viernes, 26 de septiembre de 2014

Nominalismo, Realismo, Conceptualismo

Estos términos se usan para designar las teorías que se han propuesto como solución a una de las cuestiones más importantes de la filosofía, a menudo mencionada como el problema de los universales, que, aunque fue el tema favorito de discusión en épocas antiguas, y especialmente en la Edad Media, se destaca aún en la filosofía moderna y contemporánea. Nos proponemos discutir en este artículo:

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El Problema y las Soluciones Propuestas

El problema de los universales es el problema de la correspondencia de nuestros conceptos intelectuales con las cosas que existen fuera de nuestro intelecto. Mientras que los objetos externos son determinados, individuales, formalmente excluyentes de toda multiplicidad, nuestros conceptos o representaciones mentales nos ofrecen las realidades independientes de toda determinación particular; son abstractos y universales. La cuestión, por tanto, consiste en descubrir hasta qué punto los conceptos de la mente corresponden a las cosas que representan; cómo la flor que concebimos representa la flor que existe en la naturaleza; en una palabra, si nuestras ideas son fieles y tienen realidad objetiva.
Se han ofrecido cuatro soluciones del problema. Es necesario describirlas cuidadosamente, pues los autores no siempre usan los términos en el mismo sentido.

Realismo exagerado

El realismo exagerado sostiene que hay conceptos universales en la mente y cosas universales en la naturaleza. Hay, por tanto, un estricto paralelismo entre el ser en la naturaleza y el ser en el pensamiento, puesto que el objeto externo está revestido del mismo carácter de universalidad que descubrimos en el concepto. Esta es una solución simple, pero que va contra los dictados del sentido común.

Nominalismo

El realismo exagerado inventa un mundo de realidad que corresponde exactamente a los atributos del mundo del pensamiento. El nominalismo, por el contrario, modela el concepto sobre el objeto externo, que sostiene es individual y particular. El nominalismo por consiguiente niega la existencia de conceptos abstractos y universales, y rechaza admitir que el intelecto tenga la facultad de engendrarlos. Lo que llamamos ideas generales son sólo nombres, meras designaciones verbales, que sirven como etiquetas a colecciones de cosas o a series de acontecimientos particulares. De ahí el término nominalismo. Ni el realismo exagerado ni el nominalismo encuentra dificultad en establecer correspondencia entre la cosa en el pensamiento y la cosa que existe en la naturaleza, puesto que por caminos diferentes, ambos postulan la perfecta armonía entre las dos. La dificultad real aparece cuando asignamos atributos diferentes a la cosa en la naturaleza y a la cosa en el pensamiento; si sostenemos que la una es individual y la otra universal. Surge entonces una antinomia entre el mundo de la realidad y el mundo como se representa en la mente, y eso nos lleva a investigar cómo la noción general de flor concebida por la mente es aplicable a las flores particulares y determinadas de la naturaleza.

Conceptualismo

El conceptualismo admite la existencia en nosotros de conceptos abstractos y universales (de ahí su nombre), pero sostiene que no sabemos si los objetos mentales tienen o no algún fundamento fuera de nuestras mentes o si los objetos individuales en la naturaleza poseen respectivamente y cada uno por sí mismo las realidades que concebimos como efectivas en cada uno de ellos. Los conceptos tienen un valor ideal; no tienen valor real, o al menos no sabemos si tienen valor real.

Realismo moderado

El realismo moderado, finalmente, declara que hay conceptos universales que representan fielmente realidades que no son universales. “¿Cómo puede haber armonía ente los primeros y las últimas? Estas últimas son particulares, pero tenemos la facultad de representárnoslas a nosotros mismos de manera abstracta. Ahora bien el género abstracto, cuando el intelecto lo considera reflexivamente y lo contrasta con los sujetos particulares en los que se hace realidad o es capaz de hacerse realidad, es atribuible indiferentemente a cualquiera y a todos ellos. Esta aplicabilidad del género abstracto a los individuos es su universalidad.” (Mercier, "Critériologie", Lovaina, 1906, p. 343).

Principales Formas Históricas de Nominalismo, Realismo y Conceptualismo

En la filosofía griega

La conciliación del uno y los muchos, de lo cambiante y lo permanente, fue uno de los problemas favoritos de los griegos; conduce al problema de los universales. La afirmación típica del realismo exagerado, la más franca hecha nunca, aparece en la filosofía de Platón; lo real debe poseer los atributos de necesidad, universalidad, unidad e inmutabilidad que se encuentran en nuestras representaciones intelectuales. Y como el mundo sensible contiene sólo lo contingente, lo particular, lo inestable, se deduce que lo real existe fuera y por encima del mundo sensible. Platón lo llama eidos, idea. La idea es absolutamente estable y existe por sí misma (óntos ón; autá kath'autá), aislada del mundo fenoménico, distinta del intelecto humano y divino. Siguiendo lógicamente las directrices principales de su realismo, hace que una entidad ideal corresponda a cada una de nuestras representaciones abstractas. No sólo las especies naturales (hombre, caballo) sino los productos artificiales (cama), no sólo las sustancias (hombre) sino las propiedades (blanco, justo), las relaciones (doble, triple), e incluso las negaciones y la nada tienen una idea correspondiente en el mundo suprasensible. "Lo que hace de uno y uno dos, es una participación de la díada (dúas), y lo que hace de uno uno es una participación de la mónada (mónas) en la unidad" (Fedón, LXIX) El realismo exagerado de Platón, que reviste al ser real con los atributos del ser en el pensamiento, es la doctrina principal de su metafísica.
Aristóteles rompió con estas opiniones exageradas de su maestro y formuló la doctrina principal del realismo moderado. Lo real no es, como dice Platón, una vaga entidad de la que el mundo sensible es sólo la sombra; habita en medio del mundo sensible. La sustancia individual (este hombre, ese caballo) es la única que tiene realidad; sólo ella puede existir. Lo universal no es algo en sí mismo; es inmanente a los individuos y se multiplica en todos los representantes de una clase. En cuanto a la formación de la universalidad de nuestros conceptos (hombre, justo), es un producto de nuestra consideración subjetiva. Los objetos de nuestras representaciones genéricas y específicas pueden ciertamente ser llamados sustancias (ousiai), cuando designan la realidad fundamental (hombre) con las determinaciones accidentales (justo, grande); pero éstas son deúterai ousiai (segundas sustancias), y por esto Aristóteles entiende precisamente que este atributo de universalidad que afecta a la sustancia como en el pensamiento no pertenece a la sustancia (la cosa en sí); es el resultado de nuestra elaboración subjetiva. Este teorema de Aristóteles que completa la metafísica de Heráclito (negación de lo permanente) por medio de la de Parménides (negación del cambio), es la antítesis del platonismo, y puede ser considerado uno de los más sutiles pronunciamientos del peripatetismo. Fue a través de esta sabia doctrina como el Estagirita ejerció su ascendencia sobre todo el pensamiento posterior.
Después de Aristóteles la filosofía griega formuló una tercera respuesta al problema de los universales, el conceptualismo. Esta solución aparece en la enseñanza de los estoicos, quienes, como se sabe, figuran con el platonismo y el aristotelismo entre los tres sistemas originales de la gran época filosófica de los griegos. La sensación es el principio de todo conocimiento, y el pensamiento es sólo una sensación colectiva. Zeno de Elea comparaba la sensación a una mano abierta con los dedos separados; la experiencia a la mano abierta con los dedos doblados; el concepto general nacido de la experiencia al puño cerrado. Ahora bien, los conceptos, reducidos a las sensaciones generales, tienen como su objeto, no la cosa externa y corpórea captada por los sentidos (túgchanon), sino el lektóon o la realidad concebida; si ésta tiene algún valor real, no lo sabemos. La escuela aristotélica adoptó el realismo aristotélico, pero los neoplatónicos apoyaban la teoría platónica de las ideas que transformaron en una concepción emanacionista y monista del universo.

En la filosofía de la Edad Media

Durante largo tiempo se pensó que el problema de los universales monopolizó la atención de los filósofos de la Edad Media, y que la disputa de los nominalistas y los realistas absorbió todas sus energías. En realidad esa cuestión, aunque destacada en la Edad Media, estuvo lejos de ser la única tratada por estos filósofos.
(1) Desde el principio de la Edad Media hasta el final del siglo XII: Es imposible clasificar a los filósofos del comienzo de la Edad Media exactamente como nominalistas, realistas exagerados y moderados, o conceptualistas. Y la razón es que el problema de los universales es muy complejo. No implica meramente la metafísica de lo individual y de lo universal, sino que suscita también importantes cuestiones de ideología---preguntas acerca de la génesis y la validez del conocimiento. Pero los primeros escolásticos, inexpertos en asuntos tan delicados, no percibieron estos diversos aspectos del problema. No se desarrolló espontáneamente en la Edad Media; se transmitió en un texto de la "Isagoge" de Porfirio, un texto que parecía simple e inocente, aunque algo oscuro, pero al que la fuerza de las circunstancias constituyó en punto de partida necesario de las primeras especulaciones medievales sobre los universales.
Porfirio divide el problema en tres partes:
  • ¿Existen en la naturaleza los géneros y las especies, o consisten en meros productos del intelecto?
  • Si hay cosas aparte de la mente, ¿son corpóreas o incorpóreas?
  • ¿Existen en el exterior los objetos (individuales) de los sentidos, o se hacen reales en estos últimos?
"Mox de generibus et speciebus illud quidem sive subsistant sive in nudis intellectibus posita sint, sive subsistentia corporalia sint an incorporalia, et utrum separata a sesnsibilibus an in sensibilibus posita er circa haec subsistentia, decere recusabo." Históricamente, la primera de estas preguntas se discutió antes que las otras: la última sólo pudo haber surgido en ocasión de negarse un carácter exclusivamente subjetivo a las realidades universales. Ahora bien, la primera pregunta era si los géneros y las especies eran o no realidades objetivas: sive subsistant, sive in nudis intellectibus posita sint? En otras palabras, el único punto en debate era la absoluta realidad de los universales: su verdad, su relación con el entendimiento, no estaba en cuestión. El texto de Porfirio, aparte de la solución que él proponía en otra parte en obras desconocidas por los primeros escolásticos, es un planteamiento inadecuado de la cuestión; pues sólo toma en cuenta el aspecto objetivo y descuida el punto de vista psicológico que es el único que puede dar la clave a la verdadera solución. Además, Porfirio, tras proponer su triple interrogación en la "Isagoge", rehúsa ofrecer una respuesta (dicere recusabo). Boecio, en sus dos comentarios, da respuestas que son vagas y escasamente consistentes. En el segundo comentario, que es el más importante, sostiene que genera y species son a la vez subsistentia e intellecta (1ª pregunta), siendo la similaridad de las cosas la base (subjectum) tanto de su individualidad en la naturaleza como de su universalidad en la mente: que genera y species son incorpóreos no por naturaleza sino por abstracción (2ª pregunta), y que ambos existen tanto dentro como fuera de los objetos de los sentidos (3ª pregunta).
Esto no estaba suficientemente claro para los principiantes, aunque podemos ver en ello la base de la solución aristotélica del problema. Los primitivos escolásticos se enfrentaron al problema tal como proponía Porfirio: limitando la controversia a genera y species, y su solución a la alternativa sugerida por la primera pregunta: ¿Existen los objetos de los conceptos (esto es, genera y species) en la naturaleza (subsistentia) o son meras abstracciones (nuda intellecta)? ¿Son, o no, cosas? Los que respondían afirmativamente tomaron el nombre de reales o realistas, los demás el de nominales o nominalistas. Los primeros o realistas, más numerosos en la Alta Edad Media (Fredegiso, Rémy d'Auxerre, y Juan Escoto Eriúgena en el siglo IX, Gerberto y Odon de Tournai en el X, y William de Champeaux en el XII) atribuyen a cada especie una esencia universal (subsistentia), de la que son tributarios todos los individuos.
Los nominalistas, que deberían ser llamados más bien anti-realistas, afirman por el contrario que sólo existen los individuos, y que los universales son cosas que se hacen reales en el estado universal en la naturaleza, o subsistentia. Y como adoptan la alternativa de Porfirio, concluyen que los universales son nuda intellecta (esto es, puramente representaciones intelectuales).
Puede que Roscelin de Compiègne no fuera más allá de estas enérgicas protestas contra el realismo, y que no sea un nominalista en el sentido exacto que hemos atribuido a la palabra más arriba, pues dependemos de otros para una expresión de sus opiniones, en cuanto que no se conserva ningún texto suyo que justifique que digamos que negó al intelecto la facultad de construir conceptos generales, distintos por naturaleza de la sensación. De hecho, es difícil comprender cómo el nominalismo pudo existir en absoluto en la Edad Media, cuando sólo es posible en una filosofía sensualista que niegue toda distinción natural entre la sensación y el concepto intelectual. Además hay poca evidencia de sensualismo en la Edad Media, y, como el sensualismo y el escolasticismo, así también el nominalismo y el escolasticismo se excluyen mutuamente. Los diversos sistemas anti-realistas anteriores al siglo XIII son de hecho formas más o menos imperfectas de realismo moderado hacia el que tendían los esfuerzos del primer período, fases a través de las cuales pasaba la misma idea en su evolución orgánica. Estas etapas son numerosas, y varias han sido estudiadas en recientes monografías (por ejemplo, la doctrina de Adelardo de Bath, de Gauthier de Mortagne, el indiferentismo, y la teoría de la collectio). El estadio decisivo está representado por Pedro Abelardo (1079-1142), quien indica claramente el papel de la abstracción, y cómo nos representamos nosotros mismos los elementos comunes a las distintas cosas, capaces de hacerse reales en un número indefinido de individuos de la misma especie, aunque sólo el individuo existe. De eso al realismo moderado hay sólo un paso; fue suficiente mostrar que un fundamento real nos permite atribuir la representación general a la cosa individual. Es imposible decir quien fue el primero en el siglo XII en desarrollar la teoría en su integridad. El realismo moderado aparece plenamente en los escritos de Juan de Salisbury.

Desde el siglo XIII

En el siglo XIII todos los grandes escolásticos resolvieron el problema de los universales mediante el realismo moderado (Santo Tomás de Aquino, San Buenaventura, Juan Duns Scoto), y están así de acuerdo con Averroes y Avicena, los grandes comentaristas árabes de Aristóteles, cuyas obras habían puesto recientemente en circulación por medio de traducciones. Santo Tomás formula la doctrina del realismo moderado en lenguaje preciso, y por esa sola razón podemos dar el nombre de realismo tomista a esta doctrina (ver más abajo). Con Guillermo de Ockham y la escuela terminista aparece la solución estrictamente conceptualista del problema. El concepto abstracto y universal es un signo (signum), también llamado término (terminus; de ahí el nombre de terminismo dado al sistema), pero no tiene valor real, pues lo abstracto y lo universal no existen en forma alguna en la naturaleza y no tienen fundamento fuera de la mente. El concepto universal (intentio secunda) tiene como objeto representaciones internas, construidas por el entendimiento, a las que nada externo que corresponda puede atribuirse. El papel de los universales es servir como etiqueta, ocupar el lugar (supponere) en la mente de una multitud de cosas a las que puede atribuirse. El conceptualismo de Occam sería francamente subjetivista, si, junto a los conceptos abstractos se extendiera a la cosa individual, tal como existe en la naturaleza.

En la filosofía moderna y contemporánea

Encontramos una inequívoca afirmación de nominalismo en el positivismo. Para Hume, Stuart Mill, Spencer, y Taine no hay conceptos universales estrictamente hablando. La noción a la que prestamos universalidad, es sólo una colección de percepciones individuales, una sensación colectiva, "un nom compris" (Taine), "un término en asociación habitual con muchas otras ideas particulares" (Hume), "un savoir potentiel enmagasiné" (Ribot). El problema de la correspondencia del concepto con la realidad es así resuelto de una vez, o más bien se suprime y se le reemplaza por la pregunta psicológica. ¿Cuál es el origen de la ilusión que nos induce a atribuir una naturaleza distinta al concepto general, aunque éste sea sólo una sensación elaborada? Kant afirma claramente la existencia en nosotros de nociones generales y abstractas y la distinción entre ellas y las sensaciones, pero estas doctrinas se mezclan con un fenomenalismo característico que constituye la forma más original de conceptualismo moderno. Las representaciones universales y necesarias no tienen relación con las cosas externas, puesto que son producidas exclusivamente por las funciones estructurales (formas a priori) de nuestra mente. El tiempo y el espacio, en los que enmarcamos todas las impresiones sensibles, no se pueden obtener de la experiencia, que es individual y contingente; son esquemas que surgen de nuestra organización mental. Por consiguiente, no hay garantía para establecer una correspondencia real con el mundo de la realidad. La ciencia, que es sólo una elaboración de los datos de los sentidos de acuerdo con otras determinaciones estructurales de la mente (las categorías), se convierte en un poema subjetivo, que tiene su valor sólo para nosotros y no para un mundo fuera de nosotros. Una forma moderna de realismo platónico o exagerado se encuentra en la doctrina ontologista defendida por ciertos filósofos católicos a mediados del siglo XIX, y que consiste en identificar los objetos de las ideas universales con las ideas divinas o arquetipos sobre los que fue modelado el mundo. Respecto al realismo moderado, sigue siendo la doctrina de todos los que han vuelto al aristotelismo o adoptado la filosofía neo-escolástica.

Los Reclamos del Realismo Moderado

Este sistema reconcilia las características de los objetos externos (particularidad) con los de nuestras representaciones intelectuales (universalidad), y explica por qué la ciencia, aunque formada por nociones abstractas, es válida para el mundo de la realidad. Para comprender esto basta captar el significado real de la abstracción. Cuando la mente aprehende la esencia de una cosa (quod quid est; tò ti en eînai), el objeto externo se percibe sin las notas particulares que forman parte de él en la naturaleza (esse in singularibus), y no está marcado aún con el atributo de generalidad que la reflexión le otorgará (esse in intellectu). La realidad abstracta es aprehendida con perfecta indiferencia en lo que respecta tanto al estado individual externo como al estado universal interno: abstrahit ab utroque esse, secundum quam considerationem consideratur natura lapidis vel cujus cumque alterius, quantum ad ea tantum quae per se sompetunt illi naturae (Sto.Tomás, "Quodlibeta", Q.I, a, 1). Ahora bien, lo que se concibe así en estado absoluto (absolute considerando) no es nada más que la realidad encarnada en cualquier individuo dado: verdaderamente, la realidad, representada en mi concepto de hombre, está en Sócrates o en Platón. No hay nada en el concepto abstracto que no se aplique a cada individuo; si el concepto abstracto es inadecuado, porque no contiene las notas singulares de cada ser, no es menos fiel, o al menos su carácter abstracto no impedirá que corresponda fielmente a los objetos existentes en la naturaleza. Respecto a la forma universal del concepto, una primera consideración muestra que es subsiguiente a la abstracción y es fruto de la reflexión: "ratio speciei accidit naturae humanae". De ahí se sigue que la universalidad del concepto tal como es es la obra puramente del intelecto: "unde intellectus est qui facit universalitatem in rebus" (Sto. Tomás, "De ente et de essentia", IV).
Respecto al nominalismo, conceptualismo y realismo exagerado, algunas consideraciones generales deben bastar. El nominalismo, que es inconciliable con una filosofía espiritualista y por esa misma razón también con el escolasticismo, presupone la teoría ideológica de que el concepto abstracto no difiere esencialmente de la sensación, de la que es sólo una transformación. El nominalismo de Hume, Stuart Mill, Spencer, Huxley, y Taine no es de mayor valor que su ideología. Confunden esencialmente operaciones lógicas distintas---la simple descomposición de representaciones sensibles o empíricas con la abstracción propiamente así llamada y la analogía sensible con el proceso de universalización. Los aristotélicos reconocen ambas operaciones mentales, pero distinguen cuidadosamente entre ellas. En cuanto a Kant, todos los lazos que puedan relacionar el concepto con el mundo externo se destruyen en su fenomenalismo. Kant es incapaz de explicar por qué una y la misma impresión sensible causa o desencadena ahora esta, ahora aquella categoría; sus formas a priori son ininteligibles según sus propios principios, puesto que están más allá de la experiencia. Además, confunde el tiempo y el espacio real, limitado como las cosas que se desarrollan en él, con el tiempo y el espacio ideal o abstracto, los únicos que son generales y sin límites. Pues en realidad no creamos de manera global el objeto de nuestro conocimiento, sino que lo engendramos dentro de nosotros por la influencia causal del objeto que se nos revela. El ontologismo, que es análogo al realismo platónico, identifica arbitrariamente los tipos ideales de nuestro intelecto, que vienen a nosotros del mundo sensible por medio de la abstracción, con los tipos ideales consustanciales con la esencia de Dios. Ahora bien, cuando formamos nuestras primeras ideas abstractas aún no conocemos a Dios. Somos tan ignorantes de Él que debemos emplear estas primeras ideas para probar a posteriori su existencia. El ontologismo tuvo su época, y la nuestra tan enamorada de la observación y el experimento difícilmente volverá a los sueños de Platón.

Fuente: De Wulf, Maurice. "Nominalism, Realism, Conceptualism." The Catholic Encyclopedia. Vol. 11. New York: Robert Appleton Company, 1911. <http://www.newadvent.org/cathen/11090c.htm>.

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