El ángel corre la piedra del sepulcro, que separaba definitivamente el
mundo de los muertos del de los vivos, y se sienta sobre ella, con la
posición típica del vencedor (Ap 2,21): con la resurrección de Jesús la
muerte ha sido definitivamente vencida.
La irrupción de la vida se convierte, sin embargo, en una experiencia funesta para cuantos son guardianes de la muerte: en lugar de ser vivificadados por la manifestación del Dios de la vida, los guardias se vuelven "como muertos".
La irrupción de la vida se convierte, sin embargo, en una experiencia funesta para cuantos son guardianes de la muerte: en lugar de ser vivificadados por la manifestación del Dios de la vida, los guardias se vuelven "como muertos".
No teniendo vida en sí, no sólo no consiguen percibirla cuando ésta se manifiesta, sino que se introducen aún más "en tinieblas y en sombras de muerte" (Lc 1,79).
Ellos se autoexcluyen del anuncio del ángel que, ignorando a los guardias que han tenido miedo de la aparición hasta el punto de desfallecer, anima solamente a las dos mujeres: "No tengáis miedo. Ya sé que buscáis a Jesús el crucificado; no está aquí, ha resucitado, cmo tenía dicho".
Y les encarga ir a decir a los discípulos que Jesús, resucitado de los muertos, los preceerá en Galilea; allí lo verán.
Una vez comprendido que no se puede buscar entre los muertos al que vive (Lc 24,5), las dos mujeres abandonan rápidamente el sepulcro, y conforme se alejan de la tumba, su temor se desvanece, sustituido por una gran alegría que es confirmada por el encuentro con Jesús.
La fe de las discípulas en la resurrección no sebasa en la visión de un sepulcro vacío, que había sido también visto por los guardias, sino en la experiencia de Jesús vivo y vivificante que se les acerca y las saluda diciendo: "Alegraos". Esta expresión, que aparece solamente dos veces en el Evangelio de Mateo, es la misma que se utiliza al final de las bienaventuranzas: "Estad alegres y contentos, que grande es la recompensa que Dios os da; porque lo mismo persiguieron a los profetas que os han precedido" (Mt 5,12).
La primera palabra pronunciada por Jesús resucitado está unida a la recompensa por la fidelidad a las bienaventuranzas incluso en la persecución. Esta "recompensa" es una vida capaz de superar a la muerte, ahora visible en Jesús, que confirma a las mujeres cuanto les había anunciado el ángel: los discípulos si quieren verlo deben subir a Galilea.
La necesidad de ir a Galilea, que en el relato de la resurrección aparece tres veces para subrayar la importancia del encuentro en esta región, no es comprensible desde el punto de vista histórico.
La incongruencia es que, mientras Jesús está muerto, es sepultado y resucita en el sur, en Judea, en Jerusalén, y los discípulos están en aquella ciudad, se les dice que si quieren verlo deben subir al norte, a Galilea: ¿por qué recorrer más de cien kilómetros y aplazar por tanto al menos tres o cuatro días el importante encuentro con Jesús resucitado?
En los evangelios de Lucas y de Juan, Jesús se aparece a sus discípulos en Jerusalén el mismo día de la resurrección:"Aquel día primero de la semana, estando atrancadas las puertas del sitio donde estaban los discípulos, por miedo a los dirigentes judíos, llegó Jesús, haciéndose presente en el centro, y les dijo: Paz con vosotros" (Jn 20,19; Lc 24,36).
El evangelio de Marcos contiene la cita en Galilea como en mateo (Mc 16,7), pero luego el último redactor, añadiendo los episodios de las apariciones, escribe que Jesús el mismo día de la resurrección "se apareció a los Once, estando ellos a la mesa" (Mc 16,14).
Mateo es ciertamente el único evangelista que condiciona la aparición de Jesús resucitado a Galilea (Mt 26,32), indicación que no guarda relación con un itinerario geográfico, sino con un camino de fe.
Como las mujeres han encontrado a Jesús solamente después de haberse alejado del sepulcro, así los discípulos comprenden que, si quieren ver al Señor, deben abandonar Jerusalén, ciudad de muerte "que mata a los profetas y apedrea a cuantos Dios sigue enviándoles" (Mt 23,37), ciudad donde, según Mateo, Jesús resucitado no se aparecerá nunca.
Por esto los once discípulos suben a Galilea, y a pesar de que Jesús no había especificado el lugar preciso para el encuentro, van "al monte que Jesús les había indicado" (Mt 28,16).
Ni el "monte" (sin nombre), ni tampoco Galilea, indican un punto topográfico, sino teológico. El único monte de Galilea que aparece en el evangelio de Mateo es el lugar donde Jesús anunció con las bienaventuranzas el programa del reino de Dios.
El evangelista quiere hacer comprender que, si se quiere encontrar a Jesús resucitado, es necesario situarse en el ámbito de las bienaventuranzas y practicarlas (Mt 5,1-10).
Experimentar a Jesús resucitado no es un privilegio concedido hace dos mil años a una decena de privilegiados, sino una posibilidad ofrecida a los creyentes de todos los tiempos: la visión de Dios no es un premio reservado para el futuro, sino una constante, cotidiana experiencia en el presente para los "limpios de corazón", las personas límpidas y transparentes, proclamadas dichosas porque "verán", experimentarán a Dios de modo permanente en su existencia (Mt 5,8).
Los discípulos son once, está ausente Judas, el hombre a quien "más le valdría no haber nacido" (Mt 26,24).
El "monte" es el lugar de aquellos que, aceptando las bienaventuranzas, han elegido voluntariamente junto con la pobreza el compartir generosamente cuanto tienen y son. Judas no puede estar entre ellos. É, "ladrón" (Jn 12,6) es un adorador del dios Mammón, cuyo culto cruento pide continuamente sacrificios humanos.
Por treinta siclos de plata, el precio de un esclavo, Judas ha vendido a Jesús y a sí mismo (Mt 26,14-16; Éx 21,32).
Pero si Jesús, por dinero, ha encontrado la muerte física, Judas, el "hijo de la perdición" (Jn 17,12), por dinero, ha ido al encuentro de la aniquilación definitiva de su persona, engullido por la muerte eterna (Mt 19,28; 27,3-10).
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