Religioso capuchino alemán, de Sigmaringa, capital del distrito de Hohenzollern. Es el protomártir de la Orden capuchina y de Propaganda Fide. N. en abril de 1577. M. en Seewis, Suiza, el 24 abr. 1622. Procedía de una familia noble, Rey-Rosemberger. Una hermana suya casó con el conde de Helfenstein, emparentado con los Hohenzollern. Tuvo también un hermano capuchino, el P. Apolinar de Sigmaringa, mayor que él, gran predicador y excelente músico.
F., llamado Marcos antes de su ingreso en los capuchinos, hizo sus estudios superiores en Friburgo de Brisgovia, doctorándose en Filosofía y en ambos Derechas. El Rector de la Universidad, Federico Martini, cuatro años después de la muerte del santo y en informe que consta en el proceso de Constanza, dice: «El Sr. Marcos, llamado luego Fidel, después de acabar brillantemente sus estudios filosóficos y científicos, obtuvo el doctorado en Filosofía, y el 7 de mayo de 1611, summa cum laude y con aplauso de todos, el de ambos Derechos». Añade, además, que «siguió los cursos con la mayor asiduidad; que su conducta fue irreprochable y que mereció la estima de todos sus profesores». Un condiscípulo suyo, Gaspar Kleckler, asegura en el proceso de Coira: «sobresalía entre los estudiantes por su cultura, su instrucción superior, el conocimiento de las lenguas y una erudición incomparable».
Antes de obtener el doctorado en ambos Derechos, hizo un viaje por Francia e Italia, acompañando a unos jóvenes nobles, entre ellos el hijo del barón de Stotzingen. Este viaje le sirvió para conocer la situación religiosa de estos países y para perfeccionar sus conocimientos del francés e italiano, que dominaba bien, lo mismo que el español y el latín (F. De la Motte, o. c. en bibl. 25).
Terminados sus estudios, se dispuso a ejercer la carrera de abogado y se instaló en Ensishein, Alsacia, capital entonces de uno de los estados austriacos. El joven abogado, además de su preparación intelectual, poseía cualidades morales excelentes. Siempre se distinguió por su fe, su piedad y por la pureza de sus costumbres. Ayunaba y practicaba otras penitencias más propias de religiosos que de seglares de su condición. Recibía frecuentemente los sacramentos de la Comunión y Penitencia. Rezaba sus oraciones de la mañana y de la noche con gran recogimiento, sin omitirlas nunca (o. c. 21). La carrera del foro, siempre difícil para los que hilan delgado en asuntos de conciencia, no le fue bien, a pesar del renombre adquirido en el poco tiempo que la ejerció. En Ensishein, afirmó más tarde el santo, reinaban la corrupción, la malicia y la injusticia. Por eso dejó pronto la profesión y se retiró a Friburgo, dispuesto a ingresar en una Orden religiosa (o. c. 21). Escogió la de los capuchinos (v.), no sabemos claramente por qué, aunque algún biógrafo afirma que fue por la austeridad, la popularidad y el prestigio que ya entonces tenía esta reforma franciscana, aprobada en 1528. Efectivamente, eran entonces capuchinos figuras muy relevantes, como la del futuro doctor de la Iglesia, S. Lorenzo de Brindis¡ (v.), la de S. Serafín de Montegranario, la del gran apóstol José de Leonisa, canonizado luego el mismo día que F. y la del P. José de Tremblay «el excelente colaborador y mano derecha de Richelieu», llamado por eso su eminencia gris (cfr. R. García Villoslada, Historia de la Iglesia, B.A.C. 111, 820 y 911).
Cuando solicitó el hábito capuchino, tenía 35 años. El P. Provincial de Friburgo creyó que, por su edad y condición, no le irían los aires austeros de la Orden, y le exigió que se ordenara de sacerdote antes de recibirle. Como tenía cursados los estudios de Derecho, el obispo de Constanza le ordenó a últimos de septiembre de 1612. El 4 de octubre celebró su primera Misa solemne y ese mismo día recibió el hábito. Después de profesar, hizo sus estudios teológicos y fue destinado inmediatamente a la predicación.
F. de S. era de estatura prócer, cabeza llena de dignidad, frente despejada, mirada viva y dulce, voz potente. Siempre fue buen religioso y sacerdote compenetrado profundamente con su vocación. He aquí algunas afirmaciones entresacadas de los procesos de Coira y Constanza: «Se confesaba diariamente; practicaba la pobreza evangélica con escrupulosidad; fue siempre muy recatado y muy devoto de la Virgen María; preparaba concienzudamente sus sermones; hacía una hora de oración ante el sagrario antes de subir al púlpito; tenía talento oratorio tan eminente y poseía en tan alto grado los dones de la gracia, que los oyentes quedaban embelesadas». (F. De la Motte, o. c. 51 ss.).
En su predicación recorrió gran parte de Alemania y Suiza. Fue primero capellán de las tropas austriacas, cuando el archiduque Leopoldo se vio obligado a reforzar militarmente algunas guarniciones, como la de Feldkirch, en el Tirol, en lucha contra los protestantes, que acusaban al Imperio de defender la religión católica. F. de S. dio entonces las primeras muestras de su apostolado eficaz, a veces heroico, que ejerció hasta su prematura muerte (o. c., 77). Alternó esta primera época de su apostolado con los cargos de guardián de los conventos de Friburgo de Suiza y de Feldkirch. Presidiendo la comunidad de este último convento fue destinado a la misión de los Grisones, Suiza, en donde fue martirizado.
Los hechos ocurrieron así. El archiduque Leopoldo, en una cruzada contra los protestantes, llegó triunfante hasta la Alta Retia, hoy cantón de los Grisones. En seguida pidió al P. provincial de los capuchinos, Matías de Reichenou, en carta de 16 en. 1622, que enviase allí misioneros de su Orden. Lo mismo hizo el nuncio, en nombre de la recién fundada Congregación de Propaganda Fide por Gregorio XV (22 de enero). Fueron enviados los PP. F. de S., Alejo de Kurweiler y Juan de Kruwangen. Era una misión llena de dificultades y peligros, que no ignoraban los misioneros. Y fue entonces cuando F. de'S. mostró toda la riqueza de su alma y el temple de su carácter. Apuntemos algunos testimonios de los procesos: «Su actividad fue infatigable; trabajó con toda su alma por atraer a los disidentes; predicaba dos veces al día a soldados y paisanos; pasaba largas horas en el confesonario; parecía un milagro viviente, encendido en amor de Dios y del prójimo; infatigable en su ministerio, predicaba, exhortaba, enardecía, visitaba a los enfermos; su amor a los pecadores e infieles estaba lleno de ternura»... En el proceso de Milán, el conde de Sulz afirma: «Por donde pasó F. de S. no quedó otro rastro que el de su santidad y su poder ante Dios». Los enemigos no le perdonaron estas actividades. El P. Silvestre de Milán (en la vida de S. de F., 97), cuenta que Lucio Pappa, jefe protestante de uno de los sectores de la región, enardeció de tal manera a sus correligionarios contra F. de S., «número uno» de sus enemigos, que en una reunión que tuvieron acabaron gritando: « ¡Muera el P. Fidel! ¡Matémosle! ». F. de S. lo sabía. En las últimas cartas que escribió a su amigo el abad de S. Gall, Plácido de Mehreran y al obispo de Coira, firma: «Fr. Fidel, que pronto será comida de gusanos».
Su muerte ocurrió, ya lo hemos dicho, en Seewis. Le invitaron a predicar allí de manera tan sospechosa, que todos se extrañaron de que aceptase. «No espero nada bueno de los de Seewis, dijo el santo. Pero iré a llenar hasta el fin mis deberes ministeriales». Al subir al púlpito se encontró con un aviso siniestro: «Hoy predicarás, pero será la última vez». A pesar del aviso y sobreponiéndose a su impacto, pronunció su sermón. Y cuando estaba terminándolo, irrumpieron en el templo los ase-sinos. F. de S., empujado por sus amigos, pudo escapar por la puerta de la sacristía hasta las afueras del poblado. Pero le alcanzaron pronto sus perseguidores. Quisieron obligarle a abrazar la herejía. Y como se negase, una lluvia de golpes de espadas y palos lo derribó en tierra casi muerto. «Fui al lugar del martirio, dice Margarita Ganser en el proceso, apenas se marcharon los asesinos. El Padre estaba moribundo. Levantó los ojos al cielo, respiró profundamente tres veces y expiró. Vi dos grandes heridas en la cabeza y todo el cuerpo cubierto de sangre». Era el domingo IV de Pascua, 24 abr. 1622. Su sepulcro está en la catedral de Coira. Su cráneo, en la iglesia del convento de Feldkirch. Fue canonizado por Benedicto XIV el 26 jun. 1746. Su fiesta se celebra el 24 de abril.
F., llamado Marcos antes de su ingreso en los capuchinos, hizo sus estudios superiores en Friburgo de Brisgovia, doctorándose en Filosofía y en ambos Derechas. El Rector de la Universidad, Federico Martini, cuatro años después de la muerte del santo y en informe que consta en el proceso de Constanza, dice: «El Sr. Marcos, llamado luego Fidel, después de acabar brillantemente sus estudios filosóficos y científicos, obtuvo el doctorado en Filosofía, y el 7 de mayo de 1611, summa cum laude y con aplauso de todos, el de ambos Derechos». Añade, además, que «siguió los cursos con la mayor asiduidad; que su conducta fue irreprochable y que mereció la estima de todos sus profesores». Un condiscípulo suyo, Gaspar Kleckler, asegura en el proceso de Coira: «sobresalía entre los estudiantes por su cultura, su instrucción superior, el conocimiento de las lenguas y una erudición incomparable».
Antes de obtener el doctorado en ambos Derechos, hizo un viaje por Francia e Italia, acompañando a unos jóvenes nobles, entre ellos el hijo del barón de Stotzingen. Este viaje le sirvió para conocer la situación religiosa de estos países y para perfeccionar sus conocimientos del francés e italiano, que dominaba bien, lo mismo que el español y el latín (F. De la Motte, o. c. en bibl. 25).
Terminados sus estudios, se dispuso a ejercer la carrera de abogado y se instaló en Ensishein, Alsacia, capital entonces de uno de los estados austriacos. El joven abogado, además de su preparación intelectual, poseía cualidades morales excelentes. Siempre se distinguió por su fe, su piedad y por la pureza de sus costumbres. Ayunaba y practicaba otras penitencias más propias de religiosos que de seglares de su condición. Recibía frecuentemente los sacramentos de la Comunión y Penitencia. Rezaba sus oraciones de la mañana y de la noche con gran recogimiento, sin omitirlas nunca (o. c. 21). La carrera del foro, siempre difícil para los que hilan delgado en asuntos de conciencia, no le fue bien, a pesar del renombre adquirido en el poco tiempo que la ejerció. En Ensishein, afirmó más tarde el santo, reinaban la corrupción, la malicia y la injusticia. Por eso dejó pronto la profesión y se retiró a Friburgo, dispuesto a ingresar en una Orden religiosa (o. c. 21). Escogió la de los capuchinos (v.), no sabemos claramente por qué, aunque algún biógrafo afirma que fue por la austeridad, la popularidad y el prestigio que ya entonces tenía esta reforma franciscana, aprobada en 1528. Efectivamente, eran entonces capuchinos figuras muy relevantes, como la del futuro doctor de la Iglesia, S. Lorenzo de Brindis¡ (v.), la de S. Serafín de Montegranario, la del gran apóstol José de Leonisa, canonizado luego el mismo día que F. y la del P. José de Tremblay «el excelente colaborador y mano derecha de Richelieu», llamado por eso su eminencia gris (cfr. R. García Villoslada, Historia de la Iglesia, B.A.C. 111, 820 y 911).
Cuando solicitó el hábito capuchino, tenía 35 años. El P. Provincial de Friburgo creyó que, por su edad y condición, no le irían los aires austeros de la Orden, y le exigió que se ordenara de sacerdote antes de recibirle. Como tenía cursados los estudios de Derecho, el obispo de Constanza le ordenó a últimos de septiembre de 1612. El 4 de octubre celebró su primera Misa solemne y ese mismo día recibió el hábito. Después de profesar, hizo sus estudios teológicos y fue destinado inmediatamente a la predicación.
F. de S. era de estatura prócer, cabeza llena de dignidad, frente despejada, mirada viva y dulce, voz potente. Siempre fue buen religioso y sacerdote compenetrado profundamente con su vocación. He aquí algunas afirmaciones entresacadas de los procesos de Coira y Constanza: «Se confesaba diariamente; practicaba la pobreza evangélica con escrupulosidad; fue siempre muy recatado y muy devoto de la Virgen María; preparaba concienzudamente sus sermones; hacía una hora de oración ante el sagrario antes de subir al púlpito; tenía talento oratorio tan eminente y poseía en tan alto grado los dones de la gracia, que los oyentes quedaban embelesadas». (F. De la Motte, o. c. 51 ss.).
En su predicación recorrió gran parte de Alemania y Suiza. Fue primero capellán de las tropas austriacas, cuando el archiduque Leopoldo se vio obligado a reforzar militarmente algunas guarniciones, como la de Feldkirch, en el Tirol, en lucha contra los protestantes, que acusaban al Imperio de defender la religión católica. F. de S. dio entonces las primeras muestras de su apostolado eficaz, a veces heroico, que ejerció hasta su prematura muerte (o. c., 77). Alternó esta primera época de su apostolado con los cargos de guardián de los conventos de Friburgo de Suiza y de Feldkirch. Presidiendo la comunidad de este último convento fue destinado a la misión de los Grisones, Suiza, en donde fue martirizado.
Los hechos ocurrieron así. El archiduque Leopoldo, en una cruzada contra los protestantes, llegó triunfante hasta la Alta Retia, hoy cantón de los Grisones. En seguida pidió al P. provincial de los capuchinos, Matías de Reichenou, en carta de 16 en. 1622, que enviase allí misioneros de su Orden. Lo mismo hizo el nuncio, en nombre de la recién fundada Congregación de Propaganda Fide por Gregorio XV (22 de enero). Fueron enviados los PP. F. de S., Alejo de Kurweiler y Juan de Kruwangen. Era una misión llena de dificultades y peligros, que no ignoraban los misioneros. Y fue entonces cuando F. de'S. mostró toda la riqueza de su alma y el temple de su carácter. Apuntemos algunos testimonios de los procesos: «Su actividad fue infatigable; trabajó con toda su alma por atraer a los disidentes; predicaba dos veces al día a soldados y paisanos; pasaba largas horas en el confesonario; parecía un milagro viviente, encendido en amor de Dios y del prójimo; infatigable en su ministerio, predicaba, exhortaba, enardecía, visitaba a los enfermos; su amor a los pecadores e infieles estaba lleno de ternura»... En el proceso de Milán, el conde de Sulz afirma: «Por donde pasó F. de S. no quedó otro rastro que el de su santidad y su poder ante Dios». Los enemigos no le perdonaron estas actividades. El P. Silvestre de Milán (en la vida de S. de F., 97), cuenta que Lucio Pappa, jefe protestante de uno de los sectores de la región, enardeció de tal manera a sus correligionarios contra F. de S., «número uno» de sus enemigos, que en una reunión que tuvieron acabaron gritando: « ¡Muera el P. Fidel! ¡Matémosle! ». F. de S. lo sabía. En las últimas cartas que escribió a su amigo el abad de S. Gall, Plácido de Mehreran y al obispo de Coira, firma: «Fr. Fidel, que pronto será comida de gusanos».
Su muerte ocurrió, ya lo hemos dicho, en Seewis. Le invitaron a predicar allí de manera tan sospechosa, que todos se extrañaron de que aceptase. «No espero nada bueno de los de Seewis, dijo el santo. Pero iré a llenar hasta el fin mis deberes ministeriales». Al subir al púlpito se encontró con un aviso siniestro: «Hoy predicarás, pero será la última vez». A pesar del aviso y sobreponiéndose a su impacto, pronunció su sermón. Y cuando estaba terminándolo, irrumpieron en el templo los ase-sinos. F. de S., empujado por sus amigos, pudo escapar por la puerta de la sacristía hasta las afueras del poblado. Pero le alcanzaron pronto sus perseguidores. Quisieron obligarle a abrazar la herejía. Y como se negase, una lluvia de golpes de espadas y palos lo derribó en tierra casi muerto. «Fui al lugar del martirio, dice Margarita Ganser en el proceso, apenas se marcharon los asesinos. El Padre estaba moribundo. Levantó los ojos al cielo, respiró profundamente tres veces y expiró. Vi dos grandes heridas en la cabeza y todo el cuerpo cubierto de sangre». Era el domingo IV de Pascua, 24 abr. 1622. Su sepulcro está en la catedral de Coira. Su cráneo, en la iglesia del convento de Feldkirch. Fue canonizado por Benedicto XIV el 26 jun. 1746. Su fiesta se celebra el 24 de abril.
BIBL.: F. DE GRANADA, Vida y martirio del V. P. Fidele de Sigmaringa, sacada de los manuscritos de la Orden, Madrid 1669; Analecta Ordinis Minorum Capuccinorum, Relatio historica de Martyrio B. P. Fidelis Sigmarignani Capucini, XV, Roma 178 ss.; F. DE LA MOTTE-SERVOLEX, Saint Fidéle de Sigmaringen, París 1901; Chronica Provinciae Helveticae Ordinis S. P. N. Francisci Capucinorum, Soleure (Suiza) 1884; M. A. POBLADURA, Historia Generalis Ord. Frat. Min. Cap., pars secunda (1619-1761), vol. 1, Roma 1948; B. GOSSENs, Der Heilige Fidelis von S., Munich 1932; M. DA ALATRI y A. M. RAGGI, Fedele da Sigmaringen, en Bibl. Sanct. 5,521-525.
ÁNGEL DE NOVELÉ.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991
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