Robert
Roda
Es
un placer para mi y ocasión de gratitud, especialmente para con los
organizadores de la exposición, cuya solicitud me ha permitido ajustar mejor la
charla, poder hablar hoy aquí en la Universidad "San Pablo - C.E.U.",
sobre alguien con una capacidad tan grande de avivar "los deseos del corazón",
como Edith Stein.
He tenido
recientemente, la oportunidad de comprobar el valor de su testimonio en el marco
de unas Jornadas que llevamos a cabo en Tarragona con el título:
"Testimonios del siglo XX: Literatura, Razón y Realidad". Se trataba
de realizar una aproximación crítica al siglo que despedimos, ayudados por la
mirada de algunos de sus autores más relevantes. Pues bien, mientras autores
indiscutibles como Kafka, Musil, Rilke, Joyce, Machado,... identificaban de
diversas formas, pero recurrentemente, la precariedad del yo, su fragmentación,
la dificultad de encontrarse a sí mismo, de entrar en realidad, de ser con los
demás, erigiéndose en síntomas del malestar de nuestra época; E. Stein se
agrandaba como alternativa posible, incluso frente a la mayor radicalización
del mal.
Si
"testigo", de acuerdo con su etimología, es el que ve y luego cuenta
lo sucedido, el testimonio de Edith Stein tiene un alcance muy especial puesto
que da fe de una positividad última que lo abraza todo.
E. Stein, judía,
nacida en 1891 en la en aquel tiempo ciudad alemana denominada Breslau,
actualmente ciudad polaca rebautizada Wroclaw. Filósofa asistente de Husserl,
conversa al catolicismo, profesa carmelita descalza, y asesinada por los nazis
en las cámaras de gas de Auschwitz en Agosto de 1942. Escritora de obras filosóficas
de difícil lectura y tratados de espiritualidad mística, fue canonizada en
Octubre del año pasado.
Su biografía
nos pone fácilmente de relieve hasta que punto fue probada por la vida. Perdió
a su padre cuando todavía no había cumplido dos años. Padeció el desarraigo
de su propia tradición religiosa, y por tanto, siendo como era judía, de su
pueblo y de su propia familia. Vivió los desequilibrios y las tensiones propias
de la industrialización emergente, el hundimiento de todo el equilibrio europeo
con las calamidades de la primera guerra mundial, la penuria de la postguerra,
la empinada cuesta hacia la equiparación social y política de la mujer, la
opresión de la libertad que supone el estatalismo, y finalmente la barbarie de
la segunda guerra mundial, de la que fue víctima.
Ahora bien, con
todo, encontramos en ella, una mujer comprometida con la experiencia, apasionada
por ir al fondo de la realidad, por encontrar la verdad, en palabras suyas:
"el deseo de verdad era mi oración continua" ( incluso como atea),
con un afecto por la vida y por los demás capaz de afirmarse en las peores
condiciones.
Esta afirmación
de la vida, esta experiencia, es profundamente humana porque es profundamente
racional, y por eso mismo es también comunicable; y en su caso tiene un alcance
especial por la expresividad de una vida ligada a la reflexión, a la filosofía.
No me ha sido
posible asistir a las conferencias de los profesores Peter Schultz y Angela Ales
Bello, pero resulta significativo que, en el propio título de ambas, aparezca
la referencia a la razón como factor clave de un itinerario de conciencia.
Este itinerario,
este esfuerzo de expresión sin duda suficientemente amplio como para que pueda
suscitar diferentes registros, me ha parecido concentrarse con especial
intensidad, en las categorías de "finitud" y "eternidad".
De hecho, no es
casual que su obra filosófica principal se titule precisamente, "Ser
finito y eterno. Ensayo de acceso al sentido del ser" ( Endliches und
ewiges sein). Versuch eines Aufstiegs zum sinn des Seins), que data de 1936,
aunque las circunstancias socio-políticas no permitieron su publicación, que
vio la luz en 1950, ocho años después de su muerte.
"Ser finito
y eterno" es una obra de madurez, densa y a menudo de difícil lectura;
llena de meticulosos análisis ontológicos, situada en una auténtica
encrucijada entre fenomenología y neotomismo, busca el diálogo entre la
tradición que va de San Agustín o el Pseudo Dionisio hasta Duns Scoto ( y tal
vez sin nombrarlo F. Suárez) pasando naturalmente, por Santo Tomás, con la
modernidad que representan Husserl, Scheler, Heidegger y otros. Sin difuminar
las diferencias, y sin desconocer la originalidad de cada uno, va perfilando una
posición propia, una filosofía de la esencia como signo de lo eterno, "de
la esencia en cuanto misterio", que sin pretender erigirse en sistema filosófico,
paga un fuerte tributo a una sistematización a través de la cual pocos estarían
dispuesto a seguirle hoy.
Por eso lo que
quiero hacer aquí, no es tanto el análisis de esta obra, cuanto recuperar, a
través de ella, el pálpito del itinerario de conciencia al que responde, y en
el cual alcanza su auténtica dimensión e interés. Porque sobre todo "Ser
finito y eterno" traduce en clave filosófica la respuesta clara y concisa
a la cuestión vital, en cuyo horizonte E. Stein supo vivir siempre: ¿quién
soy yo?, ¿qué soy?, ¿en qué consiste el ser de mi yo?, cuando digo yo ¿qué
cosa estoy diciendo?, ¿qué es el hombre?, ¿ para qué vivimos?, ¿cuál es el
sentido del ser?.
Para desvelar la
razonabilidad y el sentido de su respuesta, se me han presentado, siguiendo el
intenso y dramático itinerario vital de E. Stein, tres claves decisivas que
conviene ahora adelantar :
La primera se
remonta a 1911, a la época de estudiante universitaria en Breslau, cuando la
lectura de las "Investigaciones lógicas" ( Logische Untersuchungen )
de Husserl, le permiten superar el atasco del materialismo, y con él, del
relativismo y del escepticismo, al mismo tiempo que le abren el horizonte de un
método convincente de objetividad en el saber.
La segunda es el
paso del idealismo propio de Husserl a una posición de realismo, vinculado a su
conversión en torno a 1920, y que esta en la base del planteamiento de
"Ser finito y eterno".
Y la tercera,
que atravesaría a las otras dos como el horizonte a su paisaje, sería la
cuestión sobre la consistencia del yo, y la constatación de que la respuesta
al problema de la constitución de la conciencia está ligado a la cuestión de
la intersubjetividad, de un modo que finalmente una respuesta adecuada al
sentido del ser pasa por la consideración del sujeto como persona.
Finalmente, la
persona como vínculo específico e irreductible con el Misterio, se revelaría
el lugar por excelencia de lo eterno.
Pero no
precipitemos desenlaces que suponen demasiados implícitos como para presentarse
con claridad.
Vayamos al
primer momento que hemos señalado. En 1911 encontramos a E. Stein estudiando
Germanística e Historia en la Escuela de Magisterio de la Universidad de
Breslau. Se trata de una joven de 20 años, la única mujer matriculada aquel
curso en la Universidad, con una gran inquietud intelectual, que vive con pasión
sus jornadas repletas de estudio, compromiso social e incluso deporte ( le
gustaba la danza, remar y salir al campo en trineo).
Está agradecida
a la sociedad y al estado que le permiten estudiar, y sueña con corresponder
siendo una buena maestra. Pero además, en un tiempo en que la mayoría de
estudiantes vegetaba apáticamente, y la causa del derecho de voto de las
mujeres no era en absoluto una cosa obvia incluso dentro del movimiento
feminista burgués, ella se adhiere, liderando a un grupo de amigos, a la Liga
prusiana, fundamentalmente socialista, para conseguir la completa equiparación
política de la mujer.
Como ella misma
cuenta, la continua solicitación de todas sus fuerzas, que le imponía una vida
extremadamente intensa, le hacia sentirse "una criatura privilegiada".
Sin embargo, el
activismo de esa atea bien dotada física y espiritualmente, autónoma y segura
de sí misma, que "creía tener siempre la razón", no conseguía
sofocar un sordo malestar, fruto de la extrañeza con respecto a sí misma en
que le había dejado su crisis de fe en su propia tradición.
Saboreaba la
autonomía moderna, pero pronto ya nada la protegería de la enorme problemática
que supone para el sujeto moderno encontrar la propia identidad.
Como ella misma
confiesa: "había perdido la fe en las personas entre las que me movía
cotidianamente, y andaba como bajo la opresión de un peso enorme, incapaz de
alegría".
Pero le sostiene
la confianza juvenil en sus propias fuerzas, en los recursos humanos, en la utopía:
"ciertamente el mundo puede estar mal, pero si reunimos todos nuestras
fuerzas y las de nuestros amigos conseguiremos cambiarlo. Y ciertamente no le
faltaba coraje, habida cuenta de que la extrema inestabilidad internacional i la
conflictividad interna de la propia Alemania anunciaban el inminente conflicto.
Pero que la
respuesta por el cambio de estructuras nunca estuvo para ella desligada del
cambio propio, lo pone en evidencia su interés por la clase de psicología, a
la que asistía sin estar matriculada.
Las ciencias
positivas se presentaban por aquel entonces como capaces de poder decir la última
palabra en todo, haciendo innecesarios a los filósofos.
De hecho, después
del dominio por parte del idealismo hegeliano, y frente a sus excesos
especulativos, se impuso la consigna: "kaine Metaphysik mehr" ( no más
metafísica). Nuevamente el movimiento pendular funcionaba en la historia: de un
espiritualismo absoluto, se pasaba ahora a un materialismo radical.
Sin embargo, esa
"nueva ciencia", la psicología en particular, bien pronto pondría en
evidencia su limitación a los ojos de E. Stein.
El
experimentalismo de los profesores Höniggswald y Stern estaba encuadrado en la
génesis de la psico-física alemana, que tenía en el positivismo su referente
científico legitimador. Fuertemente matematizada, y sostenida metodológicamente
por la fisiología ( especialmente la fisiología del sistema nervioso y de los
sentidos), pretendía asentarse exclusivamente en "hechos" como los
"umbrales sensoriales", las percepciones y las relaciones entre
estados fisiológicos y estados psíquicos.
De este modo, se
llegó a considerar cualquier proceso psicológico como una mera función
emanada del cerebro, de la misma manera que el hígado segrega la bilis, y
registrable en el laboratorio.
En esta línea,
una formulación especialmente expresiva por su radicalidad fue la del francés
Hypolite Taine ( 1828-1898), quien afirmó: "Tanto si los hechos son físicos
como morales, siempre tienen causas; las hay para la digestión, para el
movimiento muscular, para el calor animal. El vicio y la virtud son productos
como el vitriolo y el azúcar, y todo dato complejo nace a causa del encuentro
de otros datos más simples de los que depende".
Manifiestamente
estamos ante un monismo según el cual existiría una sola realidad material, de
la que el mundo físico y el psíquico serían dos caras o manifestaciones
distintas, observable a través de los sentidos, y reductible en último término
a medida.
El método de
esta "psicología sin alma", eliminaba así cualquier engorrosa
"especificidad humana", pero al propio tiempo manifestaba su
inadecuación al objeto. Porque cómo negar, en efecto, realidades tan
elementales como la apertura ilimitada del proceso mismo del conocer, o la
no-predeterminación de la historia del hombre desde sus factores antecedentes.
Husserl
(1859-1938), en sus "Investigaciones Lógicas" (Logische
Untersuchungen, 1900/01), tuvo la grandeza de poner científicamente en
evidencia el reductivismo propio del método materialista, su clamorosa
inadecuación al hecho mismo del conocimiento, a la realidad humana.
Asumiendo,
frente al idealismo, la exigencia materialista de atenerse a las vivencias (
Erlebnisse), de remitirse a los hechos mismos ( "zu den Sachen selbst!
"), le echa en cara al psicologismo el no haber llevado coherentemente esa
consigna hasta sus últimas consecuencias. Si se va al fondo en el hecho mismo
de la consciencia, se constata la presencia de un "factor intencional"
no cuantificable, no reductible a materia, dicho explícitamente, espiritual.
Se trata de una
relación, un vínculo específico dado entre el hombre y el mundo, que está en
la base de toda objetividad, y que está implicado en el hecho mismo de toda
medición. Y esta dimensión esencial exige desarrollar un método adecuado que
lo desvele, como condición para una fundamentación adecuada del saber, para el
desarrollo de una ciencia, no exacta, porque no puede serlo dada la naturaleza
de su objeto, pero sí estricta ( Strenge Wissenschaft).
La física, la
química, la fisiología, la sociología,...., la propia psicología, sea cual
sea su método, son antes que nada un proyecto, una intención de conocer mejor
la realidad, el hombre y su comportamiento; y dentro de sus límites son útiles,
pero cuando quieren pronunciarse sobre el hombre en su totalidad, entonces
realizan una extrapolación infundada, puesto que ignoran aquello de lo que en
realidad dependen: esa orientación, tendencia o vínculo específico cuya
naturaleza únicamente un método adecuado, como el fenomenológico, puede
dilucidar.
E. Stein estaba
entusiasmada con la fenomenología porque, como ella misma escribe,
"consistía en un trabajó de clarificación ", una "reflexión
radical" que permitía investigar lo que otros dan por supuesto, poniendo
entre paréntesis, superando mediante la abstención crítica ( epojé), los
prejuicios y sedimentaciones culturales que interfieren en la captación de un
hecho, hasta alcanzar lo esencial ( Wesenschau).
Si Husserl no lo
distinguía de la filosofía, es porque daba la posibilidad de abordar todas las
cuestiones filosóficas. Pero en realidad, era muy diferente de la doctrina
abstracta sobre el ser propia del idealismo. Y tampoco pretendía reducir los
hechos a medidas, como el cientismo naturalista, ignorando lo esencial del hecho
mismo de consciencia implicado en toda medición.
La consciencia,
a diferencia de cualquier realidad material esencialmente divisible, se
evidenciaba por encima de una sucesión de estados y acontecimientos, como un
hecho unitario de sentido, cuyas implicaciones espirituales podían ir siendo
explicitadas. Y al propio tiempo, al adentrarse en el fundamento de la unidad
sintética de la existencia, se iba consolidando la certeza capaz de superar
cualquier relativismo o escepticismo en el saber.
Husserl era aire
fresco en el mundo filosófico universitario alemán, dominado, en lo que
quedaba de pensamiento, por los epígonos de un idealismo kantiano, que había
degenerado en pura metodología de la ciencia positiva.
Para Edith Stein,
el toparse con el libro de las "Investigaciones Lógicas", cuya edición
en 1911, estaba ya agotada, y que tuvo que leer durante las vacaciones de
Navidad en la Biblioteca de la Universidad de Breslau, supuso un cambio de
vocación hacía la filosofía, y con ello, la necesidad de traslado a la
universidad de Gotinga para poder estudiar con Husserl.
Abandonar su
Breslau natal suponía dejar atrás el mundo judío. El liberalismo, infiltrado
ya incluso en el ambiente familiar, iba a quedar sin ningún contrapeso lejos de
la influencia de su madre. Pero Edith Stein estaba totalmente decidida.
Ella misma
explica cómo experimentó este paso de distanciamiento de la propia tradición:
" Entonces, como más tarde en la vida, pude sacudirme las aparentemente
irrompibles cadenas con un ligero movimiento y echar a volar, como el pajarillo
que escapa de la jaula".
Enfilaba su
destino, y a este pajarillo le esperaba un largo camino, que pasaba entre otras
cosas, por la primera guerra mundial; pero esto lo recogeremos más tarde.
La segunda clave
que hemos anunciado, es el paso del idealismo, al que Husserl finalmente se
doblegó, a una posición realista que, al decir de muchos discípulos, el mismo
maestro había alentado.
En un artículo
titulado "La significación de la fenomenología como concepción del
mundo" ( aprox. de 1932), Edith Stein hizo notar que mientras Scheler,
Reinach ( 1883 - 1917 ), ella misma, y los "husserlianos" de Gotinga
en general, trabajaban, de acuerdo con la consigna "zu den Sachen selbst",
en clave realista ; Husserl realizó una regresión al idealismo trascendental.
Esta tendencia
empezó a ponerse de manifiesto en "Ideas relativas a una fenomenología
pura y a una filosofía fenomenológica" ( Ideen zu einer reinen Phänomenologischen
Philosophie, 1913 ). Fue una inmensa sorpresa para sus alumnos, y rápidamente
el objeto de una controversia que todavía dura.
"Tal vez,
afirma Edith Stein, el hecho de que la oposición viniera de sus propios discípulos
, empujara a Husserl a concentrar todos sus esfuerzos en una justificación
radical del idealismo, erigiéndose en el centro de su filosofía, cuando no era
así en absoluto al principio. Por otro lado, el incremento de preocupaciones de
orden metafísico en el curso de estos últimos años, pudo también haber
contribuido".
Respecto al
idealismo, digamos, muy sintéticamente, que hay diversas modalidades, pero que
todas ellas tienen en común un modo de entender la razón, que hace depender el
conocimiento, de factores que el sujeto deduce de sus propios actos de
conciencia.
Es la posición
propia de una modernidad racionalista y calculadora, que enjaula las cosas; de
un sujeto que quiere constituirse a sí mismo desde el autocercioramento ( das
Problem der Selbstvergewisserung ), de una mentalidad cerrada a nada que no sea
el propio proyecto.
Para Edith Stein,
conocer no podía reducirse a una pura donación de sentido por parte del
sujeto, e insiste en que el mismo Husserl había señalado el factor de apertura
y receptividad del conocimiento.
Edith Stein,
junto con Hedwig Conrad-Martius, Scheler, Heidegger y otros, todos grandes
fenomenólogos, siguiendo este camino, comprendieron que lo razonable es someter
las ideas a la experiencia y no al revés.
Estaban con
ello, poniendo en cuestión el primado moderno del conocer sobre el ser. Todos
ellos recuperaban, aunque de diversas maneras, el sentido del "Kairós"
( Acontecimiento ) y del concomitante "thaumazein" griego: la
maravilla ante el darse del ser que ocupó un lugar central en la tradición.
La pasión por
la verdad con la que E. Stein vivió la disciplina del método fenomenológico,
la fue liberando de cualquier prejuicio o "a priori" intelectual
frente a los datos de la experiencia. Su disposición atenta y su actitud de
compromiso vital , le llevaron a reconocer el misterio como fondo del ser. El
testimonio de algunos amigos, y algunos signos circunstanciales, le harían
vivir la plenitud del conocimiento en la aceptación de un vínculo, una
pertenencia, que supera la pura correspondencia intelectual, y se manifiesta
totalizador, ontológico. Con esto coinciden las razones de su conversión, que
nos llevan a adentrarnos en la tercera clave anunciada: la constatación de que
la respuesta a la constitución de la consciencia, está ligada a la cuestión
de la intersubjetividad de un modo que, finalmente, una respuesta adecuada al
sentido del ser pasa por la consideración del sujeto como persona.
E. Stein no fue
nunca una intelectual de laboratorio o de biblioteca. Pensar, en su caso, no
significaba abstraerse de lo concreto. Amaba la razón porque le permitía
entender mejor la experiencia, y se volcaba en la experiencia porque sólo desde
el compromiso se puede llegar a comprender de qué está hecha la realidad, cuál
es su fondo. Si abrazó con entusiasmo la fenomenología, fue porque vio en ella
un método con el que ir más al fondo de su propia experiencia. Citando sus
propias palabras: "el conocimiento aparecía de nuevo como un acoger que
recibía su ley de las cosas mismas, y no una determinación que constreñía a
las cosas a aceptar su propia ley".
Por otro lado,
su ascendencia judía debió favorecer la comprensión de que la constitución
del sujeto va ligada a su pertenencia a un pueblo específico, que no se puede
desligar de su ser social.
Como ella misma
escribe respecto a su época universitaria: "me indignaba la indiferencia
con la que la mayor parte de mis compañeros de estudio afrontaba las cuestiones
de carácter social: una parte de ellos, durante el primer semestre, perseguía
únicamente divertirse, otros se preocupaban únicamente en acumular
conocimientos de cara a los exámenes y asegurarse una colocación".
Es este fuerte
sentimiento de responsabilidad social el que le impulsó no sólo a estudiar
intensamente, sino también a luchar por los derechos de la mujer o a alistarse
como enfermera voluntaria de la Cruz Roja cuando en 1914 estalló la primera
Guerra Mundial.
El contacto con
tanta desolación no hizo más que avivar la cuestión por el valor existencial
y el sentido del ser, en un corazón consternado pero apasionado por la vida.
Tras dejar el
hospital, siguió a Husserl a Friburgo y colaboró con él, doctorándose en
1916 en esta universidad con una tesis de título significativo: "Sobre el
problema de la empatía" ( Zum Problem der Einfühlung ).
En un tiempo en
que la hostilidad parecía dominar las almas, ella se centra en la "empatía",
descrita como una "participación interna" de vivencias ajenas y
ligada a la posibilidad de constitución del propio yo.
Confrontando de
manera crítica con las teorías históricas sobre la consciencia del otro, como
las de Theodoro Lipps, las teorías genéticas, la de Max Scheler o Dilthey, E.
Stein definió el espíritu no como algo ajeno al cuerpo, sino como aquello que
se descubre en las funciones del alma, que no puede ser explicado recurriendo
exclusivamente a claves psicofísicas. Insistió finalmente, en presentar el
proceso cognitivo del hombre, no sólo como un proceso lógico-intelectual sino
como una realidad del espíritu humano que se conforma y realiza en la
interrelación con las otras personas.
La tesis fue un
éxito y Husserl tenía en gran estima su valía intelectual y personal, que la
acreditaban para una cátedra; pero todo, incluso la oposición social para que
una mujer diera este paso, estaba reclamando un cambio de horizonte personal.
Nos situamos
alrededor de 1920, cuando Edith Stein regresa a Breslau. Todo su itinerario
intelectual, el haber compartido la vida con amigos creyentes, y algunas escenas
de fe ( lo que podríamos denominar experiencias de lo Eterno en el tiempo),
penetraron en su corazón hasta desplegar progresivamente todo su sentido.
Quisiera
recordar en este momento tres de estas experiencias bien conocidas :
- La primera es
el encuentro con una mujer anónima en una Iglesia.
El año 1916, de
viaje a Freiburg, hizo una parada en Frankfurt. Más que Römerberg y Grosser
Hirschgraben, donde nació Johann Wolfgang Goethe, lo que le impactó fue un
encuentro que hizo en una iglesia católica que visitaba por razones puramente
estéticas: "Mientras estábamos allí contemplando en respetuoso silencio,
entró una sencilla mujer con su bolsa de la compra y se arrodilló para una
breve oración. Para mí era una cosa completamente nueva. En la sinagoga y en
las iglesias protestantes que había visitado, se entraba únicamente para el
servicio religioso. Aquí en cambio, alguien había entrado en una iglesia vacía,
en medio de sus ocupaciones cotidianas, como para hacer de la manera más
natural una conversación confidencial. No lo pude olvidar nunca".
¿Era la
premonición de un Eterno que penetra discretamente en la cotidianidad de la
vida para sostenerla y llevarla adelante?.
- La segunda
experiencia, que podría ser titulada como "el reclamo de la belleza",
quedó igualmente indeleblemente impresa en la memoria de Edith Stein. Le ocurrió
también en Frankfurt.
Una amiga la
llevó al Instituto Liebig para mostrarle la Atenea de Mirón. Pero antes de
llegar a ella, pasaron por una sala en la que estaban expuestas cuatro figuras
de un descendimiento flamenco del siglo XVI: La Virgen y San Juan estaban en el
centro, María Magdalena a un lado, y Nicodemo en el otro. El cuerpo de Cristo
ya no estaba.
"Estas
figuras, explica E. Stein, manifestaban un dolor tan grande que nos quedamos allí
inmóviles un buen rato. Cuando llegamos a Atenea, la encontré sí, de una gran
belleza, pero fue el descendimiento lo que me emocionó".
¿Qué contenía
esa belleza que no tuviera la del artista griego? . Tal vez una humanidad en la
que el dolor ante una pérdida ilumina mejor aún la eternidad de una ternura y
de un afecto que, paradójicamente, la misma pérdida hace culminar... .
- Esto nos lleva
al tercer episodio, donde todo ello queda recogido con una mayor transparencia.
A finales de
1917, llegó a la universidad la noticia de la muerte en el frente de Flandes,
del amigo Adolf Reinach. Este era el brazo derecho de Husserl, una referencia
fundamental en el círculo de Gotinga. A Edith Stein le había impresionado
siempre porque a la vez que un gran intelectual, era un hombre bueno y con un
buen gusto que se reflejaba también en su casa.
Con la muerte
del amigo le pareció que se cerraba el mundo.
Entonces le llegó
desde Gotinga, el ruego de Anna de encargarse de ordenar el legado de su marido.
E. Stein se alegró, pero al mismo tiempo le daba miedo volver a aquella casa
que había conocido tan llena de vida. Y además ¿qué le diría a la viuda,
ella que era incapaz de creer en la vida eterna?.
No fue necesario
que le dijera nada, es más, la que recibió consuelo y esperanza fue ella al
ver a Anna con un rostro marcado por el dolor, pero sorprendentemente
transfigurado por la paz. Estar con ella ( que siendo judía como su marido, se
había, como él, convertido al cristianismo) fue para E. Stein ocasión de
experimentar la presencia de lo eterno en el tiempo, de experimentar un vínculo
respecto al cual no tiene la última palabra la muerte.
Pero todo lo
dicho hasta aquí, no hacía más que preparar un desencadenante final.
Aconteció
aquella tarde de las vacaciones de verano de 1921, cuando habiéndose quedado a
solas en la casa del matrimonio Conrad-Martius, que la albergaba, fue a buscar
algo para leer en la librería de sus amigos y dio con una autobiografía:
"Vida de Santa Teresa de Jesús".
Se puso a leer y
leyó y leyó durante toda la noche. Cuando finalmente cerró el libro se dijo:
" ¡Aquí está la verdad!".
¿Qué encontró
en el libro de la santa española que le hiciera reconocer que su búsqueda había
encontrado respuesta, que su itinerario en pos de la verdad había alcanzado su
meta?.
Podemos suponer,
a falta de declaraciones más explícitas, que reconoció ahí a una mujer de
pies a cabeza, a una maestra del conocimiento de sí misma, a una pedagoga
realista, con una autenticidad de vida que correspondía y aclaraba la suya
propia; y sobre todo pudo comprobar, según dejó escrito, que lo más íntimo y
propio "del alma no es una incógnita, sino algo que puede iluminarnos y
hacerse experimentable aún cuando permanece siempre misterioso".
Ahora bien, ¿Qué
es ese "algo" a lo que se refiere? La clave que da respuesta filosófica
a esta pregunta hay que ira a buscarla en un escrito titulado "La filosofía
existencial de Martin Heidegger" ( Martin Heideggers Existenzialphilosophie
- Werke VI -), realizado en 1936 y que, significativamente, debía aparecer como
anexo a "Ser finito y eterno. Ensayo de acceso al sentido del ser". Ahí
E. Stein manifiesta una preocupación concordante con Heidegger respecto al
olvido de la cuestión por el sentido del ser.
Ambos
experimentan a la vez la necesidad de superar, en buena medida gracias al
maestro común, pero por delante suyo, cualquier resto de prejuicio racionalístico,
por el camino hacia lo esencial de la experiencia que el mismo Husserl les había
inducido siempre a recorrer.
Para ello, si de
lo que se trata es de encontrar una respuesta a la pregunta por el sentido del
ser, hay que bajar del "yo abstracto", de donde parte Husserl, para
interrogar al ente; y no a cualquiera, sino a aquel que se caracteriza por
interrogarse y por tener una cierta precomprensión ( preontológica) del ser.
Hay que interrogar a ese que Heidegger denominará "Dasein" ( el
hombre en último término), y que aparecerá a los ojos de E. Stein como
"persona", concretando así una disparidad de respuestas frente a una
exigencia común.
No podemos ahora
seguir pormenorizadamente una serie de análisis agudísimos, que merecen sin
duda toda la atención. Pero sí que muy sintéticamente puedo avanzar, de cara
a lo que aquí estoy tratando de mostrar, que la encrucijada donde los caminos
se bifurcan se concentra precisamente en la incapacidad por parte de Heidegger
de atender adecuadamente a la dimensión de autenticidad del yo, que él mismo
no puede privarse de reconocer como "sí mismo" frente a la
impropiedad del impersonal "se" ( "uno", "todos",
"nadie").
En efecto, el
"ser-para-la-muerte" es para Heidegger el distintivo más propio del
Dasein, su sentido último, pero... ¿cómo puede ser referencia de sentido algo
que no tiene otra significación que ser el fin del Dasein? Sólo una respuesta
negativa respecto al darse del sentido puede mantenerse en esta posición,
reduciendo la vida a una carrera de la nada a la nada. Una forma de nihilismo trágico
que halla su dignidad en la grandeza de afirmar tan insoportable condición.
Sin embargo, la
misma experiencia de la angustia como testimonio emotivo de un poder-no-ser, ¿no
pone de manifiesto, a la vez que aquello por lo que el hombre se angustia, lo
que más le importa al hombre en su ser, es decir, una posesión que se querría,
si más no, conservar y no perder?.
Si la angustia
anticipara únicamente el ser-para-la-muerte, si fuera únicamente, como dice
Heidegger, una "precursión" del morir, ¿ de dónde arrancaría la
comprensión de la muerte como posibilidad del propio no-ser, de dónde la
intuición de su ineluctabilidad?.
Racionalmente no
se puede deducir de la nada de nuestro ser más que la posibilidad de no-ser,
pero no la necesidad de un ser-a-la-espera de un fin. Y en la precomprensión
ontológica del ser, que pertenece al ser del hombre en cuanto a tal, la certeza
de ser, a pesar de la angustia, es tan fuerte que no creeríamos en la muerte si
no hubiera testimonios.
Es preciso
verificar si el Dasein no presenta a veces un ser auténtico ( lo que significa
más lleno y no más vacío). Se encuentran en Heidegger sesgos que manifiestan
netamente que la idea de ser auténtico abarca algo más que la pre-cursión (
la anticipación) de la muerte.
La misma
resolución propia del actuar humano implica la comprensión del propio
poder-ser, que hace al hombre capaz de proyectarse a sí mismo, a la vez que
comprende la situación dada, imprevisible, y lo que esta exige. Realmente,
vivir significa realizar las posibilidades propias y correspondientes a las
exigencias del instante, unas condiciones de vida dadas. ¿Cómo comprender esto
de otra forma que en el sentido de la realización de una esencia ( Wesen), o de
un vínculo específico, que es co-donado al hombre ( es decir, con la cual es
arrojado el Dasein, al ser), pero que, para desplegarse, tiene necesidad de su
libre participación.
Heidegger evita
a toda costa asumir una lógica así; no es por casualidad que sus análisis den
la espalda a todo lo concerniente a la plenitud del ser humano: la belleza, la
alegría, la felicidad, el amor, la paz.
Pero todavía
resulta más revelador que le resulte imposible tratar el "ser-con-los-demás"
de otro modo que como una forma de inautenticidad o decadencia de sí.
E. Stein
recuerda que el primer "ser-ahí" del hombre no se encuentra como
soledad sino como ser-con, insiste en que el desarrollo individual se da dentro
de un ámbito social, y que sin ningún reclamo, es impensable que se produzca
el despertar del ser propio y auténtico, al "sí-mismo" del propio
yo.
Sin todo ello,
la temporalidad misma como horizonte del ser se queda en una mera absolutización
de los instantes como simples hechos puntuales, como cortes entre dos segmentos
de pasado y porvenir, ciegos y cerrados sobre sí.
Frente a esto E.
Stein recuerda las palabras de Nietzche: "El dolor dice: desaparece. En
cambio toda voluptuosidad exige la eternidad, quiere una profunda, profunda
eternidad!". Y explica "voluptuosidad no debe entenderse aquí en un
sentido banal o vulgar. Es preciso pensar en la satisfacción profunda que
procura la realización de un deseo, la recepción renovada del ser que permita
poder agotar lo que el instante a la vez nos da y nos quita. Aquello que colma,
el hombre desea que permanezca: querría no tener fin ni límites para poderlo
poseer total y eternamente".
El presente se
manifiesta así como "aparición fugaz de la luz eterna". Hay algo en
el tiempo que corresponde como promesa a la naturaleza, a la esencia (Wesen), más
profunda del Dasein. Hay tiempo porque hay eternidad, ¿cómo si no podría
existir la comprensión del instante, de la situación, y del propio morir?.
"La comprensión del ser de un espíritu finito ya es siempre, en tanto que
tal comprensión, (afirma E. Stein) un hacerse presente de lo eterno en lo
finito". La comprensión humana del ser no es posible más que como un
abrirse del ser finito al ser eterno. El ser finito como tal exige ser
comprendido a partir de la eternidad.
El tiempo supone
un vínculo con un ser que no genera el hombre, pero que recupera para él la
historia, al introducir en ella la eternidad, el auténtico acontecimiento (
Kairós). En Cristo se halla la manifestación plena de este vínculo creador,
se halla la manifestación plena del hombre al propio hombre, al serle revelado
el misterio del Padre y su amor. La razón alcanza cumplimiento al reconocer, a
través de la experiencia, lo adecuado de la aceptación de este misterioso
origen.
Esto es lo que
revela al Dasein como persona: el signo de un vínculo, de una pertenencia
esencial, que corresponde porque, de modo sobrenatural, libera el "sí-mismo"
al liberar el "ser-con".
Sin duda esta es
la clave que E. Stein reconoció e hizo suya en la autobiografía de Santa
Teresa. Y aquello de lo que no se puede disociar el modo como vivió la educación,
particularmente la educación de las mujeres, ni el alegato a favor de la
libertad personal frente al estatalismo de diferente signo, de sus trabajos
sobre "Individuo y comunidad" y sobre el Estado, que son toda una
premonición de los males que se cernían sobre Europa. A ello responde sin
duda, su profesión en el Carmelo descalzo y el misticismo expresado en su libro
"Ciencia de la Cruz". Y también allí está la clave que le permitió
abrazar la suerte de su pueblo como lo hizo. Y ahí está finalmente la clave
desde la que transmitió eternidad a nuestro tiempo, concentrando todo un
testamento en una frase cargada de esperanza, incluso frente a la aparente
victoria del horror: "Basta que exista una sola persona digna de ser
llamada tal, para poder creer en los hombres, para poder creer en la
humanidad"
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