(EDITH STEIN)
P. Eduardo Sanz de
Miguel, o. c. d.
El P. Rafael Walzer, abad benedictino de Beuron,
director espiritual y amigo entrañable de Edith Stein desde su conversión al
Catolicismo hasta su muerte, al hablar de ella, nos la define como una mujer
"con una vida interior de extraordinaria sencillez, de honda profundidad, de
rara serenidad". ¿Cómo se compagina esa "extraordinaria sencillez" con su
infatigable actividad intelectual y docente?. No olvidemos que Edith Stein fue
una de las primeras mujeres en doctorarse en Filosofía, activista feminista,
defensora del derecho de voto para la mujer, escritora de numerosos volúmenes de
filosofía y teología, conferenciante en varios países de Europa, que hablaba y
escribía con fluidez en alemán, inglés, francés, holandés, latín... Acerquémonos
a su figura y a su trayectoria personal para despejar algo de su misterio.
Durante la persecución nazi contra los judíos, Edith
Stein escribió un hermoso libro titulado "Estrellas amarillas". En él cuenta los
recuerdos de la vida en su familia: sus orígenes, sus ocupaciones, sus
relaciones, etc. Ella nos dice en el prólogo: "yo quisiera narrar
sencillamente mis experiencias de la humanidad judía". En realidad, nos hace
un clarísimo análisis de la situación social, política, religiosa e intelectual
de Alemania en la primera mitad del siglo XX. En sus páginas se nos habla de sus
parientes, del culto en la sinagoga y en las casas hebreas, del cuidado de los
niños y de los ancianos, de economía doméstica e industrial, de la vida en el
campo de batalla y en los hospitales durante la primera guerra mundial, de los
estudios universitarios y de su relación con los principales pensadores de la
época, de la ideología nazi y de sus prácticas antisemitas... En fin, nos
encontramos ante una obra completísima, de una riqueza de datos y profundidad de
contenidos sorprendente. Además, está escrita con un estilo tan ágil, que se lee
como una novela.
Sus bisabuelos, sus abuelos y sus padres eran
profundamente piadosos: observantes de todas las prescripciones judías, con un
altísimo concepto de la honestidad y de la justicia, austeros y trabajadores,
generosos en sus limosnas, ayunos y oraciones, y -al mismo tiempo- respetuosos
de los que profesaban otra religión o tenían otras ideas. Al hablar de la
formación de su madre y de sus tíos en la escuela que su propio abuelo había
fundado nos dice: "Se les había inculcado siempre el respeto a todas las
religiones y jamás debían decir algo contra una religión distinta de la de
ellos". La gran pena de la señora Augusta será el no haber conseguido
transmitir su profunda fe y vida de piedad a sus hijos.
Edith fue la última de los 11 hijos del matrimonio
compuesto por Siegfried Stein y Augusta Courant (sólo 7 de ellos llegarían a
edad adulta). Su padre murió cuando ella apenas contaba con 2 años. Los
parientes de su madre le ofrecieron su ayuda e intentaron convencerla para que
vendiera la arruinada industria maderera que poseía en Breslau, pero ella
decidió hacerse cargo del negocio y lo levantó con su esfuerzo, con su
inteligencia, con sus atenciones a los clientes y, como a ella le gustaba
repetir, con la ayuda del Altísimo. Su serrería llegó a ser la más importante de
toda la comarca.
Nació Edith en 1891, el día del Yon Kipur (fiesta de
la expiación), que ese año cayó el 12 de octubre. Así la describe ella: "Una
vez al año, en el día más grande y más santo del año, el día de la
Reconciliación, entraba el sumo sacerdote al Santo de los Santos, a la presencia
del Señor, para orar por sí mismo, por su casa y por todo el pueblo de Israel,
para asperjar el trono de gracia con la sangre del macho cabrío sacrificado,
purificando así el santuario de sus propios pecados y de los de su casa y de las
impurezas de los hijos de Israel y de sus transgresiones y de todos sus pecados".
En los tiempos de Edith se celebraba dedicando el día entero al ayuno y a la
oración, pidiendo a Dios el perdón y la misericordia para todos los pecadores.
Toda su vida consideró una señal la fecha de su nacimiento, convencida en que
habría de marcar el desarrollo de su destino.
Edith pronto conoció las alegrías y los problemas de
los niños superdotados: es la preferida de su madre, aprende en seguida a leer,
consigue siempre las calificaciones más altas en la escuela, se lleva todos los
premios, se ensalza su inteligencia... A ella no le gustaban las alabanzas:
"Era para mí un momento muy desagradable el tener que atravesar la clase entre
dos filas apretadas de alumnos para llegar a la presidencia, donde estaban
sentados todos los profesores del colegio... A mí no me gustaba que se le diese
tanta importancia y que se comentase con todos los parientes y conocidos".
Ella ha aprendido desde pequeña algo que repetirá siempre: "Es más importante
ser buena que ser inteligente". De hecho, a lo largo de los años, sus
propios compañeros le pedirán explicaciones extraescolares y ayuda en los
trabajos. Su inteligencia no la separó de los otros niños o jóvenes, que
buscaban su compañía y su amistad.
A los 14 años -contra el parecer de todos sus
parientes y profesores- deja la escuela: se plantea innumerables preguntas sobre
el sentido de la vida y le aburre la ausencia de unos programas que capten su
interés y estimulen su inteligencia. Más tarde escribirá al respecto: "Estaba
harta de aprender". Su madre la manda a Hamburgo, para que ayude a su
hermana Elsa, que espera su segundo hijo y tiene problemas matrimoniales. Allí
tiene mucho tiempo para pensar y da una respuesta aparentemente definitiva al
problema religioso: "dejé la fe de forma plenamente consciente y por libre
decisión".
4. BUSCADORA DE LA VERDAD.
Al año vuelve a la casa materna y reemprende los
estudios de bachillerato. "Estaba convencida de haber nacido para algo muy
grande" y participa en numerosas actividades organizadas por grupos de
estudiantes o por el naciente movimiento feminista en favor del derecho a voto
de la mujer o reclamando la igualdad de derechos y oportunidades con el hombre.
Dotada de raras cualidades para captar las ideas de los demás y de una gran
facilidad de palabra y de trato, se reúne en torno a ella un grupo de amigos que
la admira, la corteja y participa en sus clases particulares, encuentros de
discusión, asociaciones sociales y políticas, etc.. Al terminar el bachillerato,
algunas compañeras de clase publican un poema donde se dedica una estrofa a cada
estudiante. En una época en que la mujer no tiene derecho a voto ni posibilidad
de ocupar cargos políticos, dicen de ella: "Igualdad para la mujer y el varón
/ así clama la sufraguista. / Ciertamente, la veremos algún día / en el
ministerio".
Se convierte en una de las primeras mujeres que
acceden a la Universidad (el máximo estudio al que podían aspirar hasta entonces
era el de Magisterio) y estudia Germánicas, Historia y Psicología. Las continuas
referencias que se hacen en clase al profesor Edmund Husserl y a su método
fenomenológico despiertan su interés y la llevan a dedicarse a la Filosofía y a
trasladarse a Götingen, donde él enseña, en el año 1913. Ella nos relata cómo se
encontró por primera vez con su querido profesor. Él realizó una entrevista con
los nuevos alumnos que querían matricularse y un interrogatorio personal para
ver si estaban capacitados. "Cuando yo le
dije mi nombre, él añadió:
- El Dr. Reinach me ha hablado de Usted. ¿Ha leído
Usted algo mío?
- Las Investigaciones Lógicas
- ¿Todas las Investigaciones Lógicas?
- También el segundo tomo completo
-¿Incluso el segundo tomo?. Entonces, es Usted una
heroína, dijo sonriendo. Así fui admitida".
Allí se encuentra con Max Scheler, Adolf Reinach,
Hedwig Conrad-Martius y muchos otros pensadores jóvenes. En este círculo,
aprendió a estudiar Filosofía sin prejuicios de ninguna clase. Quedó
impresionada por la objetividad de la fenomenología y por el rigor de su método
científico. Quiere conocer la verdad de las cosas y de los acontecimientos, el
sentido del ser y de la existencia humana. Empieza a trabajar en su tesis
doctoral sobre la empatía (la capacidad de conectar con los otros).
5. "ESTAMOS EN EL MUNDO PARA SERVIR A LOS
DEMÁS".
En 1915, la mayoría de sus compañeros de estudios y
los profesores más jóvenes se encuentran en el frente, en plena guerra mundial.
Edith se da cuenta de la trascendencia del acontecimiento y se alista como
voluntaria en la Cruz Roja para atender a los heridos infecciosos cerca del
frente. "Ahora mi vida no me pertenece. Todas mis energías están al servicio
de este gran acontecimiento. Cuando haya terminado la guerra, si sigo viviendo,
entonces podré pensar de nuevo en mis asuntos privados", escribirá. Hizo
prácticas en su propia ciudad, en los pabellones de tuberculosos y de cirugía.
Mientras esperaba su convocatoria realizó las pruebas orales de licenciatura
(capacitación para la enseñanza): "El examen me parecía algo ridículamente
sin importancia en comparación con los acontecimientos que vivíamos". Una
vez en su destino, ayudó día y noche, con tanto desinterés, arrojo y cariño, que
consiguió cambiar poco a poco el ambiente moralmente degradado de su entorno.
Acabado su servicio vuelve a casa y, mientras
sustituye a un profesor de latín gravemente enfermo, continúa trabajando en su
tesis doctoral, ahora sobre "El problema de la intuición", que defiende en 1916.
Durante los dos años siguientes trabajó como colaboradora de Husserl, cosa
verdaderamente novedosa para una mujer en aquellos tiempos. Ella quería ayudar
al maestro genial a avanzar en sus investigaciones, a publicar las nuevas obras
que los especialistas esperaban de él, para lo que asistía a todas sus clases y
daba seminarios de presentación de su pensamiento. Sin embargo, los horrores de
la guerra y la muerte de su hijo habían frenado sus energías y le impiden
concluir ningún proyecto.
En 1918 se independiza, con el deseo de seguir con
sus trabajos científicos personales y con la pretensión de conseguir una cátedra
en la Universidad, lo que no logrará a pesar de sus repetidos intentos. Sí
conseguirá que en 1920 el gobierno publicara un decreto en favor de que las
mujeres tuvieran acceso a cátedras universitarias, aunque se aplicará algo más
tarde. Su puesto como ayudante de Husserl lo ocupará Heidegger.
Desde que entró en la universidad, se encontró con
compañeros cristianos y leyó obras de pensadores religiosos, aunque se acercó a
la religión como un "fenómeno" más de los que se daban en su entorno. Ella
buscaba la verdad con todas las fuerzas de su razón y no podía aceptar unos
presupuestos no racionales, aunque algunos acontecimientos le suscitaron
interrogantes.
En 1915, durante su trabajo como enfermera, le
impresionó profundamente la oración que una esposa había colocado en el bolsillo
de su joven marido y que ella encontró al morir aquél. En 1916, mientras
visitaba la catedral de Frankfurt, entró una vendedora de verduras, depositó su
cesta en el suelo y se arrodilló, permaneciendo en oración silenciosa. Nunca
olvidaría esa escena. En las sinagogas y en las iglesias protestantes se rezaba
durante el culto, pero nunca había visto antes una persona que acudiera al
Templo vacío y permaneciera recogida en silencio "como si de una conversación
confidencial se tratara". Poco después, tuvo otra experiencia orientadora.
Su amigo Reinach había muerto en la guerra y se dirigieron a ella para que
ordenara su herencia científica. Se sintió feliz del encargo, pero temía
encontrase con su mujer, porque no sabía qué decirle. Sin embargo, en lugar de
una mujer desesperada, se encontró con una persona llena de paz y de esperanza.
La joven viuda dejó muy pensativa a Edith cuando le explicó que sacaba fuerzas
de la fe en Cristo crucificado, que resucitó de entre los muertos. "En ese
momento, mi incredulidad se hundía, y yo vislumbré por vez primera la fuerza de
la Cruz", escribirá más tarde. En 1920 sufría por no encontrar el sentido
último de la vida. Preguntó a un conocido y culto judío por su imagen de Dios.
Recibió una respuesta breve: "Dios es espíritu. Más no se puede decir".
La filósofa apasionada se sintió decepcionada. "Me sentía como si me hubieran
dado una piedra en lugar de pan para comer". Tampoco le convencieron las
ideas del filósofo cristiano Kierkegaard.
Pero el acontecimiento decisivo para su conversión
tuvo lugar durante el verano de 1921. Edith pasó un tiempo en la casa de un
matrimonio de amigos filósofos (Theodor y Hedwig Conrad-Martius). Una tarde,
mientras estaba sola, buscó un libro para entretenerse y sacó de una estantería
la autobiografía de Santa Teresa de Jesús. La leyó con verdadero entusiasmo
durante toda la noche y exclamó al final: "Aquí está la verdad". Hasta
entonces había pensado que la verdad era un problema intelectual, ahora había
descubierto que era una cuestión relacional. Se había encontrado con el Dios
vivo y personal, bueno y misericordioso que nos busca y nos invita a su amistad.
Se compró un Catecismo Católico, un misalito y
algunos libros más. Cuando se los aprendió, se presentó a un sacerdote y le
comunicó que quería ser bautizada. Podemos imaginar la sorpresa del pobre cura.
Para entonces Edith era una mujer famosa: filósofa, escritora, conferenciante...
y todo el mundo conocía su ascendencia judía. Le comunicó que antes del bautismo
había que prepararse en el estudio de los contenidos de la fe, a lo que recibió
una respuesta aún más sorprendente: "pregúnteme". El sacerdote no salía de su
asombro ante las respuestas de Edith, ya que parecía saber más teología que él
mismo. El 1 de enero de 1922, a los 30 años de edad, fue bautizada con el nombre
de Teresa. Esa misma mañana recibió la Primera Comunión. El 2 de febrero fue
confirmada por el obispo de Espira (Speyer) en su capilla privada.
7. PROFESORA, CONFERENCIANTE Y ESCRITORA CATÓLICA.
Desde el momento de su conversión manifestó el deseo
de entrar en el Carmelo cuando llegase el momento oportuno, pero sus confesores
se lo desaconsejaron: debía emplear sus talentos intelectuales para servir a la
Iglesia en el mundo. Así que le buscaron un puesto como enseñante de Alemán y de
Historia en el colegio de las dominicas de Espira. En el contacto con sus
alumnas, no se limitará a las clases, sino que las forma en el campo cultural,
social, político y sexual (cosas inauditas en su época). Vivía con las
religiosas y participaba con ellas del rezo del Oficio Divino, dedicando largos
ratos a la oración silenciosa. Al mismo tiempo, tradujo las cartas y diarios del
cardenal Newman y la obra "De Veritatis" de Sto. Tomás. Fue asumiendo así la
concepción cristiana del mundo: "Aprendí de Sto. Tomás que se puede hacer un
Oficio Divino incluso de la ciencia y que se puede vivir en medio de este mundo
una vida contemplativa".
Sus días de vacaciones, especialmente los de Semana
Santa y Pascua, los pasaba en la abadía benedictina de Beuron; lugar de gran
importancia por su vida litúrgica y su irradiación cultural. Allí se siente en
"la antesala del cielo". Allí participa de las aspiraciones del
movimiento litúrgico, que quiere ofrecer como alimento al Pueblo de Dios los
tesoros de las celebraciones de la Iglesia (no olvidemos que las ceremonias se
hacían en latín, sin participación del pueblo, que no comprendía los ritos ni el
idioma de las oraciones). Sobre estos temas escribe artículos y pronuncia
conferencias.
Los medios de opinión pública católica se fijan en
Edith y es continuamente requerida para hablar por la radio, escribir artículos
en revistas y dar conferencias en congresos y encuentros de la Asociación de
maestras, Federación de mujeres, Asociación de académicos... Se requiere su
presencia en Alemania, Austria, Francia, República Checa, Holanda... Durante
este tiempo, publicó también una "Carta mensual para mujeres profesionales".
Todo el mundo se sorprende de su capacidad de trabajo y de la generosidad de su
entrega.
Su tema preferido y más tratado era el de la
formación de la mujer y su puesto en la sociedad. Insiste en que reivindicar sus
derechos y la igualdad con el hombre no tiene sentido, si esto significa asumir
los modelos masculinos, abandonando su propia especifidad. La mujer debe basar
sus reivindicaciones en lo que ella es, por constitución natural y psicológica.
Trabaje donde trabaje, realice la profesión que realice, debe hacerlo desde su
condición femenina: "La mujer, con independencia de la profesión que elija,
corresponda o no a su especifidad, puede en cualquier lugar dejar la huella de
su condición femenina, y con ello ser una bendición".
También reflexiona sobre el papel de la mujer en la
Iglesia. Está convencida de que su presencia y sus capacidades propias son
imprescindibles para el buen funcionamiento del Cuerpo de Cristo, en el que cada
miembro debe realizar su tarea: "Todos aquellos que participan de la
redención se convierten en hijos de la Iglesia, y en ello no hay diferencia
entre hombres y mujeres. Pero la Iglesia no es sólo una comunidad de creyentes,
sino el Cuerpo Místico de cristo, es decir, un organismo en el que cada cual
asume el carácter de miembro y de órgano, determinado por naturaleza y por dones
sucesivamente y en cuanto al fin de todo. Por eso a la mujer en cuanto tal le
corresponde en la Iglesia una particular posición orgánica". En el "tema
tan difícil y controvertido del sacerdocio de la mujer", nos dirá que
"desde el punto de vista dogmático, no veo dificultad en que a la Iglesia se le
pueda permitir llevar a cabo esa, hasta ahora, inaudita innovación". Hay que
añadir, no obstante, que por su parte no se sentía llamada por esa vía. De todas
formas, "con ordenación sacerdotal o sin ella, hombre y mujer, todos están
llamados al seguimiento de Cristo".
En 1932, Edith fue llamada al Instituto Alemán de
Pedagogía Científica, en Munich, para dar las clases de Antropología Filosófica
y Teológica, además de Pedagogía. Fue el período inmediatamente anterior a que
Hitler llegase a ser canciller del Tercer Reich. Entonces ya comenzaban los
disturbios por todo el país. Edith, mujer de amplia experiencia y conocimientos
políticos, se dio cuenta de que el nazismo no era sólo un partido político, sino
una visión del universo, una ideología arreligiosa y dictatorial. Preveía las
persecuciones futuras para el pueblo judío y para la Iglesia e intentó incluso
que el Papa Pío XI publicara una encíclica sobre el problema, aunque no lo
consiguió.
Como nunca había negado su ascendencia judía, se le
prohibió toda actividad docente. Algunos amigos le ofrecieron un puesto de
profesora en colegios de América del Sur, pero ése no era su camino. Finalmente,
libre de todo obstáculo, pudo entrar en la Orden de Sta. Teresa. El 14 de
octubre de 1933, a la edad de 42 años, ingresó en el Carmelo de Colonia. El 15
de abril de 1934 toma el hábito con el nombre de Teresia Benedicta a Cruce (que
se puede traducir por Teresa Bendecida de la cruz o por Teresa Bendecida por la
Cruz). Ella misma nos explica el significado que dio a su nombre religioso:
"Cuando elegí el nombre a Cruce, lo hice por el destino de mi pueblo, porque ya
entonces se podía prever que iba a sufrir mucho. Pensé que quienes entendíamos
que los acontecimientos políticos significaban para nosotros la Cruz de Cristo,
tendríamos que llevar esa Cruz en el nombre de todos". Sabe que el Señor
está padeciendo en sus hermanos de raza y quiere unirse con Cristo por todos
ellos, para compenetrarse con la Cruz que a todos salva.
El 21 de abril realiza su Profesión Religiosa,
plenamente consciente del compromiso que adquiere: oración, convivencia sencilla
con las hermanas, trabajo manual, amor a la Iglesia. Al explicar la vocación
carmelitana nos dice: "Quien ingrese en el Carmelo tiene que entregarse
totalmente al Señor. Sólo la que valore su lugarcito en el coro frente al
Tabernáculo más que todas las glorias del mundo puede vivir aquí; y aquí
encontrará, sin duda alguna, una felicidad como no la puede dar ninguna gloria
del mundo. Nuestro horario nos garantiza horas de diálogo a solas con el Señor,
y sobre ellas se fundamenta nuestra vida... Para las carmelitas, en sus
condiciones de vida cotidiana, no existe otra posibilidad de responder al amor
de Dios que cumpliendo sus obligaciones diarias, hasta las más pequeñas, con
fidelidad; como un pequeño sacrificio, que exige de un espíritu vital la
estructuración de los días y de toda la vida, y esto llevado con alegría día a
día y año a año; presentando al Señor todas las renuncias que exige la
convivencia constante con personas totalmente distintas, con una sonrisa de
amor; no dejando escapar ninguna ocasión de servir a los demás con amor...
Nuestra santa Regla nos ordena seguir el ejemplo de S. Pablo, que se ganaba el
pan con el trabajo de sus manos. Este trabajo tiene para nosotros un carácter de
servicio y nunca de fin. El contenido propio de nuestra vida permanece el mismo:
el estar postrados ante el rostro de Dios... Somos un manantial de gracia que
brota en medio del mundo, sin que nosotras sepamos a dónde se dirige y sin que
los hombres que la reciben sepan de dónde viene".
Nos ha dejado algunas páginas sobre la oración de
una belleza y profundidad tal, que la colocan a la altura de Sta. Teresa de
Jesús, Sta. Teresita, S. Juan de la Cruz y demás gigantes de la espiritualidad
que la precedieron en el Carmelo, y cuyas obras estudia y comenta: "La
oración es el trato del alma con Dios. Dios es amor, y amor es bondad que se
regala a sí misma; una plenitud existencial que no se encierra en sí, sino que
se derrama, que quiere regalarse y hacer feliz. A ese desbordante amor de Dios
debe toda la creación su ser. Las criaturas más dignas son los seres dotados de
espíritu, que reciben ese amor de Dios entendiéndole y que libremente pueden
corresponder: los ángeles y los hombres. La oración es la hazaña más sublime de
la cual es capaz el espíritu humano. Pero no es rendimiento humano sólo. La
oración es como la escala de Jacob, por la que el espíritu humano trepa hacia
Dios y la gracia de Dios desciende a los hombres".
Sus superiores le piden que continúe su actividad
científica en el Carmelo. A pesar de tener el horario fragmentado por las
actividades conventuales y de no contar con una biblioteca adaptada, escribe
artículos sobre la historia y espiritualidad del Carmelo, sobre la mística de
Dionisio Aeropagita y trabaja en su gran obra: "Ser finito, ser eterno", donde
recoge su pensamiento filosófico, teológico y antropológico, asimilando la
doctrina de los Doctores de la Iglesia, de la Escolástica, de los Místicos
carmelitas y de la Filosofía moderna. En 1942 se debía celebrar el IV centenario
del nacimiento de S. Juan de la Cruz. Para ese acontecimiento le encargaron una
obra donde interpretara la Cristología y el pensamiento del Santo: "La ciencia
de la Cruz", que dejará inconclusa y se publicará después de su muerte.
Su identificación con el misterio de la Cruz se
intensifica. Le preocupa la persecución que sufre su pueblo, familiares y
amigos. Su madre ha muerto por entonces, algunos seres queridos han emigrado a
otros lugares de Europa o América, otros han sido deportados a campos de
concentración. Está dispuesta a compartir el destino de su pueblo, pero sabe que
toda su comunidad corre peligro si permanece en ella. El 31 de diciembre de 1938
es trasladada al convento de Ech, en Holanda. Su hermana Rosa va con ella,
admitida por las religiosas como portera del monasterio. Por entonces escribe:
"Experimento muy vivamente que en esta tierra no tenemos un hogar permanente".
En 1940 los alemanes invaden este país y fichan a todos los judíos. Se intenta
enviarla a Suiza, pero los permisos necesarios llegan demasiado tarde.
9. MÁRTIR DE CRISTO Y DE SU PUEBLO.
Los obispos holandeses prepararon en unión con los
demás líderes de Iglesias cristianas una durísima carta de denuncia de los
excesos del nazismo y de su persecución del pueblo judío. Debía ser leída en
todas los Templos el 24 de Julio de 1942. Al final, sólo se lee en las Iglesias
católicas. La respuesta es inmediata: todos los judíos católicos son deportados
a campos de exterminio. El 2 de agosto se presentan los agentes de las SS en el
Carmelo y se llevan a las hermanas Stein. Edith dice a Rosa: "Ven, vayamos
por nuestro pueblo". Algunos supervivientes del campo de concentración de
Westerbork testimoniaron que Edith se esforzaba por ayudar a todos en aquél
terrible lugar. Desde la cárcel escribe: "Aquí hay tantas personas que
necesitan consuelo... y esperan recibirlo de las carmelitas". El 7 de Agosto
es deportada a Auschwitz en un tren que llega a su destino el día 9. El mismo
día murió en la cámara de gas junto con su hermana Rosa y los demás compañeros
de viaje. En su testamento, redactado en 1939, había escrito: "Desde ahora
acepto con alegría y con perfecta sumisión a su santa voluntad, la muerte que
Dios me ha reservado. Pido al Señor que se digne aceptar mi vida y mi muerte
para su honor y su gloria; por todas las intenciones del Sagrado Corazón de
Jesús y de María y de la Santa Iglesia, de modo especial por el mantenimiento,
santificación y perfección de nuestra Santa Orden, particularmente los Carmelos
de Colonia y Ech; en expiación por la incredulidad del pueblo judío y para que
el Señor sea acogido por los suyos y venga su reino de Gloria; por la salvación
de Alemania y la paz en el mundo; finalmente, por mis familiares, vivos y
difuntos, y por todos los que dios me ha dado: que ninguno de ellos se pierda".
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