I «Muerte» (gr. thánatos) denota
en primer lugar la muerte física como hecho objetivo comprobable (Mt
10,21; 15,4, etc; Jn 11,3; 12,33; 18,32; 21,19); también la muerte como
experiencia subjetiva (Jn 8,51s; 11,4). Pero, además, significa una
condición de muerte (Mt 4,16, cf. Is 9,1; Lc 1,79; 1 Jn 3,14), que,
según Jn, procede de la opción por el pecado (5,24); ésta priva al
hombre de la experiencia de plenitud y lo condena a muerte definitiva
(5,21.24.25).
En el Apocalipsis se distingue entre la muerte física y la «muerte segunda" (2,11; 20,6.14; 21,8), que significa la aniquilación (cf. 20,14; 21,4).
«Morir» (gr. apothnésko) denota
de suyo la muerte física (Mc 12,20-22 par.; Jn 8,52s; 11,14.16,21,
etc), connotando a veces la muerte definitiva Un 6,49.58; 8,21.23) o
refiriéndose a la muerte como experiencia (Jn 11,26).
lI. En Jn, «perecer» (gr. apóllymai) denota
la muerte definitiva, opuesta a la resurrección. El que vive en estado
de muerte, al morir físicamente, perece; por el contrario, el que tiene
la vida (gr. zoe), al morir sigue viviendo (gr. záo), se levanta de la muerte (gr. egeíromai), resucita
(gr. anístamail anástasis).
(gr. anístamail anástasis).
El
estado de muerte (cf. Ez 37,1-14) está tipificado en Juan en el
inválido de la piscina (5,1ss), donde se escenifica cómo Jesús quita «el
pecado del mundo» (3,29), la opción por un sistema que priva de vida y
frustra el designio creador. Jesús lo quita ofreciendo al hombre la
integridad y la libertad, el Espíritu (cf. 5,21; 6,63).
La muerte física pone en evidencia la debilidad (gr. asthéneia) radical
de «la carne», su transitoriedad. En sí misma es un acontecimiento
normal para el hombre, pero la calidad de la muerte difiere según éste
posea o no la vida definitiva (el Espíritu). Para quien la posee, la
muerte no es una experiencia de destrucción (8,51; 11,26); superada por
la potencia de la vida, se convierte en resurrección. Por el contrario,
para el que participa del pecado del mundo, la muerte física señala el
fin de la existencia (3,16: «y no perezca»; 6,69: opos. entre «perecer» y
«resucitar»).
Jesús
acepta la muerte libremente; entrega su vida, pero así la recobra
(10,17s). «Entregar la vida» es un símbolo del continuo don de sí por
amor; su última y suprema expresión será la aceptación de la muerte para
mostrar que el amor no se detiene ni siquiera ante el odio
mortal de los enemigos (19,28-30). El amor del discípulo ha de mostrarse, como el de Jesús, en el don total (13,34s). El deseo de esquivar la muerte produce esterilidad y lleva a perderse (12,24s).
mortal de los enemigos (19,28-30). El amor del discípulo ha de mostrarse, como el de Jesús, en el don total (13,34s). El deseo de esquivar la muerte produce esterilidad y lleva a perderse (12,24s).
III.
Pablo, como Jn, conecta pecado y muerte, que no significa la muerte
física, sino la definitiva (Rom 5,12.14.17. 21; 6,23; 7,13); liberación
de la muerte (8,2); será vencida como último enemigo (1 Cor 1526.54-56);
liberación de la muerte, fruto de la muerte de Jesús (Heb
2,14; 5,7).
2,14; 5,7).
En el Apocalipsis se distingue entre la muerte física y la «muerte segunda" (2,11; 20,6.14; 21,8), que significa la aniquilación (cf. 20,14; 21,4).
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