miércoles, 24 de diciembre de 2014

LA HIGUERA Y LA CUEVA DE LADRONES.

 
Una de las acciones más extrañas e insensatas de Jesús es la de haber maldecido a una pobre higuera culpable de no dar frutos en una estación que no era la de higos (Mc 11,12-14.20-22)

Indudablemente este episodio, separado del contexto, puede hacer nacer sospechas acerca del equilibrio psíquico de Jesús.

La perícopa de la maldición de la higuera, construida según el esquema del tríptico, forma parte de las dos tablas laterales que adquieren su significado solamente en relación con la tabla central, que es la de la entrada de Jesús en el templo de Jerusalén (Mc 11,15-19).

En la primera parte del tríptico (Mc 11,12-14) escribe el evangelista que Jesús buscando frutos de una higuera, "no encontró más que hojas".

El árbol engaña: el esplendor exterior enmascara su total esterilidad. El motivo de la ausencia de frutos, subrayado por el evangelista con la expresión "no era tiempo de higos" une este episodio a la primera palabra pronunciada por Jesús en este evangelio: "Se ha cumplido el plazo, está cerca el reinado de Dios. Enmendaos y tened fe en esta buena noticia" (Mc 1,15).

Junto a la vid, la higuera erauna de las plantas con las que se representaba a Israel: "La higuera es la casa de Israel" (Apoc. de Pedro, 2; 1 Re 5,5; Os 9,10). Dios había establecido con Israel un pacto: si el pueblo hubiese practicado sus enseñanzas, él lo habría protegido, y los hebreos con su vida refulgente de justicia y santidad habrían debido hacer ver a los pueblos colindantes que el Dios de Israel era el verdadero Dios (Dt 6-7).

Pero la infidelidad del pueblo había hecho que si Israel esra igual a las naciones paganas en cuanto a la opresión y violencia, su posición era más grave, puesto que la injusticia se ejercía, en nombre del verdadero Dios.

Jesús, venido para pedir cuenta del fruto de esta alianza, encuentra que Israel se había convertido en un lupanar de injusticias y perversidades, donde "profetas y sacerdotes son unos impíos, hasta en mi templo encuentro maldades" (Jer 23,11).

El "tiempo" no había sido de frutos, haciendo vanos todos los cuidados del Señor para con su pueblo, como constataron amargamente los profetas: "Esperó que diese uvas, pero dio agrazones. Esperó de ellos derecho, y ahí tenéis: asesinatos; esperó justicia, y ahí tenéis: lamentos" (Is 5,2.7).

Por esto Jesús declara caducada la alianza porque, como la higuera sin frutos, aquélla es ya inútil. En la otra talba del tríptico (Mc 11,20-21) está la confirmación de lo anunciado por Jesús: "la higuera se secó de raíz".

En el centro de los dos episodios relativos a la higuera, el evangelista inserta la irrupción de Jesús en el templo (Mc 11,15-19).

El episodio es conocido como la "expulsión de los mercaderes del templo", pero Jesús no expulsa solamente a los vendedores: junto a éstos expulsa también a los compradores ("se puso a echar a los que vendían y compraban allí").

La acción de Jesús no tendía a purificar el templo, sino a abolir su culto.

Por esto se lanza contra el sacro mercado e impide el paso de los utensilios necesarios para el culto.

Privándolo de las ofrendas, Jesús golpea en su fuente la vitalidad del templo que, como la higuera sin linfa vital, "se seca de raíz".

En la figura de la higuera estéril el evangelista representa el templo, símbolo de la institución religiosa que, con todo su esplendor de palacios sagrados, sagradas ceremonias, sagrados adornos, sagrada vajilla, esconde la ausencia total de Dios.

En este lugar donde todo es demasiado santo, no hay ya lugar para el único Santo: de él, en verdad, no se siente gran nostalgia, en cuanto que está bien reemplazado por la presencia de su más concreto rival "Mammón", el dios-lucro.

Jesús denuncia que el templo, llamado a ser la casa de oración para todos los pueblos, se haya transformado en realidad en una "cueva de ladrones".

Esta expresión, que indica el lugar donde los bandidos esconden lo robado, está tomada de una invectiva contra el templo y el culto en la que el profeta Jeremías anunciaba la destrucción total del templo: "¿Creéis que es una cueva de bandidos este templo que lleva mi nombre?... Por eso trataré al templo que lleva mi nombre, y os tiene confiados, y al lugar que di a vuestros padres y a vosotros lo mismo que traté a Siló" (Jr 7,11.14).

Las autoridades religiosas han transformado el lugar santo en una cueva de la que no tienen ni siquiera necesidad de salir para andar a depredar a sus víctimas: la gente acude allí voluntariamente, creyendo que para ellos es un bien ser expoliados para gloria de Dios (y los bolsillos de los sacerdotes).

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