Las autoridades hacen fiesta, fingiendo ignorar que para Dios la
verdadera fiesta consiste en "enderezar al oprimido y defender al
huérfano" (Is 1,17) y no en pomposos rituales: "Vuestras solemnidades y
fiestas las detesto; se me han vuelto una carga que no soporto más.
Cuando extendéis las manos, cierro los ojos; aunque multipliquéis las
plegarias, no os escucharé..." (Is 1,14-15); "retirad de mi presencia el
barullo de los cantos, no quiero oír la música de la cítara" (Am 5,23).
Dios no oye las cantinelas litúrgicas sino "el clamor de los pobres" (Job 34,28).
Dios no oye las cantinelas litúrgicas sino "el clamor de los pobres" (Job 34,28).
El Creador ignora los ritos que le ofrecen los "pastores de Israel", y su mirada se vuelve al pueblo, verdadera víctima sacrificial de esta fiesta: "Viéndolo Jesús echado y notando que llevaba mucho tiempo..."
Jesús, que ve lo que las autoridades ignoran, toma la iniciativa con el enfermo ("¿quieres ponerte sano?") y lo estimula a repreender el camino de la libertad: "Levántate, carga con tu camilla y echa a andar".
En la acción de Jesús se realiza la promesa de Dios de cuidar de su pueblo: "Yo mismo conduciré mis ovejas al pasto..., vendaré a las heridas, curaré a las enfermas..." (Ez 34,1-31), como estaba profetizado en el libro de Ezequiel contra los pastores de Israel "que se apacientan a sí mismos" y no "han fortalecido a las débiles, ni curado a las enfermas, ni vendado sus heridas".
El episodio en cuestión es la primera de las dos transgresiones del descanso sabático por parte de Jesús narradas en el evangelio de Juan.
Que Dios hubiese terminado la creación el séptimo día era una verdad revelada indiscutible que ninguno se atrevía a poner en duda.
Jesús, sí.
Él no está de acuerdo con el autor del libro del Génesis y con la doctrina ofcialmente enseñada de que "Dios había concluido toda su tarea y descansó en el día séptimo de toda su tarea" (Gn 2,1), y afirma: "Mi Padre, hasta el presente, sigue trabajando y yo también trabajo" (Jn 5,17).
Para Jesús la cración no sólo no está terminada, sino que "espera con impaciencia" la plena realización de los hombres como "hijos de Dios" (Rom 8,19).
Éste es el designio del Padre para quien Jesús trabaja infatigablemente, con la finalidad de extender a todos los hombres la acción vivificante de Dios.
Y Jesús prolonga la acción del Creador comunicando vida aun en sábado, día en el que está prohibida cualquier actividad y en el que el Talmud veta expresamente curar a los enfermos: "No se puede curar una fractura, ni siquiera meterla en agua fría" (Shab. M. 20,5).
Una vez más la acción del Dios creador agua la fiesta al Dios legislador, y la aséptica ceremonia litúrgica se arruina por la irrupción de la vida.
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