EL DIOS QUE NOS
REVELA JESUS...
Jesús a Dios le llama "Padre", que significa aquel que por amor (Mc 1,11), comunica su propia vida. Por esta coherencia, Jesús tiene conciencia de ser "el Hijo de Dios", y como tal manifiesta ese amor del Padre entre los hombres. La idea del Dios- amor cambia radicalmente las concepciones que tenemos de Dios propuestas por las religiones. La experiencia de Dios propia de Jesús representó una novedad en relación con las ideas sobre Dios que poseía la humanidad. El evangelista Juan nos lo cuenta en su prólogo ("A la divinidad nadie la ha visto nunca; un Hijo único, que es Dios, el que está de cara al Padre, él ha sido la explicación"(Jn 1,18). Con esta frase el evangelista nos advierte que se debe "reconsiderar" toda idea de Dios, ya provenga del Antiguo Testamento o de la filosofía pagana. Nadie, antes de Jesús, tuvo la experiencia plena de la "realidad divina", y los elementos culturales y las proyecciones humanas a lo largo de la historia han ido deformando la "idea de Dios". Solo podemos conocer "lo que es Dios" a través de Jesús ("El que me ve a mí, está viendo a mi Padre"(Jn 14,9)).
Jesús a Dios le llama "Padre", que significa aquel que por amor (Mc 1,11), comunica su propia vida. Por esta coherencia, Jesús tiene conciencia de ser "el Hijo de Dios", y como tal manifiesta ese amor del Padre entre los hombres. La idea del Dios- amor cambia radicalmente las concepciones que tenemos de Dios propuestas por las religiones. La experiencia de Dios propia de Jesús representó una novedad en relación con las ideas sobre Dios que poseía la humanidad. El evangelista Juan nos lo cuenta en su prólogo ("A la divinidad nadie la ha visto nunca; un Hijo único, que es Dios, el que está de cara al Padre, él ha sido la explicación"(Jn 1,18). Con esta frase el evangelista nos advierte que se debe "reconsiderar" toda idea de Dios, ya provenga del Antiguo Testamento o de la filosofía pagana. Nadie, antes de Jesús, tuvo la experiencia plena de la "realidad divina", y los elementos culturales y las proyecciones humanas a lo largo de la historia han ido deformando la "idea de Dios". Solo podemos conocer "lo que es Dios" a través de Jesús ("El que me ve a mí, está viendo a mi Padre"(Jn 14,9)).
UN DIOS BUENO Y
SIN AMBIGÜEDADES...
"Dios es
luz, y en él no hay tiniebla alguna"(1 Jn 1,5). En Dios no
hay ninguna ambigüedad, es un Dios puramente positivo,
exclusivamente bueno. Cuando los discípulos, imbuidos de
tradición judía, sienten miedo ante una manifestación de su
divinidad (1), Jesús les advierte que la presencia y
manifestación de Dios son causa de seguridad y alegría, pues,
siendo amor, solo desea potenciar y vivificar al hombre. Para
Jesús, Dios no ama al hombre porque este sea bueno, sino porque
él mismo es bueno (Mt 5,45). Dios, por tanto, no es problema
para el hombre, no tiene que preocuparse en aplacarlo, siempre
nos va a ser favorable (Rom 5,6; 5,8).
UN DIOS QUE SE
COMUNICA CON LOS HOMBRES...
Porque Dios es
amor tiene necesariamente que comunicarse; desea hacernos
partícipes de su propia realidad. El proyecto de Dios de que el
hombre llegue a ser como él, se hace realidad en Jesús y en la
"humanidad-nueva". Dios tenía como
"proyecto" la creación del hombre y de que el hombre
llegue a su plenitud, que le da la condición divina y es
condición indispensable para alcanzarla que al hombre se le
comunique "su ser" (por ser nuestro Padre); y como Dios
es amor, la plenitud del hombre está en la línea del amor. El
Dios bueno ama al hombre como es, en su condición de hombre, a
un ser que, aunque de momento pueda ser miserable, lleva dentro
unas posibilidades cuyo desarrollo puede hacer de él un
"hijo", es decir uno semejante a él. A pesar de las
miserias humanas Dios tiene una fe inquebrantable en el hombre.
El Dios que se revela en Jesús ofrece amor y vida a todos los
hombres sin mirar la raza, la religión o la conducta. La
aceptación de la gente de mala fama fue lo que provocó
precisamente el escándalo en su sociedad (2); su modo de
proceder traducía el modo de ser de Dios.
LA GLORIA DE
NUESTRO DIOS ES QUE NOS DESARROLLEMOS PLENAMENTE...
Para que el
hombre alcance la condición divina, debe de poseer una gran
fuerza que le permita caminar hacia esa plenitud de vida. Esa
fuerza es la que el NT llama "el Espíritu", que se
comunica al hombre por medio de Jesús (Jn 1,14; 1,16). El
hombre, de esa manera potenciado puede comenzar el largo camino
hacia su plena realización y empieza a ser el artífice de su
propia "creación". Pero este principio de vida y de
amor, este "Espíritu", no se le puede dar si él no lo
quiere, el hombre es un ser creado como ser libre, y no puede
nunca dejar de serlo, pues iría en contra de su propia
naturaleza, su porvenir y su destino está siempre en manos de su
libertad de opción. A todos los hombres lo quieran o no, de
manera más o menos explícita, unos con una claridad
instantánea, otros de forma paulatina, e independientemente de
toda persuasión religiosa, se les presenta una opción
fundamental que orientará su vida, es la opción entre vivir
preocupándose por el bien de los demás o egoístamente para sí
mismos. Para escoger una de las dos opciones, cruciales para su
destino, el hombre se encuentra preparado. Por su propia
naturaleza humana, lleva en sí una aspiración a la plenitud que
suele expresarse como deseo de felicidad, es la plenitud del ser
que se identifica con la plenitud de amor y que colma la
aspiración humana a una vida plena. Ese instinto primordial de
plenitud debería hacer que el hombre escogiese el
"amor" (vida) y no la "tiniebla" (muerte).
Pero junto a ese deseo de plenitud existen en el hombre
tendencias que lo impulsan al egoísmo, al deseo de posesión
exclusiva, al dominio de los demás.
Notas:
(1) Mc 6,49s;
Mt 14,26s; Jn 6,19s; Mc 4,41; 9,6.(2) Mc 2,15-18; Lc 15,1s; 19,1-7.
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