tuvo varias consecuencias jurídicas. Primero, un tercio de las clases de propiedades de las fabriques descritas antes fueron puestas bajo secuestro, y el Estado las asignó a instituciones comunales caritativas, de las que cada comuna poseía por lo menos una -- el hospital y dispensario libre. Segundo, las fabriques suprimidas tenían obligaciones regulares legales, por ejemplo, el decir Misas a la intención de fundaciones pías. Según la intención del autor de la ley, la obligación de decir esas Misas recaía en las associations cultuelles; ¿como éstas todavía no se habían fundado, estaban las instituciones comunales, qué disfrutaban de los ingresos de las fundaciones, obligadas a cumplir con estas obligaciones? Durante dos años la autoridad civil proporcionó respuestas indecisas a esta pregunta. La Ley del 15 de abril de 1908, expuso que estas instituciones no estaban destinadas a motivar Misas ya que esa fue una de las razones por las que se establecieron las fundaciones; que sólo los fundadores mismos o sus herederos en línea directa, tendrían el derecho de reclamar, dentro de un período de seis meses, la restitución del capital de las mencionadas fundaciones, pero que ciertas sociedades eclesiástico de beneficencia (las mutualités sacerdotales, organizadas para recibir los fondos de las antiguas caisses diocesanas para el sostén de sacerdotes jubilados) podría recibir ingresos de esas fundaciones y, a cambio, aceptaban la obligación de decir las Misas. Sin embargo, pareció a la Santa Sede, que las constituciones de estas sociedades de beneficencia no salvaguardaban adecuadamente los derechos de los obispos y, por lo tanto le prohibió, al clero francés el someterse a esa ley. Puesto que sólo los herederos en línea directa estaban autorizados a recuperar los bienes por causa del no cumplimiento de estas condiciones, se perdieron para siempre las innumerables fundaciones pías establecidas por sacerdotes u otros célibes. Otra consecuencia fue que ninguna fundación pía era legalmente posible en Francia, porque no había en la Iglesia ninguna personalidad legalmente calificada para recibir tales legados. En consecuencia de lo cual, era absolutamente imposible, para cualquier católico francés, obtener la seguridad de la celebración perpetua, en su propia iglesia parroquial, de una Misa por el descanso de su alma.
En tercer lugar, el uso de las iglesias estaba asignado a las associations cultuelles, bajo la condición de que estas deberían asegurar el mantenimiento de los edificios. ¿Ya que las cultuelles no se habían formado, debería el Estado tomar posesión de las iglesias? No se atrevió; o más bien no quiso llevar al entendimiento popular el efecto de la separación. Después de un breve período de transición, durante el cual se levantaron ridículos procés-verbaux en contra de sacerdotes que decían Misa, el Estado dejó los edificios religiosos a la disposición del clero y del pueblo, poniendo oficialmente las asambleas de culto religioso en la misma categoría oficial en las que puso a las reuniones públicas ordinarias; le bastaría, a la autoridad religiosa, presentar al principio de cada año, una declaración previa de las reuniones de culto público que se llevarían a cabo durante el año. Roma le prohibió a la Iglesia de Francia el obedecer a esta formalidad de una declaración anual, tratando así una vez más de hacer que el Estado entendiera que una legislación que regulaba la vida de la Iglesia católica no podía depender de la simple voluntad del Estado, y que la autoridad eclesiástica no podía, ni siquiera con una simple declaración, cooperar activamente con una tal legislación. Una vez más se pensó que el cierre de las iglesias era inminente. Entonces aparecieron dos nuevas leyes.
La Ley del 2 de enero de 1907, permitía el ejercicio del culto religioso en las iglesias tan solo como una tolerancia y sin ningún fundamento legal. Según esta nueva ley el clero sólo tenía el derecho de utilizar los edificios, cuyo mantenimiento era una obligación que recaía en el propietario -- el Estado o la comunidad. Pero complicaciones graves eran previsibles. Si el propietario se negaba a efectuar las reparaciones necesarias, las iglesias podían cerrarse por razones de seguridad pública -- a menos de que los mismos fieles pagaran por las restauraciones con sus propios impuestos. La Iglesia, tolerada en sus propios edificios, no tenía ningún recurso en contra de cualquier alcalde que pudiera ordenar que las campanas tañeran para entierros no religiosos. Por un momento se pensó que los sacerdotes podrían rentar las iglesias, pero, debido a las exigencias de las órdenes ministeriales, esta última esperanza tuvo que ser abandonada. Por fin las reuniones de culto religioso fueron clasificadas jurídicamente como asambleas públicas, y, como la Iglesia se negó a producir la declaración preliminar requerida por la ley de 1881, sobre las asambleas públicas, una ley aprobada el 28 de marzo de 1907, abolió este requisito con respeto a todas las reuniones públicas, incluyendo las de culto religioso.
Tal fue el mosaico de subterfugios por el que el Gobierno, avergonzado por su propia ley de 1905, y todavía negándose a negociar con Roma, gestionó lo que semejaba a un modus vivendi. El votante veía que el sacerdote estaba todavía en la iglesia, y que la Misa todavía se decía allí, y esto es todo lo que Gobierno necesitaba para convencer a la superficial multitud de que no se perseguía a la Iglesia, y de que si las condiciones de su existencia no eran prósperas, la razón se debía buscar en los sucesivos rechazos del papa -- su negativa de permitir la formación de cultuelles, su negativa de autorizar la obediencia de la ley en el asunto de la declaración de reuniones para culto público, su rechazo de permitir que los sacerdotes formaran mutualités aprobadas por el Estado. Todos los trastornos de la situación fueron debidos al error fundamental cometido por el Estado desde el principio cuando, queriendo reorganizar la vida de la Iglesia en Francia, rompió con la Santa Sede en lugar de abrir negociaciones. La consecuencia fue la imposibilidad para la iglesia de cooperar activamente en la ejecución de las leyes promulgadas por la autoridad civil de manera completamente unilateral -- leyes que reemplazaron al concordato que nunca fue formalmente anulado. (Ver concordato de 1801.)
XVI. REGLAMENTO CIVIL DEL CULTO PUBLICO
A. Reglas Relacionadas con las Ceremonias Religiosas
Mientras que, bajo el concordato, una decisión administrativa era necesaria, incluso para abrir una capilla privada, bajo las nuevas leyes era legal abrir lugares de culto sin ninguna autorización previa. Un alcalde podía prohibir las procesiones en su comunidad simplemente con el pretexto de evitar un desorden público; en realidad, en la mayor parte de las grandes ciudades de Francia, las procesiones no se llevaban a cabo. Los alcaldes podían, incluso, prohibir la presencia, en procesiones fúnebres, de sacerdotes vestidos de tales, pero muy pocos alcaldes habían, alguna vez, emitido tales órdenes. Ambos, el sacerdote de la parroquia y el alcalde, tenían la autoridad para hacer sonar las campanas. Una circular ministerial, fechada el 27 de enero de 1907, rehusaba al alcalde el derecho de hacer que las campanas tañeran para "bautismos civiles" o para matrimonios o entierros no-religiosos, pero no había ninguna sanción penal en caso de transgresión de esta orden. Se prohibió edificar o añadir cualquier signo religioso o emblema en lugares o en monumentos públicos; pero los símbolos existentes permanecieron, y se podía decorar la propiedad privada, incluso externamente, con emblemas religiosos.
B. Represión de la Interferencia ton el Culto Religioso
La ley castigaba con una multa de 16 a 200 francos y encarcelamiento de seis días a dos meses a cualquiera que con violencia, amenazas, o con un acto, que se pudiera interpretar como de presión (pression), hubiera intentado influenciar a un individuo a practicar o a abstenerse de practicar cualquier culto religioso, o quien, por una conducta desordenada, interfiriera con el ejercicio de tal culto. Castigaba, con una multa de 500 a 3 000 francos o con encarcelamiento de dos meses a un año, los ultrajes o difamaciones en contra de funcionarios, si se cometían públicamente en lugares de culto religioso, y de tres meses a dos años a cualquier predicador que incitara sus fieles a resistir a las leyes.
XVII. LEY DE SEPARACION DE PROTESTANTES Y JUDIOS
La Ley de 1905 suprimió los artículos orgánicos especiales que regulaban el culto protestante y el Decreto de 1844 que había organizado el culto judío, reconocido desde 1806, y proporciona, desde 1831, rabinos pagados por el estado. Antes de 1905 había una Iglesia Reformada administrada, en cada parroquia, por un consejo presbiteral elegido por los miembros de la denominación y, en la capital, por un consistorio al que todos los consejos enviaban delegados, y que nombraba pastores con la aprobación del Gobierno. La Iglesia estaba, teológicamente, muy dividida en. Incluía: los ortodoxos, que habían aprobado, durante el sínodo general de 1872, por 61 vota a 45, una declaración de fe que incluía, como necesaria, la aceptación de ciertos dogmas; los liberales, quienes, a pesar de su derrota en 1872, seguían reclamando, para el pastor, una libertad ilimitada de enseñanza en su propia iglesia; un partido del centro (centre droit) que estaba más cerca de los liberales que de los ortodoxos. La Ley de 1905, al terminar con la existencia oficial de una iglesia reformada, tuvo el interesante resultado de que las divisiones teológicas de los varios grupos se expresaron abiertamente con la formación de tres grandes organizaciones distintas de la religión reformada: (1) la Union Nationale des Eglises Réformées Evangéliques, formada por los ortodoxos en el Sínodo de Orléans (6 de febrero de 1906), y que requería, como condición, la aceptación de la Declaración de Fe de 1872; en este grupo los sínodos regionales, en los que se reunían los delegados de las asociaciones presbiterales, y los sínodos nacionales poseían la autoridad espiritual; (2) la Union des Eglises Réformées de France, formada por el centre droit en el sínodo de Jarnac (junio, 1907), con las organizaciones sinodales afines, y con la esperanza, enseguida poco justificada, de recibir la adhesión de ambos partidos extremos; (3) las Iglesias Reformadas Unidas (Eglises Réformées Unies), una agrupación muy poco definida de asociaciones presbiterales independientes, que dejaba a cada Iglesia su autonomía, restringía las funciones de los sínodos, y presentaba, en lugar de dogmas, las tendencias negativas llamadas "liberales". En esta nueva organización tripartita, una característica, el consistorio, desapareció. La iglesia luterana tenía solo sesenta y siete parroquias en Francia. Agrupó sus cultuelles en una asociación general.
La denominación judía formó la Union des Asociaciones Cultuelles Israelitas en France. El consistorio central estaba formado por el gran rabino, por ciertos rabinos, elegidos por los graduados de las Escuela Rabínicas de Francia, empleados en funciones educativas o religiosas, y por miembros laicos elegidos por un término de ocho años por las associations cultuelles. Los rabinos eran elegidos, sujeto a la aprobación del consistorio.
XVIII. CAPELLANIAS
La ley autoriza el Estado, los departamentos, y las comunidades a pagarles sueldos a los capellanes en instituciones públicas tales como lycées, colegios, escuelas, hospitales, asilos, y prisiones. En el Ejército no se ha abolido el cargo de capellán, pero queda vacante. Desde el 1 de enero de 1906, ningún ministro de culto ha sido miembro del estado mayor de ningún hospital militar; los ministros locales de culto solo podían entrar en esos hospitales a la demanda de soldados enfermos. Un decreto fechado el 6 de febrero de 1907, abolió las capellanías navales, pero ciertos eclesiásticos que anteriormente ocupaban esos puestos continuaron ejerciendo esas funciones. El Estado no permitía las apropiaciones para el mantenimiento de capellanías en escuelas en las que no había ningún pensionista. Un hecho curioso es que, mientras que las leyes prohibían a los sacerdotes entrar en las escuelas primarias, permitían que los capellanes de las escuelas secundarias fueran pagados con dinero público; el Gobierno temía que sin esta garantía de educación religiosa los padres que lo deseaban enviarían a sus niños a escuelas privadas. Pero una costumbre establecida luego en un cierto número de lycées evitó al Estado el gasto de las capellanías obligando a los padres que quisieran que sus niños recibieran una educación religiosa a pagar una cantidad adicional.
XIX. GRUPOS POLITICOS, LA PRENSA, Y ORGANIZACIONES SOCIALES E INTELECTUALES
Políticamente hablando, el grupo católico que recibió las activas simpatías de la prensa católica fue el conocido como Action Libérale Populaire, fundado por M. Jacques Piou, un Miembro de las Cámaras, sobre las bases indicadas a los católicos por las instrucciones de León XIII. Esta asociación, que se incorporó legalmente el 17 de mayo de 1902, comprendía 14 000 comités y más de 200 000 adherentes. Actuaba por medio de conferencias, publicaciones y congresos. En la Cámara elegida en 1906 había 77 diputados miembros de esta asociación.
El periodismo católico cotidiano estaba representado, principalmente, por "L'Univers," "La Croix," y el "Peuple Français." El primero de estos periódicos, que fue fundado el 3 de noviembre de 1833 por el Abbé Migne, tuvo a Eugène Veuillot como su editor desde 1839 y a Louis Veuillot después de 1844. Su adherencia a las direcciones políticas dadas por León XIII provocó la separación de "L'Univers", en 1893, de un grupo de editores quienes fundaron "La Vérité Française": esta división se acabó con la fusión de "L'Univers" y "La Vérité", el 19 de enero de 1907. En octubre de 1908, bajo la dirección de M. François Veuillot, adquirió una más grande importancia con una forma ampliada. "La Buena Prensa " (Maison de la Bonne Presse), fundada en 1873 por los Agustinos de la Asunción, publicó inmediatamente después el "Le Pèlerin", un boletín de obras pías y peregrinaciones y, después de 1883, un periódico, "La Croix," publicado desde el 1ro de abril de 1900, por M.
Féron Vrau. Aproximadamente cien "La Croix" locales se asociaron con "La Croix" de Paris. "La Prensa Buena" publicaba "Questions Actuelles", "Cosmos", "Mois Littéraire" y muchas otras revistas, y con él se asoció el "Presse Régionale", que mantenía un cierto número de periódicos provinciales que defendían los intereses católicos. Muchos periódicos independientes, ya sea conservadores o liberales de nombre, eran considerados católicos, aunque un cierto número de entre ellos engañaban a la opinión católica con su oposición al programa de León XIII.
La principal revista católico era "Le Correspondant", fundada en 1829, y que fue el órgano de los católicos Liberales tales como Montalembert y Falloux. Su política era "reunir a todos los defensores de la causa católica, cualquiera que sea su origen, sobre la amplia plataforma de la libertad para todos; ofrecerles un centro común en donde, poniendo a un lado las dificultades que deberían ser secundarias a la vista de los cristianos, cada quien pudiera contribuir con su parte, ya sea en letras, en ciencias, en ciencia histórica y filosófica, en la vida social, para obtener la victoria para las ideas cristianas". Monárquico por su antecedentes, con un público en el que los Monárquicos constituían una gran proporción, el "Le Correspondant" tuvo como editor, a partir de mayo de 1904, a M. Etienne Lamy, de la Académie Française, quien fue miembro republicano de la asamblea nacional en 1871, y que, en 1881, causó el enojo de los electores republicanos por su firme oposición a las leyes que suprimieron a las congregaciones religiosas.
Las principales obras para beneficio de los estudiantes católicos en Paris fueron el Cercle Catholique du Luxembourg, fundado en 1847, y que, en 1902, se llamó la Association Générale des Etudiants Catholiques de Paris; las conferencias Olivaint y Laennec, creadas en 1875, la primera para estudiantes de leyes y letras, la última para estudiantes de medicina, por los padres de la compañía de Jesús; la Reunión des Etudiants fundada en 1895 por los Padres Maristas, y de cuyo Consejo de Directores fue presidente Ferdinand Brunetière hasta su muerte. Además de estas, la Association Catholique de la Jeunesse Française, fundada en 1886, reunía (en junio de 1909) a casi 100 000 jóvenes muchachos, estudiantes, campesinos, empleados de varias clases y jornaleros; tenía 2 400 agrupaciones en las provincias, y organizaba congresos anuales en los que, por varios años, cuestiones sociales fueron activamente discutidas. Fue en la reunión organizada por esta asociación en Besançon en 1898, que se dio a conocer, en un notable discurso del famoso académico, la conversión de Ferdinand Brunetière. A partir de 1905 publicó sus "Annales", y desde 1907 un periódico, "La vie Nouvelle."
La sumamente original asociación del "Sillón" (surco), atrayente para algunos, inquietante para otros, fue fundada en 1894 en la cripta del colegio Stanislas y llegó a ser, en 1898, bajo la dirección de M. Marc Sangnier, un foco de acción social, popular y democrática. M.
Sangnier y sus amigos desarrollaron, en sus Cercles d'études, y propagaron en reuniones públicas del más entusiástico carácter, la doble idea de que la democracia es el tipo de organización social que permite el más alto desarrollo de la conciencia y de la responsabilidad cívica del individuo, y que esta organización requiere del cristianismo para su realización. Para ser un "surquista" (sillonniste). Según los adherentes del Sillón, no basta con solo profesar una doctrina, sino que se debe vivir una vida totalmente cristiana y fraterna. A partir de 1902, el Sillón organizaba un congreso nacional anual; el de 1909 reunió a más de 3 000 miembros. El carácter de la organización la expuso a vivas críticas; su aceptación no fue la misma en todas las diócesis. Pero a pesar de los obstáculos, los sillonistes continuaron su actividad, con frecuencia independiente de, pero nunca en oposición a, la jerarquía, y llevaron su trabajo de introducción a ambientes indiferentes u hostiles. Tenían una revista, "Le Sillón", y un periódico, "L'Eveil Démocratique," que en solo dos años llegó a un tiraje de 50 000.
Durante esos años se desarrollaron muchísimas obras católicas para beneficio de los jóvenes de las clases más humildes. En 1900 la "Commission des Patronages" recabó estadísticas según las cuales los católicos tenían el cargo de 3 588 patrocinios (patronages) y 32 574 instituciones de varios tipos que daban cuidado cristiano a los jóvenes. Tan solo en la ciudad de Paris había en esas fechas, 176 patrocinios católicos, con 26 000 jóvenes muchachas bajo su cuidado. La Federación Gimnástica de los Patrocinios de Francia, formada después de la fiesta gimnástica que se organizó en el Vaticano del 5 al 8 de octubre de 1905, comprendía (en junio de 1909) 549 sociedades gimnásticas católicas y 60 000 jóvenes.
El Estado llevó su lucha en contra de la Iglesia al campo de la educación post-académica; en 1894 había en Francia tan sólo 2 364 patrocinios no-religiosos (laïques), 1 366 para muchachos, y 998 para muchachas. A los grupos políticos, el trabajo periodístico, las buenas obras para provecho de los jóvenes, se deben agregar las obras "Católico-sociales", la primera de las cuales fue la Oeuvre des Cercles Catholiques d'Ouviers, fundada en 1871 por el Conde Albert de Mun, y cuyo resultado principal fue la introducción por católicos, en la Legislatura, de varios proyectos legislativos sobre cuestiones sociales. Las obras, durante cinco años, en Francia produjeron el nacimiento y desarrollo, bajo la iniciativa de M. Henri Lorin y del periódico de Lyon, la "Chronique du Sud-Est", de la institución conocida como les semaines sociales, consistentes en una serie de cursos sobre temas sociales durante las que se reunían muchos sacerdotes y laicos católicos. Esta idea ha sido imitada en España e Italia católicas. Por último un grupo de jesuitas iniciaron una valiosa colección de folletos y tractos, bajo el título de "L'Action populaire", la cual constituyó una verdadera biblioteca de referencia para aquellos que quisieran estudiar el Catolicismo social y una fuente inestimable de información para aquellos que quisieran unirse activamente al movimiento.
XX. LA IGLESIA EN FRANCIA DURANTE LOS PRIMEROS TRES AÑOS DESPUES DE LA LEY DE SEPARACION
El 16 de diciembre de 1905, un gran número de obispos emitieron una petición a los sacerdotes de parroquias y miembros de los comités de fabricas (fabriques – ver antes) para que no estuvieran presentes durante los inventarios de muebles de la iglesia prescritos por la Ley de Separación excepto como simples testigos y eso solo después de haber presentado todas las reservas. Una circular, fechada el 10 de enero de 1906, que ordenaba, a los agentes del Departamento de Dominios Públicos, abrir los tabernáculos, intensificó el sentimiento de indignación y, como consecuencia de una apelación, fue implícitamente desaprobado, por M. Merlou, el ministro de Francia. Pero el sentimiento duró y, desde fines de enero hasta fines de marzo, fue expresado, en un cierto número de iglesias, por violentos motines en contra de los agentes que venían a efectuar los inventarios. La ruptura de puertas cerradas, la destitución de funcionarios militares que se negaban a prestar la ayuda de sus tropas a estos procedimientos, el arresto y la prosecución de la gentes que participaba en demostraciones católicas, y las heridas mortales infligidas a algunos de ellos en los departamentos de Nord y de Haute-Loire agravaron el descontento público. Hubo una esperanza entre los católicos de que las elecciones generales, que se llevarían a cabo en mayo, resultarían en la derrota del Gobierno; pero esta esperanza no se realizó; la oposición perdió cincuenta escaños en el voto del 6-20 mayo.
La primera reunión general de los obispos se realizó el 30 de mayo de 1906. La Encíclica "Gravissimo officii" (10 agosto, 1906), que rechazó las cultuelles, recibió la absoluta adhesión de los católicos. El intento de formar cultuelles cismáticas, llevado a cabo por algunos sacerdotes y laicos de ocho lugares, fue recibido con escarnio y desprecio, y los grupos aislados de cismáticos no pudieron obtener la posesión de los edificios religiosos ni siquiera después de apelar a los tribunales. La segunda y tercera reuniones generales de los obispos (4-7 de septiembre, 1906, y 15 de enero, 1907), agradecieron a Pio X por la encíclica y discutieron la organización del culto público, de acuerdo con un programa de deliberación muy definido que la Santa Sede había enviado al Cardenal Richard, Arzobispo de Paris. El 12 de diciembre de 1906, Mgr. Montagnini, que se había quedado en Paris como custodio de los archivos pontificales, fue expulsado de Francia después de una minuciosa búsqueda en su domicilio y el decomiso de sus papeles. El Vaticano protestó en una circular fechada el 19 de diciembre. Varios incidentes en la aplicación de la ley -- la expulsión del Cardenal Richard de su residencia arquiepiscopal (15 diciembre, 1906), las expulsiones de seminaristas de los seminarios, el empleo de tropas en Beaupréau y en Auray para realizar tal expulsión – provocaron vivas protestas por parte de la prensa católica la cual veía, en todos estos episodios, la realización de la política así expuesta por M. Viviani, ministro del Trabajo, en la Cámara de Diputados, el 8 de noviembre de 1906: "Por nuestros padres, por nuestros ancianos, por nosotros mismos -- todos de acuerdo – estamos comprometidos con una obra de anticlericalismo, con una obra de irreligión. . . . Hemos apagado luces del firmamento que no se volverán a encender. Les hemos mostrado a los trabajadores que el cielo contiene sólo quimeras."
Asambleas sucesivas de los obispos organizaron el trabajo del Denier du Clergé. La organización es diocesana, no parroquial. No se fijan contribuciones a ningún individuo; las subscripciones son completamente voluntarias; pero en muchas diócesis el presupuesto diocesano fija, sin imponer de ningún modo, la contribución que cada parroquia debe suministrar. En muchas diócesis, una comisión de control, compuesta de sacerdotes y laicos, se hace cargo del gasto correspondiente al Denier du Clergé; si una parroquia contribuye de manera insuficiente, y no tanto por falta de medios sino por falta de buena voluntad, el obispo puede retirar al sacerdote de la parroquia. Se pueden infligir dos penalidades a los católicos que, de manera culpable, se niegan a contribuir al apoyo del culto religioso: una disminución de pompa en la administración de los sacramentos, y un aumento, para esas personas, de gravámenes incidentales.
Los primeros resultados del Denier du Clergé en las diferentes diócesis no estaban muy bien determinados; en todo caso, no parecían justificar ni esperanzas demasiado entusiásticas ni temores pesimistas. Un fondo inter-diocesano (caisse) empezó a funcionar para ayudar a las diócesis más pobres. En muchas comunidades la autoridad comunal, que había tomado posesión del presbiterio, lo alquiló al sacerdote de la parroquia por una cierta suma, pero la ley declaró que el arrendamiento, para ser válido, debería ser ratificado por el prefecto. De esta manera el Estado trataba de evitar que las comunidades alquilaran los presbiterios a un precio demasiado barato. De los 32 093 presbiterios existentes en Francia, 3 643 estaban ocupados por los sacerdotes párrocos, sin pagar renta, a principios de octubre de 1908. Una circular de M. Briand, ministro de la Justicia, reprobó este hecho como un abuso. Parecía que, en la mayor parte de las diócesis, un comité central u oficina diocesana, compuesta de sacerdotes y laicos, se formaría alrededor de la autoridad episcopal, para coordinar la dirección de todo el trabajo organizado en la diócesis. Sujeto a este comité habrá comités en los varios arrondissements, cantones, y parroquias. Cuando se le consultó en mayo de 1907, Pio X prefería pequeños comités parroquiales bajo los curés a la formación de asociaciones parroquiales (lo cual se podía interpretar como una aceptación de la Ley de 1901 sobre las asociaciones), con un número ilimitado de miembros. Se habían reconstituido los seminarios eclesiásticos, que la Ley de Separación echó fuera de los edificios que ocupaban, en otros hogares bajo el título "Ecoles Supérieures de Théologie".
En esa época, una de las más serias preocupaciones de la Iglesia de Francia era el suministro de sacerdotes. En 1878 cuando Mgr. Bougaud escribió su libro, "Le grand péril de l'Eglise de France", había una insuficiencia de 2 467 sacerdotes en Francia. El père Dudon, quien ha estudiado la cuestión del suministro de sacerdotes muy profundamente, calcula que en 1906, a la ruptura del concordato, había una insuficiencia de 3 109 sacerdotes, y la inseguridad misma de la postura de la Iglesia delante de la ley le daba razón al temor de que el número de vocaciones continuaría a disminuir.
Para cualquier actualización de este artículo escribanos a ec@aciprensa.com .
Geografía. --Reclus, La Francia in Géographie universelle (Paris, 1876), II; Vidal de la Blanche, La France (Paris, 1903); Michelet, Tableau de la France in vol. II de la historia mencionada más adelante; Dumazet, Voyage en France (47 vols., Paris, 1894-1907); Marshall, Cathedral Cities of France (Londres, 1907).
Historia general. -- Michelet, Histoire de France (edición nueva, 17 vols., Paris, 1871-74 – recomendada por la veracidad de su colorido histórico en lugar de la exactitud de los detalles, un retrato mas bien que una narración); Martin, Histoire de France (19 vols., Paris, 1855-60--investigación concienzuda con tendencias anti-católicas y algo fuera de fecha); Dareste, Histoire de France, (8 vols., Paris, 1864-73 -- claro y de buen sentido); Bodley, Francia (2nd. ed., Londres, 1899); Galton, Church and State in France, 1300-1900 (Londres, 1907); Kitchen, A History of France (Oxford, 1892-94). Un grupo de especialistas bajo la dirección de Lavisse ha emprendido la publicación de una Histoire de France de la cual los volúmenes publicados en esa época desarrollaban los temas hasta los fines de Louis XIV; esta obra – cuyos contribuyentes eran hombres instruidos, cada uno partidario de su propia tendencia, aunque nunca de manera violenta – constituían la última palabra de la ciencia en aquellos momentos. Louis Batiffol, La Renaissance (Paris, 1905), es el único volumen publicado entonces de una colección que se preparaba bajo el título Histoire de France pour tous. Adams, The Growth of the French Nation (London, 1897).
Ninguna Historia General de la Iglesia de Francia es digna de ser recomendada. Los principales documentos recomendados para consulta en aquella época fueron: Gallia Chistiana (q. v.); Jean, Les archevéques et évéques de France de 1682 à 1801 (Paris, 1891); Hanotaux ed., Instructions des ambassadeurs de France apures du Saint-Siège (Paris, 1888); Imbart de la Tour Archives de l'histoire religieuse de la France (4 vols. Habían sido publicados en 1907; Baunard, Un siècle de l'église de France (Tours, 1901--trata del siglo XIX); L'épiscopat français au XIXe siècle (Paris, 1907). Sobre las Fuentes de la Historia de Francia los repertorios principales son : Monod, Bibliographie de l'histoire de France (Paris, 1888); Catalogue de l'histoire de France de la Bibliothèque Nationale (Paris, 1855-82); Langlois and Stein, Les archives de l'histoire de France (Paris, 1891); Monlinier, Les sources de l'histoire de France (4 vols. Paris, 1901-04).
Para la bibliografía de la Revolución francesa, vea REVOLUCION FRANCESA
Para Francia en el Siglo XIX ver NAPOLEON. También Currier, Leyes Constitucionales y Orgánicas de Francia, 1875-1889 (Filadelfia, 1891); Viel-Castel, Histoire de la Restauration (20 vols. Paris, y traducción, Londres, 1888); Thureau-Dangin, Histoire de la monarchie de Juillet (Paris); de la Gorce, Histoire du second Empire (7 vols. Paris); Ollivier, L'Empire libéral (Paris, 1904-06 -- 13 vols. habían aparecido); Lamy, Etudes sur le second Empire (Paris); Hanotaux, Histoire de la France contemporaine, 1870-1883 (4 vols. Paris, 1902-09); Zévort, Histoire de la troisième République (4 vols, Paris, 1900-05); Coubertin, L'Evolution française sous la troisième République (tr., Londres, 1898); Parmele, The Evolution of an Empire (Nueva York, 1897). On the Religious History of France under the Third Republic: Deridour, L'Eglise catholique et l'Etat sous la troisième République (2 vols., Paris, 1906-08 -- muy anti-Católico); Lecannet, L'Eglise de France sous la troisième République (Paris, 1907 -- Católico; lleva el tema hasta 1878); Du toast à l'encyclique (Paris, 1893). Para estadísticas parroquiales ver los anuarios Le clergé Français et la France ecclésiastique.
Sobre la Ley en contra de las Congregaciones y la Ley de Separación: Briand, La separation (2 vols., Paris, 1907 y 1909); Discursos de Waldeck-Rousseau y Ribot; De Mund, La loi des suspects (2 vols., Paris, 1902) Combes, Une campagne laïque (2 vols, Paris, 1902 and 1906). La Ley sobre las asociaciones fue discutida por Troulliot y Chapsal; aquella sobre la Separación por Réville, con tendencias radicales, y por Taudiére y Lamarzelle, con tendencias católicas. La Revue d'organisation et la défense réligieuse, publicada por la Buena Prensa desde 1906, daba cada día la situación de la ley en relación con los intereses católicos.
Sobre las Leyes del Matrimonio: La loi du 21 Juin 1907 sur le Mariage (Toulouse, 1908). -- Sobre la influencia de la francmasonería Prache, La pétition contra la maçonnerie; rapport parlementaire (Paris, 1905); Goyau, La Franc-Maçonnerie en France (Paris, 1899). Sobre las órdenes religiosas: Mémoire pour la défense des congrégations religieuses (Paris, 1880); Kannengeiser, France et Allemagne (Paris, 1900). Sobre las misiones y los protectorados: Piolet, Les missions catholiques françaises (seis vols., Paris, 1900-03); Bouvier, Loin du pays (Paris, 1808); Rey, La protection diplomatique et consulaire dans les échelles du Levant (Paris, 1899); Goyau, Les nations apôtres. Vieille France, jeune Allemagne (Paris, 1903); Kannengeiser, Les missions catholiques, France et Allemagne (Paris, 1900). Sobre Francia en Roma: Lacroix, Mémoire historique sur les institutions de la France à Rome (2da ed., Roma, 1892). Sobre la situación escolar: Discursos de Jules Ferry; Pichard, Nouveau code de l'instruction primaire (18a ed., Paris, 1905); Goyau, L'ecole d'aujourd'hui (2 vols., Paris, 1899 y 1906); Lescoeur, La mentalité laïque à l'école (Paris, 1906); des Alleuls, Histoire de l'enseignement secondaire, 2 vols., Paris, 1900 -- oficial); Lamarzelle, La crise universitaire (Paris, 1900). Sobre las instituciones caritativas: Paris charitable (3ra ed. Paris, 1904); La France charitable (Paris, 1899) -- dos colecciones de monografías publicadas por el office central des institutions charitables. -- Sobre las organizaciones sociales las fuentes principales son los informes colectivos sobre las empresas católicas publicados durante la Exposición de 1900, el Guide annuaire social (cada año desde 1905) y el Manual social pratique (1909) publicado por la Action populaire de Reims, con folletos publicados por esta última asociación. -- Sobre la Agrupación de Movimientos Religiosos: Fraenzel, Vers l'union des catholiques (Paris, 1907); Guide d'action religieuse (Paris, 1908).
GEORGES GOYAU Transcrito por M. Donahue Traducido por Oscar Olague

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