La
progresiva esclerosis del hombre separado de Dios se llama
endurecimiento, obcecación. Endurecer es engruesar el corazón, tapar los
oídos, manchar los ojos, dormir a uno, inocularle un espíritu de
vértigo, de torpor o de mentira, de modo que tenga la cerviz tiesa y el
corazón de piedra. Este estado puede afectar a todos los hombres, a lol
paganos, a los israelitas e incluso a los discípulos de Jesús.
1. ORÍGENES DEL ENDURECIMIENTO.
1. El hecho.
Dos
textos mayores - en el Éxodo y en Isaías - ejercitaron la reflexión
religiosa de Israel. Si Faraón no quiere dejar partir a Israel, es que
Dios le ha endurecido el corazón (Éx 4,21; 7,3; 9,12; 10,1.20.27; 11,10;
14,4), o que él mismo se ha endurecido (Éx 7,13s. 22; 8,15; 9,7.34s).
Ahora bien, estas dos interpretaciones aparecen yuxtapuestas en los
textos, sin que se pueda atribuir a la segunda la intención de corregir
la primera. De ahí un problema teológico: si no sorprende que el hombre
mismo sea causa de su endurecimiento, ¿cómo admitir que Dios fomente
esta actitud y que hasta sea su causa? Ahora bien, Pablo afirma
tajantemente: “Dios usa de misericordia con quien quiere y endurece a
quien quiere” (Rom 9,18).
Ya
en el AT daba Dios por misión a Isaías: “Ve y di a ese pueblo: Oíd y no
entendáis, mirad y no veáis. Agrava el corazón de ese pueblo, hazlo duro
de oído, tápale los ojos, no sea que sus ojos vean, que sus oídos oigan
y su corazón comprenda, que se convierta y sea curado”(Is 6,9s). Jesús,
en lugar de desechar este texto como malsonante, lo repitió en sustancia
(Mt 13,13), como también sus discípulos (Mt 13,14s p; Hech 28,25ss),
para explicar la repulsa que Israel opuso a Cristo.
2. Significación.
a)
¿Basta, pues, con decir que el endurecimiento del pueblo no ha sido
querido sino únicamente previsto por Dios? Desde luego, el lenguaje
semítico atribuye a Dios la voluntad positiva de hacer lo que se
contenta con permitir; pero esta respuesta, valedera hasta cierto punto,
parece una escapatoria. En lugar de tratar de excusar a Dios, conviene
considerar el contexto en que se formulan estas amenazas y estas
comprobaciones de endurecimiento. Endurecer no es reprobar; es proferir
un juicio sobre un estado de pecado; es querer que este pecado produzca
visiblemente sus frutos. El endurecimiento no se debe, pues, a la
iniciativa de la ira divina; sanciona el pecado de que el hombre no se
arrepiente. Cuando el hombre se endurece, comete un pecado; cuando
endurece Dios, no es causa, sino juez del pecado. El endurecimiento
caracteriza el estado del pecador que se niega a convertirse y permanece
separado de Dios. Es la sanción inmanente del pecado, que hace aparecer
la mala naturaleza del pecador: “¿Puede un etíope cambiar de tez?, ¿una
pantera, de pelaje? Y vosotros ¿podéis obrar bien, avezados como estáis
al mal?” (Jer 12,23).
b)
Pablo se esforzó por hallar un sentido a tal situación de hecho. Ante
todo, entra en el designio providencial de Dios. A Dios no se le escapa
nada. El faraón, cuya suerte personal no considera Pablo, sirve
finalmente para hacer resplandecer la gloria divina (Éx 9,16; 14,17s);
Israel, con su endurecimiento, facilita la entrada de las naciones
paganas en la Iglesia (Roen 9); además, el designio de Dios está
completamente ordenado al resto que ha de sobrevivir. Luego, el
endurecimiento de Israel manifiesta la severidad de, Dios, su rigor. No
es cosa de broma el que Dios haga alianza con un pueblo. ¿Cómo podrá
tolerar la indolencia (Lc 17,26-29 p), la suficiencia (Dt 32, 15), la
soberbia (Dt 8,12ss; Neh 9, 16)? Finalmente, este endurecimiento revela
la paciencia de Dios, que no aniquila al pecador y tiende constantemente
las manos a un pueblo rebelde (Rom 10,21, citando a Is 65,2; cf. Os
11,1s; Jer 7,25; Núm 9,30). Así, sea que Dios solicite al pecador o lo
abandone a sí mismo, todavía expresa siempre su misericordia.
II. HACIA LA VICTORIA DE DIOS.
1. Situación ambivalente.
Juan
sugiere una inteligencia de este hecho, quizá todavía más profunda, a
partir de la imagen de la luz. La luz ciega a los que no están
preparados para recibirla (Jn 3,19ss). De la misma manera Dios, con la
presencia continua de su amor, provoca en el pecador una reacción de
repulsa. Por eso los milagros, gestos amables de Dios, endurecen al
faraón, carecen ,de valor a los ojos de los israelitas que murmuran
contra Moisés en el desierto (Núm 14,11; Sal 106,7), contra Jesús
después de la multiplicación de los panes (Jn 6,42s). Incluso pueden no
ser comprendidos por los discípulos de Jesús porque tienen el espíritu
obturado (Mc 6,52 8,17-21). Igualmente los castigos divinos, cuya
intención es medicinal (Am 4,6-11) o las llamadas proféticas a la
conversión, carecen de eficacia, y a veces hasta producen el efecto
contrario (2Re 17,13s; Jer 7,25ss), tanto que los hombres llegan a
contristar al Espíritu Santo (Is 63,10; Hech 7,51).
2. Dios tiene la última palabra.
Este
endurecimiento, este determinismo del pecado que se nutre de su propia
sustancia, no puede cesar sino con la penitencia: “Si oís la voz de
Dios, no endurezcáis vuestros corazones” (Sal 95,7s = Heb 3,7s.12). Pero
¿cómo podría convertirse el pecador endurecido? “¿Por qué, Señor, nos
dejas errar lejos de tus caminos y dejas que nuestros corazones se
endurezcan contra tu temor? Vuelve, a causa de tus servidores y de las
tribus de tu heredad” (Is 63,17). El creyente sabe que Dios puede romper
la fatalidad del mal y hallar el camino del corazón de su esposa (Os 2).
La última palabra corresponde sólo a Dios. Así anunció el profeta que el
corazón de piedra de los hombres sería reemplazado un día por un corazón
de carne (E2 36, 26) y que el Espíritu de Dios haría posible lo que es
imposible a los hombres. Efectivamente, Cristo vino y dio el Espíritu
que hace dóciles a las enseñanzas de Dios. Así puede la Iglesia repetir
la misma oración que Israel “etiam rebelles propitius compelle
voluntates!”
XAVIER LÉON-DUFOUR
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