Al talante abierto demostrado por el letrado, responde Jesús con una
invitación implícita: «No estás lejos del reino de Dios- (Mc 12,34).
Expresión que remite a la predicación inicial de Jesús: «Está cerca el
reinado de Dios. Enmendaos y tened fe en esta buena noticia- (Mc 1,15).
Todo el que está por el bien del hombre, no se halla lejos del reino, pero para entrar en él es necesaria la conversión, un cambio radical de mentalidad en la escala de los valores que regulan la propia existencia, renunciando a toda clase de prestigio para poder poner la propia vida al servicio de los hombres.
Por esto Jesús, al único letrado que se había ofrecido voluntariamente a seguido (“Maestro, te seguiré adonde quiera que vayas”), le había objetado: -Las zorras tienen madrigueras y los pájaros nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza- (Mt 8,19-20).
Mientras la Escritura enseñaba que no se puede fiar uno -de un hombre que no tiene un nido» (Eclo 36,27), Jesús avisa al letrado, acostumbrado a los -primeros puestos-(Mc 12,39), que, para seguirlo, hay que abandonar toda ambición de honores y de prestigio, aceptar ser considerados los últimos de la sociedad y valer menos que los animales considerados más inútiles (los pájaros, Lc 12,6; Mt 6,26) e insignificantes (las zorras, Ne 3,35; P. Ab. 4,20).
Una invitación, una propuesta.
Pero el letrado no da la adhesión a Jesús.
Permanece con su saber teológico que no se trasforma en práctica.
Para él se trataba solamente de una cuestión teórica (-dicen, pero no hacen-, Mt 23,3), Y no da el paso de la adhesión a un Jesús que lo invitaba a colaborar de hecho en la construcción de una sociedad nueva (el reino), desembarazándose de todo elemento de injusticia, de toda pretensión de superioridad.
La reacción de Jesús es inesperadamente dura. Comienza ridiculizando la enseñanza de los letrados, demostrando su inconsistencia (Mc 12,35-37), invitando a la gente a abrir los ojos y a librarse de su dominio: aquellos que pretenden ser los guías espirituales del pueblo no sólo no entran en el reino, sino que impiden el acceso incluso a los que quisieran entrar en él (Mt 23,13).
La invectiva termina poniendo en guardia ante esta categoría de personas, cuya religiosidad así exhibida y ostentada esconde en realidad intereses inconfesables (Mc 12,38-40).
En compañía de Jesús se encuentran descreídos y pecadores, pero no los pertenecientes a la jerarquía religiosa que en los evangelios son presentados siempre hostiles a Jesús hasta el punto de quererlo muerto.
Personas y lugares religiosos se revelarán los más peligrosos para el Hombre-Dios.
En una sinagoga se tomará la decisión de asesinarlo (Mc 3,1-6) y en el templo intentarán apedrearlo (Jn 10,31-33).
La condena de Jesús a muerte emanara del más alto cargo religioso del país, el sumo sacerdote, con, la aprobación de todo el Sanedrín: setenta y una excelentísimas y reverendísimas personas que desencadenarán contra Jesús todo su rencor escupiéndole en la cara, abofeteándolo, golpeándolo y mofándose de él (Mt 26,65-68).
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