Uno de los siete diáconos (v.) elegidos en la primitiva Comunidad cristiana de Jerusalén. Evangelizó Samaria y Cesarea.
Origen y elección. Era de origen judío, pero helénico por nacimiento, como su nombre indica; probablemente de Cesarea, donde después vive con sus hijas. No hay noticias de su persona hasta su elección como diácono en los primeros momentos de la Iglesia, salvo que aceptemos como válida la referencia de Clemente Alejandrino (Stromata, 111,25,3) según el cual, F. era el discípulo que pidió permiso a Jesús para ir a enterrar a su padre (Mt 8,22; Lc 9,60). Para distinguirle de su homónimo S. Felipe Apóstol (v.), se le llama S. F. el Diácono y también el Evangelista, como lo hace el autor del libro de los Hechos (Act 21,8); aquí el término evangelista no tiene el sentido de escritor de los Evangelios, sino de «predicador de la buena nueva» (Wikenhauser), o evangelizador, mensajero del Evangelio (Ricciotti).
Entre los convertidos en los primeros días de la Iglesia, además de los hebreos, judíos de raza, lengua y nacidos en Palestina, estaban los helenistas, judíos de origen, pero nacidos fuera de Palestina, llamados por ello «de la diáspora» y que generalmente hablaban su lengua nativa, el griego. Tal es el caso de Felipe. El grupo de los helenistas se quejaba de que sus viudas no recibían el mismo trata que las de los hebreos, por quienes estaban encargados de servirlas. Ante las quejas de este grupo los Apóstoles proponen a la Comunidad que les presentes siete varones «de buena reputación, llenos del Espíritu Santo y sabiduría» (Act 6,3). Elegidos e impuestas las manos por los Apóstoles, fueron constituidos diáconos. En la lista F. ocupa el segundo puesto (Act 6,1-6).
Su misión evangelizadora. Después de la muerte de S. Esteban (v.) se desencadena una persecución contra la Iglesia, dirigida especialmente contra los helenistas cristianos. Entre los que se dispersan predicando a Cristo por las ciudades vecinas está F., que fija sus actividades en la capital de Samaria. Allí confirma su predicación con milagros. Ello motiva entre los samaritanos una reacción a su favor y escuchan atentos sus palabras (Act 8,4-12). Entre los que se maravillaban de estos prodigios estaba un mago, llamado Simón (v.), que se hizo bautizar (Act 8,13). Felipe extendió su actividad a la región samaritana, y esto llegó a conocerse en Jerusalén, desde donde enviaron a Pedro y a Juan a visitar la nueva Comunidad y a la vez a imponer las manos sobre los neoconversos, para que recibiesen el Espíritu Santo, pues sólo habían sido bautizados. Pasaje luminoso donde vemos la actuación de los Apóstoles como Jerarquía desde el principio y la práctica de un rito completivo del Bautismo, así como la sumisión de F. y su obra a los Apóstoles (Act 8,14-25).
El ángel del Señor le dice que se ponga en camino hacia el mediodía, por la vía de Jerusalén a Gaza. Allí se encuentra con un etíope, alto funcionario de Candace, reina de Etiopía, eunuco, encargado del tesoro real, que había venido a adorar en Jerusalén y volvía en su carro, leyendo a Isaías. Le pregunta si entiende lo que lee y éste le invita a que se lo explique. Felipe, subiendo al carro, le aclara que el profeta (Is 53,7-8) habla de los sufrimientos y muerte del Mesías y que éste era Jesús el de Nazaret. Llegan a un sitio donde hay agua y el etíope le pide que le bautice. Así lo hace y al momento F. desaparece (Act 8,26-39).
La ruta seguida por ambos es la menos frecuentada de Jerusalén a Gaza, el texto la llama «desierta» (Act 8,26). Atravesaba el desierto de Judá pasando por BelénHebrón. S. Jerónimo prefiere llamarla vía «antigua» en lugar de «desierta».
Eusebio dice de este personaje que «es el primer convertido entre los gentiles» (Historia Ecclesiastica, 11,1,13); pero algunos reparan en el hecho de que siendo gentil y eunuco, este bautismo no hubiese sido discutido en Jerusalén, como ocurre en el caso de Cornelio. Por ello, para unos era judío, oriundo de Etiopía, donde había una gran colonia judía; el que se le llame eunuco es sólo cuestión de nombre, pues así se llamaba a los funcionarios y familiares de palacio en las cortes orientales, al asumir éstos los cargos de los antiguos eunucos. Sin embargo, podía ser gentil que bajaba a adorar; había muchos prosélitos y para ellos existía un atrio especial en el Templo; siendo gentil podía estar familiarizado con la Biblia, ya que sería hombre de conocimientos. Que su bautismo no provocase una reacción en Jerusalén se puede explicar por no ser conocido, ya que F. va a Cesarea y el eunuco a su tierra. S. Lucas pudo conocerlo de labios del mismo F., ya que, como veremos, estuvo con S. Pablo hospedado en su casa. Si durante el viaje iba leyendo a Isaías, quizá era debido a un deseo de encontrar una explicación a lo que hubiese oído hablar de Jesús en su estancia en Jerusalén. El pedir una aclaración a Felipe, se explica mejor si se trata de un gentil. De todas formas el texto en cuestión favorece a Felipe para poder entrar en materia al instante.
En cuanto al lugar del bautismo existen varias tradiciones. La más antigua que citan el Peregrino de Burdeos y S. jerónimo, le pone en Ain-ed-Diroueh, junto a la colina de Betsúr, al borde de la actual carretera de Jerusalén a Hebrón. El bautismo sería por inmersión como era corriente. Vigouroux dice a este respecto: «es un acto memorable; bautizando a un descendiente de Cam, raza despreciada, eunuco y etíope, demuestra que Jesús es el salvador de todos».
Felipe, después de bautizado el etíope, se encontró en Azoto, la actual Asdoc, ciudad filistea célebre porque allí se detuvo el Arca de la Alianza (2 Reg 5,1-10), y evangeliza las ciudades costeras llegando a Cesaren (Act 8,40), donde se queda a vivir con su familia. Tenía cuatro hijas vírgenes, profetisas, que ayudaban a su padre en la educación cristiana de los nuevos creyentes. Aquí recibe la visita de S. Pablo camino de Jerusalén en su tercer viaje (Act 21,8-10). Durante esos días S. Lucas se pudo informar, para su libro de los Hechos, de multitud de detalles de los primeros momentos de la Iglesia vividos por F., así como de todo lo concerniente a él.
El resto de su vida corresponde a la tradición. El hecho de que tanto F. el Diácono como el Apóstol del mismo nombre tuviesen hijas vírgenes, hizo que con frecuencia se confundiesen las tradiciones y el mismo Eusebio no escapó a esta confusión. Lo que se dice de S. Felipe como obispo de Hierápolis pertenece al Apóstol. El Diácono fue obispo de Trales. Según unos murió allí de muerte natural (Acta Sanct. Junio, 1, París 1862, 608-610). Los martirologios recientes le hacen morir en Cesarea. S. jerónimo dice que en su tiempo se mostraba allí la habitación donde recibió a S. Pablo y los sepulcros de las hijas, pero no alude a su sepulcro. Su fiesta se celebra el 6 de junio; entre los griegos el 11 de octubre.
Origen y elección. Era de origen judío, pero helénico por nacimiento, como su nombre indica; probablemente de Cesarea, donde después vive con sus hijas. No hay noticias de su persona hasta su elección como diácono en los primeros momentos de la Iglesia, salvo que aceptemos como válida la referencia de Clemente Alejandrino (Stromata, 111,25,3) según el cual, F. era el discípulo que pidió permiso a Jesús para ir a enterrar a su padre (Mt 8,22; Lc 9,60). Para distinguirle de su homónimo S. Felipe Apóstol (v.), se le llama S. F. el Diácono y también el Evangelista, como lo hace el autor del libro de los Hechos (Act 21,8); aquí el término evangelista no tiene el sentido de escritor de los Evangelios, sino de «predicador de la buena nueva» (Wikenhauser), o evangelizador, mensajero del Evangelio (Ricciotti).
Entre los convertidos en los primeros días de la Iglesia, además de los hebreos, judíos de raza, lengua y nacidos en Palestina, estaban los helenistas, judíos de origen, pero nacidos fuera de Palestina, llamados por ello «de la diáspora» y que generalmente hablaban su lengua nativa, el griego. Tal es el caso de Felipe. El grupo de los helenistas se quejaba de que sus viudas no recibían el mismo trata que las de los hebreos, por quienes estaban encargados de servirlas. Ante las quejas de este grupo los Apóstoles proponen a la Comunidad que les presentes siete varones «de buena reputación, llenos del Espíritu Santo y sabiduría» (Act 6,3). Elegidos e impuestas las manos por los Apóstoles, fueron constituidos diáconos. En la lista F. ocupa el segundo puesto (Act 6,1-6).
Su misión evangelizadora. Después de la muerte de S. Esteban (v.) se desencadena una persecución contra la Iglesia, dirigida especialmente contra los helenistas cristianos. Entre los que se dispersan predicando a Cristo por las ciudades vecinas está F., que fija sus actividades en la capital de Samaria. Allí confirma su predicación con milagros. Ello motiva entre los samaritanos una reacción a su favor y escuchan atentos sus palabras (Act 8,4-12). Entre los que se maravillaban de estos prodigios estaba un mago, llamado Simón (v.), que se hizo bautizar (Act 8,13). Felipe extendió su actividad a la región samaritana, y esto llegó a conocerse en Jerusalén, desde donde enviaron a Pedro y a Juan a visitar la nueva Comunidad y a la vez a imponer las manos sobre los neoconversos, para que recibiesen el Espíritu Santo, pues sólo habían sido bautizados. Pasaje luminoso donde vemos la actuación de los Apóstoles como Jerarquía desde el principio y la práctica de un rito completivo del Bautismo, así como la sumisión de F. y su obra a los Apóstoles (Act 8,14-25).
El ángel del Señor le dice que se ponga en camino hacia el mediodía, por la vía de Jerusalén a Gaza. Allí se encuentra con un etíope, alto funcionario de Candace, reina de Etiopía, eunuco, encargado del tesoro real, que había venido a adorar en Jerusalén y volvía en su carro, leyendo a Isaías. Le pregunta si entiende lo que lee y éste le invita a que se lo explique. Felipe, subiendo al carro, le aclara que el profeta (Is 53,7-8) habla de los sufrimientos y muerte del Mesías y que éste era Jesús el de Nazaret. Llegan a un sitio donde hay agua y el etíope le pide que le bautice. Así lo hace y al momento F. desaparece (Act 8,26-39).
La ruta seguida por ambos es la menos frecuentada de Jerusalén a Gaza, el texto la llama «desierta» (Act 8,26). Atravesaba el desierto de Judá pasando por BelénHebrón. S. Jerónimo prefiere llamarla vía «antigua» en lugar de «desierta».
Eusebio dice de este personaje que «es el primer convertido entre los gentiles» (Historia Ecclesiastica, 11,1,13); pero algunos reparan en el hecho de que siendo gentil y eunuco, este bautismo no hubiese sido discutido en Jerusalén, como ocurre en el caso de Cornelio. Por ello, para unos era judío, oriundo de Etiopía, donde había una gran colonia judía; el que se le llame eunuco es sólo cuestión de nombre, pues así se llamaba a los funcionarios y familiares de palacio en las cortes orientales, al asumir éstos los cargos de los antiguos eunucos. Sin embargo, podía ser gentil que bajaba a adorar; había muchos prosélitos y para ellos existía un atrio especial en el Templo; siendo gentil podía estar familiarizado con la Biblia, ya que sería hombre de conocimientos. Que su bautismo no provocase una reacción en Jerusalén se puede explicar por no ser conocido, ya que F. va a Cesarea y el eunuco a su tierra. S. Lucas pudo conocerlo de labios del mismo F., ya que, como veremos, estuvo con S. Pablo hospedado en su casa. Si durante el viaje iba leyendo a Isaías, quizá era debido a un deseo de encontrar una explicación a lo que hubiese oído hablar de Jesús en su estancia en Jerusalén. El pedir una aclaración a Felipe, se explica mejor si se trata de un gentil. De todas formas el texto en cuestión favorece a Felipe para poder entrar en materia al instante.
En cuanto al lugar del bautismo existen varias tradiciones. La más antigua que citan el Peregrino de Burdeos y S. jerónimo, le pone en Ain-ed-Diroueh, junto a la colina de Betsúr, al borde de la actual carretera de Jerusalén a Hebrón. El bautismo sería por inmersión como era corriente. Vigouroux dice a este respecto: «es un acto memorable; bautizando a un descendiente de Cam, raza despreciada, eunuco y etíope, demuestra que Jesús es el salvador de todos».
Felipe, después de bautizado el etíope, se encontró en Azoto, la actual Asdoc, ciudad filistea célebre porque allí se detuvo el Arca de la Alianza (2 Reg 5,1-10), y evangeliza las ciudades costeras llegando a Cesaren (Act 8,40), donde se queda a vivir con su familia. Tenía cuatro hijas vírgenes, profetisas, que ayudaban a su padre en la educación cristiana de los nuevos creyentes. Aquí recibe la visita de S. Pablo camino de Jerusalén en su tercer viaje (Act 21,8-10). Durante esos días S. Lucas se pudo informar, para su libro de los Hechos, de multitud de detalles de los primeros momentos de la Iglesia vividos por F., así como de todo lo concerniente a él.
El resto de su vida corresponde a la tradición. El hecho de que tanto F. el Diácono como el Apóstol del mismo nombre tuviesen hijas vírgenes, hizo que con frecuencia se confundiesen las tradiciones y el mismo Eusebio no escapó a esta confusión. Lo que se dice de S. Felipe como obispo de Hierápolis pertenece al Apóstol. El Diácono fue obispo de Trales. Según unos murió allí de muerte natural (Acta Sanct. Junio, 1, París 1862, 608-610). Los martirologios recientes le hacen morir en Cesarea. S. jerónimo dice que en su tiempo se mostraba allí la habitación donde recibió a S. Pablo y los sepulcros de las hijas, pero no alude a su sepulcro. Su fiesta se celebra el 6 de junio; entre los griegos el 11 de octubre.
BIBL.: F. VIGOUROux, en DB V,270-272; 1. RENTÉ, Actes des Apótres, París 1949; G. RICCIOTTI, Pablo Apóstol, Madrid 1950; A. WIKENHAUSER, en LTK 7,222; R. PLOTINO, Filippo diacono, en Bibl. Sanct. 5,719-721.
DANIEL DE SANTOS.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991
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