Por Julieta Sepich
Hace miles de años el sol ya refulgía sobre la Tierra fértil y misteriosa. Los hombres y mujeres del Paleolítico y Neolítico sabían venerar los elementos y las fuerzas naturales. Su sensibilidad era mágica y religiosa. Y artística. Esta diversidad de atributos la evidencian las señales del arte rupestre prehistórico. En este vasto, fluido y sólido artículo, Julieta Sepich nos acercará a los remotos vapores de la prehistoria. Sepich es egresada de la carrera de Imagen y sonido de la Universidad de Buenos Aires. Ella nos hará recorrer la posible dimensión religiosa del hombre prehistórico a través de sus entierros, las diosas de la fertilidad, el simbolismo de las cuevas, menhires y dólmenes y las bellas y plásticas imágenes que esmaltan las paredes de las cavernas que presenciaron los más antiguos ritos del hombre.
Al arte Paleolítico le corresponde la duración de aproximadamente 20.000 años, el período que abarca desde el 30.000 al 9.500 aC. Para poder comprender las formas de representación del arte Paleolítico se debe considerar el modo de vida y subsistencia de los hombres de éste período. Tanto el Paleolítico Inferior como el Superior, contenían a un hombre nómada, no productor; es decir, que no modificaba a la naturaleza, sino que tomaba de ella los elementos para la supervivencia.
Este período tiene como característica principal desde el punto de vista tecnológico, que el hombre no pule la piedra sino que la talla. Pero, ante todo, una mejor comprensión de las representaciones de los hombres primitivos, nos las aportará una indagación en torno a las ideas religiosas de estos pueblos.
MUERTE Y RELIGIÓN
Paradójicamente, comenzaremos por las ideas de ultratumba, ya que los enterramientos, que como es natural, son uno de los hallazgos más frecuentes de la arqueología prehistórica, constituyen la fuente más antigua para reconstruir las ideas religiosas de estos pueblos.
En sitios arqueológicos vinculados con la Prehistoria, no se encontraron lápidas, ni inscripciones que transmitan nombres de divinidades ni de ritos, pero el hecho mismo del enterramiento y del cuidado a los difuntos, demuestra una creencia firme en un "más allá". De otro modo no se explican las ceremonias funerarias y bastaría abandonar los cadáveres o cubrirlos con tierra sin la menor preocupación complementaria.
Desde los primeros restos conocidos hasta la actualidad, la tumba ha sido el más elemental modo de expresión religiosa y es unas de las pruebas más concluyentes de la creencia en la otra vida, consustancial al hombre, incluso en las tribus de mentalidad religiosa menos desarrollada.
Sin que la regla sea absoluta, el hombre prehistórico cree en el mantenimiento de la personalidad en el "más allá", con necesidades muy semejantes a las terrenas, como lo demuestran las armas, adornos y alimentos que se ofrendan a los muertos y que todavía se hallan junto a sus restos en las sepulturas
No olvidemos que para la mentalidad primitiva todas las cosas tienen su alma, y el espíritu del muerto no es más que un alma de especie superior.
Si el "más allá" está poblado de "fantasmas" humanos, éstos se sirven de fantasmas de colores, de comida, de armas, de utensilios, y utilizan e incluso cabalgan, en fantasmas de animales.
Estos pueblos enterraban colores junto a los muertos, o pintaban los cadáveres y hasta los bañaban en substancias colorantes. El fin de estos procedimientos es complejo y múltiple. El rojo simboliza y sustituye la sangre, es decir, la energía vital, por lo que pintaban las entradas de las cavernas, ciertos utensilios y hasta sus cuerpos. Empapar un cadáver en color rojo equivalía a multiplicar la potencia vital del difunto en la otra vida. Como la momificación egipcia, el baño paleolítico de ocre rojo era garantía de inmortalidad.
RELACIÓN ENTRE LOS VIVOS Y LOS MUERTOS
Otra observación respecto a los enterramientos, es la relación que se establecen entre los muertos y los vivos. Los muertos necesitan de los cuidados y las ofrendas de los vivos, mientras que éstos pueden ver afectada su existencia de manera favorable ( protección de sus antepasados), o perjudicial (espíritus malignos, fantasmas) por la influencia de aquellos.
De la posición de los cadáveres también pueden hacerse deducciones significativas. Muchos aparecen depositados en la tierra sin que aparentemente haya una intención conciente, pero también están los que fueron orientados hacia el este o el oeste. Es difícil encontrar un fundamento categórico, pero es probable que cuando miran hacia el oriente se relacionen con el nacimiento del día, y por lo tanto con la idea de resurrección; y que cuando se dirigen a Occidente respondan a la idea de que este lugar, por donde se oculta el sol, se consideraba ya la morada de los muertos.
No cabe duda de que existió, en algunos casos, una relación entre los enterramientos y la proximidad de ríos y sobre todo el mar, ya que se verificaban en acantilados que bordean estrechas ensenadas que penetran profundamente en la costa. También podría hipotetizarse sobre un camino que condujera a un más allá situado en regiones ignotas, localizadas al otro lado del horizonte visible.
Sin embargo, es arriesgado asegurar estas teorías ya que están teñidas de las posteriores interpretaciones del mundo clásico y del cristianismo. De todos modos, es seguro que el lugar de la sepultura y la orientación de los cadáveres tenían un significado concreto relacionado con la creencia en otra la vida.
Otro aspecto, es la posición de los cuerpos sepultados, se trata de los cadáveres encogidos, casi siempre violentamente plegados sobre sí mismos y fuertemente ligados. Se ha supuesto que se intentaba reproducir la posición del feto en el seno materno, como si se tratara de una especie de gestación para la nueva existencia.
Sabemos que la preocupación de los primitivos por sus muertos no siempre obedece al amor y la obediencia, sino al miedo. Se da también que los muertos son enterrados con las manos y los pies atados, tendidos de bruces o cabeza abajo; esto responde a la creencia de que si el difunto pretendía ponerse en movimiento, se hundiría cada vez más, sin poder emerger a la superficie.
Como ejemplo de estos miedos hacia los difuntos se encuentran los hallazgos en Chancelace, de los esqueletos de Lauregie-Basse, y hasta de una época más avanzada, plena Edad de Bronce, como algunos encontrados en El Argar.
EL CULTO A LOS MUERTOS Y A LOS ANTEPASADOS
Existe una complicada disputa sobre la posible existencia de un culto prehistórico a los muertos o a los antepasados, conceptos que no deben confundirse. En el primer caso se trata de la persistencia espiritual de la persona que se ha conocido viva; en el segundo, de gente que vivieron hace mucho tiempo, a quienes los hombres no han conocido en su realidad terrena, a las que se remonta su propio origen, y que están envueltas con un velo de creencias mitológicas que acaban por perder su personalidad natural y que incluso estas divinidades son pura invención.
Hay que distinguir entre las honras al difunto en los momentos siguientes a su muerte (funerales) y mientras su memoria persiste (recuerdos, ofrendas), del rito religioso propiamente dicho, que exige siempre la elevación a divinidad y un ritual bien establecido. Por ejemplo, Barden y Bouyssonnie, excavadores del importante yacimiento de la Chapell-aux-Saints, encontraron en ella gran cantidad de huesos de animales, enteros y fragmentados, próximos a una gran fosa de enterramientos humanos y acompañados por piezas de sílex tallado.
La cueva no tiene condiciones para ser habitada y parece que sólo tenía función funeraria; las comidas realizadas junto a la fosa tendrían, por lo tanto, carácter de ágape funerario, pero esto no supone un verdadero culto a los muertos, sino una forma de intensificar su fuerza en el otro mundo y de renovar la alimentación que se les ofreció en los funerales. Estas comidas fúnebres eran muy diferentes del sacrificio religioso, al menos en los finales del Paleolítico Inferior (Musteriense).
En 1907, se encontró en Ofnet (Baviera, Alemania), una curiosa sepultura con dos fosas una junto a otra, la primera con seis y la otra con veintisiete cráneos sin las restantes partes del cuerpo. Ordenados concentricamente y orientados hacia el Occidente, cubiertos por una capa de ocre rojo en polvo y adornados con conchas y dientes de animales. Esta forma de culto respondería a un procedimiento de honrar a los muertos o de anular sus poderes maléficos, ya que es constante la creencia de que la separación de la cabeza, es uno de los medios más seguros de defenderse del poder de los muertos y de sus espectros.
La muerte plantea al hombre prehistórico, abandonado a sí mismo en medio de una naturaleza misteriosa, a veces hostil, y sobrecogedora, una serie de preguntas angustiosas.
¿Qué parte es la que sobrevive? ¿Qué es el alma? ¿Una sustancia inmaterial, indestructible? No se sabe con exactitud si los pueblos prehistóricos se formulaban éstos u otros interrogantes, pero lo que puede asegurarse es que sin dudas eran motivos de honda preocupación.
PINTURA Y RELIGIÓN
La pintura es una intensa fuente de información, tantos como los enterramientos, para tratar de reconstruir las ideas religiosas de aquellos remotos tiempos. El arte y la religión han estado estrechamente ligados a través de toda la historia. Sin el arte, las ideas religiosas habrían carecido de grandiosidad, brillantez y una conmovedora potencia, un medio imprescindible para acoger, enseñar y dirigir a los fieles.
El arte ha recibido de la religión temas e inspiración profundamente espiritual que le da sentido a las formas. Es notable comprobar que esta conexión empezó en el Paleolítico, que las cavernas pintadas (salvando las enomes distancias), son las precursoras de los templos esplendorosamente decorados.
Cuando se hallaron las primeras pinturas rupestres, se les atribuyó un origen puramente estético. Los animales que se ven en las cavernas serían producto refinado del ocio del hombre paleolítico, que tomó por modelo los seres, objeto de preocupación, y cuyos movimientos y naturaleza conocían por sus expertos ojos de cazadores, acostumbrados a observarlos durante horas y días, esperando el momento propicio para apoderarse de ellos.
Pero si esta familiaridad con los animales, esa convincente representación, son ciertas, es falso suponer que estos hombres gozaron de tiempo libre, para entregarse a actividades de orden cultural, al goce del arte por el arte mismo, dado que supone un excedente de tiempo y actividad, solo dado por una vida fácil, basada en una alimentación asegurada. Pero ésto no era así, la vida del hombre prehistórico era dura y hostil. Un descuido, una cacería infructuosa, una epidemia de los animales o un desplazamiento de los rebaños salvajes, podía producir el perecimiento de tribus enteras.
Si el hombre no podía perder un momento para atender la conservación de su vida ( que se extinguía entre los veinte y los treinta años), no cabe duda que la actividad artística tenía una estrecha relación con su lucha frente a la vida. El análisis de su arte lo confirma.
Las obras creadas con fines estéticos deberían representarse en lugares donde puedan contemplarse fácilmente. Pero en las cavernas prehistóricas ocurre lo contrario. Estas poseen incomodidad física, peligros y tensión que implica acceder a esas representaciones. Estas pinturas se produjeron con una falta casi total de luz, (lámpara en piedra y alimentada con grasa animal).
Las pinturas neolíticas, las ejecutadas en las Edades del Bronce y del Hierro, están a la luz del día, en espacios poco profundos. En cambio, las paleolíticas, jamás vieron la luz del sol. Hay una serie de ejemplos que lo explican:
A) En la cueva de Doña Clotilde, debe llagarse a una enorme sala, de ella parte un corredor de dos metros de ancho y de varios centenares de longitud, que se bifurca y se vuelve a unir, luego hay que arrastrarse para pasar bajo una formación de estalactitas que lo obstruye casi totalmente y luego de ésto se accede a un espacio cuyo techo contiene pinturas y grabados.
B) Las figuras de Niaux se encuentran casi a kilómetro y medio de la entrada.
C) En la cueva de La Pasiega se entra por un agujero que conduce a una sala bastante espaciosa, de ella salen estrechos corredores que forman un complicado laberinto. En ellos se abren pozos de hasta trece metros de profundidad y las pinturas están inscriptas en esos abismos subterráneos.
D) Para entrar en la cueva del Tuc d’Audoubert es presiso cruzar los setenta metros de anchura del río Volp y entrar en un vestíbulo surcado por otras corrientes de agua; a 160 metros de la entrada comienza un estrecho acantilado que bordea amplias salas pobladas de estalactitas, en la última se encuentra un agujero de doce metros de longitud, primero recto y después helicoide muy estrecho, así se llega a una sala estrecha y baja con algunas pinturas.
En el fondo, tras romper varias estalactitas, la sala se angosta de nuevo y se convierte en un corredos que debe atravesarse por encima de una cornisa de arcilla resbaladiza, con huellas de garras de osos, así como unos trazos sinuosos marcados por los hombres, cuyo sentido no se ha descifrado.Tras otro paso que no permite permanecer de pie, se desemboca en el sancta sanctorum, donde se encontraron unas bellas figuras de bisonte modeladas en barro y huellas de talones humanos (al parecer con cierto ritmo, se cree que podría ser la representación de una danza).
Los ejemplos son múltiples, en algún caso se hallaron pinturas a seis metros de altura, sin saber como accedieron a dicha altura.
El análisis de las pinturas, grabados, figuras modeladas, delatan una intención concreta.
Los animales aparecen a veces heridos por armas; otros, rodeados de extraños signos de dificultosa interpretación, pero que sin duda poseen un carácter mágico.
En ocasiones aparecen apoyando sus patas en algo que se asemeja a un tablero de ajedrez, o se relacionan con esquemas que por recordar la armadura de los techos de las chozas han recibido el nombre de tectiformes.
Una imagen de El Pindal, muestra a un mamuth con un enorme corazón, como por transparencia. Esto podría ser una fórmula para cazarlo con más facilidad.
Las hembras aparecen a veces con el vientre hinchado, en gestación avanzada, y hay ejemplos de hembras en celo llamando al macho (bisonte de Altamira), o renos copulando (de Font-de-Gaume), son sin duda estos ejemplos estimulación mágica para la reprodución de las especies útiles.
Estas prácticas forman parte de la llamada "magia simpática", cuyo principio consiste en la convicción de que cualquier acción que se ejecute sobre la reproducción de un ser repercute sobre el original. Así, los animales previamente "cazados por la magia" caerán con más facilidad en manos de sus perseguidores.
El carácter sagrado y mágico de todo este arte está confirmado por los lugares oscuros y de dificil acceso, el hecho de que la vida de los pobladores no se desarrollara nunca en la proximidad (por ser prácticamente inhabitables), sino cerca de la entrada, y que en muchos casos las cuevas pintadas no sirvieran nunca de abrigo para el uso cotidiano de estos hombres.
LAS ESTATUILLAS PALEOLÍTICAS DE LA FECUNDIDAD
En el Paleolítico Superior, se hallaron las primeras muestras de esculturas. A veces son animales modelados en el barro, como los bisontes del Tuc d’Audoubert; otras, formaciones minerales naturales, como salientes de rocas o estalactitas, que fueron retocadas para darles cierta apariencia orgánica. Pero lo más significativo son las figurillas, los relieves de piedra y las tallas en hueso y marfil.
Muchas representan animales, y son el complemento artístico y mágico- religioso de las pinturas rupestres, pero otras reproducen hombres y mujeres y su simbolismo es muy particular.
Una de las más conocidas, es la llamada "Venus de Willendorf ", encontrada en la aldea austríaca de este nombre. Es una figurilla de pocos centímetros de altura, labrada en piedra, resaltanto extraordinariamente el vientre y los senos, mientras que las piernas son insignificantes, los brazos ligeros y la cabeza sin ningún razgo aparente.
Todas las estatuillas femeninas poseen características similares:
* De pequeñas dimensiones ( de 4 a 22 cm) , trabajadas en piedra, marfil o hueso.
* Razgos comunes, acentuación de los caracteres sexuales secundarios, adiposidad y extrema estilización de las extremidades, expresadas de un modo atrófico y sin detalles, También la cabeza es estilizada, generalmente representada como una simple forma esférica, oval o cónica, sin descripción de los razgos del rostro.
Estos cuerpos ovoides, de forma elemental, estática, fantásticos en su deformidad, son seres originarios, rítmicos, encerrados en sí mismos. Incluyen una idea y una potencia: la fuerza primordial de la vida, la que asegura la continuidad de la especie.
La apariencia individual de las estatuillas sugiere que son figuras de fecundidad, hechas para enriquecer o asegurar abundancia de alguna forma. Como grupo (que incluye más de 150 ejemplos), muestran gran uniformidad, y con el tiempo la figura básica se va adaptando y simplificando hacia formas esquematizadas.
La potencia erótica de estos fetiches arrebata a todos los seres, asegura la continuidad de la existencia de los muertos en el más allá, multiplica las especies animales de las que entonces dependía el hombre de forma absoluta. Se trata por lo tanto de la Vida en su estado cósmico, íntimamente ligada a la supervivencia y a la raza.
La Venus de Willendorf estaba embadurnada de ocre rojo como los relieves de Laussel, que representan un hombre normal y varias mujeres de prominencias exageradas, embarazadas y con un cuerno en la mano, al que dirigen su vista extasiada. Sea símbolo de la abundancia o emblema fálico, este cuerno es una curiosa anticipación del cuerno de la abundancia tan famoso en la mitología griega y el simbolismo posterior.
Estas Venus, que todavía no pueden llamarse divinidades, son las antepasadas de la Gran Diosa o de la Madre Naturaleza, cuyo culto será esencial a partir del Neolítico, a consecuencia de los mitos agrícolas, y que con el tiempo serán el origen de todas las diosas del amor y la fecundidad de la historia posterior.
TRANSFORMACIÓN EN EL NEOLÍTICO
Al final de la Era Cuaternaria, se sucedieron acontecimientos que modificaron de forma radical la forma de vida del hombre prehistórico. El comienzo de estos cambios fueron catastróficos. La temperatura empezó a subir y determinó un cuadro climático muy semejante al presente. Los glaciares se fundieron o quedaron reducidos. La fauna fría emigró hacia el norte, seguida por las tribus paleolíticas, pero las especies habían cumplido su ciclo biológico y se reproducían cada vez menos, acabando por desaparecer y llevar así a la muerte a gran parte de la humanidad prehistórica.
Algunos grupos llegaron a las zonas árticas, donde los esquimales y lapones son los descendientes de los antiguos Magdalenienses, adaptados a la pesca y a la caza de mamuths. Otros quedaron en las costas viviendo de los bancos de mariscos y de la caza menor, en las costas europeas del Mar del Norte y del Báltico. Pero en Oriente un hombre se desarrolló, y generó una cultura (la neolítica), caracterizada por la agricultura, la domesticación de animales, acompañadas por adelantos tecnológicos, como los primeros tejidos y la cerámica.
Es acertado remarcar que este importante avance, sobre todo la agricultura, influyó de manera muy poderosa en las ideas religiosas. Con el cambio de clima aumentaron las plantas comestibles, y es probable que hubo una etapa de recolección a gran escala de vegetales no cultivados (trigo, cebada, etc).
La observación de este fenómeno, que era inexplicable para el primitivo, de que las semillas se caen al suelo y originan nuevas plantas, que reproducen el ciclo vegetal a través de un período, condujo a la siembra intencionada, que fue la base de la alimentación. Las necesidades de carne se remediaron con la ganaderia, y probablemente en la domesticación de los animales, la mujer tuvo un rol fundamental.
Esto produjo una inversión de roles, donde la mujer pasó a desplazar al hombre, dando paso al matriarcado.
EL CULTO EN EL NEOLITICO
Los enterramientos neolíticos demuestran intensas creencias de ultratumba, sin dudas ya organizadas como mitos, aunque se carezca de detalles concretos sobre los ritos.
Se mantiene el enterramiento con ofrendas de comida, adornos y otros objetos, y con las armas cuando se trata de guerreros, (ésto muy frecuente en la Edad del Bronce). También se observan orientaciones intencionadas de los cadáveres.
Lo más frecuente en el Neolítico, respecto a las atenciones al cadáver son: enterrarlo (inhumación) o quemarlo (incineración), y ésta elección no es azarosa , sino que tiene ciertas implicancias.
La inhumación significa devolver el cuerpo a la Tierra, a la Gran Diosa Madre, que dispensa la vida, la muerte y la resurrección. La incineración se relacionaba con las virtudes purificadoras del fuego, o con el deseo de facilitar al espíritu el paso a otro mundo convertido en fluidos invisibles (los gases y vapores de la combustión).
En el Neolítico se desarrolló una arquitectura elemental, chozas de madera, barro, con fondos de piedra, que en la Edad de Bronce ya pueden considerarse como los primeros edificios. También para el culto se construían "edificios" especiales. Estos son los sepulcros megalíticos, cámaras rectangulares de proporciones diversas, precedidas por un corredor, otras con cámaras circulares, cubiertas de tierra.
Todas estas construcciones presuponen la firme idea de la supervivencia y grupos humanos grandes y organizados. En las paredes de algunos se ven grabados signos figuras antropomorfas, series de trazos paralelos, y huesos decorados; todo ello relacionado con el culto a la Gran Diosa Madre.
Los menhires son piedras estrechas y altas, clavadas perpendicularmente en el suelo, a veces próximas a un dolmen (del cual se ignoran sus implicancias religiosas). Parecen ser parte de un rito solar por su ubicación circular o que equivaldrían a falos monumentales relacionados con el mito de la fecundidad.
PINTURA Y RELIGION
Las pinturas pertenecientes a este período tienen rastros de las producidas en el Paleolítico, aunque sus diferencias son evidentes.
* Están en abrigos al aire libre,
* las figuras son más pequeñas,
* no existe la policromía en la misma figura,
* hay abundante representaciones humanas de ambos sexos,
* se emplea la composición, que a veces se complejiza hasta una búsqueda de perspectiva espacial.
* Las figuras humanas tienden a estilizarse con el paso del tiempo, mientras que las de los animales se mantuvieron dentro de un naturalismo que fue derivando en una esquematización de las formas y contenidos.
*El movimiento rápido y violento, captado con agudeza, es uno de las características más destacadas de este período.
Pero el carácter mágico-religioso de la pintura siguió siendo fundante. Los sitios elegidos para pintarlas eran especiales en forma, orientación o situación. Algunas pinturas fueron repintadas, por ejemplo las rojas más antiguas se repasaron en negro, lo que indica la continuidad del interés en ciertas rocas decoradas, que se pueden calificar como santuarios.
Es frecuente la representación de escenas cotidianas, como la recolección de miel, que podían también invocar a la protección mágica para incrementar la caza, la abundancia de los productos naturales, etc. Este arte fue evolucionando hacia una estilización que acabó por convertirse en un cúmulo de símbolos de muy dificil interpretación, verdaderas pictografías, pero cada vez de sentido mágico más profundo.
Se ven animales, líneas, puntos y hasta carros de dos o cuatro ruedas, que siguen refiriéndose a protecciones mágicas sobre los animales. También son frecuentes los hombres con muchos brazos u hombres-árboles indicación de poder sobrehumano. Abundan los triángulos oscuros con un vértice hacia abajo, símbolo sexual y universal femenino, que enlazan estos signos con los ritos de la fecundidad y la Diosa Madre.
OBSERVACIONES FINALES
Para tratar de arribar a una síntesis que permita observar con más claridad las manifestaciones artísticas de implicancia mágico-religiosa de los períodos desarrollados en este trabajo, es que quisiera manifestar los puntos que desde mi perspectiva ( muy subjetiva, por cierto), son los de mayor relevancia en estos pueblos.
En el primer período observado, el Paleolítico, se observa que las representaciones (tanto pinturas, como volúmenes), tienen una relación directa con la supervivencia del hombre prehistórico. La magia simpática que aseguraba la existencia de lo representado en el exterior, es la que nos habla de un ser sin la noción de pertenencia, de permanencia y de un caráter puramente mágico respecto del mundo que lo circunda. Es un hombre que no posee la capacidad de producir y transformar a la naturaleza.
Es muy llamativo que todas las representaciones de este período estén en lugares inaccesibles, donde el hombre no convivía con estas producciones artísticas, sino que la sumergía en una especie de santuario que lo separaba de su existencia cotidiana.
Cuando el hombre dejó de ser nómade para constituirse como en ser sedentario, y producir cambios en la naturaleza para su supervivencia y evolución, es que comenzó a modificar sus espacios y características en lo que se refiere a la representación e ideas mágico-religiosas. Sus cultos se ampliaron y no sólo se hacían para los muertos, sino que se le adjudicaban a las fuerzas naturales determinadas representaciones; ésto dio comienzo a los ritos como el de la Gran Diosa Madre, que representaba la fuerza vital y la fecundidad, que podría equivaler a lo que fue luego la noción de La Madre Natura.
Es importante observar cómo el hombre fue relacionándose con el mundo circundante y encontrando de una manera mágico-religiosa la explicación de su propia existencia. Y a su vez a partir de la representación de su visión del mundo, fue evolucionando y complejizando su manera de hacer y pensar(se).
Es revelador comprender que en estos hombres se gestó y germinó toda la evolución del pensamiento religioso, víctima de inmensas mutaciones que llegan hasta nuestros días.
Sin embargo, adhiero a estas primeras civilizaciones con respecto a su gran culto de la Naturaleza y las nociones de vida-muerte que experimentaban desde su remota sabiduría.
Ilustraciones (de arriba hacia abajo): 1: Bisonte rojo en cueva prehistórica de Altamira; 2: Bisonte rojo (detalle); 3: Apelando a la imaginación, un hombre prehistórico ingresando en una cueva, asimilada simbólicamente al vientre materno, lugar donde se regresa en el momento del entierro; 4: Ciervo rojo en cueva del paleolítico; 5: La Venus de Willendorf; 6: Imagen de menhir.
BIBLIOGRAFIA CONSULTADA
Prehistoria y Antiguedad, Historia del Arte, Equinox, Editorial Sarpe, Madrid, 1982
Biderman, Hans: Culturas Megalíticas, 1967
Seix y Barral: El arte rupestre en Europa, Barcelona, 1957
Grandes Civilizaciones, Mas- Ivars Editores
Cid, Carlos; Riu, Manuel: Historia de las Religiones, Sopena, Barcelona,1965.
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