Un gozoso anuncio
para Europa
1. La Iglesia en Europa
ha acompañado con sentimientos de cercanía a sus Obispos reunidos por segunda
vez en Sínodo, mientras estaban dedicados a meditar en Jesucristo vivo en su
Iglesia y fuente de esperanza para Europa.
Es un tema que
también yo, recordando con mis hermanos Obispos las palabras de la Primera Carta
de san Pedro, deseo proclamar a todos los cristianos de Europa al comienzo del
tercer milenio. « No les tengáis ningún miedo ni os turbéis. Al contrario, dad
culto al Señor, Cristo, en vuestros corazones, siempre dispuestos a dar
respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza » (3, 14-15).1
Esta exhortación ha
tenido eco continuamente durante el Gran Jubileo del año dos mil, con el cual el
Sínodo, celebrado inmediatamente antes, ha estado en estrecha relación, como una
puerta abierta hacia él.2 El Jubileo ha sido « un canto de alabanza
único e ininterrumpido a la Trinidad », un auténtico « camino de reconciliación
» y un « signo de la genuina esperanza para quienes miran a Cristo y a su
Iglesia ».3 Al dejarnos en herencia la alegría del encuentro
vivificante con Cristo, que « es el mismo, ayer, hoy y siempre » (cf. Hb
13, 8), nos ha presentado al Señor Jesús como único e indefectible fundamento de
la verdadera esperanza.
Un segundo Sínodo
para Europa
2. La
profundización en el tema de la esperanza fue desde el principio el objetivo
principal de la II Asamblea Especial para Europa del Sínodo de los Obispos. Era
el último de la serie de Sínodos de carácter continental celebrados como
preparación para el Gran Jubileo del año dos mil 4 y tenía como
objetivo analizar la situación de la Iglesia en Europa y ofrecer indicaciones
para promover un nuevo anuncio del Evangelio, como subrayé en la convocatoria
que anuncié públicamente el 23 de junio de 1996, al final de la Eucaristía
celebrada en el Estadio Olímpico de Berlín. 5
La Asamblea
sinodal no podía dejar de referirse, evaluar y desarrollar lo que se había
puesto de relieve en el Sínodo anterior dedicado a Europa y celebrado en 1991,
apenas después de la caída del muro, sobre el tema « Para ser testigos de Cristo
que nos ha liberado ». Aquella primera Asamblea puso de relieve la urgencia y la
necesidad de la « nueva evangelización », consciente de que « Europa, hoy, no
debe apelar simplemente a su herencia cristiana anterior; hay que alcanzar de
nuevo la capacidad de decidir sobre el futuro de Europa en un encuentro con la
persona y el mensaje de Jesucristo ».6
Transcurridos
nueve años, se ha considerado, con toda su fuerza estimulante, que « la Iglesia
tiene la tarea urgente de aportar, de nuevo, a los hombres de Europa el anuncio
liberador del Evangelio ».7 El tema elegido para la nueva Asamblea
sinodal reiteró el mismo reto, esta vez desde la perspectiva de la esperanza. Se
trataba, pues, de proclamar esta exhortación a la esperanza a una Europa que
parecía haberla perdido.8
La experiencia
del Sínodo
3. La Asamblea
sinodal, celebrada del 1 al 23 de octubre de 1999, ha sido una preciosa
oportunidad de encuentro, escucha y confrontación: se ha profundizado en el
conocimiento mutuo entre Obispos de diversas partes de Europa y con el Sucesor
de Pedro y, todos juntos, hemos podido edificarnos recíprocamente, sobre todo
gracias a los testimonios de aquellos que han soportado duras y prolongadas
persecuciones a causa de la fe bajo los regímenes totalitarios pasados.9
Hemos vivido una vez más momentos de comunión en la fe y en la caridad, animados
por el deseo de realizar un fraterno « intercambio de dones » y enriquecidos
mutuamente con las diversas experiencias de cada uno.10
De todo ello ha
surgido el deseo de acoger la llamada que el Espíritu dirige a las Iglesias en
Europa para que se comprometan ante los nuevos desafíos.11 Con una
mirada llena de amor, los participantes en el encuentro sinodal han
examinado sin reparos la realidad actual del Continente, constatando en
ella luces y sombras. Se ha llegado a la clara convicción de que la situación
está marcada por graves incertidumbres en el campo cultural, antropológico,
ético y espiritual. Asimismo, se ha ido afirmando con nitidez una creciente
voluntad de ahondar e interpretar esta situación, con el fin de descubrir las
tareas que le esperan a la Iglesia: se han propuesto « orientaciones útiles para
que el rostro Cristo sea cada vez más visible a través de un anuncio más eficaz,
corroborado por un testimonio coherente ».12
4. Al vivir la
experiencia sinodal con discernimiento evangélico, ha madurado cada vez más la
conciencia de la unidad que, sin negar las diferencias derivadas de las
vicisitudes históricas, aglutina las diversas partes de Europa. Una unidad que,
hundiendo sus raíces en la común inspiración cristiana, sabe articular las
diferentes tradiciones culturales y exige un camino constante de conocimiento
mutuo, tanto en lo social como en lo eclesial, que esté abierto a compartir
mejor los valores de cada uno.
En el transcurso del
Sínodo, paulatinamente se ha ido notando un gran impulso hacia la esperanza.
Aun aceptando los análisis sobre la complejidad que caracteriza el Continente,
los Padres sinodales se han percatado de que, tal vez, lo más crucial, en el
Este como en el Oeste, es su creciente necesidad de esperanza que pueda dar
sentido a la vida y a la historia, y permita caminar juntos. Todas las
reflexiones del Sínodo se han orientado a dar respuesta a esta necesidad,
partiendo del misterio de Cristo y del misterio trinitario. El Sínodo ha
presentado de nuevo la figura de Jesús, que vive en su Iglesia y es revelador
del Dios Amor, que es comunión de las tres Personas divinas.
El Apocalipsis
como icono
5. Con la
presente Exhortación postsinodal, me complace compartir con la Iglesia en Europa
los frutos de esta II Asamblea Especial para Europa del Sínodo de los Obispos.
Quiero satisfacer así el deseo manifestado al final de la reunión sinodal,
cuando los Pastores me han entregado el texto de sus reflexiones, junto con la
petición de ofrecer a la Iglesia peregrina en Europa un documento sobre el mismo
tema del Sínodo.13
« El que tenga
oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las Iglesias »
(Ap 2, 7). Al anunciar a Europa
el Evangelio de la esperanza, sigo como guía el libro del Apocalipsis, «
revelación profética » que desvela a la comunidad creyente el sentido escondido
y profundo de los acontecimientos (cf. Ap 1, 1). El Apocalipsis nos pone
ante una palabra dirigida a las comunidades cristianas para que sepan
interpretar y vivir su inserción en la historia, con sus interrogantes y sus
penas, a la luz de la victoria definitiva del Cordero inmolado y resucitado. Al
mismo tiempo, nos hallamos ante una palabra que compromete a vivir abandonando
la insistente tentación de construir la ciudad de los hombres prescindiendo de
Dios o contra Él. En efecto, si esto llegara a suceder, sería la convivencia
humana misma la que, antes o después, experimentaría una derrota irremediable.
El Apocalipsis trata de
alentar a los creyentes: más allá de toda apariencia, y aunque no vean aún los
resultados, la victoria de Cristo ya se ha realizado y es definitiva. Esto es
una orientación para afrontar los acontecimientos humanos con una actitud de
fundamental confianza, que surge de la fe en el Resucitado, presente y activo en
la historia.
......................
1 Cf. II Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos, Mensaje final, 1: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 29 octubre 1999, p. 10.
......................
1 Cf. II Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos, Mensaje final, 1: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 29 octubre 1999, p. 10.
2 Cf. II
Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos, Instrumentum laboris,
nn. 90-91: L'Osservatore Romano, 6 agosto 1999 - Supl., pp. 17-18.
3 Bula
Incarnationis mysterium (29 noviembre 1998), 3-4: AAS 91 (1999),
132.133.
4 Cf. Carta ap.
Tertio millennio adveniente (10 noviembre 1994), 38: AAS 87 (1995),
30.
5 Cf.
Angelus, 2: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 5
julio 1996, p. 9.
6 I Asamblea
especial para Europa del Sínodo de los Obispos, Declaración final (13
diciembre 1991), 2: Ench. Vat. 13, n. 619.
7 Ibíd.,
3: l.c., n. 621.
8 Cf. II
Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos, Instrumentum laboris,
n. 3: L'Osservatore Romano, 6 agosto 1999 - Supl., p. 3.
9 Cf.
Homilía durante la misa de clausura de la II Asamblea Especial del Sínodo de los
Obispos (23 octubre 1999), 1: AAS 92 (2000), 177.
10 Cf. II
Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos, Mensaje a todos los
fieles y ciudadano europeos, 2: L'Osservatore Romano, ed. semanal en
lengua española, 29 octubre 1999, p. 10.
11 Cf.
Homilía durante la misa de clausura de la II Asamblea Especial del Sínodo de los
Obispos, (23 octubre 1999), 4: AAS 92 (2000), 179.
12 Ibíd.
13 Cf.
Propositio 1.
CAPÍTULO I
JESUCRISTO ES
NUESTRA ESPERANZA
« No temas, soy yo,
el Primero y el Último, el que vive » (Ap
1, 17-18)
El Resucitado
está siempre con nosotros
6. En la época del
autor del Apocalipsis, tiempo de persecución, tribulación y desconcierto para la
Iglesia (cf. Ap 1, 9), en la visión se proclama una palabra de
esperanza: « No temas, soy yo, el Primero y el Ultimo, el que vive; estuve
muerto, pero ahora estoy vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves
de la Muerte y del Hades » (Ap 1, 17-18). Estamos ante el Evangelio, « la
Buena nueva », que es Jesucristo mismo. Él es el Primero y el Último: en
Él comienza, tiene sentido, orientación y cumplimiento toda la historia; en Él y
con Él, en su muerte y resurrección, ya se ha dicho todo. Es el que vive:
murió, pero ahora vive para siempre. Él es el Cordero que está de pie en
medio del trono de Dios (cf. Ap 5, 6): es inmolado, porque ha
derramado su sangre por nosotros en el madero de la cruz; está en pie,
porque ha vuelto para siempre a la vida y nos ha mostrado la omnipotencia
infinita del amor del Padre. Tiene firme en sus manos las siete estrellas
(cf. Ap 1, 16), es decir, la Iglesia de Dios perseguida, en lucha contra
el mal y contra el pecado, pero que tiene igualmente derecho a sentirse alegre y
victoriosa, porque está en manos de Quien ya ha vencido el mal. Camina entre
los siete candeleros de oro (Ap 2, 1): está presente y actúa en su
Iglesia en oración. Él es también el que « va a venir » (cf. Ap
1,4) por medio de la misión y la acción de la Iglesia a lo largo de la historia
humana; viene al final de los tiempos, como segador escatológico, para dar
cumplimento a todas las cosas (cf. Ap 14, 15- 16; 22, 20).
I. Retos y signos de
esperanza
para la Iglesia en Europa
para la Iglesia en Europa
El oscurecimiento
de la esperanza
7. Esta palabra se
dirige hoy también a las Iglesias en Europa, afectadas a menudo por un
oscurecimiento de la esperanza. En efecto, la época que estamos viviendo,
con sus propios retos, resulta en cierto modo desconcertante. Tantos hombres y
mujeres parecen desorientados, inseguros, sin esperanza, y muchos cristianos
están sumidos en este estado de ánimo. Hay numerosos signos preocupantes
que, al principio del tercer milenio, perturban el horizonte del Continente
europeo que, « aun teniendo cuantiosos signos de fe y testimonio, y en un clima
de convivencia indudablemente más libre y más unida, siente todo el desgaste que
la historia, antigua y reciente, ha producido en las fibras más profundas de sus
pueblos, engendrando a menudo desilusión ».14
Entre los muchos
aspectos indicados con ocasión del Sínodo,15 quisiera recordar la
pérdida de la memoria y de la herencia cristianas, unida a una especie de
agnosticismo práctico y de indiferencia religiosa, por lo cual muchos europeos
dan la impresión de vivir sin base espiritual y como herederos que han
despilfarrado el patrimonio recibido a lo largo de la historia. Por eso no han
de sorprender demasiado los intentos de dar a Europa una identidad que excluye
su herencia religiosa y, en particular, su arraigada alma cristiana, fundando
los derechos de los pueblos que la conforman sin injertarlos en el tronco
vivificado por la savia del cristianismo.
En el Continente
europeo no faltan ciertamente símbolos prestigiosos de la presencia cristiana,
pero éstos, con el lento y progresivo avance del laicismo, corren el riesgo de
convertirse en mero vestigio del pasado. Muchos ya no logran integrar el mensaje
evangélico en la experiencia cotidiana; aumenta la dificultad de vivir la propia
fe en Jesús en un contexto social y cultural en que el proyecto de vida
cristiano se ve continuamente desdeñado y amenazado; en muchos ambientes
públicos es más fácil declararse agnóstico que creyente; se tiene la impresión
de que lo obvio es no creer, mientras que creer requiere una legitimación social
que no es indiscutible ni puede darse por descontada.
8. Esta pérdida de la
memoria cristiana va unida a un cierto miedo en afrontar el futuro. La
imagen del porvenir que se propone resulta a menudo vaga e incierta. Del futuro
se tiene más temor que deseo. Lo demuestran, entre otros signos preocupantes, el
vacío interior que atenaza a muchas personas y la pérdida del sentido de la
vida. Como manifestaciones y frutos de esta angustia existencial pueden
mencionarse, en particular, el dramático descenso de la natalidad, la
disminución de las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada, la
resistencia, cuando no el rechazo, a tomar decisiones definitivas de vida
incluso en el matrimonio.
Se está dando una
difusa fragmentación de la existencia; prevalece una sensación de
soledad; se multiplican las divisiones y las contraposiciones. Entre otros
síntomas de este estado de cosas, la situación europea actual experimenta el
grave fenómeno de las crisis familiares y el deterioro del concepto mismo de
familia, la persistencia y los rebrotes de conflictos étnicos, el resurgir de
algunas actitudes racistas, las mismas tensiones interreligiosas, el
egocentrismo que encierra en sí mismos a las personas y los grupos, el
crecimiento de una indiferencia ética general y una búsqueda obsesiva de los
propios intereses y privilegios. Para muchos, la globalización que se está
produciendo, en vez de llevar a una mayor unidad del género humano, amenaza con
seguir una lógica que margina a los más débiles y aumenta el número de los
pobres de la tierra.
Junto con la difusión
del individualismo, se nota un decaimiento creciente de la solidaridad
interpersonal: mientras las instituciones asistenciales realizan un trabajo
benemérito, se observa una falta del sentido de solidaridad, de manera que
muchas personas, aunque no carezcan de las cosas materiales necesarias, se
sienten más solas, abandonadas a su suerte, sin lazos de apoyo afectivo.
9. En la raíz de la
pérdida de la esperanza está el intento de hacer prevalecer una antropología
sin Dios y sin Cristo. Esta forma de pensar ha llevado a considerar al
hombre como « el centro absoluto de la realidad, haciéndolo ocupar así
falsamente el lugar de Dios y olvidando que no es el hombre el que hace a Dios,
sino que es Dios quien hace al hombre. El olvido de Dios condujo al abandono del
hombre », por lo que, « no es extraño que en este contexto se haya abierto un
amplísimo campo para el libre desarrollo del nihilismo, en la filosofía; del
relativismo en la gnoseología y en la moral; y del pragmatismo y hasta del
hedonismo cínico en la configuración de la existencia diaria ».16 La
cultura europea da la impresión de ser una apostasía silenciosa por parte del
hombre autosuficiente que vive como si Dios no existiera.
En esta perspectiva
surgen los intentos, repetidos también últimamente, de presentar la cultura
europea prescindiendo de la aportación del cristianismo, que ha marcado su
desarrollo histórico y su difusión universal. Asistimos al nacimiento de una
nueva cultura, influenciada en gran parte por los medios de comunicación
social, con características y contenidos que a menudo contrastan con el
Evangelio y con la dignidad de la persona humana. De esta cultura forma parte
también un agnosticismo religioso cada vez más difuso, vinculado a un
relativismo moral y jurídico más profundo, que hunde sus raíces en la pérdida de
la verdad del hombre como fundamento de los derechos inalienables de cada uno.
Los signos de la falta de esperanza se manifiestan a veces en las formas
preocupantes de lo que se puede llamar una « cultura de muerte ».17
La imborrable
nostalgia de la esperanza
10. Pero, como han
subrayado los Padres sinodales, « el hombre no puede vivir sin esperanza:
su vida, condenada a la insignificancia, se convertiría en insoportable ».18
Frecuentemente, quien tiene necesidad de esperanza piensa poder saciarla con
realidades efímeras y frágiles. De este modo la esperanza, reducida al
ámbito intramundano cerrado a la trascendencia, se contenta, por ejemplo,
con el paraíso prometido por la ciencia y la técnica, con las diversas formas de
mesianismo, con la felicidad de tipo hedonista, lograda a través del consumismo
o aquella ilusoria y artificial de las sustancias estupefacientes, con ciertas
modalidades del milenarismo, con el atractivo de las filosofías orientales, con
la búsqueda de formas esotéricas de espiritualidad o con las diferentes
corrientes de New Age.19
Sin embargo, todo esto
se demuestra sumamente ilusorio e incapaz de satisfacer la sed de felicidad que
el corazón del hombre continúa sintiendo dentro de sí. De este modo permanecen y
se agudizan los signos preocupantes de la falta de esperanza, que a veces se
manifiesta también bajo formas de agresividad y violencia.20
Signos de
esperanza
11. Ningún ser humano
puede vivir sin perspectivas de futuro. Mucho menos la Iglesia, que vive de la
esperanza del Reino que viene y que ya está presente en este mundo. Sería
injusto no reconocer los signos de la influencia del Evangelio de
Cristo en la vida de la sociedad. Los Padres sinodales los han especificado
y subrayado.
Entre estos signos se
ha de mencionar la recuperación de la libertad de la Iglesia en Europa del Este,
con las nuevas posibilidades de actividad pastoral que se han abierto para ella;
el que la Iglesia se concentre en su misión espiritual y en su compromiso de
vivir la primacía de la evangelización incluso en sus relaciones con la realidad
social y política; la creciente toma de conciencia de la misión propia de todos
los bautizados, con la variedad y complementariedad de sus dones y tareas; la
mayor presencia de la mujer en las estructuras y en los diversos ámbitos de la
comunidad cristiana.
Una comunidad de
pueblos
12. Considerando Europa
como comunidad civil, no faltan signos que dan lugar a la esperanza: en
ellos, aun entre las contradicciones de la historia, podemos percibir con una
mirada de fe la presencia del Espíritu de Dios que renueva la faz de la tierra.
Los Padres sinodales los han descrito así al final de sus trabajos: «
Comprobamos con alegría la creciente apertura recíproca de los pueblos,
la reconciliación entre naciones durante largo tiempo hostiles y
enemigas, la ampliación progresiva del proceso unitario a los países del
Este europeo. Reconocimientos, colaboraciones e intercambios de todo tipo
se están llevando a cabo, de forma que, poco a poco, se está creando una
cultura, más aún, una conciencia europea, que esperamos pueda suscitar,
especialmente entre los jóvenes, un sentimiento de fraternidad y la voluntad de
participación. Registramos como positivo el hecho de que todo este proceso se
realiza según métodos democráticos, de manera pacífica y con un espíritu
de libertad, que respeta y valora las legítimas diversidades, suscitando
y sosteniendo el proceso de unificación de Europa. Acogemos con
satisfacción lo que se ha hecho para precisar las condiciones y las modalidades
del respeto de los derechos humanos. Por último, en el contexto de la
legítima y necesaria unidad económica y política de Europa, mientras registramos
los signos de la esperanza que ofrece la consideración dada al derecho y
a la calidad de la vida, deseamos vivamente que, con fidelidad creativa a
la tradición humanista y cristiana de nuestro continente, se garantice la
supremacía de los valores éticos y espirituales ».21
Los mártires y
los testigos de la fe
13. Pero quiero llamar
la atención particularmente sobre algunos signos surgidos en el ámbito
específicamente eclesial. Ante todo, con los Padres sinodales, quiero proponer a
todos, para que nunca se olvide, el gran signo de esperanza constituido por los
numerosos testigos de la fe cristiana que ha habido en el último siglo,
tanto en el Este como en el Oeste. Ellos han sabido vivir el Evangelio en
situaciones de hostilidad y persecución, frecuentemente hasta el testimonio
supremo de la sangre.
Estos testigos,
especialmente los que han afrontado el martirio, son un signo elocuente y
grandioso que se nos pide contemplar e imitar. Ellos muestran la vitalidad de la
Iglesia; son para ella y la humanidad como una luz, porque han hecho
resplandecer en las tinieblas la luz de Cristo; al pertenecer a diversas
confesiones cristianas, brillan asimismo como signo de esperanza para el camino
ecuménico, por la certeza de que su sangre es « también linfa de unidad para la
Iglesia ».22
Más radicalmente aún,
demuestran que el martirio es la encarnación suprema del Evangelio de la
esperanza: « En efecto, los mártires anuncian este Evangelio y lo testimonian
con su vida hasta la efusión de su sangre, porque están seguros de no poder
vivir sin Cristo y están dispuestos a morir por Él, convencidos de que Jesús es
el Dios y el Salvador del hombre y que, por tanto, sólo en Él encuentra el
hombre la plenitud verdadera de la vida. De este modo, según la exhortación del
apóstol Pedro, se muestran preparados para dar razón de su esperanza (cf. 1
Pe 3, 15). Los mártires, además, celebran el “Evangelio de la esperanza”,
porque el ofrecimiento de su vida es la manifestación más radical y más grande
del sacrificio vivo, santo y agradable a Dios, que constituye el verdadero culto
espiritual (cf. Rm 12, 1), origen, alma y cumbre de toda celebración
cristiana. Ellos, por fin, sirven al “Evangelio de la esperanza”, porque con su
martirio expresan en sumo grado el amor y el servicio al hombre, en cuanto
demuestran que la obediencia a la ley evangélica genera una vida moral y una
convivencia social que honra y promueve la dignidad y la libertad de cada
persona ».23
La santidad de
muchos
14. Fruto de la
conversión realizada por el Evangelio es la santidad de tantos hombres y
mujeres de nuestro tiempo. No sólo de los que así han sido proclamados
oficialmente por la Iglesia, sino también de los que, con sencillez y en la
existencia cotidiana, han dado testimonio de su fidelidad a Cristo. ¿Cómo no
pensar en los innumerables hijos de la Iglesia que, a lo largo de la historia
del Continente europeo, han vivido una santidad generosa y auténtica de forma
oculta en la vida familiar, profesional y social? « Todos ellos, como “piedras
vivas”, unidas a Cristo “piedra angular”, han construido Europa como edificio
espiritual y moral, dejando a la posteridad la herencia más preciosa. Nuestro
Señor Jesucristo lo había prometido: “El que crea en mí, hará él también las
obras que yo hago, y las hará mayores aún, porque yo voy al Padre” (Jn
14, 12). Los santos son la prueba viva del cumplimiento de esta promesa, y nos
animan a creer que ello es posible también en los momentos más difíciles de la
historia ».24
La parroquia y
los movimientos eclesiales
15. El Evangelio sigue
dando sus frutos en las comunidades parroquiales, en las personas consagradas,
en las asociaciones de laicos, en los grupos de oración y apostolado, en muchas
comunidades juveniles, así como también a través de la presencia y difusión de
nuevos movimientos y realidades eclesiales. En efecto, el mismo Espíritu sabe
suscitar en cada uno de ellos una renovada entrega al Evangelio, disponibilidad
generosa al servicio, vida cristiana caracterizada por el radicalismo evangélico
y el impulso misionero.
Todavía hoy en Europa,
tanto en los Países postcomunistas como en Occidente, la parroquia, si
bien necesita una renovación constante,25 sigue conservando y
ejerciendo su misión indispensable y de gran actualidad en el ámbito pastoral y
eclesial. Es capaz de ofrecer a los fieles un espacio para el ejercicio efectivo
de la vida cristiana y es lugar también de auténtica humanización y
socialización, tanto en un contexto de dispersión y anonimato, propio de las
grandes ciudades modernas, como en zonas rurales con escasa población.26
16. Al mismo tiempo,
mientras expreso junto con los Padres sinodales mi gran estima por la presencia
y la acción de muchas asociaciones y organizaciones apostólicas y, en
particular, de la Acción Católica, deseo hacer notar la contribución específica
que, en comunión con las otras realidades eclesiales y nunca de manera aislada,
pueden ofrecer los nuevos movimientos y las nuevas comunidades eclesiales.
En efecto, éstos últimos « ayudan a los cristianos a vivir más radicalmente
según el Evangelio; son cuna de diversas vocaciones y generan nuevas formas de
consagración; promueven sobre todo la vocación de los laicos y la llevan a
manifestarse en los diversos ámbitos de la vida; favorecen la santidad del
pueblo; pueden ser anuncio y exhortación para quienes, de otra manera, no se
encontrarían con la Iglesia; con frecuencia apoyan el camino ecuménico y abren
cauces para el diálogo interreligioso; son un antídoto contra la difusión de las
sectas; son una gran ayuda para difundir vivacidad y alegría en la Iglesia ».27
El camino
ecuménico
17. Damos gracias a
Dios por el destacado y alentador signo de esperanza que son los progresos
logrados por el camino ecuménico siguiendo las directrices de la verdad, la
caridad y la reconciliación.
Es uno de los grandes
dones del Espíritu Santo a un Continente como el europeo, que dio origen a las
graves divisiones entre los cristianos en el segundo milenio y que todavía sufre
mucho por sus consecuencias.
Recuerdo con emoción
algunos momentos muy intensos experimentados durante los trabajos sinodales y la
convicción unánime, expresada también por los Delegados Fraternos, de que este
camino – no obstante los problemas aún pendientes y los nuevos que van surgiendo
– no se debe interrumpir, sino que ha de continuar con renovado ardor, con más
profunda determinación y con la humilde disponibilidad de todos al perdón
recíproco. Me complace hacer mías algunas expresiones de los Padres sinodales,
puesto que « el progreso en el diálogo ecuménico, que tiene su fundamento más
profundo en el Verbo mismo de Dios, representa un signo de gran esperanza para
la Iglesia de hoy. En efecto, el crecimiento de la unidad entre los cristianos
enriquece mutuamente a todos ».28 Hace falta « fijarse con alegría en
los progresos conseguidos hasta ahora en el diálogo, sea con los hermanos de las
Iglesias ortodoxas, sea con los de las comunidades eclesiales procedentes de la
Reforma, reconociendo en ellos un signo de la acción del Espíritu, por la cual
se ha de alabar y dar gracias a Dios ».29
II. Volver a Cristo,
fuente de toda esperanza
Confesar nuestra
fe
18. En la Asamblea
sinodal se ha consolidado la certeza, clara y apasionada, de que la Iglesia ha
de ofrecer a Europa el bien más precioso y que nadie más puede darle: la fe en
Jesucristo, fuente de la esperanza que no defrauda,30 don que está en
el origen de la unidad espiritual y cultural de los pueblos europeos, y que
todavía hoy y en el futuro puede ser una aportación esencial a su desarrollo e
integración. Sí, después de veinte siglos, la Iglesia se presenta al principio
del tercer milenio con el mismo anuncio de siempre, que es su único tesoro:
Jesucristo es el Señor; en Él, y en ningún otro, podemos salvarnos (cf. Hch
4, 12). La fuente de la esperanza, para Europa y el mundo entero, es Cristo,
y « la Iglesia es el canal a través del cual pasa y se difunde la ola de gracia
que fluye del Corazón traspasado del Redentor ».31
En base a esta
confesión de fe brota de nuestro corazón y de nuestros labios « una alegre
confesión de esperanza: ¡tú, Señor, resucitado y vivo, eres la esperanza
siempre nueva de la Iglesia y de la humanidad; tú eres la única y verdadera
esperanza del hombre y de la historia; tú eres entre nosotros “la esperanza de
la gloria” (Col 1, 27) ya en esta vida y también más allá de la muerte!
En ti y contigo podemos alcanzar la verdad, nuestra existencia tiene un sentido,
la comunión es posible, la diversidad puede transformarse en riqueza, la fuerza
del Reino ya está actuando en la historia y contribuye a la edificación de la
ciudad del hombre, la caridad da valor perenne a los esfuerzos de la humanidad,
el dolor puede hacerse salvífico, la vida vencerá a la muerte y lo creado
participará de la gloria de los hijos de Dios ».32
Jesucristo
nuestra esperanza
19. Jesucristo, el
Verbo eterno de Dios que está en el seno del Padre desde siempre (cf. Jn
1, 18), es nuestra esperanza porque nos ha amado hasta el punto de asumir en
todo nuestra naturaleza humana, excepto el pecado, participando de nuestra vida
para salvarnos. La confesión de esta verdad está en el corazón mismo de nuestra
fe. La pérdida de la verdad sobre Jesucristo, o su incomprensión, impiden
ahondar en el misterio mismo del amor de Dios y de la comunión trinitaria.33
Jesucristo es nuestra
esperanza porque revela el misterio de la Trinidad. Éste es el centro de
la fe cristiana, que puede ofrecer todavía una gran aportación, como lo ha hecho
hasta ahora, a la edificación de estructuras que, inspirándose en los grandes
valores evangélicos o confrontándose con ellos, promuevan la vida, la historia y
la cultura de los diversos pueblos del Continente.
Múltiples son las
raíces ideales que han contribuido con su savia al reconocimiento del valor de
la persona y de su dignidad inalienable, del carácter sagrado de la vida humana
y el papel central de la familia, de la importancia de la educación y la
libertad de opinión, de palabra, de religión, así como también a la tutela legal
de los individuos y los grupos, a la promoción de la solidaridad y el bien
común, al reconocimiento de la dignidad del trabajo. Tales raíces han favorecido
que el poder político esté sujeto a la ley y al respeto de los derechos de la
persona y de los pueblos. A este propósito se han de recordar el espíritu de la
Grecia antigua y de la romanidad, las aportaciones de los pueblos celtas,
germanos, eslavos, ugrofineses, de la cultura hebrea y del mundo islámico. Sin
embargo, se ha de reconocer que estas influencias han encontrado históricamente
en la tradición judeocristiana una fuerza capaz de armonizarlas, consolidarlas y
promoverlas. Se trata de un hecho que no se puede ignorar; por el contrario, en
el proceso de construcción de la « casa común europea », debe reconocerse que
este edificio ha de apoyarse también sobre valores que encuentran en la
tradición cristiana su plena manifestación. Tener esto en cuenta beneficia a
todos.
La Iglesia « no posee
título alguno para expresar preferencias por una u otra solución institucional o
constitucional » de Europa y coherentemente, por tanto, quiere respetar la
legítima autonomía del orden civil.34 Sin embargo, tiene la misión de
avivar en los cristianos de Europa la fe en la Trinidad, sabiendo que esta fe es
precursora de auténtica esperanza para el Continente.
Muchos de los grandes
paradigmas de referencia antes indicados, que son la base de la civilización
europea, hunden sus raíces últimas en la fe trinitaria. Ésta contiene un
extraordinario potencial espiritual, cultural y ético, capaz, entre otras cosas,
de iluminar algunas grandes cuestiones que hoy se debaten en Europa, como la
disgregación social y la pérdida de una referencia que dé sentido a la vida y a
la historia. De ello se desprende la necesidad de una renovada meditación
teológica, espiritual y pastoral sobre el misterio trinitario.35
20. Las Iglesias
particulares en Europa no son meras entidades u organizaciones privadas. En
realidad, actúan con una dimensión institucional específica que merece ser
valorada jurídicamente, en el pleno respeto del justo ordenamiento civil. Al
reflexionar sobre sí mismas, las comunidades cristianas han de reconocerse como
un don con el que Dios enriquece a los pueblos que viven en el Continente. Éste
es el anuncio gozoso que han de llevar a todas las personas. Profundizando su
propia dimensión misionera, deben dar constantemente testimonio de que
Jesucristo « es el único mediador y portador de salvación para la humanidad
entera: sólo en Él la humanidad, la historia y el cosmos encuentran su
sentido positivo definitivamente y se realizan totalmente; Él tiene en sí mismo,
en sus hechos y en su persona, las razones definitivas de la salvación; no sólo
es un mediador de salvación, sino la fuente misma de la salvación ».36
En el contexto del
pluralismo ético y religioso actual que caracteriza cada vez más a Europa, es
necesario, pues, confesar y proponer la verdad de Cristo como único Mediador
entre Dios y los hombres y único Redentor del mundo. Por tanto –como he hecho al
final de la asamblea sinodal–, con toda la Iglesia, invito a mis hermanos y
hermanas en la fe a abrirse constantemente con confianza a Cristo y a dejarse
renovar por Él, anunciando con el vigor de la paz y el amor a todas las personas
de buena voluntad, que quien encuentra al Señor conoce la Verdad, descubre la
Vida y reconoce el Camino que conduce a ella (cf. Jn 14, 6; Sal 16
[15], 11). Por el tenor de vida y el testimonio de la palabra de los cristianos,
los habitantes de Europa podrán descubrir que Cristo es el futuro del hombre. En
efecto, en la fe de la Iglesia « no hay bajo el cielo otro nombre dado a los
hombres por el que debamos salvarnos » (Hch 4, 12).37
21. Para los creyentes,
Jesucristo es la esperanza de toda persona porque da la vida eterna. Él
es « la Palabra de vida » (1 Jn 1, 1), venido al mundo para que los
hombres « tengan la vida y la tengan en abundancia » (Jn 10, 10). Así nos
enseña cómo el verdadero sentido de la vida del hombre no queda encerrado en el
horizonte mundano, sino que se abre a la eternidad. La misión de cada Iglesia
particular en Europa es tener en cuenta la sed de verdad de toda persona y la
necesidad de valores auténticos que animen a los pueblos del Continente. Ha de
proponer con renovada energía la novedad que la anima. Se trata de emprender una
articulada acción cultural y misionera, enseñando con obras y argumentos
convincentes cómo la nueva Europa necesita descubrir sus propias raíces últimas.
En este contexto, los que se inspiran en los valores evangélicos tienen un papel
esencial que desempeñar, relacionado con el sólido fundamento sobre el cual se
ha de edificar una convivencia más humana y más pacífica porque es respetuosa de
todos y de cada uno.
Es preciso que las
Iglesias particulares en Europa sepan devolver a la esperanza su dimensión
escatológica originaria.38 En efecto, la verdadera esperanza
cristiana es teologal y escatológica, fundada en el Resucitado, que vendrá de
nuevo como Redentor y Juez, y que nos llama a la resurrección y al premio
eterno.
Jesucristo vivo
en la Iglesia
22. Mirando a Cristo,
los pueblos europeos podrán hallar la única esperanza que puede dar plenitud de
sentido a la vida. También hoy lo pueden encontrar, porque Jesús está
presente, vive y actúa en su Iglesia: Él está en la Iglesia y la Iglesia
está en Él (cf. Jn 15, 1ss; Ga 3, 28; Ef 4, 15-16; Hch
9, 5). En ella, por el don del Espíritu Santo, continúa sin cesar su obra
salvadora.39
Con los ojos de la fe
podemos ver la misteriosa acción de Jesús en los diversos signos que nos ha
dejado. Está presente, ante todo, en la Sagrada Escritura, que habla de Él en
todas sus páginas (cf. Lc 24, 27.44-47). Pero de una manera
verdaderamente única está presente en las especies eucarísticas. Esta «
presencia se llama “real”, no por exclusión, como si las otras no fueran
“reales”, sino por antonomasia, ya que es sustancial, ya que por ella
ciertamente se hace presente Cristo, Dios y hombre, entero e íntegro ».40
En efecto, en la Eucaristía « se contiene verdadera, real y sustancialmente, el
Cuerpo y la Sangre, juntamente con el alma y la divinidad, de nuestro Señor
Jesucristo y, por ende, Cristo entero ».41 « Verdaderamente la
Eucaristía es mysterium fidei, misterio que supera nuestro pensamiento y
puede ser acogido sólo en la fe ».42 También es real la presencia de
Jesús en las otras acciones litúrgicas que, en su nombre, celebra la Iglesia.
Así ocurre en los Sacramentos, acciones de Cristo, que Él realiza a través de
los hombres.43
Jesús está
verdaderamente presente también en el mundo de otros modos, especialmente en sus
discípulos que, fieles al doble mandamiento de la caridad, adoran a Dios en
espíritu y en verdad (cf. Jn 4, 24), y testimonian con la vida el amor
fraterno que los distingue como seguidores del Señor (cf. Mt 25, 31-46;
Jn 13, 35; 15, 1-17).44
...................................
...................................
14 II
Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos, Instrumentum laboris,
n. 2: L'Osservatore Romano, 6 agosto 1999 - Supl., pp. 2-3.
15 Cf.
ibíd., nn. 12-13.16-19, l.c., pp. 4-6; Idem, Relatio ante
disceptationem, I: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua
española, 8 octubre 1999, pp. 19-20; Idem, Relatio post disceptationem,
II, A: L'Osservatore Romano, 11-12 octubre 1999, p. 10.
16 II
Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos, Relatio ante
disceptationem, I, 1, 2: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua
española, 8 octubre 1999, p. 19.
17 Cf.
Propositio 5ª.
18 II
Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos, Mensaje final,
1: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 29 octubre 1999,
p. 10.
19 Cf.
Propositio 5ª; Consejo Pontificio de la Cultura y Consejo Pontificio
para el Diálogo Interreligioso, Gesù Cristo portatore dell'acqua viva. Una
riflessione cristiana sul New Age, Ciudad del Vaticano, 2003.
20 Cf.
Propositio 5ª.
21 II
Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos, Mensaje final,
6: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 29 octubre 1999,
p. 11.
22
Angelus (25 agosto 1996), 2:
L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 30 agosto 1996, p. 1;
cf. Propositio 9.
23 II
Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos, Instrumentum laboris,
n. 88: L'Osservatore Romano, 6 agosto 1999 - Supl., p. 17.
24
Homilía durante la misa de clausura de la II Asamblea Especial del Sínodo de los
Obispos (23 octubre 1999), 4: AAS 92
(2000), 179.
25 Cf.
Exhort. ap. postsinodal Christifideles laici (30 diciembre 1988), 26:
AAS 81 (1989), 439.
26 Cf.
Propositio 21.
27
Ibíd.
28
Propositio 9.
29
Ibíd.
30 Cf.
Propositio 4, 1.
31
Homilía durante la misa de clausura de la II Asamblea Especial del Sínodo de los
Obispos (23 octubre 1999), 2: AAS 92
(2000), 178.
32 II
Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos, Mensaje final,
2: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 29 octubre 1999,
p. 10.
33 Cf.
Propositio 4, 2.
34 Cf.
Carta enc. Centesimus annus (1 mayo 1991), 47: AAS 83 (1991), 852.
35 Cf.
Propositio 4, 1.
36 II
Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos, Instrumentum laboris,
n. 30: L'Osservatore Romano, 6 de agosto de 1999 - Suppl., p. 8.
37 Cf.
Homilía durante la misa de clausura de la II Asamblea Especial del Sínodo de los
Obispos (23 octubre 1999), 3: AAS 92 (2000), 178; Congregación para
la Doctrina de la Fe, Decl. Dominus Iesus (6 agosto 2000), 13: AAS
92 (2000), 754.
38 Cf.
Propositio 5.
39 Carta.
enc. Dominum et vivificantem (18 mayo 1986), 7: AAS 78 (1986),
816; Congregación para la Doctrina de la Fe, Decl. Dominus Iesus (6
agosto 2000), 16: AAS 92 (2000), 756-757.
40 Pablo
VI, Carta enc. Mysterium fidei (3 septiembre 1965): AAS 57 (1965)
762-763. Cf. S. Congregación de ritos, Instr. Eucharisticum mysterium (25
mayo 1967), 9: AAS 59 (1967) 547; Catecismo de la Iglesia Católica,
1374.
41
Concilio Ecum. Tridentino, Decr. De SS.
Eucharistia,
can. 1: DS, 1651; cf. cap. 3: DS, 1641.
42 Carta
enc. Ecclesia de Eucharistia (17 abril 2003), 15: L'Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española, 18 abril 2003, p. 9.
43
Cf. San Agustín, In Ioannis
Evangelium, Tractatus VI, cap. I, n. 7:
PL 35,1428; San Juan Crisóstomo, Sobre la traición de Judas, 1, 6:
PG 49, 380C.
44
Cf.
Conc. ecum. Vat. II, Const. Sacrosanctum Concilium, sobre la sagrada
liturgia, 7; Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 50; Pablo VI,
Carta. enc. Mysterium fidei (3 septiembre 1965): AAS 57 (1965)
762-763; S. Congregación de ritos, Instr. Eucharisticum mysterium (25
mayo 1967), 9: AAS 59 (1967) 547; Catecismo de la Iglesia Católica,
1373-1374.
CAPÍTULO II
EL EVANGELIO DE LA
ESPERANZA
CONFIADO A LA IGLESIA
DEL NUEVO MILENIO
CONFIADO A LA IGLESIA
DEL NUEVO MILENIO
« Ponte en vela,
reanima lo que te queda
y está a punto de morir » (Ap 3, 2)
y está a punto de morir » (Ap 3, 2)
I. El Señor llama a
la conversión
Jesús se dirige a
nuestras Iglesias
23. « Esto dice el que
tiene las siete estrellas en su mano derecha, el que camina entre los siete
candeleros de oro [...], el Primero y el Ultimo, el que estuvo muerto y revivió
[...], el Hijo de Dios » (Ap 2, 1.8.18). Jesús mismo es el que
habla a su Iglesia. Su mensaje se dirige a cada una de las Iglesias
particulares y concierne su vida interna, caracterizada a veces por la presencia
de concepciones y mentalidades incompatibles con la tradición evangélica,
víctima a menudo de diversas formas de persecución y, lo que es más peligroso
aún, afectada por síntomas preocupantes de mundanización, pérdida de la fe
primigenia y connivencia con la lógica del mundo. No es raro que las comunidades
ya no tengan el amor que antes tenían (cf. Ap 2, 4).
Se observa cómo
nuestras comunidades eclesiales tienen que forcejear con debilidades,
fatigas, contradicciones. Necesitan escuchar también de nuevo la voz del Esposo
que las invita a la conversión, las incita a actuar con entusiasmo en las nuevas
situaciones y las llama a comprometerse en la gran obra de la « nueva
evangelización ». La Iglesia tiene que someterse constantemente al juicio de la
palabra de Cristo y vivir su dimensión humana con una actitud de purificación
para ser cada vez más y mejor la Esposa sin mancha ni arruga, engalanada con un
vestido de lino puro resplandeciente (cf. Ef 5, 27; Ap 19, 7-8).
De este modo,
Jesucristo llama a nuestras Iglesias en Europa a la conversión, y ellas, con
su Señor y gracias a su presencia, se hacen portadoras de esperanza para la
humanidad.
La acción del
Evangelio a lo largo de la historia
24. Europa ha
sido impregnada amplia y profundamente por el cristianismo. « No cabe
duda de que, en la compleja historia de Europa, el cristianismo representa un
elemento central y determinante, que se ha consolidado sobre la base firme de la
herencia clásica y de las numerosas aportaciones que han dado los diversos
flujos étnicos y culturales que se han sucedido a lo largo de los siglos. La fe
cristiana ha plasmado la cultura del Continente y se ha entrelazado
indisolublemente con su historia, hasta el punto de que ésta no se podría
entender sin hacer referencia a las vicisitudes que han caracterizado, primero,
el largo periodo de la evangelización y, después, tantos siglos en los que el
cristianismo, aun en la dolorosa división entre Oriente y Occidente, se ha
afirmado como la religión de los europeos. También en el periodo moderno y
contemporáneo, cuando se ha ido fragmentando progresivamente la unidad
religiosa, bien por las posteriores divisiones entre los cristianos, bien por
los procesos que han alejado la cultura del horizonte de la fe, el papel de ésta
ha seguido teniendo una importancia notable ».45
25. El interés que
la Iglesia tiene por Europa deriva de su misma naturaleza y misión. En
efecto, a lo largo de los siglos, la Iglesia ha mantenido lazos muy estrechos
con nuestro Continente, de tal modo que la fisonomía espiritual de Europa se ha
ido formando gracias a los esfuerzos de grandes misioneros y al testimonio de
santos y mártires, a la labor asidua de monjes, religiosos y pastores. De la
concepción bíblica del hombre, Europa ha tomado lo mejor de su cultura
humanista, ha encontrado inspiración para sus creaciones intelectuales y
artísticas, ha elaborado normas de derecho y, sobre todo, ha promovido la
dignidad de la persona, fuente de derechos inalienables.46 De este
modo la Iglesia, en cuanto depositaria del Evangelio, ha contribuido a difundir
y a consolidar los valores que han hecho universal la cultura europea.
Al recordar todo esto,
la Iglesia de hoy siente, con nueva responsabilidad, el deber apremiante de no
disipar este patrimonio precioso y ayudar a Europa a construirse a sí misma,
revitalizando las raíces cristianas que le han dado origen.47
Para dar una
verdadera imagen de Iglesia
26. Que toda la Iglesia
en Europa sienta como dirigida a ella la exhortación y la invitación del Señor:
arrepiéntete, conviértete, « ponte en vela, reanima lo que te queda y está a
punto de morir » (Ap 3, 2). Es una exigencia que nace también de la
consideración del tiempo actual: « La grave situación de indiferencia religiosa
de numerosos europeos; la presencia de muchos que, incluso en nuestro
Continente, no conocen todavía a Jesucristo y su Iglesia, y que todavía no están
bautizados; el secularismo que contagia a un amplio sector de cristianos que
normalmente piensan, deciden y viven “como si Cristo no existiera”, lejos de
apagar nuestra esperanza, la hacen más humilde y capaz de confiar sólo en Dios.
De su misericordia recibimos la gracia y el compromiso de la conversión ».48
27. A pesar de que a
veces, como en el episodio evangélico de la tempestad calmada (cf. Mc 4,
35- 41; Lc 8, 22-25), pueda parecer que Cristo duerme y deja su barca a
merced de las olas encrespadas, se pide a la Iglesia en Europa que cultive la
certeza de que el Señor, por el don de su Espíritu, está siempre presente
y actúa en ella y en la historia de la humanidad. Él prolonga en el tiempo
su misión, haciendo que la Iglesia fuera una corriente de vida nueva, que fluye
dentro de la vida de la humanidad como signo de esperanza para todos.
En un contexto en el
que la tentación del activismo llega fácilmente también al ámbito pastoral, se
pide a los cristianos en Europa que sigan siendo transparencia real del
Resucitado, viviendo en íntima comunión con Él. Hacen falta comunidades que,
contemplando e imitando a la Virgen María, figura y modelo de la Iglesia en la
fe y en la santidad,49 cuiden el sentido de la vida litúrgica y de la
vida interior. Ante todo y sobre todo, han de alabar al Señor, invocarlo,
adorarlo y escuchar su Palabra. Sólo así asimilarán su misterio, viviendo
totalmente dedicadas a Él, como miembros de su fiel Esposa.
28. Ante las
insistentes tentaciones de división y contraposición, la diversas Iglesias
particulares en Europa, bien unidas al Sucesor de Pedro, han de esforzarse en
ser verdaderamente lugar e instrumento de comunión de todo el Pueblo de Dios
en la fe y en el amor.50 Cultiven, por tanto, un clima de caridad
fraterna, vivida con radicalidad evangélica en el nombre de Jesús y de su amor;
desarrollen un ambiente de relaciones de amistad, de comunicación,
corresponsabilidad, participación, conciencia misionera, disponibilidad y
servicialidad; estén animadas por actitudes recíprocas de estima, acogida y
corrección (cf. Rm 12, 10; 15, 7-14), de servicio y ayuda (cf. Ga
5, 13; 6, 2), de perdón mutuo (cf. Col 3, 13) y edificación de unos con
otros (cf. 1 Ts 5, 11); se esfuercen en realizar una pastoral que,
valorando todas las diversidades legítimas, fomente una colaboración cordial
entre todos los fieles y sus asociaciones; promuevan los organismos de
participación como instrumentos preciosos de comunión para una acción misionera
armónica, impulsando la presencia de agentes de pastoral adecuadamente
preparados y cualificados. De este modo, las Iglesias mismas, animadas por la
comunión, que es manifestación del amor de Dios, fundamento y razón de la
esperanza que no defrauda (cf. Rm 5, 5), serán un reflejo más brillante
de la Trinidad, además de un signo que interpela e invita a creer (cf. Jn
17, 21).
29. Para vivir de
manera plena la comunión en la Iglesia, hace falta valorar la variedad de
carismas y vocaciones, que confluyen cada vez más en la unidad y pueden
enriquecerla (cf. 1 Co 12). En esta perspectiva, es necesario también
que, de una parte, los nuevos movimientos y las nuevas comunidades eclesiales «
abandonando toda tentación de reivindicar derechos de primogenitura y toda
incomprensión recíproca », avancen en el camino de una comunión más auténtica
entre sí y con todas las demás realidades eclesiales, y « vivan con amor en
total obediencia a los Obispos »; por otro lado, es necesario también que los
Obispos, « manifestándoles la paternidad y el amor propios de los pastores »,51
sepan reconocer, discernir y coordinar sus carismas y su presencia para la
edificación de la única Iglesia.
En efecto, gracias al
crecimiento de la colaboración entre los numerosos sectores eclesiales bajo la
guía afable de los pastores, la Iglesia entera podrá presentar a todos una
imagen más hermosa y creíble, transparencia más límpida del rostro del Señor, y
contribuir así a dar nueva esperanza y consuelo, tanto a los que la buscan como
a los que, aunque no la busquen, la necesitan.
Para poder responder a
la llamada del Evangelo a la conversión, « debemos hacer todos juntos un humilde
y valiente examen de conciencia para reconocer nuestros temores y
nuestros errores, para confesar con sinceridad nuestras lentitudes, omisiones,
infidelidades y culpas ».52 En vez de adoptar actitudes huidizas de
desaliento, el reconocimiento evangélico de las propias culpas suscitará en la
comunidad la experiencia que vive cada bautizado: la alegría de una profunda
liberación y la gracia de comenzar de nuevo, que permite proseguir con mayor
vigor el camino de la evangelización.
Para progresar
hacia la unidad de los cristianos
30. Finalmente, el
Evangelio de la esperanza es también fuerza y llamada a la conversión en el
campo ecuménico. En la certeza de que la unidad de los cristianos
corresponde al mandato del Señor, « para que todos sean uno » (cf. Jn 17,
11), y que hoy se presenta como una necesidad para que sea más creíble la
evangelización y la contribución a la unidad de Europa, es necesario que todas
las Iglesias y Comunidades eclesiales « sean ayudadas e invitadas a interpretar
el camino ecuménico como un “ir juntos” hacia Cristo » 53 y hacia la
unidad visible querida por Él, de tal modo que la unidad en la diversidad brille
en la Iglesia como don del Espíritu Santo, artífice de comunión.
Para lograr esto hace
falta un paciente y constante empeño por parte de todos, animado por una
auténtica esperanza y, al mismo tiempo, por un sobrio realismo, orientado a la «
valoración de lo que ya nos une, a la sincera estima recíproca, a la eliminación
de los prejuicios, al conocimiento y al amor mutuo ».54 En esta
perspectiva, el esfuerzo por la unidad ha de incluir, si quiere apoyarse en
fundamentos sólidos, la búsqueda apasionada de la verdad, a través de un diálogo
y una confrontación que, mientras reconoce los resultados hasta ahora
alcanzados, los considere un estímulo para seguir avanzando en la superación de
las divergencias que todavía dividen a los cristianos.
31. Sin rendirse ante
dificultades y cansancios, es preciso continuar con determinación el diálogo,
que se ha entablar « bajo muchos aspectos (doctrinal, espiritual y práctico),
siguiendo la lógica del intercambio de dones que el Espíritu suscita en cada
Iglesia y educando a las comunidades y los fieles, sobre todo a los jóvenes, a
vivir momentos de encuentro, haciendo del ecumenismo rectamente entendido una
dimensión ordinaria de la vida y de la acción eclesial ».55
Este diálogo es una de
las principales preocupaciones de la Iglesia, sobre todo en esta Europa que en
el milenio pasado ha visto surgir demasiadas divisiones entre los cristianos y
que hoy se encamina hacia una mayor unidad. ¡No podemos detenernos ni volver
atrás! Hemos de continuar este camino y vivirlo con confianza, porque la estima
recíproca, la búsqueda de la verdad, la colaboración en la caridad y, sobre
todo, el ecumenismo de la santidad, con la ayuda de Dios, no dejarán de producir
sus frutos.
32. A pesar de las
dificultades inevitables, invito a todos a reconocer y valorar, con amor y
fraternidad, la contribución que las Iglesias Católicas Orientales pueden
ofrecer para una edificación más real de la unidad, con su presencia misma, la
riqueza de su tradición, el testimonio de su « unidad en la diversidad », la
inculturación realizada por ellas en el anuncio del Evangelio o la diversidad de
sus ritos.56 Al mismo tiempo, quiero asegurar una vez más a los
pastores y a los hermanos y hermanas de las Iglesias ortodoxas, que la nueva
evangelización en modo alguno debe ser confundida con el proselitismo, quedando
firme el deber de respetar la verdad, la libertad y la dignidad de toda persona.
II. Toda la Iglesia
enviada en misión
33. Servir al Evangelio
de la esperanza mediante una caridad que evangeliza es un compromiso y una
responsabilidad de todos. En efecto, cualquiera que sea el carisma y el
ministerio de cada uno, la caridad es la vía maestra indicada a todos y que
todos pueden recorrer: es la vía que la comunidad eclesial entera está llamada a
emprender siguiendo las huellas de su Maestro.
Compromiso de los
ministros ordenados
34. En virtud de su
ministerio, los sacerdotes están llamados a celebrar, enseñar y servir de modo
especial el Evangelio de la esperanza. Por el sacramento del Orden, que los
configura a Cristo Cabeza y Pastor, los Obispos y sacerdotes tienen que
conformar toda su vida y su acción con Jesús; por la predicación de la Palabra,
la celebración de los sacramentos y la guía de la comunidad cristiana, hacen
presente el misterio de Cristo y, por el ejercicio de su ministerio, están «
llamados a prolongar la presencia de Cristo, único y supremo Pastor, siguiendo
su estilo de vida y siendo como una transparencia suya en medio del rebaño que
les ha sido confiado ».57
Estando “en” el mundo,
pero sin ser “del” mundo (cf. Jn 17, 15-16), en la actual situación
cultural y espiritual del Continente europeo, se les pide que sean signo de
contradicción y esperanza para una sociedad aquejada de horizontalismo y
necesitada de abrirse al Trascendente.
35. En este marco
adquiere relieve también el celibato sacerdotal, signo de una esperanza
puesta totalmente en el Señor. No es una mera disciplina eclesiástica impuesta
por la autoridad; por el contrario, es ante todo gracia, don inestimable de Dios
para la Iglesia, valor profético para el mundo actual, fuente de vida espiritual
intensa y de fecundidad pastoral, testimonio del Reino escatológico, signo del
amor de Dios a este mundo, así como del amor indiviso del sacerdote a Dios y a
su Pueblo.58 Vivido como respuesta al don de Dios y como superación
de las tentaciones de una sociedad hedonista, no sólo favorece la realización
humana de quien ha sido llamado, sino que se manifiesta también como factor de
crecimiento para los demás.
Considerado conveniente
para el sacerdocio en toda la Iglesia,59 requerido obligatoriamente
por la Iglesia latina,60 sumamente respetado por las Iglesias
Orientales,61 el celibato aparece en el contexto de la cultura actual
como signo elocuente, que debe ser custodiado como un bien precioso para la
Iglesia. A este respeto, una revisión de la disciplina actual no permitiría
solucionar la crisis de las vocaciones al presbiterado que se percibe en muchas
partes de Europa.62 Un compromiso al servicio del Evangelio de la
esperanza requiere también que la Iglesia presente el celibato en toda su
riqueza bíblica, teológica y espiritual.
36. No se puede ignorar
que el ejercicio del sagrado ministerio encuentra hoy muchas dificultades, bien
debidas a la cultura imperante, bien por la disminución numérica de los
presbíteros, con el aumento de la carga pastoral y de cansancio que esto puede
comportar. Por eso son más dignos aun de estima, gratitud y cercanía los
sacerdotes que viven con admirable dedicación y fidelidad el ministerio que se
les ha confiado.63
Tomando las palabras
escritas por los Padres sinodales, quiero también animarlos, con confianza y
gratitud: « No os desalentéis y no os dejéis abatir por el cansancio; en total
comunión con nosotros, los obispos, en gozosa fraternidad con los demás
presbíteros y en cordial corresponsabilidad con los consagrados y todos los
fieles laicos, continuad vuestra valiosa e insustituible labor ».64
Junto con los
presbíteros, deseo recordar también a los diáconos, que participan,
aunque en grado diferente, del mismo sacramento del Orden. Destinados al
servicio de la comunión eclesial, ejercen, bajo la guía del Obispo y con su
presbiterio, la “diaconía” de la liturgia, de la palabra y de la caridad.65
De este modo específico, están al servicio del Evangelio de la esperanza.
Testimonio de los
consagrados
37. El testimonio de
las personas consagradas es particularmente elocuente. A este propósito,
se ha de reconocer, ante todo, el papel fundamental que ha tenido el monacato y
la vida consagrada en la evangelización de Europa y en la construcción de su
identidad cristiana.66 Este papel no puede faltar hoy, en un momento
en el que urge una « nueva evangelización » del Continente, y en el que la
creación de estructuras y vínculos más complejos lo sitúan ante un cambio
delicado. Europa necesita siempre la santidad, la profecía, la actividad
evangelizadora y de servicio de las personas consagradas. También se ha de
resaltar la contribución específica que los Institutos seculares y las
Sociedades de vida apostólica pueden ofrecer a través de su aspiración a
transformar el mundo desde dentro con la fuerza de las bienaventuranzas.
38. La aportación
específica que las personas consagradas pueden ofrecer al Evangelio de la
esperanza proviene de algunos aspectos que caracterizan la actual fisonomía
cultural y social de Europa.67 Así, la demanda de nuevas formas
de espiritualidad que se produce hoy en la sociedad, ha de encontrar una
respuesta en el reconocimiento de la supremacía absoluta de Dios, que los
consagrados viven con su entrega total y con la conversión permanente de una
existencia ofrecida como auténtico culto espiritual. En un contexto contaminado
por el laicismo y subyugado por el consumismo, la vida consagrada, don del
Espíritu a la Iglesia y para la Iglesia, se convierte cada vez más en signo de
esperanza, en la medida en que da testimonio de la dimensión trascendente de la
existencia. Por otro lado, en la situación actual de pluralismo religioso y
cultural, se considera urgente el testimonio de la fraternidad evangélica
que caracteriza la vida consagrada, haciendo de ella un estímulo para la
purificación y la integración de valores diferentes, mediante la superación de
las contraposiciones. La presencia de nuevas formas de pobreza y marginación
debe suscitar la creatividad en la atención de los más necesitados, que
ha distinguido a tantos fundadores de Institutos religiosos. Por fin, la
tendencia de la sociedad europea a encerrarse en sí misma se debe contrarrestar
con la disponibilidad de las personas consagradas a continuar la obra de
evangelización en otros Continentes, a pesar de la disminución numérica que
se observa en algunos Institutos.
Cultivo de las
vocaciones
39. Al ser determinante
la entrega de los ministros ordenados y de los consagrados, no se puede pasar
por alto la preocupante escasez de seminaristas y de aspirantes a la vida
religiosa, sobre todo en Europa occidental. Esta situación requiere que todos se
comprometan en una adecuada pastoral de las vocaciones. Sólo « cuando a
los jóvenes se les presenta sin recortes la persona de Jesucristo, prende en
ellos una esperanza que les impulsa a dejarlo todo para seguirle, atendiendo su
llamada, y para dar testimonio de él ante sus coetáneos ».68 El
cultivo de las vocaciones es, pues, un problema vital para el futuro de la fe
cristiana en Europa y repercute en el progreso espiritual de sus pueblos; es
paso obligado para una Iglesia que quiera anunciar, celebrar y servir al
Evangelio de la esperanza.69
40. Para desarrollar
una pastoral vocacional, tan necesaria, es oportuno explicar a los fieles la fe
de la Iglesia sobre la naturaleza y la dignidad del sacerdocio ministerial;
animar a las familias a vivir como verdaderas « iglesias domésticas » en cuyo
seno se puedan percibir, acoger y acompañar las diversas vocaciones; realizar
una acción pastoral que ayude, sobre todo a los jóvenes, a tomar opciones de una
vida arraigada en Cristo y dedicada a la Iglesia.70
En la certeza de que
también hoy actúa el Espíritu Santo y no faltan signos de su presencia, se trata
ante todo de llevar el anuncio vocacional al terreno de la pastoral ordinaria.
Por eso es necesario « reavivar, sobre todo en los jóvenes, una profunda
nostalgia de Dios, creando así el marco adecuado para que broten vocaciones como
respuesta generosa »; es urgente que se propague en las Comunidades eclesiales
del continente europeo un gran movimiento de oración, puesto que « la actual
situación histórica y cultural, que ha cambiado bastante, exige que la pastoral
de las vocaciones sea considerada como uno de los objetivos primarios de toda la
Comunidad cristiana ».71 Y es indispensable que los sacerdotes mismos
vivan y actúen en coherencia con su verdadera identidad sacramental. En efecto,
si la imagen que dan de sí mismos fuera opaca o lánguida, ¿cómo podrían inducir
a los jóvenes a imitarlos?
Misión de los
laicos
41. La aportación de
los fieles laicos a la vida eclesial es irrenunciable: es, efectivamente,
insustituible el papel que tienen en el anuncio y el servicio al Evangelio de la
esperanza, ya que « por medio de ellos la Iglesia de Cristo se hace presente en
los más variados sectores del mundo, como signo y fuente de esperanza y amor ».72
Participando plenamente
de la misión de la Iglesia en el mundo, están llamados a dar testimonio de que
la fe cristiana es la única respuesta completa a los interrogantes que la vida
plantea a todo hombre y a cada sociedad, y pueden insertar en el mundo los
valores del Reino de Dios, promesa y garantía de una esperanza que no defrauda.
La Europa de ayer y de
hoy cuenta con figuras significativas y ejemplos luminosos de laicos de
este tipo. Como han subrayado los Padres sinodales, se deben recordar con
gratitud, entre otros, a los hombres y mujeres que han testimoniado y
testimonian a Cristo y su Evangelio con el servicio a la vida pública y las
responsabilidades que éste comporta. Es de capital importancia « suscitar y
apoyar vocaciones específicas al servicio del bien común: personas que, a
ejemplo y con el estilo de los que se ha llamado “padres de Europa”, sepan ser
artífices de la sociedad europea del porvenir, fundándola en las bases sólidas
del espíritu ».73
Análoga estima merece
la labor de laicas y laicos cristianos, realizada frecuentemente en lo recóndito
de la vida ordinaria mediante pequeños servicios que anuncian la misericordia de
Dios a cuantos se hallan en la pobreza; hemos de agradecerles su audaz
testimonio de caridad y de perdón, valores que evangelizan los grandes
horizontes de la política, la realidad social, la economía, la cultura, la
ecología, la vida internacional, la familia, la educación, las profesiones, el
trabajo y el sufrimiento.74 Para ello se necesitan programas
pedagógicos, que capaciten a los fieles laicos a proyectar la fe sobre las
realidades temporales. Tales programas, basados en un aprendizaje serio de vida
eclesial, particularmente en el estudio de la doctrina social, han de
proporcionarles no solamente doctrina y estímulo, sino también una orientación
espiritual adecuada que anime el compromiso vivido como auténtico camino de
santidad.
Papel de la mujer
42. La Iglesia es
consciente de la aportación específica de la mujer al servicio del
Evangelio de la esperanza. Las vicisitudes de la comunidad cristiana muestran
que las mujeres han tenido siempre un lugar relevante en el testimonio del
Evangelio. Se debe recordar todo lo que han hecho, a menudo en silencio y con
discreción, acogiendo y transmitiendo el don de Dios, bien mediante la
maternidad física y espiritual, la actividad educativa, la catequesis y la
realización de grandes obras de caridad, bien por la vida de oración y
contemplación, las experiencias místicas y por escritos ricos de sabiduría
evangélica.75
A la luz de los
magníficos testimonios del pasado, la Iglesia manifiesta su confianza en lo que
las mujeres pueden hacen hacer hoy en favor del crecimiento de la esperanza en
todas sus dimensiones. Hay aspectos de la sociedad europea contemporánea que son
un reto a la capacidad que tienen las mujeres de acoger, compartir y engendrar
en el amor, con tesón y gratuidad. Piénsese, por ejemplo, en la mentalidad
científico-técnica generalizada que ensombrece la dimensión afectiva y la
importancia de los sentimientos, en la falta de gratuidad, en el temor difuso a
dar la vida a nuevas criaturas, en la dificultad de vivir la reciprocidad con el
otro y en acoger a quien es diferente. Éste es el contexto en el que la Iglesia
espera de las mujeres una aportación vivificadora para una nueva oleada de
esperanza.
43. Para lograr todo
esto es necesario que, ante todo, en la Iglesia se promueva la dignidad
de la mujer, puesto que la dignidad del hombre y de la mujer es idéntica,
creados ambos a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1, 27), y cada uno
colmado de dones propios y particulares.
Como se ha subrayado en
el Sínodo, es deseable que, para favorecer la plena participación de la mujer en
la vida y misión de la Iglesia, se tenga en mayor estima sus propias cualidades,
también mediante la asunción de funciones eclesiales reservada por el derecho a
los laicos. Además, se ha de valorar adecuadamente la misión de la mujer como
esposa y madre, así como su dedicación a la vida familiar.76
La Iglesia no deja de
alzar su voz para denunciar las injusticias y violencias cometidas contra las
mujeres, en cualquier lugar y circunstancia que ocurran. Pide que se apliquen
efectivamente las leyes que protegen a la mujer y que se establezcan medidas
eficaces contra el empleo humillante de imágenes femeninas en la propaganda
comercial, así como contra la plaga de la prostitución; desea que el servicio
prestado por la madre, del mismo modo que por el padre, en la vida doméstica, se
considere como una contribución al bien común, incluso mediante formas de
reconocimiento económico.
............................
............................
45 Motu
proprio Spes aedificandi (1 octubre 1999), 1: AAS 92 (2000), 220.
46 Cf.
Discurso al Parlamento polaco, Varsovia (11 junio 1999), 6: L'Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española, 25-26 junio 1999, p. 6.
47 Cf.
Discurso durante la ceremonia de despedida en el aeropuerto de Cracovia (10
junio 1997), 4: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española,
26-27 junio 1997, p. 17.
48 II
Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos, Mensaje final,
5: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 29 octubre 1999,
pp. 10-11.
49 Cf.
Propositio 15,1; Catecismo de la Iglesia Católica, 773; Carta ap.
Mulieris dignitatem (15 agosto 1988), 27: AAS 80 (1988), 1718.
50 Cf.
Propositio 15, 1.
51
Propositio 21.
52 II
Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos, Mensaje final,
5: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 29 octubre 1999,
p. 10.
53
Propositio 9.
54
Ibíd.
55
Ibíd.
56 Cf.
Propositio 22.
57 Exhort.
ap. postsinodal Pastores dabo vobis (25 marzo 1992), 15: AAS 84
(1992), 679-680.
58 Cf.
ibíd., 29, l.c., 703-705; Propositio 28.
59 Cf.
Código de los Cánones de las Iglesias Orientales, can. 373.
60 Cf.
Código de Derecho Canónico, can. 277,1.
61 Cf.
Pablo VI, Carta enc. Sacerdotalis coelibatus (24 junio 1967), 40: AAS
59 (1967), 673.
62 Cf.
Propositio 18.
63 Cf.
ibíd.
64 II
Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos, Mensaje final,
4: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 29 octubre 1999,
p. 11.
65 Cf.
Conc. ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 29.
66 Cf.
Propositio 19.
67 Cf.
ibíd.
68 II
Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos, Relatio ante
disceptationem, III: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua
española, 8 octubre 1999, p. 24.
69 Cf.
Propositio 17.
70 Cf.
ibíd.
71 Al
Congreso europeo sobre las vocaciones sacerdotales y religiosas
(Roma, 9 mayo 1997), 1.3: L'Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española, 16 mayo 1997, p. 2.
72 Exhort.
ap. postsinodal Christifideles laici (30 diciembre 1988), 7: AAS
81 (1989), 404.
73 II
Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos, Instrumentum laboris,
n. 82: L'Osservatore Romano, 6 agosto 1999, p. 16.
74 Cf.
Propositio 29.
75 Cf.
Propositio 30.
76
Cf.
ibíd.
CAPÍTULO III
ANUNCIAR EL
EVANGELIO
DE LA ESPERANZA
DE LA ESPERANZA
« Toma el librito
que está abierto [...]
devóralo » (Ap 10, 8.9)
devóralo » (Ap 10, 8.9)
I. Proclamar el
misterio de Cristo
La revelación da
sentido a la historia
44. La visión del
Apocalipsis nos habla de « un libro, escrito por el anverso y el reverso,
sellado con siete sellos », tenido « en la mano derecha del que está sentado en
el trono » (Ap 5, 1). Este texto contiene al plan creador y salvador de
Dios, su proyecto detallado sobre toda la realidad, sobre las personas, sobre
las cosas y sobre los acontecimientos. Ningún ser creado, terreno o celestial,
es capaz « de abrir el libro ni de leerlo » (Ap 5, 3), o sea de
comprender su contenido. En la confusión de las vicisitudes humanas, nadie
sabe decir la dirección y el sentido último de las cosas.
Sólo Jesucristo posee
el volumen sellado (cf. Ap 5, 6-7); sólo Él es « digno de tomar el libro
y abrir sus sellos » (Ap 5, 9). En efecto, sólo Jesús puede revelar y
actuar el proyecto de Dios que encierra. El esfuerzo del hombre, por sí
mismo, es incapaz de dar un sentido a la historia y a sus vicisitudes: la vida
se queda sin esperanza. Sólo el Hijo de Dios puede disipar las tinieblas e
indicar el camino.
El libro abierto es
entregado a Juan y, por su medio, a la
Iglesia entera. Se invita a Juan a tomar el libro y a devorarlo: « Vete,
toma el librito que está abierto en la mano del Ángel, el que está de pie sobre
el mar y sobre la tierra [...]. Toma, devóralo » (Ap 10, 8-9). Sólo
después de haberlo asimilado en profundidad podrá comunicarlo adecuadamente a
los demás, a los que es enviado con la orden de « profetizar otra vez contra
muchos pueblos, naciones, lenguas y reyes » (Ap 10, 11).
Necesidad y
urgencia del anuncio
45. El Evangelio de la
esperanza, entregado a la Iglesia y asimilado por ella, exige que se anuncie y
testimonie cada día. Esta es la vocación propia de la Iglesia en todo tiempo y
lugar. Es también la misión de la Iglesia hoy en Europa. « Evangelizar
constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad
más profunda. Ella existe para evangelizar, es decir, para predicar y enseñar,
ser canal del don de la gracia, reconciliar a los pecadores con Dios, perpetuar
el sacrificio de Cristo en la Santa Misa, memorial de su Muerte y Resurrección
gloriosa ».77
¡Iglesia en Europa,
te espera la tarea de la « nueva evangelización »! Recobra el entusiasmo del
anuncio. Siente, como dirigida a ti, en este comienzo del tercer milenio, la
súplica que ya resonó en los albores del primer milenio, cuando, en una visión,
un macedonio se le apareció a Pablo suplicándole: « Pasa por Macedonia y
ayúdanos » (Hch 16, 9). Aunque no se exprese o incluso se reprima, ésta
es la invocación más profunda y verdadera que surge del corazón de los europeos
de hoy, sedientos de una esperanza que no defrauda. A ti se te ha dado esta
esperanza como don para que tú la ofrezcas con gozo en todos los tiempos y
latitudes. Por tanto, que el anuncio de Jesús, que es el Evangelio de la
esperanza, sea tu honra y tu razón de ser. Continúa con renovado ardor el
mismo espíritu misionero que, a lo largo de estos veinte siglos y comenzando
desde la predicación de los apóstoles Pedro y Pablo, ha animado a tantos Santos
y Santas, auténticos evangelizadores del continente europeo.
Primer anuncio y
nuevo anuncio
46. En varias partes de
Europa se necesita un primer anuncio del Evangelio: crece el número de
las personas no bautizadas, sea por la notable presencia de emigrantes
pertenecientes a otras religiones, sea porque también los hijos de familias de
tradición cristiana no han recibido el Bautismo, unas veces por la dominación
comunista y otras por una indiferencia religiosa generalizada.78 De
hecho, Europa ha pasado a formar parte de aquellos lugares tradicionalmente
cristianos en los que, además de una nueva evangelización, se impone en ciertos
casos una primera evangelización
La Iglesia no puede
eludir el deber de un diagnóstico claro que permita preparar los remedios
oportunos. En el « viejo » Continente existen también amplios sectores sociales
y culturales en los que se necesita una verdadera y auténtica misión ad
gentes.79
47. Además, por doquier
es necesario un nuevo anuncio incluso a los bautizados. Muchos europeos
contemporáneos creen saber qué es el cristianismo, pero realmente no lo conocen.
Con frecuencia se ignoran ya hasta los elementos y las nociones fundamentales de
la fe. Muchos bautizados viven como si Cristo no existiera: se repiten los
gestos y los signos de la fe, especialmente en las prácticas de culto, pero no
se corresponden con una acogida real del contenido de la fe y una adhesión a la
persona de Jesús. En muchos, un sentimiento religioso vago y poco comprometido
ha suplantado a las grandes certezas de la fe; se difunden diversas formas de
agnosticismo y ateísmo práctico que contribuyen a agravar la disociación entre
fe y vida; algunos se han dejado contagiar por el espíritu de un humanismo
inmanentista que ha debilitado su fe, llevándoles frecuentemente, por desgracia,
a abandonarla completamente; se observa una especie de interpretación
secularista de la fe cristiana que la socava, relacionada también con una
profunda crisis de la conciencia y la práctica moral cristiana.80 Los
grandes valores que tanto han inspirado la cultura europea han sido separados
del Evangelio, perdiendo así su alma más profunda y dando lugar a no pocas
desviaciones.
« Pero cuando el Hijo
del hombre venga, ¿encontrará la fe sobre la tierra? » (Lc 18, 8). ¿La
encontrará en estas tierras de nuestra Europa de antigua tradición cristiana? Es
una pregunta abierta que indica con lucidez la profundidad y el dramatismo de
uno de los retos más serios que nuestras Iglesias han de afrontar. Se puede
decir – como se ha subrayado en el Sínodo – que tal desafío consiste
frecuentemente no tanto en bautizar a los nuevos convertidos, sino en guiar a
los bautizados a convertirse a Cristo y a su Evangelio: 81
nuestras comunidades tendrían que preocuparse seriamente por llevar el Evangelio
de la esperanza a los alejados de la fe o que se han apartado de la práctica
cristiana.
Fidelidad al
único mensaje
48. Para poder anunciar
el Evangelio de la esperanza hace falta una sólida fidelidad al Evangelio
mismo. Por tanto, la predicación de la Iglesia en todas sus formas,
se ha de centrar siempre en la persona de Jesús y debe conducir cada vez
más a Él. Es preciso vigilar que se le presente en su integridad: no sólo
como modelo ético, sino ante todo como el Hijo de Dios, el Salvador único y
necesario para todos, que vive y actúa en su Iglesia. Para que la esperanza sea
verdadera e indestructible, la « predicación íntegra, clara y renovada de
Jesucristo resucitado, de la resurrección y de la vida eterna » 82
debe ser una prioridad en la acción pastoral de los próximos años.
Si bien el Evangelio
que se ha de anunciar es siempre el mismo, los modos en que dicho anuncio
puede hacerse son diferentes. Por tanto, cada uno está llamado a « proclamar
» a Jesús y la fe en Él en todas las circunstancias; a « atraer » a otros a la
fe, poniendo en práctica formas de vida personal, familiar, profesional y
comunitaria que reflejen el Evangelio; a « irradiar » en su entorno alegría,
amor y esperanza, para que muchos, viendo nuestras buenas obras, den gloria al
Padre que está en los cielos (cf. Mt 5, 16), de tal modo que sean «
contagiados » y conquistados; a ser « fermento » que transforma y anima desde
dentro toda expresión cultural.83
Testimonio de
vida
49. Europa reclama
evangelizadores creíbles, en cuya vida, en comunión con la cruz y la
resurrección de Cristo, resplandezca la belleza del Evangelio.84
Estos evangelizadores han de ser formados adecuadamente.85 Hoy más
que nunca se necesita una conciencia misionera en todo cristiano,
comenzando por los Obispos, presbíteros, diáconos, consagrados, catequistas y
profesores de religión: « Todo bautizado, en cuanto testigo de Cristo, ha de
adquirir la formación apropiada a su situación, para que la fe no sólo no se
agoste por falta de cuidado en un medio tan hostil como es el ambiente
secularista, sino para sostener e impulsar el testimonio evangelizador ».86
El hombre contemporáneo
« escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan, o si
escucha a los que enseñan es porque dan testimonio ».87 Por
consiguiente, hoy son decisivos los signos de la santidad: ésta es un
requisito previo esencial para una auténtica evangelización capaz de dar de
nuevo esperanza. Hacen falta testimonios fuertes, personales y comunitarios, de
vida nueva en Cristo. En efecto, no basta ofrecer la verdad y la gracia a través
de la proclamación de la Palabra y la celebración de los Sacramentos; es
necesario que sean acogidas y vividas en cada circunstancia concreta, en el modo
de ser de los cristianos y de las comunidades eclesiales. Éste es uno de los
retos más grandes que tiene la Iglesia en Europa al principio del nuevo milenio.
Formar para una
fe madura
50. « La actual
situación cultural y religiosa de Europa exige la presencia de católicos adultos
en la fe y de comunidades cristianas misioneras que testimonien la caridad de
Dios a todos los hombres ».88 El anuncio del Evangelio de la
esperanza comporta, por tanto, que se promueva el paso de una fe
sustentada por costumbres sociales, aunque sean apreciables, a una fe más
personal y madura, iluminada y convencida.
Los cristianos, pues,
han de tener una fe que les permita enfrentarse críticamente con la cultura
actual, resistiendo a sus seducciones; incidir eficazmente en los ámbitos
culturales, económicos, sociales y políticos; manifestar que la comunión entre
los miembros de la Iglesia católica y con los otros cristianos es más fuerte que
cualquier vinculación étnica; transmitir con alegría la fe a las nuevas
generaciones; construir una cultura cristiana capaz de evangelizar la cultura
más amplia en que vivimos.89
51. Además de
esforzarse para que el ministerio de la Palabra, la celebración de la liturgia y
el ejercicio de la caridad, se orienten a la edificación y el sustento de una fe
madura y personal, es necesario que las comunidades cristianas se movilicen para
proponer una catequesis apropiada a los diversos itinerarios espirituales
de los fieles en las diversas edades y condiciones de vida, previendo también
formas adecuadas de acompañamiento espiritual y de redescubrimiento del propio
Bautismo.90 En este cometido, el Catecismo de la Iglesia Católica es
obviamente un punto de referencia fundamental.
En particular,
reconociendo su innegable prioridad en la acción pastoral, se ha de cultivar
y, si fuera el caso, relanzar el ministerio de la catequesis como
educación y desarrollo de la fe de cada persona, de modo que crezca y madure la
semilla puesta por el Espíritu Santo y transmitida con el Bautismo. Remitiéndose
constantemente a la Palabra de Dios, custodiada en la Sagrada Escritura,
proclamada en la liturgia e interpretada por la Tradición de la Iglesia, una
catequesis orgánica y sistemática es sin duda alguna un instrumento esencial y
primario para formar a los cristianos en una fe adulta.91
52. A este respecto, se
ha de subrayar también el papel importante de la teología. En efecto, hay
una conexión intrínseca e inseparable entre la evangelización y la reflexión
teológica, ya que esta última, como ciencia con reglas y metodología propias,
vive de la fe de la Iglesia y está al servicio de su misión.92 Nace
de la fe y está llamada a interpretarla, conservando su vinculación
irrenunciable con la comunidad cristiana en todas sus articulaciones; al estar
al servicio del crecimiento espiritual de todos los fieles,93 los
encamina hacia la comprensión más profunda del mensaje de Cristo.
En el desempeño de la
misión de anunciar el Evangelio de la esperanza, la Iglesia en Europa aprecia
con gratitud la vocación de los teólogos, valora y promueve su trabajo.94
A ellos les dirijo, con estima y afecto, una invitación a perseverar en el
servicio que prestan, uniendo siempre investigación científica y oración,
poniéndose en diálogo atento con la cultura contemporánea, adhiriendo fielmente
al Magisterio y colaborando con él en espíritu de comunión en la verdad y la
caridad, respirando el sensus fidei del Pueblo de Dios y contribuyendo a
alimentarlo.
II. Testimoniar en
la unidad y en el diálogo
Comunión entre
las Iglesias particulares
53. La fuerza del
anuncio del Evangelio de la esperanza será más eficaz si se une al testimonio de
una profunda unidad y comunión en la Iglesia. Las Iglesias particulares no
pueden estar solas a la hora de afrontar el reto que se les presenta. Se
necesita una auténtica colaboración entre todas las Iglesias particulares del
Continente, que sea expresión de su comunión esencial; colaboración exigida
también por la nueva realidad europea.95 En este contexto se debe
situar la contribución de los organismos eclesiales continentales, comenzando
por el Consejo de las Conferencias Episcopales Europeas. Éste es un
instrumento eficaz para buscar juntos vías idóneas para evangelizar Europa.96
Mediante el « intercambio de dones » entre las diversas Iglesias particulares,
se ponen en común las experiencias y las reflexiones de Europa del Oeste y del
Este, del Norte y del Sur, compartiendo orientaciones pastorales comunes; por
tanto, representa cada vez más una expresión significativa del sentimiento
colegial entre los Obispos del Continente, para anunciar juntos, con audacia y
fidelidad, el nombre de Jesucristo, única fuente de esperanza para todos en
Europa.
Junto con todos
los cristianos
54. Al mismo tiempo, el
deber de una fraterna y sincera colaboración ecuménica es un imperativo
irrenunciable.
El destino de la
evangelización está estrechamente unido al testimonio de unidad que den los
discípulos de Cristo: « Todos los cristianos están llamados a cumplir esta
misión de acuerdo con su vocación. La tarea de la evangelización exige que todos
los cristianos nos acerquemos unos a otros y avancemos juntos, con el mismo
espíritu; evangelización y unidad, evangelización y ecumenismo están
indisolublemente vinculados entre sí ».97 Por eso hago mías las
palabras escritas por Pablo VI al Patriarca ecuménico Atenágoras I: « Que el
Espíritu Santo nos guíe por el camino de la reconciliación, para que la unidad
de nuestras Iglesias llegue a ser un signo cada vez más luminoso de esperanza y
de consuelo para toda la humanidad ».98
En diálogo con
las otras religiones
55. Como en toda la
tarea de la « nueva evangelización », para anunciar el Evangelio de la esperanza
es necesario también que se establezca un diálogo interreligioso profundo
e inteligente, en particular con el hebraísmo y el islamismo. « Entendido como
método y medio para un conocimiento y enriquecimiento recíproco, no está en
contraposición con la misión ad gentes; es más, tiene vínculos especiales
con ella y es una de sus expresiones ».99 En el ejercicio de este
diálogo no se trata de dejarse llevar por una « mentalidad indiferentista,
ampliamente difundida, desgraciadamente, también entre cristianos, enraizada a
menudo en concepciones teológicas no correctas y marcada por un relativismo
religioso que termina por pensar que “una religión vale la otra” ».100
56. Se trata más bien
de tomar mayor conciencia de la relación que une a la Iglesia con el pueblo
judío y del papel singular desempeñado por Israel en la historia de la
salvación. Como ya se hizo notar en la I Asamblea Especial para Europa del
Sínodo de los Obispos y se ha reiterado también en este Sínodo, se han de
reconocer las raíces comunes existentes entre el cristianismo y el pueblo judío,
llamado por Dios a una alianza que sigue siendo irrevocable (cf. Rm 11,
29) 101 y que ha alcanzado su plenitud definitiva en Cristo.
Es necesario, pues,
favorecer el diálogo con el hebraísmo, sabiendo que éste tiene una importancia
fundamental para la conciencia cristiana de sí misma y para superar las
divisiones entre las Iglesias, y esforzarse para que florezca una nueva
primavera en las relaciones recíprocas. Esto comporta que cada comunidad
eclesial debe ejercitarse, en cuanto las circunstancias lo permitan, en el
diálogo y la colaboración con los creyentes de religión hebrea. Dicho ejercicio
implica, entre otras cosas, que « se recuerde la parte que hayan podido
desempeñar los hijos de la Iglesia en el nacimiento y difusión de una actitud
antisemita en la historia, y que pida perdón a Dios por ello, favoreciendo toda
suerte de encuentros de reconciliación y de amistad con los hijos de Israel ».102
En este contexto, por lo demás, habrá que recordar también a los numerosos
cristianos que, a veces a costa de la propia vida, sobre todo en periodos de
persecución, han ayudado y salvado a estos « hermanos mayores » suyos.
57. Se trata también de
sentirse interesados en conocer mejor las otras religiones, para poder
entablarse un coloquio fraterno con las personas que se adhieren a ellas y viven
en la Europa de hoy. En particular, es importante una correcta relación con
el Islam. Esto, como han notado varias veces en estos años los Obispos
europeos, « debe llevarse a cabo con prudencia, con ideas claras sobre sus
posibilidades y límites, y con confianza en el designio salvífico de Dios con
respecto a todos sus hijos ».103 Es necesario, además, ser
conscientes de la notable diferencia entre la cultura europea, con profundas
raíces cristianas, y el pensamiento musulmán.104
A este respecto, hay
que preparar adecuadamente a los cristianos que viven cotidianamente en contacto
con musulmanes para que conozcan el Islam de manera objetiva y sepan
confrontarse con él; dicha preparación debe propiciarse particularmente en los
seminaristas, los presbíteros y todos los agentes de pastoral. Por lo demás, es
comprensible que la Iglesia, así como pide que las Instituciones europeas
promuevan la libertad religiosa en Europa, reitere también que la reciprocidad
en la garantía de la libertad religiosa se observe en Países de tradición
religiosa distinta, en los cuales los cristianos son minoría.105
En este sentido, se
comprende « la extrañeza y sentimiento de frustración de los cristianos que
acogen, por ejemplo en Europa, a creyentes de otras religiones y les dan la
posibilidad de ejercer su culto, y a ellos se les prohíbe todo ejercicio del
culto cristiano » 106 en los Países donde estos creyentes
mayoritarios han hecho de su religión la única admitida y promovida. La persona
humana tiene derecho a la libertad religiosa y todos, en cualquier parte del
mundo, « deben estar libres de coacción, tanto por parte de personas
particulares como de los grupos sociales y de cualquier poder humano ».107
III. Evangelizar la
vida social
Evangelización de
la cultura e inculturación del Evangelio
58. El anuncio de
Jesucristo tiene que llegar también a la cultura europea contemporánea. La
evangelización de la cultura debe mostrar también que hoy, en esta Europa,
es posible vivir en plenitud el Evangelio como itinerario que da sentido a la
existencia. Para ello, la pastoral ha de asumir la tarea de imprimir una
mentalidad cristiana a la vida ordinaria: en la familia, la escuela, la
comunicación social; en el mundo de la cultura, del trabajo y de la economía, de
la política, del tiempo libre, de la salud y la enfermedad. Hace falta una
serena confrontación crítica con la actual situación cultural de Europa,
evaluando las tendencias emergentes, los hechos y las situaciones de mayor
relieve de nuestro tiempo, a la luz del papel central de Cristo y de la
antropología cristiana.
Hoy, recordando también
la fecundidad cultural del cristianismo a lo largo de la historia de Europa, es
preciso mostrar el planteamiento evangélico, teórico y práctico, de la realidad
y del hombre. Además, considerando el gran impacto de las ciencias y los
progresos tecnológicos en la cultura y en la sociedad de Europa, la Iglesia, con
sus instrumentos de profundización teórica y de iniciativa práctica, está
llamada a relacionarse de manera activa con los conocimientos científicos y sus
aplicaciones, indicando la insuficiencia y el carácter inadecuado de una
concepción inspirada en el cientificismo, que pretende reconocer validez
objetiva solamente al saber experimental, y señalando asimismo los criterios
éticos que el hombre lleva inscritos en su propia naturaleza.108
59. En la tarea de
evangelización de la cultura interviene el importante servicio desarrollado por
las escuelas católicas. Es necesario esforzarse para que se reconozca una
libertad efectiva de educación e igualdad jurídica entre las escuelas estatales
y no estatales. Éstas últimas son a veces el único medio para proponer la
tradición cristiana a los que se encuentran alejados de ella. Exhorto a los
fieles implicados en el mundo de la escuela a perseverar en su misión,
llevando la luz de Cristo Salvador en sus actividades educativas específicas,
científicas y académicas.109 Se debe valorar en particular la
contribución de los cristianos dedicados a la investigación o que enseñan en las
Universidades: con su « servicio intelectual », transmiten a las jóvenes
generaciones los valores de un patrimonio cultural enriquecido por dos milenios
de experiencia humanista y cristiana. Convencido de la importancia de las
instituciones académicas, pido también que en las diversas Iglesias particulares
se promueva una pastoral universitaria apropiada, favoreciendo así una
respuesta a las actuales necesidades culturales.110
60. Tampoco puede
olvidarse la aportación positiva que supone la valoración de los bienes
culturales de la Iglesia. En efecto, éstos pueden ser un factor peculiar que
ayude a suscitar nuevamente un humanismo de inspiración cristiana. Con una
adecuada conservación y un uso inteligente, pueden ser, en cuanto testimonio
vivo de la fe profesada a lo largo de los siglos, un instrumento válido para la
nueva evangelización y la catequesis, e invitar a descubrir el sentido del
misterio.
Al mismo tiempo, se han
de promover nuevas expresiones artísticas de la fe mediante un diálogo
asiduo con quienes se dedican al arte.111 En efecto, la Iglesia
necesita el arte, la literatura, la música, la pintura, la escultura y la
arquitectura, porque « debe hacer perceptible, más aún, fascinante en lo
posible, el mundo del espíritu, de lo invisible, de Dios »,112 y
porque la belleza artística, como un reflejo del Espíritu de Dios, es un
criptograma del misterio, una invitación a buscar el rostro de Dios hecho
visible en Jesús de Nazaret.
Educación de los
jóvenes en la fe
61. Animo además a la
Iglesia en Europa a dedicar una creciente atención a la educación de los
jóvenes en la fe. Al poner la mirada en el porvenir no podemos dejar de
pensar en ellos: hemos de encontrarnos con la mente, el corazón y el carácter
juvenil, para ofrecerles una sólida formación humana y cristiana.
En toda ocasión en la
que participan muchos jóvenes, no es difícil percatarse de que hay en ellos
actitudes diferenciadas. Se constata el deseo de vivir juntos para salir del
aislamiento, la sed más o menos sentida de lo absoluto; se ve en ellos una fe
oculta que debe ser purificada e impulsa a seguir al Señor; se nota la decisión
de continuar el camino ya emprendido y la exigencia de compartir la fe.
62. Para lograrlo hace
falta renovar la pastoral juvenil, articulada por edades y atenta a las
distintas condiciones de niños, adolescentes y jóvenes. Es necesario además
dotarla de mayor organicidad y coherencia, escuchando pacientemente las
preguntas de los jóvenes, para hacerlos protagonistas de la evangelización y
edificación de la sociedad.
En este quehacer hay
que promover ocasiones de encuentro entre los jóvenes, para favorecer un clima
de escucha recíproca y oración. No se ha de tener miedo a ser exigentes con
ellos en lo que atañe a su crecimiento espiritual. Se les debe indicar el camino
de la santidad, estimulándolos a tomar decisiones comprometidas en el
seguimiento de Jesús, fortalecidos por una vida sacramentalmente intensa. De
este modo podrán resistir a las seducciones de una cultura que con frecuencia
les propone sólo valores efímeros e incluso contrarios al Evangelio, y hacer que
ellos mismos sean capaces de manifestar una mentalidad cristiana en todos los
ámbitos de la existencia, incluidos el del ocio y la diversión.113
Tengo aún presente ante
mis ojos los rostros alegres de muchos jóvenes, verdadera esperanza de la
Iglesia y del mundo, signo elocuente del Espíritu que no se cansa de suscitar
nuevas energías. Los he encontrado tanto en mi peregrinar por diversos Países
como en las inolvidables Jornadas Mundiales de la Juventud.114
Atención a los
medios de comunicación social
63. Dada su
importancia, la Iglesia en Europa ha de prestar particular atención al
multiforme mundo de los medios de comunicación social. Entre otras cosas,
esto comporta la adecuada formación de los cristianos que trabajan en ellos y de
los usuarios de los mismos, con el fin de alcanzar un buen dominio de los nuevos
lenguajes. Se ha de poner un cuidado especial en la elección de personas
competentes para la comunicación del mensaje a través de estos medios. Es
también muy útil el intercambio de informaciones y estrategias entre las
Iglesias sobre los diversos aspectos y sobre las iniciativas concernientes este
tipo de comunicación. Y no se debe descuidar la creación de medios de
comunicación social locales, incluso en el ámbito parroquial.
Al mismo tiempo, hay
que tratar de introducirse en los procesos de la comunicación social para hacer
que se respete mejor la verdad de la información y la dignidad de la persona
humana. A este propósito, invito a los católicos a participar en la elaboración
de un código deontológico para todos los que intervienen en el sector de la
comunicación social, dejándose guiar por los criterios que los competentes
organismos de la Santa Sede han indicado recientemente,115 y que los
Obispos en el Sínodo habían sintetizado así: « Respeto de la dignidad de la
persona humana, de sus derechos, incluido el derecho a la privacidad;
servicio a la verdad, a la justicia y a los valores humanos, culturales y
espirituales; respeto por las diversas culturas, evitando que se diluyan en la
masa, tutela de los grupos minoritarios y de los más débiles; búsqueda del bien
común por encima de intereses particulares o del predominio de criterios
exclusivamente económicos ».116
Misión
ad gentes
64. Un anuncio de
Jesucristo y de su Evangelio que se limitara sólo al contexto europeo mostraría
síntomas de una preocupante falta de esperanza. La obra de evangelización está
animada por verdadera esperanza cristiana cuando se abre a horizontes
universales, que llevan a ofrecer gratis a todos lo que se ha recibido también
como don. La misión ad gentes se convierte así en expresión de una
Iglesia forjada por el Evangelio de la esperanza, que se renueva y
rejuvenece continuamente. Ésta ha sido la convicción de la Iglesia en Europa a
lo largo de los siglos: innumerables grupos de misioneros y misioneras han
anunciado el Evangelio de Jesucristo a las gentes de todo el mundo, yendo al
encuentro de otros pueblos y civilizaciones.
El mismo ardor
misionero debe animar a la Iglesia en la Europa de hoy.
La disminución de presbíteros y personas consagradas en ciertos Países no ha de
ser impedimento en ninguna Iglesia particular para que asuma las exigencias de
la Iglesia universal. Cada una encontrará el modo de favorecer la preparación a
la misión ad gentes, para responder así con generosidad al clamor que se
eleva aún en muchos pueblos y naciones deseosas de conocer el Evangelio. En
otros Continentes, particularmente Asia y África, las Comunidades eclesiales
observan todavía a las Iglesias en Europa y esperan que sigan llevando a cabo su
vocación misionera. Los cristianos en Europa no pueden renunciar a su historia.117
El Evangelio:
libro para la Europa de hoy y de siempre
65. Al principio del
Gran Jubileo del año 2000, al pasar por la Puerta Santa levanté ante la Iglesia
y al mundo el libro de los Evangelios. Este gesto, realizado por cada Obispo en
las diversas catedrales del mundo, debe indicar el compromiso que la Iglesia
tiene hoy y siempre en nuestro Continente.
Iglesia en Europa,
¡entra en el nuevo milenio con el libro de los Evangelios!
Que todos los fieles acojan la exhortación conciliar
a « la lectura asidua de la Escritura para que adquieran la “sublimidad del
conocimiento de Cristo Jesús” (Flp 3, 8), “pues desconocer la Escritura
es desconocer a Cristo” ».118 Que la Sagrada Biblia siga siendo un
tesoro para la Iglesia y para todo cristiano: en el estudio atento de la Palabra
encontraremos alimento y fuerza para llevar a cabo cada día nuestra misión.
¡Tomemos este
Libro en nuestras manos! Recibámoslo del Señor que lo ofrece
continuamente por medio de su Iglesia (cf. Ap 10, 8). Devorémoslo
(cf. Ap 10, 9) para que se convierta en vida de nuestra vida.
Gustémoslo hasta el fondo: nos costará, pero nos proporcionará alegría
porque es dulce como la miel (cf. Ap 10, 9-10). Estaremos así
rebosantes de esperanza y capaces de comunicarla a cada hombre y mujer
que encontremos en nuestro camino.
.............................
77 Pablo VI, Exhort. ap. Evangelii nuntiandi (8 diciembre 1975), 14: AAS 68 (1976), 13.
.............................
77 Pablo VI, Exhort. ap. Evangelii nuntiandi (8 diciembre 1975), 14: AAS 68 (1976), 13.
78 Cf.
Propositio 3b.
79 Cf.
Carta enc. Redemptoris missio (7 diciembre 1990), 37: AAS 83
(1991), 282-286.
80 Cf. II
Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos, Relatio ante
disceptationem, I, 2: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua
española, 8 octubre 1999, p. 19.
81 Cf.
Propositio 3ª.
82 II
Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos, Relatio ante
disceptationem, III, 1: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua
española, 8 octubre 1999, p. 23.
83 Cf. II
Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos, Instrumentum laboris,
n. 53: L'Osservatore Romano, 6 de agosto de 1999 - Supl., p. 12.
84 Cf.
Propositio 4, 1.
85 Cf.
Propositio 26, 1.
86 II
Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos, Relatio ante
disceptationem, III, 1: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua
española, 8 octubre 1999, p. 23.
87 Pablo
VI, Exhort. ap. Evangelii nuntiandi (8 diciembre 1975), 41: AAS 68
(1976), 31.
88
Propositio 8, 1.
89 Cf.
Propositio 8, 2.
90 Cf.
Propositio 8,1a-b; Propositio 6.
91 Cf.
Eshort. ap. Catechesi tradendae (16 octubre 1979), 21; AAS 71
(1979), 1294-1295.
92 Cf.
Propositio 24.
93 Cf.
Propositio 8,1c.
94 Cf.
Propositio 24.
95 Cf.
Propositio 22.
96 Cf.
Discurso a los Presidentes de las Conferencias Episcopales Europeas (16
abril 1993), 1: AAS 86 (1994), 227.
97
Discurso en la celebración ecuménica en la Catedral de Paderborn
(22 junio 1996), 5: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española,
28 junio 1996, p. 9.
98 Carta
del 13 de enero de 1970: Tomos agapis, Roma- Estanbul 1971, pp. 610-611;
cf. Carta enc. Ut unum sint (25 mayo 1995), 99: AAS 87 (1995),
980.
99 Carta
enc. Redemptoris missio (7 diciembre 1990), 55: AAS 83 (1991),
302.
100
Ibíd., 36, l.c., 281.
101
Declaración final (13 diciembre 1991), 8:
Ench. Vat., 13, nn. 653-655; II Asamblea especial para Europa del Sínodo
de los Obispos, Instrumentum laboris, 62: L'Oss. Rom., 6 agosto
1999 - Suppl., p. 13; Propositio 10.
102
Propositio 10; cf. Comisión para las
Relaciones religiosas con el hebraísmo, Noi ricordiamo: una riflessione sulla
Shoah, 16 marzo 1998, Ench. Vat. 17, 520-550.
103 I
Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos, Declaración final
(13 diciembre 1991), 9: Ench. Vat., 13, n. 656.
104 Cf.
Propositio 11.
105 Cf.
ibíd.
106
Discurso al Cuerpo Diplomático (12 enero
1985), 3: AAS 77 (1985), 650
107 Conc.
Ecum. Vat. II, Decl. Dignitatis humanae, sobre la libertad religiosa, 2.
108 Cf.
Propositio 23.
109 Cf.
Propositio 25; Propositio 26, 2.
110 Cf.
Propositio 26, 3.
111 Cf.
Propositio 27.
112
Carta a los artistas (4 abril 1999), 12:
AAS 91 (1999), 1168.
113 Cf.
Propositio 7b-c.
114 Cf.
Homilía durante la Vigilia de oración celebrada en Tor Vergata, en la XV Jornada
Mundial de la Juventud (19 agosto 2000), 6: L'Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española, 25 agosto 2000, p. 12.
115 Cf.
Consejo Pontificio para las Comunicaciones Sociales, Ética en las
comunicaciones sociales, Ciudad del Vaticano, 4 junio 2000.
116
Propositio 13.
117 Cf.
Propositio 12.
118
Conc.
ecum. Vat. II, Const. dogm. Dei Verbum, sobre la divina revelación, 25.
CAPÍTULO IV
CELEBRAR EL
EVANGELIO
DE LA ESPERANZA
DE LA ESPERANZA
« Al que está
sentado en el trono y al Cordero, alabanza,
honor, gloria y potencia
por los siglos de los siglos » (Ap 5, 13)
honor, gloria y potencia
por los siglos de los siglos » (Ap 5, 13)
Una comunidad
orante
66. Se ha de
celebrar el Evangelio de la esperanza, anuncio de la verdad que nos hace
libres (cf. Jn 8, 32). Ante el Cordero del Apocalipsis comienza una
liturgia solemne de alabanza y adoración: « Al que está sentado en el trono y al
Cordero, alabanza, honor, gloria y potencia por los siglos de los siglos » (Ap
5, 13). Esta visión, que revela a Dios y el sentido de la historia, tiene
lugar « en el día del Señor » (Ap 1, 10), el día de la resurrección
revivido por la asamblea dominical.
La Iglesia
que recibe esta revelación es una comunidad
que ora. Orando escucha a su Señor y lo que el Espíritu le dice: ella
adora, alaba, da gracias e invoca la llegada del Señor, « ¡Ven, Señor Jesús! » (cf.
Ap 22, 16-20), afirmando así que sólo de Él espera la salvación.
También a ti,
Iglesia de Dios que vives en Europa, se te pide que seas comunidad que ora,
celebrando a tu Señor con los Sacramentos, la liturgia y toda la existencia. En
la oración descubrirás la presencia vivificante del Señor. Así, enraizando en Él
cada una de tus acciones, podrás proponer de nuevo a los europeos el encuentro
con Él mismo, esperanza verdadera y la única que puede satisfacer plenamente el
anhelo de Dios escondido en las diversas formas de búsqueda religiosa que
retoñan en la Europa contemporánea.
I. Descubrir la
liturgia
El sentido
religioso en la Europa de hoy
67. No obstante las
amplias áreas descristianizadas en el Continente europeo, hay signos que
ayudan a perfilar el rostro de una Iglesia que, creyendo, anuncia, celebra y
sirve a su Señor. En efecto, no faltan ejemplos de cristianos auténticos,
que viven momentos de silencio contemplativo, participan fielmente en
iniciativas espirituales, viven el Evangelio en su existencia cotidiana y dan
testimonio de él en los diversos ámbitos en que se mueven. Se pueden entrever,
además, muestras de una « santidad de pueblo », que manifiestan cómo en la
Europa actual es posible vivir el Evangelio no sólo en la esfera personal sino
también como una auténtica experiencia comunitaria.
68. Junto con muchos
ejemplos de fe genuina, hay también en Europa una religiosidad vaga y, a
veces, desencaminada. Sus manifestaciones son frecuentemente genéricas y
superficiales, en ocasiones incluso contrastantes en las personas mismas de las
que proceden. Hay fenómenos claros de fuga hacia el espiritualismo, el
sincretismo religioso y esotérico, una búsqueda de acontecimientos
extraordinarios a todo coste, hasta llegar a opciones descarriadas, como la
adhesión a sectas peligrosas o a experiencias pseudoreligiosas.
El deseo difuso de
alimento espiritual ha de ser acogido con comprensión y purificado. Al
hombre que se percata, aunque sea confusamente, de no poder vivir sólo de pan,
la Iglesia ha de presentarle de modo convincente la respuesta de Jesús al
tentador: « No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la
boca de Dios » (Mt 4, 4).
Una Iglesia que
celebra
69. En el contexto de
la sociedad actual, cerrada con frecuencia a la trascendencia, sofocada por
comportamientos consumistas, presa fácil de antiguas y nuevas idolatrías y, al
mismo tiempo, sedienta de algo que vaya más allá de lo inmediato, a la
Iglesia en Europa le espera una tarea laboriosa y apasionante a la vez.
Consiste en descubrir el sentido del « misterio »; en renovar las celebraciones
litúrgicas para que sean signos más elocuentes de la presencia de Cristo, el
Señor; en proporcionar nuevos espacios para el silencio, la oración y la
contemplación; en volver a los Sacramentos, especialmente la Eucaristía y la
Penitencia, como fuente de libertad y de nueva esperanza.
Por eso te dirijo a ti,
Iglesia que vives en Europa, una invitación apremiante: sé una Iglesia
que ora, alaba a Dios, reconoce su absoluta supremacía y lo exalta con fe
gozosa. Descubre el sentido del misterio: vívelo con humilde gratitud; da
testimonio de él con alegría sincera y contagiosa. Celebra la salvación de
Cristo: acógela como don que te convierte en sacramento suyo y haz de tu
vida un verdadero culto espiritual agradable a Dios (cf. Rm 12, 1).
Sentido del
misterio
70. Algunos síntomas
revelan un decaimiento del sentido del misterio en las celebraciones litúrgicas,
que deberían precisamente acercarnos a él. Por tanto, es urgente que en la
Iglesia se reavive el auténtico sentido de la liturgia. Ésta, como han
recordado los Padres sinodales,119 es instrumento de santificación,
celebración de la fe de la Iglesia y medio de transmisión de la fe. Con la
Sagrada Escritura y las enseñanzas de los Padres de la Iglesia, es fuente viva
de auténtica y sólida espiritualidad. Con ella, como subraya certeramente
también la tradición de las venerables Iglesias de Oriente, los fieles entran en
comunión con la Santísima Trinidad, experimentando su participación en la
naturaleza divina como don de la gracia. La liturgia se convierte así en
anticipación de la bienaventuranza final y participación de la gloria celestial.
71. En las
celebraciones hay que poner como centro a Jesús para dejarnos iluminar y
guiar por Él. En ellas podemos encontrar una de las respuestas más rotundas que
nuestras Comunidades han de dar a una religiosidad ambigua e inconsistente. La
liturgia de la Iglesia no tiene como objeto calmar los deseos y los temores del
hombre, sino escuchar y acoger a Jesús que vive, honra y alaba al Padre, para
alabarlo y honrarlo con Él. Las celebraciones eclesiales proclaman que nuestra
esperanza nos viene de Dios por medio de Jesús, nuestro Señor.
Se trata de vivir la
liturgia como acción de la Trinidad. El Padre es quien actúa por nosotros en
los misterios celebrados; Él es quien nos habla, nos perdona, nos escucha, nos
da su Espíritu; a Él nos dirigimos, lo escuchamos, alabamos e invocamos. Jesús
es quien actúa para nuestra santificación, haciéndonos partícipes de su
misterio. El Espíritu Santo es el que interviene con su gracia y nos convierte
en el Cuerpo de Cristo, la Iglesia.
Se debe vivir la
liturgia como anuncio y anticipación de la gloria futura, término último
de nuestra esperanza. Como enseña el Concilio, « en la liturgia terrena
pregustamos y participamos en la Liturgia celeste que se celebra en la ciudad
santa, Jerusalén, hacia la que nos dirigimos como peregrinos [...], hasta que se
manifieste Él, nuestra Vida, y nosotros nos manifestamos con Él en la gloria ».120
Formación
litúrgica
72. Aunque se ha
avanzado mucho después del Concilio Ecuménico Vaticano II en vivir el auténtico
sentido de la liturgia, todavía queda mucho por hacer. Es necesaria una
renovación continua y una constante formación de todos: ordenados, consagrados y
laicos.
La verdadera
renovación, más que recurrir a actuaciones arbitrarias, consiste en
desarrollar cada vez mejor la conciencia del sentido del misterio, de modo que
las liturgias sean momentos de comunión con el misterio grande y santo de la
Trinidad. Celebrando los actos sagrados como relación con Dios y acogida de sus
dones, como expresión de auténtica vida espiritual, la Iglesia en Europa podrá
alimentar verdaderamente su esperanza y ofrecerla a quien la ha perdido.
73. Para ello se
necesita un gran esfuerzo de formación. Ésta se orienta a favorecer la
comprensión del verdadero sentido de las celebraciones de la Iglesia y requiere,
además, una adecuada instrucción sobre los ritos, una auténtica espiritualidad y
una educación a vivirla en plenitud.121 Por tanto, se ha de promover
más una autentica « mistagogía litúrgica », con la participación activa de
todos los fieles, cada uno según sus propios cometidos, en las acciones
sagradas, especialmente en la Eucaristía.
II. Celebrar los
Sacramentos
74. Se debe dar gran
relieve a la celebración de los Sacramentos, como acciones de Cristo y de
la Iglesia orientadas a dar culto a Dios, a la santificación de los hombres y la
edificación de la Comunidad eclesial. Reconociendo que Cristo mismo actúa en
ellos por medio del Espíritu Santo, los Sacramentos se deben celebrar con el
máximo esmero y poniendo las condiciones apropiadas. Las Iglesias particulares
del Continente han de poner sumo interés en reforzar su pastoral de los
Sacramentos, para que se reconozca su verdad profunda. Los Padres sinodales han
destacado esta exigencia para contrarrestar dos peligros: por un lado, algunos
ambientes eclesiales parecen haber perdido el auténtico sentido del sacramento y
podrían banalizar los misterios celebrados; por otro, muchos bautizados, por
costumbre y tradición, siguen recurriendo a los Sacramentos en momentos
significativos de su existencia, pero sin vivir conforme a las normas de la
Iglesia.122
La Eucaristía
75. La Eucaristía,
supremo don de Cristo a la Iglesia, hace presente sacramentalmente el sacrificio
de Cristo para nuestra salvación: « La sagrada Eucaristía, en efecto, contiene
todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua ».123
La Iglesia, en su peregrinación, acude a ella, « fuente y cima de toda la vida
cristiana »,124 encontrando la fuente de toda esperanza. En efecto,
la Eucaristía « da impulso a nuestro camino histórico, poniendo una semilla de
viva esperanza en la dedicación cotidiana de cada uno a sus propias tareas ».125
Todos estamos invitados
a confesar la fe en la Eucaristía, « prenda de la gloria futura »,
convencidos de que la comunión con Cristo, vivida ahora como peregrinos en la
existencia terrena, anticipa el encuentro supremo del día en que « seremos
semejantes a él, porque le veremos tal cual es » (1 Jn 3, 2). La
Eucaristía es « gustar la eternidad en el tiempo », presencia divina y comunión
con ella; memorial de la Pascua de Cristo, es por naturaleza portadora de la
gracia en la historia humana. Abre al futuro de Dios; siendo comunión con
Cristo, con su cuerpo y su sangre, es participación en la vida eterna de Dios.126
La reconciliación
76. Junto con la
Eucaristía, el sacramento de la Reconciliación debe tener también un
papel fundamental en la recuperación de la esperanza: « En efecto, la
experiencia personal del perdón de Dios para cada uno de nosotros es fundamento
esencial de toda esperanza respecto a nuestro futuro ».127 Una de las
causas del abatimiento que acecha a muchos jóvenes de hoy debe buscarse en la
incapacidad de reconocerse pecadores y dejarse perdonar, una incapacidad debida
frecuentemente a la soledad de quien, viviendo como si Dios no existiera, no
tiene a nadie a quien pedir perdón. El que, por el contrario, se reconoce
pecador y se encomienda a la misericordia del Padre celestial, experimenta la
alegría de una verdadera liberación y puede vivir sin encerrarse en su propia
miseria.128 Recibe así la gracia de un nuevo comienzo y encuentra
motivos para esperar.
Es necesario, pues, que
se revitalice en la Iglesia en Europa el sacramento de la Reconciliación. Se
recuerda, sin embargo, que la forma del Sacramento es la confesión personal de
los pecados seguida de la absolución individual. Este encuentro entre el
penitente y el sacerdote ha de ser favorecido en cualquiera de las formas
previstas por el rito del Sacramento. Ante la pérdida tan extendida del
sentido del pecado y la creciente mentalidad caracterizada por el relativismo y
el subjetivismo en campo moral, es preciso que en cada comunidad eclesial se
imparta una seria formación de las conciencias.129 Los Padres
Sinodales ha insistido en que se reconozca claramente la verdad del pecado
personal y la necesidad del perdón personal de Dios mediante el ministerio del
sacerdote. Las absoluciones colectivas no son un modo alternativo de administrar
el sacramento de la Reconciliación.130
77. Me dirijo a los
sacerdotes, exhortándolos a ofrecer generosamente la propia disponibilidad
para oír las confesiones y a que ellos mismos den ejemplo, acudiendo con
regularidad al sacramento de la Penitencia. Les recomiendo que procuren estar al
día en el campo de la teología moral, de modo que sepan afrontar con competencia
los problemas planteados recientemente a la moral personal y social. Presten una
especial atención, además, a las condiciones concretas de vida en que se
encuentran los fieles y les ayuden pacientemente a descubrir las exigencias de
la ley moral cristiana, ayudándolos a vivir el Sacramento como un gozoso
encuentro con la misericordia del Padre celestial.131
Oración y vida
78. Junto con la
celebración Eucarística, hace falta promover también otras formas de oración
comunitaria,132 ayudando a descubrir la relación entre ésta y la
oración litúrgica. En particular, manteniendo viva la tradición de la Iglesia
latina, se han de promover las diversas manifestaciones del culto eucarístico
fuera de la Misa: adoración personal, exposición y procesión, que se han de
concebir como expresión de fe en la presencia real y permanente del Señor en el
Sacramento del altar.133 Se ha de educar a ver una conexión similar
con el misterio eucarístico en la celebración, personal o comunitaria, de la
Liturgia de las Horas, cuyo valor para los fieles laicos ha sido puesto
también de relieve por el Concilio Vaticano II.134 Se exhorte a las
familias a dedicar algún tiempo a la oración en común, de tal modo que
interpreten a la luz del Evangelio toda la vida matrimonial y familiar. Así,
partiendo de quienes se ponen a la escucha de la Palabra de Dios, se formará una
liturgia doméstica que marcará cada momento de la familia.135
Toda forma de oración
comunitaria presupone la oración individual. Entre la persona y Dios se
establece un coloquio franco que se expresa en la alabanza, el agradecimiento,
la súplica al Padre por Jesucristo y en el Espíritu Santo. Nunca se descuide la
oración personal, que es como el aire que respira el cristiano. Y se eduque
también a descubrir la relación entre ésta última y la oración litúrgica.
79. Se ha de dedicar
también una atención especial a la piedad popular.136 Muy
extendida por las diversas regiones de Europa mediante las cofradías,
procesiones y peregrinaciones a numerosos santuarios, enriquece el itinerario
del año litúrgico, inspirando usos y costumbres familiares y sociales. Todas
estas formas deben ser consideradas cuidadosamente mediante una pastoral de
promoción y renovación, que les ayude a desarrollar todo lo que es expresión
auténtica de la sabiduría del Pueblo de Dios. Lo es ciertamente el Santo
Rosario. En este año dedicado al mismo, me complace recomendar su rezo, porque «
el Rosario, comprendido en su pleno significado, conduce al corazón mismo de la
vida cristiana y ofrece una oportunidad ordinaria y fecunda, espiritual y
pedagógica, para la contemplación personal, la formación del Pueblo de Dios y la
nueva evangelización ».137
En el campo de la
piedad popular hay que vigilar constantemente los aspectos ambiguos de algunas
de sus manifestaciones, preservándo las de desviaciones secularistas,
consumismos desconsiderados o también de riesgos de superstición, para
mantenerlas dentro de formas auténticas y juiciosas. Se ha de llevar a cabo una
pedagogía apropiada, explicando cómo la piedad popular se ha vivir siempre en
armonía con la liturgia de la Iglesia y vinculada con los Sacramentos.
80. No se debe olvidar
que el « culto espiritual agradable a Dios » (cf. Rm 12, 1) se
realiza ante todo en la existencia cotidiana, vivida en la caridad por la
entrega libre y generosa de uno mismo incluso en momentos de aparente
impotencia. Así, la vida está animada por una esperanza inquebrantable, porque
sólo se apoya en la certeza del poder de Dios y la victoria de Cristo: es una
vida rebosante de consolaciones de Dios, con las cuales hemos de consolar, por
nuestra parte, a cuantos encontramos en nuestro camino (cf. 2 Co 1, 4).
El día del Señor
81. El día del Señor
es un momento paradigmático y sumamente evocador en la celebración del Evangelio
de la esperanza.
En el contexto actual,
diversas circunstancias hacen difícil que los cristianos vivan plenamente el
domingo como día del encuentro con el Señor. No es raro que se reduzca a un
simple « fin de semana », a un tiempo de mera evasión. Hace falta, pues, una
acción pastoral articulada en el ámbito educativo, espiritual y social, que
ayude a vivir su sentido genuino.
82. Renuevo, por tanto,
la invitación a recuperar el sentido más profundo del día del Señor,138
para que sea santificado con la participación en la Eucaristía y con un descanso
lleno de fraternidad y regocijo cristiano. Que se celebre como centro de todo el
culto, preanuncio incesante de la vida sin fin, que reanima la esperanza y
alienta en el camino. Por eso no se ha de tener miedo a defenderlo contra
toda insidia y a esforzarse por salvaguardarlo en la organización del
trabajo, de modo que sea un día para el hombre y ventajoso para toda la
sociedad. En efecto, si se priva al domingo de su sentido originario y no es
posible darle un espacio adecuado para la oración, el descanso, la comunión y la
alegría, puede suceder que « el hombre quede cerrado en un horizonte tan
restringido que no le permite ya ver el “cielo”. Entonces, aunque vestido de
fiesta, interiormente es incapaz de “hacer fiesta” ».139 Y sin la
dimensión de la fiesta, la esperanza no encontraría un hogar donde vivir.
.............................
119 Cf. Propositio 14.
.............................
119 Cf. Propositio 14.
120 Const.
Sacrosanctum concilium, sobre la sagrada liturgia, 8.
121 Cf.
Propositio 14; II Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos,
Relatio ante disceptationem, III, 2: L'Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española, 8 octubre 1999, p. 23.
122 Cf.
Propositio 14, 2ª.
123 Conc.
ecum. Vat. II, Decr. Presbyterorum Ordinis, sobre el ministerio y vida de
los presbíteros, 5.
124 Conc.
ecum. Vat. II, Const. Dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 11.
125 Carta
enc. Ecclesia de Eucharistia (17 abril 2003), 20: L'Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española, 18 abril 2003, p. 9.
126 Cf.
Catequesis en la Audiencia general (25 octubre 2000), 2: Insegnamenti
XXIII/2 (2000), 697.
127
Propositio 16.
128 Cf. II
Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos, Relatio ante
disceptationem, III, 2: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua
española, 8 octubre 1999, p. 23.
129 Cf.
Propositio 16.
130 Cf.
Motu proprio Misericordia Dei (7 abril 2002), 4: AAS 94 (2002),
456-457.
131 Cf.
Propositio 16; Carta a los Sacerdotes para el Jueves Santo de 2002
(17 marzo 2002), 4: AAS 94 (2002), 435-436.
132 Cf.
Propositio 14c.
133 Cf.
ibíd.
134 Cf.
Const. Sacrosanctum concilium, sobre la sagrada liturgia, 100.
135 Cf.
Propositio 14c; Propositio 20.
136 Cf.
Propositio 20.
137 Carta
ap. Rosarium Virginis Mariae (10 octubre 2002), 3: AAS 95 (2003),
7.
138
Propositio 14.
139
Carta ap. Dies Domini (31 mayo 1998), 4: AAS 90 (1998), 716.
CAPÍTULO V
SERVIR AL EVANGELIO
DE LA ESPERANZA
DE LA ESPERANZA
« Conozco tu
conducta: tu caridad, tu fe,
tu espíritu de servicio, tu paciencia » (Ap 21, 2)
tu espíritu de servicio, tu paciencia » (Ap 21, 2)
La vía del amor
83. La palabra que el
Espíritu dice a las Iglesias contiene un juicio sobre su vida. Éste se
refiere a hechos y comportamientos. « Conozco tu conducta » es la
introducción que, como un estribillo y con pocas variantes, aparece en las
cartas dirigidas a las siete Iglesias. Cuando las obras resultan positivas, son
fruto de la laboriosidad y la constancia, del saber resistir las dificultades,
la tribulación y la pobreza; lo son también de la fidelidad en las
persecuciones, de la caridad, la fe y el servicio. En este sentido, pueden ser
entendidas como la descripción de una Iglesia que, además de anunciar y celebrar
la salvación que le viene del Señor, la “vive” en lo concreto.
Para servir al
Evangelio de la esperanza, la Iglesia que vive en Europa está llamada también
a seguir el camino del amor. Es un camino que pasa a través de la caridad
evangelizadora, el esfuerzo multiforme en el servicio y la opción por una
generosidad sin pausas ni límites.
I. El servicio de la
caridad
En la comunión y
en la solidaridad
84. Para todo ser
humano, la caridad que se recibe y se da es la experiencia originaria de la
cual nace la esperanza. « El hombre no puede vivir sin amor. Él permanece
para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le
revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace
propio, si no participa en él vivamente ».140
El reto para la Iglesia
en la Europa de hoy consiste, por tanto, en ayudar al hombre contemporáneo a
experimentar el amor de Dios Padre y de Cristo en el Espíritu Santo, mediante el
testimonio de la caridad, que tiene en sí misma una intrínseca fuerza
evangelizadora.
En esto consiste en
definitiva el « Evangelio », la buena noticia para todos los hombres: « Dios nos
ha amado primero » (cf. 1 Jn 4, 10.19); Jesús nos ha amado hasta el final
(cf. Jn 13, 1). Gracias al don del Espíritu, se ofrece a los creyentes la
caridad de Dios, haciéndoles partícipes de su misma capacidad de amar: la
caridad apremia en el corazón de cada discípulo y de toda la Iglesia (cf. 2
Co 5, 14). Precisamente porque se recibe de Dios, la caridad se convierte en
mandamiento para el hombre (cf. Jn 13, 34).
Vivir en la caridad es,
pues, un gozoso anuncio para todos, haciendo visible el amor de Dios, que
no abandona a nadie. En definitiva, significa dar al hombre desorientado razones
verdaderas para seguir esperando.
85. Es vocación de la
Iglesia, como « signo creíble, aunque siempre inadecuado del amor vivido, hacer
que los hombres y mujeres se encuentren con el amor de Dios y de Cristo, que
viene a su encuentro ».141 La Iglesia, « signo e instrumento de la
íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano »,142
da testimonio del amor cuando las personas, las familias y las comunidades viven
intensamente el Evangelio de la caridad. En otras palabras, nuestras comunidades
eclesiales están llamadas a ser verdaderas escuelas prácticas de comunión.
Por su propia
naturaleza, el testimonio de la caridad ha de extenderse más allá de los
confines de la comunidad eclesial, para llegar a cada ser humano, de modo que
el amor por todos los hombres fomente auténtica solidaridad en toda la vida
social. Cuando la Iglesia sirve a la caridad, hace crecer al mismo tiempo la
« cultura de la solidaridad », contribuyendo así a dar nueva vida a los valores
universales de la convivencia humana.
En esta perspectiva es
menester revalorizar el sentido auténtico del voluntariado cristiano.
Naciendo de la fe y siendo alimentado continuamente por ella, debe saber
conjugar capacidad profesional y amor auténtico, impulsando a quienes lo
practican a « elevar los sentimientos de simple filantropía a la altura de la
caridad de Cristo; a reconquistar cada día, entre fatigas y cansancios, la
conciencia de la dignidad de cada hombre; a salir al encuentro de las
necesidades de las personas iniciando -si es preciso- nuevos caminos allí donde
más urgentes son las necesidades y más escasas las atenciones y el apoyo ».143
II. Servir al hombre
en la sociedad
Dar esperanza a
los pobres
86. Se pide a toda la
Iglesia que dé nueva esperanza a los pobres. Para ella, acogerlos y
servirlos significa acoger y servir a Cristo (cf. Mt 25, 40). El amor
preferencial a los pobres es una dimensión necesaria del ser cristiano y del
servicio al Evangelio. Amarlos y mostrarles que son los predilectos de Dios,
significa reconocer que las personas valen por sí mismas, cualesquiera que sean
sus condiciones económicas, culturales o sociales en que se encuentren,
ayudándolas a valorar sus propias capacidades.
87. Es preciso también
dejarse interpelar por el fenómeno del desempleo, que es una grave plaga
social en muchas naciones de Europa. A esto se añaden, además, los problemas
relacionados con los crecientes flujos migratorios. Se pide a la Iglesia hacer
presente que el trabajo es un bien del cual toda la sociedad debe hacerse cargo.
Reiterando los
criterios éticos que han de regir el mercado y la economía, respetando
escrupulosamente el puesto central del hombre, la Iglesia no dejará de intentar
el diálogo con las personas responsables, tanto en el ámbito político, como
sindical y empresarial.144 Este diálogo debe orientarse a la
edificación de una Europa entendida como comunidad de gentes y pueblos,
comunidad solidaria en la esperanza, no sometida exclusivamente a las leyes del
mercado, sino decididamente preocupada por salvaguardar también la dignidad del
hombre en las relaciones económicas y sociales.
88. Se ha de promover
también convenientemente la pastoral de los enfermos. Teniendo en cuenta
que la enfermedad es una situación que plantea cuestiones esenciales sobre el
sentido de la vida, el cuidado de los enfermos ha de ser una de las prioridades
« en una sociedad de la prosperidad y la eficiencia, en una cultura
caracterizada por la idolatría del cuerpo, por la supresión del sufrimiento y el
dolor y por el mito de la eterna juventud ».145 Para ello se ha de
promover, por un lado, una adecuada presencia pastoral en los diversos lugares
del dolor, por ejemplo, mediante la dedicación de los capellanes de hospitales,
los miembros de asociaciones de voluntariado, las instituciones sanitarias
eclesiásticas, y, por otro, el apoyo a las familias de los enfermos. Hará falta
además estar al lado del personal médico y auxiliar con medios pastorales
adecuados, para apoyarlo en su delicada vocación al servicio de los enfermos. En
efecto, los agentes sanitarios prestan cada día en su actividad un noble
servicio a la vida. A ellos se les pide que den también a los pacientes una
ayuda espiritual especial, que supone el calor de un autentico contacto humano.
89. Finalmente, no se
ha de olvidar que a veces se hace un uso indebido de los bienes de la tierra.
En efecto, al descuidar su misión de cultivar y cuidar la tierra con sabiduría y
amor (cf. Gn 2, 15), el hombre ha devastado en muchas zonas bosques y
llanuras, contaminado las aguas, hecho irrespirable el aire, alterado los
sistemas hidrogeológicos y atmosféricos y desertificado grandes superficies.
También en este caso,
servir al Evangelio de la esperanza quiere decir empeñarse de un modo nuevo en
un correcto uso de los bienes de la tierra,146 llamando la
atención para que, además de tutelar los ambientes naturales, se defienda
la calidad de la vida de las personas y se prepare a las generaciones futuras un
entorno más conforme con el proyecto del Creador.
La verdad sobre
el matrimonio y la familia
90. La Iglesia en
Europa, en todos sus estamentos, ha de proponer con fidelidad la verdad sobre
el matrimonio y la familia.147 Es una necesidad que siente de
manera apremiante, porque sabe que dicha tarea le compete por la misión
evangelizadora que su Esposo y Señor le ha confiado y que hoy se plantea con
especial urgencia. En efecto, son muchos los factores culturales, sociales y
políticos que contribuyen a provocar una crisis cada vez más evidente de la
familia. Comprometen en buena medida la verdad y dignidad de la persona humana y
ponen en tela de juicio, desvirtuándola, la idea misma de familia. El valor de
la indisolubilidad matrimonial se tergiversa cada vez más; se reclaman formas de
reconocimiento legal de las convivencias de hecho, equiparándolas al matrimonio
legítimo; no faltan proyectos para aceptar modelos de pareja en los que la
diferencia sexual no se considera esencial.
En este contexto, se
pide a la Iglesia que anuncie con renovado vigor lo que el Evangelio dice
sobre el matrimonio y la familia, para comprender su sentido y su valor en
el designio salvador de Dios. En particular, es preciso reafirmar dichas
instituciones como provienentes de la voluntad de Dios. Hay que descubrir la
verdad de la familia como íntima comunión de vida y amor,148 abierta
a la procreación de nuevas personas, así como su dignidad de « iglesia doméstica
» y su participación en la misión de la Iglesia y en la vida de la sociedad.
91. Según los Padres
sinodales, se ha de reconocer que muchas familias, en la existencia cotidiana
vivida en el amor, son testigos visibles de la presencia de Jesús, que las
acompaña y sustenta con el don de su Espíritu. Para apoyarlas en este camino, se
debe profundizar la teología y la espiritualidad del matrimonio y de la familia;
proclamar con firmeza e integridad, manifestándolo con ejemplos convincentes, la
verdad y la belleza de la familia fundada en el matrimonio de un hombre y una
mujer, entendido como unión estable y abierta al don de la vida; promover en
todas las comunidades eclesiales una adecuada y orgánica pastoral familiar.
Asimismo, hay que ofrecer con solicitud materna por parte de la Iglesia una
ayuda a los que se encuentran en situaciones difíciles, como por ejemplo, las
madres solteras, personas separadas, divorciadas o hijos abandonados. En todo
caso, conviene suscitar, acompañar y sostener el justo protagonismo de las
familias, individualmente o asociadas, en la Iglesia y en la sociedad, y
esforzarse para que los Estados y la Unión Europea misma promuevan auténticas y
adecuadas políticas familiares.149
92. Se ha de prestar
una atención particular a que los jóvenes y los novios reciban una
educación al amor, mediante programas específicos de preparación al
sacramento del Matrimonio, que les ayuden a llegar a su celebración viviendo en
castidad. En su labor educativa, la Iglesia mostrará su solicitud acompañando a
los recién casados después de la celebración del matrimonio.
93. Finalmente, la
Iglesia ha de acercarse también, con bondad materna, a las situaciones
matrimoniales en las que fácilmente puede decaer la esperanza. En particular, «
ante tantas familias rotas, la Iglesia no se siente llamada a expresar un juicio
severo e indiferente, sino más bien a iluminar los diversos dramas humanos
con la luz de la palabra de Dios, acompañada por el testimonio de su
misericordia. Con este espíritu, la pastoral familiar trata de aliviar también
las situaciones de los creyentes que se han divorciado y vuelto a casar
civilmente. No están excluidos de la comunidad; al contrario, están
invitados a participar en su vida, recorriendo un camino de crecimiento en el
espíritu de las exigencias evangélicas. La Iglesia, sin ocultarles la verdad del
desorden moral objetivo en el que se hallan y de las consecuencias que derivan
de él para la práctica sacramental, quiere mostrarles toda su cercanía materna
».150
94. Si para servir al
Evangelio de la esperanza es necesario prestar una atención adecuada y
prioritaria a la familia, es igualmente indudable que las familias mismas
tienen que realizar una tarea insustituible respecto al Evangelio de la
esperanza. Por eso, con confianza y afecto a todas las familias cristianas que
viven en Europa, les renuevo la invitación: « ¡Familias, sed lo que sois! ».
Vosotras sois la representación viva de la caridad de Dios: en efecto,
tenéis la « misión de custodiar, revelar y comunicar el amor, como reflejo vivo
y participación real del amor de Dios por la humanidad y del amor de Cristo
Señor por la Iglesia su esposa ».151
Sois el « santuario
de la vida [...]: el ámbito donde la vida, don de Dios, puede ser acogida y
protegida de manera adecuada contra los múltiples ataques a que está expuesta, y
puede desarrollarse según las exigencias de un auténtico crecimiento humano ».152
Sois el fundamento
de la sociedad, en cuanto lugar primordial de la « humanización » de la
persona y de la convivencia civil,153 modelo para instaurar
relaciones sociales vividas en el amor y la solidaridad.
¡Sed vosotras mismas
testimonio creíble del Evangelio de la esperanza! Porque sois « gaudium et
spes ».154
Servir al
Evangelio de la vida
95. El envejecimiento y
la disminución de la población que se advierte en muchos Países de Europa es
motivo de preocupación; en efecto, la disminución de los nacimientos es
síntoma de escasa serenidad ante el propio futuro; manifiesta claramente una
falta de esperanza y es signo de la « cultura de la muerte » que invade la
sociedad actual.155
Junto con la
disminución de la natalidad, se han de recordar otros signos que contribuyen a
delinear el eclipse del valor de la vida y a desencadenar una especie de
conspiración contra ella. Entre ellos se ha de mencionar con tristeza, ante
todo, la difusión del aborto, recurriendo incluso a productos
químico-farmacéuticos que permiten efectuarlo sin tener que acudir al médico y
eludir cualquier forma de responsabilidad social; ello es favorecido por la
existencia en muchos Estados del Continente de legislaciones permisivas de un
acto que es siempre un « crimen nefando »156 y un grave desorden
moral. Tampoco se pueden olvidar los atentados perpetrados por la « intervención
sobre los embriones humanos que, aun buscando fines en sí mismos legítimos,
comportan inevitablemente su destrucción », o mediante el uso incorrecto de
técnicas diagnósticas prenatales puestas al servicio no de terapias a veces
posibles sino « de una mentalidad eugenésica, que acepta el aborto selectivo ».157
Se ha de citar también
la tendencia, detectada en algunas partes de Europa, a creer que se puede
permitir poner conscientemente punto final a la propia vida o a la de otro ser
humano: de aquí la difusión de la eutanasia, encubierta o abiertamente
practicada, para la cual no faltan peticiones y tristes ejemplos de
legalización.
96. Ante este estado de
cosas, es necesario « servir al Evangelio de la vida » incluso mediante
una « movilización general de las conciencias y un común esfuerzo
ético, para poner en práctica una gran estrategia en favor de la vida ».158
Éste es un gran reto que se debe afrontar con responsabilidad, convencidos de
que « el futuro de la civilización europea depende en gran parte de la decidida
defensa y promoción de los valores de la vida, núcleo de su patrimonio cultural
»; 159 se trata, pues, de devolver a Europa su verdadera dignidad,
que consiste en ser un lugar donde cada persona ve afirmada su incomparable
dignidad.
Hago mías, pues, estas
palabras de los Padres sinodales: « El Sínodo de los Obispos europeos anima a
las comunidades cristianas a ser evangelizadoras de la vida. Anima a los
matrimonios y familias cristianas a ayudarse mutuamente a ser fieles a su misión
de colaboradores de Dios en la procreación y educación de nuevas criaturas;
aprecia todo intento de
reaccionar al egoísmo en el ámbito de la transmisión de la vida, fomentado por
falsos modelos de seguridad y felicidad; pide a los Estados y a la Unión Europea
que actúen políticas clarividentes que promuevan las condiciones concretas de
vivienda, trabajo y servicios sociales, idóneas para favorecer la constitución
de la familia, la realización de la vocación a la maternidad y a la paternidad,
y, además, aseguren a la Europa de hoy el recurso más precioso: los europeos del
mañana ».160
Construir una
ciudad digna del hombre
97. La caridad
diligente nos apremia a anticipar el Reino futuro. Por eso mismo colabora en la
promoción de los auténticos valores que son la base de una civilización digna
del hombre. En efecto, como recuerda el Concilio Vaticano II, « los cristianos,
en su peregrinación hacia la ciudad celeste, deben buscar y gustar las cosas de
arriba; esto no disminuye nada, sino que más bien aumenta, la importancia de su
tarea de trabajar juntamente con todos los hombres en la edificación de un mundo
más humano ».161 La espera de los cielos nuevos y de la tierra nueva,
en vez de alejarnos de la historia, intensifica la solicitud por la realidad
presente, donde ya ahora crece una novedad, que es germen y figura del mundo que
vendrá.
Animados por estas
certezas de fe, esforcémonos en construir una ciudad digna del hombre.
Aunque no sea posible establecer en la historia un orden social perfecto,
sabemos sin embargo que cada esfuerzo sincero por construir un mundo mejor
cuenta con la bendición de Dios, y que cada semilla de justicia y amor plantado
en el tiempo presente florece para la eternidad.
98. La Doctrina
Social de la Iglesia tiene una función inspiradora en la construcción de una
ciudad digna del hombre. En efecto, con ella la Iglesia plantea al Continente
europeo la cuestión de la calidad moral de su civilización. Tiene origen, por
una parte, en el encuentro del mensaje bíblico con la razón y, por otra, con los
problemas y las situaciones que afectan a la vida del hombre y la sociedad. Con
el conjunto de los principios que ofrece, dicha doctrina contribuye a poner
bases sólidas para una convivencia en la justicia, la verdad, la libertad y la
solidaridad. Orientada a defender y promover la dignidad de la persona,
fundamento no sólo de la vida económica y política, sino también de la justicia
social y de la paz, se muestra capaz de dar soporte a los pilares maestros del
futuro del Continente.162 En esta misma doctrina se encuentran las
bases para poder defender la estructura moral de la libertad, de manera que se
proteja la cultura y la sociedad europea tanto de la utopía totalitaria de una «
justicia sin libertad », como de una « libertad sin verdad », que comporta un
falso concepto de « tolerancia », precursoras ambas de errores y horrores para
la humanidad, como muestra tristemente la historia reciente de Europa misma.163
99. La Doctrina Social
de la Iglesia, por su relación intrínseca con la dignidad de la persona, está
formulada para ser entendida también por los que no pertenecen a la comunidad de
los creyentes. Es urgente, pues, difundir su conocimiento y estudio, superando
la ignorancia que se tiene de ella incluso entre los cristianos. Lo exige la
nueva Europa en vías de construcción, necesitada de personas educadas según
estos valores y dispuestas a trabajar con ahínco en la realización del bien
común. Es necesaria la presencia de laicos cristianos que, en las diversas
responsabilidades de la vida civil, de la economía, la cultura, la salud, la
educación y la política, trabajen para infundir en ellas los valores del Reino.164
Hacia una cultura
de la acogida
100. Entre los retos
que tiene hoy el servicio al Evangelio de la esperanza se debe incluir el
creciente fenómeno de la inmigración, que llama en causa la capacidad de
la Iglesia para acoger a toda persona, cualquiera que sea su pueblo o nación de
pertenencia. Estimula también a toda la sociedad europea y sus instituciones a
buscar un orden justo y modos de convivencia respetuosos de todos y de la
legalidad, en un proceso de posible integración.
Teniendo en cuenta el
estado de miseria, de subdesarrollo o también de insuficiente libertad, que por
desgracia caracteriza aún a diversos Países y son algunas de las causas que
impulsan a muchos a dejar su propia tierra, es preciso un compromiso valiente
por parte de todos para realizar un orden económico internacional más justo,
capaz de promover el auténtico desarrollo de todos los pueblos y de todos los
Países.
101. Ante el fenómeno
de la inmigración, se plantea en Europa la cuestión de su capacidad para
encontrar formas de acogida y hospitalidad inteligentes. Lo exige la
visión « universal » del bien común: hace falta ampliar las perspectivas hasta
abarcar las exigencias de toda la familia humana. El fenómeno mismo de la
globalización reclama apertura y participación, si no quiere ser origen de
exclusión y marginación sino más bien de participación solidaria de todos en la
producción e intercambio de bienes.
Todos han de colaborar
en el crecimiento de una cultura madura de la acogida que, teniendo en
cuenta la igual dignidad de cada persona y la obligada solidaridad con los más
débiles, exige que se reconozca a todo migrante los derechos fundamentales.
A las autoridades públicas corresponde la responsabilidad de ejercer el control
de los flujos migratorios considerando las exigencias del bien común. La acogida
debe realizarse siempre respetando las leyes y, por tanto, armonizarse, cuando
fuere necesario, con la firme represión de los abusos.
102. También es
necesario tratar de individuar posibles formas de auténtica integración
de los inmigrados acogidos legítimamente en el tejido social y cultural de las
diversas naciones europeas.
Esto exige que no se
ceda a la indiferencia sobre los valores humanos universales y que se
salvaguarde el propio patrimonio cultural de cada nación. Una convivencia
pacífica y un intercambio de la propia riqueza interior harán posible la
edificación de una Europa que sepa ser casa común, en la que cada uno sea
acogido, nadie se vea discriminado y todos sean tratados, y vivan
responsablemente, como miembros de una sola gran familia.
103. Por su parte, la
Iglesia está llamada a « continuar su actividad, creando y mejorando cada vez
más sus servicios de acogida y su atención pastoral con los
inmigrados y refugiados »,165 para que se respeten su dignidad y
libertad, y se favorezca su integración.
En particular, no se
debe olvidar una atención pastoral específica a la integración de los
inmigrantes católicos, respetando su cultura y la peculiaridad de su
tradición religiosa. Para ello se han de favorecer contactos entre las Iglesias
de origen de los inmigrados y las que los acogen, con el fin de estudiar formas
de ayuda que pueden prever también la presencia entre los inmigrados de
presbíteros, consagrados y agentes de pastoral, adecuadamente formados,
procedentes de sus países.
El servicio al
Evangelio exige, además, que la Iglesia, defendiendo la causa de los oprimidos y
excluidos, pida a las autoridades políticas de los diversos Estados y a los
responsables de las Instituciones europeas que reconozcan la condición de
refugiados a los que huyen del propio país de origen por estar en peligro su
vida, y favorezcan el retorno a su patria; y que se creen, además, la
condiciones necesarias para que se respete la dignidad de todos los inmigrados y
se defiendan sus derechos fundamentales.166
III. ¡Optemos por la
caridad!
104. La llamada a vivir
la caridad activa, dirigida por los Padres sinodales a todos los cristianos del
Continente europeo,167 es una síntesis lograda de un auténtico
servicio al Evangelio de la esperanza. Ahora te la propongo a ti, Iglesia de
Cristo que vives en Europa. Que las alegrías y esperanzas, las tristezas y
angustias de los europeos de hoy, sobre todo de los pobres y de los que sufren,
sean tus alegrías y esperanzas, tus tristezas y angustias, y que nada de lo
genuinamente humano deje de tener eco en tu corazón. Observa a Europa y su rumbo
con la simpatía de quien aprecia todo elemento positivo, pero que, al mismo
tiempo, no cierra los ojos ante lo que es incoherente con el Evangelio y lo
denuncia con energía.
105. Iglesia en Europa,
acoge cotidianamente con renovado frescor el don de la caridad que Dios te
ofrece y de la que te hace capaz. Aprende el contenido y la dimensión del amor.
Que seas la Iglesia de las bienaventuranzas, siempre en conformidad con
Cristo (cf. Mt 5, 1-12).
Que, libre de
obstáculos y dependencias, seas pobre y amiga de los más pobres, acogedora de
cada persona y atenta a toda forma, antigua o nueva, de pobreza.
Purificada
constantemente por la bondad del Padre, reconoce en la actitud de Jesús, que ha
defendido siempre la verdad mostrándose al mismo tiempo misericordioso con los
pecadores, la norma suprema de tu actividad.
En Jesús, en cuyo
nacimiento se anunció la paz (cf. Lc 2, 14); en Él, que con su muerte ha
abatido toda enemistad (cf. Ef 2, 14) y nos ha dado la paz verdadera (cf.
Jn 14, 27), hazte artífice de paz, invitando a tus hijos a que dejen
purificar su corazón de cualquier hostilidad, egoísmo y partidismo, favoreciendo
en toda circunstancia el diálogo y el respeto recíproco.
En Jesús, justicia de
Dios, nunca te canses de denunciar toda forma de injusticia. Viviendo en el
mundo con los valores del Reino venidero, serás Iglesia de la caridad, darás tu
contribución indispensable para edificar en Europa una civilización cada vez más
digna del hombre.
....................
140 Carta enc. Redemptor hominis (4 marzo 1979), 10: AAS 71 (1979), 274.
....................
140 Carta enc. Redemptor hominis (4 marzo 1979), 10: AAS 71 (1979), 274.
141 II
Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos, Instrumentum laboris,
n. 72: L'Osservatore Romano, 6 de agosto de 1999 - Supl., pp. 15.
142 Conc.
ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 1.
143 Carta
enc. Evangelium vitae (25 marzo 1995), 90: AAS 87 (1995), 503.
144 Cf.
Propositio 33.
145
Propositio 35.
146 Cf.
Propositio 36.
147 Cf.
Propositio 31.
148 Cf.
Conc. ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el
mundo actual, 48.
149 Cf.
Propositio 31.
150
Discurso en el tercer encuentro mundial de las Familias con ocasión de su
Jubileo (14 octubre 2000), 6:
L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 20 octubre 2000, p. 6.
151 Exhort.
ap. Familiaris consortio, sobre la misión de la familia en el mundo
actual (22 noviembre 1981), 17: AAS 74 (1982), 99-100.
152 Carta
enc. Centesimus annus (1 mayo 1991), 39: AAS 83 (1991), 842.
153 Cf.
Exhort. ap. postsinodal Christifideles laici (30 diciembre 1988), 40:
AAS 81 (1989), 469.
154 Cf.
Discurso en el Primer Encuentro Mundial con las Familias (8 octubre 1994),
7: AAS 87 (1995), 587.
155 Cf.
Propositio 32.
156 Conc.
ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo
actual, 51.
157 Carta
enc. Evangelium vitae (25 marzo 1995), 63: AAS 87 (1995), 473.
158
Ibíd., 95, l.c., 509.
159
Discurso al nuevo Embajador de Noruega ante la Santa Sede (25 marzo 1995): Insegnamenti XVIII/1 (1995), 857.
160
Propositio 32.
161 Const.
past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 57.
162 Cf.
Propositio 28; I Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos,
Declaración final (13 diciembre 1991), 2: Ench. Vat. 10, nn. 659-669.
163 Cf.
Propositio 23.
164 Cf.
Propositio 28.
165
Propositio
34.
166 Cf.
Congregación para los Obispos, Instr. Nemo est (22 agosto 1969), 16:
AAS 61 (1969), 621-622; Código de Derecho Canónico, can. 294 y 518;
Código de los Cánones de las Iglesias Orientales, can. 280 § 1.
167 Cf. II
Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos, Mensaje final,
5: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 29 octubre 1999,
p. 11.
CAPÍTULO VI
EL EVANGELIO DE LA
ESPERANZA
PARA UNA NUEVA EUROPA
PARA UNA NUEVA EUROPA
« Vi la Ciudad
Santa, la nueva Jerusalén,
que bajaba del cielo » (Ap 21, 2)
que bajaba del cielo » (Ap 21, 2)
El Resucitado
está siempre con nosotros
106. El Evangelio de la
esperanza que resuena en el Apocalipsis abre el corazón a la contemplación de
la novedad realizada por Dios: « Luego vi un cielo nuevo y una tierra nueva
– porque el primer cielo y la primera tierra desaparecieron, y el mar no existe
ya » (Ap 21, 1). Dios mismo la proclama con una palabra que explica la
visión apenas descrita: « Mira que hago un mundo nuevo » (Ap 21, 5).
La novedad de Dios –
plenamente comprensible sobre el fondo de las cosas viejas, llenas de lágrimas,
luto, lamentos, preocupación y muerte (cf. Ap 21, 4) – consiste en salir
de la condición de pecado y sus consecuencias en que se encuentra la humanidad;
es el nuevo cielo y la nueva tierra, la nueva Jerusalén, en contraposición a un
cielo y una tierra viejos, a un orden de cosas anticuado y a una Jerusalén
decrépita, atormentada por sus rivalidades.
Para la construcción de
la ciudad del hombre no es indiferente la imagen de la nueva Jerusalén que baja
« del cielo, de junto a Dios, engalanada como una novia ataviada para su esposo
» (Ap 21, 2), y que se refiere directamente al misterio de la Iglesia. Es
una imagen que habla de una realidad escatológica: va más allá de todo lo
que el hombre puede hacer; es un don de Dios que se cumplirá en los últimos
tiempos. Pero no es una utopía: es una realidad ya presente. Lo indica el
verbo en presente usado por Dios –« Mira que hago un mundo nuevo » (Ap
21, 5)–, el cual precisa aun: « Hecho está » (Ap 21, 6). En efecto,
Dios ya está actuando para renovar el mundo; la Pascua de Jesús es ya la novedad
de Dios. Ella hace nacer la Iglesia, anima su existencia y renueva y transforma
la historia.
107. Esta novedad
empieza a tomar forma ante todo en la comunidad cristiana, que ya ahora «
es la morada de Dios con los hombres » (Ap 21, 3), en cuyo seno Dios ya
actúa, renovando la vida de los que se someten al soplo del Espíritu. Para el
mundo la Iglesia es signo e instrumento del Reino que se hace presente ante todo
en los corazones. Un reflejo de esta misma novedad se manifiesta también en
cada forma de convivencia humana animada por el Evangelio. Se trata de una
novedad que interpela a la sociedad en cada momento de la historia y en cada
lugar de la tierra, y particularmente a la sociedad europea, que desde hace
tantos siglos escucha el Evangelio del Reino inaugurado por Jesús.
I. La vocación
espiritual de Europa
Europa promotora
de los valores universales
108. La historia del
Continente europeo se caracteriza por el influjo vivificante del Evangelio. « Si
dirigimos la mirada a los siglos pasados, no podemos por menos de dar gracias al
Señor porque el Cristianismo ha sido en nuestro Continente un factor primario de
unidad entre los pueblos y las culturas, y de promoción integral del hombre y de
sus derechos ».168
No se puede dudar de
que la fe cristiana es parte, de manera radical y determinante, de los
fundamentos de la cultura europea. En efecto, el cristianismo ha dado forma a
Europa, acuñando en ella algunos valores fundamentales. La modernidad europea
misma, que ha dado al mundo el ideal democrático y los derechos humanos, toma
los propios valores de su herencia cristiana. Más que como lugar geográfico, se
la puede considerar como « un concepto predominantemente cultural e histórico,
que caracteriza una realidad nacida como Continente gracias también a la fuerza
aglutinante del cristianismo, que ha sabido integrar a pueblos y culturas
diferentes, y que está íntimamente vinculado a toda la cultura europea ».169
La Europa de hoy, en
cambio, en el momento mismo en que refuerza y amplía su propia unión económica y
política, parece sufrir una profunda crisis de valores. Aunque dispone de
mayores medios, da la impresión de carecer de impulso para construir un proyecto
común y dar nuevamente razones de esperanza a sus ciudadanos.
El nuevo rostro
de Europa
109. En el proceso de
transformación que está viviendo, Europa está llamada, ante todo, a
reencontrar su verdadera identidad. En efecto, aunque se haya formado como
una realidad muy diversificada, ha de construir un modelo nuevo de unidad en la
diversidad, comunidad de naciones reconciliada, abierta a los otros continentes
e implicada en el proceso actual de globalización.
Para dar nuevo impulso
a la propia historia, tiene que « reconocer y recuperar con fidelidad creativa
los valores fundamentales que el cristianismo ha contribuido de manera
determinante a adquirir y que pueden sintetizarse en la afirmación de la
dignidad trascendente de la persona humana, del valor de la razón, de la
libertad, de la democracia, del Estado de Derecho y de la distinción entre
política y religión ».170
110. La Unión Europea
sigue ampliándose. En ella están llamados a participar a corto o largo plazo
todos los pueblos que comparten su misma herencia fundamental. Es de esperar que
dicha expansión se haga de manera respetuosa con todos, valorando sus
peculiaridades históricas y culturales, sus identidades nacionales y la riqueza
de las aportaciones que vengan de los nuevos miembros, poniendo en práctica más
consistentemente los principios de subsidiariedad y solidaridad.171
En el proceso de integración del Continente, es de importancia capital tener en
cuenta que la unión no tendrá solidez si queda reducida sólo a la dimensión
geográfica y económica, pues ha de consistir ante todo en una concordia sobre
los valores, que se exprese en el derecho y en la vida.
Promover la
solidaridad y la paz en el mundo
111. Decir “Europa”
debe querer decir “apertura”. Lo exige su propia historia, a pesar de no estar
exenta de experiencias y signos opuestos: « En realidad, Europa no es un
territorio cerrado o aislado; se ha construido yendo, más allá de los mares, al
encuentro de otros pueblos, otras culturas y otras civilizaciones ».172
Por eso debe ser un Continente abierto y acogedor, que siga realizando en
la actual globalización no sólo formas de cooperación económica, sino también
social y cultural.
Hay una exigencia a la
cual el Continente debe responder positivamente para que su rostro sea
verdaderamente nuevo: « Europa no puede encerrarse en sí misma. No puede ni debe
desinteresarse del resto del mundo; por el contrario, debe ser plenamente
consciente de que otros países y otros continentes esperan de ella iniciativas
audaces, para ofrecer a los pueblos más pobres los medios para su desarrollo y
su organización social, y para construir un mundo más justo y más fraterno ».173
Para realizar adecuadamente esto será necesario « una reorientación de la
cooperación internacional, con vistas a una nueva cultura de la solidaridad.
Pensada como germen de paz, la cooperación no puede reducirse a la ayuda y a la
asistencia, menos aún buscando las ventajas del rendimiento de los recursos
puestos a disposición. Por el contrario, la cooperación debe expresar un
compromiso concreto y tangible de solidaridad, de modo que convierta a los
pobres en protagonistas de su desarrollo y permita al mayor número posible de
personas fomentar, dentro de las circunstancias económicas y políticas concretas
en las que viven, la creatividad propia del ser humano, de la que depende
también la riqueza de las naciones ».174
112. Además, Europa
debe convertirse en parte activa en la promoción y realización de una
globalización “en la” solidaridad. A ésta, como una condición, se debe
añadir una especie de globalización “de la” solidaridad y de sus
correspondientes valores de equidad, justicia y libertad, con la firme
convicción de que el mercado tiene que ser « controlado oportunamente por las
fuerzas sociales y por el Estado, de manera que se garantice la satisfacción de
las exigencias fundamentales de toda la sociedad ».175
La Europa que nos ha
legado la historia ha experimentado, sobre todo en el último siglo, la
imposición de ideologías totalitarias y de nacionalismos exasperados que,
ofuscando la esperanza de los hombres y los pueblos del Continente, han
alimentado conflictos dentro de las naciones y entre las naciones mismas, hasta
llegar a la tragedia inmensa de las dos guerras mundiales.176 Las
beligerancias étnicas más recientes, que han ensangrentado de nuevo el
Continente europeo, han mostrado también a todos lo frágil que es la paz, la
necesidad de un compromiso activo por parte de todos y que sólo puede
garantizarse abriendo nuevas perspectivas de contactos, de perdón y
reconciliación entre las personas, los pueblos y las naciones.
Ante este estado de
cosas, Europa, con todos sus habitantes, ha de comprometerse incansablemente
a construir la paz dentro de sus fronteras y en el mundo entero. A este
respeto, se debe recordar, « de una parte, que las diferencias nacionales han de
ser mantenidas y cultivadas como fundamento de la solidaridad europea y, de
otra, que la propia identidad nacional no se realiza si no es en apertura con
los demás pueblos y por la solidaridad con ellos ».177
II. La construcción
europea
El papel de las
Instituciones europeas
113. En el proceso de
diseñar el nuevo rostro del Continente, en muchos aspectos resulta determinante
el papel de las instituciones internacionales, vinculadas y operativas
principalmente en territorio europeo, que han contribuido a marcar el curso de
la historia sin embarcarse en operaciones de carácter militar. A este propósito
deseo mencionar ante todo la Organización para la Seguridad y la Cooperación en
Europa, que se ocupa de mantener la paz y la estabilidad, inclusive a través de
la protección y promoción de los derechos humanos y de las libertades
fundamentales, y se ocupa también de la cooperación económica y ambiental.
Está luego el Consejo
de Europa, del que forman parte los Estados que han suscrito la Convención
Europea para la salvaguardia de los derechos humanos fundamentales de 1950 y la
Carta social de 1961. Anexa a éste se encuentra el Tribunal europeo de los
derechos del hombre. Ambas Instituciones se proponen, mediante la cooperación
política, social, jurídica y cultural, así como con la promoción de los derechos
humanos y la democracia, la realización de la Europa de la libertad y de la
solidaridad. Finalmente, la Unión Europea, con su Parlamento, el Consejo de
Ministros y la Comisión, propone un modelo de integración que se va
perfeccionando con vistas a la adopción, en su día, de una Constitución
fundamental común. Dicho organismo tiene el objetivo de realizar una mayor
unidad política, económica y monetaria entre los Estados miembros, tanto los
actuales como los que entrarán a formar parte. En su diversidad y desde la
identidad específica de cada una de ellas, las Instituciones europeas
mencionadas promueven la unidad del Continente y, más profundamente aún, están
al servicio del hombre.178
114. Junto con los
Padres Sinodales, pido a las Instituciones europeas y a cada uno de los Estados
de Europa179 que reconozcan que un buen ordenamiento de la
sociedad debe basarse en auténticos valores éticos y civiles, compartidos lo
más posible por los ciudadanos, haciendo notar que dichos valores son
patrimonio, en primer lugar, de los diversos cuerpos sociales. Es importante que
las Instituciones y cada uno de los Estados reconozcan que, entre estos cuerpos
sociales, están también las Iglesias, las Comunidades eclesiales y las demás
organizaciones religiosas. Con mayor razón aún, cuando ya existen antes de la
fundación de las naciones europeas, éstas no se pueden reducir a meras entidades
privadas, sino que actúan con un peso institucional específico que merece ser
tomado en seria consideración. En el desarrollo de sus tareas, las instituciones
estatales y europeas han de actuar conscientes de que sus ordenamientos
jurídicos serán plenamente respetuosos de la democracia en la medida en que
prevean formas de « sana cooperación » 180 con las Iglesias
y las organizaciones religiosas.
A luz de lo que acabo
de resaltar, deseo dirigirme una vez más a los redactores del tratado
constitucional europeo para que figure en él una referencia al patrimonio
religioso y, especialmente, cristiano de Europa. Respetando plenamente el
carácter laico de las Instituciones, espero que se reconozcan, sobre todo, tres
elementos complementarios: el derecho de las Iglesias y de las comunidades
religiosas a organizarse libremente, en conformidad con los propios estatutos y
convicciones; el respeto de la identidad específica de las Confesiones
religiosas y la previsión de un diálogo reglamentado entre la Unión Europea y
las Confesiones mismas; el respeto del estatuto jurídico del que ya gozan las
Iglesias y las instituciones religiosas en virtud de las legislaciones de los
Estados miembros de la Unión.181
115. Las Instituciones
europeas tienen como objetivo declarado la tutela de los derechos de la persona
humana. Con este cometido contribuyen a construir la Europa de los valores y del
derecho. Los Padres sinodales han interpelado a los responsables europeos
diciendo: « Alzad la voz cuando se violen los derechos humanos de los
individuos, de las minorías y de los pueblos, comenzando por el derecho a la
libertad religiosa; reservad la mayor atención a todo lo que concierne a la
vida humana desde su concepción hasta la muerte natural, y la familia
fundada en el matrimonio: éstas son las bases sobre las que se apoya la casa
común europea; [...] afrontad, según la justicia y la equidad, y con sentido de
gran solidaridad, el fenómeno creciente de las migraciones,
convirtiéndolas en un nuevo recurso para el futuro europeo; esforzaos para que a
los jóvenes se les garantice un futuro verdaderamente humano con el trabajo,
la cultura, la educación en los valores morales y espirituales ».182
La Iglesia para
la nueva Europa
116. Europa necesita
una dimensión religiosa. Para ser “nueva”, análogamente a lo se dice de la
“ciudad nueva” del Apocalipsis (cf. 21, 2), tiene que dejarse tocar por la mano
de Dios. En efecto, la esperanza de construir un mundo más justo y más digno del
hombre, no puede prescindir de la convicción de que nada valdrían los esfuerzos
humanos si no fueran acompañados por la ayuda divina, porque « si el Señor no
construye la casa, en vano se afanan los albañiles » (Sal 127[126], 1).
Para que Europa pueda edificarse sobre bases sólidas, necesita apuntalarse sobre
los valores auténticos, que tienen su fundamento en la ley moral universal,
inscrita en el corazón de todo hombre. « Los cristianos no sólo pueden unirse a
todos los hombres de buena voluntad para trabajar en la construcción de este
gran proyecto, sino que, más aún, están invitados a ser su alma, mostrando el
verdadero sentido de la organización de la ciudad terrena ».183
La Iglesia católica,
una y universal, aunque presente en la multiplicidad de las Iglesias
particulares, puede ofrecer una contribución única a la edificación de una
Europa abierta al mundo. En efecto, en la Iglesia católica se da un modelo de
unidad esencial en la diversidad de las expresiones culturales, la conciencia de
pertenecer a una comunidad universal que hunde sus raíces, pero no se agota, en
las comunidades locales, el sentido de lo que une, más allá de lo que
diferencia.184
117. En las relaciones
con los poderes públicos, la Iglesia no pide volver a formas de Estado
confesional. Al mismo tiempo, deplora todo tipo de laicismo ideológico o
separación hostil entre las instituciones civiles y las confesiones religiosas.
Por su parte, en la
lógica de una sana colaboración entre comunidad eclesial y sociedad política, la
Iglesia católica está convencida de poder dar una contribución singular al
proyecto de unificación, ofreciendo a las instituciones europeas, en continuidad
con su tradición y en coherencia con las indicaciones de su doctrina social, la
aportación de comunidades creyentes que tratan de llevar a cabo el compromiso de
humanizar la sociedad a partir del Evangelio, vivido bajo el signo de la
esperanza. Con esta óptica, es necesaria una presencia de cristianos,
adecuadamente formados y competentes, en las diversas instancias e Instituciones
europeas, para contribuir, respetando los procedimientos democráticos correctos
y mediante la confrontación de las propuestas, a delinear una convivencia
europea cada vez más respetuosa de cada hombre y cada mujer y, por tanto,
conforme al bien común.
118. La Europa que se
va construyendo como “unión”, impulsa también a los cristianos hacia la
unidad, para ser verdaderos testigos de esperanza. En este contexto, se debe
continuar y desarrollar el intercambio de dones que en la última década
ha tenido significativas manifestaciones. Realizado entre comunidades con
historias y tradiciones diferentes, lleva a estrechar vínculos más duraderos
entre las Iglesias en los diversos países y a su enriquecimiento mutuo mediante
encuentros, confrontaciones y ayudas recíprocas. En particular, se debe valorar
la contribución aportada por la tradición cultural y espiritual de las Iglesias
Católicas Orientales.185
Un papel importante
para el crecimiento de esta unidad puede ser desarrollado por los organismos
continentales de comunión eclesial, que esperan tener un mayor desarrollo.186
Entre éstos se ha de dar un puesto significativo al Consejo de las
Conferencias Episcopales Europeas, el cual ha de proveer, en el ámbito del
Continente, « a la promoción de una comunión cada vez más intensa entre las
diócesis y las Conferencias Episcopales Nacionales, al incremento de la
colaboración ecuménica entre los cristianos, a la superación de los obstáculos
que constituyen una amenaza para el futuro de la paz y del progreso de los
pueblos, y a la consolidación de la colegialidad afectiva y efectiva y de la
“communio” jerárquica ».187 Se ha de reconocer también el
servicio de la Comisión de los Episcopados de la Comunidad Europea que,
siguiendo el proceso de consolidación y ampliación de la Unión Europea, favorece
la información mutua y coordina las iniciativas pastorales de las Iglesias
europeas implicadas.
119. La consolidación
de la unión en el seno del Continente europeo estimula a los cristianos a
cooperar en el proceso de integración y reconciliación mediante un diálogo
teológico, espiritual, ético y social.188 En efecto, en la Europa «
que está en camino hacia la unidad política ¿podemos admitir que precisamente la
Iglesia de Cristo sea un factor de desunión y de discordia? ¿No sería éste uno
de los mayores escándalos de nuestro tiempo? ».189
Desde el
Evangelio un nuevo impulso para Europa
120. Europa necesita un
salto cualitativo en la toma de conciencia de su herencia espiritual.
Este impulso sólo puede darlo desde una nueva escucha del Evangelio de Cristo.
Corresponde a todos los cristianos comprometerse en satisfacer este hambre y sed
de vida.
Por eso, « la Iglesia
siente el deber de renovar con vigor el mensaje de esperanza que Dios le ha
confiado » y reitera a Europa: « “El Señor, tu Dios, está en medio de ti como
poderoso salvador” (So 3, 17). Su invitación a la esperanza no se basa en
una ideología utópica [...]. Por el contrario, es el imperecedero mensaje de
salvación proclamado por Cristo [...] (cf. Mc 1, 15). Con la autoridad
que le viene de su Señor, la Iglesia repite a la Europa de hoy: Europa del
tercer milenio, que “no desfallezcan tus manos” (So 3, 16), no cedas al
desaliento, no te resignes a modos de pensar y vivir que no tienen futuro,
porque no se basan en la sólida certeza de la Palabra de Dios ».190
Renovando esta
invitación a la esperanza, también hoy te repito, Europa, que estás
comenzando el tercer milenio, « vuelve a encontrarte. Sé tú misma. Descubre
tus orígenes. Aviva tus raíces ».191 A lo largo de los siglos has
recibido el tesoro de la fe cristiana. Ésta fundamenta tu vida social sobre los
principios tomados del Evangelio y su impronta se percibe en el arte, la
literatura, el pensamiento y la cultura de tus naciones. Pero esta herencia no
pertenece solamente al pasado; es un proyecto para el porvenir que se ha de
transmitir a las generaciones futuras, puesto que es el cuño de la vida de las
personas y los pueblos que han forjado juntos el Continente europeo.
121. ¡No temas! El
Evangelio no está contra ti, sino en tu favor. Lo confirma el hecho de que
la inspiración cristiana puede transformar la integración política, cultural y
económica en una convivencia en la cual todos los europeos se sientan en su
propia casa y formen una familia de naciones, en la que otras regiones del mundo
pueden inspirarse con provecho.
¡Ten confianza! En
el Evangelio, que es Jesús, encontrarás la esperanza firme y duradera a la que
aspiras. Es una esperanza fundada en la
victoria de Cristo sobre el pecado y sobre la muerte. Él ha querido que esta
victoria sea para tu salvación y tu gozo.
¡Ten seguridad! ¡El
Evangelio de la esperanza no defrauda! En
las vicisitudes de tu historia de ayer y de hoy, es luz que ilumina y orienta tu
camino; es fuerza que te sustenta en las pruebas; es profecía de un mundo nuevo;
es indicación de un nuevo comienzo; es invitación a todos, creyentes o no, a
trazar caminos siempre nuevos que desemboquen en la « Europa del espíritu »,
para convertirla en una verdadera « casa común » donde se viva con alegría.
.................
168 Homilía durante la misa de clausura de la II Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos (23 octubre 1999), 5: AAS 92 (2000), 179.
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168 Homilía durante la misa de clausura de la II Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos (23 octubre 1999), 5: AAS 92 (2000), 179.
169
Propositio 39.
170
Ibíd.
171 Cf.
ibíd.; Propositio 28.
172
Carta a los participantes en la Asamblea Plenaria del Consejo de las
Conferencias episcopales de Europa (16
octubre 2000), 7: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española,
27 octubre 2000, p. 2.
173
Ibíd.
174
Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz del año 2000
(8 diciembre 1999), 17: AAS 92 (2000), 367-368.
175 Carta
enc. Centesimus annus (1 mayo 1991), 35: AAS 83 (1991), 837.
176 Cf.
Propositio 39.
177 II
Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos, Instrumentum laboris,
n. 85: L'Osservatore Romano, 6 de agosto de 1999 - Supl., pp. 17; cf.
Propositio 39.
178 Cf.
Discurso a la Oficina de la Presidencia del Parlamento Europeo (5 abril
1979): Insegnamenti, II/1 (1979), 796-799.
179 Cf.
Propositio 37.
180 Conc.
ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo
actual, 76.
181 Cf.
Discurso al Cuerpo diplomático ante la Santa Sede (13 enero 2003), 5:
L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 17 enero 2003, p. 3.
182 II
Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos, Mensaje final,
6: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 29 octubre 1999,
p. 11.
183
Carta a los participantes en la Asamblea Plenaria del Consejo de las
Conferencias episcopales de Europa (16
octubre 2000), 4: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española,
27 octubre 2000, p. 2.
184 Cf. I
Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos, Declaración final
(13 diciembre 1991), 10: Ench. Vat. 13, n. 669.
185 Cf.
Propositio 22.
186 Cf.
ibíd.
187
Discurso a los Presidentes de las Conferencias Episcopales Europeas
(16 abril 1993), 5: AAS 86 (1994), 229.
188 Cf.
Propositio 39d.
189
Homilía durante la celebración ecuménica con ocasión del Sínodo para Europa
(7 diciembre 1991), 6: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua
española, 13 diciembre 1991, p. 18.
190
Homilía durante la apertura de la II Asamblea Especial para Europa del Sínodo de
los Obispos (1 octubre 1999), 3: AAS
92 (2000), 174-175.
191
Discurso a las Autoridades europeas y los Presidentes de las Conferencias
episcopales de Europa (Santiago de
Compostela, 9 noviembre 1982), 4: AAS 75 (1983), 330.
CONCLUSIÓN
CONSAGRACIÓN A MARÍA
« Una gran señal
apareció en el cielo: una Mujer,
vestida del sol » (Ap 12, 1)
vestida del sol » (Ap 12, 1)
La mujer, el
dragón y el niño
122. El proceso
histórico de la Iglesia va acompañado por « signos » que están a la vista de
todos, pero que necesitan una interpretación. Entre ellos, el Apocalipsis pone «
una gran señal » aparecida en el cielo, que habla de la lucha entre la mujer
y el dragón.
La mujer vestida
de sol que está para dar a luz entre los dolores del parto (cf. Ap 12,
1-2), puede ser considerada como el Israel de los profetas que engendra al
Mesías « que ha de regir a todas las naciones con cetro de hierro » (Ap
12, 5; cf. Sal 2, 9). Pero es también la Iglesia, pueblo de la nueva
Alianza, a merced de la persecución y, sin embargo, protegida por Dios. El
dragón es « la Serpiente antigua, el llamado Diablo y Satanás, el seductor
del mundo entero » (Ap 12, 9). La lucha es desigual: parece tener
ventaja el dragón, por su arrogancia ante la mujer inerme y dolorida. En
realidad, quien resulta vencedor es el hijo que la mujer da a luz. En
esta contienda hay una certeza: el gran dragón ya ha sido derrotado, « fue
arrojado a la tierra y sus Ángeles fueron arrojados con él » (Ap 12, 9).
Lo han vencido Cristo, Dios hecho hombre, con su muerte y resurrección, y los
mártires « gracias a la sangre del Cordero y a la palabra de testimonio que
dieron, porque despreciaron su vida ante la muerte » (Ap 12, 11). Y,
aunque el dragón continúe su lucha, no hay que temer porque ya ha sido
derrotado.
123. Ésta es la certeza
que anima a la Iglesia en su camino, mientras en la mujer y en el dragón
reconoce su historia de siempre. La mujer que da a luz al hijo varón nos
recuerda también a la Virgen María, sobre todo en el momento en que,
traspasada por el dolor a los pies de la Cruz, engendra de nuevo al Hijo como
vencedor del príncipe de este mundo. Es confiada a Juan y éste, a su vez,
confiado a Ella (cf. Jn 19, 26- 27), convirtiéndose así en Madre de la
Iglesia. Merced al vínculo especial que une a María con la Iglesia y a la
Iglesia con María, se aclara mejor el misterio de la mujer: « Pues María,
presente en la Iglesia como madre del Redentor, participa maternalmente en
aquella “dura batalla contra el poder de las tinieblas” que se desarrolla a lo
largo de toda la historia humana. Y por esta identificación suya eclesial con la
“mujer vestida de sol” (Ap 12, 1), se puede afirmar que “la Iglesia en la
beatísima Virgen ya llegó a la perfección, por la que se presenta sin mancha ni
arruga” ».192
124. Por tanto, toda la
Iglesia dirige su mirada a María. Gracias a la gran multitud de
santuarios marianos diseminados por todas las naciones del Continente, la
devoción a María es muy viva y extendida entre los pueblos europeos.
Iglesia en Europa,
continua, pues, contemplando a María
y reconoce que ella está « maternalmente presente y partícipe en los
múltiples y complejos problemas que acompañan hoy la vida de los
individuos, de las familias y de las naciones », y que es auxiliadora del «
pueblo cristiano en la lucha incesante entre el bien y el mal, para que “no
caiga” o, si cae, “se levante” ».193
Oración a María,
madre de la esperanza
125. En esta
contemplación, animada por auténtico amor, María se nos presenta como figura de
la Iglesia que, alentada por la esperanza, reconoce la acción salvadora y
misericordiosa de Dios, a cuya luz comprende el propio camino y toda la
historia. Ella nos ayuda a interpretar también hoy nuestras vicisitudes bajo la
guía de su Hijo Jesús. Criatura nueva plasmada por el Espíritu Santo, María
hace crecer en nosotros la virtud de la esperanza.
A ella, Madre de la
esperanza y del consuelo, dirigimos confiadamente nuestra oración:
pongamos en sus manos el futuro de la Iglesia en Europa y de todas las mujeres y
hombres de este Continente:
María, Madre de la
esperanza,
¡camina con nosotros!
Enséñanos a proclamar al Dios vivo;
ayúdanos a dar testimonio de Jesús,
el único Salvador;
haznos serviciales con el prójimo,
acogedores de los pobres, artífices de justicia,
constructores apasionados
de un mundo más justo;
intercede por nosotros que actuamos
en la historia
convencidos de que el designio
del Padre se cumplirá.
Aurora de un mundo nuevo,
¡muéstrate Madre de la esperanza
y vela por nosotros!
Vela por la Iglesia en Europa:
que sea trasparencia del Evangelio;
que sea auténtico lugar de comunión;
que viva su misión
de anunciar, celebrar y servir
el Evangelio de la esperanza
para la paz y la alegría de todos.
Reina de la Paz,
¡protege la humanidad del tercer milenio!
Vela por todos los cristianos:
que prosigan confiados por la vía de la unidad,
como fermento
para la concordia del Continente.
Vela por los jóvenes,
esperanza del mañana:
que respondan generosamente
a la llamada de Jesús;
Vela por los responsables de las naciones:
que se empeñen en construir una casa común,
en la que se respeten la dignidad
y los derechos de todos.
María, ¡danos a Jesús!
¡Haz que lo sigamos y amemos!
Él es la esperanza de la Iglesia,
de Europa y de la humanidad.
Él vive con nosotros,
entre nosotros, en su Iglesia.
Contigo decimos
« Ven, Señor Jesús » (Ap 22,20):
Que la esperanza de la gloria
infundida por Él en nuestros corazones
dé frutos de justicia y de paz.
¡camina con nosotros!
Enséñanos a proclamar al Dios vivo;
ayúdanos a dar testimonio de Jesús,
el único Salvador;
haznos serviciales con el prójimo,
acogedores de los pobres, artífices de justicia,
constructores apasionados
de un mundo más justo;
intercede por nosotros que actuamos
en la historia
convencidos de que el designio
del Padre se cumplirá.
Aurora de un mundo nuevo,
¡muéstrate Madre de la esperanza
y vela por nosotros!
Vela por la Iglesia en Europa:
que sea trasparencia del Evangelio;
que sea auténtico lugar de comunión;
que viva su misión
de anunciar, celebrar y servir
el Evangelio de la esperanza
para la paz y la alegría de todos.
Reina de la Paz,
¡protege la humanidad del tercer milenio!
Vela por todos los cristianos:
que prosigan confiados por la vía de la unidad,
como fermento
para la concordia del Continente.
Vela por los jóvenes,
esperanza del mañana:
que respondan generosamente
a la llamada de Jesús;
Vela por los responsables de las naciones:
que se empeñen en construir una casa común,
en la que se respeten la dignidad
y los derechos de todos.
María, ¡danos a Jesús!
¡Haz que lo sigamos y amemos!
Él es la esperanza de la Iglesia,
de Europa y de la humanidad.
Él vive con nosotros,
entre nosotros, en su Iglesia.
Contigo decimos
« Ven, Señor Jesús » (Ap 22,20):
Que la esperanza de la gloria
infundida por Él en nuestros corazones
dé frutos de justicia y de paz.
Roma, en San Pedro,
28 de junio de 2003, Vigilia de la Solemnidad de San Pedro y San Pablo, vigésimo
quinto de Pontificado.
JOANNES PAULUS PP.
II
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192 Carta enc. Redemptoris Mater (25 marzo 1987), 47: AAS 79 (1987), 426.
192 Carta enc. Redemptoris Mater (25 marzo 1987), 47: AAS 79 (1987), 426.
193
ibíd.,
52: l.c., 432; cf. Propositio 40
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