martes, 12 de abril de 2016

Santa Teresa Benedicta de la Cruz EDITH STEIN

"El camino de la fe nos da más que el camino del pensamiento filosófico: nos da a Dios, cercano como Persona, a Dios que ama y se compadece de nosotros, y os da esa seguridad que no es propia de ningún otro conocimiento natural. Pero el camino de la fe es oscuro"(Endliches und ewiges sein,58). 
Edith Stein recurrió este camino oscuro, sin retroceder, segura como un niño que se abandona en las manos de su padre. Y por el camino oscuro de la fe llegó "a la perfección más elevada del ser, la que al mismo tiempo es conocimiento, don del corazón y acción libre"(ibid.,421). 
Nacida en Breslau el 12 de octubre de 1891, día del Kippur, día festivo pare los hebreos, fue la última entre siete hermanos, estudió filosofía, primero en su ciudad natal, y luego se trasladó a Gottinga para seguir a Edmund Husserl, genio filosófico e iniciador de la fenomenología. En su escuela, Edith tampoco se interesaba ya por la religión. Del hebraismo practicado en su infancia apenas le quedaba la huella moral. A través de los estudios de fenomenología empezaba gradualmente a descubrir las dimensiones del mundo religioso, del cristianismo, hasta llegar a hacerse católica. Decisiva para este paso fue la lectura de la autobiografía de Santa Teresa de Avila. En la noche misteriosa de junio de 1921, cuando era huésped en casa de una amiga filósofa, llegaba a una profunda intuición de Dios-Verdad. Todo entonces pare ella se convirtió en luz: recibiría el bautismo el 1 de enero de 1922, y entonces también iba a comprender que estaba llamada al Carmelo. 
Sin embargo, transcurren doce años de espera, de aprendizaje, de viajes para dictar conferencias, de estudios y de maduración interior, antes de entrar en el Carmelo de Colonia. Y tal vez no hubiera logrado hacerse religiosa, si la situación política misma de Alemanía con sus crecientes medidas antisemíticas no le hubieran hecho imposible la continuación de su seguimiento del Instituto de Pedagogía Cientifica de Munster. 
A pesar de la oposición de la familia, Edith se hace carmelita con el nombre de Teresa Benedicta de la Cruz. Muy pronto va a sentir el peso de esta "Cruz" sobre sus espaldas. Después de descubierto su origen no ario, ya no hay seguridad pare ella tras los muros del monasterio. En la noche de Año Nuevo de 1939 se refugía en el Carmelo de Echt, en Holanda. Parece un lugar tranquilo. Sin embargo algo le hace presentir que no escapará al destino de su pueblo. Efectivamente, mientras escribe su libro sobre la doctrina de san Juan de la Cruz, significativamente titulado Scientía crucis, dos of iciales de las fuerzas de ocupación llegan al monasterio. Tiene que salir y seguirlos, junto con su hermana Rosa, también ella convertida, que había venido a Echt. 
Antes de la deportación a Auschwitz, Edith pudo todavía enviar un par de mensajes al Carmelo. Luego, con el convoy que las llevo a Auschwitz, las hermanas Stein entraron en la sombra de la muerte El holocausto de Edith se consumó el 3 de agosto de 1942 en las cámaras de gas. E1 Papa Juan Pablo, quien ya en 1987 II reconoció la santidad de esta hija de la Santa Madre Teresa y el martirio de esta hija del pueblo hebreo vuelta al seno de la Iglesia, procedió a su canonización en Roma el 11 de octubre de 1998. 
Esta rápida mirada biográfica nos permite ver que en la vida de Edith Stein hay tres etapas distintas, la primera de las cuales abarca la infancia, la adolescencia, el estudio y el trabajo filosófico como asistente de Husserl. Treinta años importantes también por el desarrollo humano y religioso que culmina con la conversión. La segunda etapa comprende doce años de intensa vida cristiana, de maduración interior e intelectual, de preparación paciente y escondida en el Carmelo, en absoluta fidelidad a la gracia de la vocación. Con su entrada en el Carmelo de Colonia iniciaba la tercera etapa que a través del sufrimiento, la conformación con Cristo hasta llegar a las cumbres de una mística de la cruz, culmina con la ofrenda suprema, en la "casa blanca" del campo de exterminio, de su vida por la Iglesia, por la salvación del pueblo hebreo. Estas tres etapas están marcadas en ella por un gran deseo de totalidad, por una profunda exigencia de absoluto, por una búsqueda constante y apasionada de la verdad -de Dios-, motivo por el cual cada paso suyo hacia adelante en sus investigaciónes y en su acercamiento a la fe ha incluido casi por necesidad también una orientación hacia las opciones más radicales del cristianismo: la vida monástica, para vivirla a la luz de las aspiraciones más atrevidas. 
La búsqueda de la verdad  
A pesar de la educación religiosa de su infancia, Edith pierde bien pronto su fe hebrea bajo el influjo de la enseñanza racional de la escuela. Es un hecho que se nota también en otros jóvenes hebreos, como en Simon Weil y en Franz Rosenberg, y no ha de atribuirse solamente a dificultades encontradas en el seno de la familia. La religión hebrea se le presentaba tan solo en forma de idealismo ético, hasta el extremo de creerse con derecho a demostrar sus defectos y debilidades. Semejante posición critica lleva a Edith a la neutralización del pensamiento de Dios y al rechazo de toda práctica religiosa. A1 mismo tiempo se concentra en la búsqueda de principios y valores intelectuales, considerados por ella más elevados que los de la fe hebraica. Esta búsqueda, que llevó adelante sola, creaba dentro de ella un estado de tensiones crecientes, de fatigas angustiosas para llegar a soluciones en torno a los cuestionamientos e interrogantes existenciales que rodean todos los años de su estudio hasta el momento de la conversión. 
En este difícil camino encuentra a Edmund Husserl. Al leer sus "Logische Untersunchungen" (Investigaciones lógicas), entrevé en la ciencia fenomenológica el sistema filosófico más válido y conveniente que le iba a sostener en su búsqueda de la verdad, abriéndole nuevos horizontes de conocimiento a los que jamás se cerró. La veremos en Gottingen formándose en la escuela del gran filósofo alemán. Pronto se convertirá en su alumna más dotada, y luego de haber terminado brillantemente los estudios con el doctorado summa cum laude él la tomará como su asistente y colaboradora. 
La adquisición del método fenomenológico incidió positivamente en sus investigaciones acerca de la esencia de las cosas, liberándola de preconceptos de estrechez y llevándola a una actitud de libertad de prejuicios ("voraussetzungslosigkeit" ), sin la cual no hubiera podido abrirse al pensamiento de Dios con esa indispensable objetividad de juicio que le es tan característica. Con todo, no fue la actividad mental de la joven la que la llevó, a descubrir el mundo de la fe ese "mundo perfectamente nuevo" que le había quedado 'totalmente desconocido", como ella escribe. Y no fue el ambiente, ni tampoco los amigos y compañeros del círculo husserliano: Max Scheler y Adolf Reinach, convertidos hacía poco tiempo. Dice ella de Scheler: 
"no me llevó, sin embargo, a la fe; tan sólo me abrió un nuevo campo de fenómenos frente a los cuales no podía permanecer insensible. No por nada se había repetido tanto ( en la escuela de Husserl ) que era preciso contemplar cualquier cosa sin preconceptos, arrojando fuera todas las lentes: así caerían las barreras de los prejuicios racionalistas en medio de las cuales había crecido sin saberlo, y el mundo de la fe se abría improvisamente ante mí". (Aus dem Leben einer judischen Familie, 57 ). 
Pero el nuevo conocimiento suscita en Edith interrogantes acosadores. Era desea llegar a la claridad en la problemática religiosa, quiere entender cuál es la relación que puede haber (que debe haber) entre ella y Dios. Leerlo en clave de ideas le resulta absurdo a su naturaleza cada vez más inclinada a referirlo todo a la realidad concreta. ¿Imaginarlo como una relación idealista o romántica? Esto había que descartarlo a priori en ella, sedienta siempre de llegar a la posesión de la esencía más profunda de las cosas, fuera de la cual nada tenía valor para ella. Pero entonces, no sería más fácil proseguir en la línea de la ausencia de Dios? Edith no era la persona que buscara los caminos más fáciles. Su programa vital incluía siempre la opción de los caminos más arduos. 
En medio de luchas, crisis nerviosas, contradicciones, rupturas, y hasta momentos dramáticos y señalados por padecimientos interiores, Edith empezaba a evaluar tres aspectos posibles para vivir su fe: el hebraismo, el protestantismo y el catolicismo, confrontándolos rigurosamente, sometiéndolos a selección, buscando cómo desligarlos de los impulsos externos del círculo de los amigos. 
El hebraismo 
Una conocida de Edith, la señora Filomena Steiger de Friburgo, recuerda haberla visto llevando en sus manos el Antiguo Testamento, en el cual, sobre todo en los libros de los Profetas, buscaba la respuesta a una fuerte inquietud interior. También su amiga la filósofa hebrea Gertrud Koebner, recuerda los serios esfuerzos de Edith para acercarse a la religión de sus padres. Pero sopesándolo todo, Edith se convence de que el hebraismo no es la dimensión conveniente a su espíritu. Sin embargo, no lo rechazaría nunca, como fácilmente solía acaecer con otros hebreos convertidos al cristianismo. Seguiría respetándolo siempre. 
El protestantismo  
Edith entró en contacto con el protestantismo no solamente por la amistad con Adolf Reinach y con Edvige Conrad Martius, en cuya casa se reunían los colegas del círculo huserliano, sino también cuando vivió en Gottingen, pequeña ciudad con numerosas iglesias evangelicas y con gente que no ocultaba su credo luterano. Además, la predilección de Edith por la música religiosa de Bach hubo de crear en ella alguna idea acerca del sentimiento y del misticismo protestante. Pero mucho más importante es su encuentro con la actitud cristiana frente al dolor, a las atrocidades de la guerra del 1914-1918, y la constatación de la fuerza de la esperanza cristiana nacida de la cruz de Cristo. 
En 1917 se encontraba en Friburgo, como asistente de Husserl. Un día cualquiera le llegó la noticia de la muerte de Adolf Reinach, caído en el campo de batalla. Su esposa y otros amigos le pidieron a Edith que viniera a poner en orden lo que había dejado -sus diversos escritos filosóficos- el finado. Edith vacila. Teme que no será capaz de decir cosa que pueda consolar a la viuda, creyéndola desesperada por la pérdida de su compañero. Se encuentra con la joven viuda Reinach. Al verla, queda impresionada de su comportamiento resignado, casi sereno, en el que inmediatamente intuye la fuerza de la fe cristiana. De repente se le abre la puerta de un reino hasta ahora desconocido: el reino de la esperanza cristiana. Cuando refiriò esta experiencia al jesuita P Hirschmann muchos años después, confesaba: 
"Fue mi primer encuentro con la cruz y con la fuerza divina que ella comunica a quien la lleva. Por primera vez vi delante de mí a la Iglesia, nacida del dolor del Redentor, en su victoría sobre el aguijón de la muerte. Fue el momento en que se hizo pedazos mi incredulidad y brilló la luz de Cristo, Cristo en el misterio de la Cruz". 
Son palabras dichas años más tarde, cuando Edith sintió todo el peso de la cruz sobre su pueblo perseguido. En 1917 Edith había tenido ante todo la experiencía de que todos sus argumentos racionales, ateos, son nada en comparación con la fe cristiana. Al situarse a sí misma frente a esta mujer profundamente cristiana, comprendió que el cristianismo le podía ofrecer valores-guías esenciales en la búsqueda de la verdad. Intuyó cuánta es la importancia que asume en la vida la fe en Dios para liberar al hombre de las angustias existenciales, pare experimentar aquella "paz trascendental", que en la fenomenología husserliana deriva de manera exclusiva de la acción de Dios en el alma. La viuda Reinach le había enseñado con su actitud serena y confiada que esta "paz trascendental" se identifica en la fe cristiana con la fuerza de la cruz de Cristo aceptada en la esperanza de resucitar a la vida inmortal. Sólo el contacto con Cristo muerto en la cruz permite al hombre encontrar la paz interior y sublimar el sufrimiento. 
Sin embargo, Edith no llega a una decisión. Se ha iniciado un largo período de luchas, de crisis que comprometen al máximo su inteligencía y Su voluntad, hay momentos dramáticos de conflicto con el pasado y con sí misma, hasta el punto de sentir que se hunde en un ''silencio de muerte" . A veces trata de rehuir a la acción del Espíritu Santo. "Puedo adherir a la fe, buscarla con todas mis fuerzas, sin que sea necesario que yo la practique" ( Psychische Kausalitat, 43 ) . Por lo demás, está convencida: "Cuando un creyente recibe una orden de Dios -bien sea inmediatamente en la oración, o bien a través del representante de Dios-, debe obedecer" (Untersuchung uber den Staat, 401).

El catolicismo. 
Durante unos tres o cuatro años Edith encuentra todas sus fuerzas intelectuales en una profunda reflexión. Lee numerosos libros de espiritualidad cristiana, libros de santos y de autores católicos. Tratando de encontrar un camino liberador en su interior o también por interés pedagógico y cultural. Así se compra un día el libro de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola. Empieza a sumergirse en los "ejercicios" por puro interés psicológico. Pero al cabo de algunas pocas páginas se da cuenta de la imposibilidad de una lectura de esta suerte. Acaba por "hacer" los Ejercicios, ella, todavía atea, pero sedienta de Dios, como refiere el padre Erich Przywara que la había atendido en los últimos años de 1922-1930. Pero tampoco Ignacio logra darle la última seguridad, por más que no pueda excluirse su influjo positivo en el sentido de que la condujo hacia una dirección interior y espiritual capaz de orientar todo el ser de manera consciente, vital, como arrojándole una primera luz para su decisión. Esta, efectivamente, la tomó Edith luego de la lectura de la autobiografía de Santa Teresa de Avila. 
En junio de 1921 se dirigió a Bergzabern, a la casa de la amiga Edvige Conrad-Martius, donde se reunía a menudo el grupo de ex-alumnos husserlianos. No iban a Friburgo, donde Husserl enseñaba en la universidad, porque sentían a su vez que lo seguían en su viraje hacia el "idealismo trascendental" En la biblioteca de la amiga Edith descubrió el Libro de la Vida de la gran mística española. La lectura de las páginas autobiográficas la afectaron profundamente. 
Cerró el libro y exclamó: "Aquí esta la verdad", esa "verdad" que ella tan apasionadamente iba buscando por años. 
Se dice que en una sola noche Edith había leído y asimilado todo el texto teresiano. Mas siempre resulta poco probable, aun para una inteligencia elevada como la de Edith, que en el espacio de pocas horas logre penetrar con una fuerza tan intuitiva en el mundo espiritual y en todo el itinerario ascensional de la Santa, como para poder reaccionar inmediatamente y decidir su conversión al catolicismo. Quizás es más verosímil que en esa noche culminó una precedente lectura del Libro de la Vida con particular sensibilidad con respecto a los capítulos teresianos referentes a la experiencia de Dios . 
Con la afirmación "Dios es verdad" como punto terminal de largos sufrimientos en el camino de la búsqueda de Dios, Santa Teresa de Avila enriqueció efectivamente a la Stein con la dimensión esencial de la existencia humana, tan intensamente buscada: todo viene a concentrarse en el "andar un alma en verdad delante de la misma Verdad.(V. 40,3). En aquella noche Edith finalmente pudo decir con la Reformadora del Carmelo: "Esta verdad que digo se me dio a entender es en sí misma verdad, y es sin principio ni fin, y todas las demás verdades dependen de esta verdad". (V.40,4). Su conversión al catolicismo es la plena y consciente aceptación de la única Verdad, experimentada místicamente por Santa Teresa y buscada por ella en una large lucha dentro de su inconsciente. 
Inmediatamente la Santa española empezó a ser para Edith el modelo de su nueva vida de fe, y quiso seguirla, con la intención de hacerse carmelita. En su auténtica necesidad de encaminarse siempre por los caminos más radicales, la opción por el Carmelo parece la única respuesta que podía satisfacer su deseo de totalidad. Tenía treinta anos, llena de energía, de entusiasmo, quería constituir a la fe como parte integral de su vida. Así, su camino de fe coincidía prácticamente con su camino vocacional. 


Años de espera
Edith recibió el bautismo el 1 de enero de 1922. Pero su ingreso en el Carmelo todavía estaba lejano. Aceptó la espera con serenidad como venida de las manos de Dios. En una carta escrita en 1934, diría: 
"Si la vocación al convento es auténtica, ella misma hará tolerable el tiempo de prueba. Si, por el contrario, es la ilusión de un primer fervor, entonces será mejor saberlo fuera del convento que dentro, con el consiguiente duro desengaño". (carta a Ruth Kantorowicz). 
Por lo demás, está bien convencida de que la vocación carmelitana significa "una gracia del todo inmerecida" que depende totalmente de la voluntad de Dios. A nosotros "no nos es posible trazar planos, tomar decisiones..." Debemos "hacer del futuro un asunto de voluntad divina y abandonarnos enteramente" a E1. Repensando en su disposición de perfecta conformidad con los designios de Dios, Edith llegaba a gozar 
"de un estado de reposo en Dios, de total distensión de todas las actividades del espíritu en el que no se hacen proyectos de ninguna clase y no se formulan propósitos, en fin, es estar sin hacer nada. .. E1 descanso en Dios, luego de decaer de la acción por carencia de energía natural, es algo totalmente nuevo y extraordinario. En lugar del silencio de muerte viene ahora el sentido de escondimiento Cuando uno se abandona a este impulso comienza una nueva vida a llenarnos poco a poco. Esta corriente vivificante aparece como una conclusión que no es mía" (Psychische Kausalitat, 76). 
Edith escribía estas palabras (publicadas en 1922) poco tiempo después de la conversión que ella misma considera como el comienzo de su preparación pare la vida carmelitana. Empezaba a conocer más de cerca la vida consagrada, encontrándose algunos años como profesora en Espira con las Hermanas Dominicas, y más adelante en el Marianum de Münster. En Espira se adaptó perfectamente a la disciplina de la casa. Llevaba una vida ejemplar de oración y edificaba a todos por su absoluta fidelidad en su desempeño como profesora de alemán en el Liceo Femenino y en el Instituto magistral. Bien pronto le iban a confiar también las jóvenes religiosas dominicas que se preparaban para el magisterio y las postulantes del convento. Los recuerdos dejados hacen resaltar unánimemente las cualidades educativas nada comunes de Edith, su capacidad para cautivarse el corazón de las alumnas. 
"Para todas nosotras constituía un ejemplo luminoso. . Recorría silenciosamente el camino del deber con modestia y sencillez, siempre constante, amigable y abierta a todos los que deseaban su ayuda". 
El padre Erich Prywara escribe sobre ella: 
"En Santa Magdalena de Espira no era solamente la mejor educadora de sus alumnas; también, gracias a la perspicacia de la Priora, ejercía igualmente un influjo determinante en las hermanas y en las jóvenes vocaciones. Santa Magdalena debe a Edith sus mejores fuerzas, las que todavía hoy reconocen que Edith fue, en realidad, su maestra de noviciado". (Edith Stein, en:In und Gegen,24). 
En su tiempo disponible, Edith era ya la contemplativa del Carmelo teresiano.Su urgencia de abismarse en el silencioso coloquio con Dios presente en el tabernáculo respondía al concepto que tenía la neoconversa de la religión como relación personal, de "amistad", como había leído en la autobiografía teresiana, con Dios presente. La misma línea de búsqueda individualista de su orientación filosófica se manifiesta todavía en los primeros años de su vida cristiana y determina sus esfuerzos pare entregarse exclusivamente al Señor, en la ruptura con todo lo que es "mundo", y "ocuparse solamente en el pensamiento de la realidad divina, viviendo en la soledad (Carta 23). Sus primeras experiencias en Beuron, el contacto con la oración litúrgica, la van acompañando en sus primeros pasos para superar las estrecheces de sus propias convicciones. Empezaba a comprender el valor de las dimensiones universales de la oración "objetiva", es decir, litúrgica, la que, ciertamente, necesita de la oración individual -y esta será siempre la preferida de Edith-, pero debe ocupar un amplio espacio en la existencia cristiana como existencia eclesial. 
Un segundo paso que tendría que dar iba a ser el regreso al trabajo filosófico. E1 padre Przywara la convenció de que la investigación filosófica no se oponía ni estorbaba a la vida de fe. No solamente esto, El veía también la necesidad de que Edith conociera la filosofía cristiana en la que desde hace siglos domina el genio de Santo Tomás de Aquino. Así fue como le recomendó la traducción de las Quaestiones disputatae de veritate, un trabajo duro para la fenomenología carente de una preparación al respecto, pero que sería llevado a cabo brillantemente, poniendo el método fenomenólogico al servicio del pensamiento escolástico. Pero para encontrar tiempo para esto Edith decidió abandonar el liceo dominicano de Espira. 
No fue, a la verdad, el único motivo. A través de su actividad de conferenciante, Edith era ya conocida y apreciada en la Alemania católica. El proyecto de obtener una cátedra libre en una de las universidades alemanas le fue alentado por algunos profesores. Pero casi de inmediato surgió el impedimento de su raza. Durante los años 1931 y 1932 el antisemitismo comenzaba ya a manifestarse en secreto. Por eso Edith aceptó la llamada a un puesto en el Instituto de Pedagogía Científìca de Münster. Salía para allá en la primavera de 1932. Mas antes de partir se dirigió a Beuron para exponer al archiabad Rafael Walzer su deseo de ingresar al Carmelo. No era la primera vez. Desde el primer encuentro con él, en el lejano 1922, le había hablado de su vocación. Pero todas las veces había recibido la misma respuesta: Procura hacer en la Iglesia lo que la Iglesia espera de tí. Y lo mismo tuvo que escuchar de Monseñor Schwind, quien la dirigió en Espira durante alqunos años: "Espera a que la Iglesia reciba de tí el servicio que de tí está esperando. La Iglesia te requiere en el mundo de la enseñanza. Tienes que tomar esto en consideración". 
La reservae con respecto a su vocación claustral por parte de sus directores era motivada también por el pensamiento de la madre, la anciana señora Augusta Stein. La conversión de la hija al catolicismo fue un golpe terrible para esta mujer fuerte, tanto que Edith, en el momento de manifestarle el paso dado, la vio llorar. Y jamás había visto una lágrima en los ojos de su madre! Tener que hablarle ahora de un proyecto vocacional pareció a todos una cosa inhumana, imposible de exigir al corazón de la madre. Sin embargo, Edith no vino a menos en su convicción de que estaba llamada al Carmelo. Estaba dispuesta al sacrificio total, a afrontar, heroicamente, el desgarre definitivo de la madre y, en cierto modo, de toda su familia que no estaba en condiciónes de comprenderla. Y todo esto, en virtud de una fidelidad ininterrumpida al dinamismo evolutivo de la gracia bautismal que en ella era también la gracia vocacional. 
De esta fidelidad se hacen eco sus conferencias y sus investigaciónes sobre la ética de las profesiones femeninas. A1 retomar lo específico femenino, sostiene que 
"solamente Dios puede recibir totalmente el don de sí mismo de un ser humano de tal modo que llene toda su alma sin perder nada de sí. Por esto el don incondicional de sí misma, que es el principio de la vida religiosa, es al mismo tiempo la única realización posible de las aspiraciones de la mujer" (Formación y vocación de la mujer, 106) 
Era ésta la meta a la que aspiraba Edith, la que le daba fuerza pare superar cualquier discusión referente al juicio y a los puntos de vista de los que la rodeaban. Una vez que dijo su SI al Señor, no había nada que le arrancara un no. No podía menos de llevar a la realidad de su vía sus fuertes convicciones 1ógicas de pensamiento. Para realizarse a sí misma, en su ser de mujer y de cristiana, no veía otro camino que no fuera el de la entrega incondicional de sí a Dios en el Carmelo. 


Al Carmelo de Colonia
En 1933, con la toma del poder por parte del nacionalsocialismo en Alemania, entraron en vigor las medidas antihebreas, pro-arianas. Tampoco Edith iba a poder continuar su magisterio en el Instituto Pedagógico de Münster. Tuvo conocimiento de la persecución a los hebreos, de las victimas del fanático racismo, a través de las noticias comunicadas por un noticiero americano. Sufría terriblememente. Pero rechazaba cualquier posibilidad de emigrar a Sudámerica, donde le fue of recida una cátedra. Intuyó misteriosamente que su destino era el de todo su pueblo. 
La última clase de la doctora Stein tuvo lugar en el Marianum el 25 de febrero de 1933. Un mes más tarde partía para Beuron, para transcurrir allí la Semana Santa y hablar de su renovada opción por el Carmelo con el archiabad Waltzer. En Münster, en la iglesía de San Ludgeri suplicó ante un gran Crucifijo una última claridad "No me iré, se decía a si misma, sin obtener antes una respuesta clara sobre mi entrada al Carmelo". Ella misma es quien lo refiere en su relación acerca de su itinerario al Carmelo, escrita el 18 de diciembre de 1938 y entregada a su Priora pocos días después como regalo de Navidad. " A1 recibir la bendición final, ya había conseguido yo el consentimiento del Buen Pastor", celebrado litúrgicamente en ese domingo 30 de abril. 
Ahora también obtenía el permiso de su director espiritual, el padre Rafael Waltzer. Este comprendió la imposibilidad para Edith de pensar en una carrera pública, universitaria. En la carta de recomendación, dirigida al Carmelo de Colonia, el padre manifiesta, no obstante, alguna reserva: la anciana madre de la postulante y sus preciosas actividades en pro de la vida cató1ica de Alemania. Pero no podía dejar de hacer resaltar "su madurez religiosa y su profundidad, que son de tal suerte que hay que añadir una palabra...Desde hace mucho tiempo el Carmelo es su ideal". 
A pesar de sus 42 años, de su procedencia hebrea y de su conversión a los 32 años de edad, la doctora Stein es aceptada por la Comunidad. Antes de entrar, pasa un mes en la hospedería del Carmelo de Colonía y participa desde la capilla externa en el rezo de las horas litúrgicas. Sacaba tiempo para hablar, en el locutorio, con la Priora o con la Maestra de Novicias. La impresión que dejó correspondía sin duda a la carta de recomendación de su párroco y confesor en Münster, el decano de la catedral, doctor Adolfo Donders. 
"La señorita doctora Edith Stein...es un alma privilegiada, rica en amor de Dios y del prójimo, llena de espíritu de la Sagrada Escritura y de la Liturgia...Será para todas un modelo de profundísima piedad y de fervor en la oración, de alegría para la comunidad, llena de bondad y amor al prójimo... Ha hecho mucho bien con su pluma y su palabra, especialmente en la Asociación de estudiantes cató1icos y en la Unión de Mujeres Cató1icas. Sin embargo, desea renunciar a la actividad externa para encontrar en el Carmelo, siguiendo el ejemplo de santa Teresa, la ,'perla preciosa', Jesucristo". 
También las monjas, al ver a Edith sumergida en la oración, pudieron constatara el grado de vida interior alcanzado por la postulante. Edith misma recuerda el significado para su vida interior de su formación en la oración litúrgica recibida en Beuron, pero también afirma que no acarició el pensamiento de hacerse benedictina. "Siempre he tenido la impresión de que el Señor me reservaba algo que solamente podía conseguir en el Carmelo". Así escribiría en 1938, añadiendo: "Esto ha causado impresión". 
Para atravesar el umbral del Carmelo estaba previsto el día 14 de octubre. Ya desde antes Edith había escrito a su casa avisando que había sido recibida en las hermanas de Colonia. Los familiares, pensando que había simplemente conseguido un nuevo empleo, le enviaron felicitaciones. A mediados de agosto se dirigió a Breslavia, para dar su último adiós a la madre, a los hermanos, de los que solamente volvería a ver a Rosa, y eso durante una hora, cuando se encontraron en Colonia, camino de América. En la relación de Edith a la Madre Teresa Renata, está escrito con detalles el último encuentro con la madre. Quizás sea la página más conmovedora de toda la aventura terrena de Edith Stein, la que manifiesta en ella más sentimiento y emotividad . " Lo que he pasado, ha sido terrible", confiesa. A1 encontrarse sola en el tren hacia Colonia, "ninguna alegría fuerte" era capaz de llenar su corazón. "Demasiado terrible lo que había dejado! Pero me encontraba en una calma profunda -en el puerto de la voluntad divina" Así escribe 
L a p o s t u l a n t e. 
Después de las primeras Vísperas de la solemnidad de Santa Teresa de Jesús, se abría la puerta de la clausura. Edith "atravesaba en profunda paz este umbral para entrar en la casa del Señor". Un gran ramillete de crisantemos, llevado por algunas profesoras que habían venido a despedirla, acompañó casi simbólicamente su entrada. Fue acogida con cordialidad y con verdadero afecto fraterno, como todas las postulantes, sin distinción. Para las religiosas, que quizás nunca habían oído su nombre, tan conocido en círculos intelectuales cató1icos, Edith era simplemente una postulante, destinada desde ahora a la fundación de Breslavia. La consideraban igual a las otras tres hermanas del noviciado que serían sus compañeras. Tenía que vestir un modesto traje negro con un velito, y cubrirse su abundante cabellera con una cofia de tela negra. Se le asigna su celda, sencilla y desprovista de adornos, como lo prescribe la Regla, con una gran cruz en la pared, un jergón, algunas mantas, una mesita, una silla, y, en el suelo, la palangana y la jarra pare asearse. Sus libros, expedidos en 6 cajas y bien clasificados en filosofía, teología, psicología, fueron a parar a la biblioteca. Para usarlos, tendría que pedir licencia a su Madre Maestra. 
Pero Edith no pensaba por el momento en continuar sus trabajos intelectuales. Tenía que aprender el horario de la casa, las ceremonias, las costumbres, y sobre todo las labores femeninas de las que entendía bien poco. Ir a la cocina suponía a menudo esfuerzos considerables, ya que nunca había tenido que prepararse sus alimentos. Alguna religiosa mayor estaba interesada en saber si la nueva postulante sabía cocinar bien. Pues bien, alguna cosa sí la sabia. Pero estaba muy lejos de la perfección en el cocido a la que habían llegado otras hermanas. Y había poca esperanza de que llegara! No faltaron las humillaciones, asumidas por Edith con serenidad, sin desanimarse, convencida de que eran pare ella una "buena escuela de humildad", como diría en una carta, necesarias "al cabo de tantos honores recibidos en la vida". 
Externamente, Edith se manifestaba a todas siempre serena, equilibrada, humilde, caritativa, capaz de adaptarse a cualquier situación, comprensiva con las alegrías y los dolores de sus compañeras veinte años más jovenes que ella (dos profesas simples y una postulante de velo blanco). En la recreación, era vivaz, sabía contar muchas cosas y hacer atractivo e interesante cualquier acontecimiento, dispuesta siempre a encontrar las palabras espirituales que caen bien a todas, que enriquecen , que den gusto. Con particular alegría, casi infantil, festejó su primera Navidad en el Carmelo. Acerca de la Navidad había dicho en una conferencia pronunciada en 1930 en Ludwgshafen: 
"Pongamos nuestras manos en las del Divino Niño, digamos nuestro sí a su sígueme, y seremos suyos. Quedará libre nuestro camino para que se encarne en nosotros su vida divina... Esta es precisamente la luz, venida a iluminar las tinieblas, el milagro de la Noche Santa, que se enciende en el alma". 
También había dicho que "sobre la misma luz, tan resplandeciente en el pesebre, desciende la sombra de la cruz. . . El camino conduce irresistiblemente de Belén al Gólgota, del pesebre a la cruz". Ciertamente, en su primera Navidad en el Carmelo Edith experimentaba profunda paz, por la que rendía gracias al Senor considerándola como una "gracia totalmente inmerecida". Pero en su corazón tenía el pensamiento de la madre que no había podido aceptar la opción de la hija. Todas las semanas, puntualmente los viernes, tenía lista una cartica para la señora Stein. Así lo había hecho siempre. Pero ahora no le llegaba la respuesta. Tal vez, en las largas noches de invierno en el silencio de la celda, revuelve los pensamientos torturadores del último día, ese 12 de octubre, fecha de su cumpleanos pasado con su madre. Después de haberla acompañado a la función de la sinagoga en la escuela de rabinos, de regreso en el tranvía le había dicho que el primer período de la vida religiosa era solamente una prueba. Pero la madre había replicado: "Si tú haces una prueba, seguramente seguramente la vas a superar". Y después, en la noche, el largo llanto de la anciana señora. La había abrazado, estrechando su blanca cabeza contra su seno, y permaneciendo así por largo rato, hasta muy tarde. Luego, al ayudarla a desvestirse, se había sentado en su lecho, para estar más cerca de ella, hasta que le mandó a dormir. Recuerdos indelebles en el alma de Edith, y quizás no desprovistos del todo de algún conflicto interior en el campo de la conciencia, particularmente a causa de la incipiente persecución a los hebreos, que ya se sentía en la familia. Ella podía vivir todavía en paz. Pero su madre? Hasta cuándo?... 
L a N o v i c i a  
E1 15 de febrero de 1934 se hizo la votación pare admitir a Edith en el noviciado. Pocos días antes había venido también el médico. La salud era excelente. Alguna objeción? El hecho de que Edith no tuviera dote, no creaba problemas. Por lo demás, Edith iría a la fundación de Breslavia. Se veria. 
La vestición fue fijada pare el 15 de abril, fiesta del Buen Pastor, precisamente un año después de la claridad recibida ante el Crucifijo de San Ludgeri en Münster. A la ceremonia acudieron algunas personalidades de alta cultura y de las organizaciones católicas más cercanas a ella. Un público selecto en la capilla del Carmelo de Colonia, cual nunca se había visto. Edith llevaba su vestido blanco de esposa. La seda se la había regalado su hermana Rosa. No vino ninguno de su familia, la que participó solamente por carta en su vestición. Pero estaba presente el archiabad Rafael Walzer pare presidir la Eucaristía. Husserl le envió un telegrama. Entre los invitados estaban su amiga Edwige Conrad Martius, Peter Wust, quien escribiría un artículo para la Kölner Voldszeitung acerca del itinerario de Edith hacia la verdad, la que comprende la filosofía de la ratio y de la mystica, un itinerario simbólicamente expresado en el nuevo nombre "sor Benedicta, la que ha sido "bendecida" por la verdad, con toda la plenitud de la Verdad". 
Edith escogió este nombre porque se sentía "bendecida" por Cristo que es vencedor en la cruz, "bendecida" después de un largo camino y de una lucha nocturna, parecida a la que libró Jacob con Dios a orillas del rio Jabboth; "bendecida" por haber sido elegida por Dios para vivir la "esponsalidad eclesial" en el signo de la cruz, en el sacrificio, en la expiación. 
Poco se sabe del año de noviciado. En la primera biografía de Edith, escrita por su Maestra, más tarde Priora, M. Teresa Renata, y publicada en 1948, cuando no se pensaba en lo más minimo en una futura santificación, quedó bien puesta a la luz su absoluta fidelidad y su puntualidad en el horario, en los actos comunes, cosa no muy fácil en quien se dedica a trabajos intelectuales. Efectivamente, el provincial había dado orden de dispensar a Edith de todas las demás labores para darle tiempo suficiente para continuar su obra "Poder de lo alto", que Edith no había logrado terminar antes de su entrada en el Carmelo; había traido consigo el manuscrito. Además hizo alguna traducción del latín, trabajaba para terminar el índice de su traducción de las Quaestiones disputatae de veritate de santo Tomás, y escribió algunas páginas de la "Historia de su familia", iniciada ya desde su casa. Este trabajo no excluía en ella una intensa lectura de los Santos de la Orden. Fruto de ello fueron sin duda sus opúsculos Teresa de Avila, impreso en 1934, Santa Teresa Margarita Redi (con ocasión de su canonización ), publicado en 1934 y un un artículo sobre la historia y espíritu del Carmelo, publicado con el fin de dar a conocer la Orden (en Ausburger Postzeitung, 1935). 
Todos estos trabajos y otros escritos espirituales y pedagógicos crearon indudablemente una situación particular a la novicía sor Teresa Benedicta. Había que preguntarse si la Maestra, M. Teresa Renata, que tenía aproximadamente la misma edad que ella (le llevaba apenas 6 meses a Edith), y que la estimaba por sus dotes intelectuales y la posición que había tenido en el mundo de la ciencia, habría aplicado indiscriminadamente a Edith los métodos y los principios de educación y de formación usados en ese tiempo, como se lee en su primera biografía. Por otra parte, Edith, que vivio independiente durante tantos años, y sobre todo, acostumbrada naturalmente a hacerlo todo ella sola, a organizar todo según sus propios criterios, a administrar su propía sensibilidad, tuvo no poca dificultad para insertarse en el ambiente y para acoger las sugerencias y los estímulos que le podían venir de el. Esto explica que le hubiera respondido al Provincial, quien le había preguntado si había experimentado alguna desilusión, con una sola palabra: "E1 Carmelo", incluyendo aquí la realidad de la vida común con las obligaciones de obediencia, de dependencia, de de renuncia . El impacto del ambiente, recibido en varios aspectos, debió haber sido para Edith el problema más emergente de su vida carmelitana, y no solamente durante el año de noviciado. Algunos años más tarde escribiría en la biografía de Catalina Esser, la fundadora del "segundo" Carmelo de Colonia: 
"A la edad de cuarenta y seis anos, no era pequeño sacrificio para ella ( Catalina Esser ) que había sido durante tanto tiempo la dueña de sí, hacerse nuevamente niña, obedecer y someter su propio juicio al de los superiores. Confesó ella más tarde que el asunto le había costado muchas amarguras" 
Edith era consciente de esta dificultad. Sabía que tenía que hacer esfuerzos considerables para superarse, para llegar a la liberación interior, esfuerzos que eran también advertidos por las hermanas, pero rodeados de un esfuerzo por disimularlos. La compañera de noviciado, sor Teresa Margarita, diría veinte años más adelante acerca de estos esfuerzos escondidos: 
"Como vivía un continuo espiritu de fe, (Edith) tuvo una gran predilección por la virtud de la obediencia. Sin embargo, no era posible notar ningun detalle ni siquiera para los que podían observarla cada día en sus esfuerzos. Supo someterse y adaptarse tan perfectamente que nunca sobresalió" . (E.Stein. Eine Heilige?, 8-9). 
Más aún, esta situación pudo servir a la novicía para madurar, para permanecer firme en la decisión tomada. Nada influyó en su serenidad. Los testigos de su tiempo repiten unánimes que vieron a Edith contenta y feliz. Ella misma lo subraya en sus cartas y en sus conversaciones del locutorio. 
L a P r o f e s a  
Sor Teresa Benedicta pronunció sus votos simples por tres años el 21 de abril de 1935, domingo de Pascua. Se había preparado con 10 días de ejercicios, recordando las Semanas Santas pasadas en el silencio de la gran abadía de Beuron. Una joven postulante le preguntó cómo se sentía. Edith le respondió: "como la esposa del Cordero", evidentemente una alusión al Apocalipsis, al Cordero que será matado, a su participación en los sufrimientos de Cristo. No se hace ilusiones sobre su destino. "También vendrán a llevarme de aquí", decía a una amiga que vino para saludarla en el locutorio pocos días despues de su profesión. "No puedo pensar que me dejarán en paz" Era consciente de que tenía otra misión "No es la actividad humana la que puede salvar sino solamente la pasión de Cristo. Esa es mi aspiración " . 
Por entonces algo nuevo empezaba a suceder en sus relaciones con la anciana madre. Rosa le comunicó que la señora Augusta había ido un día. sin decir nada a nadie, a ver el nuevo Carmelo de Brelau. ¿No sería, acaso, una señal de amor materno que deseaba conocer el estilo de vida de la hija? En las cartas de Rosa aparecía también, a veces, un breve saludo. Luego llegó la carta dirigida a "Schwester Teresia". Este consuelo no duró mucho tiempo. En 1936 le llegaba la noticía de la grave enfermedad de la señora Courant. Edith padeció mucho en silencio. El 14 de septiembre, durante la renovación de los votos, la madre pasaba a mejor vida, confortada por la fe de los profetas. Hay que dar gracias al Señor porque le ahorró el tormento de ver las sinagogas incendiadas y a los amigos deportados a los campos de exterminio! Poco después de la muerte de su madre, pudo volver a ver a su hermana Rosa, llegada a Colonia pare recibir el bautismo el 24 de diciembre en la capilla del monasterio. Desde el coro, con el corazón pleno de gratitud, tomó parte en la ceremonia. 
La neoprofesa continuaba con los mismos trabajos intelectuales de antes. Ante la solicitud de algunos sacerdotes, escribió el artículo La oración de la Iglesia (publicado en 1936). Pero sobre todo reorganizó para la edición su estudio sobre Potencia y Acto que llevaría el titulo de ser finito y ser eterno. Luego vinieron la biografía de Catalina Esser y la breve meditación Sancta discretio(1938) que Edith presentó a la Madre Teresa Renata, priora desde 1936. Esta acababa de terminar su libro sobre los Dones y frutos del Espíritu Santo. La discreción. le dice Edith, "es parte esencial de todo don, hasta el punto que los siete dones constituyen diversas manifestaciones de ella. De esta afirmación, tomada como punto de enlace, aprovechó Edith para aconsejar a su Priora la " sabía prudencia" ( weise Masshaltung) en el desempeño de su oficio, es decir, la discreción. "Quien debe guiar almas necesita mucho de ella ( de la discreción ) . . . y no debe obrar arbitrariamente" 
Esta manera de hablar tan sincera quizás era la que se debía usar en un tiempo tan difícil para la Iglesia, y especialmente para la vida religiosa en Alemania. Edith la usa delicadamente, preocupada como siempre por ver la perfección en el pensamiento y en las acciones de los demás. Por lo demás, si se trata de la verdad, no se deja sugestionar por nada. Sus relaciones con la Madre Teresa Remata eran buenas, a pesar de la diferencia de cultura y de carácter de las dos mujeres. Para Edith, la Priora era como una mamá. 
El 21 de abril de 1938, que en ese año fue Viernes Santo, sor Teresa Benedicta emitió sus votos perpetuos. Era en verdad la Esposa del Cordero enclavada en la cruz de Cristo, estrechamente unida a sus sufrimientos. Pero "El con su muerte y su cruz nos conducirá a la gloria de la resurrección" (Sciencia crucis, 207). Y a la contemplación del divino Crucificado asoció a María Santísima. De pie, junto a la cruz, la veía como prototipo de todos los que se unen al Redentor: ella que nos ha precedido en el camino de la entrega total al Señor, y que es nuestra guía. 
En 1938 las medidas antisemíticas del nacionalsocialismo asumen proporciones espantosas. Edith no disimulaba que estaba poniendo en peligro su comunidad con su sola presencia. ¿Qué hacer? ¿Refugiarse en Israel? También este pensamiento se le pone delante. Pero únicamente después de la noche del 9 de noviembre, cuando las manos asesinas incendiaron todas las sinagogas de Alemania, se le presentó como indispensable un traslado suyo al Exterior. En la noche de san Silvestre. un amigo fiel del Carmelo la llevó en su automóvil al otro lado de la frontera con Holanda, al Carmelo de Echt. Algunos días antes, sor Teresa Benedicta había escrito en una carta: "Tengo que decirle que...hoy conozco mucho mejor lo que significa estar desposada con Cristo en el signo de la cruz. Pero jamás podrá comprenderse a fondo, pues es un misterio". 


En el misterio de la Cruz 
Fue doloroso desprenderse de su amada familia religiosa. "Pero estaba convencida de que ésta era la voluntad de Dios y de esta manera podía evitarles males mayores". Así escribía Edith desde Echt. Hacia finales del mismo año 1939 manifestaba su gratitud por haber encontrado un puerto seguro de paz. Pero sin embargo 
"Está en mí siempre vivo el pensamiento de que en este mundo no tenemos morada permanente. No deseo otra cosa sino que se cumpla en mí la voluntad de Dios. De El depende que me quede aquí el tiempo que quiera, y lo que acaecerá después... No tengo por qué preocuparme, sino orar mucho para permanecer fiel en cualquier situación". 
Oración y fidelidad a su propia vocación: ésta era la disposición de sor Teresa Benedicta frente a la posible deportación y a la muerte. A medida que recibía noticias alarmantes de Alemania, iba tomando fuerza poco a poco su intuición del martirio, hasta convertirse en preparación convencida. Ya desde el ultimo año que pasó en Colonia se había sentido en profunda armonía con la reina Ester del Antiguo Testamento, esa mujer fuerte, valerosa, dispuesta a ofrecer su propia vida por la salvación de su pueblo. Ahora Edith puede decir: 
"Estoy segura de que el Señor ha aceptado mi vida por todos. . . Ester había sido escogida de entre su pueblo precisamente para interceder ante el rey por ese mismo pueblo suyo. Yo soy una pequeha Ester pobre e impotente, pero el Rey que me ha escogido es infinitamente grande y misericordioso. Y éste es un gran consuelo". 
Era un pensamiento que no la abandonaba nunca. En 1941, para el onomástico de la Priora, Madre Antonia, compuso una poesía titulada Diálogo nocturno, en la que el protagonista era la reina Ester. En el momento trágico, Ester se acerca al soberano para implorar la salvación de su pueblo. Sumergida en una experiencía extática nocturna, se le aparece "un monte desnudo, y en el monte una cruz, y en la cruz estaba enclavado Alguien que sangraba por mil llagas. Y nosotros fuimos asaltados por la sed de saciarnos todos de salvación de la fuente que brotaba de esas llagas". Pero de repente desaparece la cruz. Su mirada se fija en una "luz dulce, beatificante, salida de las llagas de ese Hombre que acababa de morir alli en esa cruz...El mismo era la Luz, la eterna Luz, esperada desde hacía mucho tiempo: resplandor del Padre, salvación del pueblo". Ester encarnaba la particular religiosidad de sor Teresa Benedicta, para quien ella no era ya la figura bíblica ligada al Antiguo Testamento. Como éste continúa en el Nuevo, así también Ester, a través de la visión nocturna de Cristo Crucificado y de Cristo Luz, penetra en el nuevo, en el signo de la experiencía de la cruz. Lo mismo acaece en Edith. Ofrece su vida por el pueblo hebreo y su ofrenda es aceptada, no como la de una mujer hebrea, sino porque está iluminada por la fe en el inmenso valor redentivo del sacrificio de Cristo, porque está sumergida en el misterio de la Cruz y sostenida por la luz de la resurrección. 
La cruz constituye el centro de toda la vida espiritual de Edith. Pero de manera especial cuando se encarniza la persecución contra los hebreos, en el Carmelo se sitúa incondicionalmente al pie de la cruz. E1 domingo de pasión de 1939 pidió licencía para ofrecerse como "víctima de expiación al Sagrado Corazón de Jesús por la verdadera paz". E19 de junio escribía su testamento, que termina con estas palabras: "Desde ahora acepto la muerte que Dios me tiene reservada con perfecta sumisión a su santísima voluntad y con alegria. Ruego al Sehor que reciba mi vida y mi muerte pare su honor y alabanza. . . como expiación por la incredulidad del pueblo hebreo". 
En los escritos de estos últimos años predomina también el tema de la cruz revelando en ella un profundísimo anhelo de ensimismarse en Cristo crucificado, de ser con El y en El víctima de expiación. Nacen sus meditaciónes para la renovación de los votos: Las bodas del Cordero (1939 ), Ave Cruz (1940 ) y su estudio sobre la idea inspiradora de la vida y obra de san Juan de la Cruz, para la que escoge el título de Scientia crucis
Al cabo de tres años de permanencia en Echt, sor Teresa Benedicta tenía que ser incorporada al nuevo Carmelo. Pero los superiores no se decidían... Los motivos no eran muy claros. ¿Incertidumbre? ¿Sentimientos inconscientes de rechazo a una "extranjera"? ¿Había suficiente conveniencía como para dar este paso? Edith se abandonó confiada en las manos de los superiores. "Estoy contenta en cualquier caso". Pero no podía menos de decir a su Priora: "Una scientia crucis se puede adquirir solamente si se tiene la gracia de probar hasta el fondo la cruz. De esto he estado convencida desde el primer momento, y he dicho en mi corazón: Ave Cruz, spes unica!". 
Mientras escribía esta cuartilla, Edith pensaba también en su hermana Rosa, llegada a Echt, después de muchas travesías. Los superiores habían rechazado su petición de quedarse en el Carmelo como hermana externa. También la incertidumbre con respecto a Rosa, fuertemente sentida por sor Teresa Benedicta, la confirma en su silenciosa pero decidida orientación únicamente hacia la Cruz: 
"Como Jesus, en el abandono antes de su muerte, se entregó en las manos del invisible e incomprensible Dios, así tiene que hacer también el alma, arrojándose a ciegas en el oscuro total de la fe, que es el único camino hacia el Dios incomprensible" . 
Edith escribía estas palabras en su ensayo más original, titulado "Scientia crucis". Había emprendido este trabajo ante la invitación de los superiores con ocasión del IV Centenario del nacimiento de San Juan de la Cruz. Se quiso denominar a la obra, que quedó inconclusa, un modelo de estudio fenomenológico-teológico de la mística, surgido de una situación interior, espiritual y humana, de sufrimiento, que expresa su más elevada dedicación espiritual (Hingabe) al ideal de la Orden" y aparece también como "el desapego definitivo de la vida y la elevación por encima del finito, en la sublimación de cualquier otro padecimiento humano" (Post-scriptum de L.Gelber, ed. alemana, 295). 
Segun Edith, se tiene "una teología de la cruz que mana de la experiencia íntima" de San Pablo (Cfr. Scientia crucis, 37) y se trata en ella de "una verdad viva, real y activa, en la que entrevé "la norma de vida de los Carmelitas Descalzos". Descubre en San Juan de la Cruz un auténtico mensaje concentrado en el "verbo sobre la Cruz...que invade a todos los que se abren a su acción". Y. a pesar de todo, "la cruz no es en sí misma fin. Ella se corta en la altura, y hace una invitación a la altura. . . símbolo triunfal con el que Cristo toca a la puerta del cielo y la abre de par en par. Entonces brotan todos los haces de la luz divina, sumergiendo a todos los que van en pos del Crucificado" (ibid.38-39). Pero para llegar allí es preciso 
"pasar con El por la muerte de cruz crucificando como El la propia naturaleza con una vida de mortificación y de renuncia, abandonándose en una crucifixión llena de dolor y que desembocará en la muerte como Dios disponga y permita. Cuanto más perfecta sea tal crucifixión activa y pasiva, tanto más intensa resultará su unión con el Crucificado y tanto más rica su participación en la vida divina" (ibid.53). 
Sobre esta base se construye el camino hacia la experiencia mística, estudiado por Edith recurriendo a conceptos modernos de la filosofía de la persona, pero elaborados a la luz de la metafísica cristiana. El Dios trascendente puede revelarse al alma como Persona que se comunica con infinito amor, tocándola en lo más intimo de su ser. Pero también con su acción poderosa "de inserirse en el destino de las almas", obrando ''el renacer del hombre bajo la acción de su gracia santificante", Dios se revela. Cómo? En la noche de la fe como Tiniebla Divina. Los caminos del conocimiento de Dios, a los que dedica un breve estudio sobre la teología simbó1ica del Pseudo-Dionisio, recorren el camino de la theologia negationis o de la experiencia mística de la oscuridad. Para Edith, Dios tampoco se ha revelado más que en la "impenetrabilidad de sus msterios", acogida en actitud de fe, de esperanza y de amor. "Lo que nosotros creemos que vemos es solamente un reflejo fugaz de lo que el misterio divino oculta hasta el día de la claridad futura. Esta fe en la historia secreta debe confortarnos", escribía en 1941 en una carta (carta 283), debe procurarnos la paz. 
No hay duda de que sor Teresa Benedicta vivió sus últimos meses la noche de la fe, guiada por San Juan de la Cruz. Al contemplar la vida del místico Doctor del Carmelo que se sumerge en sus padecimientos de la última etapa, descubrió en su muerte la sublime conformidad con Cristo "alcanzada en la cumbre del Gó1gota" (Scientia Crucis, 45). Pocos meses después de haber escrito estas líneas, también ella llegaba a la última estación de su via-crucis. Arrancada de su monasterio, camino al encuentro de la Cruz del Gó1gota de Auschwitz. 
Desde enero de 1942 se daba cuenta de que su presencia en el Carmelo de Echt podía acarrear consecuencias desagradables para la comunidad. Holanda estaba ocupada por Alemania, y a través de una sutilísima red se multiplicaban los centros de las SS. Tanto Edith como Rosa fueron llamadas a Maastricht y tuvieron que dar informaciones por su propia cuenta. Se les exige también que lleven en el vestido la estrella amarilla, señal de que eran judías. Sor Teresa Benedicta trató por todos los medios posibles de encontrar una visa para Suiza para poder refugiarse en el Carmelo de Le Paquier. Pero la respuesta esperada no llega. ¿Qué hacer? ¿Esperar para tener por lo menos los documentos? ?Y marchar después? 
Aqui hay que pensar en que el Carmelo de Echt, situado en una pequeña ciudad holandesa, conocía muy poco de la triste realidad polític a y antisemítica del momento. Para salir, Edith hubiera tenido que dejar el país vestida de hábito religioso, sin un franco en el bolsillo, con la estrella judía sobre su pecho, y de este modo atravesar toda Alemania, expuesta a continuos peligros. Nadía la hubiera acompañado pare ayudarla y defenderla. Quizás se hubiera encontrado un camino para abandonar Holanda clandestinamente, vestida de seglar en medio de su rectitud, de su sinceridad y verdad absoluta en todo, no se sentía inclinada a huir. Más aún, no había que excluir en Edith una misteriosa intuición de que el plan divino con respecto a ella estaba a punto de realizarse. En efecto, la hora del sacrificio efectivo se acercaba. 
La causa para que estallaran el odio y el plan de exterminio de los hebreos holandeses, vino a ser la carta pastoral del Arzobispo Jong de Utrecht, leída el 26 de julio de 1942 en todas las iglesias de Holanda. Contenía ella la protesta de la Iglesia contra la deportación de los hebreos. La respuesta de las SS fue inmediata. Los hebreos bautizados, sacerdotes y religiosas de origen hebreo, fueron arrestados y deportados a campos de concentración. Entre ellos estaban Edith y Rosa. Dos oficiales alemanes de las SS llegaron al monasterio de Echt. Sor Teresa Benedicta fue obligada a abandonar el convento en el termino de cinco minutos. A la puerta, la esparaba Rosa. Sor Teresa Benedicta le tomó la mano y le dijo: "ven, vayamos por nuestro pueblo". Se entiende, el pueblo judío. 
En la noche entre el 2 y el 3 de agosto, llegaban al campo de concentración de Amersfort. Luego, en la noche ente el 3 y el 4 de agosto, los presos hebreos con muchos otros fueron trasladados al campo de Westerbork, situado en una zona completamente deshabitada al norte de Holanda. Edith logró todavía enviar una cuartilla a la Priora del Carmelo de Echt que confió a la madre de una religiosa, que llegó hasta el campo con las maletas de la hija. La fecha es del 6 de agosto. Contiene una brevísima petición de que le envíen medias de lana y dos mantas, y para Rosa, ropa de lana. Es importante la nota: "Mañana partirá un transporte (Silesía o Checoslovaquia? ) " . En un estudio grafológico se caracteriza el ritmo gráfico de esta última cartita, el que revela dos aspectos: 
"por una parte, un continuo decaer del impulso en progresiva flexión, y por otra una recuperación continua, hasta el punto de que, a pesar de todo presenta siempre el carácter de los demás diagramas, como una fisionomía indestructible. El grafólogo acostumbrado a leer la onda gráfica nota aquí un padecimiento indecible y al mismo tiempo una base de poder y dinamismo que manifiesta a pesar de todo". (N. Palaferri, Análisis de las grafíasde la beata Edith Stein, dactilografiado, Urbino 1988, 4)
El análisis viene a confirmar los testimonios recogidos acerca de Edith durante los cinco últimos días que pasó en el campo de concentración. Había aceptado voluntariamente su propio destino y lo había vivido haste el fondo, ofreciéndose como víctima por su pueblo hebreo. En su breve escrito Das mystische Sühneleiden (Expiación mística) había rubrayado: 
"E1 Salvador no está sólo en la Cruz...Todo hombe que en el tracurso de los tiempos soportó con paciencia un destino duro pensando en los padecimientos del Salvador y que asumió sobre sí voluntariamente una vocación expiatoria, ha contribuído con esto a aligerar la carga enorme de los pecados de la humanidad y ha ayudado al Señor a llevar su peso. Más aún, Cristo, la Cabeza, realiza la obra redentora a través de aquellos miembros de su Cuerpo Místico, que se le unen en alma y cuerpo para su obra de salvación . . . E1 sufrimiento reparador, aceptado voluntariamente, es lo que en realidad una más con el Senor". 
Con esta convicción Edith Stein quiso llevar valerosamente y con fuerza extraordinariía hastae el final su misión en la Iglesia. Hoy no hay duda de que las hermanas Stein, poco después de su llegada a Auschwitz-Birkenau fueron asesinadas en la cámara de gas. Edith tenía 51 años, Rosa 59. Un testigo ocular, Luis Schlütter, que poco antes de salir de Westerbork intercambió algunas palabras con Edith, refiere este testimonio suyo: "Cualquier cosa que pueda acaecer, estoy preparada para todo. Jesús está también aquí en medio de nosotros". Y Jesús tenía que estar entre los pobres judíos que, con el espasmo del terrible tóxico, terminaron su vida encerrados en el subterráneo de la "casa blanca" de Auschwitz. "Una muerte sufrida con magnanimidad, con el sello de un testimonio cruento sin igual" (Edwige Conrad Martius, en Relatio et vota, 141). 
  

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