La eucaristía (del griego
εὐχαριστία, eucharistía, «acción de gracias»), llamada también
Sagrada Comunión,[1]
Cena del Señor,[2]
Fracción del Pan, Santísimo Sacramento, Santos Misterios o Santa Cena,
según la tradición de las iglesias Católica, Ortodoxa, Copta, Anglicana
y algunas denominaciones Luteranas,
es el sacramento del
Cuerpo y de la Sangre de Jesucristo bajo las especies de pan y vino, que
por medio de la consagración se convierten en su cuerpo y sangre.
En la Iglesia Católica Apostólica y Romana, la Iglesia Católica Ortodoxa y en la Iglesia Ortodoxa Copta, la eucaristía es la fuente y culmen de la vida de todo cristiano. Es signo de unidad, vínculo de caridad y banquete pascual en el que se recibe a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da prenda de la vida eterna (Cfr. Compendio del Catecismo de Doctrina Católica n. 271).
La teología católica considera a la eucaristía como un sacramento instituido por Jesucristo durante la Última Cena. Ahora bien, esto se dio, según los relatos evangélicos en un contexto amplio:
El Concilio de Trento intervino reinstaurando la tradición ya contenida en los escritos de los padres de la Iglesia acerca del sacrificio de la misa. Sin embargo, partió de allí también la reflexión sobre la especificidad del carácter de tal sacrificio. Existe un carácter sacrificial pero no queda clara la relación que existe entre el sacrificio redentor de Cristo y el sacrificio eucarístico, cómo y en qué medida la eucaristía es memorial, presencia del único sacrificio de la cruz, y en qué medida este único sacrificio debe hacerse presente en la eucaristía por la Iglesia a favor de la salvación del mundo.
Para referirse a la relación con el único sacrificio de Cristo, los padres usan de terminología mistérica: imagen, semejanza, símbolo, tipo, misterio pues nos hace presentes en el misterio de la muerte ya acaecida del Salvador.
Pedro Lombardo afirma en el libro de Sentencias: «La misa es llamada 'sacrificio y oblación porque es memoria y representación del verdadero sacrificio y de la santa inmolación hecha en el altar de la cruz... él es inmolado cada día en el sacramento, porque en el sacramento se cumple la memoria de cuanto ha sido realizado una sola vez'» (dist. 12 7).
Tomás de Aquino usa el verbo «repraesentat» para referirse a la eucaristía en relación con el sacrificio de Cristo.
Así, dada la dificultad de comprender el fondo teológico de la expresión «representar» se fue pasando de la representación de naturaleza sacramental a una de tipo simbólico-dramática que terminó por disminuir considerablemente la práctica de la comunión por parte de los fieles.
Según el teólogo Max Thurian las tendencias interpretativas que dieron pie a las críticas de los reformadores eran las siguientes:
Martín Lutero afirma que, dado que el hombre sólo es justificado por Dios a través de la fe y no de las obras, la misa es una obra humana más sin mayor eficacia que el de aumentar la fe. El sacrificio de Cristo es uno solo y la misa es un don recibido, no una ofrenda sacrificial que podamos dar a Dios. Por ello, abolió el canon romano y las misas privadas, dejando solo el recuerdo de la Cena.
Zuinglio, partiendo también del hecho de que el sacrificio de Cristo es único, afirma que la misa es sólo un recuerdo del sacrificio, una garantía de la redención que nos obtuvo el Señor.
Calvino afirma no sólo la unicidad del sacrificio, sino también del sacerdote que excluye cualquier sucesor o vicario. Tras algunos titubeos, debidos a la claridad de los padres de la Iglesia en este argumento, afirmó sólo el sentido de la Cena como recuerdo dejado por Cristo a sus discípulos.
Recientemente algunos reformadores han vuelto a considerar la teología del sacrificio eucarístico y en los documentos teológicos elaborados entre católicos y luteranos o anglicanos hay diversas posiciones más o menos cercanas, aunque todavía no comunes.
Se siguieron varias teorías que partiendo de la definición de sacrificio dada por la filosofía de la religión quisieron aplicar esa noción a la eucaristía corriendo el peligro de separarla de su relación con el sacrificio de la cruz.
Pablo VI en la encíclica Mysterium fidei subraya la ofrenda de la Iglesia como parte del sacrificio.
El Catecismo de la Iglesia Católica habla de un sacrificio sacramental que es memorial del sacrificio de Cristo. Por tanto, la categoría que usa es la del memorial bíblico. Re-presenta el sacrificio de la cruz siendo memorial de él y aplicando sus frutos. El sacrificio de Cristo en la cruz y el de la Iglesia es un solo sacrificio; la Iglesia se asocia al sacrificio de Cristo y se une en la ofrenda y en la intercesión, en la comunión de los santos y por los difuntos.
En la Cena, Cristo anticipa sacramentalmente su sacrificio de la cruz y manda repetirlo en el futuro como su memorial. En la cruz tenemos el misterio pleno y absoluto de la oblación y de la inmolación de Cristo. En la misa se cumple el memorial de la cruz, a partir del mandato de la cena y con su estructura de banquete sacrificial. Pero la misa no representa la cena, sino la cruz en manera directa. La cruz es plenitud y punto de referencia tanto para la cena como para la misa. Tanto por la naturaleza histórica y visible del hombre y de la Iglesia como por los pecados cotidianos, es necesario que la misa se celebre muchas veces.
La iglesia luterana, por su parte, confiesa que en el sacramento el cuerpo y sangre de Cristo subsiste junto con los elementos de pan y vino, denominándose esta teoría "consustanciación".
La mayoría de iglesias reformadas (bautistas, pentecostales, etc), creen que el pan y el vino no cambian y sólo utilizan la eucaristía como una rememoración de la Última Cena.
La fe en la presencia eucarística se une a la fe en las palabras de la institución y esta sostiene la creencia de que Cristo sigue estando presente sacramentalmente tras la Misa y se puede conservar y trasladar la eucaristía.
También se abrió paso la teología del símbolo sacramental que distinguía entre la presencia del cuerpo y de la sangre del Señor tras su encarnación y el modo de su presencia sacramental. Berengario de Tours fue todavía más allá subrayando de manera extrema el simbolismo (cf. De sacra Coena) y por tanto, la subjetividad de la presencia real que hacía depender de la fe. La Iglesia católica en diversos sínodos condenó la posición de Berengario y se le obligó a suscribir profesiones de fe que se iban al otro extremo.
Hay que esperar al siglo XIII para una reflexión teológica más equilibrada. De manos de Alberto Magno, Buenaventura y Tomás de Aquino se abre paso la afirmación de la presencia real y sacramental. Con la ayuda de la filosofía aristotélica –en especial la distinción entre sustancia y accidentes– se elabora la teología de la «transubstanciación».
Tomás de Aquino trata teológicamente del tema en la tercera parte de la Summa Theologiae, cuestiones 75 a 77 y de manera espiritual y con lirismo en los himnos que compuso para la misa de Corpus Christi, solemnidad instituida por el Papa Urbano IV tras el milagro de Bolsena.
En el IV Concilio de Letrán se consagra la terminología escolástica: «bajo las especies del pan y del vino se conviene verdaderamente, transubstanciados, en pan el cuerpo y en vino la sangre por el poder de Dios» (DS 802). También en el II Concilio de Lyon: «en el mismo sacramento el pan se transubstancia realmente en el cuerpo y el vino en la sangre de nuestro Señor Jesucristo» (DS 860).
En el Concilio de Constanza se condena la posición de Wycliff que afirmaba una suerte de «consubstanciación» debido, según su opinión, a la imposibilidad de permanencia de los accidentes en caso de cambio de sustancia.
Lutero, dado su rechazo de la filosofía de Aristóteles, criticaba ásperamente la teología de la transubstanciación, aunque afirmaba la presencia real de Cristo en la eucaristía en una suerte de consubstanciación semejante a la afirmada por Wycliff –sin su base filosófica– y que denomina «ubiquismo». Por ello negaba también la presencia real tras la celebración de la cena.
Zuinglio negaba la presencia real, pues consideraba que Cristo está presente en la celebración de la Cena solo espiritualmente para estimular la fe, de lo cual el pan y el vino son un símbolo.
Calvino admite una cierta presencia («virtus spiritualis») durante la celebración de la cena pero relacionada con la fe y niega la presencia después de ella.
Los anabautistas consideraron que la realidad del cuerpo y la sangre de Cristo en la celebración de la Cena no está determinada por una transubstanciación, sino porque la comunidad cristiana es el cuerpo de Cristo.[4] que efectivamente comparte un mismo alimento;[5] y es su sangre porque cada integrante de la comunidad cristiana también ama como Cristo amó, hasta entregar la vida por los demás.[4] Así el vino y el pan que se parte en la Cena, son unión comunitaria con la sangre de Cristo y participación de su cuerpo, de manera que los que comparten el mismo alimento son un solo cuerpo ICor 10:16-17, del cual Cristo es cabeza Ef 1:22-23 Col 1:18.
Las cualidades de la presencia quedan fijados: «En el Santísimo Sacramento de la Eucaristía, está contenido verdadera, real y sustancialmente el cuerpo, la sangre, el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y por tanto, Cristo todo entero». Aunque la expresión más usada es la de «presencia real», el concilio de Trento habla más bien de «contiene» o «es contenido» (continetur) lo cual se ha de entender desde el punto de vista sacramental (por la realidad del signo). Al acentuar que la presencia es de alma y divinidad, en Trento afirma también un punto de vista más personal e íntegro que cierto «cosismo» que se había venido desarrollando en la teología. Finalmente se afirma tal presencia como debida a las palabras de la consagración.
Asimismo en relación con la transubstanciación, el Concilio afirmó: «Una admirable y singular conversión de toda la substancia del pan en el Cuerpo y de la substancia del vino en la Sangre de nuestro Señor Jesucristo, aunque permanezcan las especies de pan y vino. A esta conversión, la Iglesia católica de manera muy apta llama 'transubstanciación'». La palabra «conversión» se toma en su sentido de mutación, a partir de la filosofía pero hay que decir que se trata de una conversión única dado que se cambia la sustancia y permanecen las especies, es decir, las propiedades sensibles de la cosa. Por ello, los padres conciliares la llaman «admirable» y «singular». Se ha de notar también que se afirma la conversio de toda la sustancia contra las teorías de consubstanciación y ubiquismo.
Finalmente el Concilio de Trento reafirmó con fuerza la permanencia de la presencia real tras la celebración de la Misa y, por tanto, el culto que los fieles podían dar a ella en las iglesias. La presencia de «totus Christus» en cada especie y en sus fragmentos queda dogma de fe que implica una especie de multipresencia misteriosa y sacramental.
La fuerza de la controversia llevó a que en ámbito católico algunos exasperaran las expresiones sea de piedad (exagerando la presencia real del Cristo hombre) sea de realismo (Dios mismo en el pan). También se produjeron problemas debidos a la nueva noción de sustancia que se iba abriendo camino en la filosofía moderna.
En el Catecismo de Juan Pablo II, tras recordar las distintas presencias de Cristo en su Iglesia (cf. número 1373), se recuerda la singularidad de tal presencia en las especies eucarísticas y aclara que se le llama real no porque las otras sean irreales sino porque esta es por excelencia. Afirma además: «La presencia eucarística de Cristo comienza en el momento de la consagración y dura todo el tiempo que subsistan las especies eucarísticas» (número 1377) para tratar luego las consecuencias que de ello se derivan hacia el culto de la Eucaristía fuera de la Misa.
El misterio eucarístico que expresa y realiza la comunión con Cristo y entre nosotros, requiere la participación digna y comprometida de los fieles en el banquete eucarístico.
La doctrina de los Hechos de los Apóstoles une la celebración de la fracción del pan con la realidad de la comunidad cristiana y a sus compromisos de comunión hasta la condivisión de los bienes.
En la época patrística la relación Eucaristía-Iglesia es muy sentido. La Iglesia se presenta siempre entorno al único altar, en la perfecta comunión de fe, bajo la presidencia del obispo con su presbiterio, como sugiere Ignacio de Antioquía. De la Eucaristía fluye toda la vida y la acción de la comunidad cristiana, de la caridad social hasta el martirio. La Iglesia se reencuentra en su signo propio y en su experiencia fundante alrededor del misterio del cuerpo y la sangre del Señor.
Tomás de Aquino subraya que la gracia de la Eucaristía es la «unidad del Cuerpo Místico», la comunión con Cristo y entre nosotros, la unidad del pueblo cristiano (ST III q73 a3 co).
A este respecto, el Catecismo de Juan Pablo II afirma los siguientes frutos o efectos de la comunión:
Así, según la teología católica, la Eucaristía aumenta la esperanza y es remedio de inmortalidad, según la expresión de Ignacio de Antioquía (cf. Carta a los Efesios 20 2). El texto de la tercera plegaria eucarística recoge admirablemente esta esperanza al hacer la conmemoración de los difuntos:
El vino ha de ser puro, del fruto de la vid, natural y genuino, sin substancias extrañas y no alterado. Se mezcla con un poco de agua. Se han dado tres interpretaciones para el uso del agua (además del evidente para reducir su fuerza). El primero dependiente de la reflexión sobre el agua y la sangre que salieron del costado de Cristo tras la lanzada (cf. Jn 19 34). Cipriano interpreta el agua como la participación de la Iglesia en el sacrificio de Cristo (cf. Carta 63 13). La tercera interpretación ve en el agua mezclada la doble naturaleza divina y humana en Cristo (así en la oración que el sacerdote reza mientras introduce el agua en el vino antes de bendecirlo).
En la tradición oriental se usa más bien vino purísimo.
No es lícito consagrar una materia sola durante la Misa o consagrar ambas fuera de la Misa (cf. Código de derecho canónico, canon 927).
Se discute todavía sobre el valor que hay que dar a la epíclesis y su relación con las palabras consacratorias. Los padres de la Iglesia, tanto de Oriente como de Occidente afirman que la transubstanciación se ha de atribuir a las palabras consagratorias y a la fuerza del Espíritu Santo que es invocada, precisamente en la epíclesis.
"65. Luego, al que preside a los hermanos, se le ofrece pan y un vaso de vino, y tomándolos él tributa alabanzas y gloria al Padre del universo por el nombre de su Hijo y por el Espíritu Santo y pronuncia una larga oración de gracias, por habernos concedido esos dones que de Él nos vienen... Y una vez que el presidente ha dado gracias y aclamado todo el pueblo, los que entre nosotros se llaman "ministros" o "diáconos" dan a cada uno de los asistentes parte del pan y del vino y del agua sobre el que se dijo la acción de gracias y lo llevan a los ausentes.
66. Y este alimento se llama entre nosotros "Eucaristía", de la que nadie es lícito participar, sino el que cree ser verdaderas nuestras enseñanzas y se ha lavado en el baño que da la remisión de los pecados y la regeneración, y vive conforme a lo que cristo nos enseñó... cuando Jesús, tomando el pan y dando gracias, dijo: "Haced esto en memoria mía, éste es mi cuerpo". E igualmente tomando el cáliz y dando gracias, dijo: "Esta es mi sangre", y que sólo a ellos les dio parte.
67. Seguidamente, nos levantamos todos a una y elevamos nuestras preces, y éstas terminadas, como ya dijimos, se ofrece pan y vino y agua, y el presidente, según sus fuerzas, hace igualmente subir a Dios sus preces y acción de gracias y todo el pueblo exclama diciendo "amén". Ahora viene la distribución y participación, que se hace a cada uno, de los alimentos consagrados por la acción de gracias y su envío por medio de los diáconos a los ausentes".
A partir del siglo III los testimonios acerca de la celebración de la Eucaristía son cada vez más claros, sea en relación con el esquema celebrativo que permanece sustancialmente el propuesto por Justino, sea por los numerosos textos de plegarias eucarísticas para la celebración. Tales textos contienen una verdadera catequesis teológica y de fe sobre la Eucaristía. En el libro de las Constituciones apostólicas se indica el orden de la celebración: liturgia de la palabra, oración de los catecúmenos y abrazo de la paz (los catecúmenos se retiran), presentación de los dones, anáfora o plegaria eucarística, comunión, oración después de la comunión, oración de bendición y despedida.
La plegaria eucarística consta de los siguientes elementos:
En la Iglesia Católica Apostólica y Romana, la Iglesia Católica Ortodoxa y en la Iglesia Ortodoxa Copta, la eucaristía es la fuente y culmen de la vida de todo cristiano. Es signo de unidad, vínculo de caridad y banquete pascual en el que se recibe a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da prenda de la vida eterna (Cfr. Compendio del Catecismo de Doctrina Católica n. 271).
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[editar] Teología de la eucaristía
Se pueden considerar cinco cosas principales que han sido objeto de la reflexión teológica acerca de la eucaristía: la institución del sacramento, la eucaristía como sacrificio incruento, la eucaristía como presencia real de Cristo, la eucaristía como comunión y la eucaristía como prenda de la institución del sacramento.La teología católica considera a la eucaristía como un sacramento instituido por Jesucristo durante la Última Cena. Ahora bien, esto se dio, según los relatos evangélicos en un contexto amplio:
- Cena Pascual. Se realizó durante una cena, una cena de intimidad, de despedida, en un ambiente religioso. Si se trató realmente de una cena de Pascua parece irresoluble con los datos disponibles debido a motivos de cronología y la escasa información explícita que pudiera dirimir la discusión. La tradición apostólica, a partir de Pablo, y después de Juan, considera la muerte de Jesús en cruz en clave pascual: «Cristo nuestra Pascua ha sido inmolado». La tradición patrística es generosa al presentar la cruz, la resurrección y, por tanto, la misma cena del Señor como realización de la Pascua.
- Así se puede afirmar que la eucaristía fue prefigurada ya en el Antiguo Testamento, especialmente en la cena pascual, celebrada por los judíos, donde consumían pan sin levadura, carne de cordero asada al fuego y hierbas amargas.[3]
- Los elementos principales de la celebración de la Pascua judía se encuentran en los siguientes textos bíblicos: Ex 12:1-8; Dt 16; Lv 23:5-8; Nm 28:16-25.
- La Pasión. Jesús ya está existencialmente en estado de pasión, de sufrimiento cuando tiene la Última Cena con sus discípulos. Se subraya la conciencia que Jesús tenía de su muerte y del tipo de pasión que sobrevendría, anunciada también por medio de la eucaristía. Se trataría incluso de una acción profética. Jesús invita a comer, a participar y a hacer memoria de lo que Él realiza.
- Servicialidad mutua. De acuerdo con el relato del evangelista Juan, antes de la cena Jesús habría lavado los pies a sus discípulos y habría mandado a todos ellos que siguieran ese ejemplo de servicialidad.
Tomad y comed, este es mi cuerpo que será entregado por vosotros para el perdón de los pecados. Tomad y bebed todos de él porque esta es mi sangre, sangre de la alianza nueva y eterna que será derramada por vosotros y por muchos para el perdón de los pecados. Haced esto en conmemoración mía.
[editar] Eucaristía como sacrificio
La profundización de este aspecto de la teología se debe, como en otras ocasiones, a las herejías o negaciones que se han dado durante la historia. Quizás el mayor incentivo de esta fue la negación de la transubstanciación y de la institución como sacrificio hecha por Wycliff.El Concilio de Trento intervino reinstaurando la tradición ya contenida en los escritos de los padres de la Iglesia acerca del sacrificio de la misa. Sin embargo, partió de allí también la reflexión sobre la especificidad del carácter de tal sacrificio. Existe un carácter sacrificial pero no queda clara la relación que existe entre el sacrificio redentor de Cristo y el sacrificio eucarístico, cómo y en qué medida la eucaristía es memorial, presencia del único sacrificio de la cruz, y en qué medida este único sacrificio debe hacerse presente en la eucaristía por la Iglesia a favor de la salvación del mundo.
[editar] En los Padres de la Iglesia
En la Iglesia de los padres apostólicos y anteriores al Concilio de Nicea se trata siempre de la eucaristía como un sacrificio. Incluso la terminología relacionada con ella pone inmediatamente en el contexto sacrificial.Para referirse a la relación con el único sacrificio de Cristo, los padres usan de terminología mistérica: imagen, semejanza, símbolo, tipo, misterio pues nos hace presentes en el misterio de la muerte ya acaecida del Salvador.
[editar] En la escolástica
La teología medieval no ha progresado mucho en la reflexión sobre el sacrificio eucarístico. Se profundiza en otros temas a partir del estudio del texto del canon romano.Pedro Lombardo afirma en el libro de Sentencias: «La misa es llamada 'sacrificio y oblación porque es memoria y representación del verdadero sacrificio y de la santa inmolación hecha en el altar de la cruz... él es inmolado cada día en el sacramento, porque en el sacramento se cumple la memoria de cuanto ha sido realizado una sola vez'» (dist. 12 7).
Tomás de Aquino usa el verbo «repraesentat» para referirse a la eucaristía en relación con el sacrificio de Cristo.
Así, dada la dificultad de comprender el fondo teológico de la expresión «representar» se fue pasando de la representación de naturaleza sacramental a una de tipo simbólico-dramática que terminó por disminuir considerablemente la práctica de la comunión por parte de los fieles.
Según el teólogo Max Thurian las tendencias interpretativas que dieron pie a las críticas de los reformadores eran las siguientes:
- Se minimizó el carácter cristológico del sacrificio y de la intercesión y la unicidad del sacrificio de la cruz y el triunfo de Cristo sobre la muerte, por medio de su resurección.
- Se exageró la eficacia de los efectos de la misa «ex opere operato» pero sin insistir en la participación activa y responsable en comunión con Cristo y su sacrificio.
- Se exageró el carácter propiciatorio de la misa para la remisión de los pecados. Tanto, que se sobrepone la misa a la Pasión de Cristo.
[editar] En la Reforma Protestante
Juan Calvino, Philipp Melanchthon y Ulrico Zuinglio rechazaron que la eucaristía fuese el Cuerpo de Cristo. Por lo mismo, no aceptaron el papel del sacerdote en la consagración de la hostia, sino que consideraron que leer las partes de la Escritura correspondientes a la Cena del Señor y partir y distribuir el pan y repartir el vino podían ser funciones asignadas a cualquier cristiano asistente a la Cena.Martín Lutero afirma que, dado que el hombre sólo es justificado por Dios a través de la fe y no de las obras, la misa es una obra humana más sin mayor eficacia que el de aumentar la fe. El sacrificio de Cristo es uno solo y la misa es un don recibido, no una ofrenda sacrificial que podamos dar a Dios. Por ello, abolió el canon romano y las misas privadas, dejando solo el recuerdo de la Cena.
Zuinglio, partiendo también del hecho de que el sacrificio de Cristo es único, afirma que la misa es sólo un recuerdo del sacrificio, una garantía de la redención que nos obtuvo el Señor.
Calvino afirma no sólo la unicidad del sacrificio, sino también del sacerdote que excluye cualquier sucesor o vicario. Tras algunos titubeos, debidos a la claridad de los padres de la Iglesia en este argumento, afirmó sólo el sentido de la Cena como recuerdo dejado por Cristo a sus discípulos.
Recientemente algunos reformadores han vuelto a considerar la teología del sacrificio eucarístico y en los documentos teológicos elaborados entre católicos y luteranos o anglicanos hay diversas posiciones más o menos cercanas, aunque todavía no comunes.
[editar] En la Contrarreforma
El Concilio de Trento subrayó la teología de la cruz propia de la carta a los Hebreos. La misa es una sacrificio visible, como conviene a la naturaleza humana y de la Iglesia, que representa y recuerda el único sacrificio de la cruz y aplica su fuerza de salvación y redención sobre los pecados de cada día. Sin embargo, hay una distinción de modo dado que el sacrificio de la Cruz fue cruento y el de la eucaristía es incruento.Se siguieron varias teorías que partiendo de la definición de sacrificio dada por la filosofía de la religión quisieron aplicar esa noción a la eucaristía corriendo el peligro de separarla de su relación con el sacrificio de la cruz.
[editar] En el magisterio del siglo XX
Pío XII en la encíclica Mediator Dei, retoma las afirmaciones tridentinas desarrollando los fines del sacrificio eucarístico: latréutico, eucarístico, propiciatorio e impetratorio.Pablo VI en la encíclica Mysterium fidei subraya la ofrenda de la Iglesia como parte del sacrificio.
El Catecismo de la Iglesia Católica habla de un sacrificio sacramental que es memorial del sacrificio de Cristo. Por tanto, la categoría que usa es la del memorial bíblico. Re-presenta el sacrificio de la cruz siendo memorial de él y aplicando sus frutos. El sacrificio de Cristo en la cruz y el de la Iglesia es un solo sacrificio; la Iglesia se asocia al sacrificio de Cristo y se une en la ofrenda y en la intercesión, en la comunión de los santos y por los difuntos.
En la Cena, Cristo anticipa sacramentalmente su sacrificio de la cruz y manda repetirlo en el futuro como su memorial. En la cruz tenemos el misterio pleno y absoluto de la oblación y de la inmolación de Cristo. En la misa se cumple el memorial de la cruz, a partir del mandato de la cena y con su estructura de banquete sacrificial. Pero la misa no representa la cena, sino la cruz en manera directa. La cruz es plenitud y punto de referencia tanto para la cena como para la misa. Tanto por la naturaleza histórica y visible del hombre y de la Iglesia como por los pecados cotidianos, es necesario que la misa se celebre muchas veces.
[editar] Eucaristía como presencia real
La Iglesia Católica afirma que el pan y el vino consagrados se convierten en el cuerpo y sangre de Cristo, respectivamente, pese a que los dos elementos (pan y vino) conservan sus accidentes (color, olor, sabor, textura, etc). Esta teoría es llamada "transubstanciación". Las Iglesias de Comunión Anglicana, sostienen que el pan y el vino una vez consagrados, son el Cuerpo y la Sangre de Cristo, sin analizar qué pasa con las substancias primarias, simplemente en las palabras del Señor Jesús: "Este pan es mi Cuerpo", "este vino es mi sangre", por eso se le considera, Jesucristo Sacramentado, Presencia Real del Señor Jesús en el Sacramento del Altar.La iglesia luterana, por su parte, confiesa que en el sacramento el cuerpo y sangre de Cristo subsiste junto con los elementos de pan y vino, denominándose esta teoría "consustanciación".
La mayoría de iglesias reformadas (bautistas, pentecostales, etc), creen que el pan y el vino no cambian y sólo utilizan la eucaristía como una rememoración de la Última Cena.
[editar] En los Padres de la Iglesia
La teología de los padres de la Iglesia afirma con claridad la presencia del Cuerpo y de la Sangre del Señor, y la dimensión sacramental del pan y del vino. El problema entonces es explicar la relación entre la realidad y los signos sacramentales. Se habla, como en los demás sacramentos, de verdad de contenido y diversidad de modo. Las expresiones utilizadas para referirse al modo de realización de la presencia van desde el «santificarse» o «eucaristizarse» hasta el más fuerte «llegar a ser» (γίνομαι). En cuanto al pasaje de una realidad a la otra, los verbos usados son más descriptivos: hacer, transmutar, convertir, transformar, etc.La fe en la presencia eucarística se une a la fe en las palabras de la institución y esta sostiene la creencia de que Cristo sigue estando presente sacramentalmente tras la Misa y se puede conservar y trasladar la eucaristía.
[editar] En la escolástica
En el medioevo la reflexión fue más rica en matices debido al influjo de la escolástica. Hubo tendencias de realismo exagerado de tipo físico: la carne de Cristo en la eucaristía sería absolutamente la misma que tuvo tras su encarnación y la Misa sería un caso de antropofagia querida por Dios. A los seguidores de esta línea se les llamó «cafarnaitas».También se abrió paso la teología del símbolo sacramental que distinguía entre la presencia del cuerpo y de la sangre del Señor tras su encarnación y el modo de su presencia sacramental. Berengario de Tours fue todavía más allá subrayando de manera extrema el simbolismo (cf. De sacra Coena) y por tanto, la subjetividad de la presencia real que hacía depender de la fe. La Iglesia católica en diversos sínodos condenó la posición de Berengario y se le obligó a suscribir profesiones de fe que se iban al otro extremo.
Hay que esperar al siglo XIII para una reflexión teológica más equilibrada. De manos de Alberto Magno, Buenaventura y Tomás de Aquino se abre paso la afirmación de la presencia real y sacramental. Con la ayuda de la filosofía aristotélica –en especial la distinción entre sustancia y accidentes– se elabora la teología de la «transubstanciación».
Tomás de Aquino trata teológicamente del tema en la tercera parte de la Summa Theologiae, cuestiones 75 a 77 y de manera espiritual y con lirismo en los himnos que compuso para la misa de Corpus Christi, solemnidad instituida por el Papa Urbano IV tras el milagro de Bolsena.
En el IV Concilio de Letrán se consagra la terminología escolástica: «bajo las especies del pan y del vino se conviene verdaderamente, transubstanciados, en pan el cuerpo y en vino la sangre por el poder de Dios» (DS 802). También en el II Concilio de Lyon: «en el mismo sacramento el pan se transubstancia realmente en el cuerpo y el vino en la sangre de nuestro Señor Jesucristo» (DS 860).
En el Concilio de Constanza se condena la posición de Wycliff que afirmaba una suerte de «consubstanciación» debido, según su opinión, a la imposibilidad de permanencia de los accidentes en caso de cambio de sustancia.
[editar] En la Reforma
Todos los reformadores rechazaron el dogma de la transubstanciación, por lo cual descartaron al terminar la celebración de la Cena cualquier cuidado especial o veneración especial por el pan o el vino sobrantes; por lo mismo eliminaron los sagrarios y custodias, así como las patenas, pues en la Cena del Señor no se trataba de venerar múltiples partes de la hostia convertidas cada una en Cristo, sino de hacer como Jesús en la Última Cena, lo cual por lo demás no exigía usar copas de oro u objetos especialmente valiosos, que en realidad se convertían en riquezas del clero.Lutero, dado su rechazo de la filosofía de Aristóteles, criticaba ásperamente la teología de la transubstanciación, aunque afirmaba la presencia real de Cristo en la eucaristía en una suerte de consubstanciación semejante a la afirmada por Wycliff –sin su base filosófica– y que denomina «ubiquismo». Por ello negaba también la presencia real tras la celebración de la cena.
Zuinglio negaba la presencia real, pues consideraba que Cristo está presente en la celebración de la Cena solo espiritualmente para estimular la fe, de lo cual el pan y el vino son un símbolo.
Calvino admite una cierta presencia («virtus spiritualis») durante la celebración de la cena pero relacionada con la fe y niega la presencia después de ella.
Los anabautistas consideraron que la realidad del cuerpo y la sangre de Cristo en la celebración de la Cena no está determinada por una transubstanciación, sino porque la comunidad cristiana es el cuerpo de Cristo.[4] que efectivamente comparte un mismo alimento;[5] y es su sangre porque cada integrante de la comunidad cristiana también ama como Cristo amó, hasta entregar la vida por los demás.[4] Así el vino y el pan que se parte en la Cena, son unión comunitaria con la sangre de Cristo y participación de su cuerpo, de manera que los que comparten el mismo alimento son un solo cuerpo ICor 10:16-17, del cual Cristo es cabeza Ef 1:22-23 Col 1:18.
[editar] En la Contrarreforma
El tema se afrontó en la sesión XIII del Concilio de Trento en el año 1551, donde se aprobó el Decreto sobre la Santísima Eucaristía.Las cualidades de la presencia quedan fijados: «En el Santísimo Sacramento de la Eucaristía, está contenido verdadera, real y sustancialmente el cuerpo, la sangre, el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y por tanto, Cristo todo entero». Aunque la expresión más usada es la de «presencia real», el concilio de Trento habla más bien de «contiene» o «es contenido» (continetur) lo cual se ha de entender desde el punto de vista sacramental (por la realidad del signo). Al acentuar que la presencia es de alma y divinidad, en Trento afirma también un punto de vista más personal e íntegro que cierto «cosismo» que se había venido desarrollando en la teología. Finalmente se afirma tal presencia como debida a las palabras de la consagración.
Asimismo en relación con la transubstanciación, el Concilio afirmó: «Una admirable y singular conversión de toda la substancia del pan en el Cuerpo y de la substancia del vino en la Sangre de nuestro Señor Jesucristo, aunque permanezcan las especies de pan y vino. A esta conversión, la Iglesia católica de manera muy apta llama 'transubstanciación'». La palabra «conversión» se toma en su sentido de mutación, a partir de la filosofía pero hay que decir que se trata de una conversión única dado que se cambia la sustancia y permanecen las especies, es decir, las propiedades sensibles de la cosa. Por ello, los padres conciliares la llaman «admirable» y «singular». Se ha de notar también que se afirma la conversio de toda la sustancia contra las teorías de consubstanciación y ubiquismo.
Finalmente el Concilio de Trento reafirmó con fuerza la permanencia de la presencia real tras la celebración de la Misa y, por tanto, el culto que los fieles podían dar a ella en las iglesias. La presencia de «totus Christus» en cada especie y en sus fragmentos queda dogma de fe que implica una especie de multipresencia misteriosa y sacramental.
La fuerza de la controversia llevó a que en ámbito católico algunos exasperaran las expresiones sea de piedad (exagerando la presencia real del Cristo hombre) sea de realismo (Dios mismo en el pan). También se produjeron problemas debidos a la nueva noción de sustancia que se iba abriendo camino en la filosofía moderna.
[editar] En el magisterio del siglo XX
El Papa Pío XII en la encíclica Mediator Dei reafirmó la presencia real y el culto eucarístico y en la encíclica Humani Generis condenó las posturas teológicas que hablaban de presencia simbólica. Pablo VI en la encíclica Mysterium Fidei repropuso las líneas principales de la teología tridentina y afirmó los diversos modos de presencia de Cristo en su Iglesia, privilegiando el eucarístico.En el Catecismo de Juan Pablo II, tras recordar las distintas presencias de Cristo en su Iglesia (cf. número 1373), se recuerda la singularidad de tal presencia en las especies eucarísticas y aclara que se le llama real no porque las otras sean irreales sino porque esta es por excelencia. Afirma además: «La presencia eucarística de Cristo comienza en el momento de la consagración y dura todo el tiempo que subsistan las especies eucarísticas» (número 1377) para tratar luego las consecuencias que de ello se derivan hacia el culto de la Eucaristía fuera de la Misa.
[editar] Eucaristía como comunión
Dado que la primera misa se tuvo en el contexto de una cena, la teología, en especial tras el Concilio Vaticano II ha profundizado en el sentido de este convivió y en la responsabilidad que se sigue de mantener la unidad para que el compartir el mismo pan implique la unidad de corazón y de vida en el seguimiento de Cristo.El misterio eucarístico que expresa y realiza la comunión con Cristo y entre nosotros, requiere la participación digna y comprometida de los fieles en el banquete eucarístico.
La doctrina de los Hechos de los Apóstoles une la celebración de la fracción del pan con la realidad de la comunidad cristiana y a sus compromisos de comunión hasta la condivisión de los bienes.
En la época patrística la relación Eucaristía-Iglesia es muy sentido. La Iglesia se presenta siempre entorno al único altar, en la perfecta comunión de fe, bajo la presidencia del obispo con su presbiterio, como sugiere Ignacio de Antioquía. De la Eucaristía fluye toda la vida y la acción de la comunidad cristiana, de la caridad social hasta el martirio. La Iglesia se reencuentra en su signo propio y en su experiencia fundante alrededor del misterio del cuerpo y la sangre del Señor.
Tomás de Aquino subraya que la gracia de la Eucaristía es la «unidad del Cuerpo Místico», la comunión con Cristo y entre nosotros, la unidad del pueblo cristiano (ST III q73 a3 co).
A este respecto, el Catecismo de Juan Pablo II afirma los siguientes frutos o efectos de la comunión:
- La comunión acrecienta la propia unión con Cristo.
- La comunión separa del pecado.
- Por la comunión se hace la Iglesia.
- La comunión entraña un compromiso en favor de los pobres.
[editar] En la teología de la liberación
La teología de la liberación enfatiza el contexto de persecución e inminencia de la muerte que celebró Jesús con los suyos la Última Cena. Se ve alegría por la nueva alianza y la salvación y tristeza por la realidad de la muerte. Este conflicto no impide la celebración sino que se supera con el amor de la comunión. La Cena es el compartir de quienes se han reconciliadado y están entregando su vida por la reconciliación entre los humanos y así, de todos con Dios. Por ello la Eucaristía no debe seguir siendo manipulada para expresar una reconciliación inexistente. Como en Hechos 2:37-47 la fracción del pan debe estar unida a la comunión de bienes materiales y a la unión de corazones, la oración y el Espíritu[6][editar] Eucaristía como prenda de la gloria futura
Se trata de una expresión usada en una oración antigua: «... et futurae gloriae nobis pignus datur» (se nos da una prenda de la gloria futura). Dado que la Eucaristía es memorial no sólo del sacrificio de Cristo en la Cruz sino también de su Resurrección, los que participan en ella reciben una anticipación de la gloria que experimentarán en el cielo.Así, según la teología católica, la Eucaristía aumenta la esperanza y es remedio de inmortalidad, según la expresión de Ignacio de Antioquía (cf. Carta a los Efesios 20 2). El texto de la tercera plegaria eucarística recoge admirablemente esta esperanza al hacer la conmemoración de los difuntos:
- [...] tu reino, donde esperamos gozar todos juntos de la plenitud eterna de tu gloria; allí enjugarás las lágimas de nuestros ojos, porque, al contemplarte como Tú eres, Dios nuestro, seremos para siempre semejantes a ti y cantaremos eternamente tus alabanzas».
[editar] Elementos teológicos del sacramento católico
Los elementos esenciales para celebrar la Eucaristía son el pan de trigo y el vino de vid. Sin embargo, conviene decir algo más sobre la materia y forma del sacramento.[editar] Materia
Se ha de usar pan ácimo. Los orientales han usado y usan pan fermentado. En el primer milenio hasta el siglo XI también en Occidente se usó pan normal. En la Institución general del misal romano se confirma el uso del pan ácimo (núm. 282). Ha de ser de trigo y confeccionado recientemente.El vino ha de ser puro, del fruto de la vid, natural y genuino, sin substancias extrañas y no alterado. Se mezcla con un poco de agua. Se han dado tres interpretaciones para el uso del agua (además del evidente para reducir su fuerza). El primero dependiente de la reflexión sobre el agua y la sangre que salieron del costado de Cristo tras la lanzada (cf. Jn 19 34). Cipriano interpreta el agua como la participación de la Iglesia en el sacrificio de Cristo (cf. Carta 63 13). La tercera interpretación ve en el agua mezclada la doble naturaleza divina y humana en Cristo (así en la oración que el sacerdote reza mientras introduce el agua en el vino antes de bendecirlo).
En la tradición oriental se usa más bien vino purísimo.
No es lícito consagrar una materia sola durante la Misa o consagrar ambas fuera de la Misa (cf. Código de derecho canónico, canon 927).
[editar] Forma
Teológicamente se puede afirmar que la forma del sacramento en este caso depende de las palabras mismas de Jesús: «Haced esto en memoria mía» que involucrarían una necesidad de repetir palabras y gestos en un ambiente de alabanza y de acción de gracias. Ahora bien, las palabras de la consagración pronunciadas abiertamente son la forma del sacramento.Se discute todavía sobre el valor que hay que dar a la epíclesis y su relación con las palabras consacratorias. Los padres de la Iglesia, tanto de Oriente como de Occidente afirman que la transubstanciación se ha de atribuir a las palabras consagratorias y a la fuerza del Espíritu Santo que es invocada, precisamente en la epíclesis.
[editar] Ministro
Sólo el sacerdote válidamente ordenado puede celebrar válidamente la Eucaristía. Para la licitud se requiere además que no esté impedido por ley canónica. Aunque en el número 902 del Código de Derecho Canónico se habla de la concelebración como una posibilidad, la Instrucción general del misal romano alienta decididamente esta práctica.[editar] Sujeto
Todo bautizado puede y debe ser admitido a la comunión a menos que tenga algún impedimento. Para los niños se requiere que tengan uso de razón y hayan recibido alguna catequesis acerca del sacramento.[editar] Desarrollo del rito
En la Primera Apología de Justino (cc.LXV-LXVII) se describe la celebración eucarística con las siguientes partes: liturgia de la palabra, homilía, oración de los fieles, abrazo de la paz, presentación de los dones y plegaria eucarística, comunión eucarística, comunión de bienes."65. Luego, al que preside a los hermanos, se le ofrece pan y un vaso de vino, y tomándolos él tributa alabanzas y gloria al Padre del universo por el nombre de su Hijo y por el Espíritu Santo y pronuncia una larga oración de gracias, por habernos concedido esos dones que de Él nos vienen... Y una vez que el presidente ha dado gracias y aclamado todo el pueblo, los que entre nosotros se llaman "ministros" o "diáconos" dan a cada uno de los asistentes parte del pan y del vino y del agua sobre el que se dijo la acción de gracias y lo llevan a los ausentes.
66. Y este alimento se llama entre nosotros "Eucaristía", de la que nadie es lícito participar, sino el que cree ser verdaderas nuestras enseñanzas y se ha lavado en el baño que da la remisión de los pecados y la regeneración, y vive conforme a lo que cristo nos enseñó... cuando Jesús, tomando el pan y dando gracias, dijo: "Haced esto en memoria mía, éste es mi cuerpo". E igualmente tomando el cáliz y dando gracias, dijo: "Esta es mi sangre", y que sólo a ellos les dio parte.
67. Seguidamente, nos levantamos todos a una y elevamos nuestras preces, y éstas terminadas, como ya dijimos, se ofrece pan y vino y agua, y el presidente, según sus fuerzas, hace igualmente subir a Dios sus preces y acción de gracias y todo el pueblo exclama diciendo "amén". Ahora viene la distribución y participación, que se hace a cada uno, de los alimentos consagrados por la acción de gracias y su envío por medio de los diáconos a los ausentes".
A partir del siglo III los testimonios acerca de la celebración de la Eucaristía son cada vez más claros, sea en relación con el esquema celebrativo que permanece sustancialmente el propuesto por Justino, sea por los numerosos textos de plegarias eucarísticas para la celebración. Tales textos contienen una verdadera catequesis teológica y de fe sobre la Eucaristía. En el libro de las Constituciones apostólicas se indica el orden de la celebración: liturgia de la palabra, oración de los catecúmenos y abrazo de la paz (los catecúmenos se retiran), presentación de los dones, anáfora o plegaria eucarística, comunión, oración después de la comunión, oración de bendición y despedida.
La plegaria eucarística consta de los siguientes elementos:
- Acción de gracias que se expresa en el prefacio.
- Aclamación de alabanza del pueblo con el sanctus.
- La epíclesis para pedir la intervención del Espíritu Santo que transformará el pan en el cuerpo y el vino en la sangre del Señor.
- La narración de la institución con las palabras consacratorias.
- El memorial o anámnesis del misterio pascual de Cristo.
- La ofrenda de la Iglesia a través y junto con la víctima sagrada.
- Las peticiones e intercesiones por los vivos y muertos.
- La doxología final que glorifica a Dios.
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