EXHORTACIÓN
APOSTÓLICA POSTSINODAL
ECCLESIA IN AMERICA
DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS OBISPOS, A LOS PRESBÍTEROS Y DIÁCONOS,
A LOS CONSAGRADOS Y CONSAGRADAS
Y A TODOS LOS FIELES LAICOS
SOBRE EL ENCUENTRO CON JESUCRISTO VIVO,
CAMINO PARA LA CONVERSIÓN, LA COMUNIÓN
Y LA SOLIDARIDAD EN AMÉRICA
ECCLESIA IN AMERICA
DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS OBISPOS, A LOS PRESBÍTEROS Y DIÁCONOS,
A LOS CONSAGRADOS Y CONSAGRADAS
Y A TODOS LOS FIELES LAICOS
SOBRE EL ENCUENTRO CON JESUCRISTO VIVO,
CAMINO PARA LA CONVERSIÓN, LA COMUNIÓN
Y LA SOLIDARIDAD EN AMÉRICA
INTRODUCCION
1. La Iglesia en
América, llena de gozo por la fe recibida y dando gracias a Cristo por este inmenso don,
ha celebrado hace poco el quinto centenario del comienzo de la predicación del Evangelio
en sus tierras. Esta conmemoración ayudó a los católicos americanos a ser más
conscientes del deseo de Cristo de encontrarse con los habitantes del llamado Nuevo Mundo
para incorporarlos a su Iglesia y hacerse presente de este modo en la historia del
Continente. La evangelización de América no es sólo un don del Señor, sino también
fuente de nuevas responsabilidades. Gracias a la acción de los evangelizadores a lo largo
y ancho de todo el Continente han nacido de la Iglesia y del Espíritu innumerables
hijos.1 En sus corazones, tanto en el pasado como en el presente, continúan resonando las
palabras del Apóstol: « Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria;
es más bien un deber que me incumbe. Y ¡ay de mí si no predicara el Evangelio! » (1 Co
9, 16). Este deber se funda en el mandato del Señor resucitado a los Apóstoles antes de
su Ascensión al cielo: « Proclamad la Buena Nueva a toda la creación » (Mc 16, 15).
Este mandato se dirige
a la Iglesia entera, y la Iglesia en América, en este preciso momento de su historia,
está llamada a acogerlo y responder con amorosa generosidad a su misión fundamental
evangelizadora. Lo subrayaba en Bogotá mi predecesor Pablo VI, el primer Papa que visitó
América: « Corresponderá a nosotros, en cuanto representantes tuyos, [Señor Jesús] y
administradores de tus divinos misterios (cf. 1 Co 4, 1; 1 P 4, 10), difundir los tesoros
de tu palabra, de tu gracia, de tus ejemplos entre los hombres ».2 El deber de la
evangelización es una urgencia de caridad para el discípulo de Cristo: « El amor de
Cristo nos apremia » (2 Co 5, 14), afirma el apóstol Pablo, recordando lo que el Hijo de
Dios hizo por nosotros con su sacrificio redentor: « Uno murió por todos [...], para que
ya no vivan para sí los que viven, sino para aquel que murió y resucitó por ellos » (2
Co 5, 14-15).
La conmemoración de
ciertas fechas especialmente evocadoras del amor de Cristo por nosotros suscita en el
ánimo, junto con el agradecimiento, la necesidad de « anunciar las maravillas de Dios
», es decir, la necesidad de evangelizar. Así, el recuerdo de la reciente celebración
de los quinientos años de la llegada del mensaje evangélico a América, esto es, del
momento en que Cristo llamó a América a la fe, y el cercano Jubileo con que la Iglesia
celebrará los 2000 años de la Encarnación del Hijo de Dios, son ocasiones privilegiadas
en las que, de manera espontánea, brota del corazón con más fuerza nuestra gratitud
hacia el Señor. Consciente de la grandeza de estos dones recibidos, la Iglesia peregrina
en América desea hacer partícipe de las riquezas de la fe y de la comunión en Cristo a
toda la sociedad y a cada uno de los hombres y mujeres que habitan en el suelo americano.
La idea de celebrar
esta Asamblea sinodal
2. Precisamente el
mismo día en que se cumplían los quinientos años del comienzo de la evangelización de
América, el 12 de octubre de 1992, con el deseo de abrir nuevos horizontes y dar renovado
impulso a la evangelización, en la alocución con la que inauguré los trabajos de la IV
Conferencia General del Episcopado Latinoamericano en Santo Domingo, hice la propuesta de
un encuentro sinodal « en orden a incrementar la cooperación entre las diversas Iglesias
particulares » para afrontar juntas, dentro del marco de la nueva evangelización y como
expresión de comunión episcopal, « los problemas relativos a la justicia y la
solidaridad entre todas las Naciones de América ».3 La acogida positiva que los
Episcopados de América dieron a esta propuesta, me permitió anunciar en la Carta
apostólica Tertio millennio adveniente el propósito de convocar una asamblea sinodal «
sobre la problemática de la nueva evangelización en las dos partes del mismo Continente,
tan diversas entre sí por su origen y su historia, y sobre la cuestión de la justicia y
de las relaciones económicas internacionales, considerando la enorme desigualdad entre el
Norte y el Sur ».4 Entonces se iniciaron los trabajos preparatorios propiamente dichos,
hasta llegar a la Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos para América, celebrada en
el Vaticano del 16 de noviembre al 12 de diciembre de 1997.
El tema de la Asamblea
3. En coherencia con la
idea inicial, y oídas las sugerencias del Consejo presinodal, viva expresión del sentir
de muchos Pastores del pueblo de Dios en el Continente americano, enuncié el tema de la
Asamblea Especial del Sínodo para América en los siguientes términos: « Encuentro con
Jesucristo vivo, camino para la conversión, la comunión y la solidaridad en América ».
El tema así formulado expresa claramente la centralidad de la persona de Jesucristo
resucitado, presente en la vida de la Iglesia, que invita a la conversión, a la comunión
y a la solidaridad. El punto de partida de este programa evangelizador es ciertamente el
encuentro con el Señor. El Espíritu Santo, don de Cristo en el misterio pascual, nos
guía hacia las metas pastorales que la Iglesia en América ha de alcanzar en el tercer
milenio cristiano.
La celebración de la
Asamblea como experiencia de encuentro
4. La experiencia
vivida durante la Asamblea tuvo, sin duda, el carácter de un encuentro con el Señor.
Recuerdo gustoso, de modo especial, las dos concelebraciones solemnes que presidí en la
Basílica de San Pedro para la inauguración y para la clausura de los trabajos de la
Asamblea. El encuentro con el Señor resucitado, verdadera, real y substancialmente
presente en la Eucaristía, constituyó el clima espiritual que permitió que todos los
Obispos de la Asamblea sinodal se reconocieran, no sólo como hermanos en el Señor, sino
también como miembros del Colegio episcopal, deseosos de seguir, presididos por el
Sucesor de Pedro, las huellas del Buen Pastor, sirviendo a la Iglesia que peregrina en
todas las regiones del Continente. Fue evidente para todos la alegría de cuantos
participaron en la Asamblea, al descubrir en ella una ocasión excepcional de encuentro
con el Señor, con el Vicario de Cristo, con tantos Obispos, sacerdotes, consagrados y
laicos venidos de todas las partes del Continente.
Sin duda, ciertos
factores previos contribuyeron, de modo mediato pero eficaz, a asegurar este clima de
encuentro fraterno en la Asamblea sinodal. En primer lugar, deben señalarse las
experiencias de comunión vividas anteriormente en las Asambleas Generales del Episcopado
Latinoamericano en Río de Janeiro (1955), Medellín (1968), Puebla (1979) y Santo Domingo
(1992). En ellas los Pastores de la Iglesia en América Latina reflexionaron juntos como
hermanos sobre las cuestiones pastorales más apremiantes en esa región del Continente. A
estas Asambleas deben añadirse las reuniones periódicas interamericanas de Obispos, en
las cuales los participantes tienen la posibilidad de abrirse al horizonte de todo el
Continente, dialogando sobre los problemas y desafíos comunes que afectan a la Iglesia en
los países americanos.
Contribuir a la unidad
del Continente
5. En la primera
propuesta que hice en Santo Domingo, sobre la posibilidad de celebrar una Asamblea
Especial del Sínodo, señalé que « la Iglesia, ya a las puertas del tercer milenio
cristiano y en unos tiempos en que han caído muchas barreras y fronteras ideológicas,
siente como un deber ineludible unir espiritualmente aún más a todos los pueblos que
forman este gran Continente y, a la vez, desde la misión religiosa que le es propia,
impulsar un espíritu solidario entre todos ellos ».5 Los elementos comunes a todos los
pueblos de América, entre los que sobresale una misma identidad cristiana así como
también una auténtica búsqueda del fortalecimiento de los lazos de solidaridad y
comunión entre las diversas expresiones del rico patrimonio cultural del Continente, son
el motivo decisivo por el que quise que la Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos
dedicara sus reflexiones a América como una realidad única. La opción de usar la
palabra en singular quería expresar no sólo la unidad ya existente bajo ciertos
aspectos, sino también aquel vínculo más estrecho al que aspiran los pueblos del
Continente y que la Iglesia desea favorecer, dentro del campo de su propia misión
dirigida a promover la comunión de todos en el Señor.
En el contexto de la
nueva evangelización
6. En la perspectiva
del Gran Jubileo del año 2000 he querido que tuviera lugar una Asamblea Especial del
Sínodo de los Obispos para cada uno de los cinco Continentes: tras las dedicadas a
África (1994), América (1997), Asia (1998) y, muy recientemente, Oceanía (1998), en
este año de 1999 con la ayuda del Señor se celebrará una nueva Asamblea Especial para
Europa. De este modo, durante el año jubilar, será posible una Asamblea General
Ordinaria que sintetice y saque las conclusiones de los ricos materiales que las diversas
Asambleas continentales han ido aportando. Esto será posible por el hecho de que en todos
estos Sínodos ha habido preocupaciones semejantes y centros comunes de interés. En este
sentido, refiriéndome a esta serie de Asambleas sinodales, he señalado cómo en todas «
el tema de fondo es el de la evangelización, mejor todavía, el de la nueva
evangelización, cuyas bases fueron fijadas por la Exhortación Apostólica Evangelii
nuntiandi de Pablo VI ».6 Por ello, tanto en mi primera indicación sobre la celebración
de esta Asamblea Especial del Sínodo como más tarde en su anuncio explícito, una vez
que todos los Episcopados de América hicieron suya la idea, indiqué que sus
deliberaciones habrían de discurrir « dentro del marco de la nueva evangelización »,7
afrontando los problemas sobresalientes de la misma.8
Esta preocupación era
más obvia ya que yo mismo había formulado el primer programa de una nueva
evangelización en suelo americano. En efecto, cuando la Iglesia en toda América se
preparaba para recordar los quinientos años del comienzo de la primera evangelización
del Continente, hablando al Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) en Puerto Príncipe
(Haití) afirmé: « La conmemoración del medio milenio de evangelización tendrá su
significación plena si es un compromiso vuestro como Obispos, junto con vuestro
presbiterio y fieles; compromiso, no de reevangelización, pero sí de una evangelización
nueva. Nueva en su ardor, en sus métodos, en su expresión ».9 Más tarde invité a toda
la Iglesia a llevar a cabo esta exhortación, aunque el programa evangelizador, al
extenderse a la gran diversidad que presenta hoy el mundo entero, debe diversificarse
según dos situaciones claramente diferentes: la de los países muy afectados por el
secularismo y la de aquellos otros donde « todavía se conservan muy vivas las
tradiciones de piedad y de religiosidad popular cristiana ».10 Se trata, sin duda, de dos
situaciones presentes, en grado diverso, en diferentes países o, quizás mejor, en
diversos ambientes concretos dentro de los países del Continente americano.
Con la presencia y la
ayuda del Señor
7. El mandato de
evangelizar, que el Señor resucitado dejó a su Iglesia, va acompañado por la seguridad,
basada en su promesa, de que Él sigue viviendo y actuando entre nosotros: « He aquí que
yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo » (Mt 28, 20). Esta
presencia misteriosa de Cristo en su Iglesia es la garantía de su éxito en la
realización de la misión que le ha sido confiada. Al mismo tiempo, esa presencia hace
también posible nuestro encuentro con Él, como Hijo enviado por el Padre, como Señor de
la Vida que nos comunica su Espíritu. Un encuentro renovado con Jesucristo hará
conscientes a todos los miembros de la Iglesia en América de que están llamados a
continuar la misión del Redentor en esas tierras.
El encuentro personal
con el Señor, si es auténtico, llevará también consigo la renovación eclesial: las
Iglesias particulares del Continente, como Iglesias hermanas y cercanas entre sí,
acrecentarán los vínculos de cooperación y solidaridad para prolongar y hacer más viva
la obra salvadora de Cristo en la historia de América. En una actitud de apertura a la
unidad, fruto de una verdadera comunión con el Señor resucitado, las Iglesias
particulares, y en ellas cada uno de sus miembros, descubrirán, a través de la propia
experiencia espiritual que el « encuentro con Jesucristo vivo » es « camino para la
conversión, la comunión y la solidaridad ». Y, en la medida en que estas metas vayan
siendo alcanzadas, será posible una dedicación cada vez mayor a la nueva evangelización
de América.
CAPÍTULO
I
EL
ENCUENTRO CON JESUCRISTO VIVO
« Hemos encontrado al
Mesías » (Jn 1, 41)
Los encuentros con el
Señor en el Nuevo Testamento
8. Los Evangelios
relatan numerosos encuentros de Jesús con hombres y mujeres de su tiempo. Una
característica común a todos estos episodios es la fuerza transformadora que tienen y
manifiestan los encuentros con Jesús, ya que « abren un auténtico proceso de
conversión, comunión y solidaridad ».11 Entre los más significativos está el de la
mujer samaritana (cf. Jn 4, 5-42). Jesús la llama para saciar su sed, que no era sólo
material, pues, en realidad, « el que pedía beber, tenía sed de la fe de la misma mujer
».12 Al decirle, « dame de beber » (Jn 4, 7), y al hablarle del agua viva, el Señor
suscita en la samaritana una pregunta, casi una oración, cuyo alcance real supera lo que
ella podía comprender en aquel momento: « Señor, dame de esa agua, para que no tenga
más sed » (Jn 4, 15). La samaritana, aunque « todavía no entendía »,13 en realidad
estaba pidiendo el agua viva de que le hablaba su divino interlocutor. Al revelarle Jesús
su mesianidad (cf. Jn 4, 26), la samaritana se siente impulsada a anunciar a sus
conciudadanos que ha descubierto el Mesías (cf. Jn 4, 28-30). Así mismo, cuando Jesús
encuentra a Zaqueo (cf. Lc 19, 1-10) el fruto más preciado es su conversión: éste,
consciente de las injusticias que ha cometido, decide devolver con creces —« el
cuádruple »— a quienes había defraudado. Además, asume una actitud de
desprendimiento de las cosas materiales y de caridad hacia los necesitados, que lo lleva a
dar a los pobres la mitad de sus bienes. Una mención especial merecen los encuentros con
Cristo resucitado narrados en el Nuevo Testamento. Gracias a su encuentro con el
Resucitado, María Magdalena supera el desaliento y la tristeza causados por la muerte del
Maestro (cf. Jn 20, 11-18). En su nueva dimensión pascual, Jesús la envía a anunciar a
los discípulos que Él ha resucitado (cf. Jn 20, 17). Por este hecho se ha llamado a
María Magdalena « la apóstol de los apóstoles ».14 Por su parte, los discípulos de
Emaús, después de encontrar y reconocer al Señor resucitado, vuelven a Jerusalén para
contar a los apóstoles y a los demás discípulos lo que les había sucedido (cf. Lc 24,
13-35). Jesús, « empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les
explicó lo que había sobre él en todas las Escrituras » (Lc 24, 27). Los dos
discípulos reconocerían más tarde que su corazón ardía mientras el Señor les hablaba
en el camino explicándoles las Escrituras (cf. Lc 24, 32). No hay duda de que san Lucas
al narrar este episodio, especialmente el momento decisivo en que los dos discípulos
reconocen a Jesús, hace una alusión explícita a los relatos de la institución de la
Eucaristía, es decir, al modo como Jesús actuó en la Última Cena (cf. Lc 24, 30). El
evangelista, para relatar lo que los discípulos de Emaús cuentan a los Once, utiliza una
expresión que en la Iglesia naciente tenía un significado eucarístico preciso: « Le
habían conocido en la fracción del pan » (Lc 24, 35).
Entre los encuentros
con el Señor resucitado, uno de los que han tenido un influjo decisivo en la historia del
cristianismo es, sin duda, la conversión de Saulo, el futuro Pablo y apóstol de los
gentiles, en el camino de Damasco. Allí tuvo lugar el cambio radical de su existencia, de
perseguidor a apóstol (cf. Hch 9, 3-30; 22, 6-11; 26, 12-18). El mismo Pablo habla de
esta extraordinaria experiencia como de una revelación del Hijo de Dios « para que le
anunciase entre los gentiles » (Ga 1, 16). La invitación del Señor respeta siempre la
libertad de los que llama. Hay casos en que el hombre, al encontrarse con Jesús, se
cierra al cambio de vida al que Él lo invita. Fueron numerosos los casos de
contemporáneos de Jesús que lo vieron y oyeron, y, sin embargo, no se abrieron a su
palabra. El Evangelio de san Juan señala el pecado como la causa que impide al ser humano
abrirse a la luz que es Cristo: « Vino la luz al mundo y los hombres amaron más las
tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas » (Jn 3, 19). Los textos evangélicos
enseñan que el apego a las riquezas es un obstáculo para acoger el llamado a un
seguimiento generoso y pleno de Jesús. Típico es, a este respecto, el caso del joven
rico (cf. Mt 19, 16-22; Mc 10, 17-22; Lc 18, 18-23).
Encuentros personales y
encuentros comunitarios
9. Algunos encuentros
con Jesús, narrados en los Evangelios, son claramente personales como, por ejemplo, las
llamadas vocacionales (cf. Mt 4, 19; 9, 9; Mc 10, 21; Lc 9, 59). En ellos Jesús trata con
intimidad a sus interlocutores: « Rabbí —que quiere decir "Maestro"—
¿dónde vives? » [...] « Venid y lo veréis » (Jn 1, 38-39). Otras veces, en cambio,
los encuentros tienen un carácter comunitario. Así son, en concreto, los encuentros con
los Apóstoles, que tienen una importancia fundamental para la constitución de la
Iglesia. En efecto, los Apóstoles, elegidos por Jesús de entre un grupo más amplio de
discípulos (cf. Mc 3, 13-19; Lc 6, 12-16), son objeto de una formación especial y de una
comunicación más íntima. A la multitud Jesús le habla en parábolas que sólo explica
a los Doce: « Es que a vosotros se os ha dado a conocer los misterios del Reino de los
Cielos, pero a ellos no » (Mt 13, 11). Los Apóstoles están llamados a ser los
anunciadores de la Buena Nueva y a desarrollar una misión especial para edificar la
Iglesia con la gracia de los Sacramentos. Para este fin, reciben la potestad necesaria:
les da el poder de perdonar los pecados apelando a la plenitud de ese mismo poder en el
cielo y en la tierra que el Padre le ha dado (cf. Mt 28, 18). Ellos serán los primeros en
recibir el don del Espíritu Santo (cf. Hch 2, 1-4), don que recibirán más tarde quienes
se incorporen a la Iglesia por los sacramentos de la iniciación cristiana (cf. Hch 2,
38).
El encuentro con Cristo
en el tiempo de la Iglesia
10. La Iglesia es el
lugar donde los hombres, encontrando a Jesús, pueden descubrir el amor del Padre: en
efecto, el que ha visto a Jesús ha visto al Padre (cf. Jn 14, 9). Jesús, después de su
ascensión al cielo, actúa mediante la acción poderosa del Paráclito (cf. Jn 16, 7),
que transforma a los creyentes dándoles la nueva vida. De este modo ellos llegan a ser
capaces de amar con el mismo amor de Dios, « que ha sido derramado en nuestros corazones
por el Espíritu Santo que se nos ha dado » (Rm 5, 5). La gracia divina prepara, además,
a los cristianos a ser agentes de la transformación del mundo, instaurando en él una
nueva civilización, que mi predecesor Pablo VI llamó justamente «civilización del
amor».15
En efecto, « el Verbo
de Dios, asumiendo en todo la naturaleza humana menos en el pecado (cf. Hb 4, 11),
manifiesta el plan del Padre, de revelar a la persona humana el modo de llegar a la
plenitud de su propia vocación [...] Así, Jesús no sólo reconcilia al hombre con Dios,
sino que lo reconcilia también consigo mismo, revelándole su propia naturaleza ».16 Con
estas palabras los Padres sinodales, en la línea del Concilio Vaticano II, han reafirmado
que Jesús es el camino a seguir para llegar a la plena realización personal, que culmina
en el encuentro definitivo y eterno con Dios. « Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida.
Nadie va al Padre sino por mí » (Jn 14, 6). Dios nos « predestinó a reproducir la
imagen de su Hijo, para que fuera él el primogénito entre muchos hermanos » (Rm 8, 29).
Jesucristo es, pues, la respuesta definitiva a la pregunta sobre el sentido de la vida y a
los interrogantes fundamentales que asedian también hoy a tantos hombres y mujeres del
continente americano.
Por medio de María
encontramos a Jesús
11. Cuando nació
Jesús, los magos de Oriente acudieron a Belén y « vieron al Niño con María su Madre
» (Mt 2, 11). Al inicio de la vida pública, en las bodas de Caná, cuando el Hijo de
Dios realizó el primero de sus signos, suscitando la fe de los discípulos (Jn 2, 11), es
María la que interviene y orienta a los servidores hacia su Hijo con estas palabras: «
Haced lo que él os diga » (Jn 2, 5). A este respecto, he escrito en otra ocasión: « La
Madre de Cristo se presenta ante los hombres como portavoz de la voluntad del Hijo,
indicadora de aquellas exigencias que deben cumplirse para que pueda manifestarse el poder
salvífico del Mesías ».17 Por eso, María es un camino seguro para encontrar a Cristo.
La piedad hacia la Madre del Señor, cuando es auténtica, anima siempre a orientar la
propia vida según el espíritu y los valores del Evangelio.
¿Cómo no poner de
relieve el papel que la Virgen tiene respecto a la Iglesia peregrina en América, en
camino al encuentro con el Señor? En efecto, la Santísima Virgen, « de manera especial,
está ligada al nacimiento de la Iglesia en la historia de [...] los pueblos de América,
que por María llegaron al encuentro con el Señor ».18 En todas las partes del
Continente la presencia de la Madre de Dios ha sido muy intensa desde los días de la
primera evangelización, gracias a la labor de los misioneros. En su predicación, « el
Evangelio ha sido anunciado presentando a la Virgen María como su realización más alta.
Desde los orígenes —en su advocación de Guadalupe— María constituyó el gran
signo, de rostro maternal y misericordioso, de la cercanía del Padre y de Cristo, con
quienes ella nos invita a entrar en comunión ».19
La aparición de María
al indio Juan Diego en la colina del Tepeyac, el año 1531, tuvo una repercusión decisiva
para la evangelización.20 Este influjo va más allá de los confines de la nación
mexicana, alcanzando todo el Continente. Y América, que históricamente ha sido y es
crisol de pueblos, ha reconocido « en el rostro mestizo de la Virgen del Tepeyac, [...]
en Santa María de Guadalupe, [...] un gran ejemplo de evangelización perfectamente
inculturada ».21 Por eso, no sólo en el Centro y en el Sur, sino también en el Norte
del Continente, la Virgen de Guadalupe es venerada como Reina de toda América.22 A lo
largo del tiempo ha ido creciendo cada vez más en los Pastores y fieles la conciencia del
papel desarrollado por la Virgen en la evangelización del Continente. En la oración
compuesta para la Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos para América, María
Santísima de Guadalupe es invocada como « Patrona de toda América y Estrella de la
primera y de la nueva evangelización ». En este sentido, acojo gozoso la propuesta de
los Padres sinodales de que el día 12 de diciembre se celebre en todo el Continente la
fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe, Madre y Evangelizadora de América.23 Abrigo en mi
corazón la firme esperanza de que ella, a cuya intercesión se debe el fortalecimiento de
la fe de los primeros discípulos (cf. Jn 2, 11), guíe con su intercesión maternal a la
Iglesia en este Continente, alcanzándole la efusión del Espíritu Santo como en la
Iglesia naciente (cf. Hch 1, 14), para que la nueva evangelización produzca un
espléndido florecimiento de vida cristiana.
Lugares de encuentro
con Cristo
12. Contando con el
auxilio de María, la Iglesia en América desea conducir a los hombres y mujeres de este
Continente al encuentro con Cristo, punto de partida para una auténtica conversión y
para una renovada comunión y solidaridad. Este encuentro contribuirá eficazmente a
consolidar la fe de muchos católicos, haciendo que madure en fe convencida, viva y
operante. Para que la búsqueda de Cristo presente en su Iglesia no se reduzca a algo
meramente abstracto, es necesario mostrar los lugares y momentos concretos en los que,
dentro de la Iglesia, es posible encontrarlo. La reflexión de los Padres sinodales a este
respecto ha sido rica en sugerencias y observaciones. Ellos han señalado, en primer
lugar, « la Sagrada Escritura leída a la luz de la Tradición, de los Padres y del
Magisterio, profundizada en la meditación y la oración ».24 Se ha recomendado fomentar
el conocimiento de los Evangelios, en los que se proclama, con palabras fácilmente
accesibles a todos, el modo como Jesús vivió entre los hombres. La lectura de estos
textos sagrados, cuando se escucha con la misma atención con que las multitudes
escuchaban a Jesús en la ladera del monte de las Bienaventuranzas o en la orilla del lago
de Tiberíades mientras predicaba desde la barca, produce verdaderos frutos de conversión
del corazón.
Un segundo lugar para
el encuentro con Jesús es la sagrada Liturgia.25 Al Concilio Vaticano II debemos una
riquísima exposición de las múltiples presencias de Cristo en la Liturgia, cuya
importancia debe llevar a hacer de ello objeto de una constante predicación: Cristo está
presente en el celebrante que renueva en el altar el mismo y único sacrificio de la Cruz;
está presente en los Sacramentos en los que actúa su fuerza eficaz. Cuando se proclama
su palabra, es Él mismo quien nos habla. Está presente además en la comunidad, en
virtud de su promesa: « Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en
medio de ellos » (Mt 18, 20). Está presente « sobre todo bajo las especies
eucarísticas ».26 Mi predecesor Pablo VI creyó necesario explicar la singularidad de la
presencia real de Cristo en la Eucaristía, que « se llama "real" no por
exclusión, como si las otras presencias no fueran "reales", sino por
antonomasia, porque es substancial ».27 Bajo las especies de pan y vino, « Cristo todo
entero está presente en su "realidad física" aún corporalmente ».28
La Escritura y la
Eucaristía, como lugares de encuentro con Cristo, están sugeridas en el relato de la
aparición del Resucitado a los dos discípulos de Emaús. Además, el texto del Evangelio
sobre el juicio final (cf. Mt 25, 31-46), en el que se afirma que seremos juzgados sobre
el amor a los necesitados, en quienes misteriosamente está presente el Señor Jesús,
indica que no se debe descuidar un tercer lugar de encuentro con Cristo: « Las personas,
especialmente los pobres, con los que Cristo se identifica ».29 Como recordaba el Papa
Pablo VI, al clausurar el Concilio Vaticano II, « en el rostro de cada hombre,
especialmente si se ha hecho transparente por sus lágrimas y por sus dolores, podemos y
debemos reconocer el rostro de Cristo (cf. Mt 25, 40), el Hijo del hombre ».30
CAPÍTULO
II
EL
ENCUENTRO CON JESUCRISTO EN EL HOY DE AMERICA
« A quien se le dio mucho, se le reclamará mucho » (Lc 12, 48)
« A quien se le dio mucho, se le reclamará mucho » (Lc 12, 48)
Situación de los hombres y mujeres de América y su encuentro con el Señor
13. En los Evangelios
se narran encuentros con Cristo de personas en situaciones muy diferentes. A veces se
trata de situaciones de pecado, que dejan entrever la necesidad de la conversión y del
perdón del Señor. En otras circunstancias se dan actitudes positivas de búsqueda de la
verdad, de auténtica confianza en Jesús, que llevan a establecer una relación de
amistad con Él, y que estimulan el deseo de imitarlo. No pueden olvidarse tampoco los
dones con los que el Señor prepara a algunos para un encuentro posterior. Así Dios,
haciendo a María « llena de gracia » (Lc 1, 28) desde el primer momento, la preparó
para que en ella tuviera lugar el más importante encuentro divino con la naturaleza
humana: el misterio inefable de la Encarnación. Como los pecados y las virtudes sociales
no existen en abstracto, sino que son el resultado de actos personales,31 es necesario
tener presente que América es hoy una realidad compleja, fruto de las tendencias y modos
de proceder de los hombres y mujeres que lo habitan. En esta situación real y concreta es
donde ellos han de encontrarse con Jesús.
Identidad cristiana de
América
14. El mayor don que
América ha recibido del Señor es la fe, que ha ido forjando su identidad cristiana. Hace
ya más de quinientos años que el nombre de Cristo comenzó a ser anunciado en el
Continente. Fruto de la evangelización, que ha acompañado los movimientos migratorios
desde Europa, es la fisonomía religiosa americana, impregnada de los valores morales que,
si bien no siempre se han vivido coherentemente y en ocasiones se han puesto en
discusión, pueden considerarse en cierto modo patrimonio de todos los habitantes de
América, incluso de quienes no se identifican con ellos. Es claro que la identidad
cristiana de América no puede considerarse como sinónimo de identidad católica. La
presencia de otras confesiones cristianas en grado mayor o menor en diferentes partes de
América, hace especialmente urgente el compromiso ecuménico, para buscar la unidad entre
todos los creyentes en Cristo.32
Frutos de santidad
15. La expresión y los
mejores frutos de la identidad cristiana de América son sus santos. En ellos, el
encuentro con Cristo vivo « es tan profundo y comprometido [...] que se convierte en
fuego que lo consume todo, e impulsa a construir su Reino, a hacer que Él y la nueva
alianza sean el sentido y el alma de [...] la vida personal y comunitaria ».33 América
ha visto florecer los frutos de la santidad desde los comienzos de su evangelización.
Este es el caso de santa Rosa de Lima (1586-1617), « la primera flor de santidad en el
Nuevo Mundo », proclamada patrona principal de América en 1670 por el Papa Clemente X.34
Después de ella, el santoral americano se ha ido incrementando hasta alcanzar su amplitud
actual.35 Las beatificaciones y canonizaciones, con las que no pocos hijos e hijas del
Continente han sido elevados al honor de los altares, ofrecen modelos heroicos de vida
cristiana en la diversidad de estados de vida y de ambientes sociales. La Iglesia, al
beatificarlos o canonizarlos, ve en ellos a poderosos intercesores unidos a Jesucristo,
sumo y eterno Sacerdote, mediador entre Dios y los hombres. Los Beatos y Santos de
América acompañan con solicitud fraterna a los hombres y mujeres de su tierra que, entre
gozos y sufrimientos, caminan hacia el encuentro definitivo con el Señor.36 Para fomentar
cada vez más su imitación y para que los fieles recurran de una manera más frecuente y
fructuosa a su intercesión, considero muy oportuna la propuesta de los Padres sinodales
de preparar « una colección de breves biografías de los Santos y Beatos americanos.
Esto puede iluminar y estimular en América la respuesta a la vocación universal a la
santidad ».37
Entre sus Santos, « la
historia de la evangelización de América reconoce numerosos mártires, varones y
mujeres, tanto Obispos, como presbíteros, religiosos y laicos, que con su sangre regaron
[...] [estas] naciones. Ellos, como nube de testigos (cf. Hb 12, 1), nos estimulan para
que asumamos hoy, sin temor y ardorosamente, la nueva evangelización ».38 Es necesario
que sus ejemplos de entrega sin límites a la causa del Evangelio sean no sólo
preservados del olvido, sino más conocidos y difundidos entre los fieles del Continente.
Al respecto, escribía en la Tertio millennio adveniente: « Las Iglesias locales hagan
todo lo posible por no perder el recuerdo de quienes han sufrido el martirio, recogiendo
para ello la documentación necesaria ».39
La piedad popular
16. Una característica
peculiar de América es la existencia de una piedad popular profundamente enraizada en sus
diversas naciones. Está presente en todos los niveles y sectores sociales, revistiendo
una especial importancia como lugar de encuentro con Cristo para todos aquellos que con
espíritu de pobreza y humildad de corazón buscan sinceramente a Dios (cf. Mt 11, 25).
Las expresiones de esta piedad son numerosas: « Las peregrinaciones a los santuarios de
Cristo, de la Santísima Virgen y de los santos, la oración por las almas del purgatorio,
el uso de sacramentales (agua, aceite, cirios...). Éstas y tantas otras expresiones de la
piedad popular ofrecen oportunidad para que los fieles encuentren a Cristo viviente ».40
Los Padres sinodales han subrayado la urgencia de descubrir, en las manifestaciones de la
religiosidad popular, los verdaderos valores espirituales, para enriquecerlos con los
elementos de la genuina doctrina católica, a fin de que esta religiosidad lleve a un
compromiso sincero de conversión y a una experiencia concreta de caridad.41 La piedad
popular, si está orientada convenientemente, contribuye también a acrecentar en los
fieles la conciencia de pertenecer a la Iglesia, alimentando su fervor y ofreciendo así
una respuesta válida a los actuales desafíos de la secularización.42
Ya que en América la
piedad popular es expresión de la inculturación de la fe católica y muchas de sus
manifestaciones han asumido formas religiosas autóctonas, es oportuno destacar la
posibilidad de sacar de ellas, con clarividente prudencia, indicaciones válidas para una
mayor inculturación del Evangelio.43 Ello es especialmente importante entre las
poblaciones indígenas, para que « las semillas del Verbo » presentes en sus culturas
lleguen a su plenitud en Cristo.44 Lo mismo debe decirse de los americanos de origen
africano. La Iglesia « reconoce que tiene la obligación de acercarse a estos americanos
a partir de su cultura, considerando seriamente las riquezas espirituales y humanas de
esta cultura que marca su modo de celebrar el culto, su sentido de alegría y de
solidaridad, su lengua y sus tradiciones ».45
Presencia
católico-oriental en América
17. La inmigración a
América es casi una constante de su historia desde los comienzos de la evangelización
hasta nuestros días. Dentro de este complejo fenómeno debe señalarse que, en los
últimos tiempos, diversas regiones de América han acogido a numerosos miembros de las
Iglesias católicas orientales que, por diversas causas, han abandonado sus territorios de
origen. Un primer movimiento migratorio procedía, sobre todo, de Ucrania occidental;
posteriormente se ha extendido a las naciones del Medio Oriente. De este modo, ha sido
necesaria pastoralmente la creación de una jerarquía católica oriental para estos
fieles inmigrantes y para sus descendientes. Las normas emanadas por el Concilio Vaticano
II, que los Padres sinodales han recordado, reconocen que las Iglesias orientales «
tienen derecho y obligación de regirse según sus respectivas disciplinas peculiares »,
ya que tienen la misión de dar testimonio de una antiquísima tradición doctrinal,
litúrgica y monástica. Por otra parte, dichas Iglesias deben conservar sus propias
disciplinas, ya que éstas « son más adaptadas a las costumbres de sus fieles y resultan
más adecuadas para procurar el bien de las almas ».46 Si la Comunidad eclesial universal
necesita la sinergia entre las Iglesias particulares de Oriente y de Occidente para poder
respirar con sus dos pulmones, en la esperanza de lograr hacerlo plenamente a través de
la perfecta comunión entre la Iglesia católica y las orientales separadas,47 hay que
alegrarse por la reciente implantación de Iglesias orientales junto a las latinas,
establecidas allí desde el principio, porque de este modo puede manifestarse mejor la
catolicidad de la Iglesia del Señor.48
La Iglesia en el campo
de la educación y de la acción social
18. Entre los factores
que favorecen la influencia de la Iglesia en la formación cristiana de los americanos,
debe señalarse su amplia presencia en el campo de la educación y, de modo especial, en
el mundo universitario. Las numerosas Universidades católicas diseminadas por el
Continente son un rasgo característico de la vida eclesial en América. Así mismo, en la
enseñanza primaria y secundaria el alto número de escuelas católicas ofrece la
posibilidad de una acción evangelizadora de alcance muy amplio, siempre que vaya
acompañada por una decidida voluntad de impartir una educación verdaderamente
cristiana.49
Otro campo importante
en el que la Iglesia está presente en toda América es el de la asistencia caritativa y
social. Las múltiples iniciativas para la atención de los ancianos, los enfermos y de
cuantos están necesitados de auxilio en asilos, hospitales, dispensarios, comedores
gratuitos y otros centros sociales, son testimonio palpable del amor preferencial por los
pobres que la Iglesia en América lleva adelante movida por el amor a su Señor y
consciente de que « Jesús se ha identificado con ellos (cf. Mt 25, 31-46) ».50 En esta
tarea, que no conoce fronteras, la Iglesia ha sabido crear una conciencia de solidaridad
concreta entre las diversas comunidades del Continente y del mundo entero, manifestando
así la fraternidad que debe caracterizar a los cristianos de todo tiempo y lugar. El
servicio a los pobres, para que sea evangélico y evangelizador, ha de ser fiel reflejo de
la actitud de Jesús, que vino « para anunciar a los pobres la Buena Nueva » (Lc 4, 18).
Realizado con este espíritu, llega a ser manifestación del amor infinito de Dios por
todos los hombres y un modo elocuente de transmitir la esperanza de salvación que Cristo
ha traído al mundo, y que resplandece de manera particular cuando es comunicada a los
abandonados y desechados de la sociedad.
Esta constante
dedicación a los pobres y desheredados se refleja en el Magisterio social de la Iglesia,
que no se cansa de invitar a la comunidad cristiana a comprometerse en la superación de
toda forma de explotación y opresión. En efecto, se trata no sólo de aliviar las
necesidades más graves y urgentes mediante acciones individuales y esporádicas, sino de
poner de relieve las raíces del mal, proponiendo intervenciones que den a las estructuras
sociales, políticas y económicas una configuración más justa y solidaria.
Creciente respeto de
los derechos humanos
19. En el ámbito
civil, pero con implicaciones morales inmediatas, debe señalarse entre los aspectos
positivos de la América actual la creciente implantación en todo el Continente de
sistemas políticos democráticos y la progresiva reducción de regímenes dictatoriales.
La Iglesia ve con agrado esta evolución, en la medida en que esto favorezca cada vez más
un evidente respeto de los derechos de cada uno, incluidos los del procesado y del reo,
respecto a los cuales no es legítimo el recurso a métodos de detención y de
interrogatorio —pienso concretamente en la tortura— lesivos de la dignidad
humana. En efecto, « el Estado de Derecho es la condición necesaria para establecer una
verdadera democracia ».51
Por otra parte, la
existencia de un Estado de Derecho implica en los ciudadanos y, más aún, en la clase
dirigente el convencimiento de que la libertad no puede estar desvinculada de la verdad.52
En efecto, « los graves problemas que amenazan la dignidad de la persona humana, la
familia, el matrimonio, la educación, la economía y las condiciones de trabajo, la
calidad de la vida y la vida misma, proponen la cuestión del Derecho ».53 Los Padres
sinodales han subrayado con razón que « los derechos fundamentales de la persona humana
están inscritos en su misma naturaleza, son queridos por Dios y, por tanto, exigen su
observancia y aceptación universal. Ninguna autoridad humana puede transgredirlos
apelando a la mayoría o a los consensos políticos, con el pretexto de que así se
respetan el pluralismo y la democracia. Por ello, la Iglesia debe comprometerse en formar
y acompañar a los laicos que están presentes en los órganos legislativos, en el
gobierno y en la administración de la justicia, para que las leyes expresen siempre los
principios y los valores morales que sean conformes con una sana antropología y que
tengan presente el bien común ».54
El fenómeno de la
globalización
20. Una característica
del mundo actual es la tendencia a la globalización, fenómeno que, aun no siendo
exclusivamente americano, es más perceptible y tiene mayores repercusiones en América.
Se trata de un proceso que se impone debido a la mayor comunicación entre las diversas
partes del mundo, llevando prácticamente a la superación de las distancias, con efectos
evidentes en campos muy diversos. Desde el punto de vista ético, puede tener una
valoración positiva o negativa. En realidad, hay una globalización económica que trae
consigo ciertas consecuencias positivas, como el fomento de la eficiencia y el incremento
de la producción, y que, con el desarrollo de las relaciones entre los diversos países
en lo económico, puede fortalecer el proceso de unidad de los pueblos y realizar mejor el
servicio a la familia humana. Sin embargo, si la globalización se rige por las meras
leyes del mercado aplicadas según las conveniencias de los poderosos, lleva a
consecuencias negativas. Tales son, por ejemplo, la atribución de un valor absoluto a la
economía, el desempleo, la disminución y el deterioro de ciertos servicios públicos, la
destrucción del ambiente y de la naturaleza, el aumento de las diferencias entre ricos y
pobres, y la competencia injusta que coloca a las naciones pobres en una situación de
inferioridad cada vez más acentuada.55 La Iglesia, aunque reconoce los valores positivos
que la globalización comporta, mira con inquietud los aspectos negativos derivados de
ella.
¿Y qué decir de la
globalización cultural producida por la fuerza de los medios de comunicación social?
Éstos imponen nuevas escalas de valores por doquier, a menudo arbitrarios y en el fondo
materialistas, frente a los cuales es muy difícil mantener viva la adhesión a los
valores del Evangelio.
La urbanización
creciente
21. El fenómeno de la
urbanización continúa creciendo también en América. Desde hace algunos lustros el
Continente está viviendo un éxodo constante del campo a la ciudad. Se trata de un
fenómeno complejo, ya descrito por mi predecesor Pablo VI.56 Las causas de este fenómeno
son varias, pero entre ellas sobresale principalmente la pobreza y el subdesarrollo de las
zonas rurales, donde con frecuencia faltan los servicios, las comunicaciones, las
estructuras educativas y sanitarias. La ciudad, además, con las características de
diversión y bienestar con que no pocas veces la presentan los medios de comunicación
social, ejerce un atractivo especial para las gentes sencillas del campo. La frecuente
falta de planificación en este proceso acarrea muchos males. Como han señalado los
Padres sinodales, « en ciertos casos, algunas partes de las ciudades son como islas en
las que se acumula la violencia, la delincuencia juvenil y la atmósfera de desesperación
».57 El fenómeno de la urbanización presenta asimismo grandes desafíos a la acción
pastoral de la Iglesia, que ha de hacer frente al desarraigo cultural, la pérdida de
costumbres familiares y al alejamiento de las propias tradiciones religiosas, que no pocas
veces lleva al naufragio de la fe, privada de aquellas manifestaciones que contribuían a
sostenerla.
Evangelizar la cultura
urbana es, pues, un reto apremiante para la Iglesia, que así como supo evangelizar la
cultura rural durante siglos, está hoy llamada a llevar a cabo una evangelización urbana
metódica y capilar mediante la catequesis, la liturgia y las propias estructuras
pastorales.58
El peso de la deuda
externa
22. Los Padres
sinodales han manifestado su preocupación por la deuda externa que afecta a muchas
naciones americanas, expresando de este modo su solidaridad con las mismas. Ellos llaman
justamente la atención de la opinión pública sobre la complejidad del tema,
reconociendo « que la deuda es frecuentemente fruto de la corrupción y de la mala
administración ».59 En el espíritu de la reflexión sinodal, este reconocimiento no
pretende concentrar en un sólo polo las responsabilidades de un fenómeno que es
sumamente complejo en su origen y en sus soluciones.60 En efecto, entre las múltiples
causas que han llevado a una deuda externa abrumadora deben señalarse no sólo los
elevados intereses, fruto de políticas financieras especulativas, sino también la
irresponsabilidad de algunos gobernantes que, al contraer la deuda, no reflexionaron
suficientemente sobre las posibilidades reales de pago, con el agravante de que sumas
ingentes obtenidas mediante préstamos internacionales se han destinado a veces al
enriquecimiento de personas concretas, en vez de ser dedicadas a sostener los cambios
necesarios para el desarrollo del país. Por otra parte, sería injusto que las
consecuencias de estas decisiones irresponsables pesaran sobre quienes no las tomaron. La
gravedad de la situación es aún más comprensible, si se tiene en cuenta que « ya el
mero pago de los intereses es un peso sobre la economía de las naciones pobres, que quita
a las autoridades la disponibilidad del dinero necesario para el desarrollo social, la
educación, la sanidad y la institución de un depósito para crear trabajo ».61
La corrupción
23. La corrupción,
frecuentemente presente entre las causas de la agobiante deuda externa, es un problema
grave que debe ser considerado atentamente. La corrupción « sin guardar límites, afecta
a las personas, a las estructuras públicas y privadas de poder y a las clases dirigentes
». Se trata de una situación que « favorece la impunidad y el enriquecimiento ilícito,
la falta de confianza con respecto a las instituciones políticas, sobre todo en la
administración de la justicia y en la inversión pública, no siempre clara, igual y
eficaz para todos ».62 A este propósito, deseo recordar cuanto escribí en el Mensaje
para la Jornada mundial de la Paz de 1998, que la lacra de la corrupción ha de ser
denunciada y combatida con valentía por quienes detentan la autoridad y con la «
colaboración generosa de todos los ciudadanos, sostenidos por una fuerte conciencia moral
».63 Los adecuados organismos de control y la transparencia de las transacciones
económicas y financieras previenen ulteriormente y evitan en muchos casos que se extienda
la corrupción, cuyas consecuencias nefastas recaen principalmente sobre los más pobres y
desvalidos. Son además los pobres los primeros en sufrir los retrasos, la ineficiencia,
la ausencia de una defensa adecuada y las carencias estructurales, cuando la
administración de la justicia es corrupta.
Comercio y consumo de
drogas
24. El comercio y el
consumo de drogas son una seria amenaza para las estructuras sociales de las naciones en
América. Esto « contribuye a los crímenes y a la violencia, a la destrucción de la
vida familiar, a la destrucción física y emocional de muchos individuos y comunidades,
sobre todo entre los jóvenes. Corroe la dimensión ética del trabajo y contribuye a
aumentar el número de personas en las cárceles, en una palabra, a la degradación de la
persona en cuanto creada a imagen de Dios ».64 Este nefasto comercio lleva también « a
destruir gobiernos, corroyendo la seguridad económica y la estabilidad de las naciones
».65 Estamos ante uno de los desafíos más apremiantes a los que deben enfrentarse
muchas naciones del mundo. En efecto, es un desafío que hipoteca gran parte de los logros
obtenidos en los últimos tiempos para el progreso de la humanidad. Para algunas naciones
de América, la producción, el tráfico y el consumo de drogas son factores que
comprometen su prestigio internacional, porque limitan su credibilidad y dificultan la
deseada colaboración con otros países, tan necesaria en nuestros días para el
desarrollo armónico de cada pueblo.
Preocupación por la
ecología
25. « Y vio Dios que
estaba bien » (Gn 1, 25). Estas palabras que leemos en el primer capítulo del Libro del
Génesis, muestran el sentido de la obra realizada por Él. El Creador confía al hombre,
coronación de toda la obra de la creación, el cuidado de la tierra (cf. Gn 2, 15). De
aquí surgen obligaciones muy concretas para cada persona relativas a la ecología. Su
cumplimiento supone la apertura a una perspectiva espiritual y ética, que supere las
actitudes y « los estilos de vida conducidos por el egoísmo que llevan al agotamiento de
los recursos naturales ».66 Incluso en este sector, hoy tan actual, es muy importante la
intervención de los creyentes. Es necesaria la colaboración de todos los hombres de
buena voluntad con las instancias legislativas y de gobierno para conseguir una
protección eficaz del medio ambiente, considerado como don de Dios. ¡Cuántos abusos y
daños ecológicos se dan también en muchas regiones americanas! Baste pensar en la
emisión incontrolada de gases nocivos o en el dramático fenómeno de los incendios
forestales, provocados a veces intencionadamente por personas movidas por intereses
egoístas. Estas devastaciones pueden conducir a una verdadera desertización de no pocas
zonas de América, con las inevitables secuelas de hambre y miseria. El problema se
plantea, con especial intensidad, en la selva amazónica, inmenso territorio que abarca
varias naciones: del Brasil a la Guayana, a Surinam, Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú y
Bolivia.67 Es uno de los espacios naturales más apreciados en el mundo por su diversidad
biológica, siendo vital para el equilibrio ambiental de todo el planeta.
CAPÍTULO
III
CAMINO
DE CONVERSION
«Arrepentíos,
pues, y convertíos» (Hch 3, 19)
Urgencia del llamado a
la conversión
26. « El tiempo se ha
cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva » (Mc 1,
15). Estas palabras de Jesús, con las que comenzó su ministerio en Galilea, deben seguir
resonando en los oídos de los Obispos, presbíteros, diáconos, personas consagradas y
fieles laicos de toda América. Tanto la reciente celebración del V Centenario del
comienzo de la evangelización de América, como la conmemoración de los 2000 años del
Nacimiento de Jesús, el gran Jubileo que nos disponemos a celebrar, son una llamada a
profundizar en la propia vocación cristiana. La grandeza del acontecimiento de la
Encarnación y la gratitud por el don del primer anuncio del Evangelio en América invitan
a responder con prontitud a Cristo con una conversión personal más decidida y, al mismo
tiempo, estimulan a una fidelidad evangélica cada vez más generosa. La exhortación de
Cristo a convertirse resuena también en la del Apóstol: « Es ya hora de levantaros del
sueño, que la salvación está más cerca de nosotros que cuando abrazamos la fe » (Rm
13, 11). El encuentro con Jesús vivo, mueve a la conversión.
Para hablar de
conversión, el Nuevo Testamento utiliza la palabra metanoia, que quiere decir cambio de
mentalidad. No se trata sólo de un modo distinto de pensar a nivel intelectual, sino de
la revisión del propio modo de actuar a la luz de los criterios evangélicos. A este
respecto, san Pablo habla de « la fe que actúa por la caridad » (Ga 5, 6). Por ello, la
auténtica conversión debe prepararse y cultivarse con la lectura orante de la Sagrada
Escritura y la recepción de los sacramentos de la Reconciliación y la Eucaristía. La
conversión conduce a la comunión fraterna, porque ayuda a comprender que Cristo es la
cabeza de la Iglesia, su Cuerpo místico; mueve a la solidaridad, porque nos hace
conscientes de que lo que hacemos a los demás, especialmente a los más necesitados, se
lo hacemos a Cristo. La conversión favorece, por tanto, una vida nueva, en la que no haya
separación entre la fe y las obras en la respuesta cotidiana a la universal llamada a la
santidad. Superar la división entre fe y vida es indispensable para que se pueda hablar
seriamente de conversión. En efecto, cuando existe esta división, el cristianismo es
sólo nominal. Para ser verdadero discípulo del Señor, el creyente ha de ser testigo de
la propia fe, pues « el testigo no da sólo testimonio con las palabras, sino con su vida
».68 Hemos de tener presentes las palabras de Jesús: « No todo el que me diga:
"Señor, Señor", entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la
voluntad de mi Padre celestial » (Mt 7, 21). La apertura a la voluntad del Padre supone
una disponibilidad total, que no excluye ni siquiera la entrega de la propia vida: « El
máximo testimonio es el martirio ».69
Dimensión social de la
conversión
27. La conversión no
es completa si falta la conciencia de las exigencias de la vida cristiana y no se pone
esfuerzo en llevarlas a cabo. A este respecto, los Padres sinodales han señalado que, por
desgracia, « existen grandes carencias de orden personal y comunitario con respecto a una
conversión más profunda y con respecto a las relaciones entre los ambientes, las
instituciones y los grupos en la Iglesia ».70 « Quien no ama a su hermano, a quien ve,
no puede amar a Dios a quien no ve » (1 Jn 4, 20). La caridad fraterna implica una
preocupación por todas las necesidades del prójimo. « Si alguno que posee bienes de la
tierra, ve a su hermano padecer necesidad y le cierra su corazón, ¿cómo puede
permanecer en él el amor de Dios? » (1 Jn 3, 17). Por ello, convertirse al Evangelio
para el Pueblo cristiano que vive en América, significa revisar « todos los ambientes y
dimensiones de su vida, especialmente todo lo que pertenece al orden social y a la
obtención del bien común ».71 De modo particular convendrá « atender a la creciente
conciencia social de la dignidad de cada persona y, por ello, hay que fomentar en la
comunidad la solicitud por la obligación de participar en la acción política según el
Evangelio ».72 No obstante, será necesario tener presente que la actividad en el ámbito
político forma parte de la vocación y acción de los fieles laicos.73 A este propósito,
sin embargo, es de suma importancia, sobre todo en una sociedad pluralista, tener un recto
concepto de las relaciones entre la comunidad política y la Iglesia, y distinguir
claramente entre las acciones que los fieles, aislada o asociadamente, llevan a cabo a
título personal, como ciudadanos, de acuerdo con su conciencia cristiana, y las acciones
que realizan en nombre de la Iglesia, en comunión con sus Pastores. « La Iglesia, que
por razón de su misión y de su competencia no se confunde en modo alguno con la
comunidad política ni está ligada a sistema político alguno, es a la vez signo y
salvaguardia del carácter trascendente de la persona humana ».74
Conversión permanente
28. La conversión en
esta tierra nunca es una meta plenamente alcanzada: en el camino que el discípulo está
llamado a recorrer siguiendo a Jesús, la conversión es un empeño que abarca toda la
vida. Por otro lado, mientras estamos en este mundo, nuestro propósito de conversión se
ve constantemente amenazado por las tentaciones. Desde el momento en que « nadie puede
servir a dos señores » (Mt 6, 24), el cambio de mentalidad (metanoia) consiste en el
esfuerzo de asimilar los valores evangélicos que contrasta con las tendencias dominantes
en el mundo. Es necesario, pues, renovar constantemente « el encuentro con Jesucristo
vivo », camino que, como han señalado los Padres sinodales, « nos conduce a la
conversión permanente ».75
El llamado universal a
la conversión adquiere matices particulares para la Iglesia en América, comprometida
también en la renovación de la propia fe. Los Padres sinodales han formulado así esta
tarea concreta y exigente: « Esta conversión exige especialmente de nosotros Obispos una
auténtica identificación con el estilo personal de Jesucristo, que nos lleva a la
sencillez, a la pobreza, a la cercanía, a la carencia de ventajas, para que, como Él,
sin colocar nuestra confianza en los medios humanos, saquemos, de la fuerza del Espíritu,
y de la Palabra, toda la eficacia del Evangelio, permaneciendo primariamente abiertos a
aquellos que están sumamente lejanos y excluidos ».76 Para ser Pastores según el
corazón de Dios (cf. Jr 3, 15), es indispensable asumir un modo de vivir que nos asemeje
a Aquél que dijo de sí mismo: « Yo soy el buen pastor » (Jn 10, 11), y que san Pablo
evoca al escribir: « Sed mis imitadores, como lo soy de Cristo » (1 Co 11, 1).
Guiados por el
Espíritu Santo hacia nuevo estilo de vida
29. La propuesta de un
nuevo estilo de vida no es sólo para los Pastores, sino más bien para todos los
cristianos que viven en América. A todos se les pide que profundicen y asuman la
auténtica espiritualidad cristiana. « En efecto, espiritualidad es un estilo o forma de
vivir según las exigencias cristianas, la cual es "la vida en Cristo" y
"en el Espíritu", que se acepta por la fe, se expresa por el amor y, en
esperanza, es conducida a la vida dentro de la comunidad eclesial ».77 En este sentido,
por espiritualidad, que es la meta a la que conduce la conversión, se entiende no « una
parte de la vida, sino la vida toda guiada por el Espíritu Santo ».78 Entre los
elementos de espiritualidad que todo cristiano tiene que hacer suyos sobresale la
oración. Ésta lo « conducirá poco a poco a adquirir una mirada contemplativa de la
realidad, que le permitirá reconocer a Dios siempre y en todas las cosas; contemplarlo en
todas las personas; buscar su voluntad en los acontecimientos ».79
La oración tanto
personal como litúrgica es un deber de todo cristiano. « Jesucristo, evangelio del
Padre, nos advierte que sin Él no podemos hacer nada (cf. Jn 15, 5). Él mismo en los
momentos decisivos de su vida, antes de actuar, se retiraba a un lugar solitario para
entregarse a la oración y la contemplación, y pidió a los Apóstoles que hicieran lo
mismo ».80 A sus discípulos, sin excepción, el Señor recuerda: « Entra en tu aposento
y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto » (Mt 6,
6). Esta vida intensa de oración debe adaptarse a la capacidad y condición de cada
cristiano, de modo que en las diversas situaciones de su vida pueda volver siempre « a la
fuente de su encuentro con Jesucristo para beber el único Espíritu (1 Co 12, 13) ».81
En este sentido, la dimensión contemplativa no es un privilegio de unos cuantos en la
Iglesia; al contrario, en las parroquias, en las comunidades y en los movimientos se ha de
promover una espiritualidad abierta y orientada a la contemplación de las verdades
fundamentales de la fe: los misterios de la Trinidad, de la Encarnación del Verbo, de la
Redención de los hombres, y las otras grandes obras salvíficas de Dios.82
Los hombres y mujeres
dedicados exclusivamente a la contemplación tienen una misión fundamental en la Iglesia
que está en América. Ellos son, según expresión del Concilio Vaticano II, « honor de
la Iglesia y hontanar de gracias celestes ».83 Por ello, los monasterios, diseminados a
lo largo y ancho del Continente, han de ser « objeto de peculiar amor por parte de los
Pastores, los cuales estén plenamente persuadidos de que las almas entregadas a la vida
contemplativa obtienen gracia abundante por la oración, la penitencia y la
contemplación, a las que consagran su vida. Los contemplativos deben ser conscientes de
que están integrados en la misión de la Iglesia en el tiempo presente y que, con el
testimonio de la propia vida, cooperan al bien espiritual de los fieles, ayudando así
para que busquen el rostro de Dios en la vida diaria ».84
La espiritualidad
cristiana se alimenta ante todo de una vida sacramental asidua, por ser los Sacramentos
raíz y fuente inagotable de la gracia de Dios, necesaria para sostener al creyente en su
peregrinación terrena. Esta vida ha de estar integrada con los valores de su piedad
popular, los cuales a su vez se verán enriquecidos por la práctica sacramental y libres
del peligro de degenerar en mera rutina. Por otra parte, la espiritualidad no se
contrapone a la dimensión social del compromiso cristiano. Al contrario, el creyente, a
través de un camino de oración, se hace más consciente de las exigencias del Evangelio
y de sus obligaciones con los hermanos, alcanzando la fuerza de la gracia indispensable
para perseverar en el bien. Para madurar espiritualmente, el cristiano debe recurrir al
consejo de los ministros sagrados o de otras personas expertas en este campo mediante la
dirección espiritual, práctica tradicionalmente presente en la Iglesia. Los Padres
sinodales han creído necesario recomendar a los sacerdotes este ministerio de tanta
importancia.85
Vocación universal a
la santidad
30. « Sed santos,
porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo » (Lv 19, 2). La Asamblea Especial del
Sínodo de los Obispos para América ha querido recordar con vigor a todos los cristianos
la importancia de la doctrina de la vocación universal a la santidad en la Iglesia.86 Se
trata de uno de los puntos centrales de la Constitución dogmática sobre la Iglesia del
Concilio Vaticano II.87 La santidad es la meta del camino de conversión, pues ésta « no
es fin en sí misma, sino proceso hacia Dios, que es santo. Ser santos es imitar a Dios y
glorificar su nombre en las obras que realizamos en nuestra vida (cf. Mt 5, 16) ».88 En
el camino de la santidad Jesucristo es el punto de referencia y el modelo a imitar: Él es
« el Santo de Dios y fue reconocido como tal (cf. Mc 1, 24). Él mismo nos enseña que el
corazón de la santidad es el amor, que conduce incluso a dar la vida por los otros (cf.
Jn 15, 13). Por ello, imitar la santidad de Dios, tal y como se ha manifestado en
Jesucristo, su Hijo, no es otra cosa que prolongar su amor en la historia, especialmente
con respecto a los pobres, enfermos e indigentes (cf. Lc 10, 25ss) ».89
Jesús, el único
camino para la santidad
31. « Yo soy el
Camino, la Verdad y la Vida » (Jn 14, 6). Con estas palabras Jesús se presenta como el
único camino que conduce a la santidad. Pero el conocimiento concreto de este itinerario
se obtiene principalmente mediante la Palabra de Dios que la Iglesia anuncia con su
predicación. Por ello, la Iglesia en América « debe conceder una gran prioridad a la
reflexión orante sobre la Sagrada Escritura, realizada por todos los fieles ».90 Esta
lectura de la Biblia, acompañada de la oración, se conoce en la tradición de la Iglesia
con el nombre de Lectio divina, práctica que se ha de fomentar entre todos los
cristianos. Para los presbíteros, debe constituir un elemento fundamental en la
preparación de sus homilías, especialmente las dominicales.91
Penitencia y
reconciliación
32. La conversión
(metanoia), a la que cada ser humano está llamado, lleva a aceptar y hacer propia la
nueva mentalidad propuesta por el Evangelio. Esto supone el abandono de la forma de pensar
y actuar del mundo, que tantas veces condiciona fuertemente la existencia. Como recuerda
la Sagrada Escritura, es necesario que muera el hombre viejo y nazca el hombre nuevo, es
decir, que todo el ser humano se renueve « hasta alcanzar un conocimiento perfecto según
la imagen de su creador » (Col 3, 10). En ese camino de conversión y búsqueda de la
santidad « deben fomentarse los medios ascéticos que existieron siempre en la práctica
de la Iglesia, y que alcanzan la cima en el sacramento del perdón, recibido y celebrado
con las debidas disposiciones ».92 Sólo quien se reconcilia con Dios es protagonista de
una auténtica reconciliación con y entre los hermanos. La crisis actual del sacramento
de la Penitencia, de la cual no está exenta la Iglesia en América, y sobre la que he
expresado mi preocupación desde los comienzos mismos de mi pontificado,93 podrá
superarse por la acción pastoral continuada y paciente. A este respecto, los Padres
sinodales piden justamente « que los sacerdotes dediquen el tiempo debido a la
celebración del sacramento de la Penitencia, y que inviten insistente y vigorosamente a
los fieles para que lo reciban, sin que los pastores descuiden su propia confesión
frecuente ».94 Los Obispos y los sacerdotes experimentan personalmente el misterioso
encuentro con Cristo que perdona en el sacramento de la Penitencia, y son testigos
privilegiados de su amor misericordioso.
La Iglesia católica,
que abarca a hombres y mujeres « de toda nación, razas, pueblos y lenguas » (Ap 7, 9),
está llamada a ser, « en un mundo señalado por las divisiones ideológicas, étnicas,
económicas y culturales », el « signo vivo de la unidad de la familia humana ».95
América, tanto en la compleja realidad de cada nación y la variedad de sus grupos
étnicos, como en los rasgos que caracterizan todo el Continente, presenta muchas
diversidades que no se han de ignorar y a las que se debe prestar atención. Gracias a un
eficaz trabajo de integración entre todos los miembros del pueblo de Dios en cada país y
entre los miembros de las Iglesias particulares de las diversas naciones, las diferencias
de hoy podrán ser fuente de mutuo enriquecimiento. Como afirman justamente los Padres
sinodales, « es de gran importancia que la Iglesia en toda América sea signo vivo de una
comunión reconciliada y un llamado permanente a la solidaridad, un testimonio siempre
presente en nuestros diversos sistemas políticos, económicos y sociales ».96 Ésta es
una aportación significativa que los creyentes pueden ofrecer a la unidad del Continente
americano.
1 Al respecto, es
elocuente la antigua inscripción en el baptisterio de San Juan de Letrán: « Virgineo
foetu Genitrix Ecclesia natos quos spirante Deo concipit amne parit » E. Diehl,
Inscriptiones latinae christianae veteres, n. 1513, I. I: Berolini 1925, p. 289.
2 Homilía en la
Ordenación de diáconos y presbíteros en Bogotá 22 de agosto de 1968: AAS 60 1968,
614-615.
3 N. 17: AAS 85 1993,
820.
4 N. 38: AAS 87 1995,
30.
5 Discurso de apertura
de la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano 12 de octubre de 1992, 17: AAS
85 1993, 820-821.
6 Carta ap. Tertio
millennio adveniente 10 de noviembre de 1994, 21: AAS 87 1995, 17.
7 Discurso de apertura
de la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano 12 de octubre de 1992, 17: AAS
85 1993, 820.
8 Cf. Carta ap. Tertio
millennio adveniente 10 de noviembre de 1994, 38: AAS 87 1995, 30.
9 2 Discurso a la
Asamblea del CELAM 9 de marzo de 1983, III: AAS 75 1983, 778.
10 Exhort. ap.
postsinodal Christifideles laici 30 de diciembre de 1988, 34: AAS 81 1989, 454.
11 Propositio 3.
12 S. Agustín, Tract.
in Joh., 15, 11: CCL 36, 154.
13 Ibíd., 15, 17:
l.c., 156.
14 « Salvator...
ascensionis suae eam Mariam Magdalenam ad apostolos instituit apostolam ». Rábano Mauro,
De vita beatae Mariae Magdalenae, 27: PL 112, 1574. Cf. S. Pedro Damián, Sermo 56: PL
144, 820; Hugo de Cluny, Commonitorium: PL 159, 952; S. Tomás de Aquino, In Joh. Evang.
expositio, 20, 3.
15 Discurso en la
clausura del Año Santo 25 de diciembre de 1975: AAS 68 1976, 145.
16 Propositio 9; cf.
Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual,
22.
17 Enc. Redemptoris
Mater 25 de marzo de 1987, 21: AAS 79 1987, 369.
18 Propositio 5.
19 III Conferencia
General del Episcopado Latinoamericano, Mensaje a los pueblos de América Latina, Puebla,
febrero de 1997, 282. Para los Estados Unidos de América, cf. National Conference of
Catholic Bishops, Behold Your Mother Woman of Faith, Washington 1973, 53-55.
20 Cf. Propositio 6.
21 Juan Pablo II,
Discurso inaugural de la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, Santo
Domingo 12 de octubre de 1992, 24: AAS 85 1993, 826.
22 Cf. National
Conference of Catholic Bishops, Behold Your Mother Woman of Faith, Washington 1973, 37.
23 Cf. Propositio 6.
24 Propositio 4.
25 Cf. ibíd.
26 Conc. Ecum. Vat. II,
Const. Sacrosanctum Concilium, sobre la sagrada liturgia, 7.
27 Enc. Mysterium fidei
3 de septiembre de 1965: AAS 57 1965, 764.
28 Ibíd., l.c., 766.
29 Propositio 4.
30 Discurso en la
última sesión pública del Concilio Vaticano II 7 de diciembre de 1965: AAS 58 1966, 58.
31 Cf. Juan Pablo II,
Exhort. ap. Reconciliatio et paenitentia 2 de diciembre de 1984, 16: AAS 77 1985, 214-217.
32 Cf. Propositio 61.
33 Propositio 29.
34 Cf. Bula Sacrosancti
apostolatus cura 11 de agosto de 1670, § 3: Bullarium Romanum, 26VII, 42.
35 Entre otros pueden
citarse: los mártires Juan de Brebeuf y sus siete compañeros, Roque González y sus dos
compañeros; los santos Elizabeth Ann Seton, Margarita Bourgeoys, Pedro Claver, Juan del
Castillo, Rosa Philippine Duchesne, Margarita d'Youville, Francisco Febres Cordero, Teresa
Fernández Solar de los Andes, Juan Macías, Toribio de Mogrovejo, Ezequiel Moreno Díaz,
Juan Nepomuceno Neumann, María Ana de Jesús Paredes Flores, Martín de Porres, Alfonso
Rodríguez, Francisco Solano, Francisca Xavier Cabrini; los beatos José de Anchieta,
Pedro de San José Betancurt, Juan Diego, Katherine Drexel, María Encarnación Rosal,
Rafael Guízar Valencia, Dina Bélanger, Alberto Hurtado Cruchaga, Elías del Socorro
Nieves, María Francisca de Jesús Rubatto, Mercedes de Jesús Molina, Narcisa de Jesús
Martillo Morán, Miguel Agustín Pro, María de San José Alvarado Cardozo, Junípero
Serra, Kateri Tekawitha, Laura Vicuña, Antônio de Sant'Anna Galvâo y tantos otros
beatos que son invocados con fe y devoción por los pueblos de América cf. Instrumentum
laboris, 17.
36 Cf. Conc. Ecum. Vat.
II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 50.
37 Propositio 31.
38 Propositio 30.
39 N. 37: AAS 87 1995,
29; cf. Propositio 31.
40 Propositio 21.
41 Cf. ibíd.
42 Cf. ibíd.
43 Cf. ibíd.
44 Cf. Propositio 18.
45 Propositio 19.
46 Decr. Orientalium
Ecclesiarum, sobre las Iglesias orientales católicas, 5; cf. Código de los Cánones de
las Iglesias Orientales, can. 28; Propositio 60.
47 Cf. Juan Pablo II,
Enc. Redemptoris Mater 25 de marzo de 1987, 34: AAS 79 1987, 406; Sínodo de los Obispos,
Asamblea Especial para Europa, Decl. Ut testes simus Christi qui nos liberavit 13 de
diciembre de 1991, III, 7: Ench. Vat. 13, 647-652.
48 Cf. Propositio 60.
49 Cf. Propositiones 23
y 24.
50 Propositio 73.
51 Propositio 72; cf.
Juan Pablo II, Enc. Centesimus annus 1 de mayo de 1991, 46: AAS 83 1991, 850.
52 Cf. Sínodo de los
Obispos, Asamblea especial para Europa, Decl. Ut testes simus Christi qui nos liberavit 13
de diciembre de 1991, I, 1; II, 4; IV, 10: Ench. Vat. 13, nn. 613-615; 627-633; 660-669.
53 Propositio 72.
54 Ibíd.
55 Cf. Propositio 74.
56 Carta ap. Octogesima
adveniens 14 de mayo de 1971, 8-9: AAS 63 1971, 406-408.
57 Propositio 35.
58 Cf. ibíd.
59 Propositio 75.
60 Cf. Pontificia
Comisión « Iustitia et Pax », Al servicio de la comunidad humana: una consideración
ética de la deuda internacional 27 de diciembre de 1986: Ench. Vat. 10, 1045-1128.
61 Propositio 75.
62 Propositio 37.
63 N. 5: AAS 90 1998,
152.
64 Propositio 38.
65 Ibíd.
66 Propositio 36.
67 Cf. ibíd.
68 Sínodo de los
Obispos, Segunda Asamblea general extraordinaria, Relación final Ecclesia sub Verbo Dei
mysteria Christi celebrans pro salute mundi 7 de diciembre de 1985, II, B, a, 2: Ench.
Vat. 9, 1795.
69 Propositio 30.
70 Propositio 34.
71 Ibíd.
72 Ibíd.
73 Cf. Conc. Ecum. Vat.
II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 31.
74 Cf. id., Const.
past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 76; Juan Pablo II, Exhort. ap.
postsinodal Christifideles laici 30 de diciembre de 1988, 42: AAS 81 1989, 472-474.
75 Propositio 26.
76 Ibíd.
77 Propositio 28.
78 Ibíd.
79 Ibíd.
80 Propositio 27.
81 Ibíd.
82 Cf. ibíd.
83 Decr. Perfectae
caritatis, sobre la adecuada renovación de la vida religiosa, 7; cf. Juan Pablo II,
Exhort. ap. postsinodal Vita consecrata 25 de marzo de 1996, 8: AAS 88 1996, 382.
84 Propositio 27.
85 Cf. Propositio 28.
86 Cf. Propositio 29.
87 Cf. Lumen gentium,
V; cf. Sínodo de los Obispos, Segunda Asamblea general extraordinaria, Relación final
Ecclesia sub Verbo Dei mysteria Christi celebrans pro salute mundi 7 de diciembre de 1985,
II, A, 4-5: Ench. Vat. 9, 1791-1793.
88 Propositio 29.
89 Ibíd.
90 Propositio 32.
91 Cf. Juan Pablo II,
Carta ap. Dies Domini 31 de mayo de 1998, 40: AAS 90 1998, 738.
92 Propositio 33.
93 Cf. Enc. Redemptor
hominis 4 de marzo de 1979, 20: AAS 71 1979, 309-316.
94 Propositio 33.
95 Ibíd.
96 Ibíd.
CAPÍTULO
IV
CAMINO
PARA LA COMUNION
«Como
tú, Padre, en mí y yo en tí,
que ellos también sean uno en nosotros» (Jn 17, 21)
que ellos también sean uno en nosotros» (Jn 17, 21)
La Iglesia, sacramento
de comunión
33. « Ante un mundo
roto y deseoso de unidad es necesario proclamar con gozo y fe firme que Dios es comunión,
Padre, Hijo y Espíritu Santo, unidad en la distinción, el cual llama a todos los hombres
a que participen de la misma comunión trinitaria. Es necesario proclamar que esta
comunión es el proyecto magnífico de Dios [Padre]; que Jesucristo, que se ha hecho
hombre, es el punto central de la misma comunión, y que el Espíritu Santo trabaja
constantemente para crear la comunión y restaurarla cuando se hubiera roto. Es necesario
proclamar que la Iglesia es signo e instrumento de la comunión querida por Dios, iniciada
en el tiempo y dirigida a su perfección en la plenitud del Reino ».97 La Iglesia es
signo de comunión porque sus miembros, como sarmientos, participan de la misma vida de
Cristo, la verdadera vid (cf. Jn 15, 5). En efecto, por la comunión con Cristo, Cabeza
del Cuerpo místico, entramos en comunión viva con todos los creyentes.
Esta comunión,
existente en la Iglesia y esencial a su naturaleza,98 debe manifestarse a través de
signos concretos, « como podrían ser: la oración en común de unos por otros, el
impulso a las relaciones entre las Conferencias Episcopales, los vínculos entre Obispo y
Obispo, las relaciones de hermandad entre las diócesis y las parroquias, y la mutua
comunicación de agentes pastorales para acciones misionales específicas ».99 La
comunión eclesial implica conservar el depósito de la fe en su pureza e integridad, así
como también la unidad de todo el Colegio de los Obispos bajo la autoridad del Sucesor de
Pedro. En este contexto, los Padres sinodales han señalado que « el fortalecimiento del
oficio petrino es fundamental para la preservación de la unidad de la Iglesia », y que
« el ejercicio pleno del primado de Pedro es fundamental para la identidad y la vitalidad
de la Iglesia en América ». 100 Por encargo del Señor, a Pedro y a sus Sucesores
corresponde el oficio de confirmar en la fe a sus hermanos (cf. Lc 22, 32) y de pastorear
toda la grey de Cristo (cf. Jn 21, 15-17). Asimismo, el Sucesor del príncipe de los
Apóstoles está llamado a ser la piedra sobre la que la Iglesia está edificada, y a
ejercer el ministerio derivado de ser el depositario de las llaves del Reino (cf. Mt 16,
18-19). El Vicario de Cristo es, pues, « el perpetuo principio de [...] unidad y el
fundamento visible » de la Iglesia. 101
Iniciación cristiana y
comunión
34. La comunión de
vida en la Iglesia se obtiene por los sacramentos de la iniciación cristiana: Bautismo,
Confirmación y Eucaristía. El Bautismo es « la puerta de la vida espiritual: pues por
él nos hacemos miembros de Cristo, y del cuerpo de la Iglesia ». 102 Los bautizados, al
recibir la Confirmación « se vinculan más estrechamente a la Iglesia, se enriquecen con
una fuerza especial del Espíritu Santo, y con ello quedan obligados más estrictamente a
difundir y defender la fe, como verdaderos testigos de Cristo, por la palabra juntamente
con las obras ». 103 El proceso de la iniciación cristiana se perfecciona y culmina con
la recepción de la Eucaristía, por la cual el bautizado se inserta plenamente en el
Cuerpo de Cristo. 104
« Estos sacramentos
son una excelente oportunidad para una buena evangelización y catequesis, cuando su
preparación se hace por agentes dotados de fe y competencia ». 105 Aunque en las
diversas diócesis de América se ha avanzado mucho en la preparación para los
sacramentos de la iniciación cristiana, los Padres sinodales se lamentaban de que
todavía « son muchos los que los reciben sin la suficiente formación ». 106 En el caso
del bautismo de niños no debe omitirse un esfuerzo catequizador de cara a los padres y
padrinos.
La Eucaristía, centro
de comunión con Dios y con los hermanos
35. La realidad de la
Eucaristía no se agota en el hecho de ser el sacramento con el que se culmina la
iniciación cristiana. Mientras el Bautismo y la Confirmación tienen la función de
iniciar e introducir en la vida propia de la Iglesia, no siendo repetibles, 107 la
Eucaristía continúa siendo el centro vivo permanente en torno al cual se congrega toda
la comunidad eclesial. 108 Los diversos aspectos de este sacramento muestran su inagotable
riqueza: es, al mismo tiempo, sacramento-sacrificio, sacramento-comunión,
sacramento-presencia. 109
La Eucaristía es el
lugar privilegiado para el encuentro con Cristo vivo. Por ello los Pastores del pueblo de
Dios en América, a través de la predicación y la catequesis, deben esforzarse en « dar
a la celebración eucarística dominical una nueva fuerza, como fuente y culminación de
la vida de la Iglesia, prenda de su comunión en el Cuerpo de Cristo e invitación a la
solidaridad como expresión del mandato del Señor: « que os améis los unos a los otros,
como yo os he amado » (Jn 13, 34) ». 110 Como sugieren los Padres sinodales, dicho
esfuerzo debe tener en cuenta varias dimensiones fundamentales. Ante todo, es necesario
que los fieles sean conscientes de que la Eucaristía es un inmenso don, a fin de que
hagan todo lo posible para participar activa y dignamente en ella, al menos los domingos y
días festivos. Al mismo tiempo, se han de promover « todos los esfuerzos de los
sacerdotes para hacer más fácil esa participación y posibilitarla en las comunidades
lejanas ». 111 Habrá que recordar a los fieles que « la participación plena en ella,
consciente y activa, aunque es esencialmente distinta del oficio del sacerdote ordenado,
es una actuación del sacerdocio común recibido en el Bautismo ». 112
La necesidad de que los
fieles participen en la Eucaristía y las dificultades que surgen por la escasez de
sacerdotes, hacen patente la urgencia de fomentar las vocaciones sacerdotales. 113 Es
también necesario recordar a toda la Iglesia en América « el lazo existente entre la
Eucaristía y la caridad », 114 lazo que la Iglesia primitiva expresaba uniendo el ágape
con la Cena eucarística. 115 La participación en la Eucaristía debe llevar a una
acción caritativa más intensa como fruto de la gracia recibida en este sacramento.
Los Obispos, promotores
de comunión
36. La comunión en la
Iglesia, precisamente porque es un signo de vida, debe crecer continuamente. En
consecuencia, los Obispos, recordando que « son, individualmente, el principio y
fundamento visible de unidad en sus Iglesias particulares », 116 deben sentirse llamados
a promover la comunión en su propia diócesis para que sea más eficaz el esfuerzo por la
nueva evangelización de América. El esfuerzo comunitario se ve facilitado por los
organismos previstos por el Concilio Vaticano II como apoyo de la actividad del Obispo
diocesano, los cuales han sido definidos más detalladamente por la legislación
postconciliar. 117 « Corresponde al Obispo, con la cooperación de los sacerdotes, los
diáconos, los consagrados y los laicos [...] realizar un plan de acción pastoral de
conjunto, que sea orgánico y participativo, que llegue a todos los miembros de la Iglesia
y suscite su conciencia misionera ». 118
Cada Ordinario debe
promover en los sacerdotes y fieles la conciencia de que la diócesis es la expresión
visible de la comunión eclesial, que se forma en la mesa de la Palabra y de la
Eucaristía en torno al Obispo, unido con el Colegio episcopal y bajo su Cabeza, el Romano
Pontífice. Ella en cuanto Iglesia particular tiene la misión de empezar y fomentar el
encuentro de todos los miembros del pueblo de Dios con Jesucristo, 119 en el respeto y
promoción de la pluralidad y de la diversidad que no obstaculizan la unidad, sino que le
confieren el carácter de comunión. 120 Un conocimiento más profundo de lo que es la
Iglesia particular favorecerá ciertamente el espíritu de participación y
corresponsabilidad en la vida de los organismos diocesanos. 121
Una comunión más
intensa entre las Iglesias particulares
37. La Asamblea
especial para América del Sínodo de los Obispos, la primera en la historia que ha
reunido a Obispos de todo el Continente, ha sido percibida por todos como una gracia
especial del Señor a la Iglesia que peregrina en América. Esta Asamblea ha reforzado la
comunión que debe existir entre las Comunidades eclesiales del Continente, haciendo ver a
todos la necesidad de incrementarla ulteriormente. Las experiencias de comunión
episcopal, frecuentes sobre todo después del Concilio Vaticano II por la consolidación y
difusión de las Conferencias Episcopales, deben entenderse como encuentros con Cristo
vivo, presente en los hermanos que están reunidos en su nombre (cf. Mt 18, 20).
La experiencia sinodal
ha enseñado también las riquezas de una comunión que se extiende más allá de los
límites de cada Conferencia Episcopal. Aunque ya existen formas de diálogo que superan
tales confines, los Padres sinodales sugieren la conveniencia de fortalecer las reuniones
interamericanas, promovidas ya por las Conferencias Episcopales de las diversas Naciones
americanas, como expresión de solidaridad efectiva y lugar de encuentro y de estudio de
los desafíos comunes para la evangelización de América. 122 Será igualmente oportuno
definir con exactitud el carácter de tales encuentros, de modo que lleguen a ser, cada
vez más, expresión de comunión entre todos los Pastores. Aparte de estas reuniones más
amplias, puede ser útil, cuando las circunstancias lo requieran, crear comisiones
específicas para profundizar los temas comunes que afectan a toda América. Campos en los
que parece especialmente necesario « que se dé un impulso a la cooperación, son las
comunicaciones pastorales mutuas, la cooperación misional, la educación, las
migraciones, el ecumenismo ». 123
Los Obispos, que tienen
el deber de impulsar la comunión entre las Iglesias particulares, alentarán a los fieles
a vivir más intensamente la dimensión comunitaria, asumiendo « la responsabilidad de
desarrollar los lazos de comunión con las Iglesias locales en otras partes de América
por la educación, la mutua comunicación, la unión fraterna entre parroquias y
diócesis, planes de cooperación, y defensas unidas en temas de mayor importancia, sobre
todo los que afectan a los pobres ». 124
Comunión fraterna con
las Iglesias católicas orientales
38. El fenómeno
reciente de la implantación y desarrollo en América de Iglesias particulares católicas
orientales, dotadas de jerarquía propia, ha merecido una especial atención por parte de
algunos Padres sinodales. Un sincero deseo de abrazar cordial y eficazmente a estos
hermanos en la fe y en la comunión jerárquica bajo el Sucesor de Pedro, ha llevado a la
Asamblea sinodal a proponer sugerencias concretas de ayuda fraterna por parte de las
Iglesias particulares latinas a las Iglesias católicas orientales existentes en el
Continente. Así, por ejemplo, se propone que sacerdotes de rito latino, sobre todo de
origen oriental, puedan ofrecer su colaboración litúrgica a las comunidades orientales
carentes de un número suficiente de presbíteros. Igualmente, respecto a los edificios
religiosos, los fieles orientales podrán usar, en los casos que sea conveniente, las
iglesias de rito latino.
En este espíritu de
comunión son dignas de consideración varias propuestas de los Padres sinodales: que
allí donde sea necesario exista, en las Conferencias Episcopales nacionales y en los
organismos internacionales de cooperación episcopal, una comisión mixta encargada de
estudiar los problemas pastorales comunes; que la catequesis y la formación teológica
para los laicos y seminaristas de la Iglesia latina, incluyan el conocimiento de la
tradición viva del Oriente cristiano; que los Obispos de las Iglesias católicas
orientales participen en las Conferencias Episcopales latinas de las respectivas Naciones.
125 No puede dudarse de que esta cooperación fraterna, a la vez que prestará una ayuda
preciosa a las Iglesias orientales, de reciente implantación en América, permitirá a
las Iglesias particulares latinas enriquecerse con el patrimonio espiritual de la
tradición del Oriente cristiano.
El presbítero, signo
de unidad
39. «Como miembro de
una Iglesia particular, todo sacerdote debe ser signo de comunión con el Obispo en cuanto
que es su inmediato colaborador, unido a sus hermanos en el presbiterio. Ejerce su
ministerio con caridad pastoral, principalmente en la comunidad que le ha sido confiada, y
la conduce al encuentro con Jesucristo Buen Pastor. Su vocación exige que sea signo de
unidad. Por ello debe evitar cualquier participación en política partidista que
dividiría a la comunidad ». 126 Es deseo de los Padres sinodales que se « desarrolle
una acción pastoral a favor del clero diocesano que haga más sólida su espiritualidad,
su misión y su identidad, la cual tiene su centro en el seguimiento de Cristo que, sumo y
eterno Sacerdote, buscó siempre cumplir la voluntad del Padre. Él es el ejemplo de la
entrega generosa, de la vida austera y del servicio hasta la muerte. El sacerdote sea
consciente de que, por la recepción del sacramento del Orden, es portador de gracia que
distribuye a sus hermanos en los sacramentos. Él mismo se santifica en el ejercicio del
ministerio ». 127
El campo en que se
desarrolla la actividad de los sacerdotes es inmenso. Conviene, por ello, «que coloquen
como centro de su actividad lo que es esencial en su ministerio: dejarse configurar a
Cristo Cabeza y Pastor, fuente de la caridad pastoral, ofreciéndose a sí mismos cada
día con Cristo en la Eucaristía, para ayudar a los fieles a que tengan un encuentro
personal y comunitario con Jesucristo vivo ». 128 Como testigos y discípulos de Cristo
misericordioso, los sacerdotes están llamados a ser instrumentos de perdón y de
reconciliación, comprometiéndose generosamente al servicio de los fieles según el
espíritu del Evangelio.
Los presbíteros, en
cuanto pastores del pueblo de Dios en América, deben además estar atentos a los
desafíos del mundo actual y ser sensibles a las angustias y esperanzas de sus gentes,
compartiendo sus vicisitudes y, sobre todo, asumiendo una actitud de solidaridad con los
pobres. Procurarán discernir los carismas y las cualidades de los fieles que puedan
contribuir a la animación de la comunidad, escuchándolos y dialogando con ellos, para
impulsar así su participación y corresponsabilidad. Ello favorecerá una mejor
distribución de las tareas que les permita « consagrarse a lo que está más
estrechamente conexo con el encuentro y el anuncio de Jesucristo, de modo que signifiquen
mejor, en el seno de la comunidad, la presencia de Jesús que congrega a su pueblo ». 129
El trabajo de discernimiento de los carismas particulares debe llevar también a valorizar
aquellos sacerdotes que se consideren adecuados para realizar ministerios particulares. A
todos los sacerdotes, además, se les pide que presten su ayuda fraterna en el presbiterio
y que recurran al mismo con confianza en caso de necesidad.
Ante la espléndida
realidad de tantos sacerdotes en América que, con la gracia de Dios, se esfuerzan por
hacer frente a un quehacer tan grande, hago mío el deseo de los Padres sinodales de
reconocer y alabar « la inagotable entrega de los sacerdotes, como pastores,
evangelizadores y animadores de la comunión eclesial, expresando gratitud y dando ánimos
a los sacerdotes de toda América que dan su vida al servicio del Evangelio ». 130
Fomentar la pastoral
vocacional
40. El papel
indispensable del sacerdote en la comunidad ha de hacer conscientes a todos los hijos de
la Iglesia en América de la importancia de la pastoral vocacional. El Continente
americano cuenta con una juventud numerosa, rica en valores humanos y religiosos. Por
ello, se han de cultivar los ambientes en que nacen las vocaciones al sacerdocio y a la
vida consagrada e invitar a las familias cristianas para que ayuden a sus hijos cuando se
sientan llamados a seguir este camino. 131 En efecto, las vocaciones « son un don de Dios
» y « surgen en las comunidades de fe, ante todo, en la familia, en la parroquia, en las
escuelas católicas y en otras organizaciones de la Iglesia. Los Obispos y presbíteros
tienen la especial responsabilidad de estimular tales vocaciones mediante la invitación
personal, y principalmente por el testimonio de una vida de fidelidad, alegría,
entusiasmo y santidad. La responsabilidad para reunir vocaciones al sacerdocio pertenece a
todo el pueblo de Dios y encuentra su mayor cumplimiento en la oración continua y humilde
por las vocaciones ». 132
Los seminarios, como
lugares de acogida y formación de los llamados al sacerdocio, han de preparar a los
futuros ministros de la Iglesia para que « vivan en una sólida espiritualidad de
comunión con Cristo Pastor y de docilidad a la acción del Espíritu, que los hará
especialmente capaces de discernir las expectativas del pueblo de Dios y los diversos
carismas, y de trabajar en común ». 133 Por ello, en los seminarios « se ha de insistir
especialmente en la formación específicamente espiritual, de modo que por la conversión
continua, la actitud de oración, la recepción de los sacramentos de la Eucaristía y la
penitencia, los candidatos se formen al encuentro con el Señor y se preocupen de
fortificarse para la generosa entrega pastoral ». 134 Los formadores han de preocuparse
de acompañar y guiar a los seminaristas hacia una madurez afectiva que los haga aptos
para abrazar el celibato sacerdotal y capaces de vivir en comunión con sus hermanos en la
vocación sacerdotal. Han de promover también en ellos la capacidad de observación
crítica de la realidad circundante que les permita discernir sus valores y contravalores,
pues esto es un requisito indispensable para entablar un diálogo constructivo con el
mundo de hoy. Una atención particular se debe dar a las vocaciones nacidas entre los
indígenas; conviene proporcionar una formación inculturada en sus ambientes. Estos
candidatos al sacerdocio, mientras reciben la adecuada formación teológica y espiritual
para su futuro ministerio, no deben perder las raíces de su propia cultura. 135
Los Padres sinodales
han querido agradecer y bendecir a todos los que consagran su vida a la formación de los
futuros presbíteros en los seminarios. Así mismo, han invitado a los Obispos a destinar
para dicha tarea a sus sacerdotes más aptos, después de haberlos preparado mediante una
formación específica que los capacite para una misión tan delicada. 136
Renovar la institución
parroquial
41. La parroquia es un
lugar privilegiado en que los fieles pueden tener una experiencia concreta de la Iglesia.
137 Hoy en América, como en otras partes del mundo, la parroquia encuentra a veces
dificultades en el cumplimiento de su misión. La parroquia debe renovarse continuamente,
partiendo del principio fundamental de que « la parroquia tiene que seguir siendo
primariamente comunidad eucarística ». 138 Este principio implica que « las parroquias
están llamadas a ser receptivas y solidarias, lugar de la iniciación cristiana, de la
educación y la celebración de la fe, abiertas a la diversidad de carismas, servicios y
ministerios, organizadas de modo comunitario y responsable, integradoras de los
movimientos de apostolado ya existentes, atentas a la diversidad cultural de sus
habitantes, abiertas a los proyectos pastorales y superparroquiales y a las realidades
circunstantes ». 139
Una atención especial
merecen, por sus problemáticas específicas, las parroquias en los grandes núcleos
urbanos, donde las dificultades son tan grandes que las estructuras pastorales normales
resultan inadecuadas y las posibilidades de acción apostólica notablemente reducidas. No
obstante, la institución parroquial conserva su importancia y se ha de mantener. Para
lograr este objetivo hay que « continuar la búsqueda de medios con los que la parroquia
y sus estructuras pastorales lleguen a ser más eficaces en los espacios urbanos ». 140
Una clave de renovación parroquial, especialmente urgente en las parroquias de las
grandes ciudades, puede encontrarse quizás considerando la parroquia como comunidad de
comunidades y de movimientos. 141 Parece por tanto oportuno la formación de comunidades y
grupos eclesiales de tales dimensiones que favorezcan verdaderas relaciones humanas. Esto
permitirá vivir más intensamente la comunión, procurando cultivarla no sólo « ad
intra », sino también con la comunidad parroquial a la que pertenecen estos grupos y con
toda la Iglesia diocesana y universal. En este contexto humano será también más fácil
escuchar la Palabra de Dios, para reflexionar a su luz sobre los diversos problemas
humanos y madurar opciones responsables inspiradas en el amor universal de Cristo. 142 La
institución parroquial así renovada « puede suscitar una gran esperanza. Puede formar a
la gente en comunidades, ofrecer auxilio a la vida de familia, superar el estado de
anonimato, acoger y ayudar a que las personas se inserten en la vida de sus vecinos y en
la sociedad ». 143 De este modo, cada parroquia hoy, y particularmente las de ámbito
urbano, podrá fomentar una evangelización más personal, y al mismo tiempo acrecentar
las relaciones positivas con los otros agentes sociales, educativos y comunitarios. 144
Además, « este tipo
de parroquia renovada supone la figura de un pastor que, en primer lugar, tenga una
profunda experiencia de Cristo vivo, espíritu misional, corazón paterno, que sea
animador de la vida espiritual y evangelizador capaz de promover la participación. La
parroquia renovada requiere la cooperación de los laicos, un animador de la acción
pastoral y la capacidad del pastor para trabajar con otros. Las parroquias en América
deben señalarse por su impulso misional que haga que extiendan su acción a los alejados
». 145
Los diáconos
permanentes
42. Por motivos
pastorales y teológicos serios, el Concilio Vaticano II determinó restablecer el
diaconado como grado permanente de la jerarquía en la Iglesia latina, dejando a las
Conferencias Episcopales, con la aprobación del Sumo Pontífice, valorar la oportunidad
de instituir los diáconos permanentes y en qué sitios. 146 Se trata de una experiencia
muy diferente no sólo en las distintas partes de América, sino incluso entre las
diócesis de una misma región. « Algunas diócesis han formado y ordenado no pocos
diáconos, y están plenamente contentas de su incorporación y ministerio ». 147 Aquí
se ve con gozo cómo los diáconos, « confortados con la gracia sacramental, en comunión
con el Obispo y su presbiterio, sirven al pueblo de Dios en el ministerio de la liturgia,
de la palabra y de la caridad ». 148 Otras diócesis no han emprendido este camino,
mientras en otras partes existen dificultades en la integración de los diáconos
permanentes en la estructura jerárquica.
Quedando a salvo la
libertad de las Iglesias particulares para restablecer o no, consintiéndolo el Sumo
Pontífice, el diaconado como grado permanente, está claro que el acierto de esta
restauración implica un diligente proceso de selección, una formación seria y una
atención cuidadosa a los candidatos, así como también un acompañamiento solícito no
sólo de estos ministros sagrados, sino también, en el caso de los diáconos casados, de
su familia, esposa e hijos. 149
La vida consagrada
43. La historia de la
evangelización de América es un elocuente testimonio del ingente esfuerzo misional
realizado por tantas personas consagradas, las cuales, desde el comienzo, anunciaron el
Evangelio, defendieron los derechos de los indígenas y, con amor heroico a Cristo, se
entregaron al servicio del pueblo de Dios en el Continente. 150 La aportación de las
personas consagradas al anuncio del Evangelio en América sigue siendo de suma
importancia; se trata de una aportación diversa según los carismas propios de cada
grupo: « los Institutos de vida contemplativa que testifican lo absoluto de Dios, los
Institutos apostólicos y misionales que hacen a Cristo presente en los muy diversos
campos de la vida humana, los Institutos seculares que ayudan a resolver la tensión entre
apertura real a los valores del mundo moderno y profunda entrega de corazón a Dios. Nacen
también nuevos Institutos y nuevas formas de vida consagrada que requieren discreción
evangélica ». 151
Ya que «el futuro de
la nueva evangelización [...] es impensable sin una renovada aportación de las mujeres,
especialmente de las mujeres consagradas », 152 urge favorecer su participación en
diversos sectores de la vida eclesial, incluidos los procesos en que se elaboran las
decisiones, especialmente en los asuntos que les conciernen directamente. 153 «También
hoy el testimonio de la vida plenamente consagrada a Dios es una elocuente proclamación
de que Él basta para llenar la vida de cualquier persona ». 154 Esta consagración al
Señor ha de prolongarse en una generosa entrega a la difusión del Reino de Dios. Por
ello, a las puertas del tercer milenio se ha de procurar « que la vida consagrada sea
más estimada y promovida por los Obispos, sacerdotes y comunidades cristianas. Y que los
consagrados, conscientes del gozo y de la responsabilidad de su vocación, se integren
plenamente en la Iglesia particular a la que pertenecen y fomenten la comunión y la mutua
colaboración ». 155
Los fieles laicos y la
renovación de la Iglesia
44. « La doctrina del
Concilio Vaticano II sobre la unidad de la Iglesia, como pueblo de Dios congregado en la
unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, subraya que son comunes a la dignidad
de todos los bautizados la imitación y el seguimiento de Cristo, la comunión mutua y el
mandato misional ». 156 Es necesario, por tanto, que los fieles laicos sean conscientes
de su dignidad de bautizados. Por su parte, los Pastores han de estimar profundamente «
el testimonio y la acción evangelizadora de los laicos que integrados en el pueblo de
Dios con espiritualidad de comunión conducen a sus hermanos al encuentro con Jesucristo
vivo. La renovación de la Iglesia en América no será posible sin la presencia activa de
los laicos. Por eso, en gran parte, recae en ellos la responsabilidad del futuro de la
Iglesia ». 157
Los ámbitos en los que
se realiza la vocación de los fieles laicos son dos. El primero, y más propio de su
condición laical, es el de las realidades temporales, que están llamados a ordenar
según la voluntad de Dios. 158 En efecto, « con su peculiar modo de obrar, el Evangelio
es llevado dentro de las estructuras del mundo y obrando en todas partes santamente
consagran el mismo mundo a Dios ». 159 Gracias a los fieles laicos, « la presencia y la
misión de la Iglesia en el mundo se realiza, de modo especial, en la diversidad de
carismas y ministerios que posee el laicado. La secularidad es la nota característica y
propia del laico y de su espiritualidad que lo lleva a actuar en la vida familiar, social,
laboral, cultural y política, a cuya evangelización es llamado. En un Continente en el
que aparecen la emulación y la propensión a agredir, la inmoderación en el consumo y la
corrupción, los laicos están llamados a encarnar valores profundamente evangélicos como
la misericordia, el perdón, la honradez, la transparencia de corazón y la paciencia en
las condiciones difíciles. Se espera de los laicos una gran fuerza creativa en gestos y
obras que expresen una vida coherente con el Evangelio ». 160
América necesita
laicos cristianos que puedan asumir responsabilidades directivas en la sociedad. Es
urgente formar hombres y mujeres capaces de actuar, según su propia vocación, en la vida
pública, orientándola al bien común. En el ejercicio de la política, vista en su
sentido más noble y auténtico como administración del bien común, ellos pueden
encontrar también el camino de la propia santificación. Para ello es necesario que sean
formados tanto en los principios y valores de la Doctrina social de la Iglesia, como en
nociones fundamentales de la teología del laicado. El conocimiento profundo de los
principios éticos y de los valores morales cristianos les permitirá hacerse promotores
en su ambiente, proclamándolos también ante la llamada « neutralidad del Estado ». 161
Hay un segundo ámbito en el que muchos fieles laicos están llamados a trabajar, y que
puede llamarse « intraeclesial ». Muchos laicos en América sienten el legítimo deseo
de aportar sus talentos y carismas a « la construcción de la comunidad eclesial como
delegados de la Palabra, catequistas, visitadores de enfermos o de encarcelados,
animadores de grupos etc. ». 162 Los Padres sinodales han manifestado el deseo de que la
Iglesia reconozca algunas de estas tareas como ministerios laicales, fundados en los
sacramentos del Bautismo y la Confirmación, dejando a salvo el carácter específico de
los ministerios propios del sacramento del Orden. Se trata de un tema vasto y complejo
para cuyo estudio constituí, hace ya algún tiempo, una Comisión especial 163 y sobre el
que los organismos de la Santa Sede han ido señalando paulatinamente algunas pautas
directivas. 164 Se ha de fomentar la provechosa cooperación de fieles laicos bien
preparados, hombres y mujeres, en diversas actividades dentro de la Iglesia, evitando, sin
embargo, una posible confusión con los ministerios ordenados y con las actividades
propias del sacramento del Orden, a fin de distinguir bien el sacerdocio común de los
fieles del sacerdocio ministerial.
A este respecto, los
Padres sinodales han sugerido que las tareas confiadas a los laicos sean bien « distintas
de aquellas que son etapas para el ministerio ordenado » 165 y que los candidatos al
sacerdocio reciben antes del presbiterado. Igualmente se ha observado que estas tareas
laicales « no deben conferirse sino a personas, varones y mujeres, que hayan adquirido la
formación exigida, según criterios determinados: una cierta permanencia, una real
disponibilidad con respecto a un determinado grupo de personas, la obligación de dar
cuenta a su propio Pastor ». 166 De todos modos, aunque el apostolado intraeclesial de
los laicos tiene que ser estimulado, hay que procurar que este apostolado coexista con la
actividad propia de los laicos, en la que no pueden ser suplidos por los sacerdotes: el
ámbito de la realidades temporales.
Dignidad de la mujer
45. Merece una especial
atención la vocación de la mujer. Ya en otras ocasiones he querido expresar mi aprecio
por la aportación específica de la mujer al progreso de la humanidad y reconocer sus
legítimas aspiraciones a participar plenamente en la vida eclesial, cultural, social y
económica. 167 Sin esta aportación se perderían algunas riquezas que sólo el « genio
de la mujer » 168 puede aportar a la vida de la Iglesia y de la sociedad misma. No
reconocerlo sería una injusticia histórica especialmente en América, si se tiene en
cuenta la contribución de las mujeres al desarrollo material y cultural del Continente,
como también a la transmisión y conservación de la fe. En efecto, « su papel fue
decisivo sobre todo en la vida consagrada, en la educación, en el cuidado de la salud ».
169
En varias regiones del
Continente americano, lamentablemente, la mujer es todavía objeto de discriminaciones.
Por eso se puede decir que el rostro de los pobres en América es también el rostro de
muchas mujeres. En este sentido, los Padres sinodales han hablado de un « aspecto
femenino de la pobreza ». 170 La Iglesia se siente obligada a insistir sobre la dignidad
humana, común a todas las personas. Ella « denuncia la discriminación, el abuso sexual
y la prepotencia masculina como acciones contrarias al plan de Dios ». 171 En particular,
deplora como abominable la esterilización, a veces programada, de las mujeres, sobre todo
de las más pobres y marginadas, que es practicada a menudo de manera engañosa, sin
saberlo las interesadas; esto es mucho más grave cuando se hacer para conseguir ayudas
económicas a nivel internacional.
La Iglesia en el
Continente se siente comprometida a intensificar su preocupación por la mujeres y a
defenderlas « de modo que la sociedad en América ayude más a la vida familiar fundada
en el matrimonio, proteja más la maternidad y respete más la dignidad de todas las
mujeres ». 172 Se debe ayudar a las mujeres americanas a tomar parte activa y responsable
en la vida y misión de la Iglesia, 173 como también se ha de reconocer la necesidad de
la sabiduría y cooperación de las mujeres en las tareas directivas de la sociedad
americana.
Los desafíos para la
familia cristiana
46. Dios Creador,
formando al primer varón y a la primera mujer, y mandando « sed fecundos y multiplicaos
» (Gn 1, 28), estableció definitivamente la familia. De este santuario nace la vida y es
aceptada como don de Dios. La Palabra, leída asiduamente en la familia, la construye poco
a poco como iglesia doméstica y la hace fecunda en humanismo y virtudes cristianas; allí
se constituye la fuente de las vocaciones. La vida de oración de la familia en torno a
alguna imagen de la Virgen hará que permanezca siempre unida en torno a la Madre, como
los discípulos de Jesús (cf. Hch 1, 14) ». 174 Son muchas las insidias que amenazan la
solidez de la institución familiar en la mayor parte de los países de América, siendo,
a la vez, desafíos para los cristianos. Se deben mencionar, entre otros, el aumento de
los divorcios, la difusión del aborto, del infanticidio y de la mentalidad contraceptiva.
Ante esta situación hay que subrayar « que el fundamento de la vida humana es la
relación nupcial entre el marido y la esposa, la cual entre los cristianos es sacramental
». 175
Es urgente, pues, una
amplia catequización sobre el ideal cristiano de la comunión conyugal y de la vida
familiar, que incluya una espiritualidad de la paternidad y la maternidad. Es necesario
prestar mayor atención pastoral al papel de los hombres como maridos y padres, así como
a la responsabilidad que comparten con sus esposas respecto al matrimonio, la familia y la
educación de los hijos. No debe omitirse una seria preparación de los jóvenes antes del
matrimonio, en la que se presente con claridad la doctrina católica, a nivel teológico,
espiritual y antropológico sobre este sacramento. En un Continente caracterizado por un
considerable desarrollo demográfico, como es América, deben incrementarse continuamente
las iniciativas pastorales dirigidas a las familias.
Para que la familia
cristiana sea verdaderamente « iglesia doméstica », 176 está llamada a ser el ámbito
en que los padres transmiten la fe, pues ellos « deben ser para sus hijos los primeros
predicadores de la fe, mediante la palabra y el ejemplo ». 177 En la familia tampoco
puede faltar la práctica de la oración en la que se encuentren unidos tanto los
cónyuges entre sí, como con sus hijos. A este respecto, se han de fomentar momentos de
vida espiritual en común: la participación en la Eucaristía los días festivos, la
práctica del sacramento de la Reconciliación, la oración cotidiana en familia y obras
concretas de caridad. Así se consolidará la fidelidad en el matrimonio y la unidad de la
familia. En un ambiente familiar con estas características no será difícil que los
hijos sepan descubrir su vocación al servicio de la comunidad y de la Iglesia y que
aprendan, especialmente con el ejemplo de sus padres, que la vida familiar es un camino
para realizar la vocación universal a la santidad. 178
Los jóvenes, esperanza
del futuro
47. Los jóvenes son
una gran fuerza social y evangelizadora. « Constituyen una parte numerosísima de la
población en muchas naciones de América. En el encuentro de ellos con Cristo vivo se
fundan la esperanza y la expectativas de un futuro de mayor comunión y solidaridad para
la Iglesia y las sociedades de América ». 179 Son evidentes los esfuerzos que las
Iglesias particulares realizan en el Continente para acompañar a los adolescentes en el
proceso catequético antes de la Confirmación y de otras formas de acompañamiento que
les ofrecen para que crezcan en su encuentro con Cristo y en el conocimiento del
Evangelio. El proceso de formación de los jóvenes debe ser constante y dinámico,
adecuado para ayudarles a encontrar su lugar en la Iglesia y en el mundo. Por tanto, la
pastoral juvenil ha de ocupar un puesto privilegiado entre las preocupaciones de los
Pastores y de las comunidades.
En realidad, son muchos
los jóvenes americanos que buscan el sentido verdadero de su vida y que tienen sed de
Dios, pero muchas veces faltan las condiciones idóneas para realizar sus capacidades y
lograr sus aspiraciones. Lamentablemente, la falta de trabajo y de esperanzas de futuro
los lleva en algunas ocasiones a la marginación y a la violencia. La sensación de
frustración que experimentan por todo ello, los hace abandonar frecuentemente la
búsqueda de Dios. Ante esta situación tan compleja, « la Iglesia se compromete a
mantener su opción pastoral y misionera por los jóvenes para que puedan hoy encontrar a
Cristo vivo ». 180
La acción pastoral de
la Iglesia llega a muchos de estos adolescentes y jóvenes mediante la animación
cristiana de la familia, la catequesis, las instituciones educativas católicas y la vida
comunitaria de la parroquia. Pero hay otros muchos, especialmente entre los que sufren
diversas formas de pobreza, que quedan fuera del campo de la actividad eclesial. Deben ser
los jóvenes cristianos, formados con una conciencia misionera madura, los apóstoles de
sus coetáneos. Es necesaria una acción pastoral que llegue a los jóvenes en sus propios
ambientes, como el colegio, la universidad, el mundo del trabajo o el ambiente rural, con
una atención apropiada a su sensibilidad. En el ámbito parroquial y diocesano será
oportuno desarrollar también una acción pastoral de la juventud que tenga en cuenta la
evolución del mundo de los jóvenes, que busque el diálogo con ellos, que no deje pasar
las ocasiones propicias para encuentros más amplios, que aliente las iniciativas locales
y aproveche también lo que ya se realiza en el ámbito interdiocesano e internacional. Y,
¿qué hacer ante los jóvenes que manifiestan comportamientos adolescentes de una cierta
inconstancia y dificultad para asumir compromisos serios para siempre? Ante esta carencia
de madurez es necesario invitar a los jóvenes a ser valientes, ayudándoles a apreciar el
valor del compromiso para toda la vida, como es el caso del sacerdocio, de la vida
consagrada y del matrimonio cristiano. 181
Acompañar al niño en
su encuentro con Cristo
48. Los niños son don
y signo de la presencia de Dios. « Hay que acompañar al niño en su encuentro con
Cristo, desde su bautismo hasta su primera comunión, ya que forma parte de la comunidad
viviente de fe, esperanza y caridad ». 182 La Iglesia agradece la labor de los padres,
maestros, agentes pastorales, sociales y sanitarios, y de todos aquellos que sirven a la
familia y a los niños con la misma actitud de Jesucristo que dijo: « Dejad que los
niños vengan a mí, y no se lo impidáis porque de los que son como éstos es el Reino de
los Cielos » (Mt 19, 14).
Con razón los Padres
sinodales lamentan y condenan la condición dolorosa de muchos niños en toda América,
privados de la dignidad y la inocencia e incluso de la vida. « Esta condición incluye la
violencia, la pobreza, la carencia de casa, la falta de un adecuado cuidado de sanidad y
educación, los daños de las drogas y del alcohol, y otros estados de abandono y de abuso
». 183 A este respecto, en el Sínodo se hizo mención especial de la problemática del
abuso sexual de los niños y de la prostitución infantil, y los Padres lanzaron un
urgente llamado « a todos los que están en posiciones de autoridad en la sociedad, para
que realicen, como cosa prioritaria, todo lo que está en su poder, para aliviar el dolor
de los niños en América ». 184
Elementos de comunión
con las otras Iglesias y Comunidades eclesiales 49. Entre la Iglesia católica y las otras
Iglesias y Comunidades eclesiales existe un esfuerzo de comunión que tiene su raíz en el
Bautismo administrado en cada una de ellas. 185 Este esfuerzo se alimenta mediante la
oración, el diálogo y la acción común. Los Padres sinodales han querido expresar una
voluntad especial de « cooperación al diálogo ya comenzado con la Iglesia ortodoxa, con
la que tenemos en común muchos elementos de fe, de vida sacramental y de piedad ». 186
Las propuestas concretas de la Asamblea sinodal sobre el conjunto de las Iglesias y
Comunidades eclesiales cristianas no católicas son múltiples. Se propone, en primer
lugar, « que los cristianos católicos, Pastores y fieles, fomenten el encuentro de los
cristianos de las diversas confesiones, en la cooperación, en nombre del Evangelio, para
responder al clamor de los pobres, con la promoción de la justicia, la oración común
por la unidad y la participación en la Palabra de Dios y la experiencia de la fe en
Cristo vivo ». 187 Deben también alentarse, cuando sea oportuno y conveniente, las
reuniones de expertos de las diversas Iglesias y Comunidades eclesiales para facilitar el
diálogo ecuménico. El ecumenismo ha de ser objeto de reflexión y de comunicación de
experiencias entre las diversas Conferencias Episcopales católicas del Continente.
Si bien el Concilio
Vaticano II se refiere a todos los bautizados y creyentes en Cristo « como hermanos en el
Señor», 188 es necesario distinguir con claridad las comunidades cristianas, con las
cuales es posible establecer relaciones inspiradas en el espíritu del ecumenismo, de las
sectas, cultos y otros movimientos pseudoreligiosos.
Relación de la Iglesia
con las comunidades judías
50. En la sociedad
americana existen también comunidades judías con las que la Iglesia ha llevado a cabo en
estos últimos años una colaboración creciente. 189 En la historia de la salvación es
evidente nuestra especial relación con el pueblo judío. De ese pueblo nació Jesús,
quien dio comienzo a su Iglesia dentro de la Nación judía. Gran parte de la Sagrada
Escritura que los cristianos leemos como palabra de Dios, constituye un patrimonio
espiritual común con los judíos. 190 Se ha de evitar, pues, toda actitud negativa hacia
ellos, ya que « para bendecir al mundo es necesario que los judíos y los cristianos sean
previamente bendición los unos para los otros. 191
Religiones no
cristianas
51. Respecto a las
religiones no cristianas, la Iglesia católica no rechaza nada de lo que en ellas hay de
verdadero y santo. 192 Por ello, con respecto a las otras religiones, los católicos
quieren subrayar los elementos de verdad dondequiera que puedan encontrarse, pero a la vez
testifican fuertemente la novedad de la revelación de Cristo, custodiada en su integridad
por la Iglesia. 193 En coherencia con esta actitud, los católicos rechazan como extraña
al espíritu de Cristo toda discriminación o persecución contra las personas por motivos
de raza, color, condición de vida o religión. La diferencia de religión nunca debe ser
causa de violencia o de guerra. Al contrario, las personas de creencias diversas deben
sentirse movidas, precisamente por su adhesión a las mismas, a trabajar juntas por la paz
y la justicia.
« Los musulmanes, como
los cristianos y los judíos, llaman a Abraham, padre suyo. Este hecho debe asegurar que
en toda América estas tres comunidades vivan armónicamente y trabajen juntas por el bien
común. Igualmente, la Iglesia en América debe esforzarse por aumentar el mutuo respeto y
las buenas relaciones con las religiones nativas americanas ». 194 La misma actitud debe
tenerse con los grupos hinduistas y budistas o de otras religiones que las recientes
inmigraciones, procedentes de países orientales, han llevado al suelo americano.
97 Propositio 40; cf.
Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 2.
98 2 Cf. Congregación
para la Doctrina de la Fe, Carta Communionis notio, a los Obispos de la Iglesia católica
sobre algunos aspectos de la Iglesia considerada como comunión 28 de mayo de 1992, 3-6:
AAS 85 1993, 839-841.
99 2 Propositio 40.
100 Ibíd.
101 Conc. Ecum. Vat. I,
Const. dogm. Pastor aeternus, sobre la Iglesia de Cristo, Prólogo: DS 3051.
102 Conc. Ecum. de
Florencia, Bula de unión Exultate Deo 22 de noviembre de 1439: DS 1314.
103 Conc. Ecum. Vat.
II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 11.
104 Cf. Conc. Ecum.
Vat. II, Decreto Presbyterorum Ordinis, sobre el ministerio y vida de los presbí- teros,
5.
105 Propositio 41.
106 Ibíd.
107 Cf. Conc. Ecum. de
Trento, Ses. VII, Decreto sobre los sacramentos en general, can. 9: DS 1609.
108 Cf. Conc. Ecum.
Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 26.
109 Cf. Juan Pablo II,
Enc. Redemptor hominis 4 de marzo de 1979, 20: AAS 71 1979, 309-316.
110 Propositio 42; cf.
Juan Pablo II, Carta ap. Dies Domini 31 de mayo de 1998, 69: AAS 90 1998, 755-756.
111 Propositio 41.
112 Propositio 42; cf.
Conc. Ecum. Vat. II, Const. Sacrosanctum Concilium, sobre la sagrada liturgia, 14; Const.
dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 10.
113 Cf. Propositio 42.
114 Propositio 41.
115 Cf. Conc. Ecum.
Vat. II, Decreto Apostolicam actuositatem, sobre el apostolado de los laicos, 8.
116 Conc. Ecum. Vat.
II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 23.
117 Cf. Decreto
Christus Dominus, sobre la función pastoral de los Obispos, 27; Decreto Presby- terorum
Ordinis, sobre el ministerio y vida de los presbíteros, 7; Pablo VI, Motu proprio
Ecclesiae sanctae 6 de agosto de 1966 I, 15-17: AAS 58 1966, 766-767; Código de Derecho
Canónico, cc. 495, 502 y 511; Código de los Cánones de las Iglesias Orientales, cc.
264, 271 y 272.
118 Propositio 43.
119 Cf. Propositio 45.
120 Cf. Congregación
para la Doctrina de la Fe, Carta Communionis notio, a los Obispos de la Iglesia católica
sobre algunos aspectos de la Iglesia considerada como comunión 28 de mayo de 1992, 15-16:
AAS 85 1993, 847-848.
121 Cf. ibíd.
122 Cf. Propositio 44.
123 Ibíd.
124 Ibíd.
125 Cf. Propositio 60.
126 Propositio 49.
127 Ibíd.
128 Ibíd.; cf. Conc.
Ecum. Vat. II, Decreto Presbyterorum Ordinis, sobre el ministerio y vida de los
presbíteros, 14.
129 Propositio 49.
130 Ibíd.
131 Cf. Propositio 51.
132 Propositio 48.
133 Propositio 51.
134 Propositio 52.
135 Cf. ibíd.
136 Cf. ibíd.
137 Cf. Propositio 46.
138 Ibíd.
139 Ibíd.
140 Propositio 35.
141 Cf. IV Conferencia
General del Episcopado Latinoamericano, Santo Domingo, octubre de 1992, Nueva
evangelización, promoción humana y cultura cristiana, 58.
142 Cf. Juan Pablo II,
Enc. Redemptoris missio 7 de diciembre de 1990, 51: AAS 83 1991, 298-299.
143 Propositio 35.
144 Cf. Propositio 46.
145 Ibíd.
146 Cf. Const. dogm.
Lumen gentium, sobre la Iglesia, 29; Pablo VI, Motu proprio Sacrum Diaconatus Ordinem 18
de junio de 1967, I, 1: AAS 59 1967, 599.
147 Propositio 50.
148 Conc. Ecum. Vat.
II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 29.
149 Cf. Propositio 50;
Congr. para la Educación Católica y Congr. para el Clero, Instr. Ratio funda- mentalis
institutionis diaconorum permanentium y Directorium pro ministerio et vita diaconorum
permanentium 22 de febrero de 1998: AAS 90 1998, 843-926.
150 Cf. Propositio 53.
151 Ibíd.; cf. III
Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, Mensaje a los pueblos de América
Latina, Puebla 1979, n. 775.
152 Juan Pablo II,
Exhort. ap. postsinodal Vita consecrata 25 de marzo de 1996, 57: AAS 88 1996, 429-430.
153 Cf. ibíd., 58:
l.c., 430.
154 Propositio 53.
155 Ibíd.
156 Propositio 54.
157 Ibíd.
158 Cf. Conc. Ecum.
Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 31.
159 Propositio 55; cf.
Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 34.
160 Propositio 55.
161 Cf. ibíd.
162 Propositio 56.
163 Cf. Exhort. ap.
postsinodal Christifideles laici 30 de diciembre de 1988, 23: AAS 81 1989, 429- 433.
164 Cf. Congregación
para el Clero y otras, Instruc. Ecclesiae de mysterio 15 de agosto de 1997: AAS 89 1997,
852-877.
165 Propositio 56.
166 Ibíd.
167 Cf. Carta ap.
Mulieris dignitatem 15 de agosto de 1988: AAS 80 1988, 1653-1729 y Carta a las mujeres 29
de junio de 1995: AAS 87 1995, 803-812; Propositio 11.
168 Cf. Carta ap.
Mulieris dignitatem 15 de agosto de 1988, 31: AAS 80 1988, 1728.
169 Propositio 11.
170 Ibíd.
171 Ibíd..
172 Ibíd.
173 Cf. Juan Pablo II,
Exhort. ap. postsinodal Christifideles laici 30 de diciembre de 1988, 49: AAS 81 1989,
486-489.
174 Propositio 12.
175 Ibíd.
176 Cf. Conc. Ecum.
Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 11.
177 Ibíd.
178 Cf. Propositio 12.
179 Propositio 14.
180 Ibíd.
181 Ibíd.
182 Propositio 15.
183 Ibíd.
184 Ibíd.
185 Cf. Conc. Ecum.
Vat. II, Decr. Unitatis redintegratio, sobre el ecumenismo, 3.
186 Propositio 61.
187 Ibíd.
188 Decr. Unitatis
redintegratio, sobre el ecumenismo, 3.
189 Cf. Propositio 62.
190 Cf. Sínodo de los
Obispos, Asamblea Especial para Europa, Decl. Ut testes simus Christi qui nos liberavit 13
de diciembre de 1991, III, 8: Ench. Vat. 13, 653-655.
191 Propositio 62.
192 Conc. Ecum. Vat.
II, Decl. Nostra aetate, sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no
cristianas, 2.
193 Cf. Propositio 63.
194 Ibíd.
CAPÍTULO
V
CAMINO
PARA LA SOLIDARIDAD
«En
esto conocerán todos que sois discípulos míos:
si os tenéis amor los unos a los otros » (Jn 13, 35)
si os tenéis amor los unos a los otros » (Jn 13, 35)
La solidaridad, fruto
de la comunión
52. « En verdad os
digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo
hicisteis » (Mt 25, 40; cf. 25, 45). La conciencia de la comunión con Jesucristo y con
los hermanos, que es, a su vez, fruto de la conversión, lleva a servir al prójimo en
todas sus necesidades, tanto materiales como espirituales, para que en cada hombre
resplandezca el rostro de Cristo. Por eso, « la solidaridad es fruto de la comunión que
se funda en el misterio de Dios uno y trino, y en el Hijo de Dios encarnado y muerto por
todos. Se expresa en el amor del cristiano que busca el bien de los otros, especialmente
de los más necesitados ». 195
De aquí deriva para
las Iglesias particulares del Continente americano el deber de la recíproca solidaridad y
de compartir sus dones espirituales y los bienes materiales con que Dios las ha bendecido,
favoreciendo la disponibilidad de las personas para trabajar donde sea necesario.
Partiendo del Evangelio se ha de promover una cultura de la solidaridad que incentive
oportunas iniciativas de ayuda a los pobres y a los marginados, de modo especial a los
refugiados, los cuales se ven forzados a dejar sus pueblos y tierras para huir de la
violencia. La Iglesia en América ha de alentar también a los organismos internacionales
del Continente con el fin de establecer un orden económico en el que no domine sólo el
criterio del lucro, sino también el de la búsqueda del bien común nacional e
internacional, la distribución equitativa de los bienes y la promoción integral de los
pueblos. 196
La doctrina de la
Iglesia, expresión de las exigencias de la conversión
53. Mientras el
relativismo y el subjetivismo se difunden de modo preocupante en el campo de la doctrina
moral, la Iglesia en América está llamada a anunciar con renovada fuerza que la
conversión consiste en la adhesión a la persona de Jesucristo, con todas las
implicaciones teológicas y morales ilustradas por el Magisterio eclesial. Hay que
reconocer, « el papel que realizan, en esta línea, los teólogos, los catequistas y los
profesores de religión que, exponiendo la doctrina de la Iglesia con fidelidad al
Magisterio, cooperan directamente en la recta formación de la conciencia de los fieles
». 197 Si creemos que Jesús es la Verdad (cf. Jn 14, 6) desearemos ardientemente ser sus
testigos para acercar a nuestros hermanos a la verdad plena que está en el Hijo de Dios
hecho hombre, muerto y resucitado por la salvación del género humano. « De este modo
podremos ser, en este mundo, lámparas vivas de fe, esperanza y caridad ». 198
Doctrina social de la
Iglesia
54. Ante los graves
problemas de orden social que, con características diversas, existen en toda América, el
católico sabe que puede encontrar en la doctrina social de la Iglesia la respuesta de la
que partir para buscar soluciones concretas. Difundir esta doctrina constituye, pues, una
verdadera prioridad pastoral. Para ello es importante « que en América los agentes de
evangelización (Obispos, sacerdotes, profesores, animadores pastorales, etc.) asimilen
este tesoro que es la doctrina social de la Iglesia, e, iluminados por ella, se hagan
capaces de leer la realidad actual y de buscar vías para la acción ». 199 A este
respecto, hay que fomentar la formación de fieles laicos capaces de trabajar, en nombre
de la fe en Cristo, para la transformación de las realidades terrenas. Además, será
oportuno promover y apoyar el estudio de esta doctrina en todos los ámbitos de las
Iglesias particulares de América y, sobre todo, en el universitario, para que sea
conocida con mayor profundidad y aplicada en la sociedad americana.
Para alcanzar este
objetivo sería muy útil un compendio o síntesis autorizada de la doctrina social
católica, incluso un « catecismo », que muestre la relación existente entre ella y la
nueva evangelización. La parte que el Catecismo de la Iglesia Católica dedica a esta
materia, a propósito del séptimo mandamiento del Decálogo, podría ser el punto de
partida de este « Catecismo de doctrina social católica ». Naturalmente, como ha
sucedido con el Catecismo de la Iglesia Católica, se limitaría a formular los principios
generales, dejando a aplicaciones posteriores el tratar sobre los problemas relacionados
con las diversas situaciones locales. 200 En la doctrina social de la Iglesia ocupa un
lugar importante el derecho a un trabajo digno. Por esto, ante las altas tasas de
desempleo que afectan a muchos países americanos y ante las duras condiciones en que se
encuentran no pocos trabajadores en la industria y en el campo, « es necesario valorar el
trabajo como dimensión de realización y de dignidad de la persona humana. Es una
responsabilidad ética de una sociedad organizada promover y apoyar una cultura del
trabajo ». 201
Globalización de la
solidaridad
55. El complejo
fenómeno de la globalización, como he recordado más arriba, es una de las
características del mundo actual, perceptible especialmente en América. Dentro de esta
realidad polifacética, tiene gran importancia el aspecto económico. Con su doctrina
social, la Iglesia ofrece una valiosa contribución a la problemática que presenta la
actual economía globalizada. Su visión moral en esta materia « se apoya en las tres
piedras angulares fundamentales de la dignidad humana, la solidaridad y la subsidiariedad
». 202 La economía globalizada debe ser analizada a la luz de los principios de la
justicia social, respetando la opción preferencial por los pobres, que han de ser
capacitados para protegerse en una economía globalizada, y ante las exigencias del bien
común internacional. En realidad, « la doctrina social de la Iglesia es la visión moral
que intenta asistir a los gobiernos, a las instituciones y las organizaciones privadas
para que configuren un futuro congruente con la dignidad de cada persona. A través de
este prisma se pueden valorar las cuestiones que se refieren a la deuda externa de las
naciones, a la corrupción política interna y a la discriminación dentro [de la propia
nación] y entre las naciones ». 203 La Iglesia en América está llamada no sólo a
promover una mayor integración entre las naciones, contribuyendo de este modo a crear una
verdadera cultura globalizada de la solidaridad, 204 sino también a colaborar con los
medios legítimos en la reducción de los efectos negativos de la globalización, como son
el dominio de los más fuertes sobre los más débiles, especialmente en el campo
económico, y la pérdida de los valores de las culturas locales en favor de una mal
entendida homogeneización.
Pecados sociales que
claman al cielo
56. A la luz de la
doctrina social de la Iglesia se aprecia también, más claramente, la gravedad de « los
pecados sociales que claman al cielo, porque generan violencia, rompen la paz y la
armonía entre las comunidades de una misma nación, entre las naciones y entre las
diversas partes del Continente ». 205 Entre estos pecados se deben recordar, « el
comercio de drogas, el lavado de las ganancias ilícitas, la corrupción en cualquier
ambiente, el terror de la violencia, el armamentismo, la discriminación racial, las
desigualdades entre los grupos sociales, la irrazonable destrucción de la naturaleza ».
206 Estos pecados manifiestan una profunda crisis debido a la pérdida del sentido de Dios
y a la ausencia de los principios morales que deben regir la vida de todo hombre. Sin una
referencia moral se cae en un afán ilimitado de riqueza y de poder, que ofusca toda
visión evangélica de la realidad social.
No pocas veces, esto
provoca que algunas instancias públicas se despreocupen de la situación social. Cada vez
más, en muchos países americanos impera un sistema conocido como « neoliberalismo »;
sistema que haciendo referencia a una concepción economicista del hombre, considera las
ganancias y las leyes del mercado como parámetros absolutos en detrimento de la dignidad
y del respeto de las personas y los pueblos. Dicho sistema se ha convertido, a veces, en
una justificación ideológica de algunas actitudes y modos de obrar en el campo social y
político, que causan la marginación de los más débiles. De hecho, los pobres son cada
vez más numerosos, víctimas de determinadas políticas y de estructuras frecuentemente
injustas. 207
La mejor respuesta,
desde el Evangelio, a esta dramática situación es la promoción de la solidaridad y de
la paz, que hagan efectivamente realidad la justicia. Para esto se ha de alentar y ayudar
a aquellos que son ejemplo de honradez en la administración del erario público y de la
justicia. Igualmente se ha de apoyar el proceso de democratización que está en marcha en
América, 208 ya que en un sistema democrático son mayores las posibilidades de control
que permiten evitar los abusos. « El Estado de Derecho es la condición necesaria para
establecer una verdadera democracia ». 209 Para que ésta se pueda desarrollar, se
precisa la educación cívica así como la promoción del orden público y de la paz en la
convivencia civil. En efecto, « no hay una democracia verdadera y estable sin justicia
social. Para esto es necesario que la Iglesia preste mayor atención a la formación de la
conciencia, prepare dirigentes sociales para la vida publica en todos los niveles,
promueva la educación ética, la observancia de la ley y de los derechos humanos y emplee
un mayor esfuerzo en la formación ética de la clase política ». 210
El fundamento último
de los derechos humanos
57. Conviene recordar
que el fundamento sobre el que se basan todos los derechos humanos es la dignidad de la
persona. En efecto, « la mayor obra divina, el hombre, es imagen y semejanza de Dios.
Jesús asumió nuestra naturaleza menos el pecado; promovió y defendió la dignidad de
toda persona humana sin excepción alguna; murió por la libertad de todos. El Evangelio
nos muestra cómo Jesucristo subrayó la centralidad de la persona humana en el orden
natural (cf. Lc 12, 22-29), en el orden social y en el orden religioso, incluso respecto a
la Ley (cf. Mc 2, 27); defendiendo el hombre y también la mujer (cf. Jn 8, 11) y los
niños (cf. Mt 19, 13-15), que en su tiempo y en su cultura ocupaban un lugar secundario
en la sociedad. De la dignidad del hombre en cuanto hijo de Dios nacen los derechos
humanos y las obligaciones ». 211 Por esta razón, « todo atropello a la dignidad del
hombre es atropello al mismo Dios, de quien es imagen ». 212 Esta dignidad es común a
todos los hombres sin excepción, ya que todos han sido creados a imagen de Dios (cf. Gn
1, 26). La respuesta de Jesús a la pregunta « ¿Quién es mi prójimo? » (Lc 10, 29)
exige de cada uno una actitud de respeto por la dignidad del otro y de cuidado solícito
hacia él, aunque se trate de un extranjero o un enemigo (cf. Lc 10, 30-37). En toda
América la conciencia de la necesidad de respetar los derechos humanos ha ido creciendo
en estos últimos tiempos, sin embargo todavía queda mucho por hacer, si se consideran
las violaciones de los derechos de personas y de grupos sociales que aún se dan en el
Continente.
Amor preferencial por
los pobres y marginados
58. « La Iglesia en
América debe encarnar en sus iniciativas pastorales la solidaridad de la Iglesia
universal hacia los pobres y marginados de todo género. Su actitud debe incluir la
asistencia, promoción, liberación y aceptación fraterna. La Iglesia pretende que no
haya en absoluto marginados ». 213 El recuerdo de los capítulos oscuros de la historia
de América relativos a la existencia de la esclavitud y de otras situaciones de
discriminación social, ha de suscitar un sincero deseo de conversión que lleve a la
reconciliación y a la comunión. La atención a los más necesitados surge de la opción
de amar de manera preferencial a los pobres. Se trata de un amor que no es exclusivo y no
puede ser pues interpretado como signo de particularismo o de sectarismo; 214 amando a los
pobres el cristiano imita las actitudes del Señor, que en su vida terrena se dedicó con
sentimientos de compasión a las necesidades de las personas espiritual y materialmente
indigentes.
La actividad de la
Iglesia en favor de los pobres en todas las partes del Continente es importante; no
obstante hay que seguir trabajando para que esta línea de acción pastoral sea cada vez
más un camino para el encuentro con Cristo, el cual, siendo rico, por nosotros se hizo
pobre a fin de enriquecernos con su pobreza (cf. 2 Co 8, 9). Se debe intensificar y
ampliar cuanto se hace ya en este campo, intentando llegar al mayor número posible de
pobres. La Sagrada Escritura nos recuerda que Dios escucha el clamor de los pobres (cf.
Sal 34 [33],7) y la Iglesia ha de estar atenta al clamor de los más necesitados.
Escuchando su voz, « la Iglesia debe vivir con los pobres y participar de sus dolores.
[...] Debe finalmente testificar por su estilo de vida que sus prioridades, sus palabras y
sus acciones, y ella misma está en comunión y solidaridad con ellos ». 215
La deuda externa
59. La existencia de
una deuda externa que asfixia a muchos pueblos del Continente americano es un problema
complejo. Aun sin entrar en sus numerosos aspectos, la Iglesia en su solicitud pastoral no
puede ignorar este problema, ya que afecta a la vida de tantas personas. Por eso, diversas
Conferencias Episcopales de América, conscientes de su gravedad, han organizado estudios
sobre el mismo y publicado documentos para buscar soluciones eficaces. 216 Yo he expresado
también varias veces mi preocupación por esta situación, que en algunos casos se ha
hecho insostenible. En la perspectiva del ya próximo Gran Jubileo del año 2000 y
recordando el sentido social que los Jubileos tenían en el Antiguo Testamento, escribí:
« Así, en el espíritu del Libro del Levítico (25, 8-12), los cristianos deberán
hacerse voz de todos los pobres del mundo, proponiendo el Jubileo como un tiempo oportuno
para pensar entre otras cosas en una notable reducción, si no en una total condonación,
de la deuda internacional que grava sobre el destino de muchas naciones ». 217
Reitero mi deseo, hecho
propio por los Padres sinodales, de que el Pontificio Consejo «Justicia y Paz», junto
con otros organismos competentes, como es la sección para las Relaciones con los Estados
de la Secretaría de Estado, « busque, en el estudio y el diálogo con representantes del
Primer Mundo y con responsables del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional,
vías de solución para el problema de la deuda externa y normas que impidan la
repetición de tales situaciones con ocasión de futuros préstamos ». 218 Al nivel más
amplio posible, sería oportuno que « expertos en economía y cuestiones monetarias, de
fama internacional, procedieran a un análisis crítico del orden económico mundial, en
sus aspectos positivos y negativos, de modo que se corrija el orden actual, y propongan un
sistema y mecanismos capaces de promover el desarrollo integral y solidario de las
personas y los pueblos ». 219
Lucha contra la
corrupción
60. En América el
fenómeno de la corrupción está también ampliamente extendido. La Iglesia puede
contribuir eficazmente a erradicar este mal de la sociedad civil con « una mayor
presencia de cristianos laicos cualificados que, por su origen familiar, escolar y
parroquial, promuevan la práctica de valores como la verdad, la honradez, la laboriosidad
y el servicio del bien común ». 220 Para lograr este objetivo y también para iluminar a
todos los hombres de buena voluntad, deseosos de poner fin a los males derivados de la
corrupción, hay que enseñar y difundir lo más posible la parte que corresponde a este
tema en el Catecismo de la Iglesia Católica, promoviendo al mismo tiempo entre los
católicos de cada Nación el conocimiento de los documentos publicados al respecto por
las Conferencias Episcopales de las otras Naciones. 221 Los cristianos así formados
contribuirán significativamente a la solución de este problema, esforzándose en llevar
a la práctica la doctrina social de la Iglesia en todos los aspectos que afecten a sus
vidas y en aquellos otros a los que pueda llegar su influjo.
El problema de las
drogas
61. En relación con el
grave problema del comercio de drogas, la Iglesia en América puede colaborar eficazmente
con los responsables de las Naciones, los directivos de empresas privadas, las
organizaciones no gubernamentales y las instancias internacionales para desarrollar
proyectos que eliminen este comercio que amenaza la integridad de los pueblos en América.
222 Esta colaboración debe extenderse a los órganos legislativos, apoyando las
iniciativas que impidan el « blanqueo de dinero », favorezcan el control de los bienes
de quienes están implicados en este tráfico y vigilen que la producción y comercio de
las sustancias químicas para la elaboración de drogas se realicen según las normas
legales. La urgencia y gravedad del problema hacen apremiante un llamado a los diversos
ambientes y grupos de la sociedad civil para luchar unidos contra el comercio de la droga.
223 Por lo que respecta específicamente a los Obispos, es necesario —según una
sugerencia de los Padres sinodales— que ellos mismos, como Pastores del pueblo de
Dios, denuncien con valentía y con fuerza el hedonismo, el materialismo y los estilos de
vida que llevan fácilmente a la droga. 224
Hay que tener también
presente que se debe ayudar a los agricultores pobres para que no caigan en la tentación
del dinero fácil obtenible con el cultivo de las plantas de las que se extraen las
drogas. A este respecto, las Organizaciones internacionales pueden prestar una
colaboración preciosa a los Gobiernos nacionales favoreciendo, con incentivos diversos,
las producciones agrícolas alternativas. Se ha de alentar también la acción de quienes
se esfuerzan en sacar de la droga a los que la usan, dedicando una atención pastoral a
las víctimas de la tóxicodependencia. Tiene una importancia fundamental ofrecer el
verdadero « sentido de la vida » a las nuevas generaciones, que por carencia del mismo
acaban por caer frecuentemente en la espiral perversa de los estupefacientes. Este trabajo
de recuperación y rehabilitación social puede ser también una verdadera y propia tarea
de evangelización. 225
La carrera de
armamentos
62. Un factor que
paraliza gravemente el progreso de no pocas naciones de América es la carrera de
armamentos. Desde las Iglesias particulares de América debe alzarse una voz profética
que denuncie tanto el armamentismo como el escandaloso comercio de armas de guerra, el
cual emplea sumas ingentes de dinero que deberían, en cambio, destinarse a combatir la
miseria y a promover el desarrollo. 226 Por otra parte, la acumulación de armamentos es
un factor de inestabilidad y una amenaza para la paz. 227 Por esto, la Iglesia está
vigilante ante el riesgo de conflictos armados, incluso, entre naciones hermanas. Ella,
como signo e instrumento de reconciliación y paz, ha de procurar « por todos los medios
posibles, también por el camino de la mediación y del arbitraje, actuar en favor de la
paz y de la fraternidad entre los pueblos ». 228
Cultura de la muerte y
sociedad dominada por los poderosos
63. Hoy en América,
como en otras partes del mundo, parece perfilarse un modelo de sociedad en la que dominan
los poderosos, marginando e incluso eliminando a los débiles. Pienso ahora en los niños
no nacidos, víctimas indefensas del aborto; en los ancianos y enfermos incurables, objeto
a veces de la eutanasia; y en tantos otros seres humanos marginados por el consumismo y el
materialismo. No puedo ignorar el recurso no necesario a la pena de muerte cuando otros «
medios incruentos bastan para defender y proteger la seguridad de las personas contra el
agresor [...] En efecto, hoy, teniendo en cuenta las posibilidades de que dispone el
Estado para reprimir eficazmente el crimen dejando inofensivo a quien lo ha cometido, sin
quitarle definitivamente la posibilidad de arrepentirse, los casos de absoluta necesidad
de eliminar al reo "son ya muy raros, por no decir prácticamente inexistentes"
». 229 Semejante modelo de sociedad se caracteriza por la cultura de la muerte y, por
tanto, en contraste con el mensaje evangélico. Ante esta desoladora realidad, la
Comunidad eclesial trata de comprometerse cada vez más en defender la cultura de la vida.
Por ello, los Padres
sinodales, haciéndose eco de los recientes documentos del Magisterio de la Iglesia, han
subrayado con vigor la incondicionada reverencia y la total entrega a favor de la vida
humana desde el momento de la concepción hasta el momento de la muerte natural, y
expresan la condena de males como el aborto y la eutanasia. Para mantener estas doctrinas
de la ley divina y natural, es esencial promover el conocimiento de la doctrina social de
la Iglesia, y comprometerse para que los valores de la vida y de la familia sean
reconocidos y defendidos en el ámbito social y en la legislación del Estado. 230 Además
de la defensa de la vida, se ha de intensificar, a través de múltiples instituciones
pastorales, una activa promoción de las adopciones y una constante asistencia a las
mujeres con problemas por su embarazo, tanto antes como después del nacimiento del hijo.
Se ha de dedicar además una especial atención pastoral a las mujeres que han padecido o
procurado activamente el aborto. 231
Doy gracias a Dios y
manifiesto mi vivo aprecio a los hermanos y hermanas en la fe que en América, unidos a
otros cristianos y a innumerables personas de buena voluntad, están comprometidos a
defender con los medios legales la vida y a proteger al no nacido, al enfermo incurable y
a los discapacitados. Su acción es aún más laudable si se consideran la indiferencia de
muchos, las insidias eugenésicas y los atentados contra la vida y la dignidad humana, que
diariamente se cometen por todas partes. 232 Esta misma solicitud se ha de tener con los
ancianos, a veces descuidados y abandonados. Ellos deben ser respetados como personas. Es
importante poner en práctica para ellos iniciativas de acogida y asistencia que promuevan
sus derechos y aseguren, en la medida de lo posible, su bienestar físico y espiritual.
Los ancianos deben ser protegidos de las situaciones y presiones que podrían empujarlos
al suicidio; en particular han de ser sostenidos contra la tentación del suicidio
asistido y de la eutanasia.
Junto con los Pastores
del pueblo de Dios en América, dirijo un llamado a « los católicos que trabajan en el
campo médico-sanitario y a quienes ejercen cargos públicos, así como a los que se
dedican a la enseñanza, para que hagan todo lo posible por defender las vidas que corren
más peligro, actuando con una conciencia rectamente formada según la doctrina católica.
Los Obispos y los presbíteros tienen, en este sentido, la especial responsabilidad de dar
testimonio incansable en favor del Evangelio de la vida y de exhortar a los fieles para
que actúen en consecuencia ». 233 Al mismo tiempo, es preciso que la Iglesia en América
ilumine con oportunas intervenciones la toma de decisiones de los cuerpos legislativos,
animando a los ciudadanos, tanto a los católicos como a los demás hombres de buena
voluntad, a crear organizaciones para promover buenos proyectos de ley y así se impidan
aquellos otros que amenazan a la familia y la vida, que son dos realidades inseparables.
En nuestros días hay que tener especialmente presente todo lo que se refiere a la
investigación embrionaria, para que de ningún modo se vulnere la dignidad humana.
Los pueblos indígenas
y los americanos de origen africano
64. Si la Iglesia en
América, fiel al Evangelio de Cristo, desea recorre el camino de la solidaridad, debe
dedicar una especial atención a aquellas etnias que todavía hoy son objeto de
discriminaciones injustas. En efecto, hay que erradicar todo intento de marginación
contra las poblaciones indígenas. Ello implica, en primer lugar, que se deben respetar
sus tierras y los pactos contraídos con ellos; igualmente, hay que atender a sus
legítimas necesidades sociales, sanitarias y culturales. Habrá que recordar la necesidad
de reconciliación entre los pueblos indígenas y las sociedades en las que viven. Quiero
recordar ahora que los americanos de origen africano siguen sufriendo también, en algunas
partes, prejuicios étnicos, que son un obstáculo importante para su encuentro con
Cristo. Ya que todas las personas, de cualquier raza y condición, han sido creadas por
Dios a su imagen, conviene promover programas concretos, en los que no debe faltar la
oración en común, los cuales favorezcan la comprensión y reconciliación entre pueblos
diversos, tendiendo puentes de amor cristiano, de paz y de justicia entre todos los
hombres. 234
Para lograr estos
objetivos es indispensable formar agentes pastorales competentes, capaces de usar métodos
ya « inculturados » legítimamente en la catequesis y en la liturgia. Así también, se
conseguirá mejor un número adecuado de pastores que desarrollen sus actividades entre
los indígenas, si se promueven las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada entre
dichos pueblos. 235
La problemática de los
inmigrados
65. El Continente
americano ha conocido en su historia muchos movimientos de inmigración, que llevaron
multitud de hombres y mujeres a las diversas regiones con la esperanza de un futuro mejor.
El fenómeno continúa también hoy y afecta concretamente a numerosas personas y familias
procedentes de Naciones latinoamericanas del Continente, que se han instalado en las
regiones del Norte, constituyendo en algunos casos una parte considerable de la
población. A menudo llevan consigo un patrimonio cultural y religioso, rico de
significativos elementos cristianos. La Iglesia es consciente de los problemas provocados
por esta situación y se esfuerza en desarrollar una verdadera atención pastoral entre
dichos inmigrados, para favorecer su asentamiento en el territorio y para suscitar, al
mismo tiempo, una actitud de acogida por parte de las poblaciones locales, convencida de
que la mutua apertura será un enriquecimiento para todos. Las comunidades eclesiales
procurarán ver en este fenómeno un llamado específico a vivir el valor evangélico de
la fraternidad y a la vez una invitación a dar un renovado impulso a la propia
religiosidad para una acción evangelizadora más incisiva. En este sentido, los Padres
sinodales consideran que « la Iglesia en América debe ser abogada vigilante que proteja,
contra todas las restricciones injustas, el derecho natural de cada persona a moverse
libremente dentro de su propia nación y de una nación a otra. Hay que estar atentos a
los derechos de los emigrantes y de sus familias, y al respeto de su dignidad humana,
también en los casos de inmigraciones no legales ». 236
Con respecto a los
inmigrantes, es necesaria una actitud hospitalaria y acogedora, que los aliente a
integrarse en la vida eclesial, salvaguardando siempre su libertad y su peculiar identidad
cultural. A este fin es muy importante la colaboración entre las diócesis de las que
proceden y aquellas en las que son acogidos, también mediante las específicas
estructuras pastorales previstas en la legislación y en la praxis de la Iglesia. 237 Se
puede asegurar así la atención pastoral más adecuada posible e integral. La Iglesia en
América debe estar impulsada por la constante solicitud de que no falte una eficaz
evangelización a los que han llegado recientemente y no conocen todavía a Cristo. 238
CAPÍTULO
VI
LA
MISION DE LA IGLESIA HOY EN AMERICA:
LA NUEVA EVANGELIZACION
LA NUEVA EVANGELIZACION
«
Como el Padre me envió, también yo os envío » (Jn 20, 21)
Enviados por Cristo
66. Cristo resucitado,
antes de su ascensión al cielo, envió a los Apóstoles a anunciar el Evangelio al mundo
entero (cf. Mc 16, 15), confiriéndoles los poderes necesarios para realizar esta misión.
Es significativo que, antes de darles el último mandato misionero, Jesús se refiriera al
poder universal recibido del Padre (cf. Mt 28, 18). En efecto, Cristo transmitió a los
Apóstoles la misión recibida del Padre (cf. Jn 20, 21), haciéndolos así partícipes de
sus poderes. Pero también « los fieles laicos, precisamente por ser miembros de la
Iglesia, tienen la vocación y misión de ser anunciadores del Evangelio: son habilitados
y comprometidos en esta tarea por los sacramentos de la iniciación cristiana y por los
dones del Espíritu Santo ». 239 En efecto, ellos han sido « hechos partícipes, a su
modo, de la función sacerdotal, profética y real de Cristo ». 240 Por consiguiente, «
los fieles laicos —por su participación en el oficio profético de Cristo—
están plenamente implicados en esta tarea de la Iglesia », 241 y por ello deben sentirse
llamados y enviados a proclamar la Buena Nueva del Reino. Las palabras de Jesús: « Id
también vosotros a mi viña » (Mt 20, 4), 242 deben considerarse dirigidas no sólo a
los Apóstoles, sino a todos los que desean ser verdaderos discípulos del Señor.
La tarea fundamental a
la que Jesús envía a sus discípulos es el anuncio de la Buena Nueva, es decir, la
evangelización (cf. Mc 16, 15-18). De ahí que, « evangelizar constituye, en efecto, la
dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda ». 243 Como he
manifestado en otras ocasiones, la singularidad y novedad de la situación en la que el
mundo y la Iglesia se encuentran, a las puertas del Tercer milenio, y las exigencias que
de ello se derivan, hacen que la misión evangelizadora requiera hoy un programa también
nuevo que puede definirse en su conjunto como « nueva evangelización ». 244 Como Pastor
supremo de la Iglesia deseo fervientemente invitar a todos los miembros del pueblo de
Dios, y particularmente a los que viven en el Continente americano —donde por vez
primera hice un llamado a un compromiso nuevo « en su ardor, en sus métodos, en su
expresión » 245— a asumir este proyecto y a colaborar en él. Al aceptar esta
misión, todos deben recordar que el núcleo vital de la nueva evangelización ha de ser
el anuncio claro e inequívoco de la persona de Jesucristo, es decir, el anuncio de su
nombre, de su doctrina, de su vida, de sus promesas y del Reino que Él nos ha conquistado
a través de su misterio pascual. 246
Jesucristo, « buena
nueva » y primer evangelizador
67. Jesucristo es la «
buena nueva » de la salvación comunicada a los hombres de ayer, de hoy y de siempre;
pero al mismo tiempo es también el primer y supremo evangelizador. 247 La Iglesia debe
centrar su atención pastoral y su acción evangelizadora en Jesucristo crucificado y
resucitado. « Todo lo que se proyecte en el campo eclesial ha de partir de Cristo y de su
Evangelio ». 248 Por lo cual, « la Iglesia en América debe hablar cada vez más de
Jesucristo, rostro humano de Dios y rostro divino del hombre. Este anuncio es el que
realmente sacude a los hombres, despierta y transforma los ánimos, es decir, convierte.
Cristo ha de ser anunciado con gozo y con fuerza, pero principalmente con el testimonio de
la propia vida ». 249
Cada cristiano podrá
llevar a cabo eficazmente su misión en la medida en que asuma la vida del Hijo de Dios
hecho hombre como el modelo perfecto de su acción evangelizadora. La sencillez de su
estilo y sus opciones han de ser normativas para todos en la tarea de la evangelización.
En esta perspectiva, los pobres han de ser considerados ciertamente entre los primeros
destinatarios de la evangelización, a semejanza de Jesús, que decía de sí mismo: « El
Espíritu del Señor [...] me ha ungido. Me ha enviado a anunciar a los pobres la Buena
Nueva » (Lc 4, 18). 250
Como ya he indicado
antes, el amor por los pobres ha de ser preferencial, pero no excluyente. El haber
descuidado —como señalaron los Padres sinodales— la atención pastoral de los
ambientes dirigentes de la sociedad, con el consiguiente alejamiento de la Iglesia de no
pocos de ellos, 251 se debe, en parte, a un planteamiento del cuidado pastoral de los
pobres con un cierto exclusivismo. Los daños derivados de la difusión del secularismo en
dichos ambientes, tanto políticos, como económicos, sindicales, militares, sociales o
culturales, muestran la urgencia de una evangelización de los mismos, la cual debe ser
alentada y guiada por los Pastores, llamados por Dios para atender a todos. Es necesario
evangelizar a los dirigentes, hombres y mujeres, con renovado ardor y nuevos métodos,
insistiendo principalmente en la formación de sus conciencias mediante la doctrina social
de la Iglesia. Esta formación será el mejor antídoto frente a tantos casos de
incoherencia y, a veces, de corrupción que afectan a las estructuras sociopolíticas. Por
el contrario, si se descuida esta evangelización de los dirigentes, no debe sorprender
que muchos de ellos sigan criterios ajenos al Evangelio y, a veces, abiertamente
contrarios a él. A pesar de todo, y en claro contraste con quienes carecen de una
mentalidad cristiana, hay que reconocer « los intentos de no pocos [...] dirigentes por
construir una sociedad justa y solidaria ». 252
El encuentro con Cristo
lleva a evangelizar
68. El encuentro con el
Señor produce una profunda transformación de quienes no se cierran a Él. El primer
impulso que surge de esta transformación es comunicar a los demás la riqueza adquirida
en la experiencia de este encuentro. No se trata sólo de enseñar lo que hemos conocido,
sino también, como la mujer samaritana, de hacer que los demás encuentren personalmente
a Jesús: « Venid a ver » (Jn 4, 29). El resultado será el mismo que se verificó en el
corazón de los samaritanos, que decían a la mujer: « Ya no creemos por tus palabras;
que nosotros mismos hemos oído y sabemos que éste es verdaderamente el Salvador del
mundo » (Jn 4, 42). La Iglesia, que vive de la presencia permanente y misteriosa de su
Señor resucitado, tiene como centro de su misión « llevar a todos los hombres al
encuentro con Jesucristo ». 253
Ella está llamada a
anunciar que Cristo vive realmente, es decir, que el Hijo de Dios, que se hizo hombre,
murió y resucitó, es el único Salvador de todos los hombres y de todo el hombre, y que
como Señor de la historia continúa operante en la Iglesia y en el mundo por medio de su
Espíritu hasta la consumación de los siglos. La presencia del Resucitado en la Iglesia
hace posible nuestro encuentro con Él, gracias a la acción invisible de su Espíritu
vivificante. Este encuentro se realiza en la fe recibida y vivida en la Iglesia, cuerpo
místico de Cristo. Este encuentro, pues, tiene esencialmente una dimensión eclesial y
lleva a un compromiso de vida. En efecto, « encontrar a Cristo vivo es aceptar su amor
primero, optar por Él, adherir libremente a su persona y proyecto, que es el anuncio y la
realización del Reino de Dios ». 254
El llamado suscita la
búsqueda de Jesús: « Rabbí —que quiere decir, "Maestro"— ¿dónde
vives? Les respondió: "Venid y lo veréis". Fueron, pues, vieron dónde vivía
y se quedaron con él aquel día » (Jn 1, 38-39). « Ese quedarse no se reduce al día de
la vocación, sino que se extiende a toda la vida. Seguirle es vivir como Él vivió,
aceptar su mensaje, asumir sus criterios, abrazar su suerte, participar su propósito que
es el plan del Padre: invitar a todos a la comunión trinitaria y a la comunión con los
hermanos en una sociedad justa y solidaria ». 255 El ardiente deseo de invitar a los
demás a encontrar a Aquél a quien nosotros hemos encontrado, está en la raíz de la
misión evangelizadora que incumbe a toda la Iglesia, pero que se hace especialmente
urgente hoy en América, después de haber celebrado los 500 años de la primera
evangelización y mientras nos disponemos a conmemorar agradecidos los 2000 años de la
venida del Hijo unigénito de Dios al mundo.
Importancia de la
catequesis
69. La nueva
evangelización, en la que todo el Continente está comprometido, indica que la fe no
puede darse por supuesta, sino que debe ser presentada explícitamente en toda su amplitud
y riqueza. Este es el objetivo principal de la catequesis, la cual, por su misma
naturaleza, es una dimensión esencial de la nueva evangelización. « La catequesis es un
proceso de formación en la fe, la esperanza y la caridad que informa la mente y toca el
corazón, llevando a la persona a abrazar a Cristo de modo pleno y completo. Introduce
más plenamente al creyente en la experiencia de la vida cristiana que incluye la
celebración litúrgica del misterio de la redención y el servicio cristiano a los otros
». 256 Conociendo bien la necesidad de una catequización completa, hice mía la
propuesta de los Padres de la Asamblea extraordinaria del Sínodo de los Obispos de 1985,
de elaborar « un catecismo o compendio de toda la doctrina católica, tanto sobre fe como
sobre moral », el cual pudiera ser « punto de referencia para los catecismos y
compendios que se redacten en las diversas regiones ». 257 Esta propuesta se ha visto
realizada con la publicación de la edición típica del Catechismus Catholicae Ecclesiae.
258 Además del texto oficial del Catecismo, y para un mejor aprovechamiento de sus
contenidos, he querido que se elaborara y publicara también un Directorio general para la
Catequesis. 259 Recomiendo vivamente el uso de estos dos instrumentos de valor universal a
cuantos en América se dedican a la catequesis. Es deseable que ambos documentos se
utilicen « en la preparación y revisión de todos los programas parroquiales y
diocesanos para la catequesis, teniendo ante los ojos que la situación religiosa de los
jóvenes y de los adultos requiere una catequesis más kerigmática y más orgánica en su
presentación de los contenidos de la fe ». 260
Es necesario reconocer
y alentar la valiosa misión que desarrollan tantos catequistas en todo el Continente
americano, como verdaderos mensajeros del Reino: « Su fe y su testimonio de vida son
partes integrantes de la catequesis ». 261 Deseo alentar cada vez más a los fieles para
que asuman con valentía y amor al Señor este servicio a la Iglesia, dedicando
generosamente su tiempo y sus talentos. Por su parte, los Obispos procuren ofrecer a los
catequistas una adecuada formación para que puedan desarrollar esta tarea tan
indispensable en la vida de la Iglesia. En la catequesis será conveniente tener presente,
sobre todo en un Continente como América, donde la cuestión social constituye un aspecto
relevante, que « el crecimiento en la comprensión de la fe y su manifestación práctica
en la vida social están en íntima correlación. Conviene que las fuerzas que se gastan
en nutrir el encuentro con Cristo, redunden en promover el bien común en una sociedad
justa ». 262
Evangelización de la
cultura
70. Mi predecesor Pablo
VI, con sabia inspiración, consideraba que « la ruptura entre Evangelio y cultura es sin
duda alguna el drama de nuestro tiempo ». 263 Por ello, los Padres sinodales han
considerado justamente que « la nueva evangelización pide un esfuerzo lúcido, serio y
ordenado para evangelizar la cultura ». 264 El Hijo de Dios, al asumir la naturaleza
humana, se encarnó en un determinado pueblo, aunque su muerte redentora trajo la
salvación a todos los hombres, de cualquier cultura, raza y condición. El don de su
Espíritu y su amor van dirigidos a todos y cada uno de los pueblos y culturas para
unirlos entre sí a semejanza de la perfecta unidad que hay en Dios uno y trino. Para que
esto sea posible es necesario inculturar la predicación, de modo que el Evangelio sea
anunciado en el lenguaje y la cultura de aquellos que lo oyen. 265 Sin embargo, al mismo
tiempo no debe olvidarse que sólo el misterio pascual de Cristo, suprema manifestación
del Dios infinito en la finitud de la historia, puede ser el punto de referencia válido
para toda la humanidad peregrina en busca de unidad y paz verdaderas. El rostro mestizo de
la Virgen de Guadalupe fue ya desde el inicio en el Continente un símbolo de la
inculturación de la evangelización, de la cual ha sido la estrella y guía. Con su
intercesión poderosa la evangelización podrá penetrar el corazón de los hombres y
mujeres de América, e impregnar sus culturas transformándolas desde dentro. 266
Evangelizar los centros
educativos
71. El mundo de la
educación es un campo privilegiado para promover la inculturación del Evangelio. Sin
embargo, los centros educativos católicos y aquéllos que, aun no siendo confesionales,
tienen una clara inspiración católica, sólo podrán desarrollar una acción de
verdadera evangelización si en todos sus niveles, incluido el universitario, se mantiene
con nitidez su orientación católica. Los contenidos del proyecto educativo deben hacer
referencia constante a Jesucristo y a su mensaje, tal como lo presenta la Iglesia en su
enseñanza dogmática y moral. Sólo así se podrán formar dirigentes auténticamente
cristianos en los diversos campos de la actividad humana y de la sociedad, especialmente
en la política, la economía, la ciencia, el arte y la reflexión filosófica. 267 En
este sentido, « es esencial que la Universidad Católica sea, a la vez, verdadera y
realmente ambas cosas: Universidad y Católica. [...] La índole católica es un elemento
constitutivo de la Universidad en cuanto institución y no una mera decisión de los
individuos que dirigen la Universidad en un tiempo concreto ». 268 Por eso, la labor
pastoral en las Universidades Católicas ha de ser objeto de particular atención en orden
a fomentar el compromiso apostólico de los estudiantes para que ellos mismos lleguen a
ser los evangelizadores del mundo universitario. 269 Además, « debe estimularse la
cooperación entre las Universidades Católicas de toda América para que se enriquezcan
mutuamente », 270 contribuyendo de este modo a que el principio de solidaridad e
intercambio entre los pueblos de todo el Continente se realice también a nivel
universitario.
Algo semejante se ha de
decir también a propósito de las escuelas católicas, en particular de la enseñanza
secundaria: « Debe hacerse un esfuerzo especial para fortificar la identidad católica de
las escuelas, las cuales fundan su naturaleza específica en un proyecto educativo que
tiene su origen en la persona de Cristo y su raíz en la doctrina del Evangelio. Las
escuelas católicas deben buscar no sólo impartir una educación que sea competente desde
el punto de vista técnico y profesional, sino especialmente proveer una formación
integral de la persona humana ». 271 Dada la importancia de la tarea que los educadores
católicos desarrollan, me uno a los Padres sinodales en su deseo de alentar, con ánimo
agradecido, a todos los que se dedican a la enseñanza en las escuelas católicas:
sacerdotes, hombres y mujeres consagrados, y laicos comprometidos, « para que perseveren
en su misión de tanta importancia ». 272 Ha de procurarse que el influjo de estos
centros de enseñanza llegue a todos los sectores de la sociedad sin distinciones ni
exclusivismos. Es indispensable que se realicen todos los esfuerzos posibles para que las
escuelas católicas, a pesar de las dificultades económicas, continúen « impartiendo la
educación católica a los pobres y a los marginados en la sociedad ». 273 Nunca será
posible liberar a los indigentes de su pobreza si antes no se los libera de la miseria
debida a la carencia de una educación digna. En el proyecto global de la nueva
evangelización, el campo de la educación ocupa un lugar privilegiado. Por ello, ha de
alentarse la actividad de todos los docentes católicos, incluso de los que enseñan en
escuelas no confesionales. Así mismo, dirijo un llamado urgente a los consagrados y
consagradas para que no abandonen un campo tan importante para la nueva evangelización.
274 Como fruto y expresión de la comunión entre todas las Iglesias particulares de
América, reforzada ciertamente por la experiencia espiritual de la Asamblea sinodal, se
procurará promover congresos para los educadores católicos en ámbito nacional y
continental, tratando de ordenar e incrementar la acción pastoral educativa en todos los
ambientes. 275
La Iglesia en América,
para cumplir todos estos objetivos, necesita un espacio de libertad en el campo de la
enseñanza, lo cual no debe entenderse como un privilegio, sino como un derecho, en virtud
de la misión evangelizadora confiada por el Señor. Además, los padres tienen el derecho
fundamental y primario de decidir sobre la educación de sus hijos y, por este motivo, los
padres católicos han de tener la posibilidad de elegir una educación de acuerdo con sus
convicciones religiosas. La función del Estado en este campo es subsidiaria. El Estado
tiene la obligación de « garantizar a todos la educación y la obligación de respetar y
defender la libertad de enseñanza. Debe denunciarse el monopolio del Estado como una
forma de totalitarismo que vulnera los derechos fundamentales que debe defender,
especialmente el derecho de los padres de familia a la educación religiosa de sus hijos.
La familia es el primer espacio educativo de la persona ». 276
Evangelizar con los
medios de comunicación social
72. Es fundamental para
la eficacia de la nueva evangelización un profundo conocimiento de la cultura actual, en
la cual los medios de comunicación social tienen gran influencia. Es por tanto
indispensable conocer y usar estos medios, tanto en sus formas tradicionales como en las
más recientes introducidas por el progreso tecnológico. Esta realidad requiere que se
domine el lenguaje, naturaleza y características de dichos medios. Con el uso correcto y
competente de los mismos se puede llevar a cabo una verdadera inculturación del
Evangelio. Por otra parte, los mismos medios contribuyen a modelar la cultura y mentalidad
de los hombres y mujeres de nuestro tiempo, razón por la cual quienes trabajan en el
campo de los medios de comunicación social han de ser destinatarios de una especial
acción pastoral. 277
A este respecto, los
Padres sinodales indicaron numerosas iniciativas concretas para una presencia eficaz del
Evangelio en el mundo de los medios de comunicación social: la formación de agentes
pastorales para este campo; el fomento de centros de producción cualificada; el uso
prudente y acertado de satélites y de nuevas tecnologías; la formación de los fieles
para que sean destinatarios críticos; la unión de esfuerzos en la adquisición y
consiguiente gestión en común de nuevas emisoras y redes de radio y televisión, y la
coordinación de las que ya existen. Por otra parte, las publicaciones católicas merecen
ser sostenidas y necesitan alcanzar un deseado desarrollo cualitativo. Hay que alentar a
los empresarios para que respalden económicamente producciones de calidad que promueven
los valores humanos y cristianos. 278 Sin embargo, un programa tan amplio supera con
creces las posibilidades de cada Iglesia particular del Continente americano. Por ello,
los mismos Padres sinodales propusieron la coordinación de las actividades en materia de
medios de comunicación social a nivel interamericano, para fomentar el conocimiento
recíproco y la cooperación en las realizaciones que ya existen en este campo. 279
El desafío de las
sectas
73. La acción
proselitista, que las sectas y nuevos grupos religiosos desarrollan en no pocas partes de
América, es un grave obstáculo para el esfuerzo evangelizador. La palabra «
proselitismo » tiene un sentido negativo cuando refleja un modo de ganar adeptos no
respetuoso de la libertad de aquellos a quienes se dirige una determinada propaganda
religiosa. 280 La Iglesia católica en América censura el proselitismo de las sectas y,
por esta misma razón, en su acción evangelizadora excluye el recurso a semejantes
métodos. Al proponer el Evangelio de Cristo en toda su integridad, la actividad
evangelizadora ha de respetar el santuario de la conciencia de cada individuo, en el que
se desarrolla el diálogo decisivo, absolutamente personal, entre la gracia y la libertad
del hombre. Ello ha de tenerse en cuenta especialmente respecto a los hermanos cristianos
de Iglesias y Comunidades eclesiales separadas de la Iglesia católica, establecidas desde
hace mucho tiempo en determinadas regiones. Los lazos de verdadera comunión, aunque
imperfecta, que, según la doctrina del Concilio Vaticano II, 281 tienen esas comunidades
con la Iglesia católica, deben iluminar las actitudes de ésta y de todos sus miembros
respecto a aquéllas. 282 Sin embargo, estas actitudes no han de poner en duda la firme
convicción de que sólo en la Iglesia católica se encuentra la plenitud de los medios de
salvación establecidos por Jesucristo. 283
Los avances
proselitistas de las sectas y de los nuevos grupos religiosos en América no pueden
contemplarse con indiferencia. Exigen de la Iglesia en este Continente un profundo
estudio, que se ha de realizar en cada nación y también a nivel internacional, para
descubrir los motivos por los que no pocos católicos abandonan la Iglesia. A la luz de
sus conclusiones será oportuno hacer una revisión de los métodos pastorales empleados,
de modo que cada Iglesia particular ofrezca a los fieles una atención religiosa más
personalizada, consolide las estructuras de comunión y misión, y use las posibilidades
evangelizadoras que ofrece una religiosidad popular purificada, a fin de hacer más viva
la fe de todos los católicos en Jesucristo, por la oración y la meditación de la
palabra de Dios. 284
Por otra parte, como
señalaron algunos Padres sinodales, hay que preguntarse si una pastoral orientada de modo
casi exclusivo a las necesidades materiales de los destinatarios no haya terminado por
defraudar el hambre de Dios que tienen esos pueblos, dejándolos así en una situación
vulnerable ante cualquier oferta supuestamente espiritual. Por eso, « es indispensable
que todos tengan contacto con Cristo mediante el anuncio kerigmático gozoso y
transformante, especialmente mediante la predicación en la liturgia ». 285 Una Iglesia
que viva intensamente la dimensión espiritual y contemplativa, y que se entregue
generosamente al servicio de la caridad, será de manera cada vez más elocuente testigo
creíble de Dios para los hombres y mujeres en su búsqueda de un sentido para la propia
vida. 286 Para ello es necesario que los fieles pasen de una fe rutinaria, quizás
mantenida sólo por el ambiente, a una fe consciente vivida personalmente. La renovación
en la fe será siempre el mejor camino para conducir a todos a la Verdad que es Cristo.
Para que la respuesta al desafío de las sectas sea eficaz, se requiere una adecuada
coordinación de las iniciativas a nivel supradiocesano, con el objeto de realizar una
cooperación mediante proyectos comunes que puedan dar mayores frutos. 287
La misión « ad gentes
»
74. Jesucristo confió
a su Iglesia la misión de evangelizar a todas las naciones: « Id, pues, y haced
discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del
Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado » (Mt 28, 19-20).
La conciencia de la universalidad de la misión evangelizadora que la Iglesia ha recibido
debe permanecer viva, como lo ha demostrado siempre la historia del pueblo de Dios que
peregrina en América. La evangelización se hace más urgente respecto a aquéllos que
viviendo en este Continente aún no conocen el nombre de Jesús, el único nombre dado a
los hombres para su salvación (cf. Hch 4, 12). Lamentablemente, este nombre es
desconocido todavía en gran parte de la humanidad y en muchos ambientes de la sociedad
americana. Baste pensar en las etnias indígenas aún no cristianizadas o en la presencia
de religiones no cristianas, como el Islam, el Budismo o el Hinduismo, sobre todo en los
inmigrantes provenientes de Asia. Ello obliga a la Iglesia universal, y en particular a la
Iglesia en América, a permanecer abierta a la misión ad gentes. 288 El programa de una
nueva evangelización en el Continente, objetivo de muchos proyectos pastorales, no puede
limitarse a revitalizar la fe de los creyentes rutinarios, sino que ha de buscar también
anunciar a Cristo en los ambientes donde es desconocido.
Además, las Iglesias
particulares de América están llamadas a extender su impulso evangelizador más allá de
sus fronteras continentales. No pueden guardar para sí las inmensas riquezas de su
patrimonio cristiano. Han de llevarlo al mundo entero y comunicarlo a aquéllos que
todavía lo desconocen. Se trata de muchos millones de hombres y mujeres que, sin la fe,
padecen la más grave de las pobrezas. Ante esta pobreza sería erróneo no favorecer una
actividad evangelizadora fuera del Continente con el pretexto de que todavía queda mucho
por hacer en América o en la espera de llegar antes a una situación, en el fondo
utópica, de plena realización de la Iglesia en América. Con el deseo de que el
Continente americano participe, de acuerdo con su vitalidad cristiana, en la gran tarea de
la misión ad gentes, hago mías las propuestas concretas que los Padres sinodales
presentaron en orden a « fomentar una mayor cooperación entre las Iglesias hermanas;
enviar misioneros (sacerdotes, consagrados y fieles laicos) dentro y fuera del Continente;
fortalecer o crear Institutos misionales; favorecer la dimensión misionera de la vida
consagrada y contemplativa; dar un mayor impulso a la animación, formación y
organización misional ». 289 Estoy seguro de que el celo pastoral de los Obispos y de
los demás hijos de la Iglesia en toda América sabrá encontrar iniciativas concretas,
incluso a nivel internacional, que lleven a la práctica, con gran dinamismo y
creatividad, estos propósitos misionales.
CONCLUSIÓN
Con esperanza y
gratitud
75. « He aquí que yo
estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo » (Mt 28, 20). Confiando en
esta promesa del Señor, la Iglesia que peregrina en el Continente americano se dispone
con entusiasmo a afrontar los desafíos del mundo actual y los que el futuro pueda
deparar. En el Evangelio la buena noticia de la resurrección del Señor va acompañada de
la invitación a no temer (cf. Mt 28, 5.10). La Iglesia en América quiere caminar en la
esperanza, como expresaron los Padres sinodales: « Con una confianza serena en el Señor
de la historia, la Iglesia se dispone a traspasar el umbral del Tercer milenio sin
prejuicios ni pusilanimidad, sin egoísmo, sin temor ni dudas, persuadida del servicio
primordial que debe prestar en testimonio de fidelidad a Dios y a los hombres y mujeres
del Continente ». 290
Además, la Iglesia en
América se siente particularmente impulsada a caminar en la fe respondiendo con gratitud
al amor de Jesús, « manifestación encarnada del amor misericordioso de Dios (cf. Jn 3,
16) ». 291 La celebración del inicio del Tercer milenio cristiano puede ser una ocasión
oportuna para que el pueblo de Dios en América renueve « su gratitud por el gran don de
la fe », 292 que comenzó a recibir hace cinco siglos. El año 1492, más allá de los
aspectos históricos y políticos, fue el gran año de gracia por la fe recibida en
América, una fe que anuncia el supremo beneficio de la Encarnación del Hijo de Dios, que
tuvo lugar hace 2000 años, como recordaremos solemnemente en el Gran Jubileo tan cercano.
Este doble sentimiento
de esperanza y gratitud ha de acompañar toda la acción pastoral de la Iglesia en el
Continente, impregnando de espíritu jubilar las diversas iniciativas de las diócesis,
parroquias, comunidades de vida consagrada, movimientos eclesiales, así como las
actividades que puedan organizarse a nivel regional y continental. 293
Oración a Jesucristo
por las familias de América
76. Por tanto, invito a
todos los católicos de América a tomar parte activa en las iniciativas evangelizadoras
que el Espíritu Santo vaya suscitando a lo largo y ancho de este inmenso Continente, tan
lleno de posibilidades y de esperanzas para el futuro. De modo especial invito a las
familias católicas a ser « iglesias domésticas », 294 donde se vive y se transmite a
las nuevas generaciones la fe cristiana como un tesoro, y donde se ora en común. Si las
familias católicas realizan en sí mismas el ideal al que están llamadas por voluntad de
Dios, se convertirán en verdaderos focos de evangelización.
Al concluir esta
Exhortación Apostólica, con la que he recogido las propuestas de los Padres sinodales,
acojo gustoso su sugerencia de redactar una oración por las familias en América. 295
Invito a cada uno, a las comunidades y grupos eclesiales, donde dos o más se reúnen en
nombre del Señor, para que a través de la oración se refuerce el lazo espiritual de
unión entre todos los católicos americanos. Que todos se unan a la súplica del Sucesor
de Pedro, invocando a Jesucristo, « camino para la conversión, la comunión y la
solidaridad en América »:
Señor Jesucristo, te
agradecemos
que el Evangelio del Amor del Padre,
con el que Tú viniste a salvar al mundo,
haya sido proclamado ampliamente en América
como don del Espíritu Santo
que hace florecer nuestra alegría.
Te damos gracias por la ofrenda de tu vida,
que nos entregaste amándonos hasta el extremo,
y nos hace hijos de Dios
y hermanos entre nosotros.
Aumenta, Señor, nuestra fe y amor a ti,
que estás presente
en tantos sagrarios del Continente.
Concédenos ser fieles testigos de tu Resurrección
ante las nuevas generaciones de América,
para que conociéndote te sigan
y encuentren en ti su paz y su alegría.
Sólo así podrán sentirse hermanos
de todos los hijos de Dios dispersos por el mundo.
Tú, que al hacerte hombre
quisiste ser miembro de una familia humana,
enseña a las familias
las virtudes que resplandecieron
en la casa de Nazaret.
Haz que permanezcan unidas,
como Tú y el Padre sois Uno,
y sean vivo testimonio de amor,
de justicia y solidaridad;
que sean escuela de respeto,
de perdón y mutua ayuda,
para que el mundo crea;
que sean fuente de vocaciones
al sacerdocio,
a la vida consagrada
y a las demás formas
de intenso compromiso cristiano.
Protege a tu Iglesia y al Sucesor de Pedro,
a quien Tú, Buen Pastor, has confiado
la misión de apacentar todo tu rebaño.
Haz que tu Iglesia florezca en América
y multiplique sus frutos de santidad.
Enséñanos a amar a tu Madre, María,
como la amaste Tú.
Danos fuerza para anunciar con valentía tu Palabra
en la tarea de la nueva evangelización,
para corroborar la esperanza en el mundo.
¡Nuestra Señora de Guadalupe, Madre de América,
ruega por nosotros!
Dado en Ciudad de México, el 22 de enero del año 1999 vigésimo primero de mi Pontificado
que el Evangelio del Amor del Padre,
con el que Tú viniste a salvar al mundo,
haya sido proclamado ampliamente en América
como don del Espíritu Santo
que hace florecer nuestra alegría.
Te damos gracias por la ofrenda de tu vida,
que nos entregaste amándonos hasta el extremo,
y nos hace hijos de Dios
y hermanos entre nosotros.
Aumenta, Señor, nuestra fe y amor a ti,
que estás presente
en tantos sagrarios del Continente.
Concédenos ser fieles testigos de tu Resurrección
ante las nuevas generaciones de América,
para que conociéndote te sigan
y encuentren en ti su paz y su alegría.
Sólo así podrán sentirse hermanos
de todos los hijos de Dios dispersos por el mundo.
Tú, que al hacerte hombre
quisiste ser miembro de una familia humana,
enseña a las familias
las virtudes que resplandecieron
en la casa de Nazaret.
Haz que permanezcan unidas,
como Tú y el Padre sois Uno,
y sean vivo testimonio de amor,
de justicia y solidaridad;
que sean escuela de respeto,
de perdón y mutua ayuda,
para que el mundo crea;
que sean fuente de vocaciones
al sacerdocio,
a la vida consagrada
y a las demás formas
de intenso compromiso cristiano.
Protege a tu Iglesia y al Sucesor de Pedro,
a quien Tú, Buen Pastor, has confiado
la misión de apacentar todo tu rebaño.
Haz que tu Iglesia florezca en América
y multiplique sus frutos de santidad.
Enséñanos a amar a tu Madre, María,
como la amaste Tú.
Danos fuerza para anunciar con valentía tu Palabra
en la tarea de la nueva evangelización,
para corroborar la esperanza en el mundo.
¡Nuestra Señora de Guadalupe, Madre de América,
ruega por nosotros!
Dado en Ciudad de México, el 22 de enero del año 1999 vigésimo primero de mi Pontificado
195 Propositio 67.
196 Cf. ibíd.
197 Propositio 68.
198 Ibíd.
199 Propositio 69.
200 Cf. Sínodo de los
Obispos, Segunda Asamblea general extraordinaria, Relación final Ecclesia sub verbo Dei
mysteria Christi celebrans pro salute mundi 7 de diciembre de 1985, II, B, a, 4: Ench.
Vat. 9, 1797; Juan Pablo II, Const. ap. Fidei depositum 11 de octubre de 1992: AAS 86
1994, 117; Catecismo de la Iglesia Católica, 24.
201 Propositio 69.
202 Propositio 74.
203 Ibíd.
204 Cf. Propositio 67.
205 Propositio 70.
206 Ibíd.
207 Cf. Propositio 73.
208 Cf. Propositio 70.
209 Propositio 72.
210 Ibíd.
211 Ibíd.
212 III Conferencia
General del Episcopado Latinoamericano, Mensaje a los pueblos de América Latina, Puebla
1979, n. 306.
213 Propositio 73.
214 Cf. Congregación
para la Doctrina de la Fe, Instr. Libertatis conscientia 22 de marzo de 1986, 68: AAS 79
1987, 583-584.
215 Propositio 73.
216 Cf. Propositio 75.
217 Carta ap. Tertio
millennio adveniente 10 de noviembre de 1994, 51: AAS 87 1995, 36.
218 Propositio 75.
219 Ibíd.
220 Propositio 37.
221 Cf. ibíd. Sobre la
publicación de estos documentos, cf. Juan Pablo II, Motu proprio Apostolos suos 21 de
mayo de 1998, IV: AAS 90 1998, 657.
222 Cf. Propositio 38.
223 Cf. ibíd.
224 Cf. ibíd.
225 Cf. ibíd.
226 Cf. Pontificio
Consejo « Justicia y Paz », El Comercio Internacional de Armas. Una reflexión ética 1
de mayo de 1994: Ench. Vat. 14, 1071-1154.
227 Cf. Propositio 76.
228 Ibíd.
229 Catecismo de la
Iglesia Católica, n. 2267, que cita a Juan Pablo II, Enc. Evangelium vitae 25 de marzo de
1995, 56: AAS 87 1995, 463-464.
230 Cf. Propositio 13.
231 Cf. ibíd.
232 Cf. ibíd.
233 Ibíd.
234 Cf. Propositio 19.
235 Cf. Propositio 18.
236 Propositio 20.
237 Cf. Congregación
para los Obispos, Instr. Nemo est 22 de agosto de 1969, 16: AAS 61 1969, 621-622; Código
de Derecho Canónico, cc. 294 y 518; Código de los Cánones de las Iglesias Orientales,
c. 280 § 1.
238 Cf. ibíd.
239 Juan Pablo II,
Exhort. ap. postsinodal Christifideles laici 30 de diciembre de 1988, 33: AAS 81 1989,
453.
240 Conc. Ecum. Vat.
II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 31.
241 Juan Pablo II,
Exhort. ap. postsinodal Christifideles laici 30 de diciembre de 1988, 34: AAS 81 1989,
455.
242 Cf. ibíd., 2,
l.c., 394-397.
243 Pablo VI, Exhort.
ap. Evangelii nuntiandi 8 de diciembre de 1975, 14: AAS 68
244 Cf. Exhort. ap.
postsinodal Christifideles laici 30 de diciembre de 1988, 34: AAS 81
245 Discurso a la
Asamblea del CELAM 9 de marzo de 1983, III: AAS 75 1983, 778.
246 Cf. Pablo VI,
Exhort. ap. Evangelii nuntiandi 8 de diciembre de 1975, 22: AAS 68
247 Cf. ibíd., 7,
l.c., 9-10.
248 Juan Pablo II,
Mensaje al CELAM 14 de septiembre de 1997, 6: L'Osservatore
249 Propositio 8.
250 Cf. Propositio 57.
251 Cf. Propositio 16.
252 Ibíd.
253 Propositio 2.
254 Ibíd.
255 Ibíd.
256 Propositio 10.
257 Sínodo de los
Obispos, Segunda Asamblea general extraordinaria, Relación final Ecclesia sub Verbo Dei
mysteria Christi celebrans pro salute mundi 7 de diciembre de
258 Cf. Carta ap.
Laetamur magnopere 15 de agosto de 1997: AAS 89 1997,
259 Congr. para el
Clero, Directorio general para la catequesis 15 de agosto de 1997,
260 Propositio 10.
261 Ibíd.
262 Ibíd.
263 Exhort. ap.
Evangelii nuntiandi 8 de diciembre de 1975, 20: AAS 68 1976, 19.
264 Propositio 17.
265 Cf. ibíd.
266 Cf. ibíd.
267 Cf. Propositio 22.
268 Propositio 23.
269 Cf. ibíd.
270 Ibíd.
271 Propositio 24.
272 Ibíd.
273 Ibíd.
274 Cf. Propositio 22.
275 Cf. ibíd.
276 Ibíd.
277 Cf. Propositio 25.
278 Cf. ibíd.
279 Cf. ibíd.
280 Cf. Instrumentum
laboris, 45.
281 Cf. Decreto
Unitatis redintegratio, sobre el ecumenismo, 3.
282 Cf. Propositio 64.
283 Cf. Conc. Ecum.
Vat. II, Decreto Unitatis redintegratio, sobre el ecumenismo, 3.
284 Cf. Propositio 65.
285 Ibíd.
286 Cf. IV Conferencia
General del Episcopado Latinoamericano, Santo Domingo, octubre de 1992, Nueva
evangelización, promoción humana y cultura cristiana, 58.
287 Cf. Propositio 65.
288 Cf. Propositio 66.
289 Ibíd.
290 Propositio 58.
291 Ibíd.
292 Ibíd.
293 Cf. ibíd.
294 Conc. Ecum. Vat.
II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 11.
295 Cf. Propositio 12.
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