"Más feliz es el que da que el que recibe"(San Pablo)
Uno de los
verbos que en nuestra sociedad cuesta mucho
trabajo desarrollar es el verbo DAR. Nos cuesta
trabajo dar; es mucho más interesante recibir;
si damos nos quedamos sin nada y eso no gusta.
Sin embargo es curioso contemplar cómo algunas
actrices famosas así como otros personajes
“importantes” de la sociedad parece que
han descubierto la razón de su existencia cuando
han dejado el ritmo de su vida tan
“envidiable” y se han puesto a gastar
gran parte de su fortuna y tiempo en alguna causa
que busca el bien ajeno, ya sea en favor de
personas marginadas o en defensa del medio
ambiente.
De ahí que
uno piense entonces que esa actitud de dar (que
no es simplemente despojarse de cosas, sino
enriquecer al otro con los propios valores, con
actitudes de generosidad y afecto) puede
realmente colmar y calmar lo más íntimo de
nuestro ser. Por eso, como dice Bernabé Tierno,
psicólogo y psicopedagogo español, “el que
da de sí mismo no se empobrece, antes bien, se
enriquece con la alegría de su propia
generosidad”.
Nadie hay
tan pobre que no tenga la oportunidad de darnos
algo. Hasta el más mísero de los mortales nos
puede dar algo tan valioso como la ocasión de
ayudarle, la oportunidad de estimular nuestra
generosidad y vencer el egoísmo. El valor de una
persona no se mide por la cantidad de lo que da,
sino por la alegría y generosidad que manifiesta
en sus detalles. La generosidad, pues, no es
monopolio de los que tienen, de los ricos, sino
patrimonio universal de cualquier corazón bien nacido: Una sonrisa en la incomprensión, una
mano tendida en la dificultad, una palabra de
cariño en el dolor, una presencia oportuna en la
soledad, un trozo de pan compartido en la
escasez,... son las formas concretas de un amor
que construye a la persona y a la humanidad.
Todos tenemos un corazón capaz de generar amor y
comprensión a raudales, sean cuales fuesen
nuestras capacidades intelectuales o nuestro
nivel económico y cultural.
El secreto
está en saber poner nuestro corazón en cada
acción generosa y abrirlo a los demás cuando
abrimos nuestras manos y si no que se lo digan al
mendigo de esta maravillosa historia que nos
dejó el gran escritor de la India R. Tagore:
“Iba
yo mendigando de puerta en puerta por el
camino de la aldea, cuando tu carroza
apareció a lo lejos como un sueño hermoso.
Yo me pregunté maravillado quién sería
aquel rey de reyes. Mis ilusiones volaron
hasta el cielo y pensé que mis días malos
se había acabado. Tu generosidad me sacaría
de la pobreza...
La
carroza se paró a mi lado. Me miraste y
bajaste sonriendo. Sentí que la felicidad de
la vida me había llegado al fin. Y de
pronto, tú extendiste tu mano diciéndome:
-¿Puedes
darme alguna cosa?
Y yo me
quedé pasmado. ¡Qué ocurrencia, pedirle a
un mendigo! Estaba confuso y no sabía qué
hacer. Al fin saqué despacio de mi saco un
granito de trigo y te lo di. ¡Qué sorpresa
la mía, cuando al vaciar por la tarde mi
saco encontré un grano de oro entre los
granos de trigo!... ¡Qué amargamente lloré
por no haber tenido corazón para darte todo
lo que tenía” (R. Tagore)
Y otro
más.-
"Una
anciana de ochenta y cinco años estaba
siendo entrevistada con motivo de su
cumpleaños. La periodista le preguntó qué
consejo daría a las personas de su edad.
-Bueno
-dijo la anciana- a nuestra edad es muy
importante no dejar de usar todo nuestro
potencial; de lo contrario éste se marchita.
Es importante estar con la gente y siempre
que sea posible, ganarse la vida prestando un
servicio. Eso es lo que nos mantiene con vida
y con salud
-¿Puedo
preguntarle qué es exactamente lo que hace
usted para ganarse la vida a su edad?
-Cuido
de una anciana que vive en mi barrio.-fue su
inesperada y deliciosa respuesta".
El amor
cura a todos, tanto a quienes lo reciben como a
quienes lo dan.
Ángel
Sánchez, Dandy
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