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No estamos, es evidente, en el tiempo en que La Bruyère podía escribir tranquilamente en su libro "Caracteres", en el capítulo 11, titulado "Los espíritus fuertes": "Querría ver a un hombre sobrio, moderado, casto, justo, decir que no hay Dios; hablaría al menos sin interés alguno. Pero este hombre no existe". Hoy no podemos ya decir esto, ni que la causa del ateísmo es una moral poco moral. Hay que tratar de comprender, ponernos frente a un hecho grave y caminar a partir de ese hecho. Es lo que me propongo hacer esta tarde, apoyándome, no por precaución, sino por estar de acuerdo, en el Concilio, que, en la Constitución "Gaudium et Spes" dice: "el ateísmo está entre los hechos más graves de nuestro tiempo y debe ser examinado con toda atención". Comenzaré por ahí. La primera parte de mi conferencia será una especie de diagnóstico de este hecho particularmente actual. A partir de este diagnóstico, examinaré primero en qué el ateísmo es una tentación -para todos, para mí-; estudiaré enseguida cómo esa tentación puede producir, de rechazo, un despertar de aquellos que toman en serio a Dios, y en consecuencia, qué tareas más urgentes se imponen a la Iglesia para que ese despertar haga realidad lo que promete. Tales son, pues, los cuatro momentos de este recorrido: diagnóstico, examen de la tentación, esquema del despertar y tareas que en consecuencia se imponen a la Iglesia. I. DIAGNOSTICO DEL ATEÍSMO CONTEMPORÁNEO El diagnóstico: evidentemente no seguiré a La Bruyère diciendo que el ateísmo se explica porque los hombres son poco generosos, porque no tienen temor de Dios, porque les molesta la moral... No le atribuyamos más la causa a un cierto número de corrientes perversas: francmasonería, comunismo, libre pensamiento, racionalismo... todos "los malos, los repulsivos" que habrían contaminado ideológicamente al mundo y seducido a las pobres masas indefensas, quitándoles su Dios. La cuestión es mucho más profunda. Ciertamente, no niego que el ateísmo, para cada uno de los hombres que lo siguen con una decisión personal, pueda estar acompañado de culpabilidad, pero esto sólo Dios puede juzgarlo en definitiva. Mi intención no es dejar al desnudo conciencias individuales, sino intentar diagnosticar un hecho global, cultural. Creo que nos acercamos a la verdad si vemos al ateísmo contemporáneo como convergencia de dos corrientes: La primera, que llamaremos la mutación cultural del tiempo presente. Y al encuentro de esta primera, y reforzándola, la segunda, que llamaremos el debilitamiento de las religiones. Convergencia que le da al ateísmo la amplitud, el dinamismo y casi la pasión que, de hecho, hoy lo convierten en una realidad tan importante. 1. La mutación cultural del tiempo presente Es tan común hablar de esto... Se trata de una mutación cultural sin precedentes, sin modelo, que conduce al hombre de hoy a un cierto número de constataciones e incluso de experiencias a las que concede una cierta infalibilidad. El hombre de hoy es un hombre que ha llegado a experimentar que Dios explica mucho menos de lo que habíamos creído. Antes Dios explicaba el curso de las estaciones, el agotarse las fuentes, los períodos de las mujeres, las enfermedades; queríamos que Dios nos explicara directamente una cantidad de cosas concernientes a las relaciones del hombre con la naturaleza, con la sociedad, consigo mismo. El hombre moderno ha experimentado que, para una cantidad de cuestiones dependientes de la acción del hombre, no es necesario movilizar a Dios y las fuerzas divinas: el hombre ha fortalecido su posesión sobre el mundo, y se realiza lo que decía Descartes, y motivaba la ironía de los teólogos de su tiempo: el hombre ha de convertirse en señor del universo y de sí mismo. El hombre moderno experimenta a Dios mucho menos como fuente de obligación. Ya no podemos decir como Dostoyevski: "si Dios no existe, todo está permitido". El hombre moderno tiene la experiencia de una ética, de normas para el hombre y la sociedad, aunque Dios no exista. Aunque Dios no exista, no todo está permitido. Y el hombre ha adquirido una cierta autonomía moral. El hombre moderno siente también a Dios como menos sensible al corazón. Cierta desconfianza de la subjetividad, la exploración de las profundidades ha vuelto al hombre moderno mucho más sensible a las mixtificaciones, ilusiones, a las proyecciones de Dios que hacíamos cuando afirmábamos: «usted encontrará a Dios en la profundidad de su ser, en los intervalos afectivos de la vida, en los momentos de decaimiento, de crisis, en ese fondo un poco tenebroso». El hombre moderno tiene la experiencia de que Dios es mucho menos útil para construir la unidad del mundo y de los pueblos. Antes, se pensaba que Dios era el principio de la unidad nacional y patriótica. Así el Fuero de los Españoles: "el catolicismo es el principio de unidad espiritual y nacional de los españoles". Ahora el hombre moderno ve que la unidad de los pueblos se realiza en el plano de la declaración de los derechos del hombre en la ONU; sobre la que todos los hombres, en su pluralismo, habrían de converger sus esfuerzos y su buena voluntad. Dios, en todos estos campos, es percibido como menos próximo, menos presente, menos útil, menos necesario, todo lo cual conduce a cierto número de hombres sinceros a preguntarse si Dios no fue un producto cultural, si no se le inventó cuando fue culturalmente posible o necesario. En consecuencia, en la mutación cultural de hoy, el hombre ¿necesitará de Dios? Esta primera corriente hace nacer en el corazón del hombre -no pronunciemos muy rápido la palabra orgullo, prometeo-, una cierta pasión por el hombre; esta mutación cultural proporciona al hombre una más fuerte conciencia histórica de sí mismo, una conciencia de ser en adelante el dueño de su destino. Así se esboza un nuevo humanismo. Podríamos retomar, para expresarlo de manera poética, lo que Jean-Paul Sartre, en un villancico inédito que escribió para sus camaradas de cautividad, ponía en boca de los ángeles: «antes hacía calor junto a Dios, pero ahora esto se enfrió; hace calor entre los hombres; emigremos a la tierra». Y los ángeles, tiritando, se han refugiado entre los hombres. Una parábola de la tentación inscrita en la mutación cultural y en el nuevo humanismo. 2. La debilidad del testimonio de las religiones Segunda corriente que alimenta la convergencia donde nace el ateísmo moderno: en el momento mismo, hace cuatro siglos, cuando comenzaba esta mutación cultural, cuando algunos. aunque tímidamente, comenzaban a aproximarse al ateísmo, las religiones y el cristianismo en particular, habrían podido aceptar el desafío viendo que iban a producirse sacudidas y crisis. Ante este movimiento cultural del hombre, se tendría que haber revisado su relación con Dios. Las Iglesias, en general, no hicieron caso de ese cuestionarse moderno. El hombre de hoy en muchas circunstancias ha de realizar un balance de las religiones, del cristianismo. Las Iglesias y las religiones son objeto de una crítica muy generalizada cuyo resultado fundamenta más aún el ateísmo. Esto es lo que se dice a las religiones: si Dios parece estar muerto para muchísimos hombres porque ya no lo necesitan más ¿no serán ustedes, todos ustedes, los hombres religiosos y creyentes, cómplices de esta muerte? ¿No habrán matado a Dios comprometiéndolo en causas como las guerras santas, el sectarismo, la división, el apoyo a los poderosos de este mundo, la garantía de los ricos? Al representarlo como el Dios protector del orden establecido, temeroso de la ciencia, que no quiere ver al hombre desarrollarse sobre la tierra y tomar posesión de sí, de su dominio -porque está celoso-; como el Dios que más bien sostiene el oscurantismo y que no es precisamente partidario de los cambios, ¿no serán ustedes en gran parte cómplices de este ateísmo hacia el que nos aproximamos cuando decimos "Dios parece como muerto". El Concilio ha tenido la lealtad de reconocerlo: Dios es el que las paga, porque en el momento en que la mutación cultural habría exigido un elevado testimonio de Dios y una renovación total en lo concerniente al conocimiento de Dios, las Iglesias no aportaron el testimonio que podría esperarse de ellas. Lejos de detener el progreso del ateísmo, las Iglesias, al contrario, han proporcionado a los que vacilan, nuevas razones para no interesarse en este Dios ya muerto. Hasta hace poco, hay que decirlo, en muchas encíclicas del siglo XIX, la única reacción ante el ateísmo naciente era lamentarse: ¡este pobre mundo, los pobres ateos! Cuando no era una controversia polémica y agresiva: "condenamos el ateísmo y los ateos", y no quiero citar textos que hoy nos avergüenzan, en los que la única respuesta para el ateísmo naciente era decir que la lógica de los ateos andaba mal, o que tenían un corazón perverso. El concilio Vaticano II se pronunció de manera muy diferente, puesto que dice: "También los creyentes tienen su responsabilidad. Porque el ateísmo, considerado en su total integridad, no es un fenómeno originario, sino derivado de varias causas, entre las que hay que contar también la reacción crítica frente a las religiones y ciertamente, en algunas zonas del mundo, sobre todo frente a la religión cristiana. Por lo cual, en esta génesis del ateísmo, los creyentes pueden tener -el pensamiento profundo del Concilio quiere decir: tienen; es el estilo eclesiástico)- una parte no pequeña de esta responsabilidad, en cuanto que... han velado el auténtico rostro de Dios más que revelarlo". Ahí está, pues, reconocida lo que llamamos la segunda corriente de convergencia; la debilidad del testimonio, la falta de calidad de la fe, toda la degradación de la conciencia de Dios en los creyentes. En esa convergencia, está la causa más profunda del ateísmo en su forma moderna. Aquí detenemos el diagnóstico. Ahora que ya está en movimiento y ha ingresado en la historia humana, sobre todo en la occidental, como un hecho con calidad cultural, el ateísmo se constituye sobre todo en una tentación aún para aquellos que no piensan en él. II. EL ATEÍSMO: TENTACIÓN PARA TODO CREYENTE Una tentación: me parece que hoy, a todo cristiano, este ateísmo le concierne en la medida en que le concierne la mutación cultural y al mismo tiempo la desazón y lasitud del testimonio religioso de Dios. Pero a mi parecer, hay que distinguir dos niveles de tentación posibles: distinción liberadora, pero que lo hace aún más grave como problema. No podemos poner en el mismo plano lo que podemos llamar ateísmo de conciencia y ateísmo de pereza. 1. El ateísmo de conciencia En efecto, para algunos hombres, hoy, el ateísmo es un problema de conciencia. Esto es lo serio. Se trata del ateísmo de los hombres que, al hacer un balance de las religiones, concluyen con una decisión contraria a las mismas. El término ateísmo con la "a" privativa podría hacernos creer que el ateísmo es una pura negación. Pero esos ateos de conciencia serían los primeros en decirnos -Vercors se expresó así muchas veces- que no quieren la negación. Lo que los define, no es ser hombres sin Dios, sino haber tomado una decisión en favor del hombre distinta de aquellos que la toman en favor de Dios. Se trata, pues, de una elección que lo convierte en un ateísmo post-cristiano, es decir, que en su elección de una determinada visión del mundo y del hombre se incluye un juicio sobre todas las religiones y sobre el cristianismo. Y no por no-consideración e ignorancia, sino por estar de vuelta. Es típico ver a los ateos más representativos. como Jean-Paul Sartre, Guéhenno, hacer referencia a su infancia cristiana cuando hablan de su ateísmo. Ustedes conocen el texto preocupante de Jean-Paul Sartre presentando sus confidencias en su autobiografía "Las palabras": "Luego de dos mil años las certezas cristianas tuvieron tiempo para demostrarse, estaban en todos, se las quería ver brillar en la mirada de un sacerdote, Ia media luz de una Iglesia y la claridad de las almas, pero nadie necesitaba asimilarlas personalmente: eran el patrimonio común... En nuestro medio, en mi familia, la fe en Dios es un nombre aparatoso para expresar la dulce libertad francesa" (una realidad puramente cultural)... "Me bautizaron como a tantos otros para preservar mi independencia: de rechazarme el bautismo, temían violentar mi alma; católico, inscrito, yo era libre, normal". Como muchos ateos, Montherlant testimonia: "permanece fijo en mi sensibilidad, un olor católico"; esto habla de olor, de recuerdos, de sensibilidad, pero se está de vuelta respecto al hecho cristiano, al mismo Dios, y uno se sitúa al otro lado tomando una decisión contraria, pero una decisión que cree solucionar el problema y superar todas las formas de búsqueda de Dios. Para esos ateos del ateísmo post-religioso y post-cristiano, hay que reconocerlo, el ateísmo tiene un valor de humanismo. No constituye pura y simplemente un vacío; hoy ya no podemos estar de acuerdo con el título del libro del padre Sertillanges, en otros tiempos un verdadero hallazgo, "Dios o nada". No, para estos ateos de hoy, si no hay Dios, no es que no exista nada. Hay otra cosa totalmente distinta de Dios. 2. El ateísmo de pereza Por el contrario hemos de elogiar mucho menos el llamado ateísmo de pereza. Es el ateísmo más contagioso. Se apoya en el precedente, y no es más que una variante del materialismo. Son multitudes de hombres que no tienen ya necesidad de Dios. Antes fueron creyentes muy superficiales, bastante mágicos. Utilizaban a Dios y le necesitaban, tenían miedo y domesticaban a Dios para que respondiera a sus necesidades domésticas: conservar las colonias francesas, su caja fuerte, su moral, sus escrúpulos; conservar todas sus seguridades afectivas, intelectuales, sociales o políticas. Hoy para todo ello, podemos prescindir de Dios. ¡Y prescindimos! Ningún problema. Perdemos a Dios como a una llave en un bolsillo roto: era de esperar. Es como una indiferencia, un materialismo, porque Dios no responde ya a ninguna necesidad inmediata. Es una vieja historia: ya en el Antiguo Testamento, recuerden la tristeza con que los profetas dicen a su pueblo: «Ustedes se acuerdan de Yahvé cuando le necesitan, pero ahora que tienen que comer, ya no se acuerdan de El". Los profetas proponen el remedio: sin embargo, éste sería el momento de buscarle y de buscarle con más pureza, de buscar su rostro y no solamente sus beneficios. Pero esta es una historia tan antigua como la pereza espiritual: sólo nos acordamos de Dios mientras es un producto cultural importante, mientras está social y políticamente cotizado. ¡Cuántas veces Dios ha sido utilizado así! Hoy, cuando Dios es mucho menos útil en todos esos aspectos, cuando ya no es una necesidad doméstica, le abandonamos, le dejamos, para volver en los momentos más difíciles de la existencia, los momentos de crisis, cuando de nuevo tenemos necesidad de una seguridad más fuerte que la del "american way of life" o la de la civilización de consumo. ¿Quién de nosotros puede decir que está verdaderamente a salvo de una u otra, o aún de las dos formas de tentación del ateísmo? Creo que ningún cristiano puede quedarse indiferente ante la posible dosis de ateísmo que puede recibir en cualquier momento de su vida. III. EL ATEÍSMO: POSIBILIDAD DE UN DESPERTAR PARA LOS CREYENTES Pero nos interesa más bien lo que puede ser el aspecto positivo de este ateísmo: la ocasión de un despertar, de una renovación. Un cierto número de cristianos, viendo en sí mismos esta tentación de ateísmo, se han preguntado, si no es signo de una madurez del hombre. La respuesta no me parece sencilla, pero sí la pregunta interesante: estoy por pensar que este ateísmo es en cierto modo signo de madurez del hombre. Es la liberación de los falsos dioses, de los dioses utensilios, la liberación de los ídolos, de un dios motor auxiliar en quien nos interesaríamos por su utilidad doméstica, es la liberación de todas aquellas formas de Dios inventadas por el hombre que le hicieron decir a Voltaire, un día de mal humor e ironía: "parece que Dios ha hecho al hombre a su imagen, creo que el hombre le ha devuelto la jugada". Y en el mismo sentido, A. Malraux decía en su reciente reportaje: «La palabra Dios me parece como una caja de fósforos en la que se puede poner o sacar una gran cantidad de ellos". El ateísmo puede ser signo de madurez del hombre: el hombre sale del infantilismo, elimina los ídolos de su cuna, el dios pueril, el de los pequeños miedos, el de las pequeñas seguridades, el dios inventado por la necesidad de un apoyo tutelar, el dios del sentimiento porque uno se encuentra solo al atardecer. Sin embargo, lo decía Pascal: "el ateísmo, signo de la fuerza del espíritu, hasta cierto grado solamente". Creo que el ateísmo puede ser, al mismo tiempo que signo de madurez del hombre, signo de una etapa aún adolescente. Quizá pasa así cada vez que después de haber aceptado de manera pasiva los lazos impuestos -familiares, de herencia, de atavismo que no fueron elegidos, viene una etapa en que se rechaza toda sujeción, una etapa de liberación: uno busca reencontrarse a sí mismo en su autonomía, en su independencia. Es signo de madurez con respecto a la sumisión, la pasividad, la fatalidad en que vivía el niño. Pero la verdadera madurez ¿no consistiría más bien en reanudar lazos por encima de las sujeciones, en reencontrar las verdaderas solidaridades y dependencias, en abrir nuevas fuentes, en reconocerse en relación y comunión? Por todo ello, sin querer hacer una apología del ateísmo, veo en él, tanto el signo de madurez del hombre como el signo de un fenómeno aún muy adolescente. El ateísmo moderno no es simplemente signo de que el hombre ha llegado a su madurez afirmando su libertad desalienándose de Dios. Yo querría de vez en cuando, no dejar tranquilos a los ateos instalados en su ateísmo pidiéndoles que verifiquen si no están estancados en una crisis adolescente, y también no dejar tranquilos a muchos cristianos que quizá no han visto, de tal manera los inmoviliza la tentación, como el ateísmo suponiendo que sea un pasaje inevitable, debería ser para ellos un punto de partida, un despertar. 1. Momento para una verificación religiosa fundamental ¿De qué despertar se trata? Retomaré la imagen de las etapas de la unidad de la personalidad a las que aludí hace unos segundos. El hombre de hoy, bajo la tentación del ateísmo, debería reconocer que no se trata de regresar al tiempo de sus predecesores, cuando todo iba bien, cuando Dios estaba domesticado, y era reconocido, cuando todo el mundo le rendía su homenaje sin dificultad. Monseñor Dupanloup, gran obispo del siglo XIX, se equivocaba cuando decía a sus sacerdotes en tiempos del Concilio Vaticano I: "Tenemos una gran tarea: conducir los fieles al tiempo en que el trabajador, testigo de los milagros de la Providencia, invocaba al Dios que protege los sembrados". Bajo ningún concepto se trataba de volver a las edades infantiles de la conciencia para encontrar al Dios contemporáneo de la infancia de la conciencia. Se trata más bien de reconocer que el hombre de antes era religioso con excesiva facilidad, que perdía quizá mucho tiempo en traficar con sus dioses, en querer obtener todo de ellos, sonsacarles todas las respuestas, interrogarlos al detalle por tonterías, en lugar de trabajar por sí mismo, de buscar por sí mismo, de encontrar soluciones, en cuanto están al alcance del hombre. No se trata de volver al tiempo en que había necesidad de estar protegido, de apoyarse, de ser consolado, el tiempo en el cual se podía decir a Dios... "acércate a mí, dame calor, cálmame, apacíguame, anímame, lléname". Tampoco hay que detenerse en la edad adolescente de la conciencia religiosa. El hombre moderno sería ateo con excesiva facilidad, al igual que el hombre anterior a la mutación cultural era muy fácilmente religioso. La facilidad tanto de un lado como de otro no es conveniente para el problema de Dios. Más que retornar al pasado y rechazar estancarse en su hoy de ateísmo, el cristiano tentado por el ateísmo, debería ponerse a buscar a Dios. Es el momento de la verificación religiosa fundamental: liberado de ídolos, de un Dios muchas veces alienante, porque así se le ha concebido muchas veces; liberado de una imagen culturalmente superada e insostenible de Dios que interviene siempre directamente, que hace todo, un poco en lugar del hombre, tenemos que reinterpretar estas imágenes y hacer una oración que se dirija al Dios verdadero, por encima de sus insuficientes representaciones. Llegó el momento de no descubrir al Dios de la superficie, de la epidermis, al mismo tiempo que de descubrir al Dios que responde a las esperanzas inscritas en las más grandes profundidades del hombre, ahí donde el hombre delibera sobre el sentido de la existencia, de su historia, sobre el proyecto de su libertad. Es el momento de reencontrar un Dios más puro, más allá del ateísmo, pero dándole la razón hasta cierto punto. 2. Invitación a cooperar en la nueva epifanía de Dios Reconociendo que con frecuencia hemos sido, de manera inconsciente, cómplices de la muerte aparente de Dios, tendremos que cooperar en su nueva epifanía. Pues lo que Dios espera es revelarse a los hombres de un modo nuevo y más profundo, considerando la misma mutación cultural fuente de tentación de ateísmo, como un beneficio, como un pasaje oscuro en el que el hombre parece no encontrar más a Dios, pero al término del cual tendrá una nueva epifanía de Dios, de un Dios que será a la vez más Dios y más humano, que será, lo sabemos ya si somos realmente un poco creyentes, el Dios de Jesucristo. Y que no encontraremos volviendo a lo que se ha hecho durante siglos. Bajo una capa de cristianismo, lo que se honraba no era el Dios de Jesucristo sino un Dios cultural. No fue en nombre del Dios de Jesucristo como se realizó la cruzada contra los albigenses y el legado del Papa pronunció una frase posiblemente histórica cuando rehusaron rendirse: "Mátenlos a todos, Dios reconocerá a los suyos". ¿Cómo podría Dios reconocer a los suyos en esa inmensa "carnicería"? Ni fue en nombre del Dios de Jesucristo como se hicieron las cruzadas, aunque se realizaran con gran generosidad para liberar la tumba de Cristo. No fue en nombre del Dios de Jesucristo como los zuavos pontificios combatieron contra Garibaldi hace un siglo. Realmente hizo falta este encuentro del soplo evangélico de los tiempos presentes con el primado de la fraternidad universal, para darnos cuenta entre qué cortinados habíamos escondido a Dios, al que llamábamos el Dios de Jesucristo, cortinados particularmente sucios. Es a El, pero a El verdaderamente, a quien estamos invitados a reencontrar, en el despertar difícil provocado por el ateísmo. Necesitamos ese despertar. ¿Eso quiere decir que el ateísmo es para la Iglesia y para todas las religiones un pasaje necesario? Las Iglesias ¿no tienen otra posibilidad de encontrar al Dios de Jesucristo que pasar por una fase de ateísmo, por una fase de brutal autocrítica, incluso un poco drástica? No me atrevo a afirmarlo, aunque algunos teólogos alemanes, Rahner, Metz, llegan a decir que el ateísmo es un pasaje inevitable que debe franquearse, al menos globalmente, colectivamente, para acceder a un despertar del descubrimiento del Dios del Evangelio. No me atrevo porque el pasaje es severo, corremos peligro de que haya muchos cadáveres, y sobre todo no tomaría la responsabilidad de trabajar en pro del ateísmo para que así venga el despertar. Es un riesgo demasiado grande. Ni siquiera las vacunas son en este caso aconsejables. Sin embargo, allí donde el ateísmo, al desarrollarse como hemos visto, es un hecho, lo consideramos como una realidad providencial cuyas posibilidades de un despertar hay que aprovechar. Donde el ateísmo es una tentación, consideramos que esta tentación es finalmente bienhechora. Pero allí donde el ateísmo no ha llegado a sus últimas consecuencias, allí donde todavía no es una tentación actual, no creo que sea siempre y en todos lados necesario llegar al término de la crisis para tener posibilidades de entrar en el despertar. Más bien desearía que la Iglesia esté suficientemente advertida de lo que representa la tentación actual del ateísmo antes de que se vuelva más contagioso, y de ahí tome desde ahora la resolución de un despertar realmente serio en el problema de Dios. IV. TAREAS QUE SE IMPONEN A LA IGLESIA DE HOY Con esto llegamos a la última parte: las tareas que debe realizar la Iglesia, ya esté efectivamente en una situación de ateísmo o se encuentre esa situación de ateísmo en el universo cultural de hoy. De estas tareas depende el éxito de la renovación conciliar. La renovación conciliar corre el riesgo de encerrarse en el universo eclesiástico o en el universo ecuménico, todavía más en el litúrgico o en la disciplina eclesiástica, si no se centra en aquellas tareas que urgen para que Dios pueda realizar su epifanía en una época de ateísmo. Si desde hoy no estamos convencidos de ello, veremos con decepción dentro de algún tiempo que ahí estaba el verdadero problema. ¿Qué tiene que hacer la Iglesia? El Concilio, al final del capítulo primero de la citada Constitución "Gaudium et Spes", nos da algunas orientaciones: "EI remedio del ateísmo (se lee en esta Constitución) hay que buscarlo en una presentación adecuada de la doctrina y en la pureza de vida de la Iglesia y de sus miembros. Esto se logra principalmente con el testimonio de una fe viva y adulta, y finalmente, tener presente que mucho contribuye a manifestar la presencia de Dios el amor fraterno de los fieles". 1. Falsas pistas a) ¿Condenación o reparación? Demos algunas indicaciones sin querer impartir una lección conciliar. Afirmemos primeramente de manera negativa, que no serviría para nada condenar el ateísmo. Ustedes saben que Juan XXIII fue asaltado al principio del Concilio con peticiones de este tipo. Respondía generalmente: "¿para qué? Todos saben perfectamente que el papa no es ateo ni partidario del ateísmo". Condenar no sirve de nada, ni denunciar, ni siquiera lamentar. Ni creo que los cristianos tengan que vengar el honor agraviado de Dios con discursos. A fines del siglo XIX era costumbre fabricar reparaciones en las que los cristianos tranquilizaban su conciencia a expensas de los no-creyentes, lamentándose ante Dios de que los hombres lo abandonaban, su Sagrado Corazón no era honrado, y los hombres ya no se presentaban a hacer la venia ante el generalísimo Dios. Dios se defiende a sí mismo. Es el Dios de los ateos. Es el Dios vivo, el Dios de todos los hombres incluso de los que no lo conocen, y no nos ha dado la tarea de denunciarlos. Lo que nos pide es tener en cuenta la verdadera causa de Dios, la de trabajar en su epifanía. b) ¿Resacralización o regresión cultural? La Iglesia ya no buscará resacralizar el mundo, o sea volver al estado cultural de un mundo anterior. Sin embargo, algunos rechazan el desarrollo cultural, industrial y técnico de Occidente. Si se diera un estadio menos desarrollado, como el de África, por ejemplo, seríamos más religiosos. Les remito a la encíclica "Populorum progressio": allí podrán ver que el cristianismo va siempre en el mismo sentido del desarrollo y del progreso. No encontraremos a Dios deseando una regresión cultural y llevando al hombre, según la expresión de monseñor Dupanloup, al estadìo del "trabajador, testigo de los milagros de la Providencia" y del hombre "que invoca al Dios protector de los sembrados". No, estamos en una época en la que los sembrados se protegen de otro modo: hay máquinas, cañones anti-granizo, muchas técnicas... Este pudo ser el sueño de ciertos predicadores románticos, conducir a los hombres a un estado regresivo desde el punto de vista psicológico, social, político, técnico, científico, para que sabiendo menos se sientan más dependientes. Es un callejón sin salida. El Dios de Jesucristo no está de ese lado. 2. Respuesta al ateísmo ¿Cuáles son las tareas de la Iglesia? Entendiendo por "Iglesia" no solamente el Papa, el Concilio, sino el "nosotros" consciente de los cristianos. Creo inevitable primeramente una cierta tarea de contestación. Aún comprendiendo el ateísmo, aún apreciando a la persona atea, sobre todo cuando lo es en conciencia y pensando que es amado por Dios y que Dios es su Dios, la Iglesia, sin embargo, no puede convertirse en una Iglesia afásica, o sea una Iglesia que se calla. Ciertamente es consciente de que cierto número de ateos de hoy son ante Dios mucho más "conscientes" que algunos creyentes de antaño, pero la Iglesia considera que, a pesar de todo, el ateísmo es un mal para el hombre. Así empieza el capítulo sobre el ateísmo en el texto conciliar: "el aspecto más sublime de la dignidad humana se encuentra en la vocación del hombre a la comunión con Dios". Por eso, sin agresividad contra el ateo, la Iglesia ha de responder al ateísmo. Responder no es ni polemizar, ni entablar una controversia. Es expresar la experiencia contraria. Y así la Iglesia puede decirle al ateo: usted tiene su experiencia atea, creo comprender su génesis, en nuestra complicidad, sí, la de nosotros los creyentes, y en la mentalidad moderna modelada por la mutación cultural. Creo comprender su posición, y vuestra opción no me es ajena, pero tengo una experiencia del Dios vivo que me invita a cuestionarle, a oponer mi experiencia a la suya, para que la tenga en cuenta. La Iglesia en nombre de esta respuesta debe decirle al ateo, fraternalmente: ¿está usted seguro de no haberse quedado en el nivel de una liberación adolescente?, ¿de no haberse dejado encerrar dentro de los métodos de análisis del mundo captado científica y técnicamente?, ¿de no generalizar apresuradamente el juicio a las religiones acusándolas de impuras? ¿Tienen suficientemente en consideración lo que hay de más puro en la experiencia que el hombre tiene de Dios, de más original, especialmente en la revelación cristiana?, ¿no corren peligro de rehacer ídolos, reintroduciendo el absoluto que le niegan a Dios, en las realidades humanas: piensen en las ideologías, aun si hoy están declinando? ¿Están dispuestos a dejarse inquietar nuevamente por las impurezas, los simplismos, las insinceridades, las sistematizaciones fáciles a que les conduce vuestra posición atea? ¿Están dispuestos en consecuencia a dejarse cuestionar por todo testimonio que pueda venir a reabrir el expediente que ya han cerrado? Personalmente he encontrado ateos de renombre, en la literatura o en las ciencias, y que me han parecido muy cerrados en su posición atea: estaban de vuelta del problema, habían encerrado el cristianismo por ahí y para nada estaban dispuestos a cambiar. Incluso su conciencia ética no era siempre tan sincera como proclamaban, y llegaban a tener una conciencia tan cerrada como la de cierto número de creyentes con relación a su propio sistema. La Iglesia no puede dejar el mundo tranquilo, lleva en sí una palabra de Dios hecha para inquietar a los hombres, para decirles: vayan profundamente, amplíen el campamento, no estén seguros de que vuestro ateísmo, por digno y verdadero que sea pueda ser mejor que la religión que han abandonado; no es tan seguro que vuestro ateísmo no los dejará en la miseria. Desearía que encontráramos en nuestro Iglesia la fórmula de respuesta, ya que tenemos una cierta agresividad frente al ateísmo o nos callamos, como si practicáramos lo que Pablo llamaba "el silencio de la confusión". 3. Dar importancia a la realidad-Dios en la pastoral La segunda tarea consistiría en dar importancia a la realidad- Dios, no al problema de Dios sino a la realidad-Dios, en el corazón de toda la pastoral. Estos son algunos de los terrenos en que los cristianos tienen que testimoniarla. a) Participar con los desposeídos Primeramente, la constante preocupación, manifestada ya desde hace algún tiempo en la Iglesia, según la opinión de los mismos comunistas, de no separar la causa de Dios y la del hombre. El legado del Papa se equivocó al pensar que Dios reconocería a los suyos si el hombre no los reconocía. Es a la vez sobre el rostro del hombre y sobre el rostro de Dios como se realizará la nueva epifanía de Dios. El ateísmo tiene la pasión de lo humano: podrá reconocer a Dios descubriendo en nosotros como el Dios muy humano de Jesucristo ha reconocido al hombre hasta el punto que el hombre es como un niño perdido cuando no ha sido reconocido por su autor y padre: Dios. Quien ha «reconocido» al hombre, es Dios; reconocido en el sentido de que muchísimos hombres no existen verdaderamente porque nadie los ha reconocido. La Iglesia testimonia que Dios es aquel que ha reconocido al hombre. Es necesario que esto se vea. He aquí un ejemplo entre otros, que yo no querría presentar a la ligera: mientras el hemisferio norte del planeta sea el de los cristianos que hablan del Dios que ha reconocido al hombre, y el hemisferio abastecido, con relación al otro que globalmente es el hemisferio más subdesarrollado y menos evangelizado, no hay ninguna posibilidad porque está inscrito en la revelación de Dios de que el hemisferio no evangelizado y subdesarrollado preste una seria atención al Dios de los cristianos. Y tendrán todas las posibilidades de aceptar las ideologías que, aunque contradigan su alma religiosa nativa, manifiestan al menos su eficacia por liberar al hombre y desarrollarlo. Hay que saber a qué atenerse: no es el Dios cultural de los americanos y europeos, del que hablan incluso cuando guerrean, quien podrá manifestar su epifanía para multitud de hombres, a quienes por otra parte enviamos misioneros y dólares. Es sobre el rostro del hombre como se manifestará la reconciliación de lo religioso y de lo político, de lo religioso y de lo antropológico, en la lógica misma del Dios de Jesucristo. Es el Dios para los hombres, el Dios de los hombres, nunca tan Dios como cuando es el Dios con los hombres y para los hombres. b) Purificar nuestras formas de devoción Otro sector pastoral donde debe manifestarse lo serio de la realidad-Dios es el culto y la vida eclesiástica. El Concilio nos invita, y queda mucho por hacer, a liquidar todas las supersticiones, todo lo que hacemos en nombre del dios infantil, del dios de las pequeñas seguridades, del dios doméstico. Si somos conscientes de la gravedad del problema, tenemos mucho que hacer para depurar nuestras devociones, para hacer más transparente nuestra liturgia con aquel que está ahí, y con quien entramos en relación. No poseemos a Dios, El está siempre más allá. Será necesario que nuestro culto exprese todo eso en lugar de hacernos creer que está en cualquier cajita, en las cremas, aceites, imágenes, cosas que se tocan, en fin que lo poseemos: eso es magia. No, Dios se nos escapa siempre, nos lleva hacia adelante, no está por encima nuestro para aplastarnos, ni detrás nuestro para empujarnos, está siempre delante de nosotros para atraernos, ampliarnos y agrandarnos. c) Testimoniar una experiencia El tercer aspecto de la importancia de la realidad-Dios en nuestra pastoral concierne a nuestra predicación, no simplemente la de los sacerdotes, sino de manera más amplia, nuestras expresiones sobre Dios. Evidentemente hoy debemos testimoniar una experiencia de Dios. Es una terrible exigencia. Una experiencia de los convertidos para quienes Dios es real, un poco como la de Moisés que decía a Dios: "muéstrame tu rostro". Dios no es una noción. Si no podemos hacerlo, comprendo el que ciertos cristianos y aún teólogos, sobre todo en los Estados Unidos, aconsejen pasar por alto este tema en la predicación mientras no seamos capaces de hablar de Dios de manera real y experimental. Pienso en los llamados teólogos de la muerte de Dios. Uno de los más importantes, protestante como la mayoría, Van Buren, en su Iibro titulado: "El sentido profano del Evangelio", llega a decir: "intento mostrar que al cristianismo le concierne fundamentalmente al hombre y que su lenguaje sobre Dios es un medio, por lo demás muy superado, y no el único, de decir lo que el cristianismo quiere decir sobre el hombre, la vida humana, la historia". Entonces las expresiones sobre Dios se desvanecerían y la única cosa que la Iglesia tendría para decir en definitiva, es lo concerniente al hombre. La Iglesia no puede dejar de hablar de Dios, pero atención: un hablar que no sea alienante, una predicación verdaderamente evangélica. Esto es fácil de decir, pero difícil de realizar; lo siento con toda crudeza. d) Reencontrar a Dios en los caminos de la actividad y la lucha Finalmente, tendremos que renunciar en escrupulosa decisión, a andar o hacer andar a Dios por caminos dudosos. Tendremos que renunciar a querer poner a Dios en el molde de la vida humana, en la desgracia, en el subdesarrollo, en la crisis, en la conciencia desgraciada, en el sentido de los filósofos del siglo XIX, y por el contrario ayudar a los hombres a reencontrar a Dios por los caminos más humanos y positivos de su vida: el camino de la responsabilidad, de la actividad humana y no de la fatalidad, de la lucha y no del aplastamiento, de la toma de conciencia y no del sueño, reencontrar a Dios por los caminos más adultos de la personalidad y de su historia y no de las regresiones infantiles. Es una resolución difícil de tomar porque los hombres religiosos, sin duda por adhesión a su Dios y también porque están persuadidos de que es una desgracia para el hombre desconocer a Dios, prefieren los caminos más fáciles: tareas de titiritero, de proselitismo deshonesto. Las motivaciones no importan mucho si conseguimos delimitar a Dios y darlo al hombre. Esa es una de las causas del ateísmo. El hombre se vuelve ateo cuando se descubre a sí mismo mejor que los dioses o que su Dios. No vayamos a alimentar ese ateísmo, cuidemos al contrario como el decreto conciliar sobre las misiones nos invita, de ser muy escrupulosos en marchar por los caminos donde podamos encontrar a Dios. Estos son caminos verdaderamente humanos y no infrahumanos. CONCLUSIÓN Debo terminar. Evidentemente Dios no tiene necesidad de un referendum para ser Dios. Es el Dios vivo. Dios es también el Dios de los ateos: no lo saben, pero a veces viven en comunión con él y pueden ir a él sin saberlo, por lo que los teólogos de hoy llaman frecuentemente "cristianismo anónimo", un cristianismo incógnito. Debemos recordarlo en este tiempo de ateísmo: ciertos ateos son más cristianos que los cristianos de nombre y de registro. Poner millones de hombres en actitud reverencial no sirve de nada si es ante un ídolo. Pero teniendo dicha convicción, la Iglesia, los cristianos no estamos menos convencidos de que el hombre está hecho para conocer al verdadero Dios, y que el Dios venido en Jesucristo a reconocer al hombre, desea que el hombre lo conozca verdaderamente, no simplemente que se encuentre con El de incógnito. De ahí por qué, sin lamentarse interminablemente del ateísmo, tampoco la Iglesia se afilia a su partido. Sabe que si hay novedad en el Evangelio, es la verdad. El Evangelio ha asombrado al mundo y debe seguir asombrándolo. La novedad no está solamente, como ciertos cristianos de hoy pueden pensar, del lado del hombre. Lo extraordinario del Evangelio está del lado de Dios: que Dios haya revelado quién es, que Dios se haya aproximado, entrado en la historia de los hombres, que se haya unido a lo humano hasta el punto de no separarse ni más allá de la muerte, que haya reconocido al hombre de una manera fraternal, que haya transformado las representaciones que se hacían de El, reemplazando el poder cósmico, demiúrgico, milagroso, aplastante, por la proximidad y la invitación a la vida mas alta. Entonces, sabiendo hasta qué punto el hombre y Dios están hechos para encontrarse, Ia Iglesia, sabiendo que Dios no tiene necesidad de ella, está, sin embargo, profundamente persuadida de que todo lo que haga, lo que diga, no tiene sentido si no es en vistas a ese encuentro. La esperanza de la Iglesia hoy es que por encima de los malentendidos verdaderamente trágicos del ateísmo, se levante con su trabajo, en el mundo de los hombres, el tiempo de una epifanía de Dios. Y es de esta esperanza de la que querría hacerlos partícipes. Necesitamos una larga conversión; diálogos, encuentros, porque no es posible que este malentendido trágico entre el hombre y Dios, hechos para estar juntos, no sea superado. Con vistas a que todos entremos, según nuestras posibilidades, en esta tarea primordial de la epifanía de Dios en este tiempo de ateísmo, he tenido la alegría de estar con ustedes esta tarde. CATEQUESIS Y MUNDO DE HOY CELAM-CLAF. MAROVA. MADRID-1970.Págs. 16-34 |
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jueves, 27 de marzo de 2014
ATEÍSMO TENTACIÓN Y DESPERTAR PARA EL CREYENTE
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