Por J.R. Ayllón
La adicción al sexo es una de las dependencias menos confesadas y visibles de todas las que existen. No obstante, ha aumentado el número de pacientes que pide ayuda debido a las consecuencias de su trastorno: ruina económica, divorcios, problemas laborales, sufrimiento, ansiedad y depresión.
Patricia Matey
48. Adictos al sexo
"En la vida no todo es sexo: Francia necesita niños". Con esta claridad se expresaba el gobierno francés de los 90, en las vallas publicitarias de todo el país. Y tenía razón por partida doble: era verdad que Francia necesitaba niños y que la vida es, entre otras cosas, amistad y trabajo, justicia y deporte, ocio y negocio, amor y desamor, pan y circo, guerra y paz...
También es cierto que vivimos en una época que ha hecho de lo sexual una revolución cultural, empeñada en olvidar que el deseo de placer convierte el equilibrio humano en algo peligrosamente inestable. Lo sabemos de sobra. Desde Homero, desde Solón y los Siete Sabios, una máxima en forma de advertencia recorre todo el pensameniento ético de los helenos: "Nada en exceso".
En marzo del 2000, el diario El Mundo publicaba en su cuadernillo sobre salud un estudio sobre la adicción sexual. Lo firmaba Patricia Matey, y se abría con las palabras que también abren este tema: "La adicción al sexo es una de las dependencias menos confesadas y visibles de todas las que existen. No obstante, ha aumentado el número de pacientes que pide ayuda debido a las consecuencias de su trastorno: ruina económica, divorcios, problemas laborales, sufrimiento, ansiedad y depresión".
Los expertos señalan que este trastorno no es nuevo, aunque sólo recientemente ha sido reconocido como uno de los mayores problemas sociales, cuyas características y consecuencias son similares a las de otras adicciones tan bien conocidas como la de las drogas, el alcoholismo o la ludopatía.
A diferencia de otras adiciones, la dependencia sexual puede adoptar múltiples formas: desde la masturbación compulsiva a la violación, pasando por relaciones con múltiples parejas heterosexuales u homosexuales, encuentros con personas desconocidas, uso de pornografía, prostitución o líneas eróticas, exhibilcionismo, pedofilia, etc. El comportamiento sexual compulsivo se gesta, en la mayoría de los casos, en la mente, donde las fantasías sexuales, los sueños y los pensamientos eróticos se convierten en la válvula de escape de los problemas laborales, la relaciones rotas, la baja autoestima o la insatisfacción personal.
Los adictos al sexo son hábiles en el disimulo, porque su problema les avergüenza. Pero, con frecuencia, su dependencia se acaba sabiendo. "Algunos acuden a la consulta cuando las facturas de teléfono de líneas eróticas o los contactos con prostituts les han arruinado económicamente y sus parejas les han descubierto", señala Roselló Barberá, director del Centro de Urología, Andrología y Sexología de Madrid. Otros deciden pedir ayuda porque quieren poner fin a una adicción que les ha costado el matrimonio, les ha causado problemas legales o les está empujando al suicidio. O porque su esclavitud les está obligando a hacer cosas que nunca hubieran imaginado, y ello les causa un sufrimiento insoportable.
Los precios de esta adicción han sido cuantificados en USA por el National Council of Sexual Addiction:
- Un 40% pierde a su pareja.
- Otro 40% sufre embarazos no deseados.
- Un 72% tiene ideas obsesivas sobre el suicidio.
- Un 17% ha intentado quitarse la vida.
- Un 36% aborta.
- Un 27% tiene problemas laborales.
- Un 68% tiene riesgo de contraer el sida u otras enfermedades de transmisión sexual.
Si ninguna de estas formas es nueva, la revolución informática ha hecho posible la novedad de la ciberadicción sexual, una peligrosa dependencia de Internet. Por su anonimato y accesibilidad, cada vez existen más ciberadictos al sexo de las webs porno y de los chats eróticos.
49. El sida
El sida es la más cara de las facturas que pagamos por el sexo. Por el momento se trata de una epidemia incontrolable, asociada a un determinado tipo de conducta sexual. Como el ser humano es libre para escoger sus actos, se puede afirmar que es responsable de las consecuencias de los mismos. Esto es algo tan elemental que no haría falta repetirlo si no se silenciase misteriosamente en el caso del sida.
Está demostrado que el hábito de fumar puede producir cáncer. Está demostrado que determinados hábitos pueden abrir la puerta al sida. En el caso del tabaco se intenta atajar el problema desde la raíz: suprimiendo el hábito. En el caso del sida, sin embargo, se intenta trasladar el problema a las autoridades sanitarias, para que repartan preservativos o encuentren una sustancia contra la inmunodeficiencia. Una lógica que, aplicada al tabaco, vendría a decir: fume usted lo que quiera, que los médicos se encargarán de impedir o de curar su cáncer.
Un ejemplo de esta dramática incoherencia me parece Kofi Annan, secretario general de Naciones Unidas. Tras calificar la lucha contra el sida de "cruzada para el siglo XXI", propone "romper la conspiración del silencio, cubrir las necesidades de los infectados y de sus familias, conseguir que esté disponible un tratamiento eficaz a unos precios que los africanos estén en condiciones de pagar, acelerar la investigación de una vacuna y, por encima de todo, hacer todo lo que esté de nuestra mano para atajar la propagación de la enfermedad". Uno se pregunta por qué no se aplica Kofi Annan su primer consejo: romper la conspiración del silencio. Aunque tampoco serviría de mucho en un mundo donde los dos negocios más multimillonarios y rentables se basan en la estimulación de los placeres más emparentados con el sida. Cualquier lector adivina que nos referimos a la pornografía y la droga.
No deja de ser contradictorio y sorprendente que en la prevención del sida se omita la solución más económica y eficaz: el libre cambio de conducta. Porque está claro que con la posibilidad de contraer sida no se debe jugar. Las cifras son escalofriantes. En países como Zimbaue o Botswana, la cuarta parte de la población ha contraido el virus. En el 2000, esta pandemia arroja un saldo de once millones de huérfanos, de los cuales el 90% son niños africanos. El Consejo Nacional de Seguridad de EEUU estima que esa legión de huérfanos será especialmente vulnerable a la explotación y la radicalización, y podrá suscitar las condiciones para nuevas guerras tribales y políticas. Esa desestabilización afectaría negativamente a los intereses económicos y militares de EEUU. Parece que el análisis es correcto, pues el presidente del Banco Mundial ya ha formulado en Washington una advertencia parecida.
Norteamérica y Europa han hecho notables esfuerzos para combatir el avance arrollador del sida en el interior de sus sociedades, pero se han olvidado de lo que sucedía en África. Cerraban los ojos pensando que el problema era muy lejano. Ahora, el Consejo Nacional de Seguridad recomienda multiplicar las ayudas a los africanos y avisa que el desastre puede afectar de rebote a las naciones más ricas.
50. La responsabilidad de Freud
El hombre es una mezcla inseparable de razón y deseo. Una mezcla explosiva, altamente inestable, cuyo control pertenece, por definición, a la razón, que a lo largo de la historia ha diseñado diversas estrategias de integración. Aunque el hedonismo es la negación de esa función rectora, el siglo XX se caracteriza por haber intentado repetidamente su justificación racional, de la mano del psiquiatra vienés Sigmund Freud.
Freud distingue en la conducta humana un fondo inconsciente y una actividad consciente. El impulso natural del inconsciente actúa fundamentalmente como energía sexual, que busca su constante satisfacción. Pero surge un fuerte obstáculo en su camino: el propio entorno familiar y social, la misma realidad. Esa resistencia, al impedir un proceso natural, constituye una alteración patológica. En eso consiste el desequilibrio psíquico. Para Freud, la personalidad del hombre, resultado siempre del proceso descrito, crecería sana si la satisfacción de los instintos fuera libre.
La evaluación ponderada de las ideas de Freud ha puesto de manifiesto su trasfondo artificial. Parece que el inventor del psicoanálisis encuentra en la psicología humana lo que previamente ha decidido que quiere encontrar. Con toda claridad lo declaró a su discípulo Jung: "tenemos que hacer de la teoría sexual un dogma, una fortaleza inexpugnable" (Jung, Memorias). Por la misma época, con la misma claridad, Chesterton escribió: "Los ignorantes pronuncian Freud. Los informados pronuncian Froid. Yo, sin embargo, pronuncio Fraude.
Freud siente que hay algo desproporcionado en el papel que la sexualidad juega en la vida humana. Algo que impide equipararla a las demás emociones o experiencias elementales como el comer y el dormir. Y precisamente por eso necesita una atención especial. Pero Freud, contra todo pronóstico, es partidario de la desatención, de conceder luz verde. La propuesta freudiana de una sexualidad tan libre como cualquier otro placer, la consideración de que el cuerpo y sus instintos son pacíficos y hermosos como el árbol y las flores, o bien es la descripción de un paraíso utópico, o la presentación con ropaje científico de una psicología superada desde los tiempos de Sócrates. Porque soñar con la conquista de un mundo feliz por la liberación de los instintos es ignorar su desorden latente. Una sensibilidad espontánea, liberada de lo racional, desemboca siempre en la degradación. Lo sabemos por experiencia. Y también sabemos que una correcta antropología es siempre jerárquica: la razón está para llevar la batuta, lo mismo que los pies están para andar. Si la razón no domina sobre los sentidos, es dominada por ellos: un pacífico estado intermedio será siempre un pacifismo imposible.
Sin embargo, las ideas de Freud han conquistado amplísimos sectores culturales y sociales. Las razones del éxito son múltiples. Ahora sabemos que las tesis fundamentales del psicoanálisis se apoyan sobre una dudosa base científica, pero Freud poseía ambición, talento literario e imaginación. Acuñaba neologismos y creaba lemas con facilidad y fortuna, hasta el punto de incorporar a su lengua palabras y expresiones nuevas: el inconsciente, el ego y el superego, el complejo de Edipo, la sublimación, la psicología profunda, etc.
Durante la Primera Guerra Mundial, la tensión acumulada en las trincheras provocaba frecuentes casos de perturbación mental. El llamado "trauma de la guerra" desequilibraba a soldados que eran personas normales y valientes. En 1920, el gobierno austríaco solicitó la opinión de Freud. Y así le llegó su primera publicidad mundial. Otra parte del éxito se debe a Einstein. Con la Teoría de la Relatividad, parecía que nada era seguro en el movimiento del universo. Y por un sorprendente contagio, la opinión pública empezó a pensar que no existían absolutos de ningún tipo, ni físicos ni morales. Un gigantesco error vino así a confundir la relatividad con el relativismo.
Mucho más importante, de cara a su popularidad, fue el descubrimiento de Freud por parte de artistas e intelectuales. Del Surrealismo podría pensarse que nació para expresar visualmente las ideas freudianas. Y novelistas como Marcel Proust y James Joyce protagonizaron, en el período de entreguerras, decisivos experimentos literarios de relativización del tiempo y de las normas morales. En el 2000, la devoción por Freud se ha enfriado bastante, y entre los intelectuales más prestigiosos se alzan voces de abierta disidencia: "El psicoanálisis me llena de incredulidad. La teoría de mi padre como rival sexual y de cierto complejo de Edipo universal, hace tiempo refutada por la antropología, me parece un melodrama irresponsable" ( George Steiner, Errata ).
"En la vida no todo es sexo: Francia necesita niños". Con esta claridad se expresaba el gobierno francés de los 90, en las vallas publicitarias de todo el país. Y tenía razón por partida doble: era verdad que Francia necesitaba niños y que la vida es, entre otras cosas, amistad y trabajo, justicia y deporte, ocio y negocio, amor y desamor, pan y circo, guerra y paz...
También es cierto que vivimos en una época que ha hecho de lo sexual una revolución cultural, empeñada en olvidar que el deseo de placer convierte el equilibrio humano en algo peligrosamente inestable. Lo sabemos de sobra. Desde Homero, desde Solón y los Siete Sabios, una máxima en forma de advertencia recorre todo el pensameniento ético de los helenos: "Nada en exceso".
En marzo del 2000, el diario El Mundo publicaba en su cuadernillo sobre salud un estudio sobre la adicción sexual. Lo firmaba Patricia Matey, y se abría con las palabras que también abren este tema: "La adicción al sexo es una de las dependencias menos confesadas y visibles de todas las que existen. No obstante, ha aumentado el número de pacientes que pide ayuda debido a las consecuencias de su trastorno: ruina económica, divorcios, problemas laborales, sufrimiento, ansiedad y depresión".
Los expertos señalan que este trastorno no es nuevo, aunque sólo recientemente ha sido reconocido como uno de los mayores problemas sociales, cuyas características y consecuencias son similares a las de otras adicciones tan bien conocidas como la de las drogas, el alcoholismo o la ludopatía.
A diferencia de otras adiciones, la dependencia sexual puede adoptar múltiples formas: desde la masturbación compulsiva a la violación, pasando por relaciones con múltiples parejas heterosexuales u homosexuales, encuentros con personas desconocidas, uso de pornografía, prostitución o líneas eróticas, exhibilcionismo, pedofilia, etc. El comportamiento sexual compulsivo se gesta, en la mayoría de los casos, en la mente, donde las fantasías sexuales, los sueños y los pensamientos eróticos se convierten en la válvula de escape de los problemas laborales, la relaciones rotas, la baja autoestima o la insatisfacción personal.
Los adictos al sexo son hábiles en el disimulo, porque su problema les avergüenza. Pero, con frecuencia, su dependencia se acaba sabiendo. "Algunos acuden a la consulta cuando las facturas de teléfono de líneas eróticas o los contactos con prostituts les han arruinado económicamente y sus parejas les han descubierto", señala Roselló Barberá, director del Centro de Urología, Andrología y Sexología de Madrid. Otros deciden pedir ayuda porque quieren poner fin a una adicción que les ha costado el matrimonio, les ha causado problemas legales o les está empujando al suicidio. O porque su esclavitud les está obligando a hacer cosas que nunca hubieran imaginado, y ello les causa un sufrimiento insoportable.
Los precios de esta adicción han sido cuantificados en USA por el National Council of Sexual Addiction:
- Un 40% pierde a su pareja.
- Otro 40% sufre embarazos no deseados.
- Un 72% tiene ideas obsesivas sobre el suicidio.
- Un 17% ha intentado quitarse la vida.
- Un 36% aborta.
- Un 27% tiene problemas laborales.
- Un 68% tiene riesgo de contraer el sida u otras enfermedades de transmisión sexual.
Si ninguna de estas formas es nueva, la revolución informática ha hecho posible la novedad de la ciberadicción sexual, una peligrosa dependencia de Internet. Por su anonimato y accesibilidad, cada vez existen más ciberadictos al sexo de las webs porno y de los chats eróticos.
49. El sida
El sida es la más cara de las facturas que pagamos por el sexo. Por el momento se trata de una epidemia incontrolable, asociada a un determinado tipo de conducta sexual. Como el ser humano es libre para escoger sus actos, se puede afirmar que es responsable de las consecuencias de los mismos. Esto es algo tan elemental que no haría falta repetirlo si no se silenciase misteriosamente en el caso del sida.
Está demostrado que el hábito de fumar puede producir cáncer. Está demostrado que determinados hábitos pueden abrir la puerta al sida. En el caso del tabaco se intenta atajar el problema desde la raíz: suprimiendo el hábito. En el caso del sida, sin embargo, se intenta trasladar el problema a las autoridades sanitarias, para que repartan preservativos o encuentren una sustancia contra la inmunodeficiencia. Una lógica que, aplicada al tabaco, vendría a decir: fume usted lo que quiera, que los médicos se encargarán de impedir o de curar su cáncer.
Un ejemplo de esta dramática incoherencia me parece Kofi Annan, secretario general de Naciones Unidas. Tras calificar la lucha contra el sida de "cruzada para el siglo XXI", propone "romper la conspiración del silencio, cubrir las necesidades de los infectados y de sus familias, conseguir que esté disponible un tratamiento eficaz a unos precios que los africanos estén en condiciones de pagar, acelerar la investigación de una vacuna y, por encima de todo, hacer todo lo que esté de nuestra mano para atajar la propagación de la enfermedad". Uno se pregunta por qué no se aplica Kofi Annan su primer consejo: romper la conspiración del silencio. Aunque tampoco serviría de mucho en un mundo donde los dos negocios más multimillonarios y rentables se basan en la estimulación de los placeres más emparentados con el sida. Cualquier lector adivina que nos referimos a la pornografía y la droga.
No deja de ser contradictorio y sorprendente que en la prevención del sida se omita la solución más económica y eficaz: el libre cambio de conducta. Porque está claro que con la posibilidad de contraer sida no se debe jugar. Las cifras son escalofriantes. En países como Zimbaue o Botswana, la cuarta parte de la población ha contraido el virus. En el 2000, esta pandemia arroja un saldo de once millones de huérfanos, de los cuales el 90% son niños africanos. El Consejo Nacional de Seguridad de EEUU estima que esa legión de huérfanos será especialmente vulnerable a la explotación y la radicalización, y podrá suscitar las condiciones para nuevas guerras tribales y políticas. Esa desestabilización afectaría negativamente a los intereses económicos y militares de EEUU. Parece que el análisis es correcto, pues el presidente del Banco Mundial ya ha formulado en Washington una advertencia parecida.
Norteamérica y Europa han hecho notables esfuerzos para combatir el avance arrollador del sida en el interior de sus sociedades, pero se han olvidado de lo que sucedía en África. Cerraban los ojos pensando que el problema era muy lejano. Ahora, el Consejo Nacional de Seguridad recomienda multiplicar las ayudas a los africanos y avisa que el desastre puede afectar de rebote a las naciones más ricas.
50. La responsabilidad de Freud
El hombre es una mezcla inseparable de razón y deseo. Una mezcla explosiva, altamente inestable, cuyo control pertenece, por definición, a la razón, que a lo largo de la historia ha diseñado diversas estrategias de integración. Aunque el hedonismo es la negación de esa función rectora, el siglo XX se caracteriza por haber intentado repetidamente su justificación racional, de la mano del psiquiatra vienés Sigmund Freud.
Freud distingue en la conducta humana un fondo inconsciente y una actividad consciente. El impulso natural del inconsciente actúa fundamentalmente como energía sexual, que busca su constante satisfacción. Pero surge un fuerte obstáculo en su camino: el propio entorno familiar y social, la misma realidad. Esa resistencia, al impedir un proceso natural, constituye una alteración patológica. En eso consiste el desequilibrio psíquico. Para Freud, la personalidad del hombre, resultado siempre del proceso descrito, crecería sana si la satisfacción de los instintos fuera libre.
La evaluación ponderada de las ideas de Freud ha puesto de manifiesto su trasfondo artificial. Parece que el inventor del psicoanálisis encuentra en la psicología humana lo que previamente ha decidido que quiere encontrar. Con toda claridad lo declaró a su discípulo Jung: "tenemos que hacer de la teoría sexual un dogma, una fortaleza inexpugnable" (Jung, Memorias). Por la misma época, con la misma claridad, Chesterton escribió: "Los ignorantes pronuncian Freud. Los informados pronuncian Froid. Yo, sin embargo, pronuncio Fraude.
Freud siente que hay algo desproporcionado en el papel que la sexualidad juega en la vida humana. Algo que impide equipararla a las demás emociones o experiencias elementales como el comer y el dormir. Y precisamente por eso necesita una atención especial. Pero Freud, contra todo pronóstico, es partidario de la desatención, de conceder luz verde. La propuesta freudiana de una sexualidad tan libre como cualquier otro placer, la consideración de que el cuerpo y sus instintos son pacíficos y hermosos como el árbol y las flores, o bien es la descripción de un paraíso utópico, o la presentación con ropaje científico de una psicología superada desde los tiempos de Sócrates. Porque soñar con la conquista de un mundo feliz por la liberación de los instintos es ignorar su desorden latente. Una sensibilidad espontánea, liberada de lo racional, desemboca siempre en la degradación. Lo sabemos por experiencia. Y también sabemos que una correcta antropología es siempre jerárquica: la razón está para llevar la batuta, lo mismo que los pies están para andar. Si la razón no domina sobre los sentidos, es dominada por ellos: un pacífico estado intermedio será siempre un pacifismo imposible.
Sin embargo, las ideas de Freud han conquistado amplísimos sectores culturales y sociales. Las razones del éxito son múltiples. Ahora sabemos que las tesis fundamentales del psicoanálisis se apoyan sobre una dudosa base científica, pero Freud poseía ambición, talento literario e imaginación. Acuñaba neologismos y creaba lemas con facilidad y fortuna, hasta el punto de incorporar a su lengua palabras y expresiones nuevas: el inconsciente, el ego y el superego, el complejo de Edipo, la sublimación, la psicología profunda, etc.
Durante la Primera Guerra Mundial, la tensión acumulada en las trincheras provocaba frecuentes casos de perturbación mental. El llamado "trauma de la guerra" desequilibraba a soldados que eran personas normales y valientes. En 1920, el gobierno austríaco solicitó la opinión de Freud. Y así le llegó su primera publicidad mundial. Otra parte del éxito se debe a Einstein. Con la Teoría de la Relatividad, parecía que nada era seguro en el movimiento del universo. Y por un sorprendente contagio, la opinión pública empezó a pensar que no existían absolutos de ningún tipo, ni físicos ni morales. Un gigantesco error vino así a confundir la relatividad con el relativismo.
Mucho más importante, de cara a su popularidad, fue el descubrimiento de Freud por parte de artistas e intelectuales. Del Surrealismo podría pensarse que nació para expresar visualmente las ideas freudianas. Y novelistas como Marcel Proust y James Joyce protagonizaron, en el período de entreguerras, decisivos experimentos literarios de relativización del tiempo y de las normas morales. En el 2000, la devoción por Freud se ha enfriado bastante, y entre los intelectuales más prestigiosos se alzan voces de abierta disidencia: "El psicoanálisis me llena de incredulidad. La teoría de mi padre como rival sexual y de cierto complejo de Edipo universal, hace tiempo refutada por la antropología, me parece un melodrama irresponsable" ( George Steiner, Errata ).
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