miércoles, 17 de agosto de 2016

Apariciones del Sagrado Corazón; los pasionistas y los redentoristas.

Santa Margarita María era una religiosa de la orden de la Visitación, fundada por San Francisco de Sales, y pertenecía a la comunidad de Paray-le-Monial, en Borgoña. En este convento se apareció Nuestro Señor varias veces a la santa entre los años 1673 y 1675, dándole instrucciones para que fuese heraldo de una nueva devoción que recordase a la Iglesia el amor de Dios a los hombres y la realidad de su justicia. La devoción había de centrarse en torno a la contemplación del Sagrado Corazón de Jesús, y la santa recibió el expreso mandato de proclamar al mundo el apasionado amor de este Sagrado Corazón por los hombres. En una de estas apariciones, Nuestro Señor se la mostró con sus cinco heridas irradiando luz cual cinco soles y el corazón descubierto en su pecho y en llamas, como centro y fuente de toda luz. La santa recibió el encargo de establecer la práctica de honrar especialmente al Sagrado Corazón de Jesús el primer viernes de cada mes y de dedicar ella misma la última hora de cada jueves a una vigilia u oración "en parte para aplacar la cólera divina implorando misericordia para los pecadores, en parte para mitigar en cierto modo la amargura que Yo sentí al verme abandonado por mis apóstoles". Las palabras de Nuestro Señor al aparecerse durante la octava del Corpus Christi de 1675, resumen toda la significación y el espíritu de lo que la nueva devoción quería promover: "Contemplad este corazón que tanto ha amado a los hombres, que nunca evitó agotarse y consumirse para probar su amor. Y en correspondencia, de la mayor parte de la humanidad sólo recibo ingratitud, desdén, irreverencia, sacrilegio e indiferencia en el sacramento que es el mismo amor. Lo que más me aflige es precisamente que sean aquellos cuyos corazones se consagran a Mí los que me traten de ese modo. Por esto te encargo que el primer viernes siguiente a la octava del Corpus Christi sea dedicado a una fiesta especial en honor de mi corazón, en honrosa reparación por los insultos que ha recibido cuando ha estado expuesto en el altar. Y Yo te prometo que mi corazón se ensanchará para derramar con mayor abundancia el influjo de su santo amor sobre aquellos que le rindan este tributo y que trabajen para que este tributo le sea rendido."
La nueva devoción progresó muy lentamente. La propia comunidad de Paray estuvo dudando largo tiempo. Gradualmente fue conquistando los conventos de la orden, y en dos virtuosos jesuitas, el venerable Claudio de la Colombiére y el P. Juan Croiset, tuvo unos activos apóstoles que la dieron a conocer en el exterior 2. El venerable Claudio murió en 1682 ; Santa Margarita María en 1690. Fue sobre el P. Croiset sobre el que recayeron las primeras críticas realmente adversas. Era el momento de alarma universal por el quietismo y empezaba a cundir una desconfianza general respecto al misticismo. Ahora, al parecer, se trataba de otra novedad mística, y en 1704 el libro del P. Croiset, La devoción al Sagrado Corazón, fue puesto en el índice. Las instancias para que se instituyera la festividad del Sagrado Corazón fueron rechazadas en 1696, y de nuevo treinta años más tarde. No fue hasta 1765 cuando Clemente XIII, en medio de sus esfuerzos para salvar a la Compañía de Jesús de los príncipes católicos, promulgó el decreto que la incluía en el calendario.
Italia, en la generación que presenció estos primeros esfuerzos para establecer la devoción al Sagrado Corazón, fue testigo de un gran renacimiento espiritual capitaneado por el franciscano San Leonardo de Porto Maurizio (1676-1751). Aproximadamente desde el año 1710 estuvo constantemente de camino, predicando, y especialmente en Toscana, Génova, Córcega y en Roma. Con sus sermones hizo mucho por restablecer la práctica de la oración diaria ; y, en una época que tendía a desvalorar la necesidad de los sacramentos, él predicó constante e invariablemente las ventajas de la misa. En su fidelidad a estos dos temas y en la extrema austeridad de su vida, San Leonardo es una especie de precursor de San Alfonso, para el cual, realmente, él es "el gran misionero del siglo".
San Alfonso poseía otros dones que hicieron sentir su influencia en un campo más amplio. Pero otro santo, que como San Alfonso es fundador de una nueva orden, ocupa un lugar entre éste y San Leonardo. Nos referimos a Pablo Danei, San Pablo de la Cruz (1644-1775), fundador de los pasionistas. San Pablo es principalmente un gran místico, hombre de increíbles penitencias y de incesante oración, cuya vida toda está caracterizada por visiones y revelaciones especiales que se centran en torno de la devoción a la pasión de Nuestro Señor. Es una vida que constituye la misma antítesis del jansenismo. Como San Leonardo, era originario del norte de Italia, y allí fue donde trabajó principalmente. La orden que él fundó tenía por objeto predicar el significado de la pasión. El pasionista se entregaba a una vida de unión con Jesucristo en el sufrimiento, y con este espíritu predicaba su misión, que había de tratar, en fuerza de su voto, de la Pasión.
San Alfonso tal vez sea conocido sobre todo como fundador de los redentoristas, orden fundada con el solo objeto de devolver a los pecadores al recto camino y fortalecer a los fieles en su lealtad al mismo. El fundador fue la única gran personalidad católica de su tiempo. Napolitano de noble cuna, con sangre española, era ya figura destacada en el foro cuando, en 1723, dió un giro a su vida para consagrarse a la labor sacerdotal y apostólica. Los grupos a quienes se dirigía en su apostolado eran las abandonadas gentes de la campiña napolitana. La nueva orden, fundada en 1732, tenía un plan de acción definido y un alto nivel de estudios. Los redentoristas llevaban en sus moradas una vida tan rigurosa como la de un cartujo.
San Alfonso hizo, y observó, un voto de no perder jamás un momento; y cuando, después de casi veinte años de actividad misionera y vida religiosa empezó a escribir (1745), su producción literaria fue prodigiosa. Hay en el catálogo de sus obras innumerables libros de devoción popular, que continúan reimprimiéndose y siguen familiares a todos los católicos: así, lasVisitas al Santísimo Sacramento y el Camino de salvación. Compuso también himnos a los santos, pues era un poeta y músico nada vulgar. Tiene numerosos escritos antijansenistas lo mismo que libros, extensos y breves, en réplica a los ataques de los filósofos contra la doctrina y la práctica católicas. En fin, tenemos de él la obra que lo ha colocado entre los doctores de la Iglesia, su Teología moral, una de las grandes obras cuya aparición señala en verdad el comienzo de una nueva época. Nadie ha hecho más, no sólo para derrotar al jansenismo como sistema ético, sino para poner término a la influencia jansenista sobre moralistas católicos ortodoxos y directores espirituales, que San Alfonso. Esto y el establecimiento de una nueva tradición positiva en la ciencia de la teología moral, le hacen altamente acreedor a la gratitud de las generaciones posteriores.
Entretanto, redentoristas y pasionistas siguen contándose, junto con los dominicos, franciscanos y jesuitas, entre las fuerzas más conocidas que, en el moderno catolicismo, colaboran para mantener y extender la primacía de lo espiritual.
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1 Llamados en Francia lazaristas, en Inglaterra e Irlanda vicentianos oficialmente esta orden recibe el nombre de Congregación de la Misión.
2 Uno de los primeros lugares en que se predicó la nueva devoción fue el palacio real de Londres, donde el venerable Claudio residió algún tiempo (1676) como capellán de la duquesa católica de York, María de Módena.


Su congregación de los redentoristas tuvo que afrontar toda la virulencia de las teorías regalistas en Nápoles y la injerencia del omnipotente ministro de Carlos III, Tanucci, que hizo mucho para impedir el temprano desarrollo de esta orden. Pero fue como una especie de réplica divina el que de la misma orden saliera San Clemente Hofbauer (1751-1820), no sólo el apóstol del renacimiento católico en Austria en la generación que siguió a José II, sino el victorioso jefe de la oposición frente al intento de imponer un nuevo regalismo después de las guerras napoleónicas.

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